domingo, 31 de marzo de 2019

PASEOS CON SARA. Y VENUS Y MARTE VISITARON SAN CARLINO.


       
San Carlo a la Quattre Fontane. San Carlino.

        Hace un par de semanas dejé la narración de mis peripecias con Sara en Roma en un momento íntimo. No quiero daros detalles porque no sería propio de un caballero; creo que podréis comprenderlo. Lo cierto es que después de aquella placentera batalla campal en la que fui derrotado, pero con honor, fue inevitable echar una cabezada, aunque me fuera difícil en un primer momento, dado que mi victoriosa Venus yacía bella y desnuda bajo las sábanas, recostada sobre mi pecho de fornido Marte, también sin ropa, como podréis aventurar. Lo curioso del tema es que, en aquella envidiable circunstancia, me dio por pensar en la contradicción que suponía que la Diosa del Amor, Venus, hubiera vencido al todopoderoso Dios de la guerra, Marte. Quizá fuera cuestión de edad, de preparación, de decisión, o quizá que el terreno elegido para el enfrentamiento no había sido el adecuado para una deidad tan batalladora. Atrapado en aquella pequeña insania de extraños pensamientos, finalmente me quedé dormido.
        Sara enseguida se despertó, y yo con ella. En un principio, le hice una serie de carantoñas que casi acaban en una nueva batalla campal, esta vez en la ducha. Menos mal que el criterio de mi Diosa particular del amor se impuso y acabamos aseándonos por riguroso turno, mi Venus primero, por eso de que su Marte estaba imbuido del espíritu caballeresco. Cuando yo salí de la ducha, ella ya estaba preparada para iniciar una nueva tarde turística, y daba cuenta con apetito, del olvidado y frío bocadillo de Salchiccia del Mr Panino. Hice lo mismo en cuanto me vestí y, ambos, manteniendo la cordura, dejamos las Peroni a buen recaudo en el Minibar. En un santiamén, ya estábamos tomando un ristreto en nuestro lugar habitual, la cafetería Trombetta, de nuevo sorprendidos por las desabridas evoluciones de aquel camarero peculiar.
        Pero no nos podíamos entretener, eso es lo que decía mi preciosa guía. Íbamos a ver un par de monumentos que cerraban a media tarde. Así que nos pusimos en camino enseguida, cruzamos la Piazza del Cinquecento, dejamos a un lado el Palacio Máximo Alle Terme, una de las sedes del Museo Nacional Romano, donde Sara prometió llevarme otro día, y nos adentramos en la Via Viminale para desembocar en la Plaza del mismo nombre. Allí tomamos la Vía Agostino Depetris en dirección al lugar que Sara había decidido para esa tarde; en un principio, el cruce de las cuatro fuentes, así lo denominó ella.
        –Pues hemos llegado, mi querido Marte derrotado –Sara ironizó, aunque yo la había dado pie a ello, durante el trayecto había bromeado con aquellos pensamientos que me habían surgido sobre la supuesta batalla mitológica disputada en la intimidad de la habitación del Venetia Palace.
        –Pues comienza el trabajo de la victoriosa Venus, me temo –contesté con donaire.
        –Verás. Este es el famoso cruce de las cuatro fuentes, resultante de la intersección del Vial della Quattre Fontane y el Vial del Quirinale que se prolonga en la Via Venti Settembre.
        –Y por lo que veo y, dada mi enorme intuición, el nombre se debe a las cuatro fuentes que ocupan los cuatro chaflanes de los edificios situados en el cruce –apunté con salero.

