domingo, 27 de enero de 2019

PASEOS CON SARA. NIEVE EN EL ESQUILINO


Basílica de Santa Maria la Mayor de Roma


El mediodía de aquella interesante mañana de sábado se nos había echado encima recorriendo la vasta área que albergara las gigantescas termas de Diocleciano. Al llegar a la puerta de la iglesia de San Bernardo alle Terme, construida sobre un espacio circular que ocupaba una de las esquinas del complejo termal, nos encontramos con que estaba ya cerrada.
         –Podemos hacer una cosa, no tan joven aprendiz –Sara se chanceó de nuevo­–. Ya que me interesa mucho que veas el interior de San Bernardo (es una especie de mini Panteón de Adriano) y ahora ya no podemos, hagamos una parada para comer algo. Luego volveremos a la colina del Esquilino para pasar la tarde allí. Ya prepararemos un recorrido que se inicie en esta misma plaza que incluya San Bernardo, Santa Susana, Santa María de la Victoria y la Fuente del agua feliz, y nos lleve finalmente al Quirinale; hay varias cosas muy interesantes de camino, como San Carlo alla quattro Fontane o Santa Andrea al Quirinale; Borromini frente a Bernini, nunca mejor dicho.
         –Dado que este aprendiz no llegará a émulo de su maestra nunca, mejor dejaré todo lo relacionado con turismo en tus manos, por la cuenta que me trae.
         –¿Cansado? –Sara creyó leer eso en mis palabras.
         –De hacer turismo no, de ti… un poco –Sara me dio un cariñoso puñetazo en el hombro por mí atrevida y jocosa afirmación, se aferró a mi brazo y me llevó hasta una pizzería situada en la misma Piazza di S. Bernardo. Tras comer frugalmente, regresamos a Termini para divertirnos de nuevo en el Trombetta con su camarero, y disfrutar de su aromático y denso ristretto. Luego, sin prisa, pero sin pausa, volvimos a curiosear por los comercios de la estación hasta que Sara volvió a hallarme obnubilado ante el escaparate de la tienda de bombones que había visto por la mañana.
         –Vamos, nos espera la espectacular Basílica de Santa María la Mayor.
         –Te advierto que no me iré de Roma sin un buen cargamento de chocolate. Estoy pensando en comprar un bombón de cada variedad, mejor dos, uno para cada uno.
         –Sería bien recibido el detalle por la guía –Sara me guiñó–. Ambos salimos poco después de Termini en busca de la cercana via Guiberti que nos llevaría hasta la fachada de la Basílica.
         Por el camino, Sara me fue poniendo en antecedentes…
         –Ya te comenté antes que la colina del Esquilino estaba fuera de la ciudad hasta le época de Augusto. En esta zona se ubicaban diversas villas pertenecientes a familias pudientes. Pero vayamos al origen de la Basílica y, para ello, volveré a acudir a las leyendas. Dicen que en el año 358 d.c., la Virgen se le apareció en sueños a un Patricio, de nombre Juan, y le pidió que edificara una iglesia en su nombre en la zona de Roma que apareciera nevada aquella noche. Lo curioso es que dicen que el mismo sueño tuvo el Papa Liberio el mismo día. Se organizó entonces una procesión que les llevó hasta la colina del Esquilino que era el lugar que había aparecido nevado en plena canícula romana, un 5 de agosto.
         –Un milagro evidente, en agosto aquí se tienen que asar los pajaritos –bromeé.
         –La tradición dice que el Papa Liberio dibujó sobre la nieve la planta de la primitiva iglesia.
         –Y eso fue lo que inspiró a Murillo para hacer los fantásticos cuadros para Santa María la Blanca de Sevilla que hoy están en el Museo del Prado, unas pinturas excepcionales –añadí rememorando aquellas extraordinarias obras de arte.
         –Correcto, mi aventajado discípulo; unos lienzos magníficos. Y esta leyenda da origen al culto de Santa María de las Nieves en pleno agosto que tanto arraigo ha tenido en la cristiandad.
