domingo, 26 de abril de 2020

POR EL MUSEO DEL PRADO CON SARA. EL LAVATORIO DE TINTORETTO.


    Permanecimos en la sala 43 unos instantes viendo el resto de pinturas de los dos genios venecianos. Sara miraba a derecha e izquierda, probablemente intentando recordar qué es lo que había en las salas adyacentes. Finalmente rompió su silencio.
        –Mira… como ya hemos visto algo de Tiziano y de Veronés, y esto es tan grande…
        –Cuantas obras hay expuestas.
        –En total, algo más de 1700. Contando pinturas, grabados, dibujos, esculturas, artes decorativas…
        –¿Y pinturas?
        –Sobre 1150, creo.
        –Pues a este ritmo no nos da tiempo a verlas todas –ironicé–.
        –Para eso tendrías que vivir dentro.
        –Me lo pensaré, pero sólo si aceptas compartir habitación conmigo. –Le sonreí.
        –Dependerá de cómo te portes. Estás muy juguetón.
        –Es por tu culpa. Eres un ser pecaminoso. Fíjate que ahora mismo no me quito de la cabeza la apetitosa visión de ese hermoso escote y su contenido… –Sara, desconfiada, comprobó que el botón estaba abrochado, y me cogió del brazo.
        –Vamos. Ya sé dónde llevarte. Y como medida de precaución volveremos a la pintura religiosa.
        –No hace falta. Prometo portarme bien. Podemos seguir con temas profanos si quieres.
        –No me fio. En cuanto ves cuadros con mujeres ligeritas de ropa, o sin ella, te transformas en un anciano depravado. –Ella rio.
        –No hago más que apreciar la belleza del arte, y de un escote bien llevado. Aunque me resulta muy duro resistir a la tentación de hacer alguna locura con el monumento que llevo de guía. ¿Cómo se te ha quedado el cuerpo después de este amable piropo? ¿Podría cogerte por la cintura y…?
        –¡De la mano y chitón! –Sara se negó divertida, y me arrastró hacia la sala anterior, la 42, luego salimos al vestíbulo de la puerta de Goya, pasamos la sala 24, y nos detuvimos en la 25.
        –Sabes… a veces tengo la impresión de que la gente nos mira. –Mis palabras sorprendieron a Sara.
        –¿Por?
        –Hay una diferencia de edad evidente. Además, no hay más que vernos; tú eres una mujer que está como un pan de molde, y yo no llego ni a mendrugo reseco.
        –No seas bobo. ¡Qué miren lo que quieran! A mí no me importa.
        –Pues eso no les pasa a todas, hay quien le da toda la importancia del mundo. A lo mejor piensan que soy un creso, y que estás conmigo por mi enorme fortuna –comenté aludiendo a la fama de las riquezas de aquel legendario rey de Lidia. –Sara se sorprendió con mi palabreja. Seguidamente se puso seria.
–Mira… Allá cada cual con su conciencia. Lo importante es que no me pase a mí, digo yo. Las demás me importan un bledo, siempre y cuando no quieran llevarse a mi divertido vejete lúbrico –Sara soltó una carcajada–. No pienses en eso. ¿Eres feliz conmigo? –Esta vez al que le sorprendió la pregunta fue a mí–.
        –Creo que es obvio, ¿no? Quizá, demasiado feliz.
        –Pues como yo también lo soy, el resto, no nos interesa. Y nunca es demasiado tratándose de estas cosas.
        –Es que a veces no me creo que me esté pasando esto.
        –Entonces no es que te mira la gente, eres tú que te sientes inseguro. –Sara me cogió de las manos y se puso delante de mí.
        –Puede ser –apunté con cierta tristeza–.
        –Eres un tontorrón, y no sabes lo que me gustas… –Entonces ella se puso de puntillas, y me besó en los labios en el medio de la sala.
        –¡Morid de envidia plebe! –exclamé elocuente–.
        –¿Y ahora vas a dejar de pensar en esas cosas y vas a disfrutar de este día conmigo y en el Museo?
        –Lo que tiene que hacer y decir uno para recibir el cariño que merece –le susurré jocoso al oído mientras la abrazaba. Luego, ella me soltó el correspondiente y merecido puñetazo en el hombro, me sonrió, me volvió a coger de la mano, y se dirigió ante un enorme lienzo que yo ya conocía.
