domingo, 26 de mayo de 2019

PASEOS CON SARA. DENTRO DE SANTA MARÍA SOPRA MINERVA


Colorido interior de Santa María Sopra Minerva.
       Tras el inesperado encuentro con Bea y sus originales zapatos, me dispuse a flanquear los grandes portones del S. XV de Santa María Sopra Minerva. Se acercaba la media mañana, y Sara debía de estar en el momento de descanso de su jornada de conferencias en la Universidad de la Sapienza. Entonces, decidí mandarle un Whatsapp de voz.
        –Hola bombón. Vaya sorpresa me he llevado. Me he encontrado con una amiga, Bea, aquí, junto al elefantito de Bernini. Tiene ganas de conocerte; me parece que piensa que ha caído un mito de la soltería, y quiere saber quién ha obrado el milagro. –Reí.
        Terminé esa grabación de audio, y antes de flanquear el umbral de la Iglesia le mandé otro.
        –Voy a entrar en el templo. A ver qué secretos me desvelas con tus explicaciones. Esto es como tenerte a mi lado. Bueno…casi. Te echo de menos. Beso.      
Me fijé en que Sara estaba leyendo mis mensajes y esperé un poco, por si contestaba. Entonces, me llamó.
        –Así que me echas de menos… Pues bonita forma de hacerlo. No hago más que darme la vuelta, y ya estás buscando amiguitas por Roma –ironizó–. ¿Quién es Bea?
        –Una amiga de hace muchos años. Una muchacha de lozana belleza mediterránea, de ojos expresivos, mirada sincera y sonrisa contagiosa.
        –Estás muy poético. Me parece que te ha sentado bien verla. Seguro que me encantará conocerla.
        –Claro que sí. Haríais buenas migas despellejándome vivo–Sara rio–.
        –Sí, eso también.
        –¿Cómo va la mañana?
        –Bien. La primera conferencia ha sido soporífera. La segunda me ha gustado más, sobre todo el ponente –Sara carraspeo–. Un tipo alto, rubio y atractivo; muy viril. Cuadrado como Berni, tu amigo el jesuita.
        –Me parece que a la que no puedo dejar sola es a ti –ella volvió a reír–.
        –Tranquilo es dominico, un francés dominico –comentó con resignada ironía–. Hablando de dominicos, vas a entrar en su iglesia en Roma. ¿El panteón y la plaza? ¿Te gustaron las explicaciones?
        –Sí, claro. Me estoy enterando de muchas cosas gracias a ti.
        –Bueno…Tengo que dejarte. Estoy con un grupito comentando algunas cosas y tomando un café. Nos vemos al mediodía.
        –¿Qué hago? ¿Voy al hotel como ayer?
        –No. Quédate en esa zona. Yo te iré a buscar. Cuando salga, como cualquier cosa, y me acerco.
        –Entonces no habrá jueguecitos al mediodía –comenté con un tono de voz afectado y meloso–.
        –Quizá sea mejor preparar unos buenos “fuegos artificiales” para la noche, ¿tú que crees? A veces la espera merece la pena  –comentó insinuante–. Tontorrón. Yo también tengo ganas de jugar… Pero quiero que veas algunas cosas por esa zona. También has venido a hacer turismo.
        –Espero que el cansancio no moje la pólvora. A esas horas…
        –De eso me encargo yo... –añadió pícara.
        –Condenada toledana. Hasta por teléfono me pones los pelos de punta. Bueno...y algo más que los pelos –Sara soltó una carcajada–.  Anda... sigue con tu congreso que, si me acerco por allí, te saco del Aula Magna a beso limpio. No me detienen ni los Carabinieri, ni la Guardia Suiza que se me pusiera por delante
        –Si es que...te tengo que querer.
        –No sigas, que voy… –Ella rio de nuevo–.
        –Te llamo cuando salga. He de dejarte. Te echo de menos, mi viejecito.
        –Yo también.
        –Un beso.
        -Beso, bombón. Ciao.
        -Ciao.
        Después de esta breve conversación eché más de menos a Sara, por supuesto. Esos sentimientos, que a veces me agobiaban que me hacían parecer un huerfanito quejica y ridículo, volvieron a asaltarme. Acostumbrado a “mi soledad” que no me acarreaba ningún problema, aquella otra soledad que sentía ahora me pesaba como una losa, era la soledad de la dependencia, la soledad propia de su ausencia. Reflexioné durante unos instantes sobre aquella dolorosa felicidad que padecía, sobre los colores vivos que decoraban todo aquello que estaba viviendo junto a ella; los grises habían desaparecido. Cavilando sobre el asunto, me imaginé entrando en el Aula Magna de la Universidad de la Sapienza, buscándola decidido y ansioso entre los presentes hasta encontrarla, y sorprendiéndola sacándola en brazos mientras me la comía a besos, ante los aplausos de los presentes, sintiéndome como Richard Gere en “Oficial y Caballero” cuando, al final de la película, se lleva de la fábrica a Debra Winger. Divertido por el camino que habían tomado mis pensamientos sonreí como un bobalicón.
        –Ufff. Qué mala pinta tiene esto, Luis –me dije sardónico.
        Decidido a dejar a un lado aquella escena, más propia de la adolescencia, crucé el umbral de la iglesia. Era mejor seguir haciendo turismo y aprovechar el resto de la mañana que recrearme en la vacío que sentía al no tenerla a mi lado, aunque había sido divertido fantasear como un púber sensiblero. Conecté entonces un nuevo audio en el móvil. La voz de Sara sonó de nuevo sabia y cercana.
        –En ningún templo de Roma te encontrarás arcos ojivales y bóvedas de crucería como aquí. A pesar de eso fíjate que las columnas adosadas a las pilastras imitan al mármol y llevan capiteles corintios. Es difícil que algo en esta ciudad no tenga influencia clásica. El llamativo aspecto del interior se debe a una restauración del siglo XIX que algunos han criticado mucho debido a esos colores azules de las bóvedas, y a las policromías de arcos y nervaduras. En esa restauración también se abrieron los rosetones de la nave central, y se elevó la bóveda de la parte delantera. La iglesia conserva en su interior una gran colección de obras de arte de autores de renombre como Bernini, Filippino Lippi, Antoniazzo Romano, incluso del propio Miguel Ángel. Te haré un breve recorrido por lo más destacado. Ve por la nave de la derecha. Como te podrás imaginar, la decoración del templo hace alusión a santos, eruditos y misioneros dominicos. Enseguida encontrarás la capilla de San Luis Beltrán con un lienzo del famoso Baciccia que pintó la Bóveda del Il Gesu, y que podremos ver seguramente esta tarde. Representa al santo predicando en Nueva Granada, lo que es actualmente Colombia. Al lado está la Capilla de Santa Rosa de Lima, con un cuadro en el que la Santa aparece predicando a negros e indígenas del Perú. Santa Rosa era una monja dominica que seguía las ideas de Santa Catalina de Siena, y fue la primera americana en ser canonizada, allá por 1671. También fue nombrada patrona de América Latina y Filipinas. Ahora ve hacia la capilla de la Anunciación, está un poco más adelante.
        Seguí las instrucciones de Sara, y me asomé a aquel recinto presidido por una tabla que leí en la cartela que pertenecía a Antoniazzo Romano.
La Anunciación de Antoniazzo Romano.
        –Esta curiosa capilla pertenece a la cofradía de la Anunciación creada por Juan de Torquemada en 1460. ¿Te suena el nombre? Era el tío del famoso inquisidor. La cofradía se dedicaba a proporcionar una dote a algunas mujeres para que se pudieran casar. Así podrían encontrar marido sin tener que acudir a otro tipo de formas menos decorosas de financiación. El 25 de marzo, día de la Anunciación, venían aquí en procesión vestidas de blanco y coronadas por un ramo de flores para recibirla. Ese es el tema de la tabla de Antoniazzo Romano. Fíjate que la Virgen parece interrumpir la escena de Anunciación, con el arcángel San Gabriel a la izquierda, en presencia de Dios Padre y del Espíritu Santo, para hacer entrega de esa dote a tres muchachas que están acompañadas por Torquemada. Interesante resulta la representación de los diferentes tamaños en las figuras, propio de la pintura medieval; las divinas están representadas a una escala mucho mayor. Ahora, puedes seguir hacia delante, en el transepto, en la parte derecha te encontrarás con una de las obras cumbres de Filippino Lippi, la gran joya del templo, la Capilla Carafa.
        Me acerqué donde me indicaba Sara recordando que en Florencia había visto alguna obra de este autor, discípulo de Botticelli. Al llegar a la capilla quedé impresionado. Como siempre, Sara tenía razón.
La extraordinaria Capilla Carafa en Santa María Sopra Minerva.
        –La capilla la mandó realizar el Cardenal Oliviero Carafa en honor a Santo Tomás de Aquino, erudito dominico por el que sentía especial admiración y devoción. La decoración de mármoles y estucos es una maravilla y, las pinturas, la obra cumbre de Lippi, como te decía. Salvo las sibilas del techo que son de su discípulo Raffaelino del Garbo, el resto son del pintor nacido en Prato, cerca de Florencia. Su pintura se caracteriza por el colorido suave y la expresividad de los rostros. Utiliza con maestría la perspectiva, y ambienta sus escenas entre paisajes, ruinas romanas y arquitecturas renacentistas. En el muro central hay dos escenas. Abajo, pintó la Anunciación y a Santo Tomás presentando a la Virgen al Cardenal Carafa; arriba, representa la Asunción de la Virgen rodeada de Ángeles músicos, si te fijas un poco, de una belleza inusual. En el muro de la derecha aparecen escenas de la vida de Santo Tomás. Arriba, el milagro del Crucificado, que la leyenda cuenta que le habló al Santo diciéndole “Bene scripsisti de me Thoma” (Bien escribiste de mi Tomás, ¿qué recompensa quieres?), a lo que respondió el Santo: sólo a ti señor´). Permíteme el inciso… –Sara interrumpió la narración llamando mi atención aún más–. Imagínate esta misma escena conmigo diciéndote: has hablado bien de mí, Luis, ¿qué recompensa quieres…pongamos…esta misma noche? –Sara soltó una carcajada, pausando unos instantes la narración–.
 

