sábado, 9 de septiembre de 2017

EL ÁNGEL QUE PERDIÓ SUS ALAS

    Sus nuevas alas le hacían creerse un ser especial, un ángel; le permitían sobrevolar el bosque mágico de sus sueños, un mundo de fantasía donde los árboles le hablaban; donde los arroyos le murmuraban; donde el viento le silbaba caricias; donde las rocas le enviaban destellos luminosos anunciándole su presencia; donde el césped, adornado por un inmenso manto de flores multicolor, parecía una alfombra perfectamente tejida que ocupaba los escasos claros en los que el sol conseguía abrirse paso sobre aquella tupida vegetación.          
      Las inmensas copas de los árboles parecían querer dejarle sin espacio para maniobrar, atrapándolo suavemente entre ellas y las nubes blancas y algodonadas, sobre las que, si le apetecía, podía descansar.
        Sus alas, fuertes, como lo fueron en su juventud, blancas como la nieve, puras como el agua de un manantial, perfectamente cuidadas, le permitieron, durante un tiempo, deshacerse de los recuerdos, sobrevolar el mundo de los sueños y los anhelos con decisión, con esperanza e ilusión.
        Pero fue algo efímero…
        Las nubes se tornaron grises en un atardecer de triste recuerdo. El cielo se volvió contra él con furia, una nueva tormenta se desató. Sus alas, empapadas, apenas podían sostenerle en el aire. Su vuelo, olvidado durante tanto tiempo, era torpe aún. El firmamento tronó, quejumbroso, a su paso, se iluminó con cientos de relámpagos y, finalmente, descargó su furia sobre él. Un cruel rayo le alcanzó.
        Herido, se precipitó al vacío. Cayó sobre las copas de los árboles, que no fueron capaces de detener su fatal descenso. Se golpeó y magulló con las ramas hasta que su cuerpo, muy maltrecho, fue abrazado por aquel manto de césped y flores que, aplastado por el peso de la lluvia, se mostró menos acogedor de lo que había soñado.
        Intentó incorporarse. De rodillas, agitó torpemente sus alas.
        -¡Cómo vas a volar si ni siquiera te puedes poner en pie! –pensó
        Miró a su alrededor, la lluvia, incesante, resbalaba por su cabeza formando regueros, que se tornaban salobres al mezclarse con el sudor del miedo y del esfuerzo, con las lágrimas de dolor y soledad que volvían a desbordar sus ojos. El cielo estaba engullendo, voraz, el mundo de sus sueños; los colores estaban desapareciendo, las flores y el césped dejaban paso a un tremedal inestable y hediondo; los árboles estaban perdiendo sus hojas que pasaban a formar parte de aquel suelo pantanoso, se estaban convirtiendo en figuras fantasmagóricas, deformes, oscuras y tenebrosas que parecían querer atraparle.
        Comenzó a andar penosamente por aquella ciénaga espesa y fangosa, el auténtico camino de su vida, el camino que no llevaba a ninguna parte, o, más bien, a la única parte donde acababan todos sus caminos, en la nada, en el vacío silencioso y ensordecedor de la nada.
        Trataba de recuperar el aliento en cada parada. Se apoyaba en una de sus rodillas, mientras la otra permanecía fija en el suelo. Los pulmones parecían estallarle, incapaces de suministrar el oxigeno suficiente para alimentar sus células moribundas. Su corazón latía desenfrenado intentando bombear la sangre que sus músculos necesitaban para moverse, pero era insuficiente, cada vez le costaba más incorporarse y caminar. Su piel palidecía bajo aquel cielo en el que el sol había desaparecido, se agrietaba incapaz de mantener la tersura que necesitaba para seguir viviendo, para seguir protegiendo un cuerpo que se descomponía por momentos.
        Miraba hacia sus costados, siendo consciente de la cruda realidad.
        -No eras más que un sueño, eres un ángel de alas rotas –se repetía soturno y desconsolado.
        Aquellas alas le habían fallado. Las plumas se habían agostado, habían perdido su blancura. No eran más que un amasijo de tejido grisáceo que no era capaz de extender, y que no le permitía volar, que se iba desprendiendo y desintegrando dejando un rastro de tristeza imposible de contener que el viento y el lodazal, por el que se movía con tal dificultad, se encargaban de hacer desaparecer.
        Sus alas desaparecían sin remedio, su cuerpo, cansado y malherido era azotado por el viento, que convertía cualquier movimiento en un suplicio. Atravesado por aquel rayo, envenenado por aquella energía que le devolvía al mundo de los recuerdos tan súbitamente, no pudo más.
        Sus piernas fallaron, sus rodillas no lograron sostener su peso, su cuerpo quedó flotando sobre aquel suampo pestilente, aquella tupida manigua que se había descompuesto ante sus ojos. Fue hundiéndose poco a poco, viendo el horrible espectáculo de un bosque fantasmal, de un cielo oscuro y tormentoso, hasta que finalmente se hizo el silencio. El pantano de la vida engulló sus pensamientos, sus sueños, sus ilusiones y esperanzas, pasando desde entonces a forma parte de una pegajosa y negra turba de recuerdos inmersa en las aguas putrefactas de su auténtica existencia.

        Cuenta la leyenda que, con el paso de los milenios, aquel pantano se secó, que la fuerza de la tierra comprimió aquella turba formando un inmenso yacimiento de carbón, y que, en medio de él, se encontró un pequeño diamante en forma de corazón, quien sabe si lleno de sueños o de recuerdos.

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