         –Sabía un poco de esta historia por los cuadros de Murillo. En pleno centenario del pintor es difícil abstraerse de algunas noticias; Sevilla merece una visita por ello.
         –Habrá que ir a Sevilla entonces.
         –Y al Museo del Prado. Lo del centenario del museo tampoco hay que perdérselo.
         –Prepararemos sendos viajes entonces. –Sara me guio hasta la enorme columna erigida sobre un monumental podio que presidía la plaza de Santa María la Mayor.
         –Esta es la única columna que se conserva de la Basílica de Magencio en el foro. Tiene 14 metros de altura y la situó aquí, sobre este gran podio, Carlo Maderno por orden del Papa Pablo V Borghese. La remata una estatua de la Virgen con el niño, como no podía ser de otra manera en este lugar. Detrás queda la Vía Merulana. Si no fuera por los árboles, se vería, al fondo, el obelisco de San Juan de Letrán.
         –Ya pensaba yo que esto también era obra del hiperactivo Sixto V y de su sufrido arquitecto Doménico Fontana.
         –Pablo V tampoco se quedó manco con sus proyectos y obras.  Acabó por fin el vaticano; en la fachada se puede leer su nombre en letras monumentales. Fue un buen Papa en general, favoreció las artes y la fundación de instituciones de caridad y educación, y canonizó a algunos santos famosos que nos atañen como españoles, fue el caso de Santa Teresa de Jesús, a los jesuitas San Francisco Javier y San Ignacio de Loyola, o al castizo San Isidro labrador.
         –Aceptamos “buen Papa hiperactivo” como respuesta entonces –no pude evitar el chascarrillo.
         –Ahora, date la vuelta que vamos a admirar la fachada mientras te cuento alguna cosa sobre esta imponente construcción. Verás… Santa María la Mayor es una de las cuatro Basílicas Mayores, junto a San Juan de Letrán, San Pedro del Vaticano y San Pablo Extramuros.
         Fuori le mura para los italianos.
         –Exacto. En Año Santo, quien las visita, se gana el jubileo tras cruzar la puerta santa de todos los templos. La iglesia primitiva, del siglo IV, la que mandara edificar el papa Liberio fue arrasada durante la invasión de los visigodos de Alarico en el 410. Sobre ella se erigió una nueva en época de Sixto III, ya en el siglo V. Este templo es el único que conserva la planta basilical tardoromana; las otras tres basílicas mayores la perdieron. A lo largo de la historia, la iglesia sufrió algunas transformaciones, abandonos y reconstrucciones hasta llegar a este espectacular estado actual. En cuanto a la fachada, destaca el campanario medieval de 75 metros de altura, el más alto de Roma. El resto se lo debemos, en gran parte, al Papa Benedicto XIV y al arquitecto Ferdinando Fuga. Al parecer, hacia 1740 la fachada se caía y se le ordenó intervenir. Fuga, no restauró, sino que hizo una nueva fachada, la que ahora puedes ver, respetando los mosaicos de la logia que son medievales y de gran valor. Si nos da tiempo subiremos a verlos. Entremos.
         El monumental atrio albergaba una estatua de Felipe IV, nuestro Rey Planeta. Sara debió de detectar mi extrañeza.
         –El templo está muy ligado a la corona española, siempre estuvo bajo su protección. De hecho, el rey emérito sigue siendo protocanónigo de la basílica y la iluminación es obra de Endesa; permite apreciar su extraordinaria decoración con un ahorro impresionante de energía.
         –El tema de las luces led, imagino.
         –Sí. Hace ahora un año, en enero de 2018, D, Juan Carlos y Doña Sofía inauguraron la iluminación. No debes olvidar que él nació en Roma, incluso fue bautizado en esta ciudad por el Cardenal Eugenio María Giuseppe Paccelli.
         –¿El que luego fuera Pio XII?
         –El mismo. Pasemos al interior y verás de lo que te hablo.

