domingo, 9 de enero de 2022

DIVINA PRECIOSA.

 


   A veces me siento a observar con calma el paisaje que me rodea, mar y montaña. Allí me resulta relativamente sencillo perder mi mirada en el horizonte y dejarme envolver por la imaginación y los recuerdos. A veces, incluso quedo atrapado temporalmente en el juego de algunas de mis neuronas traviesas y creativas...
   –Hola “Div”me presenté con el cariñoso apócope de «Divina», apodo que hacía unos días le había adjudicado tras percibir una angustiosa turbación cuando dejó descansar su intimidante y reprobadora mirada de ojos garzos sobre mi rostro, no recuerdo si porque estaba haciendo algo mal, porque me tocaba pagar los platos rotos de un comienzo de jornada laboral poco afortunado o, simplemente, porque se trataba de mí, una «persona mayor», algo que no tardaría en recordarme, a buen seguro, porque era su pasatiempo preferido.
   Su apodo completo era el de “Divina Preciosa”, me recordaba mucho a la protagonista de La Gitanilla de Miguel de Cervantes, aquella morenita de ojos claros que hacía las delicias de los presentes con sus graciosos bailes y alegres cantos, con su donaire y desparpajo, que había enamorado al noble Juan de Cárcamo, y le había hecho padecer aquella prueba de amor de hacerse pasar por el gitano Andrés Caballero, con todos los disgustos que tuvo que sobrellevar el pobre hombre hasta que pudo alcanzar la felicidad.    
Durante el breve instante que estuve esperando su bienvenida, si es que ella había reparado en mi presencia, nunca estaba seguro si en su realidad yo existía o no, volví a pensar fugazmente en la novela romántica de Cervantes, en su Preciosa y en mi “Divina Preciosa”, y en el noble Juan transformado en el gitano Andrés por mor de su amor, y yo. Pronto regresé a mi realidad, consciente de que sí había similitudes entre el personaje cervantino y la hermosa muchacha que tenía enfrente, pero que no cabía ninguna comparación entre el noble o gitano y yo. Mi “Divina Preciosa tenía su noble o gitano particular bien atado y, yo a lo único que aspiraba era a ser recibido con resignación de la forma habitual; seguramente me recordaría con sañuda inquina mi avanzada edad, pudiéndolo acompañar en algún momento de una delicada sonrisa sin duda con algún regusto sardónico. Sobra decir que no me equivoque en mis elucubraciones.
    Hola señor –dejó caer con el suficiente retintín como para que me diera por aludido, porque lo de “señor” lo dejaba deslizar entre sus pequeños labios con la sutileza y la picardía propia de quién no da puntada sin hilo. Era un mensaje encriptado, un eufemismo dirigido sólo a mí; para el resto de los mortales pasaba desapercibido o simplemente lo consideraba un saludo respetuoso. Sólo yo sabía lo que había detrás de ese correcto “señor”; uno más de sus aviesos embelecos.
    Me detuve unos instantes ante ella intentando asumir lo de «señor» con honrosa dignidad y elegancia, intentando no mostrar el más mínimo atisbo de desagrado; probablemente acabaría por contestar y caer en su juego donde sería engullido por su sarcasmo. Apoyé las manos en el mostrador intentando entablar alguna conversación que me hiciera olvidar su recibimiento, también a ella, rehuyendo su penetrante mirada, intentando que el rayo zarco de sus ojos no me incomodara, esa incomodidad atávica, esa irracional inseguridad que sentía delante de algunas mujeres, algo que me había ido embalsamando a lo largo de mi vida hasta convertirme en una caricatura, en una especie de momia egipcia en el sarcófago pétreo y frío de la soledad, enterrado bajo una pirámide de oscuridad y desesperanza sin que ellas lo supieran; o quizá sí.
  –Tienes las manos bonitas. Bueno...este dedo no me gusta. –Ella interrumpió nuestro silencio señalando a mi dedo índice izquierdo con improvisada naturalidad, como hacía asiduamente sin dar mucha importancia a las consecuencias de sus afiladas sentencias, con ese estilo tan suyo, «correntío y loquesco», al que hubiera aludido el propio Cervantes refiriéndose a la Preciosa de su novela.
    –Es que ahora no me muerdo las uñas. Es lo que me ha dejado como herencia la dichosa pandemia. Salvo una excepción, no sé porqué pero sigo mordisqueándomelas cuando leo, quizá porque tenga las manos ociosas y no sepa que hacer con ellas.
    La respuesta fue de tal interés para ella, tan atractiva e intelectual, de tanta profundidad y calado, que me obsequió con una nueva sonrisa, esta vez distraída, puede que forzada e indiferente, volvió la vista sobre la pantalla de su ordenador y, finalmente, cogió el teléfono móvil para atender algún mensaje inexistente o quizá real pero encaminado sin ninguna duda a dar por terminada la conversación...
      La puerta de la habitación se cerró a mis espaldas con un ligero portazo debido a una oportuna y salvadora corriente de aire; a saber como hubiera acabado mi estado de ánimo de haber seguido atrapado en mis recuerdos y fantasías. Cerré la ventana y salí del marco del paisaje de mi atalaya. No tardé mucho en volver a rememorar la caricatura de mi mismo, aquella momia que yacía en su gélida morada de piedra sepultada bajo la oscuridad de una pirámide. Luego me dije que quizá también ella dejó de luchar por su viaje hacia la feliz eternidad con el paso del tiempo, se aburrió y se acostumbró a disfrutar de la soledad y la desesperanza dentro de su hosco sarcófago.

