Ayer
leí uno de esos libros que tengo pendientes en mi biblioteca (a este paso, dado
que la velocidad de compra supera la de lectura con creces, necesitaré varias
vidas para leer lo que voy adquiriendo). Se trata de Juana la Loca, la cautiva de Tordesillas, de Manuel Fernández Álvarez
(1921-2010).
Este
historiador es uno de mis predilectos, no sólo por su extraordinario
conocimiento de la Edad Moderna, en especial del S. XVI, sino también porque,
al leer sus libros, me da la sensación de que el autor abre una ventana al
pasado para que el lector se asome y viva la historia. Manuel Fernández Álvarez
enseña e ilustra; nos muestra los hechos de una manera sencilla, directa y
amena.
Vamos
con el libro…
Pocas
vidas resultan tan inquietantes y turbadoras como la de Juana de Castilla, más
conocida como Juana, la loca. Nació el 6 de noviembre de 1479 en Toledo.
Tercero de los vástagos de los Reyes católicos tras Isabel y Juan, su vida
estaba predestinada a jugar un papel capital dentro del tablero político
europeo que sus padres habían diseñado. Criada y educada como una infanta, su
preceptor fue el humanista Alejandro Giraldino, de quién recibió la enseñanza
del latín, mostrando ciertas habilidades también para la danza y la música; tocaba
con especial “gracia” el clavicordio (nos cuenta el profesor Fernández Álvarez).
En
1496, con escasos 16 años partió del puerto de Laredo hacia Flandes donde
casará con Felipe, Duque de Borgoña, más conocido como Felipe el hermoso. Las
alianzas políticas que se habían establecido con los Austrias contemplaban este
matrimonio y el que se celebró entre la hermana de Felipe, Margarita, y el
príncipe Juan.
Y
es en Bruselas donde empieza la desdicha de nuestra sufrida infanta. Alejada de
los suyos, se establece en una corte con usos y costumbres totalmente
diferentes a lo que ella conocía, incluso el idioma le era ajeno, el francés. Aun
así, parece ser que surge lo que podemos llamar una “atracción fatal” entre
Felipe y Juana. Ella se refugió en un principio en esa relación afectivo-sexual
intensa y tempestuosa propia de la juventud de ambos. La actitud nada inclinada
a la fidelidad conyugal de Felipe unido a cierto aislamiento de la corte de
Juana respecto a la de Bruselas comienza a provocar un comportamiento errático
de la infanta con continuos ataques de celos y depresiones.
Es
el destino de los Trastámara, más bien la muerte, quien abre el camino de la
infanta hacia la sucesión de la corona. En 1497 falleció el Príncipe Juan
(nunca gozó de una extraordinaria salud, era una persona débil, aunque se
cuenta que el matrimonio no le sentó nada bien; se dice que la fogosidad con la
que se tomó el asunto con Margarita de Austria le llevó a la tumba. Su sobrino
Carlos V en los múltiples consejos que le dio al futuro Felipe II le exhortaba para
que se cuidara del exceso de actividad carnal no le pasara lo que le había
sucedido a su tío Juan). Después murió su hermana Isabel del parto del Infante
Miguel (1498), y finalmente, éste último feneció a la temprana edad de dos años
(1500).
En
noviembre de 1501, nos encontramos con que Felipe y Juana parten hacia España
para hacerse cargo de su legítima herencia, y lo hacen, no por mar, sino por
tierra, atravesando Francia, algo que no gustó en la corte castellana. La
innata inclinación filofrancesa de Felipe (incluso rinde vasallaje a Luis XII
en Blois), no fue bien vista por Isabel y Fernando, enfrentados abiertamente a
la nación vecina en diferentes escenarios (principalmente en Italia). Finalmente,
tras seis meses de trayecto, la pareja fue nombrada oficialmente, con pompa y
boato, heredera legítima de la corona castellana en la Catedral de Santa María
de Toledo, en mayo de 1502.
Al
año siguiente Felipe regresa a Flandes, quedando Juana en España a petición de
sus padres dado su avanzado estado de gestación (en marzo de 1503 nacería su
hijo Fernando, su cuarto vástago, Leonor, Carlos e Isabel permanecían en
Flandes). La inestabilidad de Juana se hace patente día a día, sus depresiones
y sus celos le llevan a enfrentarse a su madre de manera evidente en el famoso
episodio del Castillo de la Mota (parece ser que incluso Juana llegó a pasar
una noche a la intemperie porque no la dejaban reunirse con su esposo). Isabel
la Católica se ve obligada a ceder y Juana viaja a Flandes donde sufrirá un
nuevo ataque monumental de celos que incluso le llevará a desfigurar con una
tijera a la supuesta amante de su Felipe. Su marido reaccionó aislándola aún
más.
En
noviembre de 1504 muere Isabel la Católica en Medina del Campo (su testamento
deja clara la más que probable falta de aptitud de su hija para el gobierno).
No será hasta 1506 cuando Felipe y Juana, regresen ya como Reyes a Castilla.
Las desavenencias de Felipe con Fernando el Católico son evidentes, ambos
aspiran a regir los destinos de la corona ante la supuesta incapacidad de Juana
(Felipe decide recabar apoyos dentro de la nobleza castellana aconsejado por hombres
destacados de su corte como D. Juan Manuel, Conde de Belmonte, y se dedica a ganar
tiempo esquivando el encuentro con su suegro; mientras éste le espera en
Laredo, Felipe desembarca en La Coruña; mientras Fernando va a su encuentro vía
Ponferrada, Felipe accede a la meseta por Puebla de Sanabria). Finalmente, la
balanza se decanta a favor de Felipe apoyado por una nobleza que busca
recuperar el poder político perdido durante el reinado de los Reyes Católicos.
