martes, 21 de abril de 2020

POR EL MUSEO DEL PRADO CON SARA. FELIPE II OFRECIENDO AL CIELO AL INFANTE DON FERNANDO DE TIZIANO.


      Durante unos instantes, permanecimos en silencio frente a la obra. Era evidente que Sara acostumbraba a hacerlo y, ahora, parecía que me invitaba a que yo me habituara también para que pudiera digerir todo lo que me contaba sobre los cuadros; quizá incluso con el fin de que hubiera alguna duda o pregunta postrera que aclarar.
A pesar de mis bromas, yo me deleitaba escuchándola. Sentimientos aparte, algo que obviamente te convierte en parcial, oírla hablar de aquellas pinturas con aquel entusiasmo me emocionaba, me enorgullecía y, sobre todo, me hacía sentir un privilegiado. Además, junto a ella, disfrutando de ella, la vida era muy diferente. Hasta el día que la conocí, independientemente de que fuera en aquellas circunstancias tan especiales (perdón por el inciso del autor, pero para saber cómo nos conocimos tendréis que esperar a que se publique mi libro “Tiempos de sombras”), era como si la vida no hubiera sido más que una broma, una insoportable broma macabra. Todo lo que me rodeaba tomaba sentido junto a Sara, mi vida tenía color mirándola a través de sus preciosos ojos oscuros de mirada lánguida. Sentía como si Eolo hubiera soplado con fuerza y hubiera disipado el gris plomizo y pesaroso que había anubarrado mi existencia durante tantos años, para dejar un horizonte azul y despejado, limpio e ilusionante del que gozar.
        Admirando el cuadro y centrifugando aquellos bellos pensamientos, ella intervino:
        –Ahora que hemos entrado de lleno en la pintura de la escuela veneciana del renacimiento tengo que contarte algo. ¿Has reparado en el tamaño de los cuadros?
        –Por lo que se puede ver en esta galería, la mayoría son de gran formato.
        –La escuela veneciana fue la creadora de los grandes lienzos. Y la causa no es otra que la humedad de Venecia. Allí la pintura al fresco se deterioraba muy rápido, y buscaron esta solución.
        –¿Y por qué no la tabla?
        –Hay varias razones, primero el peso y el transporte, la madera pesa mucho más, y el lienzo es más liviano y se puede enrollar.
–Claro, lógico.
–Pero hay más. Su precio. La tabla es mucho más cara porque requiere una costosa elaboración; hay que elegir el árbol adecuado, cortar las tablas en la orientación precisa y dejar secar la madera, y algunas tardaban varios años en hacerlo. Y luego está el tema del tamaño, las tablas están limitadas al grosor del árbol, luego un cuadro grande necesita de la unión de varias tablas, lo que aumenta la posibilidad de que se agriete con el transcurso del tiempo y los cambios de temperatura y humedad. Ahora vamos a ejercitar tu memoria. –Sara me sonrió y apoyó su cabeza en mi hombro.
–Ya sabes que con la vejez… aunque a tu lado me siento rejuvenecido –bromeé pícaro–.
–Te advierto que sigo en el pedestal. Soy intocable –Sara rio–. ¿Recuerdas “El expolio” del Greco?.
–Por supuesto. Tu amiga Esther nos lo explicó con todo lujo de detalles en la Catedral de Toledo.
–Pues ella nos dijo que estaba hecho sobre una sola pieza de tela, la que habitualmente utilizaba el genio de Candía, lienzo de mantel, y su tamaño es… –Sara consultó su móvil–. 285 x 173 cm. Además, si se quiere un lienzo más grande se puede coser otra tela, y no hay riesgo de que se agriete como la tabla.
–Interesante.
–Evidentemente cambiaron las técnicas en cuanto a la preparación del soporte, y la imprimación que se le daba antes de empezar a pintar sobre ella. No era lo mismo pintar sobre madera que sobre tela. Luego estaba el tema del brillo; el lienzo da como resultado una pintura con un tono más mate, y esto se solucionó aplicando barnices una vez concluida la obra. Muchos pintores alternaron los dos tipos soportes, caso destacable fue el de Rubens, y en el pequeño formato se siguió utilizando la tabla, sobre todo en la pintura flamenca, pero desde el renacimiento predomina el lienzo.
–Caray. Es toda una ciencia.
–Ya te dije que tenemos en el museo un departamento de documentación técnica y de restauración puntero en el mundo. Puedes ver videos de cómo trabajan en su web y en youtube, es algo fascinante.
–Seguro que lo haré.
–¿Continuamos?
–Cuando quieras. Después de esta clase magistral, seguro que viene otra. Tenía que haberte conocido antes, te hubiera contratado como asesora de novelista en temas histórico-artísticos, y me hubiera ahorrado muchas horas de investigación.
–¿Sólo me hubieses querido para eso? –Sara me miró y se mordió sensualmente el labio inferior.
–Eres un veneno, un súcubo desalmado. Ahora que estaba yo tranquilo… –comenté resignado mientras ella reía y, de la mano, me conducía hasta nuestra próxima parada, en la misma sala 24–. El movimiento de tus labios me ha carpido. No puedo dejar de pensar en ellos.
–Lo de las palabrejas tiene su guasa. Nadie las usa, ¿súcubo, carpido? –Sara rio–.
–¡Me obnubilas! –exclamé enfático.
–Ahora céntrate, es una orden –añadió sonriendo, teatralizando ligeramente nuestra llegada ante el cuadro, señalándomelo con la mano aparatosamente.  
–Lo intentaré, pero no garantizo nada. Este ha sido un golpe bajo, cruel e inesperado.
–Como te dije antes, este es “Felipe II ofreciendo al cielo al infante don Fernando”, también de Tiziano. Fue un encargo que le hizo Felipe II para conmemorar dos hechos importantes que se habían dado en 1571, la victoria de Lepanto frente a los turcos y el nacimiento de un heredero; en aquel momento, el infante don Fernando era la nueva esperanza de la monarquía a la hora de perpetuarse.
