jueves, 9 de abril de 2020

POR EL MUSEO DEL PRADO CON SARA. PAISAJE DEL PARDO AL DISIPARSE LA NIEBLA DE ANTONIO MUÑOZ DEGRAIN


        –¿Estás bien? ¿Te has recuperado? ¿Siguen alteradas tus constantes? ¿Las hormonas están muy revolucionadas tras contemplar la sensual y sugerente belleza de “la perla” –Sara reía mientras paseábamos por la Sala contigua, la 063. Por supuesto, se refería la extraordinaria pintura de Paul Boudry que habíamos dejado atrás–. Esta sala está dedicada a Fortuny –prosiguió–, pero quiero llevarte a la siguiente. Como te dije al principio, iré saltando de cuadro en cuadro según me parezca.
        –Las hormonas creo que las tengo bajo control. Llévame donde quieras, aunque sea sin la recompensa de tus besos –comenté simulando abatimiento.
        –Madre mía. Me he juntado con el viejo más cursi del país. Anda, vamos –Sara rio, mientras tiraba de mi hacia la sala contigua la 063–. Creo que lo mejor es que te distraigas con algunos paisajes. Vamos a cambiar el contenido de nuestra siguiente parada. Tu incontrolada libido te lo agradecerá. –Era evidente que Sara disfrutaba.
        –Me tienes olvidado esta mañana. Mucha obra maestra y poca recompensa… –añadí melifluo.
        –Todo dependerá de cómo te portes durante la visita.
        –De momento creo que me he mostrado con caballerosidad.
        –Ya. Porque hay mucha gente, y no has encontrado rincones oscuros. Si no, seguro que habrías intentado darme un “tiento”.
        –Creo que me conoces demasiado bien. Bueno… seguiré sufriendo tus explicaciones. ¿Próxima estación? –pregunté con fingida resignación.
        –¿Sufriendo? ¿Estación? Parece que te llevo por un Vía Crucis    –Sara volvió a golpearme en el hombro mientras un vigilante femenino del museo asistía a la escena divertida; parecía agradecer que le hubiéramos sacado de su monotonía–. Quiero enseñarte uno de los paisajes más bellos de la pinacoteca, al menos es uno de los que más me gusta a mí. –Sara se detuvo en el lado izquierdo de la sala.
        –Bueno… no me quedará otro remedio que seguir poniendo la oreja.
        –Presta atención –Sara se dio cuenta de que la celadora de la sala seguía observándonos, y se dirigió a ella en voz baja–. Se queja y tiene guía particular; es peor que un crío. –Ambas se sonrieron con espontaneidad.
        –Soy todo oídos –dije apretando la mano de Sara y atrayéndola hacia mí, luego, también en voz baja, me dirigí a la simpática funcionaria que parecía entretenida con nuestras evoluciones–. En el fondo me quiere –le dije con voz queda–. Ella volvió a sonreír, y nos dejó ante aquel cuadro, adentrándose en la sala contigua para llamar la atención a un niño que se había acercado demasiado a una enorme pintura histórica de las colecciones del s. XIX.
–Bueno, vamos a lo nuestro. Estamos ante la obra paisajística cumbre de Antonio Muñoz Degrain, “Paisaje del Pardo tras disiparse la niebla”
        –Me suena el nombre del pintor, pero no tengo el gusto. El cambio es importante. Me atraía más el desnudo de Baudry.
        –Ya, imagino –añadió Sara paciente.
        –Va, en serio. Entre tantas pinturas, ¿por qué has elegido ésta?     –pregunté con interés.
        –Veamos… Estas salas están dedicadas al paisaje en las colecciones del siglo XIX. Hemos visto ya alguno de Martín Rico, Fortuny, Sorolla y, a nuestras espaldas, están algunos de, quizá, el más famoso paisajista del momento, Carlos de Haes. Pero yo tengo debilidad por este cuadro. Aunque…bueno…luego te enseñaré otro lienzo de Muñoz Degrain que a me emociona.
        –Pues, adelante.
        –Primero me atrae el formato, es de 300 X 200 cm, de los más grandes de esta temática entre los expuestos, y con él ganó una segunda medalla en la Exposición Nacional de 1866. En el aspecto narrativo no representa una escena muy complicada. En teoría se trata de una vista del Monte del Pardo con la Sierra de Guadarrama al fondo. Pero ni el Pardo tiene esa vegetación tan frondosa, ni las montañas de Guadarrama son tan escarpadas. Luego el autor reinventa, reinterpreta una panorámica, idealizándola, dando rienda suelta a su imaginación, creatividad, y al virtuosismo de su mano. Observa como un guarda del bosque se acerca al río para que su montura beba. Frente a la magnitud de esa vista, jinete y cabalgadura parecen diminutos, pero creo el pintor logra dar sentido a la escena con esos colores rojizos en la vestimenta el hombre, que acaban resaltando sobre la variedad cromática de verdes y marrones que le rodean. Al fondo se abre un cielo de tonalidad cambiante que va del blanco de las nubes y los grises de las montañas, que aún parece estar librándose de la niebla de la izquierda, hasta la variedad de matices plomizos del celaje aborrascado de la derecha. Observa que el eje de la composición lo ocupa ese árbol enorme, cuya copa se recorta en lo alto sobre los montes, y que pinta rodeado de una masa boscosa sutilmente detallada. Fíjate lo conseguidos que están los reflejos de la vegetación sobre las aguas cristalinas del río incluso como, con cuatro pinceladas, nos difumina sobre el agua la figura del guarda y su jumento. Esta es lo que más me llama la atención de la obra, junto a la importancia que le da al tratamiento de la luz, que emana de la zona superior izquierda, donde nubes y riscos aparecen iluminados, y del reflejo sobre el agua del río. También me gusta como precisa las diferentes texturas de las plantas, desde las que crecen al lado del río, pasando por el monte bajo, para llegar a la exuberante vegetación boscosa enfrentada a las montañas.
        –Creo que estoy de acuerdo. La parte del cuadro que más me gusta es la de abajo. El paisaje espejeando sobre las aguas…
–Tardaba en aparecer el escritor pedante. ¿Espejear?
–No te burles. El verbo es el apropiado –afirmé-.
        –Daremos por buena la expresión –Sara me guiñó divertida–. Respecto al color, atiende en la gran variedad de su paleta. La diferencia de matices de blancos, grises y azulados del cielo y las montañas, la de los verdes de la vegetación, y la de la diferente gradación de los reflejos sobre el río. No me canso de observar los detalles de este cuadro.
        –Tienes razón. Es un lienzo maravilloso. Además, te voy a felicitar por el contraste con el anterior.
        –Te dije que haríamos una visita especial y diferente. Una de las claves es esa. No nos vamos a cansar de ver temáticas y estilos diferentes. Ya lo verás –Sara me sonrió orgullosa y, tras pasar un buen rato apreciando la singularidad de aquella obra maestra de Muñoz Degrain, volvió a tirar de mí hacia una nueva sala–. Y ahora… pintura de historia. ¿Preparado?
        –La historia es lo mío, “mademoiselle”.
        –Y lo mío… –ambos reímos, aunque éramos conscientes de lo diferente que era para ambos; para mí la historia se había convertido en un entretenimiento, mientras para ella era su pasión y su profesión.

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