Fernando abandona sus pretensiones en el acuerdo de Villafáfila, retirándose a
Aragón y preparándose para viajar a Nápoles.
El
destino querrá que el reinado de Felipe I dure 18 días. Muere en Burgos; se
cuenta que tras haber hecho ejercicio y tomado agua muy fría. Juana I de
Castilla seguirá reinando, pero quién en realidad detenta el poder es el
Cardenal Cisneros que ejerce como regente. Cisneros solicitará el regreso de
Fernando de Italia para que se haga cargo de la corona castellana ante el alarmante
deterioro del estado mental de la Reina (probablemente aquejada de una profunda
depresión por la muerte de su esposo) que se dedica, durante meses, a pasearse por
Castilla con el féretro de su marido (escena que inmortalizó Francisco de
Pradilla en 1877 en su hermoso cuadro expuesto en el Museo del Prado, Juana
la Loca velando a Felipe el Hermoso) hasta instalarlo en el Convento de
Santa Clara en Tordesillas, pero sin darle sepultura.
Allí
se encontrará con su padre quién decide recluirla definitivamente en esa misma
localidad vallisoletana en 1509 en compañía de su hija pequeña, Catalina, bajo
la estrecha vigilancia del aragonés Mosen Ferrer, hombre de confianza de Fernando
el Católico.
Desde
este momento su vida se entenebrece aún más si cabe. Lo único que van cambiando
son los ordenantes de su reclusión y sus carceleros. Durante la 2ª regencia de
Cisneros (mientras el heredero, el primogénito de Juana y Felipe y futuro
Emperador Carlos V viaja a Castilla para tomar posesión del cargo 1516-1517)
será el Obispo de Mallorca, Rodrigo Sánchez de Mercado, quién se haga cargo de
la Casa de la Reina en sustitución de Mosen Ferrer (al parecer no gozaba de las
simpatías de la población local).
A
la llegada de Carlos, éste se aprovecha de la supuesta incapacidad de su madre
para ser proclamado rey, algo que se impuso ya desde Flandes, lo que constituye
según algunos autores, un auténtico golpe de estado que ni el mismo Cisneros
pudo evitar porque en el fondo garantizaba la estabilidad política y contribuía
al bien común de los reinos. Carlos sí que mantuvo las formas en la fórmula con
la que firmaba los documentos: “Doña Juana e Don Carlos, su hijo, Reyna y Rey
de Castilla, de León, de Aragón…” Incluso cuando fue nombrado Emperador,
mantenía en sus firmas a su madre como Reina.
El
movimiento comunero de 1520 hizo que, durante 75 días, Juana I de Castilla se
sintiese más libre de lo que era en realidad, pero en ningún momento firmó nada
en contra de su hijo. La Santa Junta Comunera se instaló en Tordesillas
buscando su apoyo, algo que no logró, al menos, formalmente. A pesar de ello,
Carlos mantuvo la reclusión de su madre hasta su muerte, encargando su custodia
a hombres de su entera confianza como el Marqués de Denia, Bernardo de Sandoval
y Rojas, que ejerció con mucho celo su oficio (hoy hablaríamos de maltrato).
Quizá
el peor momento por el que pasó Doña Juana en su eterno cautiverio fue cuando su
hija Catalina salió de Tordesillas para casarse con Juan III de Portugal,
perdiendo así su única compañía, corría el año de 1525. Después de esta fecha
hasta su muerte en 1555 fue visitada esporádicamente por sus hijos y nietos,
manteniendo una relación quizá especial con la Emperatriz Isabel de Portugal. Cabe
destacar la reunión familiar acaecida en la Navidad de 1536 cuando, durante
unos días, se instalaron en Tordesillas su hijo Carlos y su esposa Isabel, y
sus nietos Felipe, María y Juana.
Resaltar
finalmente la labor espiritual que San Francisco de Borja hizo con ella, a petición
de Felipe II, durante los últimos meses de su vida. Parece ser que resultó ser
una grata compañía y un alivio para la reina la presencia del Santo.
Murió
el 12 de abril de 1555, según Manuel Fernández Álvarez:
“Juana,
la loca, al fin era libre”
Nota acerca de la supuesta o
real “locura” de Juana de Castilla.
La
vida de Juana I de Castilla presenta un cierto paralelismo a la de su abuela
Isabel de Portugal quién desde la muerte de Juan II, su marido, no abandonaría
Arévalo, confinada durante 40 años por su supuesta enajenación mental. Juana
conoció tanto la inestabilidad de su abuela como los ataques de celos que
sufría su propia madre por las infidelidades de Fernando el Católico y pudo
heredar este tipo de problemas asociados a fuertes procesos depresivos no
tratados o mal curados, algo que pudo dejar también como legado a su hija María
de Hungría, viuda a temprana edad tras la muerte de su esposo Luis II de
Hungría en la batalla de Mohacs frente a los turcos, y gobernadora de los Países
Bajos durante 25 años, aunque ésta supo sobreponerse a las depresiones que
sufrió.
Muy interesante para los amantes de la historia como yo. Ha sido un placer.
ResponderEliminarME HA GUSTADO, UN REPASO A MIS CLASES DE HISTORIA, Y A LA SERIE ISABEL
ResponderEliminarSiempre es bueno refrescar la memoria. Saludos
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