        –Tengo el brazo dormido.
        –Te lo mereces por candongo, y por no controlar esa mente calenturienta. –Sara rio juguetona.
        –“El lavatorio” –afirmé–.
        –¿Seguimos entonces? Veo que conoces la obra.
        –Sé el nombre y el autor. Imagino que alguna vez lo tuve que estudiar, pero de eso hace ya muchos años.
        –Pues vamos a ello. Tintoretto es el tercer gran maestro de la escuela veneciana del s. XVI. En el año 2000 se restauró y se hizo un estudio muy completo de esta obra fechada en 1547. Se ha concluido que es autógrafa de Jacopo Tintoretto, reafirmando lo que ya se pensaba en el Prado, y desmintiendo algunas opiniones que la mantenían como copia. La obra formó parte del encargo de dos grandes lienzos, de las mismas dimensiones, que le hizo la Scuola del Santísimo Sacramento de la Iglesia de san Marcuola de Venecia, para colocarlos en el presbiterio; nuestro “Lavatorio” iría colocado en la parte derecha frente a una “Ultima cena” que aún se puede contemplar allí. Se sabe que el cuadro perteneció a Carlos I de Inglaterra y que, en época de Felipe IV, el embajador Alonso de Cárdenas, lo compró para el rey. También sabemos que Velázquez lo colgó en la sacristía del escorial en una situación que permitía su correcta contemplación, lo que nos demuestra que el genio Sevillano sabía lo que hacía. Bajo unas arquitecturas clásicas que pueden identificarse con Venecia por el canal y las barcas, Tintoretto refleja el momento evangélico en el que San Pedro se acaba de negar a que Cristo le lave los pies, y este le dice que si no accede no podrá seguirle. Cristo lleva un paño blanco atado a la cintura para secar los pies de los apóstoles; es símbolo de pureza. Le está insistiendo a San Pedro para que meta el pie en un cubo señalándoselo (el evangelio decía que era un lebrillo), mientas San Juan espera con un aguamanil, y otro paño blanco en las manos. El resto de apóstoles están representados en diversas posturas y actitudes, quitándose ropa o sandalias, sentados en la mesa… Es curioso que la mitad de los discípulos no interactúan con nadie mientras la otra mitad sí lo hace por pares, Pedro y Juan en la escena junto a Cristo, dos en la mesa, uno que parece que se va a levantar mientras su compañero permanece absorto, con la mirada perdida, y la graciosa pareja del que le está quitando las calzas al otro.
        –Menuda pelea tiene con la prenda el muchacho –bromé–.
        –En esto hay quien ve la influencia de varios amigos de Tintoretto que se dedicaban al teatro, que gustaban de incluir escenas satíricas y humorísticas en sus obras más sacras. Y lo fundamental es que el lienzo está diseñado para ser visto desde nuestro lado derecho. Si la miramos de frente, como ahora, quedan muchos espacios vacíos, y las figuras parecen aisladas y no tienen mucho sentido. El perro queda en el centro del cuadro alzándose como la figura más importante, y lo más ilógico, la escena principal, y que da título a la obra, queda en el extremo de un lienzo de más de 5 m.
–Será por alguna causa, imagino. De todos modos, elabora algunos escorzos meritorios como el de esa escena jocosa, y el del apóstol del lado izquierdo que se está quitando la sandalia.
–Correcto. Y se pintó así ya que era este lado desde donde iban a verlo los feligreses, recuerda que te dije que colgaría de la parte derecha del presbiterio en San Marcuola. El lienzo se estructura en torno a una diagonal que parte del pie de San Pedro, pasa por el brazo de Cristo y la mesa, para acabar en el punto de fuga que está en el arco de triunfo del fondo, al final del canal. Así, la escena principal toma protagonismo, el perro lo pierde, y el gran personaje de la derecha acaba cerrando la composición.
        –Pues sí que cambia la cosa, sí –Ya nos habíamos situado en el lugar que Sara juzgó conveniente para la correcta lectura de la obra–. Todavía recuerdo cuando me hiciste deambular ante aquel cuadro del Greco en el Museo de Santa Cruz, que tenía un ángel con túnica ocre en el extremo derecho inferior.