Las cuatro fuentes. Tiber y Arno


Las cuatro Fuentes. Juno y Diana
        –Exacto, veo que la batalla no ha afectado a la perspicacia de mi querido Marte –Sara me pellizcó cariñosamente en la cadera y rio. Luego se agarró a mi brazo y me llevó al otro lado de la calle, donde ella quería comenzar su explicación–. Las cuatro fuentes representan a dos hombres con barba que son la personificación de dos ríos, el Tiber y el Arno, identificados con Roma y Florencia, y dos Diosas, Diana y Juno, que simbolizan la lealtad y la fortaleza, respectivamente. Estamos junto a la fuente de Juno, Diana está a nuestra izquierda, en diagonal, el Arno y, enfrente, el barbudo Tíber acompañado por Luperca, la loba que amamantó a Rómulo y Remo, según la leyenda de los orígenes de Roma. Son fuentes renacentistas encargadas por Sixto V.
        –Vaya tipo, no paraba. Se va a quedar con eso del hiperactivo Sixto V. Aunque por lo que me dijiste, algo insoportable.
–Puede que tres de las fuentes fueran proyectadas por el sufrido Doménico Fontana, su arquitecto de cabecera. Son Juno, Tíber y Arno. Diana puede que sea diseño de Pietro da Cortona. Pero yo te he traído a esta zona por otra cosa. Mira…estamos en la vía del Quirinale. En su día, el palacio que está al final de la calle fue propiedad del Papa; ahora es la sede del Presidente de la República italiana. Vamos a fijarnos, desde aquí, en las estudiadas vistas de los cuatro lados desde el cruce. Enfrente, al fondo, está el obelisco de Santa Maria la Mayor; detrás nuestro, el de Trinitá dei Monti, en la parte de arriba de la escalinata de la Piazza Di Spagna, donde pretendo llevarte a pasear al final de la tarde. A nuestra derecha está el obelisco del Quirinale y, a la izquierda, la Porta Pía que te enseñé esta mañana diseñada por Miguel Ángel.
        –Pues sí que es un cruce interesante –afirmé.
        –Sobre todo porque, además, aquí está situada una de las iglesias más bellas de Roma. Verás… en esta calle se escenifica el enfrentamiento personal y artístico más importante del barroco italiano; Borrromini, frente a Bernini.
        –No me hables de enfrentamientos que aún tengo en mente el humillante armisticio de hace un par de horas –bromeé pomposo.
        –Pues ya puedes ir preparándote para el siguiente. La paz y las treguas no son eternas y no me gusta abusar, prefiero enemigos bien pertrechados, nada de deidades débiles o viejunas –Sara rio y volvió a su relato­–. Venga, en serio. Francesco Borromini fue un personaje atormentado, y este fue el primer encargo que recibió y en el que pudo desarrollar todo su genio; antes había trabajado para otros artistas como su pariente Carlo Maderno, o su archienemigo Bernini. En este solar estaban instalados, desde principios del S. XVII, los Trinitarios. Estos austeros monjes españoles dieron su confianza a Borromini, quizá ayudados por su escasez de fondos –Sara puso una expresión de resignación al pronunciar estas palabras–, y le encargaron la edificación de un complejo monacal o conventual, como quieras llamarlo, con la Iglesia, y todo lo que rodea a un monasterio, el claustro, biblioteca, refectorio, celdas, incluso una cripta, en un solar muy pequeño. Así que Borromini su puso manos a la obra en 1634, y diseñó esta maravilla caracterizada por la escasez de espacio y el bajo presupuesto, que obligó a que la decoración fuera a base de ladrillo enlucido y estucos. Borromini no cobró por su trabajo, es más, buscó benefactores que lo financiaran para ayudar a los Trinitarios. A cambio, pudo dar rienda suelta en este proyecto a su enorme talento artístico sin ninguna cortapisa. En cuanto a la fachada, no hay más que observarla. Es todo movimiento, se presenta dividida en dos partes en la línea horizontal y tres en la vertical, y Borromini tuvo que integrar, en su diseño, la existente fuente del Tíber. El gran entablamento con la balaustrada divide la fachada en dos en el plano horizontal, ambas partes adornadas por columnas corintias que dividen a su vez, en tres espacios, el plano vertical. Las hornacinas que se integran en estos espacios también están flanqueadas por columnas corintias. En la Parte de abajo, sobre la puerta, entre querubines, está San Carlos Borromeo, titular del templo, flanqueado por San Juan de Mata y San Felix de Valois, fundadores de la Orden Trinitaria que, en un principio, allá por el S. XIII, se dedicaba al rescate de cautivos cristianos en tierras musulmanas. Arriba, en ese enorme óvalo sostenido por Ángeles, hubo en su día un fresco sobre la Trinidad. A ambos lados de él está representado el emblema trinitario; la cruz griega con el aspa vertical en azul, y la horizontal en rojo. Verás que este símbolo es el que predomina en toda la decoración del complejo.
–Lo del color hay que imaginárselo. Y…un lavado de cara le haría falta a la “casa”, ¿no crees? –inquirí ironizando, observando la suciedad que oscurecía, de forma ostensible, algunos tramos de la fachada, impidiendo admirar todos sus detalles.
–Su situación no ayuda a que se mantenga inmaculada precisamente. Hay mucho tráfico y las calles no son muy anchas. Sí, la piedra está sucia, ganaría mucho con una exhaustiva limpieza. La portada, aunque fue proyectada por Borromini, fue terminada por su sobrino, Bernardo Castelli, que aportó algunos cambios e hizo el Campanile del lateral.
        –Aun así, me parece una obra de arte espectacular. Esa sucesión de líneas convexas y cóncavas le otorgan el movimiento y la teatralidad propia del barroco. Me llama también la atención, la solidez y el equilibrio que le aportan las columnas corintias, el entablamento y la balaustrada… Me encanta –apunté con cierta erudición.
        –Buena interpretación. Pienso lo mismo, pero he de confesar que yo no soy imparcial analizando a Borromini. Tengo una debilidad especial por su obra y por esta iglesia en particular. Cuando veamos a fondo la Piazza Navona, te enseñaré Santa Agnese en Agone, otra obra genial del mismo autor.
        –Recuerdo que el día que estuvimos en San Luis de los Franceses me dijiste que lo dejábamos pendiente; cuando íbamos a comer el helado en las callejuelas tras esa iglesia.
        –Buena memoria. Veo que, a tu edad, el Alzeimer no ha hecho de las suyas todavía –Sara bromeó de nuevo, me cogió de la mano y, juntos, accedimos al interior.
Interior de San Carlino.
        Al entrar en aquel espacio, me sentí aún más impresionado, sabiendo que los materiales eran modestos. El blanco de las paredes y la decoración de estucos se veían acentuados por la luz primaveral que entraba desde lo alto. Las enormes columnas corintias invitaban a mirar hacia arriba, donde la sucesión de líneas curvas, de lunetos y pechinas orientaban la contemplación hacia la pequeña y espléndida cúpula ovalada.
        –Simplemente, es un edificio único. En general es de esos lugares donde la decoración o las capillas me dicen poco en comparación con la arquitectura. En el altar mayor se representa a los mismos Santos Trinitarios de la fachada y, en los laterales, a otros Santos de la misma orden. Lo importante es que el templo es tan diferente que me emociono cada vez que entro aquí. Hay tal cúmulo de soluciones arquitectónicas originales que no me canso de buscar alguna que se me haya escapado, siempre veo detalles nuevos en los que no me había fijado antes. El templo se sustenta en cuatro grupos de columnas corintias en cada lado, y los intercolumnios se adornan con la cruz trinitaria y hornacinas, algunas rematadas con arcos trilobulados. Luego, las lunetas y pechinas con los casetones con florones nos llevan irremediablemente a la soberbia y, única en su género, cúpula oval, en la que se mezclan hexágonos, octógonos y la cruz trinitaria; fíjate que, a medida que se acercan al centro, estos ornamentos van disminuyendo de tamaño lo que produce la ilusión de mayor profundidad, de mayor altura. La luz entra por unos tragaluces situados en el tambor de la cúpula acentuando la sensación de lejanía. Es algo asombroso.
Espectacular bóveda de San Carlino
        ­A medida que Sara me iba explicando la soberbia arquitectura de la iglesia, iba comprendiendo el genio del artista. Nunca había visto algo igual. Era de una originalidad y genialidad que no tenía parangón.
        –Me parece que me voy a hacer fans de Borromini también. Esta iglesia me parece coqueta, distinta, llena de dinamismo. Parece que se mueve horizontal y verticalmente, y para rematarla ideó todos elementos constructivos que desembocan en esa cúpula que no me canso de observar.
        –Pues vamos a claustro. Ya verás que monada de lugar. Y mira algo hacia abajo no te partas la crisma. Quiero e mi guerrero en plena forma para sucesivos enfrentamientos –Sara me guiñó con ese gesto de picardía y cariño con el que ella me mostraba sus sentimientos. O quizá era yo el que interpretaba así sus miradas y ademanes, totalmente cautivado por su sabiduría y buen hacer en cuanto a guía y, como no, recordando de nuevo, con ardor, nuestro encuentro del mediodía.
        Seguí a Sara sin dejar de mirar a mi alrededor, y sobre todo hacia arriba. De hecho, me tropecé con un banco por ello con el consiguiente estruendo propio de un lugar casi vacío a aquellas horas, acompañado de la mirada reprobadora de mi cicerone en la que se leía un claro: “Pero pedazo de acémila, que te acabo de avisar”. Luego, nos acercamos al claustro.
Claustro de San Carlino.
        –No tienes más que asomarte. Es una construcción singular para un espacio diminuto. Lo diseñó de planta rectangular y de dos pisos separados por una bella balaustra. Borromini dotó al sitio de una amplitud que no tiene, a base de separar las columnas irregularmente, y de utilizar las líneas curvas, cóncavas y convexas, mezclándolas con trazados rectilíneos con gran dosis de imaginación e innovación.
Cripta de San Carlino.
        Acabamos nuestra visita a San Carlino, así llamaban cariñosamente a ese pequeño recinto, bajando a la Cripta, que reproducía en menor tamaño la planta de la Iglesia. Sara me comentó que Borromini tenía un nicho allí para ser enterrado, pero que, finalmente, decidió que lo sepultaran en la Iglesia de San Juan de los Florentinos, cerca de la que vivía. Salimos de la cripta y volvimos a pasar por el coqueto e interesante claustro, y por la llamatiba iglesia. Allí permanecimos un buen rato hablando sobre las soluciones arquitectónicas que Borromini había ido ideado para edificar aquel señero y asombroso templo. Luego, salimos para admirar de nuevo la fachada.
        –Bueno…Vamos que nos cierran –me apremió Sara–.
        –¿Destino? –inquirí.
        –Via del Quirinale, hacia el obelisco. Antes de llegar, en la acera de la izquierda pasaremos por el Jardín de Santa Andrea al Quirinale con el monumento conmemorativo del bicentenario de la creación de los Carabinieri y, junto a él, entraremos en la Iglesia de Sant’Andrea al Quirinale, obra maestra de Ioannes Laurentius Bernini –concretó mi consejera artística privada y docta en la materia.
        –Para los amigos, Juan Lorenzo Bernini, el enemigo del genio que hemos dejado atrás. La batalla está servida –comenté haciendo referencia a la comparación de estilos y calidades que a buen seguro me iba a plantear Sara. Y, pensando en batallas otra vez, me sorprendí divertido rememorando aquel extraordinario mediodía, convencido de que no tenía ninguna posibilidad de vencer a mi bella Diosa en sucesivos enfrentamientos. Mi Venus particular había mostrado suficientes virtudes en aquellas lides como para perder toda esperanza en la victoria.
        –Llevas un rato callado, ¿te he aburrido? –añadió Sara mientras nos acercábamos a la obra maestra de Bernini, soltaba mi mano y se detenía ante mí.
        –Me resulta imposible aburrirme contigo. Me ha encantado San Carlino y las explicaciones. Estaba pensando en la originalidad de Borromini. Ya puede ser bonita la iglesia de Bernini para superarlo     –mentí como un bellaco.
        –Ya. Y yo me lo tengo que creer –contestó Sara insinuante mientras se ponía de puntillas, me rodeaba con sus brazos y me besaba.
        –No ha colado, ¿verdad? Sí…, reconozco que mi “inconsciente” –bromeé confundiendo deliberadamente el vocablo inconsciente con subconsciente–, vuela hacia la habitación del hotel cada poco. Puede que siga en una especie de estado cataléptico. –Sara rio.
        –Es que… ¿no fue la derrota lo suficientemente contundente?    –Sara volvió a flirtear conmigo, a insinuarse con esa mirada pícara de niña necesitada de amparo que sabía dedicarme y, a besarme.
        –Hay derrotas… y derrotas. Hay derrotas amargas, derrotas dulces, derrotas humillantes… En fin, que me estoy liando y total, solo para decirte que lo que deseo es que me derrotes a todas horas ­–Sara soltó una carcajada y me volvió a besar.
–Vamos, dulce tontorrón. Habrá tiempo para eso más tarde –concluyó sugerente, cogiéndome firmemente de la mano, llevándome hacia la escalinata de acceso a Sant’Andrea al Quirinale.

domingo, 17 de marzo de 2019

PASEOS CON SARA. Y ENTRÉ EN EL COLISEO

Anfiteatro Flavio. Interior.

