Sara me llevó paseando, sin
detenerse, a través de las salas 061b y 061.
–Como
ves, la mayor parte de los cuadros de estas salas son de gran formato, pintura
de historia del s.XIX. Pero… te quiero llevar a la siguiente sala, porque creo
que te resultará mucho más “edificante” la obra que te voy a enseñar. –Ella me
sonrió con picardía.
–¡Qué
estarás tramando, bribona! –exclamé divertido.
–Vamos
a la sala 062. Allí está el legado de Ramón de Errazu.
–¿Quién
era?
–Ramon
de Errazu pertenecía a una familia de empresarios vascos. Nacido en México,
vivió en París, donde se relacionó con el mundo del arte, principalmente con Raimundo
de Madrazo.
–De
la saga de los Madrazo.
–El
hijo de Federico.
–Ok.
El de la Condesa de Vilches, el cuadro de antes.
–Exacto.
El caso es que a Ramón de Errazu le dio por coleccionar, debido a la influencia
familiar y a la de su círculo de amistades. A su muerte, en 1904, legó en su testamento
25 obras al Museo del Prado. En esta sala hay expuestas algunas de ellas como
las del gran paisajista Martin Rico, con esos cuadros llenos de luz, o ese
retrato de cuerpo entero de Ramón de Errazu que le hizo el propio Raimundo de
Madrazo. Y bueno…también la obra que quiero que veas. –Sara me llevó ante un espectacular desnudo femenino.
–Pero
mujer… ¡Qué cuadros me enseñas! ¡Uno no es de piedra! –exclamé–. Una moza de
curvas sinuosas con cara de desear ser “explorada”. Por eso lo de que iba a ser
“edificante”. ¡Eres un diablillo tunante y provocador! –comenté enarcando las
cejas repetidas veces, travieso.
–Dudaba
sí enseñarte esta pintura. Quizá no pueda controlar al vejete libidinoso que
habita en ti –añadió paciente–. Anda, no seas bobo. Lo que te decía, pertenece
al legado Errazu, y se trata de uno de los mejores desnudos del museo.
–No
seré yo quien lo ponga en duda, aunque nada que ver con el de la señorita que llevo
de la mano –besé a Sara en la frente.
–Me
lo voy a tomar como un piropo, eso sí, algo cochino –ella me sonrió.
–Pues
cuéntame, o seguiré pensando en el desnudo de su merced.
–Retiro
lo del piropo. Cochino directamente –esta vez rio, mientras me apretaba la mano
y apoyaba su cabeza en mi hombro–. Pues verás… se trata de la obra de Paul
Baudry, un pintor francés de segunda mitad del s. XIX, “la perla y la ola” o
también llamada “fábula persa”.
–Hablando
en serio. Me parece espectacular –comenté.
–Pues
voy a ver cómo te desvelo sus secretos sin despertar aún más tus instintos
básicos –añadió jocosa y dubitativa.
–Ve
sin cuidado, están bajo control, pero suficientemente despiertos teniéndote tan
cerca –bromeé mientras le hacía una carantoña y jugueteaba con su mano.
–Como
no tienes remedio, vamos al asunto –me sonrió y continuó–. Paul Baudry fue un
pintor de éxito en época de Napoleón III. La obra está fechada en 1863 y,
cuando se presentó, despertó admiración, por su indiscutible calidad, y alguna crítica,
por considerarse atrevida.
–Me
hago cargo –dije con afectada resignación.
–El
autor nos presenta a una mujer de extraordinaria belleza, de cuerpo voluptuoso
y nacarino, sobre la arena, a punto de ser envuelta por una ola de mar. Es una
perla cuyo estuche es la ola que la va a cubrir.