                                                   Muro central y derecho de la Capilla Carafa.
        –¡Mira que eres puñetera! –exclamé en voz alta. Gracias a Dios estaba solo en la capilla, y nadie echó cuentas de mi extraño comportamiento.
        –Bueno, me pondré seria otra vez, aunque no dejes de pensar en tu recompensa, mi ancianito –Sara concluyó en tono meloso esta frase, y regresó al modo audioguía oficial-. En la parte de abajo aparece Santo Tomás entronizado venciendo a la herejía, rodeado de cuatro mujeres que simbolizan a la Gramática, La Retórica, la Teología y la Filosofía. El Santo porta un códice en el que se lee “Sapientiam sapientum perdam”, o lo que es lo mismo, “destruiré la sabiduría del Sabio”. A sus pies se sitúa un personaje siniestro, alegoría del error vencido, con la inscripción “Sapientia vincit malitia” (la sabiduría vence al mal). En la parte inferior de la escena aparecen dos famosos herejes Arrio y Sabelio representados con sus libros en el suelo, derrotados por los conocimientos del Santo. En la parte de la izquierda tienes la tumba del Papa Pablo IV Carafa, un pontífice de no muy buen recuerdo para Roma, un hombre intransigente y extremista, fue el que creó el gueto judío, sin ir más lejos. Ahora dirígete hacia el altar mayor. Iré indicándote algunas cosas. Para el audio hasta que estés allí.
Así lo hice hasta estar situado donde ella quería.
Tumba de Santa Catalina de Siena. Altar Mayor de Santa María Sopra Minerva.
–Bajo el altar está la tumba de Santa Catalina de Siena, patrona de Roma e Italia. Laica dominica y Doctora de la Iglesia. Fue una mujer que a pesar de no saber escribir hasta avanzada edad desarrollo una intensa actividad en favor de la iglesia y de la paz en aquella Italia convulsa del S. XIV. Un poco más adelante está la escultura empezada por Miguel Ángel y finalizada, algunos dicen que con poco acierto, por dos de sus discípulos; representa al redentor. Y en la siguiente capilla encontrarás la tumba de Fray Giovanni de Fiesole…
El Redentor de Miguel Ángel.
        –¡Ostras, Fray Angélico! –exclamé pausando la narración–. Recordé el chasco que me había llevado buscando su cuadro sobre la Anunciación en el Museo del Prado; estaban restaurándolo. Luego rememoré el video sobre el trabajo realizado por los expertos del Museo para dejar la pintura en un estado impecable. Una obra maravillosa. Reanudé el audio.
Tumba de Fray Angélico.
        –…La losa de mármol que cubre su tumba se ha atribuido a Isaías de Pisa, y representa la imagen del dominico con su hábito y las manos cruzadas sobre el vientre enmarcado por una arquitectura renacentista. Más adelante encontrarás la sacristía a cuyo fondo trasladaron la habitación donde murió, muy cerca de aquí, Santa Catalina, con frescos de Antoniazzo Romano; no creo que esté abierta.
        Así fue, no pude más que asomarme a la sacristía. Luego seguí deambulando por el templo fijándome en los monumentos funerarios que albergaba. Según Sara más de 200. Casi todos con una calavera o esqueleto aludiendo a la muerte, algunas con gorgonas mitológicas flanqueadas por cabezas que gritaban ante el drama de la muerte. Sara me hizo detener ante un monumento fúnebre muy diferente a las demás, originalísimo.
Espléndido cenotafio de Sor María Raggi. Obra de Bernini.
        –Magnífico cenotafio, ¿Verdad? Es obra de Bernini, una maravilla. Es la tumba de Sor Maria Raggi, mujer que dedicó gran parte de su vida a la oración y a la que se atribuyen algunos milagros. Bernini esculpió magistralmente mármoles negros y amarillos, simulando una tela, sobre la que se sitúan, en bronce brillante, unos ángeles que sostienen la imagen de la difunta en un óvalo. Bernini juega con el simbolismo, el mármol negro que alude a la muerte es vencido por la cruz que sobresale en la parte de arriba, que conlleva la idea de la resurrección, y la vida eterna. Una obra genial… Y no te canso más. Creo que es suficiente. Date una vuelta por el templo, hay otras capillas interesantes como la suntuosa de Santo Domingo. Vuelve luego, si quieres, a la Capilla Carafa, a mí me encanta.
Capilla de santo Domingo en Santa María Sopra Minerva.
        Sara terminó las explicaciones correspondientes a Santa María Sopra Minerva. Durante unos instantes estuve observando detenidamente la originalidad de Bernini esculpiendo el cenotafio de Sor María Raggi, con el mármol simulando ser un lienzo, con ese realismo en el rostro de la difunta captado en el momento en que está a punto de dejar este mundo. Luego volví a la Capilla Carafa, tras deambular por la nave central apreciando la colorida intervención del S. XIX. Allí, ante la genial obra de Filippino Lippi, rememoré la frase “Bene scripsisti de me Thoma” del milagro del Crucificado, y sonreí al pensar en la broma pícara de Sara, y en la recompensa que yo le pediría en cuanto la viera, contestando algo parecido a lo del Santo al Crucificado: sólo a ti señorita.