         Siguiendo las sabias instrucciones de Sara, me dirigí a la entrada del Anfiteatro Flavio. El cielo había vuelto a encapotarse del todo, y una ligera llovizna, nada que me impidiera seguir con mi mañana turística, acababa de hacer acto de presencia. Durante el breve trayecto que me separaba del inmenso coloso, pensé en cuánto había cambiado mi vida desde que Sara irrumpiera en ella con su frescura y vitalidad meses antes y, dicho sea de paso, con su generosa y educadora sabiduría; aún no me explicaba cómo había grabado esos audios en mi móvil en tan poco tiempo, y todo de memoria. Sabía que había pasado un tiempo en Roma, por cuestiones de estudios, pero su conocimiento de los monumentos me parecía asombroso para una persona cuya especialidad era la Historia Medieval Española. Arrobado, feliz, y muy orgulloso de llevar la voz de mi preciosa y sabia guía en el bolsillo, me encaminé, una vez pasado el torno de entrada con la tarjeta Roma Pass, al interior de las ruinas de aquel grandioso edificio.
        –Ahora estás dentro del Coliseo, fornido y solitario caballero     –Sara comenzaba una nueva narración con su habitual ironía acompañada de un par de carcajadas–. Tienes, en esta misma carpeta de archivos, una foto con el nombre “Plano del Coliseo.jpg”; la he puesto ese nombre para indicarte que se trata de un plano y que es el del Coliseo –Sara volvía a bromear­ y a reír, sin duda se divertía con todo aquello–. En ella te he señalado los lugares en los que debes detenerte para seguir mis explicaciones. Así que… ¡mueve tu bonito tafanario, ve hacia el punto número uno y asoma al mirador! –me apremió con sorna.
Plano del Coliseo
        No me costó nada orientarme, una vez que superé la sorpresa de escuchar su pomposa loa a mis humildes posaderas. Llegué enseguida al lugar señalado por ella.
        –Y este es el interior del impresionante Anfiteatro Flavio. Te daré algún detalle sobre su estructura. Se trata de un edificio ovalado de 188 metros de largo, 156 de ancho y que llegó a tener más de 50 metros de altura. Estás en una de las dos puertas principales del edificio, la Porta Triunfalis, por la que entraban los gladiadores. Frente a ti, se situaba la Porta Libitinaria, que recibe su nombre en honor a Venus Libitina, diosa de la muerte, dado que, por ella, salían los hombres y animales fallecidos. Hablando de arena, ese es el nombre que recibía la elipse en la que se desarrollaban los espectáculos. Desde aquí puedes apreciar el esqueleto de su estructura. Algunas zonas están restauradas y reedificadas alejándose del original, pero te puedes hacer una idea bastante aproximada del entramado de pasadizos que se distribuían debajo incluso de las gradas, porque algunos servían para traer hombres y animales, otros para que Vestales o la familia Imperial entraran o salieran sin mezclarse con la gente, incluso hay uno que comunicaba el Anfiteatro con el llamado Ludus Magnus, el cuartel donde se entrenaban y vivían los gladiadores los días previos a los festejos. Ahora caigo que, con las prisas de llegar a la Basílica de San Pietro in Vincoli a tiempo de visitarla, dejamos esta tarde unas ruinas a la derecha, de las que no te comenté nada, justo antes de llegar al Coliseo. Se sitúan entre la calle por la que íbamos, la vía de San Giovanni in Laterano, y la vía Labicana. Allí estaba el Ludus Magnus. Podrás verlo desde algún mirador desde el lado contrario al que te encuentras.
        Recordé vagamente haber pasado junto a aquellos vestigios después de haber visitado la Basílica de San Clemente la tarde anterior, pero me asomaría para contemplarlos con detenimiento una vez que rodeara el complejo.
        –Ya que te he hablado del Ludus Magnus te diré que la organización de los juegos no resultaba sencilla. El Coliseo estaba rodeado por una serie de edificios auxiliares como eran los campamentos de los gladiadores, de muy diversas procedencias y nacionalidades, el cuartel de los marineros que manejaban el Velarium
        Rememoré la explicación de Sara sobre el complejo manejo de aquel gigantesco toldo que cubría el anfiteatro en sus mejores tiempos, y los cinco cipos que se conservaban en el exterior como reliquia de los puntos de amarre del alambicado sistema que usaban los marineros para extenderlo y recogerlo.
        –Un edificio que servía de almacén de todo lo necesario para la escenificación del espectáculo que, a veces, recreaba ambientes con edificios, colinas, árboles…etc, que se montaban y desmontaban en la arena, el lugar dónde se recluían los animales para la lucha entre ellos o la caza (las venationes), el saniarium donde se atendía a los heridos, o el spoliarium donde se desvestía y apilaba a los hombres y animales muertos durante las luchas. En fin…que había todo un variado complejo de edificios junto al Anfiteatro Flavio para contribuir al correcto funcionamiento de los juegos.
        Dada la enormidad de aquel espacio, observando las gradas a mi alrededor, la arena y su estructura, no me fue difícil adivinar todo el complicado entramado que rodeaba la monumental edificación.
Otra vista del interior del Coliseo.
        –Te daré una visión general de abajo a arriba sobre la estructura del Coliseo –Sara continuaba su ilustrada disertación–. Como puedes ver, hoy no es más que una especie de esqueleto de lo que pudo ser en su etapa de máximo esplendor, pero aún apreciaras sus formas. Bajo la arena, cuyo nivel puedes ver por esa madera que hay frente a ti que cubre parte de los subterráneos, 6 metros por debajo, se distribuían múltiples galerías y pasadizos por dónde se movían operarios, luchadores y animales, que accedían al nivel superior tras salir de sus celdas o jaulas, gracias a un ingenioso sistema de poleas, montacargas, rampas…etc. La arena estaba rodeada por un muro de protección de cuatro metros de altura rematado por mármoles inclinados para evitar asaltos de hombres y fieras. Por encima estaba instalada una red metálica, tras la que se situaban, cada cierto espacio, arqueros para prevenir posibles ataques. Las gradas, llamadas Cavea, ya te comenté que se ocupaban dependiendo del nivel social. En la parte inferior, la más cercana al espectáculo, estaban situadas la Tribuna Imperial o Pulvinar, a tu izquierda (puedes imaginar el anuncio de la entrada del emperador por decenas de trompetas, y su llegada junto a su familia, rodeado por sus más allegados e invitados, y por su inseparable guardia pretoriana, sobre un palco adornado con lujosos tapices…)
        Lo cierto es que aquello no me costó mucho. Había oído que la ambientación y reconstrucción del Coliseo que se hizo para la película Gladiator de Ridley Scott había sido bastante fiel a la realidad. Y había visto aquel filme varias veces.
        –Frente a la que se situaba otra tribuna que normalmente ocupaba el Cónsul o eminente personaje que organizaba y costeaba los juegos. De la Cavea… no queda nada. Sus materiales fueron expoliados durante siglos. Puedes ver los arranques de las bóvedas rampantes, sobre las que se situaban los graderíos, junto a gruesos contrafuertes. En su día estaba rodeada de pasillos y miradores adornados con mármoles, estucos y pinturas, con decenas de fuentes de agua corriente, y un complejo sistema de urinarios públicos. En la parte más baja de la grada, hay una pequeña reconstrucción, emplazada frente a ti a la izquierda, con algunos asientos de color blanco…
        Me orienté enseguida y pudo ver aquellos restos.
        –Estaba ocupada por senadores, magistrados, sacerdotes y vestales, con sus vistosas togas blancas, y recibía el nombre de Podium. Por encima se situaba el Maenianum Primum reservado a la aristocracia no senatorial; más arriba estaba el Maenianum Secundum, dividido en Imum, para los ciudadanos romanos ricos, y Summum para los pobres y, finalmente, en lo más alto, estaba el Maenianum Summum in Ligneis, construido en madera, que ocupaban principalmente las mujeres. En época de Augusto se reguló la asistencia a estos espectáculos separando a las mujeres de los hombres para evitar encuentros sexuales en lugares públicos, algo muy morboso y frecuente.
