sábado, 4 de abril de 2020

EL TRIUNFO DE SAN HERMENEGILDO DE FRANCISCO DE HERRERA EL MOZO.


        En estos paseos mañaneros que estoy compartiendo con vosotros he llegado a la sala 018A del Museo del Prado donde destaca, en el fondo, un extraordinario óleo sobre lienzo; “El triunfo de San Hermenegildo” de Francisco de Herrera el Mozo.
        Herrera el Mozo (Sevilla,1627 – Madrid,1685) fue un pintor y arquitecto sevillano, hijo del también artista Francisco de Herrera el Viejo, que estuvo varios años en Italia perfeccionando su maestría, y que trabajó, a su regreso, principalmente en Madrid, aunque también llegó a dirigir las obras de la Basílica del Pilar en Zaragoza. Si hacemos caso a lo que escribió de él Antonio Palomino (nuestro gran tratadista de pintura del s. XVII-XVIII), el artista no tenía nada de modesto, “era altivo y vanidoso, y de ingenio mordaz, satírico, incluso diabólico”.  
        Respecto al lienzo que me ocupa, Palomino comentó que el autor “se dejó decir que aquel cuadro se debía de poner con clarines y timbales”. Lo cierto es que, a la obra, pintada en 1654, se le atribuye el ser el mejor ejemplo de barroco madrileño, y cuando se colgó en el altar del Convento de San Hermenegildo de religiosos Carmelitas Descalzos en Madrid, actual iglesia de San José, en la céntrica calle de Alcalá, debió de resultar todo un acontecimiento por la admiración que desató (algo que debió exaltar el ego del autor y que, probablemente, ponga aún más en valor las palabras del tratadista). Lo cierto es que, con el tiempo, ha pasado a ser considerada una de las obras maestras de la pintura española del s. XVII, lo cual no es cuestión baladí.
        El lienzo es un cuadro de altar. Según lo vemos expuesto, es seguro que esté demasiado bajo, dado que sus enormes dimensiones no permiten muchos alardes, 326 X 228 cm. Creo que aún no os he comentado que la mayor parte de los cuadros son encargos para colocar en sitios escogidos. Los grandes pintores solían estudiar el lugar donde iban a ir ubicadas sus obras y, sobre ello, trabajaban. En este caso Herrera el Mozo debió concebir el cuadro para ser visto desde más abajo. De todos modos, su ubicación actual nos permite apreciar toda la monumentalidad, la riqueza compositiva, el magnífico tratado de la luz y de los claroscuros, y la gran variedad de matices del lienzo.
        Primero acariciaré el fondo histórico de la obra para poder comprenderla mejor. Hermenegildo era un príncipe y noble visigodo, hijo de Leovigildo y hermano de Recaredo. Hermenegildo fue educado en el arrianismo, pero se convirtió al catolicismo, probablemente porque en aquel momento le interesaba para declararse en rebeldía contra su padre. Tras años de enfrentamiento Hermenegildo fue derrotado y huyó de Extremadura a Andalucía. Tras ser arrestado en Sevilla, es trasladado a Valencia de donde consigue escapar de nuevo, para ser apresado finalmente en Tarragona. La leyenda nos cuenta que su negativa a tomar la comunión arriana le llevó al martirio; le cortaron la cabeza. Sería su hermano Recaredo quien, con el tiempo, ya siendo rey, instauraría definitivamente el catolicismo como la religión oficial del reino Visigodo.
        Ahora, vamos con el cuadro. En cuanto a la composición, la obra está dominado por el movimiento helicoidal de la figura del santo, que parece girar sobre si misma mientras asciende, mirando hacia el cielo, con el crucifijo en la mano y ataviado a la romana. La luz emerge, como gran protagonista, del extremo superior de la pintura en un rompimiento de gloria que se extiende por el cuadro, y sobre el que se difuminan decenas de angelitos en diferentes posturas y acabados, y con diferentes funciones; algunos son músicos que tocan sus instrumentos (a la derecha), otros llevan los símbolos del martirio, las cadenas, el hacha (debajo de los anteriores) o la corona de rosas (ángel que intenta imponérsela al santo), mientras otros cargan con los atributos de la realeza como son el cetro y la corona (en el claroscuro de la parte superior izquierda).
        En un soberbio contraluz, aparecen representados, a los pies del mártir, su padre Leovigildo vestido anacrónicamente con una armadura de placas propia del siglo XVII, con una mano sobre su rostro, y una expresión de sorpresa y quizá arrepentimiento por haber ordenado la muerte de su hijo, y el obispo arriano asustado y abrumado, con un cáliz en la mano, símbolo de la comunión que la leyenda dice que no quiso tomar el santo cuya festividad se celebra el 13 de abril.
        Grandioso y monumental el cuadro de Herrera el Mozo, de esas obras que no te dejan indiferente. Espero que disfrutéis de su contemplación, aunque sea en casa. Allí, en el museo, os aseguro que sobrecoge. Un saludo.

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