        –Que pronto se frustró, según me dijiste el niño murió siendo un crío –comenté tratando de apartar mis últimos pensamientos observando la pintura.
        –Exacto. Estamos ante una de las obras más tardías de Tiziano. De hecho, debía de estar retirado cuando le llegó el último encargo del rey. La obra se fecha 1573 y 1575; teniendo en cuenta que murió en 1576, puedes hacerte una idea.
        –Si no recuerdo mal fue un hombre longevo.
        –Murió a los 86. No te equivocas.
        –Me parece que a esas alturas de su vida no estaba ya ni para sostener un pincel. –Sara sonrió.
        –Probablemente no. Tiziano recibió instrucciones precisas de lo que Felipe II quería que pintara, y para ello se le enviaron unos bocetos y un retrato del rey elaborados por Sánchez Coello, pintor de corte en aquel momento. Tiziano había retratado a Felipe II en 1548 en Milán y en 1551 en Augsburgo, y no le volvió a ver. Por tanto, el retrato debió de servirle para representar a un monarca que ya tenía 20 años más. Felipe II es representado de perfil, y sostiene a su hijo desnudo sobre una especie de mesa o altar cubierto por un mantel, mientras un Ángel, pintado en un escorzo muy atrevido, que porta una corona de laurel, le ofrece al niño una hoja de palma y le entrega una filacteria con la consigna MAIORA TIBI.
        –Palma y laurel, símbolos de victoria, gloria… Eso lo entiendo, el latinajo… me lo traduzca –le solicité con salero.
        –Se puede interpretar como “Mayores triunfos te esperan”. Al fondo aparece representada la Batalla de Lepanto, en primer plano hay un prisionero turco y despojos de los vencidos a su izquierda. La nota graciosa la pone ese perrillo que alza las patas delanteras y se apoya en la columna, mientras que mira la escena con curiosidad, puede que reclamando protagonismo a su amo. El cuadro está firmado en la hoja que hay clavada en la columna siguiente.
        –Para ser una de sus últimas obras, Tiziano hizo un buen trabajo.
        –Sí. Este cuadro fue el elegido por Felipe II como símbolo de su reinado, imagínate la importancia que le dio. De hecho siempre estuvo colgado junto al que representaba el de su padre, el famoso cuadro del emperador a caballo “Carlos V en la batalla de Mühlberg”. Y ahora viene lo más interesante de la pintura, y que puede que ya lo hayas visto. –Ella me dejó pensar unos segundos.
        –Parece que está ampliado, hay costuras y diferencia de color, ¿verdad?
        –Muy bien. Se restauró en 2017. Está documentada la ampliación del cuadro en 1625, reinando Felipe IV, y el motivo fue que iba a colgar en el Alcázar junto al “Carlos V en la Batalla de Mühlberg”, y este último cuadro era más grande. Para igualar su tamaño se decidió hacer esta ampliación que se le encargo a Vicente Carducho. Y ahora, después de restaurado, se notan más los añadidos.
        –¿Por qué?
        –Pues porque Carducho agrandó una obra que tenía cincuenta años, y ajustó los colores sobre los de un cuadro que ya tenía suciedad y barnices oxidados. Al restaurarse, la parte de Tiziano recuperó su color original, de hecho, ahora se pueden ver hasta los fogonazos de los cañones en la batalla de Lepanto, mientras en la ampliación de Carducho no se pueden recuperar porque no los tenía en origen.
        –Me he quedado hecho un estafermo ¿Y lo dejan así sabiendo que es un añadido?
        –¿Estafermo? –Sara rio y continuo–. En este caso en concreto, la obra se ha incluido en un proyecto que se denomina “Enmarcando el Prado”. Se va a ocultar de alguna manera para que el cuadro tenga su sentido y recupere el estado más próximo al original de Tiziano. Es difícil decidir qué hacer en estos casos, aunque fíjate que los añadidos casi hacen que el protagonista de la escena sea el turco que está en primer plano con esos enseres al lado, y la diferencia de color es evidente. En este caso, a pesar de ser una intervención histórica, altera la obra por completo y su significado.
        –Desde luego el centro de la escena deja de ser el rey. Se ve más el turco, tienes razón.
        –Es un gran lienzo, y quedará mejor ocultando lo agregado por Carducho.
        –¿Sabes? Me siento como el perrito de la escena. Allí, el pobre, apartado, con la boca entreabierta, reclamando un poco de atención por parte de su dueño –dramaticé fijando mis ojos en los suyos.
        –Eres incansable.
        –¿Por qué tuviste que hacer eso con los labios? –Sara me cogió por la cintura, me miró y, sugerente, volvió a hacer lo mismo que me había nublado las entendederas, minutos antes. Luego soltó una carcajada–.
        –¡Señor, aparta de mi este cáliz! –exclamé con afectación.
        –¿Estás seguro de que quieres que me aparte? –preguntó coqueta antes de posar su cabeza sobre mi hombro–.
        –Es una forma de hablar… es algo retórico…–balbuceé divertido–.
        –Pues vamos entonces, ya sé que quiero enseñarte ahora. Seguimos con la escuela veneciana. Y este cuadro tiene un bello desnudo que seguro que te interesará.

        –Eso, eso, menos glorias y menos ofrecimientos ­–comenté rememorando los dos últimos cuadros de Tiziano que me había enseñado–, y más carnaciones sensuales –concluí lujurioso. Ambos reímos, y continuamos con nuestra visita entrando en la sala 42–.

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