        En aquel momento y, durante unos instantes, eché muchísimo de menos a mi amada guía. Aquello de los fortuitos encuentros carnales había despertado cierto deseo en mi de estrechar a Sara entre mis brazos y darle un beso exento de toda castidad. Incluso tuve que detener su narración; Sara también parecía haberse tomado un descanso en su explicación. Después, volviendo a la insana soledad que me acompañaba tras mi humana reacción, comencé a rodear el anfiteatro para intentar percibir los detalles constructivos, tanto de la Cavea, como de los subterráneos de la arena; quizá aquello aplacara mi incipiente lujuria, como si se tratara de una especie de ducha fría ambientada en la antigua Roma que me sacara de aquellos pensamientos, en los que, rodeados por pinturas pompeyanas, mármoles y lujosos estucos, Sara, ya se me había presentado ataviada a lo Virgen Vestal, con el deseo de compartir sus arcanos tesoros conmigo, un aristócrata lívido de tez y libidinoso de ánimo, destogado y rendido, en cuerpo y alma, ante su irresistible atractivo. En fin…que…, triste y melancólico, decidí aplazar cuanto antes aquellos sensuales deseos, al menos hasta llegar al hotel y reunirme de nuevo con ella. Una vez volví a mi pesarosa realidad de turista solitario, decidí aprovechar el tiempo y alejarme de mis fantasías, regresando a los comentarios de Sara. Tras unos segundos de silencio en los que pensé que se había acabado la explicación del todo, su voz retornó.
Algunos tipos de gladiadores
        –Voy a continuar entrando un poco más a fondo en el tipo de espectáculos que se daban aquí. Pero antes, cómo creo que te conozco lo suficiente como para creer que se habrá disparado tu imaginación con eso de los encuentros sexuales en el Coliseo… Ya veremos en el hotel… –Sara sonó amenazante, y rio pícara y juguetona, tras lo que carraspeó y siguió con seriedad su narración–. Una jornada de juegos podía comenzar con “Venationes” o espectáculos de caza o de lucha entre animales, donde participaban decenas de fieras y cazadores, con la arena decorada con escenografías y paisajes diversos. Podía continuar, al mediodía, el momento con menos afluencia de público por resultar menos agradable para parte de los romanos, con algunas ejecuciones de condenados, incluidas las famosas damnatio ad bestias de las que te hablé en anteriores pistas. Y acabaría por la tarde, con las esperadas luchas de gladiadores o Munera. También se daban otro tipo de escenificaciones, muy del gusto del público, como la simulación de batallas terrestres o navales, estas últimas denominadas Naumaquías, en las que la arena se inundaba de agua y se enfrentaban los barcos sobre ella. Se han documentado hasta 4 grandes cloacas bajo el Coliseo que facilitarían la evacuación del agua del espectáculo. Pero lo que más les gustaba a los romanos eran las luchas gladiatorias. La base de la organización estaba en manos de hombres sin muchos escrúpulos, los llamados Lanistas. Eran empresarios que siempre tenían hombres disponibles para la lucha, reclutados entre presidiarios y esclavos. Ellos le entregaban su vida, a cambio de gloria, libertad y fortuna en caso de sobrevivir. Los poco que lo hacían, al cabo de tres años recibían la Rudis, una espada de madera que les desvinculaba de su reclutador y amo, en unos casos convertidos en hombres libres y adinerados, en otros, ya demasiado tarde, en embrutecidos dependientes de su pasado, que volvían a la arena hasta que morían en combate o se retiraban como instructores a alguna escuela de gladiadores. Como ya sé que Gladiator es una de tus películas preferidas puedes imaginarte el entorno y la emoción que suponía para todo romano asistir al Coliseo y presenciar los juegos. El público enardecido y vociferante recibía con vítores al Emperador y su familia convenientemente anunciados por trompetas. El pódium aparecería blanco repleto de ilustres togados. Cada senador ocuparía su lugar frente a su nombre grabado en el mármol sobre el muro que le separaba de la arena. Las fieras rugirían mientras peleaban por sus vidas, capturadas a miles, exterminadas en muchos casos en los territorios imperiales. Los gladiadores (samnita con su armamento pesado de escudo, corazas y espada, secutor con su habilidad y ligereza de armamento y movimientos con cuchillo corto, casco y escudo, retiario con su red emplomada y el tridente propios de los pescadores de atún…etc, dependiendo de sus armas, atuendo y envergadura) lucharían con diferentes técnicas y habilidades por sus vidas. Los vencidos quedarían sujetos al albedrío del Emperador y del público, a la espera de la sentencia, mite o iugula, sálvalo o mátalo, a si el dedo pulgar de quién presidía los juegos se extendía hacía arriba para dar vida, o se iba lúgubremente a la garganta para ordenar la ejecución. Y, finalmente, los desafortunados fallecidos saldrían por la Porta libitinaria tras recibir un hierro candente sobre sus cuerpos para comprobar su óbito.
        El relato de Sara estaba perfectamente ambientado para mi gusto. Estaba imaginándome aquellas luchas en el mejor de los escenarios. También pensé en todo el sufrimiento que había producido para mayor gloria del Imperio. Pero, “un historiador debe dedicarse a investigar y analizar los hechos no a juzgar comportamientos éticos ni actitudes de un mundo que no es el suyo con la distante perspectiva del occidente actual”, recordé estas eruditas y acertadas, profesionales y asépticas palabras de Sara escritas para una conferencia que dio en Toledo sobre la expulsión de los judíos de la ciudad en 1492 y que, más que leer, devoré admirado por sus amplios conocimientos sobre el tema.
        Pasé, un buen rato más, explorando pasadizos, galerías, vomitorios y miradores, todos ellos salpicados por restos arqueológicos acumulados aquí durante dos mil años, escrutando el monumento desde todas las perspectivas posibles de la cavea, incluso subí hasta lo más alto para contemplar, desde allí, aquella hermosa perspectiva. Cerca ya de las dos de la tarde, decidí salir, encantado por las explicaciones de Sara que ampliaron mi conocimiento sobre el Anfiteatro Flavio y todo lo que le rodeaba, sobre los espectáculos, luchas y ejecuciones que se dieron en aquel espacio espoliado durante siglos y, afortunadamente no arruinado por completo. No podía demorarme más, así que subí en metro hasta Termini, y compré para Sara el bocadillo de Salsiccia que me pidió y otro para mí, además de nuestras, ya inseparables, Peroni. Eran las dos y media, y Sara me envió con puntualidad el WhatsApp de que habían terminado. Durante unos instantes, y mientras ya me acercaba al hotel, elucubré sobre la idoneidad de esperarla imbuido por la temática del día imperial que había pasado, en la habitación, enfundado en una sábana blanca a modo de toga senatorial, podía funcionar como preludio del deseado encuentro amoroso con el que había soñado aquella mañana. Absorto en aquel pensamiento entré y, para mi sorpresa, ella ya había llegado. El caso es que no me dio tiempo ni a dejar las bolsas en el suelo. Ella me rodeó con sus brazos y me besó.
        –Iba a preguntarte que tal te había ido el día, pero creo que lo importante es que has echado de menos a tu anciano Emperador que viene de gastarse un puñado de sestercios en el Mr. Panino de Termini–comenté jocoso, tremendamente feliz y halagado por aquel sincero y prometedor recibimiento, mientras conseguía posar las bolsas finalmente sobre la mesa, e introducía las Peroni en el minibar–.       
–Pues eso no es nada, porque a mi Emperador le espera una dura lucha gladiatoria con esta retiaria que va a echarle su red emplomada ahora mismo amenazándole, si se resiste, con un tridente –Su voz sonó irresistiblemente autoritaria e insinuante, mientras se acercaba de nuevo a mí, despojándose muy despacio, sensual y provocadora, de sus…
        Y hasta aquí puedo escribir… Sólo me queda afirmar que no me hizo falta la toga, que aquello que me imaginé en el Coliseo se quedó muy corto en relación a la acontecido en la realidad, y que perdí la lucha, aunque por lo honorable y valeroso de mi comportamiento, mi atractiva y arrolladora retiaria pronunció, para mi goce y deleite, la palabra Mite al final del combate. 
       