–Cubrir…
–Sí,
en parte, esa podría ser una explicación sobre la intención que el autor quería
dar al cuadro. Una mujer como símbolo evidente de sexualidad femenina que va a
ser seducida, engullida por el mar, que simbolizaría la sexualidad masculina. Puede
ahondar en esta interpretación el hecho de que, en la última restauración y
limpieza, se han recuperado los rastros de un anillo que tenía la mujer en uno
de sus dedos, como símbolo del matrimonio. En fin… interpretaciones se pueda
haber muchas. También podemos hacerla entroncar con el tema clásico del
nacimiento de Venus, Venus surgida del mar, o Venus Anadiomena. Te enseñaré
alguna foto de pinturas… –Sara sacó su móvil y me invitó a ver algunos cuadros–.
Mira esta obra de Tiziano,
o ésta de Botticelli.
–La
de Botticelli pude verla en los Uffizi, ¿puede ser?
–Sí.
Y mira estos dos, más o menos contemporáneos al de Baudry. A mí me encantan. Los
dos son sobre el mismo tema del Nacimiento de Venus; este, de Alexandre
Cabanel, del mismo año, y este de Bouguereau,
un poco más tardío, de 1879.
–Tienes
razón, dos magníficas pinturas. Y… ¡vaya cuerpazos!
–No
seas guarro que enseguida se te cae la baba. Céntrate en el cuadro de nuevo que
te me dispersas… –Sara me miró con reproche, pero divertida.
–A
sus órdenes, encantadora guía –obedecí con cierta sorna.
–A
lo que iba. Destaca el análisis anatómico de la mujer, cuyo cuerpo se extiende sobre
la arena, con suavidad, exponiendo al espectador la armonía de sus curvas, la
del brazo-axila-seno, la de la cintura y las nalgas, la de las rodillas y la de
los tobillos. En contraste, tenemos la postura, forzada pero magistral, de sus
brazos y manos, y, sobre todo la de la cabeza. El rostro aparece girado y bien dibujado,
destacando el perfecto modelado de las cejas y de una nariz perfecta. La mirada,
de reojo, pero directa y clara, muy insinuante, se vuelve al espectador sin
pudor, y remata la imagen con esa boca sugerente, entreabierta, que termina de
realzar la sensualidad del cuerpo desnudo con esa expresión facial que se calificó
de picante en el momento de la presentación de la obra. Es como si a la mujer no
le importara que la estuviéramos mirando en el momento previo a que el mar la
posea.
–Ahora
que lo dices, la verdad es que el cuadro invita a algo más que la contemplación
–dije con sinceridad.
–Para
mí, tiene un fuerte contenido sexual. De hecho, ya te digo que tuvo muchas
críticas por ello. Pero es de una belleza indiscutible. Fíjate que bien pinta
el pelo de la mujer y como lo deja suelto sobre la arena, difuminándolo. Además
del espectacular desnudo, observa las algas que aparecen pintadas en primer
plano con esa pincelada mucho más descuidada, menos precisa, mientras que
detalla mucho más las conchas y caracolas que aparecen a ambos lados de la
modelo, o el mar a base de diversos matices de azules y verdes salpicado de manchas
de espuma blanca. Observa como rompe la ola en el lado derecho en esos luminosos
cachones sobre las rocas y las caracolas, a los pies de la mujer.
–El
cuadro es una maravilla.
–Y
una última cosa. El marco va muy acorde con la pintura con esas veneras que
simbolizan de nuevo el estuche que va a contener la perla.
Lo
cierto es que la obra era de una belleza indiscutible, y la explicación de Sara,
como siempre, había sido densa y me había dado unos puntos de vista diferentes
a lo que destacaba a simple vista; el indudable atractivo de aquel cuerpo
femenino nacarado sobre la arena.
–El amigo Baudry
tuvo que disfrutar pintándolo. Sobre todo, si la moza…hizo algo más que dejarse
retratar.
–Creo
que deberías hacer más caso a las explicaciones de “tu modelo”, no sea que esta
noche decida no posar para ti –finalizó Sara insinuante.
–Un gran cuadro
y una estupenda interpretación del mismo, sí señorita –aseguré asintiendo
teatralmente esperando que no cumpliera su amenaza, mientras ella reía y, a buen
seguro, ya pensaba en una nueva obra que presentarme.
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