Permanecimos en la sala 43 unos
instantes viendo el resto de pinturas de los dos genios venecianos. Sara miraba
a derecha e izquierda, probablemente intentando recordar qué es lo que había en
las salas adyacentes. Finalmente rompió su silencio.
–Mira…
como ya hemos visto algo de Tiziano y de Veronés, y esto es tan grande…
–Cuantas
obras hay expuestas.
–En
total, algo más de 1700. Contando pinturas, grabados, dibujos, esculturas,
artes decorativas…
–¿Y
pinturas?
–Sobre
1150, creo.
–Pues
a este ritmo no nos da tiempo a verlas todas –ironicé–.
–Para
eso tendrías que vivir dentro.
–Me
lo pensaré, pero sólo si aceptas compartir habitación conmigo. –Le sonreí.
–Dependerá
de cómo te portes. Estás muy juguetón.
–Es
por tu culpa. Eres un ser pecaminoso. Fíjate que ahora mismo no me quito de la
cabeza la apetitosa visión de ese hermoso escote y su contenido… –Sara,
desconfiada, comprobó que el botón estaba abrochado, y me cogió del brazo.
–Vamos.
Ya sé dónde llevarte. Y como medida de precaución volveremos a la pintura
religiosa.
–No
hace falta. Prometo portarme bien. Podemos seguir con temas profanos si quieres.
–No
me fio. En cuanto ves cuadros con mujeres ligeritas de ropa, o sin ella, te
transformas en un anciano depravado. –Ella rio.
–No
hago más que apreciar la belleza del arte, y de un escote bien llevado. Aunque
me resulta muy duro resistir a la tentación de hacer alguna locura con el
monumento que llevo de guía. ¿Cómo se te ha quedado el cuerpo después de este
amable piropo? ¿Podría cogerte por la cintura y…?
–¡De
la mano y chitón! –Sara se negó divertida, y me arrastró hacia la sala
anterior, la 42, luego salimos al vestíbulo de la puerta de Goya, pasamos la
sala 24, y nos detuvimos en la 25.
–Sabes…
a veces tengo la impresión de que la gente nos mira. –Mis palabras sorprendieron a Sara.
–¿Por?
–Hay
una diferencia de edad evidente. Además, no hay más que vernos; tú eres una
mujer que está como un pan de molde, y yo no llego ni a mendrugo reseco.
–No
seas bobo. ¡Qué miren lo que quieran! A mí no me importa.
–Pues
eso no les pasa a todas, hay quien le da toda la importancia del mundo. A lo
mejor piensan que soy un creso,
y que estás conmigo por mi enorme fortuna –comenté aludiendo a la fama de las
riquezas de aquel legendario rey de Lidia. –Sara se sorprendió con mi
palabreja. Seguidamente se puso seria.
–Mira… Allá cada
cual con su conciencia. Lo importante es que no me pase a mí, digo yo. Las
demás me importan un bledo, siempre y cuando no quieran llevarse a mi divertido
vejete lúbrico –Sara soltó
una carcajada–. No pienses en eso. ¿Eres feliz conmigo? –Esta vez al que le
sorprendió la pregunta fue a mí–.
–Creo
que es obvio, ¿no? Quizá, demasiado feliz.
–Pues
como yo también lo soy, el resto, no nos interesa. Y nunca es demasiado
tratándose de estas cosas.
–Es
que a veces no me creo que me esté pasando esto.
–Entonces
no es que te mira la gente, eres tú que te sientes inseguro. –Sara me cogió de
las manos y se puso delante de mí.
–Puede
ser –apunté con cierta tristeza–.
–Eres
un tontorrón, y no sabes lo que me gustas… –Entonces ella se puso de puntillas,
y me besó en los labios en el medio de la sala.
–¡Morid
de envidia plebe! –exclamé elocuente–.
–¿Y
ahora vas a dejar de pensar en esas cosas y vas a disfrutar de este día conmigo
y en el Museo?
–Lo
que tiene que hacer y decir uno para recibir el cariño que merece –le susurré
jocoso al oído mientras la abrazaba. Luego, ella me soltó el correspondiente y
merecido puñetazo en el hombro, me sonrió, me volvió a coger de la mano, y se
dirigió ante un enorme lienzo que yo ya conocía.