       

domingo, 10 de marzo de 2019

PASEOS CON SARA. SOBRE EL ARCO DE CONSTANTINO, EL COLOSO DE NERÓN Y LA META SUDANS

Reproducción de la zona del Coliseo, con el Arco de Constantino, la Meta Sudans, el Coloso de Nerón, el Templo de Venus y Roma al fondo y el Coliseo a la derecha.

      Como un niño con zapatos nuevos había disfrutado de las cercanas, sabias, certeras y eruditas explicaciones de Sara sobre el exterior del Coliseo y la zona donde, en su día, Nerón edificara la excelsa Domus Aurea. Pero era hora de seguir con mi mañana de turismo, había mucho que ver y, por el tamaño de las pistas que tenía grabadas en el móvil, también que oír. Así que, sin prisa, pero sin pausa, seguí escuchando, atento e ilusionado.
–Mientras te acercas al Arco de Constantino de nuevo te daré unas pinceladas sobre el significado de los arcos triunfales en la Roma antigua –La voz de Sara sonó segura y experta, quizá hasta imperial, al menos eso me parecía a mí obnubilado y cautivado por su dicción y el ambiente que me rodeaba, encantado como estaba de disfrutar de aquellas ruinas y de sus conocimientos, hasta el extremo de hacerlo en su ausencia–. Verás… Todo arco de triunfo tenía un sentido simbólico. Cuando un militar romano obtenía una victoria tenía derecho a ser aclamado por la urbe, pero, ante el peligro que podía surgir por la presencia de las tropas dentro de la ciudad, se les hacía pasar bajo este tipo de construcciónes para purificarlos, para eliminar de su esencia todo lo malo que conlleva la guerra. Además, se suponía que al jefe militar endiosado, victorioso, orgulloso y altivo, se le debía humanizar, había que ponerle los pies sobre la tierra y, para ello, se le hacía acompañar, en todo momento, por un esclavo que le iba repitiendo al oído lo siguiente: “recuerda que eres un hombre”, y a los soldados se les permitía, olvidándose de toda disciplina y respeto marcial, que le obsequiaran con cánticos, mofas y befas festivas y burlescas. Respecto al desfile, este iba encabezado por la infantería, le seguía la caballería y luego iba el victorioso militar a las riendas de una cuadriga bellamente engalanada tirada por cuatro caballos de albura refulgente –sonreí ante la grandilocuente descripción de Sara. Seguro que era para que imaginara la magnitud del evento–. El homenajeado iba pomposamente ataviado como Júpiter, con una túnica púrpura y una corona de laurel. La comitiva partía del Campo de Marte, pasaba por el Foro Boario, luego por el Circo Máximo, transitaba la vía Triunfalis, en la zona donde te encuentras, giraba hacia la izquierda para tomar la Vía Sacra y entrar en el foro, para acabar subiendo al Templo de Júpiter dónde el laureado ofrecía un sacrificio a los dioses.
Arco de Constantino. Cara norte.
        Siguiendo las ilustradas instrucciones de Sara, me había situado de nuevo junto al Arco de Constantino, frente a los grandes sillares que le precedían, dando la espalda al Coliseo. Por lo que me estaba describiendo, imagine aquel desfile como un espectáculo impresionante, con la multitud aclamando al héroe a lo largo y ancho de la ciudad. Ella proseguió con su explicación.
        –A partir de Augusto, con la llegada del Imperio, la gloria era para el emperador y no otro. Imagino que ya estarás junto al arco. Si estás en la parte más cercana al Coliseo...   –Pulsé la pausa en el audio durante unos instantes. Aquella mujer parecía adivinar mis movimientos. Me divertí pensando que quizá, con sus múltiples habilidades, me hubiera instalado algún tipo de seguimiento por GPS en el móvil; algún artilugio propio de una película de espías. Luego volví a escuchar–. Verás en el suelo unas ruinas circulares. Aquí estaba situada la Meta Sudans, construida en época de Domiciano    –Mentalmente rebusqué en mis conocimientos sobre el imperio romano y lo situé a finales del s. I, Domiciano había ostentado el poder después de su padre Vespasiano y su hermano, Tito–. Era la fuente que rodeaban estos desfiles para enfilar la vía Sacra y entrar en el foro. Recibía ese nombre porque su forma cónica imitaba a las metas de los circos y, lo de “sudans”, le venía porque el agua resbalaba desde la parte de arriba, brillante y leve, como el sudor, vertiéndose en un estanque de unos 16 metros de diámetro. En época de Mussolini, a algún iluminado, quizá el mismo dictador, se le ocurrió que sería bueno demolerla para abrir espacios a una carretera junto al Coliseo y terminaron de arruinarla. Al lado se situaba el famoso Coloso de Nerón; muchos dicen que fue el que el que acabó apellidando al Anfiteatro Flavio, para dejarlo en Coliseo. La enorme estatua de bronce de 35 m. de altura, la más grande jamás creada, incluso mayor que el mítico Coloso de Rodas, se situaba en el vestíbulo de la Domus Aurea. En principio, la labor destructiva de Vespasiano en el entorno, para edificar su anfiteatro, respetó la efigie, aunque con algunos cambios. Al Nerón desnudo representado como el Dios Sol-Helios se le modificó el rostro y se le añadió una corona de rayos solares, quedando la representación como Coloso Solis. El emperador Adriano, ya en el siglo II, decidió trasladarlo para construir el Templo de Venus y Roma. Para ello necesitó de la fuerza de dos docenas de elefantes, y la estatua quedó situada sobre un pedestal que se adivina a tu espalda a la izquierda de esos tres cipreses –Me di la vuelta y situé enseguida su emplazamiento­–. Respecto a su desaparición no se sabe a ciencia cierta la fecha, quizá fuera durante el saqueo de Roma por los visigodos de Alarico, o en algún terremoto en el s. V. Incluso hay quien lo retrasa más al aparecer en un poema del venerable Beda, en el s. VIII. Ahora vamos con el plato fuerte de este espacio, el monumental Arco de Constantino. Ve al otro lado. A la zona más alejada del Coliseo.
Arco de Constantino. Cara sur.
        Seguí las instrucciones de Sara mientras observaba la estructura de aquella inmensa mole con sus tres vanos protagonistas, el central mucho más alto que los laterales. De cerca resultaba aún más grandioso, a pesar de la proximidad del gigantesco Coliseo.
        –Bien –Sara continuó–. La Vía de San Gregorio era la antigua Via Triunfalis en época romana. A través de ella venían los desfiles, como te comenté antes, desde el Circo Máximo. Sobre el arco… Te lo voy a poner algo complicado. Tendrás que seguir mis explicaciones y buscar los relieves de los que te hablo. Será divertido.
        ­–Eso espero –pensé, no muy confiado.
        –El arco mide 21 metros de alto, 25 de ancho y casi 7,5 de profundidad. Recibe el nombre de Constantino porque el senado romano se lo dedicó en el 315 d.c., tres años después de su victoria sobre Majencio en la batalla del Puente Milvio, a pocos kilómetros de Roma. Por lo que hablamos en Letrán, conoces parte de los hechos por lo menos, pero ahondaré un poco por si acaso.
        –Haces bien en profundizar –pensé ironizando sobre mis conocimientos.
        –Hagamos memoria. Seguro que te acuerdas de algo, también estudiaste historia tú, aunque, claro, por tu edad, hace ya muchos siglos… ­–Sara rio tras dedicarme esas palabras que sonaron a ligero reproche.
–¡Será cabrita! Lo que yo diga… me lee los pensamientos, ¡Qué tía! Y encima se cachondea –me dije en el fondo placenteramente halagado.
        –A finales del s. III, Diocleciano…
        –Ya, el de las Termas cerca de Términi –Me sorprendí contestándola, incluso en voz alta. Miré alrededor, me sentí por unos instantes un poco ridículo por si alguien se había percatado, aunque enseguida pensé que, en estos tiempos, cualquiera podía pensar que estaba hablando por teléfono con el “manos libres”.
        –…decidió dividir el Imperio en cuatro partes, formando así una tetrarquía que facilitaría la defensa contra los bárbaros y su administración. En occidente acabaron gobernando Constantino y Majencio que no tardaron en guerrear para dirimir quien era el único emperador de occidente. La zona controlada por Constantino tenía su capital en Treveris, junto a la frontera germana del Rin, mientras que Majencio residía en Roma. El caso es que Constantino, que era un militar experimentado, en cuanto supo que su rival le había declarado la guerra, partió hacia Italia con un ejército de 40.000 hombres, cruzó los Alpes y venció en las llanuras de Turín en una primera batalla, tomando Milán seguidamente. Entonces se dirigió hacia su segundo objetivo, Verona, para tratar de controlar todo el norte de Italia y no dejar importantes acumulaciones de tropas enemigas a sus espaldas en su camino a la capital imperial. La ciudad cayó tras un fuerte asedio, tras lo cual, Constantino decidió marchar sobre Roma, esta vez sin ninguna prisa, esperando que los romanos se pusieran nerviosos y presionaran a Majencio para que luchara fuera de la urbe. Y acertó. Su rival no supo mantenerse firme ante una ciudad que no quería que se luchara en su interior y, aun contando con un ejército superior, fue derrotado en el Puente Milvio, como sabes.