domingo, 19 de mayo de 2019

A LOS PROPIETARIOS DEL COMERCIO BODEGA LA MONTAÑA, CALLE IBIZA 11, EN BENIDORM


            
            Hoy es uno de esos días en los que uno se levanta sin ninguna esperanza en el género humano. Una larga noche de insomnio me ha provocado una catarata de sentimientos negativos, de pesadumbre, de rabia; una profunda arcada de asco hacia lo que denominamos, a veces con excesiva generosidad, homo-sapiens. Y el resultado es que no he tenido ni humor ni tiempo para acudir a mi Sara para que me reconfortara de alguna manera con su sabiduría y salero. Pido perdón a aquellos que esperaban en el blog un nuevo capítulo de mis soñadas peripecias con ella en la Ciudad Eterna.
        Y diréis que porqué me he levantado así. Pues os comento que veinticuatro euros tienen la culpa. Hoy me he levantado aturdido por la incapacidad de entender cómo puede haber gente en este mundo con el alma tan apergaminada por el egoísmo, con una mente tan estrecha. Si hay alguna cosa que en los últimos años ha removido nuestras conciencias, para bien, es el hecho de asumir que existen las discapacidades, o diferentes capacidades que dicen ahora los políticamente correctos, y el hecho de que poco a poco vayamos eliminando barreras, facilitando integraciones y comprendiendo, sobre todo comprendiendo, que hay personas que viven el día a día de una manera diferente, en el mejor de los casos, de manera un poco más complicada, nos honra como especie evolucionada.
        A la regencia de Bodega La Montaña en la calle Ibiza nro. 11 de Benidorm no le han debido de llegar esos aires frescos y evolutivos, que deseo sigan saneando la conciencia y solidaridad ciudadana. El viernes 17 de mayo, un discapacitado con un 94 % de minusvalía, con una visión muy pobre, tropezó con una carretilla de reparto que obstaculizaba el paso “en la vía pública”, a las puertas de ese comercio, provocando la ruptura de algunas botellas. La reacción, lejos de ser comprensiva, y más tratándose del hijo de una cliente suya de hace más de 15 años, fue la de mentes retrógradas, avaras y zafias, de una ruindad y cicatería que apesta a provincianismo de otros tiempos. La tacañería de los propietarios y los malos modos con los que fueron tratados madre, pensionista y discapacitada, e hijo, acabó en el, se me antoja que ilegal e injusto por suceder en la vía pública, abono religioso de la insoportable y escandalosa cifra para el negocio de veinticuatro euros, tras tener escuchar la despreciable frase: “cóbraselas a 0.80 E y dales ticket”, con el tono altanero y la poca educación que sólo puede tener un miserable.
        La importunada madre lo hizo, sin ningún ánimo de polémicas y asumiendo que el muchacho había provocado ese, al parecer, insoportable quebranto al negocio familiar, sin avisar a la policía local, que es lo que debería haber hecho por haber sucedido el hecho en la misma acera; acató la decisión sumaria del arrogante e impresentable propietario, y pagó. No dejo de preguntarme qué es lo que puede pasar por la mente de una persona que tiene este tipo de establecimiento, que probablemente no cumple con la legislación en muchas cosas incluidas la distancia entre pasillos en locales comerciales o la accesibilidad en general, para reaccionar de esta manera ante un hecho provocado por alguien carente de malicia e intención en el hecho, tratándose además de una mercancía que entorpecía el libre paso en la vía pública. ¿Qué menguada visión de negocio puede tener una persona que con su comportamiento se va a quedar sin más de un cliente por veinticuatro euros? ¿Qué tipo de miseria moral alberga esa familia que es capaz de, con pésimas formas, cara de perdonavidas baratos, de soberbios maleducados de baja estofa, “invitar” a pagar los desperfectos de algo que, en definitiva, estorbaba el libre paso en la acera en plena calle?
        La señora y su hijo regresaron a casa, y han tardado más de un día en contar su “desagradable incidente” para no disgustar a sus hijos. Mi madre y mi hermano, de los que me siento inmensamente orgulloso, no se merecen que se les trate así. Tienen, señores regentes del negocio Bodega la Montaña de Benidorm, todo mi desprecio. Son ustedes unos sinvergüenzas; el vivo ejemplo de la miseria humana.
        
        LUIS MIGUEL MORÁN BREGEL

domingo, 12 de mayo de 2019

PASEOS CON SARA. JUNTO AL PULCINO DELLA MINERVA CON BEA.