        –Ya. Es “La Inmaculada Concepción de la capilla Oballe” que pintó el cretense para esa espacio de la iglesia de San Vicente Mártir de Toledo. Cierto, él sabía que se entraba a la capilla por ese lado derecho. Por eso diseño esa composición central “serpentinata” que nace en el enorme ángel escorado y que continúa en la Virgen; el cuadro se ve diferente si lo miras desde cualquier otro ángulo. Aquí pasa lo mismo, pero acentuado por la gran perspectiva con la que juega.
–Vale.
–Más cosas… La Scuola del Santísimo Sacramento se dedicaba a proteger el culto de la Eucaristía. Por eso eligió el tema del lavatorio que es el momento evangélico previo a la última cena, y símbolo de la humildad. Como reflejo de lo que nuestro lienzo tenía en frente en aquella iglesia, la otra obra de Tintoretto, “La última cena”, pintó, sobre la cabeza de Cristo, el mismo tema, pero de forma muy esquemática; apenas esboza las túnicas y las cabezas con nimbo, con pinceladas sueltas bajo ese fondo arquitectónico. Se sabe que Tintoretto elaboró primero todo el escenario, sin personajes, y luego los añadió, y que tenía una forma curiosa de diseñar sus composiciones; reproducía lo que iba a pintar, e incluía figuritas de barro para ver como quedaban, y poder así analizar las sombras que creaban. Respecto al perro, es probable que lo pintara Jacopo Bassano, artista que se había especializado en figuras de animales, y que era amigo de Tintoretto; tiene un cuadro donde pinta la misma imagen “Dos perros de caza atados a un tocón de árbol”. Incluso hay quién dice que Tintoretto pudo inspirarse en “La última cena” de Bassano, pintada unos meses antes, para crear la suya.
–Interesante.
–Hay tanto que ver que los hemos dejado atrás. Creo que en la sala 40 hay varios cuadros de los hermanos Bassano; fue una familia importante dentro de la escuela veneciana.
–Y también influyeron en el Greco, según me dijiste en Toledo.
        –El paso por Venecia del candiota cambió su pintura; de los Bassano se quedó con el problema de la iluminación, los efectos nocturnos, el uso de la luz artificial… Pero eso ya lo veremos, aquí al lado hay unos cuantos cuadros del Greco.
        –Y… un par de detalles que a mí me llaman la atención. Acércate todo lo que puedas al centro del lienzo. Fíjate en esas tres figuras bajo el arco del punto de fuga, están elaboradas con arrastres y pincelas aisladas, y el que más me gusta, el de barca de la derecha que se acerca por el canal, observa la sombra que proyecta sobre el agua, es genial.
        –Es una maravilla, aunque jamás lo hubiese visto.
        –Hay que pasar mucho tiempo frente a ellos para ver ciertas cosas. Y eso es todo lo que se me ocurre ahora.
–Que ya es una barbaridad. Estoy pensando que como me hagas andar de un lado para otro de cada cuadro… ya sabes que tengo cierta edad.
–Será física, mental… eres igual que un crío. Quizá para algunas cosas hayas llegado a la pubertad. –Sara rio.
–Tengo un desarreglo hormonal de mil demonios –añadí poniéndome frente a ella y tomándola de la cintura–. Estoy pensando en que esta noche me deberías dejar acerté un lavatorio, pero de todo este hermoso continente –dije bajando mis manos unos centímetros.
–No seas tan cursi. ¿Hermoso continente? –Sara rio–. Si sigues bajando las zarpas sí que te van a mirar –añadió divertida, mientras yo me incomodaba y las retiraba. Luego me susurró unas palabras al oído que resultaron ser una proposición de cómo quería que sucedieran las cosas en el lavatorio que le había propuesto que, por su contenido y mi discreción, no puedo, ni debo reproducir.
–Creo que me estoy poniendo enfermo… –dije abanicándome ostentosamente con ambas manos.
–Y colorado, muy colorado. –Rio ella guiñándome y mordiéndose otra vez el labio inferior, coqueta y sensual, mientras tiraba de mí ya hacia otro cuadro.

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