         Al entrar en la basílica me estremecí. La iluminación seguro que tenía mucho que ver pues hacía destacar sobremanera los dorados del techo y los de los mosaicos y el baldaquino de la zona del ábside. Una interminable sucesión de columnas definía el grandioso espacio de la monumental planta basilical.
         –Con la nueva iluminación se comprende aún más aquello que decía la tradición que exclamaban los romanos al entrar en el templo: “¡Santa María es toda de oro!” –apuntó Sara con erudición.
         –Imagino que exageraban un poco, aunque razón no debía faltarles.
         –La leyenda dice que el oro que decora la techumbre de casetones renacentista, obra de los hermanos Sangallo, fue donado por la corona española y procedía del primer metal precioso llegado de américa. Las columnas jónicas de fuste liso y mármol veteado probablemente sean de la antigua basílica de Liberio o de alguna edificación de época romana, y delimitan el espacio de la nave central respecto de las dos laterales y sustentan un entablamento con un tesoro de valor incalculable, los mosaicos romanos del siglo V con escenas de la biblia.
         –O sea que lo que admiramos en algunas excavaciones, aquí lo encontramos allí arriba.

         –Exacto. Se conservan 27 de los 42 paneles originales. También el arco triunfal tras el baldaquino, llamado arco de Éfeso, contiene mosaicos de esa época, la de Sixto III. Recibe ese nombre porque conmemora las conclusiones del famoso Concilio de Éfeso (431) en el que se proclamó que la Virgen era madre de Dios, Theotokos, no sólo de Cristo como hombre; no olvides que Éfeso fue la ciudad en la que la Virgen María pasó sus últimos años de vida. Por eso este arco está decorado con temas marianos; todas las escenas están relacionadas con la infancia de Jesús para remarcar el papel de madre de la Virgen; la adoración de los magos, la matanza de los inocentes, la presentación en el templo…etc. Falta el nacimiento de Cristo que se cree que desapareció con la ampliación del ábside, hoy ocupado en su media cúpula con mosaicos medievales presididos por ese medallón central que contiene la coronación de la Virgen por su hijo sobre un cielo estrellado. Cristo lleva en su mano izquierda un libro en el que se lee una inscripción fundamental para entender la escena, “ven mi predilecta y te sentaré en mi trono”; Cristo comparte por tanto su trono y su gloria con su madre. El mosaico es obra del famoso Jacopo Torriti.
         –¿Potorriti? Un nombre sugerente a la par que un poco irreverente para un artista que trabajó para la iglesia ¿no? –pregunté sin poder evitar la estulticia.
         –No seas guarro, es Jacopo Torriti –me reprochó mi Cicerone.
         –El baldaquino estorba un poco, ¿verdad? –cambié mi discurso volviendo al arte.

         –Es una monumental obra del Ferdinando Fuga también. Bueno…son modas. En el barroco se edificaron muchos baldaquinos para resaltar la parte más importante del templo, el presbiterio. Aquí impide apreciar el valor de los mosaicos, aunque, acercándonos, lo solucionaremos. Las columnas de pórfido que lo sustentan puede que fueran reutilizadas del viejo pórtico de entrada y fueron decoradas con esas hojas doradas en el S. XIX.
         Dedicamos un buen rato a pasear por el interior de la basílica dónde Sara me fue explicando la evolución de la construcción y su decoración. El fondo del ábside lo presidía una pintura sobre la adoración de los pastores de Francesco Mancini. Bajo el altar, en la confesio, pudimos ver una enorme estatua de Pio IX, quien instaurara el dogma de la Inmaculada Concepción, y la urna, obra de Giuseppe Valadier, con los restos del pesebre de Cristo. Después, subimos a la nave central y volvimos a admirar los mosaicos de los entablamentos, del arco de Éfeso y del ábside. Luego le pregunté por el cuidado y llamativo suelo.
         –En la Roma medieval se desarrolló esta forma de elaboración de suelos. Fue la familia de los Cosmati quien dio su nombre a esta manera de trabajar, por lo tanto, estilo cosmatesco. Reciclaban mármoles de las construcciones romanas para formar estas figuras geométricas en los suelos de los templos. Ahora démonos un paseo por los laterales.
         En la parte de la derecha de la nave entramos en la Capilla Sixtina, construida por Sixto V que recoge en su interior una antigua capilla medieval construida por Arnolfo di Cambio y que contenía las reliquias del pesebre a las que ese Papa era muy devoto. La capilla alberga en su interior la tumba de Sixto V y la de Pio V en un estilo aún renacentista. A su lado pudimos ver el bello sepulcro del cardenal Gonzalo Garcia Gudiel, obra de Giovanni di Cosma, una llamativa tumba propiamente gótica con arquitecturas, escultura y mosaicos. Cerca de allí, una simple losa daba testimonio del enterramiento del gran escultor del barroco, “Ioannes Laurentium Bernini decus artium et urbis hic humiliter quiescit” (Juan Lorenzo Bernini, gloria de las artes y de la ciudad, aquí yace humildemente).
En el lado izquierdo de la nave, Sara me destacó someramente varias cosas. En primer lugar, la Capilla gemela de la Sixtina, la Capilla Paulina, una construcción ya barroca a pesar de ser únicamente 25 años posterior a la Sixtina, con la pintura de la Salus populi romani, una pintura de estética bizantina muy venerada en Roma por haber salvaguardado a la ciudad de azotes y plagas. Luego pasamos por la Capilla Sforza, para admirar finalmente una bonita escultura de la Regina Pacis volviendo a la nave.
–Creo que estoy saturado de información artística.
–Pues yo apuesto por volver al hotel y aprovechar el SPA, aunque antes rodearemos la Basílica, las vistas nocturnas del ábside decorado por Carlo Reinaldi desde la Plaza del Esquilino con otro obelisco…
–No me digas más, otro de los de Sixto V.
–Sí. Vamos. Merece la pena, te lo aseguro. Permite ver las cúpulas de las capillas Paulina y Sixtina en toda su extraordinaria dimensión
–Me temo que la guía volverá a tener razón, así que un último esfuerzo seguro que merecerá la pena –añadí resignado por el cansancio, pero convencido de que pondríamos así un excelente broche artístico a una extraordinaria jornada de turismo.