       Fachada de Santa María Sopra Minerva. Roma
      Durante unos minutos más, estuve paseando alrededor de la Piazza de la Rotonda. Eran casi las once de la mañana, el día era soleado, la temperatura primaveral, y la zona iba adquiriendo el bullicio habitual de uno de los centros neurálgicos de la Roma turística. Siguiendo las indicaciones de Sara, me dirigí hacia la cercana iglesia de Santa María Sopra Minerva que ya había visto el primer día de nuestra estancia en la ciudad, aunque fuera de pasada, mientras ella acudía a la inauguración de su Congreso de historia.
        Cómo ya conocía el camino, era difícil perderse si el templo estaba en la plaza de al lado, inicié la marcha pasando por el lateral del Panteón, admirando sus potentes muros, los grandes arcos de descarga embebidos en la construcción y, en la parte trasera, los pocos restos del Templo de Neptuno, que Sara me había indicado en el audio, construido también por Agripa tras la Victoria de Actium, famosa batalla naval en la que se pasó por la piedra a la flota egipcio-romana de Cleopatra y Marco Antonio.
        El caso es que, distraído en aquel paseo y deleitándome en la contemplación de los exteriores del Panteón, me entró un repentino y agudo vértigo al comparar, instintivamente, a Cleopatra con Sara, y a Marco Antonio conmigo. Por un pequeño agujero que mi mente (bien entrenada por esa afición que tengo a imaginarme personas y situaciones, y escribirlas) abrió en el tiempo, pude ver a Cleopatra bañándose por última vez en leche de burra mientras intentaba consolar a su amado Marco Antonio que bebía una copa de vino especiado detrás de otra, ayudándose a adquirir el valor necesario para dejarse morder por un áspid, y abandonar así este mundo con cierta compostura, antes de que las tropas de Octavio Augusto le rebanaran el pescuezo para más gloria del Imperio, pensando con cierta amargura que quizá nunca hubiera tenido que poner su romano pie en Egipto, maldiciendo quizá el día en que conoció a aquella mujer; compañía extremadamente placentera, supuse, pero que, en el fondo le iba a costar el pellejo. Luego pensé en mí, en los extraños meses que había vivido desde que había conocido a Sara; extraños para lo que había sido mi vida hasta aquel momento, claro. No pensaba que Sara fuera como Cleopatra, pero he de decir que algunos de sus aspectos me la recordaban, no lo de la leche de burra, afortunadamente se duchaba con agua, geles y jabones, y no desprendía ningún aroma ácido y lácteo, a lo sumo olía ligeramente a azahar o lavanda, pero sí comprendí, o quise comprender, lo que debió de sentir el probo Marco Antonio; como había caído en el abismo de su mirada, de la insoportable belleza de sus ojos, como se turbaba en su presencia y era seducido por su atractivo maduro y sensual, como vivía fascinado por su inteligencia y se electrizaba con el aroma de su piel, ni que decir tiene con su contacto.
Tannhäuser en el Venusberg. Sugerente y bella obra de John Collier.
Por unos instantes me sentí muy agobiado, atrapado, superado por los acontecimientos. Predispuesto a divagar, me vi como Tannhäuser descubriendo el Monte de Venus (Venusberg), disfrutando de los placeres de la diosa. ¿Me llegaría el momento del remordimiento como al protagonista de la leyenda? ¿El destino me habría guardado la cruel sorpresa de haberme traído a Roma para arrepentirme de mis libidinosos actos, para solicitar el perdón Papal, como Tannhäuser? ¿Me sería negado ese perdón y desaparecería para siempre en el interior del Venusberg? ¿Se convertiría Sara en mi Lilith particular? ¿Aquella lilith hebrea que fuera la primera esposa de Adán y que le abandonaría, saliendo del Edén con sus hijos, instalándose en el Mar Rojo para ayuntarse con fruición con el mismísimo Lucifer, y que luego, como un súcubo pecaminoso se dedicaría a engendrar hijos con el semen que derraman los hombres involuntariamente mientras duermen? Lo cierto es que, deseaba volver a estrechar a Sara entre mis brazos, como Marco Antonio a Cleopatra, como Tannhäuser a Venus, incluso como Adán a Lilith, a pesar del peligro. Deseaba volver a verla, a beber de sus labios y vivir del maná de sus besos…
Lilith. Precioso cuadro de John Collier.
Aquello no tenía buena pinta. Aquello no era apto para diabéticos… Me sentía pegajoso, meloso, melifluo, ñoño hasta la arcada…Tanta dulzura no podía ser buena. Estaba enamorado hasta las trancas y, en mi soledad, me veía como un pelele ridículo. Hacía tiempo que no experimentaba esa dependencia y, por momentos, me exasperaba haber perdido el control sobre mis sentimientos.
Empalagado por mis pensamientos, enfadado conmigo mismo, recobre la cordura aferrándome a la realidad de mi planeada jornada turística llegado ya a la contigua Piazza della Minerva. Acercándome al famoso elefantito de Bernini, con el obelisco en lo alto, activé un nuevo audio. La voz de Sara cautivadora, agradable y sensual, que me iba a parecer a mí, me acompañaba de nuevo.
        –Estás ante el famoso “polluelo de Minerva”, también conocido como el “pulcino della Minerva” o cerdito de Minerva. Este gracioso elefantito, rechoncho y sufrido por el peso que carga, es diseño de Bernini. El obelisco egipcio que está encima estaba en el templo de Isis, aquí cerca, junto al que has visto en la Fontana de la Rotonda, y tiene más de 2500 años.
Pulcino della Minerva, diseño de Bernini, y obelisco, en la Piazza della Minerva.
        Atendiendo a sus explicaciones, dando vuelta al monumento que presidía la plaza, contemplando el elefantito y el pedestal sobre el que estaba erigido, mis ojos y mi cerebro se detuvieron unos instantes; sufrieron una especie de espasmo que me obligó a parpadear repetidas veces, hasta recobrar la normalidad. ¡Aquello no podía estar ocurriendo! No podía haber unos zapatos iguales a los que conservaba en mi memoria desde hacía unos meses, unos zapatos que imitaban la moteada piel de Leopardo rematados con un gracioso lacito rojo.
        –¿Bea? ¿Qué haces aquí? –pregunté a pesar de ser la más absurda de las obviedades. Que iba a hacer aquella mujer en Roma, más que turismo.
        –Luis, ¡que sorpresa! –Bea me obsequió con una mirada cálida, y con una espléndida y amplia sonrisa. Su pelo corto y oscuro era el perfecto marco para un rostro agradable, delicado y ebúrneo, de ojos arrebatadores, de perenne alegría y optimismo en su expresión, que emanaba lozanía, frescor y  encanto, quizá herencia de la tradición heladera familiar. 
Bea se acercó y me dio dos besos.
        –Cuando he visto los zapatos no me lo podía creer. ¡Alguien en Roma calzando algo similar, imposible!
        –Vaya manía que tienes a mis preciosos y originales “adornapieses”. –Ella rio.
        –Pero, dime. ¿La familia?
        –Acabamos de llegar. Tengo a mi marido y los niños instalándose en el apartamento que hemos alquilado aquí a la vuelta, en la Vía Santa Caterina di Siena. He bajado a por la primera compra, lo básico. No he visto mucho comercio, y me he acercado a la plaza. El elefante es gracioso –matizó.
        –Muy mono.
        –¿Y tú? ¿Qué…? Cuentan las malas lenguas que andas enamoriscado, no se te ve el pelo. Bueno… tampoco es que tengas mucho. –Bea rio de nuevo.
        –El mundo está lleno de puñeteras… –dije resignado, refiriéndome a Sara y a ella, por supuesto
        –Te estás poniendo colorado. Cuéntame… ¿cuándo me vas a presentar a Sara?
