Sus nuevas alas le hacían creerse un ser
especial, un ángel; le permitían sobrevolar el bosque mágico de sus sueños, un
mundo de fantasía donde los árboles le hablaban; donde los arroyos le
murmuraban; donde el viento le silbaba caricias; donde las rocas le enviaban
destellos luminosos anunciándole su presencia; donde el césped, adornado por un
inmenso manto de flores multicolor, parecía una alfombra perfectamente tejida
que ocupaba los escasos claros en los que el sol conseguía abrirse paso sobre aquella
tupida vegetación.
Las inmensas copas de los árboles parecían querer dejarle sin espacio para maniobrar, atrapándolo suavemente entre ellas y las nubes blancas y algodonadas, sobre las que, si le apetecía, podía descansar.
Las inmensas copas de los árboles parecían querer dejarle sin espacio para maniobrar, atrapándolo suavemente entre ellas y las nubes blancas y algodonadas, sobre las que, si le apetecía, podía descansar.
Sus
alas, fuertes, como lo fueron en su juventud, blancas como la nieve, puras como
el agua de un manantial, perfectamente cuidadas, le permitieron, durante un
tiempo, deshacerse de los recuerdos, sobrevolar el mundo de los sueños y los
anhelos con decisión, con esperanza e ilusión.
Pero
fue algo efímero…
Las
nubes se tornaron grises en un atardecer de triste recuerdo. El cielo se volvió
contra él con furia, una nueva tormenta se desató. Sus alas, empapadas, apenas
podían sostenerle en el aire. Su vuelo, olvidado durante tanto tiempo, era
torpe aún. El firmamento tronó, quejumbroso, a su paso, se iluminó con cientos
de relámpagos y, finalmente, descargó su furia sobre él. Un cruel rayo le
alcanzó.
Herido,
se precipitó al vacío. Cayó sobre las copas de los árboles, que no fueron
capaces de detener su fatal descenso. Se golpeó y magulló con las ramas hasta
que su cuerpo, muy maltrecho, fue abrazado por aquel manto de césped y flores
que, aplastado por el peso de la lluvia, se mostró menos acogedor de lo que
había soñado.
Intentó
incorporarse. De rodillas, agitó torpemente sus alas.
-¡Cómo
vas a volar si ni siquiera te puedes poner en pie! –pensó
Miró
a su alrededor, la lluvia, incesante, resbalaba por su cabeza formando
regueros, que se tornaban salobres al mezclarse con el sudor del miedo y del
esfuerzo, con las lágrimas de dolor y soledad que volvían a desbordar sus ojos.
El cielo estaba engullendo, voraz, el mundo de sus sueños; los colores estaban
desapareciendo, las flores y el césped dejaban paso a un tremedal inestable y
hediondo; los árboles estaban perdiendo sus hojas que pasaban a formar parte de
aquel suelo pantanoso, se estaban convirtiendo en figuras fantasmagóricas,
deformes, oscuras y tenebrosas que parecían querer atraparle.
Comenzó
a andar penosamente por aquella ciénaga espesa y fangosa, el auténtico camino
de su vida, el camino que no llevaba a ninguna parte, o, más bien, a la única
parte donde acababan todos sus caminos, en la nada, en el vacío silencioso y
ensordecedor de la nada.
Trataba
de recuperar el aliento en cada parada. Se apoyaba en una de sus rodillas,
mientras la otra permanecía fija en el suelo. Los pulmones parecían estallarle,
incapaces de suministrar el oxigeno suficiente para alimentar sus células
moribundas. Su corazón latía desenfrenado intentando bombear la sangre que sus
músculos necesitaban para moverse, pero era insuficiente, cada vez le costaba
más incorporarse y caminar. Su piel palidecía bajo aquel cielo en el que el sol
había desaparecido, se agrietaba incapaz de mantener la tersura que necesitaba
para seguir viviendo, para seguir protegiendo un cuerpo que se descomponía por
momentos.
Miraba
hacia sus costados, siendo consciente de la cruda realidad.
-No
eras más que un sueño, eres un ángel de alas rotas –se repetía soturno y
desconsolado.
Aquellas
alas le habían fallado. Las plumas se habían agostado, habían perdido su
blancura. No eran más que un amasijo de tejido grisáceo que no era capaz de
extender, y que no le permitía volar, que se iba desprendiendo y desintegrando dejando
un rastro de tristeza imposible de contener que el viento y el lodazal, por el
que se movía con tal dificultad, se encargaban de hacer desaparecer.
Sus
alas desaparecían sin remedio, su cuerpo, cansado y malherido era azotado por
el viento, que convertía cualquier movimiento en un suplicio. Atravesado por
aquel rayo, envenenado por aquella energía que le devolvía al mundo de los
recuerdos tan súbitamente, no pudo más.
Sus
piernas fallaron, sus rodillas no lograron sostener su peso, su cuerpo quedó
flotando sobre aquel suampo pestilente, aquella tupida manigua que se había
descompuesto ante sus ojos. Fue hundiéndose poco a poco, viendo el horrible
espectáculo de un bosque fantasmal, de un cielo oscuro y tormentoso, hasta que
finalmente se hizo el silencio. El pantano de la vida engulló sus pensamientos,
sus sueños, sus ilusiones y esperanzas, pasando desde entonces a forma parte de
una pegajosa y negra turba de recuerdos inmersa en las aguas putrefactas de su
auténtica existencia.
Cuenta
la leyenda que, con el paso de los milenios, aquel pantano se secó, que la
fuerza de la tierra comprimió aquella turba formando un inmenso yacimiento de
carbón, y que, en medio de él, se encontró un pequeño diamante en forma de
corazón, quien sabe si lleno de sueños o de recuerdos.
buenas noches, por casualidad llegué tu escrito, aunque nada en la vida es casual; me atrapo la forma de relatarlo y el final. Lo felicito, escribi y narra muy bién, hizo que me sumergiera como si fuera a mí que me estuviera pasando todo. Muchas gracias por permitir leerlo.
ResponderEliminarGracias a ti por entrar en mi modesto rincón. Saludos
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