–Además…nos podemos pasar por el Big Ben.
–No estoy yo para ir a Londres ahora –apunté con cierta gracia.
–Vamos, quejica tontaina, es un bar pastisseria que hace esquina entre la Vía Liberiana y la Vía de Santa María la Maggiore.
–Eso ya me suena mucho mejor, hermosa y sabia Cicerone.
–Anda…Tira para allá –Sara levantó su brazo en ademán de ir a darme una cariñosa colleja. Ambos reímos y, divertidos, nos dirigimos a la Plaza del Esquilino para rematar nuestra extensa y fructífera jornada turística.

domingo, 20 de enero de 2019

PASEOS CON SARA. SORPRESA EN SANTA MARÍA DE LOS ÁNGELES Y LOS MÁRTIRES.


     Fachada de la Basílica de Santa María de los Ángeles y de los Martires. Roma

      Hay lugares en los que entrar por primera vez supone una sorpresa, un sobrecogimiento a veces indescriptible, lugares en los que el mismo espacio, por sí sólo, es capaz de provocar el estremecimiento del espectador experto o profano. Santa María de los Ángeles y los Mártires, en Roma, es uno de esos lugares. Hoy os narraré un nuevo paseo con mi imaginaria Sara, ella nos mostrará los secretos de esta extraordinaria construcción…
       