–Tengo
el brazo dormido.
–Te
lo mereces por candongo, y por
no controlar esa mente calenturienta. –Sara rio juguetona.
–“El
lavatorio” –afirmé–.
–¿Seguimos
entonces? Veo que conoces la obra.
–Sé
el nombre y el autor. Imagino que alguna vez lo tuve que estudiar, pero de eso
hace ya muchos años.
–Pues
vamos a ello. Tintoretto es el tercer gran maestro de la escuela veneciana del
s. XVI. En el año 2000 se restauró y se hizo un estudio muy completo de esta
obra fechada en 1547. Se ha concluido que es autógrafa de Jacopo Tintoretto,
reafirmando lo que ya se pensaba en el Prado, y desmintiendo algunas opiniones
que la mantenían como copia. La obra formó parte del encargo de dos grandes lienzos,
de las mismas dimensiones, que le hizo la Scuola del Santísimo Sacramento de la
Iglesia de san Marcuola de Venecia, para colocarlos en el presbiterio; nuestro “Lavatorio”
iría colocado en la parte derecha frente a una “Ultima
cena” que aún se puede contemplar allí. Se sabe que el cuadro perteneció a
Carlos I de Inglaterra y que, en época de Felipe IV, el embajador Alonso de
Cárdenas, lo compró para el rey. También sabemos que Velázquez lo colgó en la
sacristía del escorial en una situación que permitía su correcta contemplación,
lo que nos demuestra que el genio Sevillano sabía lo que hacía. Bajo unas
arquitecturas clásicas que pueden identificarse con Venecia por el canal y las
barcas, Tintoretto refleja el momento evangélico en el que San Pedro se acaba
de negar a que Cristo le lave los pies, y este le dice que si no accede no
podrá seguirle. Cristo lleva un paño blanco atado a la cintura para secar los
pies de los apóstoles; es símbolo de pureza. Le está insistiendo a San Pedro para
que meta el pie en un cubo señalándoselo (el evangelio decía que era un lebrillo), mientas San Juan espera con
un aguamanil, y otro paño blanco en las manos. El resto de apóstoles están
representados en diversas posturas y actitudes, quitándose ropa o sandalias, sentados
en la mesa… Es curioso que la mitad de los discípulos no interactúan con nadie
mientras la otra mitad sí lo hace por pares, Pedro y Juan en la escena junto a
Cristo, dos en la mesa, uno que parece que se va a levantar mientras su
compañero permanece absorto, con la mirada perdida, y la graciosa pareja del que
le está quitando las calzas al otro.
–Menuda
pelea tiene con la prenda el muchacho –bromé–.
–En
esto hay quien ve la influencia de varios amigos de Tintoretto que se dedicaban
al teatro, que gustaban de incluir escenas satíricas y humorísticas en sus
obras más sacras. Y lo fundamental es que el lienzo está diseñado para ser
visto desde nuestro lado derecho. Si la miramos de frente, como ahora, quedan
muchos espacios vacíos, y las figuras parecen aisladas y no tienen mucho
sentido. El perro queda en el centro del cuadro alzándose como la figura más importante,
y lo más ilógico, la escena principal, y que da título a la obra, queda en el extremo
de un lienzo de más de 5 m.
–Será por alguna
causa, imagino. De todos modos, elabora algunos escorzos meritorios como el de
esa escena jocosa, y el del apóstol del lado izquierdo que se está quitando la
sandalia.
–Correcto. Y se
pintó así ya que era este lado desde donde iban a verlo los feligreses,
recuerda que te dije que colgaría de la parte derecha del presbiterio en San
Marcuola. El lienzo se estructura en torno a una diagonal que parte del pie de
San Pedro, pasa por el brazo de Cristo y la mesa, para acabar en el punto de
fuga que está en el arco de triunfo del fondo, al final del canal. Así, la
escena principal toma protagonismo, el perro lo pierde, y el gran personaje de
la derecha acaba cerrando la composición.
–Pues
sí que cambia la cosa, sí –Ya nos habíamos situado en el lugar que Sara juzgó
conveniente para la correcta lectura de la obra–. Todavía recuerdo cuando me
hiciste deambular ante aquel cuadro del Greco en el Museo de Santa Cruz, que
tenía un ángel con túnica ocre en el extremo derecho inferior.
