Resulta muy difícil explicar lo que
se siente cuando te sitúas ante una obra tan excepcional como “la Anunciación”
de Fra Angélico. Sabía de su dificultosa restauración en el Museo del Prado por
la prensa, y que había durado un año. El resultado había sido maravilloso. La
tabla resplandecía espectacular y llamativa.
–¿Qué
te parece? –preguntó Sara tras unos instantes admirando el cuadro sin que cruzáramos
palabra.
–Me
quedaría sin calificativos.
–Mira
como estaba antes de ser restaurada. Voy a dejar la foto en el móvil para que
veas los resultados mientras te lo cuento. Hay tres obras en la sala de Fra
Angélico, la increíble “Virgen
de la granada” de la derecha, y este “Entierro
de San Antonio Abad”, que debió de ser una tabla de predela de altar por su
tamaño.
–“La
Virgen de la Granada” es una obra preciosa.
–Si
quieres, le echamos un vistazo luego.
–Hay
tanto que ver que prefiero que elijas, pero ya de antemano me parece de un
virtuosismo genial.
–Basta
acercarse un poco para comprobar hasta qué punto. –Sara me llevó frente a aquella obra, y
pudimos apreciar un poco más de cerca la calidad de los detalles, y lo difícil que
debió de ser pintarla. Luego volvimos ante la Anunciación.
–Bueno… Fra Angélico
nunca se llamó así, al menos en vida –comenzó Sara su explicación.
–Pues
qué bonito –ironicé–. Un tipo con nombre falso, ¿ocultaba algo? Quizá no
cumplía su voto de castidad porque tenía a su lado a una irresistible morena
como tú por la que bebía los vientos –apunté con salero.
–¡Madre
mía! Estás mucho peor de lo que creía.
–Lo
sé. Estoy enfermo de ti. Me siento sin fuerzas, derrotado; cupido hizo bien su trabajo
y me traspasó con su fatal flecha emponzoñada. Soy un alfeñique –añadí
melodramático.
–¡Por
Dios, que empalago! ¡Tanto azúcar me va a provocar diabetes! ¿Emponzoñada? ¿Alfeñique?
–Sara rio–. Déjame seguir, ridículo –protestó.
–Está
bien, pero esta herida –señalé mi corazón–, no la curas embaucándome con tus
sabias palabras –proseguí teatral.
–Como
no te calles te voy a soltar un tornavirón.
–¡Caray!
Me has dado donde más me duele, ¿qué es eso?
–¡Un
buen soplamocos, tonteras! Y ahora déjame continuar, anda –dijo resignada antes
de reanudar su comentario–. Fra Angélico se lo pusieron después de muerto. Su
nombre real era Guido di Pietro, pasando a ser Fra Giovanni de Fiesole cuando
entró en la orden dominica. El cuadro de la Anunciación lo pinto para un altar
del
Convento de Fiesole. En 1611, los
frailes lo vendieron para sufragar los gastos de un nuevo campanario y, poco
después, le llegó, como regalo, al Duque de Lerma.
–D. Francisco Gómez
de Sandoval-Rojas y Borja, para los amigos, D. Francisco de Sandoval y Rojas
–tercié pomposo.
–Muy bien. No se
sabe cómo ni cuándo llegó al convento de las Descalzas Reales de Madrid, pero
sí que en 1861 lo vio allí Federico de Madrazo y se lo trajo al Prado. Es un
temple al huevo y oro sobre tabla, y se cree que fue realizado entre 1423 y
1429. Fra Angélico supo aunar las influencias tardo-góticas de autores como
Starnina…
–Ese
me suena. Déjame pensar… Algo de la Catedral de Toledo.
–Veo
que te has puesto serio y me estás prestando atención. Correcto. Cuando
visitamos la catedral te comenté que a finales del s. XIV, Gerardo Starnina y
Nicolás de Antonio, realizaron los frescos de la capilla de San Blas por
encargo del Arzobispo Pedro Tenorio.
–Lo
recuerdo. ¡Vaya colorido! –exclamé rememorando aquellos, mis primeros momentos
junto a Sara.
–Muy
bien. En estos años Florencia vivía los últimos coletazos de esas influencias
bajomedievales, mientras irrumpían artistas tan innovadores como Brunelleschi o
el gran Masaccio.
–Masaccio
es el de la Capilla Brancacci de Santa María del Carmine en Florencia, ¿no? –pregunté.
No estaba muy seguro.
–Exacto.
Fra Angélico supo beber de todas estas corrientes, dando minuciosidad al
tratamiento de las plantas…
–Parece un
catálogo de botánica. Si lo viera un experto seguro que las podría identificar
una por una –la interrumpí por unos instantes.
–Seguramente.
También dotará a la obra de un formato cuadrado y sin adornos, como propugnaba
Brunelleschi, que pedía huir de la estética de los arcos góticos imperante
hasta entonces en los retablos, y utilizará la perspectiva en las arquitecturas,
aunque a mí me parece que con algo de torpeza, dando una extraña profundidad en
algunas parte a la cámara donde se desarrolla el suceso principal, la
Anunciación. Espera que te enseño de donde copió la construcción. Sara volvió a
coger su móvil.