        Era sábado por la mañana. Nuestra estancia en Roma se prolongaría durante toda la semana siguiente. El congreso, al que Sara asistía, no había hecho más que arrancar el día anterior y retomaría su curso el lunes siguiente. Teníamos todo el fin de semana para nosotros. Nos alojábamos en el Hotel Venetia Palace, en la Vía Marghera, a un escasos metros de la bulliciosa estación de Termini; un buen hotel de 4 estrellas con un desayuno buffet correcto y un pequeño SPA.
Salimos temprano para aprovechar la mañana. Sara había preparado un largo paseo por los alrededores de la estación. Nos acercamos primero hasta la monumental Puerta Tiburtina dónde ella me comentó que llegaron a juntarse hasta 3 acueductos Aqua Marcia, Aqua Iulia y Aqua Tépula. Luego admiramos los potentes muros de la muralla Aureliana que recorrían tramos de calles enteros. De vuelta, hicimos una breve parada en la Iglesia del Sagrado Corazón, incluso curioseamos en algunos comercios de la estación de Termini…
        –¿Tomamos un café? Se acercan las doce del mediodía y tenemos que ir a un sitio muy especial antes de esa hora. –Sara me interpeló mientras contemplaba la variedad de bombones de un establecimiento de Termini.
        –Perfecto. Habrá que ir al baño también. Mi vejiga es de titanio pero no debe de ser del bueno.
        –Por supuesto –Sara me sonrió–. Vamos al Trombetta, está aquí al lado. Hay un tipo de aspecto huraño, de trato seco y desabrido, que me divierte. Se lo perdono porque hace un ristretto espectacular.
        –Vayamos pues.
        Sara tenía razón. El ristretto fue de gran calidad. También acertó con el carácter de uno de los camareros. No nos atendió él, pero pudimos asistir a sus evoluciones tras la barra; se reveló como un gran profesional, pero…una sonrisa de vez en cuando tampoco hubiera estado de más. Tras aquel breve y casi divertido receso volvimos a entrar en la estación para salir de nuevo por un lateral y acceder a la Plaza del Quinquecento. Tras cruzar aquella extensa plaza, que parecía servir de parada de todos los autobuses habidos y por haber, Sara se detuvo para señalarme la situación de un gran edificio.
        –Se trata del Palazzo Massimo alle Terme. Una de las sedes del Museo Nazionale Romano. Otra de las sedes queda aquí a nuestra espalda, las termas de Diocleciano. Sigamos hasta la Piazza de la República. –Sara me cogió del brazo y continuamos nuestro periplo hasta que se detuvo frente a aquella enorme plaza. Habíamos dejado a nuestra derecha restos de grandes construcciones de ladrillo.
        –Toda esta parte de la ciudad formaba parte de la colina del Esquilino. Era una zona de Roma alejada del centro que hasta el emperador Augusto no quedó incorporada a la urbe. Aquí se construyeron sus villas personajes ilustres como el mismo Mecenas o el Senador Pudente. Se dice que en casa de este último se alojó San Pedro. Sobre las ruinas de esa edificación se erigió la Basílica de Santa Pudenciana, nombre de una de las hijas del senador. La otra, Práxedes, también tiene su templo. En ambos hay unos mosaicos maravillosos que seguramente visitemos. Hay que dedicar unas horas a esos dos templos y a una de las Basílicas mayores de Roma, Santa María la Mayor. Y, antes de acceder a nuestro destino…
        –¿Acceder? Pareces una audioguía. –Reí.
        –Déjame meterme en mi papel, aprendiz… –Ella me guiño.
        –De acuerdo, continúa.
        –El resto de la mañana vamos a pasear en torno a lo que fue el mayor complejo termal del Imperio Romano, las Termas de Diocleciano, construidas a principios del s. IV d.c.
        –Un SPA.
        –Algo más complejo que un SPA. Por cierto, ¿sabes de dónde viene eso de SPA?
        –Bella dama, mi ignorancia no tiene límites –afirmé.
        –Viene del latín, Salutem Per Aquam, podría traducirse como salud por el agua. Bueno… Ahora quiero que, desde dónde nos situamos, intentes visualizar el complejo. Ahora mismo estaríamos dentro del caldarium o sala de agua caliente de las Termas. La forma de la plaza emula una gran exedra que se situaría en este extremo de la construcción. La extensión total era, más o menos, la de un cuadrado de 380 metros de lado. Además de las instalaciones termales, el complejo albergaba gimnasios, llamados palestras, salas de exposiciones, amplios jardines...etc. Era un gigantesco centro termo-lúdico. Se calcula que, sólo las termas, tenían capacidad para albergar a tres mil bañistas.
        –Caray. Sí que era grande. No me imagino un SPA actual con esa cantidad de gente a la vez en sus instalaciones.
        –La exedra de la que te hablo, la plaza, se hallaría hacia la mitad de uno de los lados de ese cuadrado. En uno de sus extremos se edificó la Iglesia de San Bernardo alle Terme, construida aprovechando uno de los espacios termales, una sala circular que hacía esquina. Luego iremos para que te hagas una idea de las dimensiones. Y a mis espaldas está la Basílica de Santa María de los Ángeles y los Mártires.
        –Quién lo diría. Más bien parece una cutre fachada de ladrillo sin restaurar.
        –Algo cambiará al cruzar esta moderna puerta de bronce colocada aquí hace unos pocos años; es obra del artista de origen polaco Igor Mitoraj y representa a la Anunciación en una hoja y el Redentor en otra. Luego te enseño una cabeza de San Juan del mismo autor en el interior. Ahora pasemos…