–Ya.
Es “La
Inmaculada Concepción de la capilla Oballe” que pintó el cretense para esa espacio
de la iglesia de San Vicente Mártir de Toledo. Cierto, él sabía que se entraba
a la capilla por ese lado derecho. Por eso diseño esa composición central “serpentinata”
que nace en el enorme ángel escorado y que continúa en la Virgen; el cuadro se
ve diferente si lo miras desde cualquier otro ángulo. Aquí pasa lo mismo, pero acentuado
por la gran perspectiva con la que juega.
–Vale.
–Más cosas… La
Scuola del Santísimo Sacramento se dedicaba a proteger el culto de la Eucaristía.
Por eso eligió el tema del lavatorio que es el momento evangélico previo a la última
cena, y símbolo de la humildad. Como reflejo de lo que nuestro lienzo tenía en
frente en aquella iglesia, la otra obra de Tintoretto, “La última cena”, pintó,
sobre la cabeza de Cristo, el mismo tema, pero de forma muy esquemática; apenas
esboza las túnicas y las cabezas con nimbo, con pinceladas sueltas bajo ese
fondo arquitectónico. Se sabe que Tintoretto elaboró primero todo el escenario,
sin personajes, y luego los añadió, y que tenía una forma curiosa de diseñar
sus composiciones; reproducía lo que iba a pintar, e incluía figuritas de barro
para ver como quedaban, y poder así analizar las sombras que creaban. Respecto
al perro, es probable que lo pintara Jacopo Bassano, artista que se había
especializado en figuras de animales, y que era amigo de Tintoretto; tiene un
cuadro donde pinta la misma imagen “Dos
perros de caza atados a un tocón de árbol”. Incluso hay quién dice que Tintoretto
pudo inspirarse en “La última
cena” de Bassano, pintada unos meses antes, para crear la suya.
–Interesante.
–Hay tanto que
ver que los hemos dejado atrás. Creo que en la sala 40 hay varios cuadros de
los hermanos Bassano; fue una familia importante dentro de la escuela
veneciana.
–Y también
influyeron en el Greco, según me dijiste en Toledo.
–El
paso por Venecia del candiota
cambió su pintura; de los Bassano se quedó con el problema de la iluminación,
los efectos nocturnos, el uso de la luz artificial… Pero eso ya lo veremos,
aquí al lado hay unos cuantos cuadros del Greco.
–Y…
un par de detalles que a mí me llaman la atención. Acércate todo lo que puedas al
centro del lienzo. Fíjate en esas tres figuras bajo el arco del punto de fuga,
están elaboradas con arrastres y pincelas aisladas, y el que más me gusta, el
de barca de la derecha que se acerca por el canal, observa la sombra que
proyecta sobre el agua, es genial.
–Es
una maravilla, aunque jamás lo hubiese visto.
–Hay
que pasar mucho tiempo frente a ellos para ver ciertas cosas. Y eso es todo lo
que se me ocurre ahora.
–Que ya es una
barbaridad. Estoy pensando que como me hagas andar de un lado para otro de cada
cuadro… ya sabes que tengo cierta edad.
–Será física,
mental… eres igual que un crío. Quizá para algunas cosas hayas llegado a la pubertad.
–Sara rio.
–Tengo un desarreglo
hormonal de mil demonios –añadí poniéndome frente a ella y tomándola de la
cintura–. Estoy pensando en que esta noche me deberías dejar acerté un lavatorio,
pero de todo este hermoso continente –dije bajando mis manos unos centímetros.
–No seas tan
cursi. ¿Hermoso continente? –Sara rio–. Si sigues bajando las zarpas sí que te
van a mirar –añadió divertida, mientras yo me incomodaba y las retiraba. Luego
me susurró unas palabras al oído que resultaron ser una proposición de cómo
quería que sucedieran las cosas en el lavatorio que le había propuesto que, por
su contenido y mi discreción, no puedo, ni debo reproducir.
–Creo que me
estoy poniendo enfermo… –dije abanicándome ostentosamente con ambas manos.
–Y colorado, muy
colorado. –Rio ella guiñándome y mordiéndose otra vez el labio inferior, coqueta
y sensual, mientras tiraba de mí ya hacia otro cuadro.
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