        –Sí, eso sí que lo sé, hermosa doncella, y alguna otra cosa más suelta –comenté sardónico, de nuevo cavilando en voz alta.
        –Al día siguiente, Constantino entró con su victorioso ejército en la ciudad portando la cabeza de Majencio, cuyo cuerpo se había recuperado del Tíber donde había perecido ahogado; eligió muy mal la posición de sus tropas y se vio acorralado junto al río gracias a la certera estrategia de su rival. El desfile triunfal de Constantino tuvo una peculiaridad y es que fue el primero en el que no se subió al Templo de Júpiter para hacer sacrificios. Constantino, imbuido por la convicción de que su victoria había sido gracias a aquella señal del Dios de los cristianos que le había indicado, en sueños, que vencería bajo el signo de la cruz, decidió quedarse en la tribuna de oradores del foro para, desde allí, obsequiar al pueblo con un discurso. Pero poco pudo disfrutar de su triunfo el nuevo emperador de todo Occidente dado que enseguida tuvo que volver a la frontera norte, donde la presión de los pueblos germanos habían provocado una nueva crisis. Tardó tres años en volver a Roma, y fue entonces cuando el senado romano le dedicó este arco de triunfo, una especie de “puzle reciclado”.
        Me quedé un poco intrigado ante la última frase de Sara. Ella, deliberadamente dejó unos instantes de hablar. Incluso pensé que se había desconectado el audio, o se había acabado la pista. Enseguida retomó su explicación con gracia; había obtenido el efecto deseado.
        –¿Cómo se te ha quedado el cuerpo, ancianito? Por si te estabas quedando dormido, he decidido sorprenderte. Te estarás preguntando porqué he definido el monumento como un “puzle reciclado”. Pues bien, recientes investigaciones ponen en duda incluso que el arco fuera de esa época y se aventuran a afirmar que puede que sea de tiempos de Trajano. En cuanto a la decoración, los que lo patrocinaron, reciclaron esculturas y relieves de tiempos de los tres grandes emperadores antoninos…
        –O sea Trajano, Adriano y Marco Aurelio –aventuré y acerté.
        –Los dos hispanos que conocerás, Trajano y Adriano, y el emperador filósofo, Marco Aurelio, el hombre pacífico que se vio obligado a guerrear contra las tribus germanas que dieron mucha que hacer durante su imperio en la frontera del Rin. Los autores del arco trataban con ello de poner en relación la magnitud del personaje homenajeado, Constantino, equiparándolo a estos tres grandes personajes, muy presentes en la memoria triunfal de Roma. Además, se cree que no había mucho presupuesto y que, echar mano de relieves ya existentes, pudo ser una necesidad. Volvamos al arco. Físicamente está construido con mármol en la parte de abajo, y se aligera arriba con ladrillo revestido de más mármol. Flanquean los arcos esbeltas columnas corintias adosadas que sólo sirven de sostén a las ocho estatuas de esclavos Dacios traídos del foro de Trajano, que tienen ese buen aspecto gracias la restauración de la que fueron objeto en el S. XVIII. Por encima de los arcos comienzan tus deberes. Tienes que localizar las escenas.
        –Ahora empieza lo bueno –pensé divertido.
        –El friso que rodea el monumento por encima de los arcos es de época de Constantino. Verás luego que el estilo no tiene nada que ver con el resto de relieves, de plena época clásica. Estos son más toscos, las figuras y sus vestimentas se presentan más rígidas no se sabe si porque en aquella época de crisis no había artistas de categoría, o porque el estilo había evolucionado y tendía a simplificarse, lo que acabó por desembocar, tiempo después, en el arte románico.
        A simple vista se veía la diferencia. Los de época clásica parecían ejecutados por artistas virtuosos; eran de extraordinaria calidad.
        –Inmediatamente sobre los arcos tendrás que encontrar las escenas del desfile de las tropas de Constantino entrando en Milán, la toma de Verona con el asedio a la ciudad amurallada, la batalla del Puente Milvio, el desfile triunfal, el reparto de dádivas y el discurso en la tribuna de oradores del foro. De esta época son también los dos medallones de los laterales que representan al Dios Sol con el carro solar y a la Luna, también sobre un carro. Los grandes medallones que están por encima del friso, en las fachadas principales, son de época de Adriano, y representan escenas de caza y de sacrificios a los dioses. Los ocho relieves del ático son de época de Marco Aurelio y representan diferentes momentos de sus años de lucha contra los germanos en la frontera norte. Los dos monumentales relieves rectangulares del vano del arco central, y los de los laterales del ático, son de época de Trajano, de su importante y decisiva victoria contra los Dacios. El reciclado de relieves llegó al punto de que los rostros de los emperadores antoninos fueron modificados para que se parecieran a Constantino.
        Fui rodeando el monumento y creo que conseguí identificar casi todas las esculturas de las que me hablaba Sara. Comprobé de primera mano el cambio de estilo, los de la época clásica, de principios del S. II, que representaban escenas de los grandes emperadores antoninos, eran de soberbia ejecución, no guardaban ninguna relación con la tosquedad, simpleza y rigidez de las figuras talladas en el S. IV, muy poco realistas y repetitivas, sin personalidad propia, algo que se constataba también en las victorias aladas que ocupaban las enjutas de los arcos, cuyos pliegues de ropajes recordaban más a tallas románica.
        –Para acabar te haré hincapié en las inscripciones más relevantes. Empiezo por la del ático que reza así “Al Emperador César Flavio Constantino, el más grande, pío y bendito Augusto: porque él, inspirado por la divinidad, y por la grandeza de su mente, ha liberado el estado del tirano y de todos sus seguidores al mismo tiempo, con su ejército y sólo por la fuerza de las armas, el Senado y el Pueblo de Roma le han dedicado este arco, decorado con triunfos
        –¡Menuda cabeza tiene mi niña! –exclamé sorprendido al intentar identificar, en lo alto, la traducción al castellano que me había hecho del latín, deteniendo el audio unos instantes.
Relieve de época de Trajano en el Arco de Constantino con la inscripción "fundador de la paz"
        –¿Sorprendido? –escuché al volver a poner en marcha la explicación–. Pues no lo estés tanto, que tengo delante, en el ordenador, la traducción de la dedicatoria del ático –Sara, bromista, rio y continuó–. Fíjate también en las inscripciones del interior del arco principal “Liberatori vrbis”, liberador de la ciudad, y “Fundatori Quietis” al fundador de la paz. Esta última inscripción está situada sobre el magnífico relieve de época de Trajano con su desfile triunfal tras la victoria sobre los Dacios. Y yo creo que con esto vas más que servido. Te queda el interior del Coliseo, así que, en cuanto quieras, entramos. Bueno…entras, yo te acompaño, si te apetece, con mi voz –Era evidente que Sara se divertía sólo imaginando mis evoluciones.
        Es difícil explicar lo que se siente cuando ves un monumento con alguien que te lo explica, esté allí o no para hacerlo. Las doctas, claras y concisas explicaciones de Sara me ayudaron a comprender, y de qué manera, el Arco de Constantino y su historia, grabada a martillo y cincel en su superficie. Reciclado o no, se trata de un monumento imponente, bastante bien conservado, quizá porque siempre fue cuidado por la Iglesia, dada la especial consideración que siempre se le tuvo a Constantino, como proclamador del Edicto de Milán con el que se puso fin las persecuciones sobre los cristianos, y como patrocinador de basílicas tan importantes para la historia de la Iglesia como Letrán, San Pedro del Vaticano, o el Santo Sepulcro en Jerusalén. Encantado y sorprendido por mi sabia guía, me dirigí hacia el monumental Anfiteatro Flavio observando la sucesión de ordenes en las columnas de los pisos de su fachada; de abajo a arriba dórico, jónico, corintio y compuesto. Estaba metido de lleno, con la inestimable ayuda de la dulce voz de mi bella cicerone, en la Roma imperial.