        –Las malas noticias vuelas –comenté divertido y conformista–. Ya sabes hasta su nombre.
        –Bueno…se te echa de menos y preguntamos cuando vamos a la oficina. No se sabe mucho de ti, pero acudiendo a la persona adecuada, alguna información saco –Bea me guiñó–. Alguien me dijo que habías pedido una excedencia para escribir. A mí me sonó algo raro y, ya sabes, toda mujer tiene buenas fuentes de información. Pensé que debía de haber algo más detrás de tu decisión.
        –Bueno… he de ocuparme de un pequeño negocio de turismo rural que regento, y de ella. Y también escribo, eso sí que es cierto. Además, ahora tengo una crítica profesional en casa, Sara es una magnífica correctora de textos. Era el momento de dar un paso hacia delante, de “echar por la calle del medio”, de pasar página, y dejar todo lo que rodeaba a mi antiguo trabajo; aquello me estaba consumiendo anímicamente, era un pozo negro de pérdida de tiempo en un ambiente irrespirable. Espero no tener que volver jamás –me sinceré.
        –Lo siento por tu querido amigo y mi fuente de información. Lo has dejado sólo. Pero… ¿Dónde está ella? ¿Dónde la escondes? –Bea me sonrió pícara.
        –Hemos venido juntos, claro. Ella tiene un congreso de Historia Medieval en la Universidad de la Sapienza. Yo hago turismo. Solo, pero con ella, por las mañanas, y con ella por la tarde.
        –¿Y eso? No te entiendo.
        –¡Manda narices, Bea! Me graba hasta los audios para hacer las visitas. A veces, incluso hago el ademán de darle la mano y todo, como si me acompañara.
        –¡Qué grande la muchacha!  –Bea rio–. Creo que me encantará conocerla. Tiene que tener poderes mágicos o ser una auténtica diosa. –Ella soltó una monumental carcajada.
        –¡Beatriz! –exclamé serio, aunque mi expresión corporal y mi rostro debieron sugerir lo contrario–.
        –No sabes cuánto me alegro de verte así.
        –¿Cómo? ¿Vestido casi como un guiri en Benidorm?
        –No seas tontaina. Feliz, se te ve feliz –Bea me golpeó el hombro cariñosamente.
        –¡Vaya! Sara también me pega en el hombro. –Ambos reímos.
        –Bueno…que ya me estarán echando de menos. Te dejo que sigas con tus “audios”.
        –Me ha encantado verte. No puedo decir lo mismo de tus zapatos.
        –Eres un diablo calvo y encantador, pero diablo, eso sí. –Bea me sonrió, y se despidió dándome un abrazo.
        –Llámame Luzbel, querida –comenté saleroso y pomposo.
–Veo que sigues con tus palabrejas.
–Eso ya es de serie. Recuerda…escribo. En fin, da recuerdos a la tropa.
        –De tu parte. Y di a Sara que tengo ganas de conocerla. Estamos en contacto. Si tenéis un hueco en vuestra apretada agenda turístico-amorosa –Bea volvió a reír–, nos dais “un toque”, tomamos un café, y nos la presentas.
        –Bea…
        –Dime. Te estás poniendo colorado otra vez. ¿Qué pasa?
        –Sara es lo mejor que me ha pasado en la vida. Es un bombón, una bomba…un… Pero a veces siento vértigo, me siento inseguro, sobrepasado por lo rápido que ha ido todo entre nosotros –Me había puesto serio, no así mi interlocutora que rompió a reír de nuevo.
        –Eso es normal. No tienes que dar tantas vueltas a las cosas. Déjalas fluir, que sucedan… Mira…yo siempre recuerdo una frase que me dijo una amiga y que es de Tristan Bernard, “los amores son como las setas, que no sabe uno si son venenosas hasta que ya las ha comido y es demasiado tarde. La vida es eso, riesgo, pero hay que apostar por vivir. Y si te equivocas…a otra cosa mariposa. Ahora mismo, yo te veo genial y me alegro, de veras. Así que disfruta del momento.
        Carpe diem –añadí confortado por las sabias, directas y sinceras palabras de Bea.
        –Lo dicho, Luis, si quieres nos llamas –Bea me obsequió, de nuevo, con una generosa sonrisa, y también con un guiño. Luego se alejó riéndose, seguramente sorprendida por mi actitud.
Durante unos instantes me quedé pensativo junto al elefantito de Bernini. Luego me dispuse a seguir escuchando los audios de Sara, aunque me sacó una sonrisa recordar la sorpresa que me había causado ver aquellos zapatos en Roma.
–Y ahora vamos con la fachada y la historia del templo. Ya desde el s. VIII aquí había una capilla sobre unas ruinas romanas que se decía que correspondían al antiguo templo de Minerva; algo que luego se descubrió que no era verdad, porque están a un centenar de metros. Lo cierto es que la capilla recibió el nombre de Santa María Sopra Minerva. Ya en el S. XIII, el Papa cedió los terrenos a la recién creada orden dominica en un lugar donde se situaba un convento femenino. Minerva era la diosa de la sabiduría y la inteligencia en la antigua Roma, la Atenea griega, y también podía ser una diosa con malas pulgas si las circunstancias lo requerían, por eso se la representaba con yelmo, escudo y lanza. Lo curioso del tema es que los dominicos se convirtieron un poco en la “Minerva de Occidente”. Fueron clérigos muy preparados, doctos y defensores a ultranza de la fe católica. Durante siglos, sus hábitos blancos y sus capas negras vagaron por toda Europa propagando la verdadera fe en Cristo, vigilantes de su ortodoxia ante la proliferación de la herejía. No todo fueron luces, su gran preparación jurídica y eclesiástica hizo que muchos presidieran los temibles tribunales de la inquisición –Sara interrumpió brevemente su narración–. Me centraré en el templo porque me estoy enrollando malamente, querido –Ella rio–. La construcción de la iglesia comenzó hacia 1280 y lo hizo en un momento de grave crisis en la ciudad, con continuas luchas entre nobles, despoblación …etc; un periodo claro de decadencia. Esta inseguridad, entre otras cosas, provocó el traslado del papado a Avignon veinticinco años después, agravándose por tanto la situación de abandono de Roma. A pesar de ello los dominicos siguieron construyendo poco a poco, y culminaron la única iglesia de aspecto gótico de la urbe. La llegada de los nuevos aires renacentistas coincidirá con la finalización de las obras y con el regreso de los papas, luego tiene aportes renacentistas en su fachada y barrocos en la decoración del interior –Sara pausó su explicación unos instantes–. La fachada es del S. XV. Las pilastras, levemente esbozadas, anuncian la distribución del templo en tres naves. La decoración renacentista se hace presente en el tímpano triangular sobre el dintel central y los semicirculares a los lados decorados con frescos. En el lado derecho de la fachada veras unos mármoles que indican hasta donde llegaron las crecidas del Tiber entre los siglos XVI y XIX; estamos en la zona más baja de la ciudad y era azotada con frecuencia por esas catástrofes. Ahora pasemos al colorido interior.
Siguiendo las instrucciones de Sara, me dirigí hacia las grandes puertas de bronce que al parecer eran del s. XV. En mi mente resonaban sus palabras aludiendo al colorido del interior y pensé, con sorna, que, después de ver los zapatos de Bea, a lo mejor, mis ojos, deslumbrados por la contemplación de aquel calzado tan vistoso, no serían capaces de apreciar en toda su magnitud la diversidad de tonalidades que me anunciaba mi amada Cicerone. Divertido, me dije que lo intentaría al menos. Reconfortado mi ánimo por mi breve encuentro con Bea, me dispuse a traspasar el umbral de la puerta principal de Santa María Sopra Minerva.

