domingo, 10 de diciembre de 2017

Y NOS ALOJAMOS EN CHINCHÓN

Plaza Mayor de Chinchón
     Dejamos atrás Colmenar de Oreja la tarde del 22 de noviembre con su patrimonio monumental y cultural expresado en el sorprendente Museo Municipal Ulpiano Checa, en su hermosa Plaza porticada con el Ayuntamiento, el Pósito y la imponente figura de la Iglesia-fortaleza de Santa María la Mayor, en los hermosos Jardines del Zacatín con el túnel y Arco que preceden al lavadero, en la sorprendente Ermita patronal del Cristo del Humilladero, en el coqueto Teatro Dieguez
        Encantados por lo acertado de la decisión de haber visitado Colmenar de Oreja nos dirigimos a Chinchón, donde nos alojaríamos en el flamante Parador Nacional, antiguo Convento de los Agustinos. La tarde, ya avanzada, no nos dio más que para tomar posesión de nuestras habitaciones (todo hay que decirlo, un lujo de aposentos, calculo que entre 35-40 metros cuadrados cada una), adentrarnos, dando un breve paseo nocturno, en la espectacular Plaza Castellana, símbolo principal y centro de la noble villa madrileña, y callejear algo en derredor. No nos olvidamos de entrar en la Oficina de Turismo, en cuyo exterior se sitúa un bello lavadero, para confirmar nuestra asistencia a la visita guiada que días atrás nos habían propuesto en sesiones de mañana y tarde; tuvimos la suerte de poder unirnos a un grupo de Talavera de la Reina.
        Nos retiramos pronto, sin saber todavía que el "Gastro-Pack", que nos iba a estropear parcialmente el viaje, estaba a punto de cebarse con el pequeño de la expedición. Cayó aquella misma noche.
        Al día siguiente, me homenajeé con un pantagruélico desayuno de Paradores (mis acompañantes fueron más frugales), ensombrecido por la incomprensible carencia de café expreso, algo que no es de recibo dada la categoría del establecimiento.
        Por la mañana comenzamos la visita guiada dirigiéndonos al Convento de las Clarisas, donde entramos en la austera iglesia de estilo herreriano S. XVI-XVII. Lástima que lo más destacable no lo pudimos ver, el panteón de mármol de los V Condes de Chinchón, con lo que pierde gran parte de su interés. Sí que se puede ver en una exposición temporal que abre únicamente los fines de semana.
        Tras entrar en la Ermita barroca del patrono de la localidad, San Roque, presidida por una valiosa, bella y llamativa talla del Santo con su inseparable perrito enmarcada en un colorido retablo, nos dirigimos a la Ermita de Nuestra Sra. Del Rosario, antigua iglesia del convento de los Agustinos, aneja al Parador Nacional. De estilo barroco también, de una sola nave con capillas laterales, sorprende por sus espectaculares dimensiones. El altar estaba adornado con ricas telas gracias a que había sido la celebración de la fiesta de la Virgen del Rosario a finales de septiembre (aún no las habían retirado). La iglesia, aparte de ser cárcel durante la guerra civil, se vio privada de algunas de sus capillas que pasaron a formar parte del Parador o incluso de particulares. Son curiosas las pinturas murales barrocas de motivos vegetales que se han rescatado de las paredes.
        Y acabó la visita guiada de la mañana en la monumental Plaza. Se presenta como una de las más bellas del mundo y lo es. Soportalada y porticada casi en su totalidad presenta la friolera de 240 balcones que allí llaman “claros”. Está construida sobre un entramado de arcadas góticas que canalizan el agua y rellena con albero. Es el centro neurálgico del pueblo y se puede aparcar entre semana (algo que es bueno para el acceso al centro de los chinchonetes o chinchoneses (sobre el gentilicio hay cierta polémica), pero que estropea la foto de recuerdo del turista). Al igual que en otras plazas castellanas, el tema de la propiedad de los “claros” provoca más de un conflicto puesto que muchos son los casos en los que el balcón tiene un dueño, y la vivienda por la que se accede otro, quién, además, está obligado a dejar pasar por su casa al dueño del balcón cuando lo desee, que normalmente es cuando la Plaza se convierte en Plaza de toros o cuando alberga algún otro fin, como fue el caso de feria de ganados.
        Una vez finalizada la visita, y citándonos para continuar por la tarde, montamos en el tren turístico que nos dio una vuelta por la localidad mientras nos ilustraba sobre los principales monumentos con un conciso relato muy similar al contenido en el folleto turístico que proporcionan en la oficina de turismo, pero que sirve para hacerse una idea de la historia de la Villa. Además, el tren nos acercó al Castillo, construcción actualmente no visitable. Destruido en la Guerra de las Comunidades en 1520 fue reconstruido por el III conde de Chinchón. Sufrió luego los avatares de la Guerras de Sucesión e Independencia, incluso recientemente fue sede de una fábrica de licores. Es algo a recuperar para el pueblo de Chinchón, su silueta preside, majestuosa, la localidad.
        Tras comer con cierta frugalidad, el “Gastro-Pack” no permitía muchos alardes a algunos de los expedicionarios, nos dispusimos, ya por la tarde, a realizar la segunda parte de la visita guiada que nos llevaría a la parte alta de la ciudad. Comenzamos con la monumental Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Realizada entre los S. XVI y XVII presenta una mezcla de estilos como pasa en gran parte de los nuestros templos. Pasa por el gótico, el plateresco, el renacimiento y culmina en el barroco. Lo más destacable, dado que la iglesia sufrió un gran incendio en la Guerra de la Independencia a principios del S. XIX es el grandioso y espectacular lienzo que preside el altar mayor, La Asunción de la Virgen obra de Francisco de Goya.
        De allí pasamos al edificio de al lado, donde estuvo en su día el Palacio de los Condes de Chinchón destruido en la Guerra de Sucesión, ahora está situado allí el Teatro Municipal Lope de Vega. Sorprendente Teatro en el que destaca un enorme lienzo que representa al pueblo y que hace las veces de telón, obra de Luis Muriel. Decir que el Teatro fue construido y financiado por la Sociedad de Cosecheros a finales del S. XIX, organización ligada al cultivo del vino; tierra de vinos esta zona de Madrid.
        Finalizada la visita guiada nos dispusimos, antes de que cayera la noche, a visitar por nuestra cuenta otra serie de lugares de interés como la Torre del Reloj que pertenece a la desaparecida Iglesia de Ntra. Sra. De Gracia del S.XIV. Curioso el dicho que tienen en Chinchón de que tienen “una iglesia sin torre y una torre sin iglesia”; la Asunción no tiene torre. Luego nos dimos un paseo por la parte alta y nos acercamos a la románica Ermita de San Antón (en restauración imagino, estaba rodeada de verjas y bastante descuidada), a la Ermita de la Cueva, que cuesta encontrarla puesto que no es más que una gran hornacina en la fachada de una casa, y a la barroca Ermita de la Misericordia ya de regreso hacia la Plaza Mayor.
       