domingo, 3 de marzo de 2019

PASEOS CON SARA. DE LA PORTA PÍA AL COLISEO.



 Anfiteatro Flavio. Coliseo.

     Aquel domingo fue muy intenso. La visita al complejo de Letrán había continuado con una estupenda tarde a caballo entre el complejo arqueológico y basílica de San Clemente, y la basílica de San Pietro in Vincoli con el maravilloso “Moisés” de Miguel Ángel. Era hora de tomarnos un descanso y, por eso, entramos en una pequeña Gelatería en la Vía Cavour, de camino al hotel. Por la hora que era, Sara descartó el intento de visitar los dos lugares cercanos que nos quedaban pendientes, dejándolos para días posteriores. Merecería la pena verlos con detenimiento, según su criterio. Se trataba de las Basílicas de las Santas Práxedes y Pudenciana, hijas mártires del Senador Pudente, aquel que alojara en su casa a San Pedro. Su cercanía a Termini, nuestro alojamiento, y Santa María la Mayor, dejaba la puerta abierta a que nos dejáramos caer por allí en cualquier rato que tuviéramos disponible.
        Como en tantas Gelaterías italianas, el helado estaba delicioso, algo exótico para mi modesto paladar; de gorgonzola, nuez y miel, apio y lima. Para uno, que es muy clásico para estas cosas, al que le cuesta salir de la tradicional nata, vainilla o, barroquizando el gusto excepcionalmente, de la Stracciatella, fue toda una experiencia.
        Después, decidimos retirarnos al hotel para disfrutar de una relajante sesión de Spa, con sauna y Jacuzzi. Luego, nos fuimos a la habitación. Tras una larga y reparadora ducha, en mi caso acompañada por afeitado completo de cabeza y barba, nos acercamos a “Termini” para comprar algo para cenar. Los bocatas de Mr. Panino, la ensalada y las peroni frescas (bendita medida la italiana que son de 66 cc), que nos beneficiamos en la misma habitación del hotel nos supieron a gloria. Cerca ya de las once de la noche, agotados y amodorrados por el cansancio y la cervecilla, nos acostamos, con la idea de madrugar, no quedaba otro remedio, Sara quería llevarme a la Porta Pía y a ver otro imponente lienzo de la Muralla Aureliana antes de retomar su congreso. Yo tendría la mañana libre, al menos, eso pensaba yo en aquel momento.
        Aquel lunes amaneció “grequiano”; oscuro, anubarrado y amenazando lluvia. Tras otro buen desayuno en el Venetia Palace, nos pusimos en marcha a las siete y media, con los chubasqueros enfundados y paraguas al cinto; Sara llevaba también la flamante carpeta oficial de su congreso. Tardamos cerca de veinte minutos en llegar a la Puerta Pía, donde ella comenzó a explicarme algo sobre su historia bajo una leve llovizna, protegidos por capuchas y paraguas.
Porta Pía. Diseño de Miguel Ángel
        –Dicen que este fue el último monumento que diseñó Miguel Ángel. Fue un encargo del Papa Pio IV. Se cuenta que el Papa quería una puerta funcional que sustituyera a la cercana Porta Nomentana. Miguel Ángel se debió de adornar en exceso para el gusto de la Curia con los tres proyectos que presentó. Finalmente, el Papa eligió el más barato.
        –Suele pasar –comenté mientras comenzábamos a rodearla.
        –Miguel Ángel no la vio acabada y se transformó mucho su proyecto. La fachada exterior es del s. XIX. Quiero destacarte dos hechos señalados acaecidos en este lugar. Por aquí entraron los Bersaglieri.
        –¿Quiénes?
        –Es un cuerpo de la infantería italiana. Un grupo de estos soldados entró en Roma por aquí en 1870, culminando la Unidad Italiana al conquistar Roma. El otro hecho relevante fue un atentado que sufrió Mussolini el 11 de septiembre de 1926.
        –Evidentemente sobrevivió –bromeé mientras la leve llovizna cesaba.
        –Ahora, paseemos junto al Muro Aureliano, mientras nos acercamos hacia el campus de la universidad. Espero que te portes bien, tendrás la mañana para ti solito.
        –No sabré que hacer sin Cicerone.
        –A lo mejor tienes algo parecido… –Sara se mostró enigmática.
        Durante un buen rato seguimos la estela de la Muralla Aureliana. Teniendo en cuenta los largos tramos que habíamos visto ya, tanto el Letrán como en la Puerta Tiburtina, parecía ser cierto aquello de que conservaba 12 de sus 19 km de perímetro. Luego nos adentramos en el Campus Universitario. Sara tenía que estar a las 9 de la mañana en el Aula Magna de la Universidad de la Sapienza.
        –Creo que me hubiera gustado asistir a un congreso como este –afirmé.
        –Si te apetece, creo que podría conseguir una acreditación especial, al menos para el día que yo dé la conferencia.
        –Pues claro. Me encantaría. Sería un placer escucharte. Aunque ya disfruto de ese privilegio a diario –le guiñé un ojo antes de detenerme y besarla.
        –A lo mejor…esta noche… dormimos menos ­–me soltó con zalamera picardía.
        –Eso sería toda una crueldad; un anciano debe descansar –añadí divertido. Ambos reímos. Sara cambió de conversación.
Aula Magna y fuente de Minerva. Universidad de la Sapienza
        –El campus es inmenso. Fue obra de Mussolini. La Sapienza es la mayor universidad de Europa con más de 150.000 alumnos y la más prestigiosa de la parte sur del continente. Y… hemos llegado      –Sara se detuvo ante una fuente previa a una gran construcción –. Este es el edificio que alberga el rectorado, el Aula Magna y la Biblioteca Alejandrina. Y ese es el estanque de Minerva con su estatua; aquí nos separamos hasta la tarde, vejete.
        –Solitario, cabizbajo, con el corazón silente bañado en tristeza y abandono, me retiraré a mis aposentos en el hotel a llorar tu ausencia –comenté pomposamente jocoso. Sara rio de nuevo. Luego me besó, soltó mis manos, me guiñó y comenzó a andar con rapidez hacia las escaleras de acceso del edificio. Entonces la seguí.
        –Espera. Creo que no me he despedido adecuadamente –le dije acercándome. Luego, le di un fuerte abrazó y la besé de nuevo antes de preguntarle–. ¿He de preocuparme de que me dejes tirado en Roma tras fugarte con algún experto medievalista en…como era el título del congreso, a piñón…? –Sara rio, me volvió a besar y se despidió.
        –Avignon. El congreso se titula “Dos siglos de papado. De Avignon al Saco de Roma” Por cierto, ¿he de preocuparme yo de que te líes con alguna guía turística amante del ristretto y el gelato?
        –Yo que tú lo haría. Mi cabeza recién afeitada y convenientemente bruñida es de un atractivo irresistible. Brilla a muchos monumentos de distancia –Sara volvió a reír y concluyó, ya subiendo las escaleras–.
        –En cuanto acabe te mando un whatsapp. Por cierto, te he dejado en el móvil la tarea para esta mañana. Hay una carpeta de audios con el nombre de la fecha de ayer.
        –¿No será verdad? –pregunté, echando mano del móvil.
        Sara se volvió en lo alto de la escalera y me despidió tirándome un beso con la mano. Luego desapareció volando a pesar de llevar tacones. Sorprendido, accedí a la carpeta; había varias pistas. Puse en marcha la primera y su preciosa voz se hizo presente.
        –Ante todo, pórtate bien e intenta no perderte. No quiero tener noticias tuyas a través de los Carabinieri –Sara dejó de hablar momentáneamente, supuse que había sopesado aquella posibilidad y se divertía­–. Ahora, sal del campus en dirección al Viale Regina Elena, y síguelo hasta la estación de metro Policlínica. Una vez en el subterráneo ve en dirección Laurentina. Tras cuatro paradas estarás en Coloseo. Bájate allí. Tienes en la cartera una tarjeta Roma Pass que te he comprado para que no hagas cola en el acceso al monumento. Vale también para el metro, no tienes más que pasar el código de barras por la pantalla. Hoy te vas solito a la antigüedad clásica. Espero que disfrutes. Besos.
        –Será puñetera –pensé–. Me ha organizado el día. –Sonreí satisfecho, emocionado y halagado en extremo, poniéndome en marcha de inmediato, ilusionado, google maps en mano.
Cuarenta y cinco minutos después, cerca ya de las diez de la mañana, salí de la estación de metro de Coloseo, sorprendido por la vista a la izquierda de la enorme mole del anfiteatro Flavio, a la derecha de las vetustas ruinas del foro y, de frente, a unos doscientos metros, del imponente Arco de Constantino. El cielo seguía encapotado, aunque no tenía pinta de ir a llover. Intentando abstraerme de la importante afluencia de turistas ya a aquella hora, puse en marcha la siguiente pista titulada “Coliseo. Exterior”. La voz de Sara volvió a sonar agradable e íntima.
Anfiteatro Flavio. Coliseo.