lunes, 6 de mayo de 2019

PASEOS CON SARA. EL PANTEÓN DE ADRIANO


      
     Panteón de Roma. Vista exterior
       Durante unos instantes pausé el audio de Sara sobre el Panteón, para fijarme en el abigarrado y variopinto gentío que se iba congregando en torno a aquella edificación. A aquella hora ya estaba abierto, y los turistas entraban con fluidez en su interior dejando un rastro multicolor de pequeñas mochilas y vestimentas de todo tipo, abundando, obviamente, las cómodas y funcionales.
        Presto a aprender algo más de aquella monumental construcción me dejé embelesar de nuevo por sus palabras…
Estructura del Panteón. Roma.
        –Fue en el año 27 a.c. cuando Agripa decidió edificar un templo aquí. Ya existía un túmulo de tierra que indicaba el lugar donde Marte había arrebatado al cielo a Rómulo. El templo se dedicó a todos los dioses y, por tanto, recibió el nombre, derivado del griego, de Panteón, aunque, en la realidad, su patrocinador lo erigió en honor a Marte y Venus, divinidades protectoras y asociadas a la Gens Julia, es decir, a la estirpe de Augusto. En definitiva, el general construyó el edificio en honor al Emperador, que acababa de crear un nuevo sistema político, dejando atrás la República. El templo poco tenía que ver con el actual, era de planta rectangular, estaba orientado hacia el lado opuesto a como está ahora, y de él se especulan algunas cosas como que se sustentaba sobre bloques de travertino, que estaba revestido de mármol, que los capiteles de las columnas eran de bronce, y que estaba adornado con cariátides y otras esculturas. Este primer templo sufrió dos importantes incendios, uno en el año 80 d.c., en tiempos de Domiciano, y otro en el 110 d.c., reinando el gran Trajano. Fue Adriano quien decidió reedificarlo por completo, dejándolo con el aspecto que ahora ves –Sara detuvo su narración unos instantes–. Oye, ¿no crees que deberías prestarme un poco más de atención, y dejar de fijarte en los cuerpos de las turistas? Que te conozco… –Sara soltó una carcajada, y dio por concluido el primer audio.
        –Toledana puñetera…–me dije mientras sonreía con absurda culpabilidad–.
        La Piazza de la Rotonda se iba animando cada vez más. Con ese reproche de Sara en forma de broma en la mente, me fijé más en las personas que me rodeaban, dando por hecho que, en parte, tenía razón; era difícil abstraerse del entorno. La belleza de la construcción se mezclaba con la insultante y lozana juventud de algunas de las turistas. Pensé en Sara, y en que estaría inmersa en una de las conferencias del congreso, y me sorprendí recordando mi colección de libros de cabecera, las aventuras del capitán Alatriste, y parafraseando una expresión del Conde de Guadalmedina en el momento que le avisaba a Diego Alatriste, por mediación de Francisco de Quevedo, para que dejara de frecuentar a María de Castro, la actriz por la que el Rey Filipo, el  IV, estaba interesado:
        –“Decidle a Alatriste que cambie de montura”
        Aunque ahora nos pudiera sonar mal la frase por machista, hay que tomarla en el contexto de la narración de Pérez-Reverte. Y yo pensé que por nada del mundo cambiaría mi montura porque jamás en mi vida me había sentido tan bien junto a alguien. El conjunto era inmejorable, trabajadora, inteligente, divertida e irónica, era la hermosura personificada y, lo más importante, “su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”.
        –¡Qué razón tenía Delibes! –exclamé.
        Aquella frase que quedara grabada para siempre en mi mente en los años más oscuros de mi vida, aquella frase con la que el escritor vallisoletano recordaba a su fallecida esposa en el libro “Señora de rojo sobre fondo gris”, parecía hecha para Sara, mi Sara.
        –Me parece que me estoy poniendo algo ñoño. Será mejor que siga con los audios –pensé–. Y todo sin haber pecado, leñe, que sólo estaba mirando el Panteón. Será manipuladora… –me quejé para mis adentros mientras dejaba que ella comenzara una nueva pista.
        –Cómo espero que estés más centrado en mis palabras que en los traseros de las mozas –Sara soltó una nueva carcajada–. Perdona, pero es que me estoy imaginando los remordimientos de conciencia que estarás padeciendo en estos momentos, y me estoy tronchando. No seas boberas, es una broma, dulce y noble tontorrón. Y ahora, mueve tu lindo y durito tafanario, que de eso puedo yo dar fe… –Ella volvió a reír pícara, y yo me fui acercando al templo, halagado–. Vale. Te decía que fue Adriano quién mando edificar el actual Panteón, el templo romano mejor conservado, gracias a que, a pesar del abandono del culto pagano con la irrupción del cristianismo y la caída del imperio, el Emperador de Bizancio, Focas, dueño de Roma en aquel momento, hablo del año 608, se lo donó al Papa Bonifacio IV, quién lo reconvirtió en iglesia cristiana con el nombre de Santa María ad Martyres.
        Sara pausó su explicación unos segundos. Pensé que el audio había acabado, pero no:
–Es que me estaba yendo por los cerros de Úbeda. Vuelvo al momento de la construcción. Sabemos que lo mando construir el emperador Adriano, y se sospecha que el arquitecto fue Apolodoro de Damasco. El pórtico fue trasladado hacia este lado, incluida la inscripción del frontón que alude a que fue obra de Agripa. Adriano tenía por costumbre no poner su nombre en ningún monumento que construía o restauraba.
­–¡Vaya! Un emperador modesto –me dije.
Cúpula del Panteón. Roma.
 En el tímpano, había una enorme águila de bronce que sostenía en sus garras una corona de laurel, emblemas del imperio. Las enormes vigas del pórtico también eran de bronce. Sobre esto hay una curiosa historia que luego te contaré. El pórtico se divide en tres espacios rectangulares, los dos laterales acaban en grandes hornacinas que en su día albergaron las estatuas de Agripa y Octavio Augusto. El espacio rectangular central desemboca en esos espectaculares portones de bronce que, a pesar de que no deben de ser los originales, impresionan por su tamaño. Y ahora viene el gran efecto visual; cuando uno se espera el típico templo romano rectangular, sorprende la contemplación de este espacio circular culminado por esta espectacular cúpula de cinco hiladas de casetones, decrecientes en tamaño a medida que se acercan al imponente óculo. Se trata de la bóveda más grande construida en mampostería con sus casi 43.3 metros, medio metro más grande que la magnífica de Miguel Ángel, en San Pedro del Vaticano. El templo está diseñado como un círculo perfecto, y la cúpula representa la prolongación de la bóveda celestial. Para aligerar sus empujes se construyeron gruesos muros de hasta seis metros de espesor, y arcos de descarga, estructuras que podrás apreciar perfectamente en el exterior porque el templo está desprovisto, casi en su totalidad, de ornamentación. Respecto a los materiales constructivos, de los gruesos cimientos de travertino, pasaron al hormigón romano, para acabar en la ligera piedra pómez que rodea el óculo, aliviando así el peso de la construcción a medida que se ganaba en altura. El óculo tiente nueve metros de diámetro, y servía para establecer el momento exacto de solsticios y equinoccios, además de utilizarse para fijar las horas del culto pagano. Se especula que para construir la cúpula se utilizó una gran estructura de madera a modo de armazón, aunque la leyenda romana dice que se hizo sobre un túmulo de tierra que el populacho, ávido de fortuna, fue vaciando después, en busca de las monedas de oro que Adriano había enterrado allí a tal efecto.
Panteón. Roma. Vista del interior.
Había estado varias veces en el Panteón, pero ahora, con las explicaciones de Sara, la construcción comenzaba a tomar forma en mi mente de otra manera. Ella continuó...
–Luego darás un paseo por los exteriores y verás los materiales utilizados, y los recursos arquitectónicos que sostienen el templo. En su día estaría recubierto de mármoles, estucos y demás decoración. Urbano VIII Barberini intervino en el templo en el s. XVII y no para bien.  Ordenó retirar las enormes vigas del pórtico y el águila con la corona para fundirlas, y construir el baldaquino de San Pedro del Vaticano y cañones para defender Castel Sant’Angelo. Esto provocó el descontento de los romanos que hicieron circular la famosa frase “quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini”. Lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberini. También mando edificar dos campanarios, que a la postre fueron bautizados por los romanos como las orejas de Bernini, su autor. Para bien del Panteón, fueron retirados en el s. XIX. Si ves algún grabado o pintura anterior a esa fecha entenderás que no le hacían ningún bien a la estética del templo. El suelo está decorado con círculos y cuadrados de mármoles de diversos colores, pórfido…etc, y está ligeramente inclinado hacia el interior para facilitar la evacuación del agua que entra por el óculo cuando llueve. En torno a la rotonda se abren siete nichos que ahora son capillas, el del centro es diferente a los otros, y ahora es el altar mayor. Estos nichos están flanqueados por columnas y pilastras corintias, y por ocho templetes que alternan frontones semicirculares y triangulares. Esto puede recordarte a la ornamentación de Sant’Andrea al Quirinale, cuando te comenté que Bernini se vio influenciado por este templo que estaba restaurando cuando construía aquella iglesia. Y ahora mira en la cartera, quizá tengas un billete de cincuenta euros, sácalo.
–Aquello me pilló de sopetón. Me dejó sumamente intrigado. Así acababa ese audio. Busqué en mi billetera y sí, llevaba un billete de cincuenta euros. Puse en marcha el siguiente audio.
–Si tienes uno, observa si es de los que tienen representada arquitectura renacentista. Si lo es, verás que, en uno de sus lados, hay dos ventanas enmarcadas por sendos templetes como los del Panteón; solo se diferencian en que los capiteles en el billete son jónicos.
Me quedé pasmado. Sara se fijaba en cosas que jamás me hubieran llamado la atención, en algo tan cotidiano y ordinario como un billete.
–Sigo… En el segundo piso, separando la primera planta y el arranque de la cúpula, hay una fila de ventanas que se hicieron coincidir con los espacios de abajo que no son de época romana sino fruto de una intervención del s. XVIII. Ahora te pondré una prueba fácil. Hay una parte diferente en este espacio, esa es una reconstrucción del original. Debes encontrarla, aprendiz, así que dale a la pausa
Me imaginé a Sara tomándose un respiro y ordenando sus ideas, dándome tiempo para encontrar aquella parte de la decoración del templo que había conservado cierto sabor romano. No me fue complicado, enseguida di con la diferencia hacia la derecha del altar mayor. Volví a poner en marcha el audio.
–Imagino que ya lo habrás encontrado porque no era complicado. Ni siquiera para un viejecito –Sara ironizó–. Veamos… algo más que pueda ser interesante… –Aquellas pausas me sugerían que Sara improvisaba, que a medida que se acordaba lo iba grabando. Y así, a capela, a lo sumo contando con el móvil o el ordenador para ver alguna foto o plano, me parecía muy difícil–. Aquí están enterrados tres reyes de Italia. A la derecha verás el negro sepulcro de Victorio Emanuele II, a la izquierda el de Humberto I, su sucesor, y el de su esposa Margarita; los cuidan voluntarios monárquicos. También en ese lado de la izquierda se sitúa la tumba de Rafael con un bellísimo epitafio que dice…espera que te lo busco porque esto sí que no me lo sé de memoria –Sara pausó su narración–. Te lo leo ILLE HIC EST RAPHAEL TIMVIT QUO SOSPITE VINCI RERUM MAGNA PARENS ET MORIENTE MORI. Ánimo chavalín, traduce… –Sara rio sardónica, y pauso de nuevo su explicación.
–Eres un diablo encantador, un súcubo pecaminoso –pensé, consciente de que me dejaría arrastrar hasta el mismo infierno por ella–. “Aquí yace Rafael… –balbucí, por supuesto, no supe continuar–.
–Por si no lo has logrado, la inscripción dice “Aquí yace Rafael, por el que en vida temió ser vencida la naturaleza, y al morir él, temió morir ella”. Es bonita, ¿Verdad? Bueno… pues te dejo dando una vuelta por el Panteón para que te hagas una idea de las dos curiosidades que te voy a comentar. Es especialmente bello estar aquí en junio porque el día 21, día del solsticio de verano, la luz entra perpendicular por el óculo a las 12 del mediodía, algo impresionante, al igual que la lluvia de pétalos de rosas que hacen caer el día de Pentecostés por el óculo con la ayuda de los bomberos, simulando ser las lenguas de fuego del Espíritu Santo. Y no se me ocurre nada más de momento. Cuando salgas, vuelves a poner el audio, te diré algo sobre la fuente.
Sagrada Familia, llamada la Perla. Obra de Rafael Sanzio
Tenía que dar la razón a Sara. Aquellos dos espectáculos debían de ser dignos de presenciar, y la frase sobre Rafael era bellísima, lo presentaba casi como el vencedor de la naturaleza por la calidad de su arte. Me vino a la mente la impresión que me causó un año atrás, cuando aún Sara no había irrumpido en mi vida y visitaba el Museo del Prado, la contemplación de la delicadeza y maestría de algunas de sus obras como La Sagrada Familia del Cordero, La Virgen del Pez, La Sagrada familia, llamada la Perla, o La Virgen de la Rosa. Luego sopesé el impacto que había supuesto Sara para mi respecto a la contemplación del arte en general. Me había devuelto la ilusión y el interés, algo que había quedado adormecido por el paso de los años, y la lejanía de los tiempos de facultad. Seguro que, si hubiese contemplado aquellas obras de Rafael, con ella a mi lado proporcionándome más conocimientos sobre las pinturas de los que podría asimilar, su disfrute hubiera sido mayor.
–Vamos con ello –Sara rio divertida de nuevo–, me lo estoy pasando pipa, parece que te llevo de la mano. La fuente es obra de Jacomo della Porta, del S. XVI. El obelisco se erigió aquí un siglo después, es egipcio, de época de Ramsés II, tiene más de 3000 años, y estaba situado en el antiguo templo de Isis que es dónde está ahora Santa María SopraMinerva, tu próximo destino. Hasta mediados del s. XIX aquí se hacía el mercado del pescado, y los comerciantes limpiaban su mercancía en la fuente. Y eso es todo. Disfruta del entorno, y no mires tanto a las muchachas… –Ella volvió a bromear y reír–. ¡Vamos! Que se te va la mañana –me apremió finalmente.
En ningún momento dejé de sentirme acompañado por sus oscuros y tiernos ojos, por su mirada de ligera y arrebatadora tristeza. Su voz maestra, y su coloquial y cercana narración hicieron que más de una vez intentara buscar su mano inconscientemente en aquella mañana primaveral romana. Frente al Panteón, junto a la Fontana de la Rotonda, sonreí con la satisfacción e inocencia de un niño, y con la seguridad de comprender, en mi madurez, aquel sentimiento que llevara a Miguel Delibes a escribir, recordando a su esposa: “era una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. Esa era Sara.

miércoles, 1 de mayo de 2019

PASEOS CON SARA. EN EL CAMPO DE MARTE


 
      Piazza della Rotonda. Fontana y Panteón de Agripa.