        Y terminamos nuestra visita a Chinchón disfrutando de las vistas nocturnas de la localidad desde diferentes ángulos de la Plaza y fijándonos, frente al Parador, en el exterior de la Casa de las Cadenas, edificio barroco, compacto de tres cuerpos con puerta adintelada que tiene como dato histórico interesante haber sido alojamiento de Felipe V a su paso por la localidad, el 25 de febrero de 1706 en plena Guerra de Sucesión.
Por último, dedicamos un tiempo, tanto por la tarde-noche como a la mañana siguiente, a disfrutar del Parador que alberga un bello Claustro barroco y unos espectaculares jardines donde me llamó la atención un pozo restaurado con una rueda de cangilones. Desde luego es un lugar extraordinario para hospedarse y disfrutar de la historia, a pesar de que, según nos contaron en el pueblo, se han cometido algunas aberraciones arqueológicas, como el tapado de algunas pinturas del claustro. Y dejamos Chinchón, mejoraba algún expedicionario, comenzaba a empeorar algún otro. Aranjuez nos abría sus puertas de nuevo. Aranjuez…una ciudad que invita al romanticismo, al menos así me lo imaginé en la novela que próximamente me publicarán.

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viernes, 8 de diciembre de 2017

EL MILAGRO DE EMPEL

"El Milagro de Empel"de Ferrer Dalmau. Extraordinario pintor realista y maestro en plasmar la historia épica española