        Al cruzar el zaguán de entrada accedimos a un espacio abovedado que luego se habría a una amplia nave. En mi vida había experimentado una sorpresa de tal magnitud, era tal el contraste entre la modesta fachada y lo que me acababa de encontrar, que me había quedado obnubilado.
        –¿A que no te esperabas esto? A principios del s. XX se retiró una fachada que se había hecho en el s. XVIII para dejar el ladrillo a la vista. Creo que fue un acierto, evoca más sus orígenes.
        –Es difícil explicar lo que se siente al entrar en esta basílica, Sara. –Mi tono de voz expresaba la perplejidad más absoluta.
        –Sigue imaginando... Hemos dejado atrás el caldarium de las termas. Ahora pisamos el tepidarium, o sala de agua templada, que servía de transición entre el caldarium y el frigidarium, la sala de agua fría. Ocuparía este espacio abovedado. Me gustaría que te fijaras en los ángeles que sostienen las pilas de agua bendita, son espectaculares, hechos por discípulos de Bernini. ­
        –¡Menuda pilas! Y esa será la cabeza de San Juan del tipo polaco de la puerta.
        –Igor Mitoraj, exacto.
        –Y ahora pasemos al centro de la nave. Lo que era el frigidarium.      Mi cara debía ser el reflejo de mi estado anímico porque Sara me dejó sólo unos instantes, mientras yo trataba de hacerme una idea de la magnitud del espacio al que acababa de acceder. Giré varias veces sobre mí mismo dirigiendo mi mirada a las bóvedas, al profundo presbiterio, a las paredes…
        –Impresiona, ¿verdad?
        –Es un contraste tal que parece que el cuerpo tarda en asumirlo. Es como cuando pasas de un lugar con mucha luz a uno oscuro; en este caso del exterior, la plaza y la modesta fachada, a este interior tan… tan… increíble. No sé qué decir.
        –No digas nada. Ahora escucha. Dicen que un modesto sacerdote siciliano, Antonio Del Duca, a mediados del siglo XVI, tuvo una visión en la que aparecía una luz sobre este lugar. En esa visión el sacerdote se acercó y pudo distinguir aquí la presencia de algunos mártires cristianos.
        –¿Martires?
        –Vayamos por partes, decía Jack el destripador –Sara bromeó–. Diocleciano fue un emperador militarista y reformista que pasó su reinado fuera de Roma y que acabó retirándose a unas posesiones que tenía en los Balcanes, lugar que dio origen a la ciudad de Split. Probablemente, no llegara a ver las termas, pero mandó construirlas y para ello necesitaba mano de obra. Diocleciano consideraba que la fe cristiana minaba las bases del Imperio, en cierto modo no le faltaba razón, y ordenó la persecución más feroz y sangrienta que se había dado contra esta creencia. Se dice que miles de cristianos trabajaron aquí, forzados y condenados, y que muchos de ellos perdieron la vida entre estos muros. Así que las termas se convirtieron en el mayor centro lúdico del imperio, pero se edificaron sobre las espaldas de una cruenta persecución religiosa, podríamos calificarla incluso de genocida. Fueron algunos de esos mártires los que dijo ver en su visión Antonio del Duca.
        –Vaya vista la del cura. Vio a los mártires doce siglos después     –comenté sardónico.
        –Lo que cuenta es que fue el empeño de este sacerdote el que acabaría generando el templo en el que nos encontramos y que ahora podemos admirar.
        –Bendita visión, entonces –apunté.
        –Lo cierto es que tardó más de veinte años en ser escuchado. Apoyado por San Felipe Neri, Del Duca acabó convenciendo al Papa Pio IV quién encargó a un anciano Miguel Ángel la ejecución de la iglesia e instaló aquí a una comunidad de cartujos. Por lo tanto, la base del proyecto se la debemos al genio del florentino, que no vio acabada esta iglesia puesto que murió en 1564.
        –Siempre imaginé a Miguel Ángel enfrascado en la inmensa tarea de construir San Pedro. Por la magnitud de las obras el anciano debía de estar más agobiado que D. Quijote en un parque eólico.
        –Pero qué bobo… –Sara me dio un cariñoso puñetazo en el hombro por mi broma y continuó con su explicación–. La nave central está cubierta con bóvedas de arista, muy de estilo imperial, y están sostenida por ocho imponentes columnas de granito rojo de catorce metros de altura, y metro y medio de diámetro. Tienen la friolera de dieciocho siglos. La nave mide más de 100 metros de largo y 27 de ancho. De alto, se eleva hasta los 28 metros.
        –Sigo sin poder imaginarme el tamaño del complejo termal si esta nave era únicamente la sala de agua fría.
        –Más o menos era así. El proyecto de Miguel Ángel se basaba en aprovechar más espacios termales aledaños, pero al final no se llevó a cabo. Durante los dos siglos siguientes los cartujos realizaron varios añadidos que, al parecer, desmejoraban el aspecto general del templo. Finalmente, en el s. XVIII encargaron al arquitecto napolitano Luigi Vanviteli una intervención que a la postre fue la que le dio al lugar su aspecto actual; se amplió el presbiterio, se uniformizaron los espacios laterales con la nave central creando ese entablamento de mármoles fingidos donde se alojan esos lienzos de los que ahora te hablaré, y apoyó esas estructuras sobre ocho columnas más, iguales a las originales que aprovechara Miguel Ángel, sólo que éstas están hechas de mampostería, y luego rematadas con estuco y pintura imitando el granito de las romanas. Ven, acompáñame y verás la diferencia.
        Sara me llevó hacía dos columnas que parecían similares. Al golpearlas, el sonido era totalmente diferente.
        –Una es de granito y la otra es imitación –me corroboró Sara.
        –Pues dan el pego.
        –Sobre la decoración de la iglesia podríamos entretenernos un buen rato. Te destacaré el tema de los doce grandes lienzos que cuelgan de las paredes. Fíjate en ellos porque cuando vayamos al Vaticano hay unos similares en la Basílica de San Pedro. Aquellos son copias de éstos, con la peculiaridad de que allí no son lienzos, son inmensos mosaicos. Una maravilla. Destacan esos dos del presbiterio, el martirio de San Sebastián del Domenchino y el bautismo de Cristo de Carlo Maratta.
        –Ese es el Carlos Maratta cuya gran colección de pintura comprara Isabel de Farnesio.
        –¿Y tú de que sabes eso? –Sara se mostró sorprendida.
        –He visto una conferencia de Mercedes Simal sobre Isabel de Farnesio y las colecciones reales.
        –Mercedes es una experta en el tema. He coincidido con ella en algún congreso. Tiene una voz que enamora.
        –Lo cierto es que me encantó la conferencia y, claro está, su voz también, tiene un tono amable, atrayente. Invita a ser escuchada.  ¿Esa gran línea que atraviesa la nave central, qué es?