      Me desperté poco antes de las 7 de la mañana, hora en la que nos teníamos que levantar, sin que llegara a sonar el despertador del móvil, así que lo apagué. Era martes, y Sara tenía una nueva jornada de trabajo en el congreso que había comenzado el viernes anterior por la mañana, el día que llegamos. El miércoles ella intervendría como ponente y yo, si me conseguía un pase como invitado, asistiría, convencido de que me dejaría con la boca abierta y exclamando para mis adentros con orgullo paleto, ¡esa es mi chica!
Bajo la tenue luz de las farolas de la calle y del incipiente amanecer que penetraba a través de las ventanas esquivando los pesados estores casi bajados del todo, me levanté, procurando no despertarla. Seducido aún por los agradables y placenteros ecos del día anterior, me sorprendí, entre las brumas de mi visión, sin tener puestas las gafas, sonriéndole al espejo, feliz, mientras procedía a despabilarme con unas refrescantes abluciones matinales.
        Asomé luego por un lateral del ventanal. Alguna nube grisácea parecía manchar el cielo, aún rojizo, del amanecer Romano, pero se intuía que el día iba a ser despejado, como las previsiones del tiempo anunciaban. Las golondrinas volaban a gran velocidad entre los edificios, mientras sus sonidos penetraban suavemente en mis oídos, evocando en mi mente recuerdos de niñez, hasta que volví mi vista hacia la cama; mis pensamientos dejaron de ser los de un crío, y volví a sonreír.
 Mientras regresaba al lecho, observé su cuerpo venusiano y cálido anunciándose entre las sábanas. Durante unos instantes, permanecí en silencio, incrédulo; se me hacía difícil pensar siquiera en la cantidad de cambios que se habían producido en mi vida en tan sólo unos meses. Entonces me eché de nuevo. Sara, aún dormida, se volvió hacia mí, recostó su cabeza sobre mi pecho, me abrazó y subió su pierna izquierda colocándola sobre las mías, adoptando una postura cómoda, posesiva y placentera; su respiración suave y cadenciosa me lo indicaba. Faltaban cinco minutos para la hora de levantarse y, con mucho dolor de mi corazón, porque disfrutaba de ella incluso cuando dormía, la desperté besándola en la frente.
        –Buenos días, bombón. Deja a Morfeo, que me tiene celoso del todo, y vente conmigo –le dije mientras acariciaba su cabeza y su rostro. Ella me miró aturdida.
        –Morfeo es un tipo muy aburrido comparado contigo –contestó con voz somnolienta–. Es la hora, imagino –añadió bostezando y desperezándose.
        –Sí. ¿Cansada? –pregunté mientras pensaba que hasta en los gestos más ordinarios aquella mujer era de una belleza dolorosa, al menos yo la veía así, con mis ojos traspasados por la flecha de cupido.
        –Un poco. Ayer fue un día muy largo… –Sara dejó la frase en suspense utilizando un tono de voz insinuante, y una sonrisa coqueta que haría perder la cabeza a cualquiera, la mía la primera, mientras se espurría y luego volvía a abrazarse a mí–.
        –Lo de anoche… –comencé una frase que no acabé.
        –Estuvo bien, muy bien.
        –En fin… No sé si conseguiré vencerte en batalla, pero al menos me bato con honor –Sara se incorporó un poco, y apoyó su mentón sobre mi pecho, mirándome y sonriendo–. Estás preciosa –añadí acariciándole amorosamente su mejilla izquierda, llevándole el pelo con mimo detrás de la oreja.
        –Ya. Con los pelos de bruja que debo de tener, y las ojeras propias de la ocasión. ¡Debo de estar guapísima! ¡Una miss! –ironizó.
        –Bueno… te voy a ser sincero. Yo no puedo ser objetivo contigo. A mí me parecería que estás mona hasta con una lechuga en la cabeza. –Sara rio.
        –Monísima, aunque creo que para cambiar un poco de imagen debería utilizar la escarola, me he cansado del pelo liso
        –¿Una escarola? Puede que sí, crearías tendencia como se dice ahora –ambos reímos.
        –Vamos, cincuentón. Hay que arreglarse –Ella cambió de conversación activándose–. ¿Qué vas a hacer toda la mañana de pingo por Roma?
–Pues no sé. Tú me dirás. Admito sugerencias.
        –Lo pensaré mientras me ducho –comentó abandonando el calor de las sábanas, y el mío. Su cuerpo, cubierto con una levísima y sensual ropa interior, me sugería y llamaba al pecado de la carne de inmediato, al moverse grácil y etéreo en dirección al baño.
        –Sara… –le dije pensando en que estaba perdiendo la poca cordura y control que tenía sobre mí.
        –Sí.
        –Eres mi Venus –me incorporé en la cama con teatralidad corroborándome que aquello era cierto–. ¡Mi ninfa de la beldad! –Ella regresó a la cama entre carcajadas respondiendo a mis requiebros, y me besó.
        –Eres un zalamero original y encantador –me susurró al oído–. Sé sincero, ¿no crees que se me notan los años? Ya sabes… la fuerza de la gravedad que tiende a que todo se vaya desparramando.
        –No, la verdad es que no es así. Si con 37 estás de toma pan y moja…, con 18 debías ser una bomba sexual toledana –bromeé y ella rio–. Y, hablando de la fuerza de la gravedad, hay alguna cosa que antes no tenía mucha tendencia a subir y ahora… le cuesta bajar. Crees que…en fin… ¿habrá tiempo para un… aquí te pillo y aquí te mato? Y Santiago, cierra España, y a mí confesión que he pecado y que salga el sol por Antequera… –Ella volvió a reír, me sonrió insinuante, me miró fijamente con la sincera terneza de sus ojos oscuros y algo tristes, se puso a horcajadas sobre mí, se inclinó hacia adelante, mostrándome, provocativa y voluptuosa, todos los encantos que escondía aquella mínima ropa interior, dejó caer su media melena sobre mi rostro, me rozó con suavidad la oreja izquierda con sus labios, y me susurró:
        –Resérvate para esta noche, viejo verde cochino.
Luego me besó, se incorporó, me golpeó cariñosamente con su almohada, y se dirigió hacia el baño otra vez. En la puerta se giró,  me miró fijamente y me dijo:
– Eres un cielo.
        –Lo sé –contesté poniéndole cara de no haber roto un plato en mi vida mientras se adentraba ya en el aseo.
        Tras aquel momento de tensión carnal, nos dimos prisa en ducharnos y vestirnos. Bajamos enseguida a desayunar y, en el comedor, Sara me propuso que fuera temprano a la Fontana, y luego pasara la mañana en la zona del Campo de Marte. Algunas cosas ya las había visto pero me había preparado nuevos audios para que las visitara algo más en profundidad. Ni que decir tiene que le hice caso. A las 8.15 nos disponíamos a salir de la habitación, ella hacia la universidad, y yo a hacer turismo.
        –¿Llevas todo? –le pregunté. Ella aún estaba ante el espejo del baño.
        –No hay mucho que llevar. Carpeta, bolígrafo y bolso –me contestó mientras terminaba de ponerse un poco de rímel en las pestañas, y se pintaba los labios con un color natural–.
        –Pues entonces, en marcha –concluí mientras terminaba de ordenar un poco nuestros enseres, y desenchufaba los móviles de los cargadores.
        Finalmente, salimos a la calle, y allí nos despedimos hasta el mediodía.
        –¿Sabrás ir hasta Termini? –preguntó ella con sorna. La estación estaba a escasos metros y en línea recta.
        –¿Seguro que no te va mejor ir en metro? –Sara había decidido ir andando.
        –Anda, vete tranquilo. Prefiero dar un paseo. Necesito que me dé el aire y, sobre todo, descansar de ti.
        –¡Eres un ser malvado! –exclamé enfatizando mis palabras.
        Sara se cogió de mi cintura, con la mano que tenía libre, y me besó.