        Es 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción. Pero, ¿de dónde viene esta tradición tan española? Debemos remontarnos a las jornadas que transcurren entre el 6-9 de diciembre de 1585…
        La guerra de los 80 años comenzó en 1568 y concluyó con la Paz de Westfalia en 1648 que ponía fin a la guerra entre las Provincias Unidas y España y, por otra parte, a la Guerra de los 30 años que, para no entrar en detalles, enfrentó a toda Europa.
        Por tanto, la rebelión estalló en las Provincias Unidas en 1568. Aquellas tierras, posesión patrimonial de la Casa de Borgoña se levantaron contra su Señor, Felipe II, al que ya no consideraban como a su Padre, Carlos V, nacido en Gante, al que sentían más cercano (recordemos que Felipe nació en España); se quejaban de que su Señor no se preocupaba de ellos como súbditos ni de sus intereses.
        Pero ciñámonos a las fechas señaladas. En aquellos días de 1585 el gobernador de los Países Bajos era el gran Alejandro Farnesio que había tenido una feliz intervención y llevaba la guerra de manera fructífera para la corona española, tras el fracaso del Duque de Alba con su política represiva, de Luis de Requesens con su talante moderado y negociador, y el fugaz gobierno de D. Juan de Austria, hermanastro de Felipe II. Decidido a llevar la iniciativa, Alejandro Farnesio encomendó al Tercio Viejo de Zamora, comandado por el Maestre de Campo Francisco Arias de Bobadilla, establecerse en unas posiciones en torno a la Isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Wall. Como respuesta, el ejército rebelde de las Provincias Unidas envió una flota al mando de Comandante Holak a bloquear a las tropas españolas, cosa que consiguieron. Aislados y en una posición táctica desfavorable Bobadilla rechazó con cierta altanería la proposición de Holak de rendirse. (Cuentan las crónicas que la respuesta española fue la siguiente: “los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra, ya hablaremos de capitulación después de muertos”) Lo cierto es que, ante la negativa española, Holak ordenó abrir los diques e inundar la Isla de Bommel y nuestros soldados tuvieron que refugiarse a toda prisa en lo más alto de la zona, el pequeño montículo de Empel.
        Y es en este lugar donde la tradición y las crónicas sitúa el denominado: “Milagro de Empel”. Las hacinadas y mal pertrechadas tropas españolas, con las ropas mojadas, sin apenas comida que llevarse a la boca, ni leña para calentarse, expuestas a las inclemencias del tiempo, comenzaron a cavar trincheras. La moral era baja y circulaba la idea entre los hombres de un suicidio colectivo antes de caer en manos del enemigo.
En este momento, se cuenta que un soldado, cerca de la Iglesia, cavando una trinchera para protegerse del enemigo y del tiempo, desenterró una tabla flamenca de rico colorido con la imagen de la Inmaculada Concepción. La representación mariana fue colocada inmediatamente en un improvisado altar con la cruz de San Andrés como fondo, emblema borgoñón que utilizaban los ejércitos de los Austrias y, dirigidos por el Padre Fray García de Santisteban, la tropa española entonó la salve. Animado por el estallido de fe y resurgimiento moral de sus hombres, Bobadilla, junto con sus oficiales, decidió resistir y aferrarse al terreno, pero para eso necesitaban poco menos que un milagro. Y éste se produce en la madrugada del 7-8 de diciembre; un viento ártico repentino e inusual congeló las aguas del río y permitió a los españoles salir de su encierro, transitar las aguas heladas y pasar a efectuar un ataque sorpresa que infligió una severa derrota a las tropas de Holak.
        La tradición atribuye la helada a la intervención de la Virgen de la Inmaculada quién, desde ese día, se convirtió en la patrona de los Tercios de Flandes e Italia. Dos siglos y medio después, el Papa Pio IX declaró dogma de fe la Inmaculada Concepción de la Virgen el 8 de diciembre de 1854. Desde 1892, siendo regente María Cristina de Habsburgo durante la minoría de edad de su hijo Alfonso XIII, se promulgó la Real Orden mediante la cual se la declaró patrona del arma de infantería española.
        Y esa es en esencia, y muy resumida, la historia del llamado “Milagro de Empel”. Quizá si conociéramos más nuestro pasado le daríamos más importancia a nuestro presente.
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lunes, 4 de diciembre de 2017