–Evidente.
Parecen calcados. Estuve allí. Piazza della Santissima Annunziata, Florencia, ¿será
casualidad? Es el Hospital de los Inocentes de Brunelleschi.
–Fíjate.
Columnas redondas con capiteles cásicos, medallones, arcos de medio punto y
cúpulas esféricas, como en el cuadro –añadió.
–Sí, “è vero” –concluí
con torpe acento italiano sacándole una sonrisa.
–El cuadro está
dividido en dos escenas. A la izquierda, la perdición, la imagen del pecado, la
expulsión de Adán y Eva del Paraíso. A la derecha, la salvación, la luminosa Anunciación
de San Gabriel a la Virgen. En el extremo superior izquierdo se abre el cielo,
donde las manos de Dios lanzan un rayo en dirección a la Virgen conteniendo la
paloma del Espíritu Santo.
–¡Maravilloso!
–exclamé.
–La
restauración nos permite ver el antes y el después. Fíjate en la foto. Las
diferencias de color son muy grandes. Se acometió una limpieza que permitió
eliminar una capa grisácea de polución que atenuaba la luz, los colores y no permitía
definir los espacios. Al estar pintado con la técnica de temple al huevo es muy
sensible al agua, luego hubo que idear un gel de silicona especial que incluyera
el agua para la limpieza, y a la vez protegiera la pintura.
–Eso
es química pura.
–En
esto ya te dije que somos punteros en el mundo.
–Además,
La obra presentaba varios problemas. Uno era el oscurecimiento de los pigmentos
utilizados en anteriores restauraciones; la última documentada fue la realizada
en los años cuarenta. Compáralo con la foto del móvil, y verás cómo estaba el
manto de la Virgen. El otro gran problema era el gran repinte que atravesaba el
cuadro sobre la línea vertical que cruza, más o menos, por el centro del arco
de medio punto de la arquitectura de la izquierda, que afecta el ala derecha
del Ángel y a su vestimenta.
–Se
ve perfectamente. Es que cambia hasta la forma del ala.
–Ahora
vamos con ello. Esa parte sufrió varias intervenciones porque, en algún momento
de la vida del cuadro, dos de los paneles que forman la tabla se despegaron, y
hubo que juntarlos y restaurarlos. Lo que ocurre es que, para hacerlo, incluso
cambiaron la forma del ala del Ángel, algo que se ha recuperado ahora con mucho
esfuerzo.
–Parece
asombroso. Por eso han tardado un año.
–Imagínate…
levantar los repintes, descubrir por donde va la línea de la curva del ala por
restos de pan de oro, estucar, estudiar la técnica y la forma de construirla,
pluma por pluma, incluso utilizando técnicas informáticas y plantillas, para
acabar por aplicar el pan de oro y ajustar los tonos de color.
–¡Menuda
paciencia!
–Pues
sí. El resultado ha sido el que ves. Ha recuperado la luz y el color, la
minuciosidad de los detalles de la vegetación, de las suaves tonalidades de las
carnaciones, de los cabellos… Observa la barba del rostro de Adán, o los ojos
de las figuras con sus pestañas individualizadas, y los perfiles de ojos y
labios, y el de las figuras en general. Los ropajes, especialmente el de la
Virgen, lucen de manera diferente eliminados los repintes deteriorados. Se han
rescatado las sombras, ahora visibles y muy sutiles en las arquitecturas, o el
espacio del celaje que encuentra su sitio tras la vegetación bajo las manos de
Dios. Y te quiero resaltar el trabajo realizado sobre los rayos dorados que
cruzan la composición; algo superior.
–Es
una gran obra, y han hecho un gran trabajo, sí señora.
–Al
señorito le apetece ver algo en especial ahora. Seguimos con Fra Angélico,
vamos con “El Cristo” de Antonello da Messina o quizá, un Rafael. Aquí al lado
está “La perla”.
–Tú
sí que estás hecha una buena perla.
–¿En
el buen, o en el mal sentido? –dijo insinuante.
–Aún
no lo sé. Tengo muchas dudas. –Me llevé mi mano derecha al mentón en ademán
pensativo, mientras ella no soltaba mi mano izquierda y apoyaba su cabeza sobre
mi hombro.
Durante
unos instantes más permanecimos frente a la obra de Fra Angélico en silencio.
–Vamos
a saludar a Rafael.
–¿Otro
amigo tuyo?
–¡Serás
merluzo! –clamó sonriendo.
–Yo
diría camueso, es más apropiado.
–¡Contigo,
tengo ganado el cielo ya! –exclamó divertida, tirando de mí hacia otra sala.
La Anunciación de Fra Angelico, antes de la restauración.
La Anunciación de Fra Angélico después de la restauración.
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