–Si estás escuchando este segundo audio en el lugar adecuado es que has llegado sin contratiempos a la zona del Coliseo. Ve acercándote al Arco de Constantino. Es ese grande que está al fondo, no tiene pérdida, o eso creo… aún desconfío de tu capacidad para orientarte ­–Sara, sardónica, rio y pausó su voz unos instantes. Pensé que, efectivamente era muy puñetera, pero me encantaba oír sus carcajadas, aunque fuera ironizando sobre mis habilidades. Obediente, seguí sus instrucciones con premura–. Bueno “abuelillo”, estás ante el majestuoso Anfiteatro Flavio. Primero te contaré algunas cosas sobre el suelo que pisas –Sara carraspeo–. Verás, esto era el centro superpoblado de la Roma imperial. El hecho clave para que se consiguiera despejar esta amplia extensión de terreno fue la enorme catástrofe que supuso el incendio del año 64 d.c. Fuera o no provocado por Nerón, se cree que no, lo importante es que a él le vino muy bien, tanto para echar la culpa a los cristianos e iniciar una cruenta persecución, como para apropiarse de este gran espacio para construirse un buen chalet. Bueno, más bien el chalet más grande y suntuoso que te puedas imaginar. De hecho, sólo el estanque o “stagnum neronis”, ocupaba el lugar donde ahora se alza el Coliseo. La Domus Aurea, así se llamaba la Villa Imperial que pretendía construirse Nerón, ocupaba 80 hectáreas de esta zona del pleno centro de la ciudad, y su inspirador no llegó a verla acabada, puesto que lo mataron antes. Cuando Vespasiano llegó al poder, un par de años después, comienzo por tanto de la dinastía Flavia, decidió eliminar gran parte de la Domus Aurea para crear un anfiteatro, algo más necesario, lúdico y propagandístico. El anfiteatro, arquitectónicamente hablando, resulta de la unión de dos teatros, tipo griego, por la parte de la escena, y era el recinto perfecto para que se desarrollaran espectáculos de los que los romanos se volvieron adictos como las “venationes” o espectáculos de caza, las luchas de gladiadores o “munera gladiatorum” y de hombres contra bestias, las batallas navales o “naumaquias”, incluso las ejecuciones, incluida la salvaje “damnatio ad bestias”; te puedes imaginar, por el nombre, que era una pena de muerte en la que el condenado era despedazado por algún tipo de animal como tigre, pantera, león, ...etc (Me viene a la mente el caso de la envenenadora más famosa del momento, “Locusta”, que fue condenada a morir violada por una jirafa amaestrada y descuartizada por leones, un condena muy poco agradable). Parece ser que todo lo que llevara sangre de por medio hacía las delicias del romano de época imperial. Bueno…que me estoy enrollando –Sara cambió el tono de su voz–. El Coliseo por tanto se erigió sobre el estanque de Nerón, y las gradas sobre unos extraordinariamente robustos cimientos de doce metros de espesor. Se construyó con sillares de travertino, toba y ladrillo, dando el conjunto solidez y fortaleza. La necesaria ligereza se la aporta la alternancia de materiales y la omnipresencia de los vanos en su estructura, ochenta por planta. Imagínate la estampa de ciento sesenta vanos, los de los dos pisos superiores, ocupados por enormes estatuas. Las ochenta arcadas inferiores eran las entradas al recinto, los “vomitorios”; en algunas se conserva hasta su número en caracteres romano. A cada espectador se le proporcionaba una tablilla con el lugar que ocupaba su asiento en la cavea, los graderíos, y el itinerario a seguir hasta llegar a él, durante el cual, no se mezclaban en ningún momento las diferentes clases sociales; como podrás aventurar las más pudientes se situaban más cerca del espectáculo. Había cuatro entradas especiales destinadas al Emperador, las vírgenes vestales, los senadores y los gladiadores que, por supuesto, nunca se mezclaban con la plebe –Sara pausó unos instantes su narración–. Es difícil imaginárselo ahora, pero una serie de toldos cubrían la “cavea” para proteger a los espectadores de la solana, ya que los espectáculos duraban toda la jornada. En la parte más alta se conservan las ménsulas de las que se enganchaban los mástiles que sostenían los toldos. Estos eran manejados con sogas desde el suelo por expertos marineros que se ayudaban de un complejo sistema de poleas, y de unos cipos o piedras de los que anclarlas al suelo. Había doscientos cuarenta cipos que formaban una elipse perfecta alrededor del monumento a unos diecisiete metros de él. Se conservan cinco, así que deberás buscarlos junto a los pocos restos del suelo original de bloques de travertino, situados dentro de unas protecciones para que no se deterioren más. Puedes parar el audio mientras los buscas, y vete localizando los múltiples agujeros que hay entre los sillares de la construcción; luego vuelves a poner en marcha el audio y te explico.
Cipos y suelo original de Travertino del Coliseo.
Hice caso a Sara y comencé a rodear aquella inmensa mole. Enseguida encontré los cipos junto a los restos del pavimento imperial. Luego me dediqué a husmear entre los sillares, encontré decenas de agujeros. Comencé a dudar sobre la fortaleza de la estructura de la edificación, parecía un queso gruyere. Aunque luego pensé que, si seguía allí, en pie, aunque fuera una parte, sería por algo. Una vez que di la vuelta completa al monumento volví a activar el audio. Reconozco que oír a Sara me resultaba extraño, a la vez que extremadamente placentero.
–Ahora te contaré el extraordinario sistema antisísmico con el que se dotó al monumento. Por las noticias sabes que Italia es muy propensa a sufrir terremotos. Algunos han sido muy devastadores, como el que recientemente afectó al centro del país en agosto de 2016. Para paliar, en lo posible, los movimientos sísmicos se utilizó ceniza volcánica para el mortero del hormigón y se colocaron unas barras de cobre como nexo de unión entre los sillares. Ese perno iba anclado a la piedra superior y se insertaba en un agujero que tenía la piedra inferior que previamente se llenaba de plomo fundido, que era el metal que permitía absorber las ondas sísmicas del terremoto. Recuerda ahora todos esos agujeros que has visto. Son señales del expolio de esos pasadores de cobre. Al juntar las piedras y encajarlas, el plomo rebosaba lo que daba la pista a los picapedreros de donde se situaba el preciado cobre. Los expoliadores, principalmente durante la oscura edad media romana, practicaron esos agujeros para extraerlos.
Acompañado de la dulce y segura dicción de Sara y el contenido interesante de su narración, rodeé el monumento sin perder detalle. La mañana estaba resultando entretenida y placentera. Hubiera sido mucho más interesante con mi bella guía presente, pero su voz hacía que me sintiera tremendamente acompañado. Casi a las once y media me percaté de que había recibido un WhatsApp de audio de Sara que no había visto y que escuché de inmediato.
–¿Cómo va la mañana? Tenemos receso. Han terminado las dos primeras conferencias. A las once y media volvemos al lío hasta las dos y media. ¿Nos vemos luego para comer? Si estás cansado ve directo al hotel, comeré cualquier cosa en Termini y nos veremos en la habitación. En fin, como quieras. Disfruta de la mañana. Besitos.
Contesté en cuanto lo escuché, aunque pensé que quizá ella hubiera terminado ya su descanso.
–Hola bombón. No me he enterado del mensaje hasta ahora. Estaba dando una vuelta al Coliseo, haciendo de vulgar picapedrero buscando agujeros, como me mandaste ­–reí–. Oye, muy bueno el detalle de los audios que me has grabado, aunque ya me dirás cuando lo has hecho. Voy a acercarme al Arco de Constantino y el resto de la mañana la pasaré dentro del Coliseo. De la comida no te preocupes. Cuando salga de aquí compraré un par de bocadillos en el Mr. Panino de Termini y te esperaré en la habitación.
Sara me contestó enseguida.
–Vale. Así echaremos una cabezadita y daremos una vuelta, más descansados, por la tarde. Me compras un Mr. Salsiccia si puedes, me encanta ese bocata. Respecto a los audios... Aprovecho los momentos en los que la “Pompadour” se empolva en el baño. Es que tardas en acicalarte más que yo y me dio tiempo a darte esta pequeña sorpresa –Sara rio–. Espero que te sirva. Tienes otro par de audioguías oficiales que son más exhaustivas, por si quieres profundizar. Tiempo tienes de sobra, imagino. Te dejo, nos vemos en el hotel en cuanto acabe. Un besote.
Contesté a Sara rápidamente.
–Llevaré unas peroni por si traes sed. Te espero en pijama. –Rei.
Esta vez recibí como contestacion un emoticono con un beso, otro con un gesto de asombro, uno más con un rostro ruborizado y un último con un aplauso. Supuse que Sara ya habría entrado en el Aula Magna de la Sapienza de nuevo. Luego me acerqué otra vez al Arco de Constantino para contemplarlo con detalle. El grisáceo y neblinoso celaje romano parecía querer respetar mi día de turismo en solitario entre las imponentes ruinas imperiales.