LA SOLEDAD DEL CRISTO CRUCIFICADO DE VELÁZQUEZ


            Entrando en la sala donde está colgado el Cristo crucificado de Velázquez en el Museo del Prado me embarga una intensa sensación de soledad…
        Velázquez nos muestra un “Christus Patiens”, no tiene todas las características de esta típica representación, puesto que nos lo presenta con la cabeza caída, vacío de voluntad, recién muerto, con las cinco llagas a la vista, pero no es un Cristo desprendido, arqueado, sino uno más humano, veraz y natural, en el que sigue las indicaciones teóricas de su suegro Pacheco que aboga por la representación del Cristo con cuatro clavos que él cree más próximo a la expresión exacta de lo que fue la crucifixión.
Velázquez representa un Cristo silente y calmo con halo de santidad, de extraordinaria perfección corporal, anatómicamente dibujado con una maestría envidiable, huyendo tanto de modelos estilizados, como de figuras fuertes y musculadas, de una serenidad y belleza conmovedora, exenta de todo dramatismo y sufrimiento; un Cristo que desprende humanidad y nobleza, que denota paz y quietud tras haber padecido el horrible calvario.
Velázquez dio toda la importancia en la composición al cuerpo del Señor cuya sombra proyecta con suma destreza, levemente, sobre el fondo verde oscuro del lienzo. También podemos apreciar que Los tablones con los que está construida la cruz están trabajados, pulidos y esmeradamente pintados, incluso los nudos de la madera y que la cruz está clavada en un montículo, algo que se descubrió en la última restauración del lienzo.
El pintor sevillano no dio mucha importancia a la sangre, sólo perceptible en cantidad en las zonas de manos y pies y en la madera cercana a los clavos; en menor medida aparece en la herida del constado, para estar minuciosamente representada con pequeñas gotas en su frente, y con finos hilillos y salpicaduras en su rostro y cuerpo.
La luz ilumina desde la derecha el cuerpo del crucificado, un cuerpo limpio, surcado por algunos rasguños, cuerpo semiblanquecino, pálido, grisáceo en algunas zonas, céreo en otras, acentuando las luces y sombras de este modo sobre un cuerpo en el que empieza a anunciarse el “rigor mortis”.
Llegados a este punto hay algunas cosas que os quiero destacar y que me llaman un poco más la atención observando la pintura con algo más de detenimiento:
–La ejecución magistral de la corona de espinas con las gotitas de sangre que surcan la frente del crucificado y resbalan por el lado izquierdo del rostro derramándose sobre su cuerpo.
–La serenidad imperturbable de su rostro acentuado por esos ojos cerrados, y la fina delicadeza del tratamiento de la cabellera que se desprende ocultándonos el otro lado de la cara.
–La falta de tensión en los brazos y en el cuerpo al descansar los pies sobre el supedáneo, y la sensación de ligero movimiento conseguido por el hecho de que Velázquez retrasa un poco la posición de la pierna derecha haciendo recaer el peso del cuerpo sobre la cadera de ese lado.
–El incremento de la luminosidad y el volumen con algunas pinceladas de blanco de plomo en algunas zonas del paño de pureza (perizoma) y con minucioso detalle en las uñas.
        Una vez desbrozada la esencia del cuadro vuelvo a la sensación de soledad que despierta en mí la obra y el contexto. Quizá sea eso lo que han querido conseguir los responsables de la pinacoteca colocando el Cristo entre otras dos pinturas de motivo religioso del mismo autor, pero muy diferentes en todo, me refiero a “la Coronación de la Virgen” y al “San Antonio abad y San Pablo primer ermitaño.












Me explico…
Observemos la majestuosa Coronación de la Virgen. Se trata de una típica escena mariana, gloriosa, llena de reconocimiento a la figura de la Virgen María, representada pensativa, llevándose la mano al pecho, con la mirada baja y las mejillas arreboladas, llena de dulzura y timidez, de respeto hacia la divina presencia de la Santísima Trinidad, rodeada de ángeles y querubines, formando una abigarrada y colorida composición en forma de corazón.
Miremos ahora al lado opuesto. El cuadro del San Antoni Abad y San Pablo primer ermitaño presenta multitud de figuras puesto que aparecen cinco escenas de la vida de San Antonio; el santo aparece encontrándose con el sátiro y el centauro, llamando a la puerta del ermitaño, conversando con él y esperando la llegada del cuervo con su sustento diario, y observando a los leones cavar la tumba de San Pablo ermitaño ya muerto. Velázquez pinta un cuadro de gran variedad cromática, dando una importancia capital al paisaje y a los celajes del fondo, algo que recuerda mucho a la obra de Patinir, por ejemplo en el “Paisaje con San Jerónimo” del Museo del Prado o en el “San Jerónimo en el desierto” del Museo del Louvre.
Y concluyo volviendo la vista al frente, al Crucificado de Velázquez. Percibo la soledad del cuerpo de Cristo lleno de luz, una soledad turbadora y estremecedora acentuada de forma sublime por contraposición a los grandes lienzos que lo flanquean de compleja composición y variedad cromática, ofreciéndonos una imagen del Salvador que llama a la emoción y la devoción; a la fe y la religiosidad. Bueno…eso me parece a mí.
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