domingo, 5 de abril de 2020

POR EL MUSEO DEL PRADO CON SARA. ANIBAL VENCEDOR CONTEMPLA POR PRIMERA VEZ ITALIA DESDE LOS ALPES DE FRANCISCO DE GOYA



    Llevo unos días dándole vueltas. Echo de menos a Sara; también alguno de vosotros me pregunta qué ha sido de ella. Para todos aquellos que no sepáis quien es, Sara es una de mis creaciones, una de las protagonistas de mi novela, “Tiempos de sombras”, es un encanto de mujer, una inteligente y hermosa morena de melena corta, de mirada triste y penetrante, Catedrática de Historia Medieval, con quien viajé virtualmente a Roma, y dejé inconclusa una serie de relatos. Y he pensado que quién mejor que ella para enseñarme, y enseñarnos, el Museo del Prado, ella que “sabe de esto mucho”. Yo estoy encantado, ella me hace feliz y me divierte… aunque sea en la ficción…

        Me había quedado absorto ante un cuadro al entrar en la sala 35…Sara se me acercó por detrás, y me cogió por la cintura.
        –Ha hecho pipí el nene –comentó jocosa.
        –Menos cachondeo. Ya no me aguantaba.
       –¿Qué dice mi vencedor? –me susurró al oído mientras seguía aferrada a mí, haciendo referencia, sin duda, al cuadro que admiraba.
        –Pues mira, me ha sorprendido. No me parecía un Goya.
        –Es el “Aníbal vencedor contempla por primera vez Italia desde los Alpes”. Tiene una curiosa historia. ¿Te la cuento?
        –Ilumíname, luz de mi vida –comenté pomposo, mientras ella me cogía de la mano y, como ya era una costumbre, correspondía a mis chanzas con un puñetazo cariñoso en el hombro.
        –Veras, boberas –comenzó su explicación resignada–. Empecemos porque el cuadro está en depósito en el Prado, no es propiedad del museo. ¿Has visitado Cudillero, en Asturias?
        –Sí, conozco Cudillero. Pero ya me dirás que tiene que ver con el cuadro.
        –¿Y la Quinta Selgas-Fagalde, a las afueras del pueblo?
        –Eso ya no.
        –Pues es como que no has ido a Cudillero del todo. La fundación Selgas-Fagalde se dedica a conservar el legado de la familia indiana que da nombre a la Quinta. Es un lugar maravilloso, con extensos jardines, con fuentes y cuidados parterres, con árboles y plantas exóticas, y una villa espectacular, donde la familia reunió una extraordinaria colección de arte.
        –Supongo que algún día me llevaras –simulé acatamiento.
        –Ni que fuera a llevarte al matadero –contestó algo desilusionada.
        –Era broma. Seguro que es un lugar interesantísimo.
        –Pues mira, solo por pasear por sus jardines ya merece la pena, aunque el conjunto, con el Palacio, el Pabellón de tapices, el Museo escolar o la Iglesia, y las obras de arte, supera todas las expectativas, te lo aseguro. Pues como te decía, la fundación cuida del legado de la familia, y hace unos años llegó a un acuerdo con el Museo del Prado en el que éste le restauraría cinco de sus obras, y organizaría, con fondos del museo, dos exposiciones allí. Este cuadro es uno de los que entró en el acuerdo. Y la sorpresa fue que un investigador del Museo del Prado, Jesús Urrea, destapó su verdadera autoría. La familia Selgas lo compró en el siglo XIX como pintura italiana, y resulta que, en 1993, este experto, anunció que se trataba, sin ningún tipo de duda, de un Goya de la primera etapa, concretamente de 1771.
        –Vaya. Pues sí que tiene miga el asunto.
        –Pues espera. Ahora sabemos que Goya estuvo en Italia dos años. En Génova, coincidió con Anton Rafael Mengs y su séquito, con el que viajaría por los estados italianos. Probablemente animado por éste, Goya decidió participar en un concurso organizado por la Academia de Bellas Artes de Parma; Mengs sentía algo especial por Parma, porque allí se había formado su ídolo Correggio, y a Goya le atraía la conexión dinástica de sus gobernantes con Madrid.
        –Imagino que, si allí se hacía con un nombre dentro de la pintura, podría venir a España con “referencias” –la interrumpí momentáneamente.
        –Correcto. Y presentó este lienzo.
        –Y ganó…
        –No, no lo hizo. Pero su obra causó gran impresión y se llevó una mención especial que acabaría teniendo eco en una publicación especializada; en la revista literaria parisina Le Mercure de France. Para un joven de 25 años aquello debió de ser importante.
        –A mí me gusta el cuadro. Un poco simple mi argumento, ¿no?
        –Por algo se empieza. Pues bien, la Academia de Bellas Artes de Parma proponía una serie de consignas a la hora de elaborar la pintura. Debía salir el héroe llevado de la mano por la Victoria, y debía tener un formato y unas dimensiones determinadas.
        –Las bases del concurso. Vamos…que no era un tema libre.
        –No. Pero Goya fue mucho más allá porque, además de hacer un gran estudio compositivo y lumínico, hizo alusiones alegóricas en su contenido, lo idealizó utilizando colores poco reales, y le dio un giro psicológico a la escena.
        –Veamos entonces –le animé.
        –Lo primero que resalta es la extraordinaria importancia del dominio de la luz por parte del autor, con la utilización de esos colores poco naturales, azules y rosados. En primer plano, fíjate que deja en semipenumbra a la alegoría del rio Po, que aparece representado como un hombre fuerte situado de espaldas con cabeza de toro, y con un cántaro del que mana agua. En el centro, Goya situó al héroe cartaginés que no está siendo guiado por el genio alado, sino que parece que este confirma sus actos mostrándole la llanura italiana. Aníbal, ataviado como romano, tiene una expresión de duda, parece superado por los acontecimientos, por esa hazaña que está protagonizando, pero que tiene un incierto futuro. Al lado aparece uno de sus hombres, abanderado a caballo, que parece esperar sus órdenes.
        –La verdad es que el ejército que le acompaña parece de todo menos victorioso –comenté.
        –Bien visto. Goya pinta un ejército cansado, abatido, que pasa por detrás de la escena principal y desciende por la colina. Quizá sea la visión lógica de unas tropas que siguen a su líder pero que, tras cruzar los Pirineos y los Alpes en invierno, no se encuentran en su mejor estado. Y otra de las alegorías del cuadro está en la parte de arriba donde la Victoria aparece en ademán de imponerle la corona de Laurel.
        –¿Sabes que me ha gustado tu explicación?
        –Pues...gracias. –contestó ella con sinceridad apoyando su cabeza en mi hombro, quedándose unos instantes en silencio mientras ambos disfrutábamos del lienzo.
        –¿Seguimos? –pregunté al cabo de un par de minutos.
        –Vamos. –Sara tiró de mi hacia la sala siguiente, donde en aquel momento no había nadie. Entonces se giró, y me besó levemente en los labios, con mucha ternura.
        –¿Y esto? Querida doncella te pueden echar por escándalo público, y a mi detenerme por asaltacunas.
        –Igual pensabas que se me había olvidado. ¡Felicidades abuelete! –exclamó antes de volver a besarme.
        –No todas pueden presumir de pasear con un anciano que cumple 53 años, por el Museo del Prado. Deberías sentirte una privilegiada –afirmé mientras le guiñaba tras la sorpresa.
        Entonces, ella me sonrió con dulzura y, de la mano, me invitó a seguir disfrutando del museo. Yo…encantado.

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