Durante unos instantes,
permanecimos en silencio frente a la obra. Era evidente que Sara acostumbraba a
hacerlo y, ahora, parecía que me invitaba a que yo me habituara también para
que pudiera digerir todo lo que me contaba sobre los cuadros; quizá incluso con
el fin de que hubiera alguna duda o pregunta postrera que aclarar.
A pesar de mis
bromas, yo me deleitaba escuchándola. Sentimientos aparte, algo que obviamente
te convierte en parcial, oírla hablar de aquellas pinturas con aquel entusiasmo
me emocionaba, me enorgullecía y, sobre todo, me hacía sentir un privilegiado. Además,
junto a ella, disfrutando de ella, la vida era muy diferente. Hasta el día que la
conocí, independientemente de que fuera en aquellas circunstancias tan
especiales (perdón por el inciso del autor, pero para saber cómo nos conocimos
tendréis que esperar a que se publique mi libro “Tiempos de sombras”), era como
si la vida no hubiera sido más que una broma, una insoportable broma macabra.
Todo lo que me rodeaba tomaba sentido junto a Sara, mi vida tenía color
mirándola a través de sus preciosos ojos oscuros de mirada lánguida. Sentía
como si Eolo hubiera soplado con fuerza y hubiera disipado el gris plomizo y
pesaroso que había anubarrado mi existencia durante tantos años, para dejar un
horizonte azul y despejado, limpio e ilusionante del que gozar.
Admirando
el cuadro y centrifugando aquellos bellos pensamientos, ella intervino:
–Ahora
que hemos entrado de lleno en la pintura de la escuela veneciana del
renacimiento tengo que contarte algo. ¿Has reparado en el tamaño de los
cuadros?
–Por
lo que se puede ver en esta galería, la mayoría son de gran formato.
–La
escuela veneciana fue la creadora de los grandes lienzos. Y la causa no es otra
que la humedad de Venecia. Allí la pintura al fresco se deterioraba muy rápido,
y buscaron esta solución.
–¿Y
por qué no la tabla?
–Hay
varias razones, primero el peso y el transporte, la madera pesa mucho más, y el
lienzo es más liviano y se puede enrollar.
–Claro, lógico.
–Pero hay más.
Su precio. La tabla es mucho más cara porque requiere una costosa elaboración; hay
que elegir el árbol adecuado, cortar las tablas en la orientación precisa y
dejar secar la madera, y algunas tardaban varios años en hacerlo. Y luego está
el tema del tamaño, las tablas están limitadas al grosor del árbol, luego un
cuadro grande necesita de la unión de varias tablas, lo que aumenta la
posibilidad de que se agriete con el transcurso del tiempo y los cambios de
temperatura y humedad. Ahora vamos a ejercitar tu memoria. –Sara me sonrió y
apoyó su cabeza en mi hombro.
–Ya sabes que con
la vejez… aunque a tu lado me siento rejuvenecido –bromeé pícaro–.
–Te advierto que
sigo en el pedestal. Soy intocable –Sara rio–. ¿Recuerdas “El
expolio” del Greco?.
–Por supuesto. Tu
amiga Esther nos lo explicó con todo lujo de detalles en la Catedral de Toledo.
–Pues ella nos
dijo que estaba hecho sobre una sola pieza de tela, la que habitualmente
utilizaba el genio de Candía, lienzo de mantel, y su tamaño es… –Sara consultó
su móvil–. 285 x 173 cm. Además, si se quiere un lienzo más grande se puede
coser otra tela, y no hay riesgo de que se agriete como la tabla.
–Interesante.
–Evidentemente
cambiaron las técnicas en cuanto a la preparación del soporte, y la imprimación
que se le daba antes de empezar a pintar sobre ella. No era lo mismo pintar
sobre madera que sobre tela. Luego estaba el tema del brillo; el lienzo da como
resultado una pintura con un tono más mate, y esto se solucionó aplicando barnices
una vez concluida la obra. Muchos pintores alternaron los dos tipos soportes,
caso destacable fue el de Rubens, y en el pequeño formato se siguió utilizando
la tabla, sobre todo en la pintura flamenca, pero desde el renacimiento
predomina el lienzo.
