–¿Estás bien? ¿Te has recuperado?
¿Siguen alteradas tus constantes? ¿Las hormonas están muy revolucionadas tras contemplar
la sensual y sugerente belleza de “la perla” –Sara reía mientras paseábamos por
la Sala contigua, la 063. Por supuesto, se refería la extraordinaria pintura de
Paul Boudry que habíamos dejado atrás–. Esta sala está dedicada a Fortuny –prosiguió–,
pero quiero llevarte a la siguiente. Como te dije al principio, iré saltando de
cuadro en cuadro según me parezca.
–Las
hormonas creo que las tengo bajo control. Llévame donde quieras, aunque sea sin
la recompensa de tus besos –comenté simulando abatimiento.
–Madre
mía. Me he juntado con el viejo más cursi del país. Anda, vamos –Sara rio,
mientras tiraba de mi hacia la sala contigua la 063–. Creo que lo mejor es que
te distraigas con algunos paisajes. Vamos a cambiar el contenido de nuestra
siguiente parada. Tu incontrolada libido te lo agradecerá. –Era evidente que
Sara disfrutaba.
–Me
tienes olvidado esta mañana. Mucha obra maestra y poca recompensa… –añadí melifluo.
–Todo
dependerá de cómo te portes durante la visita.
–De
momento creo que me he mostrado con caballerosidad.
–Ya.
Porque hay mucha gente, y no has encontrado rincones oscuros. Si no, seguro que habrías
intentado darme un “tiento”.
–Creo
que me conoces demasiado bien. Bueno… seguiré sufriendo tus explicaciones. ¿Próxima
estación? –pregunté con fingida resignación.
–¿Sufriendo?
¿Estación? Parece que te llevo por un Vía Crucis –Sara volvió a golpearme en el hombro
mientras un vigilante femenino del museo asistía a la escena divertida; parecía
agradecer que le hubiéramos sacado de su monotonía–. Quiero enseñarte uno de
los paisajes más bellos de la pinacoteca, al menos es uno de los que más me
gusta a mí. –Sara se detuvo en el lado izquierdo de la sala.
–Bueno…
no me quedará otro remedio que seguir poniendo la oreja.
–Presta
atención –Sara se dio cuenta de que la celadora de la sala seguía observándonos,
y se dirigió a ella en voz baja–. Se queja y tiene guía particular; es peor que
un crío. –Ambas se sonrieron con espontaneidad.
–Soy
todo oídos –dije apretando la mano de Sara y atrayéndola hacia mí, luego,
también en voz baja, me dirigí a la simpática funcionaria que parecía entretenida
con nuestras evoluciones–. En el fondo me quiere –le dije con voz queda–. Ella
volvió a sonreír, y nos dejó ante aquel cuadro, adentrándose en la sala
contigua para llamar la atención a un niño que se había acercado demasiado a una
enorme pintura histórica de las colecciones del s. XIX.
–Bueno, vamos a
lo nuestro. Estamos ante la obra paisajística cumbre de Antonio Muñoz Degrain, “Paisaje
del Pardo tras disiparse la niebla”
–Me
suena el nombre del pintor, pero no tengo el gusto. El cambio es importante. Me
atraía más el desnudo de Baudry.
–Ya,
imagino –añadió Sara paciente.
–Va,
en serio. Entre tantas pinturas, ¿por qué has elegido ésta? –pregunté con interés.
–Veamos…
Estas salas están dedicadas al paisaje en las colecciones del siglo XIX. Hemos
visto ya alguno de Martín Rico, Fortuny, Sorolla y, a nuestras espaldas, están
algunos de, quizá, el más famoso paisajista del momento, Carlos de Haes. Pero
yo tengo debilidad por este cuadro. Aunque…bueno…luego te enseñaré otro lienzo
de Muñoz Degrain que a me emociona.
–Pues,
adelante.
–Primero
me atrae el formato, es de 300 X 200 cm, de los más grandes de esta temática entre
los expuestos, y con él ganó una segunda medalla en la Exposición Nacional de
1866. En el aspecto narrativo no representa una escena muy complicada. En teoría
se trata de una vista del Monte del Pardo con la Sierra de Guadarrama al fondo.
Pero ni el Pardo tiene esa vegetación tan frondosa, ni las montañas de
Guadarrama son tan escarpadas. Luego el autor reinventa, reinterpreta una panorámica,
idealizándola, dando rienda suelta a su imaginación, creatividad, y al
virtuosismo de su mano. Observa como un guarda del bosque se acerca al río para
que su montura beba. Frente a la magnitud de esa vista, jinete y cabalgadura parecen
diminutos, pero creo el pintor logra dar sentido a la escena con esos colores
rojizos en la vestimenta el hombre, que acaban resaltando sobre la variedad
cromática de verdes y marrones que le rodean. Al fondo se abre un cielo de
tonalidad cambiante que va del blanco de las nubes y los grises de las montañas,
que aún parece estar librándose de la niebla de la izquierda, hasta la variedad
de matices plomizos del celaje aborrascado de la derecha. Observa que el eje de
la composición lo ocupa ese árbol enorme, cuya copa se recorta en lo alto sobre
los montes, y que pinta rodeado de una masa boscosa sutilmente detallada. Fíjate
lo conseguidos que están los reflejos de la vegetación sobre las aguas
cristalinas del río incluso como, con cuatro pinceladas, nos difumina sobre el
agua la figura del guarda y su jumento. Esta es lo que más me llama la atención
de la obra, junto a la importancia que le da al tratamiento de la luz, que
emana de la zona superior izquierda, donde nubes y riscos aparecen iluminados, y
del reflejo sobre el agua del río. También me gusta como precisa las diferentes
texturas de las plantas, desde las que crecen al lado del río, pasando por el
monte bajo, para llegar a la exuberante vegetación boscosa enfrentada a las
montañas.
–Creo
que estoy de acuerdo. La parte del cuadro que más me gusta es la de abajo. El
paisaje espejeando sobre las aguas…
–Tardaba en aparecer
el escritor pedante. ¿Espejear?
–No te burles.
El verbo es el apropiado –afirmé-.
–Daremos
por buena la expresión –Sara me guiñó divertida–. Respecto al color, atiende en
la gran variedad de su paleta. La diferencia de matices de blancos, grises y
azulados del cielo y las montañas, la de los verdes de la vegetación, y la de
la diferente gradación de los reflejos sobre el río. No me canso de observar
los detalles de este cuadro.
–Tienes
razón. Es un lienzo maravilloso. Además, te voy a felicitar por el contraste
con el anterior.
–Te
dije que haríamos una visita especial y diferente. Una de las claves es esa. No
nos vamos a cansar de ver temáticas y estilos diferentes. Ya lo verás –Sara me
sonrió orgullosa y, tras pasar un buen rato apreciando la singularidad de
aquella obra maestra de Muñoz Degrain, volvió a tirar de mí hacia una nueva
sala–. Y ahora… pintura de historia. ¿Preparado?
–La
historia es lo mío, “mademoiselle”.
–Y lo mío…
–ambos reímos, aunque éramos conscientes de lo diferente que era para ambos; para
mí la historia se había convertido en un entretenimiento, mientras para ella era
su pasión y su profesión.
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