sábado, 8 de enero de 2022

LA GITANILLA, DE MIGUEL DE CERVANTES.

 


    La “gitanilla”, de Miguel de Cervantes, es una novela corta romántica. Cuenta la historia de Preciosa, una hermosa y joven muchacha que es admirada haya por donde pasa por su extraordinaria belleza, su desparpajo y donaire.
    Preciosa, acompañada por su abuela, que la protege y cuida, vive del dinero que saca cantando y bailando por la calles y, mientras se pasea por Madrid ,enamora a un joven noble, Juan de Cárcamo. Este atribulado muchacho le declara su amor, a lo que Preciosa responde con prudencia imponiéndole una dura prueba para demostrarlo; deberá pasar dos años viviendo con los gitanos antes de que haya boda. Juan de Cárcamo accede y se convierte en Andrés Caballero, abandonando su vida noble y su proyecto de ser soldado en Flandes.
    Junto a su amada y los gitanos, Andrés Caballero pasará por Toledo, luego por Extremadura y finalmente recalará en Murcia, tras evitar Sevilla donde la abuela de Preciosa había dejado una “cuenta pendiente”. Ya en Murcia, varias gitanas junto a Preciosa, su abuela y Andrés se alojan en un mesón propiedad de una viuda rica, Juana Carducha, quién se enamora del muchacho y le propone matrimonio. Andrés la rechaza porque su amor es Preciosa, y Juana Carducha, despechada, le tiende una trampa escondiendo unas joyas suyas dentro del equipaje del joven. Cuando abandonan el mesón la dueña denuncia que le han robado. Andrés es golpeado durante el interrogatorio, reaccionando ante esta injusticia enfrentándose a un soldado. Durante la escaramuza el soldado muere, y el joven enamorado es prendido y encarcelado.
    La fama de la belleza de Preciosa llega hasta casa del rico Corregidor D. Fernando de Acevedo y de su esposa Guiomar de Meneses quienes la reciben y quedan impresionados con las ruegos y lloros de ésta, afligida por el cruel destino de su amado. Ante esta grave situación la abuela de Preciosa toma la decisión de desvelar la verdadera identidad de la joven gitana que en realidad es Constanza Acevedo, la hija del Corregidor y su esposa. Ella misma confiesa que robó a la niña quince años atrás de la casa de los nobles cuando estos vivían en Madrid aportando varias pruebas del delito. Doña Guiomar corrobora la versión de la gitana al comprobar que Preciosa tiene una marca de nacimiento en un pecho y un defecto en los pies. La felicidad se adueña de la casa del Corregidor, aunque no del corazón de Preciosa quién sigue penando por Andrés. Finalmente también la anciana gitana desvela la verdadera identidad de Juan de Cárcamo, el noble que se ha hecho pasar por Andrés Caballero.
    Entonces el Corregidor, Fernando de Acevedo, intercede por el joven y logra escarcelarlo, pactando una indemnización para la familia del soldado muerto.
    La historia de D. Juan y Preciosa llega a Madrid, y D. Francisco de Cárcamo decide viajar inmediatamente a Murcia tras conocer el verdadero paradero de su hijo desaparecido. La novela finaliza con la feliz boda de la pareja de enamorados protagonistas y la confesión de Juana Carducha ante la justicia eximiendo a Juan de Cárcamo de toda culpa en el supuesto robo de sus joyas.