–Caray. Es toda
una ciencia.
–Ya te dije que
tenemos en el museo un departamento de documentación técnica y de restauración
puntero en el mundo. Puedes ver videos de cómo trabajan en su web y en youtube,
es algo fascinante.
–Seguro que lo
haré.
–¿Continuamos?
–Cuando quieras.
Después de esta clase magistral, seguro que viene otra. Tenía que haberte
conocido antes, te hubiera contratado como asesora de novelista en temas
histórico-artísticos, y me hubiera ahorrado muchas horas de investigación.
–¿Sólo me
hubieses querido para eso? –Sara me miró y se mordió sensualmente el labio inferior.
–Eres un veneno,
un súcubo desalmado. Ahora
que estaba yo tranquilo… –comenté resignado mientras ella reía y, de la mano,
me conducía hasta nuestra próxima parada, en la misma sala 24–. El movimiento de
tus labios me ha carpido. No
puedo dejar de pensar en ellos.
–Lo de las
palabrejas tiene su guasa. Nadie las usa, ¿súcubo, carpido? –Sara rio–.
–¡Me obnubilas!
–exclamé enfático.
–Ahora céntrate,
es una orden –añadió sonriendo, teatralizando ligeramente nuestra llegada ante
el cuadro, señalándomelo con la mano aparatosamente.
–Lo intentaré,
pero no garantizo nada. Este ha sido un golpe bajo, cruel e inesperado.
–Como te dije
antes, este es “Felipe II ofreciendo al cielo al infante don Fernando”, también
de Tiziano. Fue un encargo que le hizo Felipe II para conmemorar dos hechos
importantes que se habían dado en 1571, la victoria de Lepanto frente a los turcos
y el nacimiento de un heredero; en aquel momento, el infante don Fernando era
la nueva esperanza de la monarquía a la hora de perpetuarse.
–Que
pronto se frustró, según me dijiste el niño murió siendo un crío –comenté tratando
de apartar mis últimos pensamientos observando la pintura.
–Exacto.
Estamos ante una de las obras más tardías de Tiziano. De hecho, debía de estar retirado
cuando le llegó el último encargo del rey. La obra se fecha 1573 y 1575;
teniendo en cuenta que murió en 1576, puedes hacerte una idea.
–Si
no recuerdo mal fue un hombre longevo.
–Murió
a los 86. No te equivocas.
–Me
parece que a esas alturas de su vida no estaba ya ni para sostener un pincel.
–Sara sonrió.
–Probablemente
no. Tiziano recibió instrucciones precisas de lo que Felipe II quería que
pintara, y para ello se le enviaron unos bocetos y un retrato del rey elaborados
por Sánchez Coello, pintor de corte en aquel momento. Tiziano había retratado a
Felipe II en 1548 en Milán y en 1551 en Augsburgo, y no le volvió a ver. Por tanto,
el retrato debió de servirle para representar a un monarca que ya tenía 20 años
más. Felipe II es representado de perfil, y sostiene a su hijo desnudo sobre
una especie de mesa o altar cubierto por un mantel, mientras un Ángel, pintado
en un escorzo muy atrevido, que porta una corona de laurel, le ofrece al niño
una hoja de palma y le entrega una filacteria con la consigna MAIORA TIBI.
–Palma
y laurel, símbolos de victoria, gloria… Eso lo entiendo, el latinajo… me lo
traduzca –le solicité con salero.