        –Será mejor que te vayas. El recepcionista te empieza a mirar mal. Creo que pensaba que éramos padre e hija –Sara rio–. Y ahora tiene cara de creer que eres un asaltacunas adinero dando cancha a su mantenida.
        –¡Envídiame, Fabriccio! –exclamé sin saber el nombre del empleado del hotel que, por supuesto, se dedicaba a sus tareas, no a fisgar. Ambos reímos.
        –Me voy. Venga, nos vemos al mediodía. Ciao, amor –Sara me pellizcó en la mejilla, se dio media vuelta y comenzó a andar. Me quedé unos instantes mirándola. Aquello de amor me había sonado especialmente bien. Caí en la cuenta de las pocas veces que nos habíamos dicho que nos queríamos, aunque la verdad, entre nosotros no hacía falta, la rotundidad de nuestras miradas lo decían todo. Al final de la calle ella se giró, yo seguía allí, pasmado, observando sus andares, ligeros y elegantes, con sus zapatos de tacón y aquel uniforme ajustado que me recordaba al de una azafata, formado por una chaqueta azul y su correspondiente falda, y una blusa blanca con un pañuelo al cuello.
        –¡Vamos! –Ella me apremió a que echara andar. Luego doblo la esquina y desapareció, no sin antes asomar una última vez, juguetona, y mandarme un beso con la mano, al que correspondí con otro y un saludo. 
        Pensativo, me dirigí a Termini. Enseguida me dije que era momento de aprovechar el tiempo, a pesar de ese vacío que sentía cada vez que se alejaba de mí en Roma. Siguiendo sus instrucciones cogí el metro hasta la estación de Barberini. Allí, paseé ante la Fontana del Tritone, y me dirigí hacia la Via in Arcione, cerca de donde habíamos cenado la noche anterior y, de allí, en línea recta, a la Fontana di Trevi.
        La fuente lucía de otra manera, Sara tenía razón. Ya la había visto por la mañana, al mediodía, y por la noche, y, desde luego, el dios Océano, surfeaba el Aqua Virgo y salía de la fachada del Palacio Conti di Poli, acompañado de hipocampos y tritones de forma diferente. No había casi gente, lo que hacía posible una mejor contemplación del monumento. Paseé la plaza de lado a lado apreciando los detalles de las esculturas, hasta que me distraje brevemente al observar a la estatua de la abundancia con su pecho al descubierto. Era inevitable que me acordara de Sara, y la envié un audio de whatsapp.
        –Quiá. ¿Me se oye? –comencé jocoso como un cateto–. ¿Has llegado ya, bombón? Ya te echo de menos. Ha sido ver la estatua de la abundancia, con su pecho al aire, y acordarme de… ya me entiendes. Sigo tus sabias instrucciones. Besote.
        Sara me contestó con premura, eran casi las nueve e imaginé que, si eran puntuales, la primera de las ponencias estaría a punto de comenzar. Primero recibí repetidas veces el emoticono de un mono tapándose los ojos con las manos, y luego un whatsapp de texto.
        –Disfruta del día en tu campo, Marte mío jejejeje.
        Y luego me mandó dos emoticonos, uno con un corazón y otro con un beso.
        Pasé unos minutos más frente a la Fontana intentando apreciar detalles que se me hubieran pasado. Intenté imaginar lo sosa e insignificante que sería esa plaza sin la fuente. Finalmente puse uno de los audios que Sara me había grabado.
Templo de Adriano. Roma
        –Si estás mirando a la Fontana, dirígete por la calle de la izquierda, es la Via delle Muratte. Cruzarás luego la Vía del Corso y, recto, sigue la Via di Pietra hasta la plaza del mismo nombre. A la izquierda te encontrarás los restos del Templo de Adriano que fue construido en su honor por su sucesor, Antonino Pío. Se conservan esas once columnas corintias; asómate a la valla, verás el podio de cuatro metros de altura sobre el que se apoyan.
        Me acerqué y comprobé lo que me comentaba Sara. El nivel del piso estaba muy por debajo del actual.
        –Y ahora. Vamos hacia el Panteón –Sara rio, divertida–, bueno…vete al Panteón. Sigue de frente en la misma dirección que venías, y coge la Via dei Pastini. Síguela, te lleva hasta la misma Piazza della Rotonda que es donde está el Panteón. Eso sí, si quieres, puedes tomar un buen ristretto poco antes de llegar, en la Tazza d’oro, yo siempre lo hago. Además, puedes ir al baño. Ya sabes que a tu edad… la próstata… –Sara volvió a reír–.
        –Qué mala leche tienes, puñetera –me dije mientras pausaba el audio y seguía el camino que me indicaba. Minutos después estaba tomándome en café en aquel lugar, que parecía de culto, y aliviando la vejiga, haciendo caso a su buen criterio. Luego me asomé a la Piazza de la Rotonda, y seguí escuchando junto a la fuente, lugar privilegiado y con muy poco público, como me había sugerido ella.
        –Primero te voy a hacer una pequeña introducción. Estás en una de las zonas más importantes de la antigua Roma, llamada Campo de Marte. Ya has visto el Templo de Adriano, muy cerca podrás contemplar la columna de Marco Aurelio, y estás ante el flamante Panteón. Si recuerdas, en cinco minutos estarías en San Luis de los franceses y Piazza Navona, trayecto que hicimos el día que llegamos. Esta zona fue muy importante en época romana, se decía que era el lugar donde Marte había arrebatado al cielo a su hijo, Rómulo, creador de la ciudad. En el s. XVI se convirtió en el centro jesuítico por excelencia. San Ignacio de Loyola fundo el Colegio romano, junto a la Iglesia de Il Gesú y, posteriormente, se construyó la Iglesia de San Ignacio que tiene unos magníficos frescos ilusionistas en trampantojo de Andrea Pozzo con la temática del papel de San Ignacio en la expansión del nombre de Dios por el mundo. Además, muy cerca está el famoso Palazzo Doria-Panfili, sede de una de las colecciones de pintura y escultura más importantes de Roma, con obras de autores de primera clase como Velazquez, Rafael, Tiziano…etc. Junto a la columna de Marco Aurelio, se edificó en el S. XVII el Palazzo di Monte Citorio, sede del actual parlamento italiano, en el que trabajaron Bernini y Carlo Fontana. Además, esta zona alberga muchos templos más que, como ya te he contado, serían, si no catedrales, casi, en otros lugares, y aquí pasan desapercibidos de alguna manera. Un ejemplo es el poco interés que despierta la Iglesia, ahora ortodoxa, de San Vicente y Anastasio en la misma plaza de la Fontana di Trevi, eclipsada por la fuente. Un poco más adelante del Panteón te encontrarás con Santa María Sopra Minerva que ya viste el otro día, único templo gótico de Roma con una riquísima colección de arte.
        Escuchando a Sara me di cuenta que una cosa era pasear Roma y otra conocerla. Empezaba a tener una idea de la inmensidad de los tesoros que albergaba la ciudad. Aquello que me había contado de que había 900 iglesias, que me había parecido una exageración, comenzó a tomar cuerpo en mi mente. Entonces, decidí aprovechar el tiempo al máximo. Esta vez me dejé abstraer contemplando mi entorno, arrobado por su dulce y atrayente dicción:
Panteón de Agripa. Roma
–Ante ti está, probablemente, el edificio romano mejor conservado y más visitado. Impresiona su magnífico y monumental exterior con esas inmensas columnas monolíticas de granito egipcio, todas menos las tres de la izquierda que, perdidas con el tiempo, fueron sustituidas por los papas Alejando VII y Urbano VIII en el s. XVII, fíjate que los capiteles son diferentes, más modernos, y su enorme frontón, bajo el que puedes ver, en el friso, la inscripción M AGRIPPA L F COS TERTIUM FECIT. (Marco Agrippa Lucii Filius consul tertium fecit), en román paladino, “Marco Agripa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez, lo hizo”