domingo, 30 de julio de 2017

!Y DALE PERICO AL TORNO¡


       Para algunos, el hecho de entrar en un baño para lavarse las manos, mirarse al espejo y ver el aspecto que presentaN, es algo normal, sin trascendencia alguna, un monótono y anodino ritual de higiene y presentación personal, algo que podríamos definir como “adecentarse”. Sin embargo, para otros, para aquellos que buscan la trascendencia, lo paranormal en cualquiera de los actos de su vida, puede llegar a convertirse en un momento de serena y contrita introspección, abstruso del todo para los primeros, por supuesto...
         Al entrar en el baño comenzaba un ligero manoteo con la intención de ocultar aquel leve pero desagradable tembloteo, oprobio evidente, silencioso, injusto y cruel, propio de la edad, que sólo parecía atenuarse levemente en el momento en que vertía el jabón sobre sus palmas y comenzaba aquel masaje suave, rítmico y relajante de una mano sobre la otra; ahora ambas brillantes, lubricadas y espumosas.
Contemplaba entonces, contristado, el inexorable paso del tiempo; ya no quedaba nada de aquellas manos hábiles, venosas, expresivas y fibrosas, más que gesticulantes, aspaventeras a machamartillo; se habían convertido en torpes, lentas, inertes e inexpresivas, desmazaladas y lábiles. Contemplaba, melancólico, sus uñas cortas, mordidas, débiles y agostadas; su piel ajada y algo cuarteada; las inevitables manchas marchitas que iban colonizando poco a poco el dorso; o las líneas de sus palmas macilentas que daba la impresión que día a día se iban acortando, como si su menguante longitud fuera, inexorablemente, el reflejo de su vitalidad.
         A pesar de todo, se lavaba cuidadosamente, con esmero, demorando resignado, empecatado y temeroso, deliberadamente, el momento de alzar la vista y verse en el espejo, solo y fané. Ese momento definitivo y palmario en el que volvía a contemplar, atónito, como se le había escapado la juventud. Ya no quedaba nada de aquella mirada sincera, transparente, cálida y penetrante, de aquellos ojos rebeldes, vivaces, pícaros y retrecheros. Bajo el imperio de su actual mirada turbia y cetrina, algo despectiva, aviesa y torva, sus ojos amusgados y aguanosos, cansados y pitañosos, esperaban el involuntario momento del inevitable grito agónico y gemebundo de reproche y desprecio…
        –¿Hay alguien en el baño? ¿Está ocupado? ¿Oiga? Hay gente esperando, por favor.

       –¡Y dale Perico al torno! Creo que se te va la fresa cada vez que te lavas las manos. Piensas demasiado las cosas. ¡Deja de magancear, pedazo de zangolotino! ¡Si es que eres un mamacallos, un majagranzas mangorrero! ¡Ya va!¡Disculpe!
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