–Se
puede interpretar como “Mayores triunfos te esperan”. Al fondo aparece
representada la Batalla de Lepanto, en primer plano hay un prisionero turco y
despojos de los vencidos a su izquierda. La nota graciosa la pone ese perrillo
que alza las patas delanteras y se apoya en la columna, mientras que mira la
escena con curiosidad, puede que reclamando protagonismo a su amo. El cuadro
está firmado en la hoja que hay clavada en la columna siguiente.
–Para
ser una de sus últimas obras, Tiziano hizo un buen trabajo.
–Sí.
Este cuadro fue el elegido por Felipe II como símbolo de su reinado, imagínate
la importancia que le dio. De hecho siempre estuvo colgado junto al que
representaba el de su padre, el famoso cuadro del emperador a caballo “Carlos
V en la batalla de Mühlberg”. Y ahora viene lo más interesante de la
pintura, y que puede que ya lo hayas visto. –Ella me dejó pensar unos segundos.
–Parece
que está ampliado, hay costuras y diferencia de color, ¿verdad?
–Muy
bien. Se restauró en 2017. Está documentada la ampliación del cuadro en 1625,
reinando Felipe IV, y el motivo fue que iba a colgar en el Alcázar junto al “Carlos
V en la Batalla de Mühlberg”, y este último cuadro era más grande. Para igualar
su tamaño se decidió hacer esta ampliación que se le encargo a Vicente
Carducho. Y ahora, después de restaurado, se notan más los añadidos.
–¿Por
qué?
–Pues
porque Carducho agrandó una obra que tenía cincuenta años, y ajustó los colores
sobre los de un cuadro que ya tenía suciedad y barnices oxidados. Al
restaurarse, la parte de Tiziano recuperó su color original, de hecho, ahora se
pueden ver hasta los fogonazos de los cañones en la batalla de Lepanto,
mientras en la ampliación de Carducho no se pueden recuperar porque no los tenía
en origen.
–Me
he quedado hecho un estafermo
¿Y lo dejan así sabiendo que es un añadido?
–¿Estafermo?
–Sara rio y continuo–. En este caso en concreto, la obra se ha incluido en un proyecto
que se denomina “Enmarcando el Prado”. Se va a ocultar de alguna manera para
que el cuadro tenga su sentido y recupere el estado más próximo al original de
Tiziano. Es difícil decidir qué hacer en estos casos, aunque fíjate que los
añadidos casi hacen que el protagonista de la escena sea el turco que está en
primer plano con esos enseres al lado, y la diferencia de color es evidente. En
este caso, a pesar de ser una intervención histórica, altera la obra por
completo y su significado.
–Desde
luego el centro de la escena deja de ser el rey. Se ve más el turco, tienes
razón.
–Es
un gran lienzo, y quedará mejor ocultando lo agregado por Carducho.
–¿Sabes?
Me siento como el perrito de la escena. Allí, el pobre, apartado, con la boca
entreabierta, reclamando un poco de atención por parte de su dueño –dramaticé fijando
mis ojos en los suyos.
–Eres
incansable.
–¿Por
qué tuviste que hacer eso con los labios? –Sara me cogió por la cintura, me miró
y, sugerente, volvió a hacer lo mismo que me había nublado las entendederas,
minutos antes. Luego soltó una carcajada–.
–¡Señor,
aparta de mi este cáliz! –exclamé con afectación.
–¿Estás
seguro de que quieres que me aparte? –preguntó coqueta antes de posar su cabeza
sobre mi hombro–.
–Es
una forma de hablar… es algo retórico…–balbuceé divertido–.
–Pues
vamos entonces, ya sé que quiero enseñarte ahora. Seguimos con la escuela
veneciana. Y este cuadro tiene un bello desnudo que seguro que te interesará.
–Eso,
eso, menos glorias y menos ofrecimientos –comenté rememorando los dos últimos
cuadros de Tiziano que me había enseñado–, y más carnaciones sensuales –concluí
lujurioso. Ambos reímos, y continuamos con nuestra visita entrando en la sala 42–.
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