        –Es una meridiana, es la línea clementina. Fue mandada instalar por el Papa Clemente XI con motivo del jubileo de 1700. Fue construida en bronce por Francesco Bianchini, un clérigo erudito de principios del s. XVIII y mide 44 metros de largo. Sirvió para poner en hora los relojes de Roma hasta mitad del s. XIX.  
        –¿Los relojes? –pregunté extrañado.
        –Verás. Fíjate en ese pequeño orificio que hay allí arriba en la fachada, a unos veinte metros de altura. La luz entra por allí y va recorriendo la nave hasta que cruza la línea. Cuando lo hace, son exactamente las doce del mediodía. Fíjate porque está a punto de suceder, por eso hemos venido a esta hora.
        Unos minutos más tarde, admirando la construcción en su conjunto nos acercamos a la concurrida, a esa hora, línea clementina. Allí corroboré el exacto fenómeno que Bianchini había creado. A lo largo de la línea también se situaban los signos zodiacales y los solsticios y equinoccios.
        –He de decirte que hay una parte del artilugio que no funciona. ­ –Sara me llevó a un extremo de la meridiana donde se dibujaban unas elipses concéntricas.
–Habrá que llamar al relojero. –No pude evitar el chascarrillo.
–No creo que se tan sencillo, mi querido aprendiz. Esto se hizo para medir el movimiento de la estrella polar hasta 2502, pero el agujerito de la pared que permitiría señalarlo en el suelo se cerró con las obras del arquitecto napolitano en el s. XVIII, así que esta parte no está operativa.
        –Es curioso, si señorita. ¿Algún detalle más sobre este impresionante edificio?
        –Bueno… –Sara se quedó pensativa unos instantes–. Miguel Ángel estudio los espacios termales disponibles y, respetuosamente, lo que hizo, fue cubrir el ladrillo. Ahora vayamos a la sacristía y salgamos por allí, así te harás una idea de cómo se encontró la edificación el genio florentino.
        Al entrar en aquel oscuro lugar pude comprobar lo que me quería decir mi particular y bella Cicerone. Las paredes desnudas de ladrillo, con las hornacinas expoliadas de mármoles y estucos le daban un aspecto desangelado, aunque robusto y potente.
        –Has de tener en cuenta que las termas funcionaron durante dos siglos. En el 537 los bárbaros cortaron el Aqua Marcia, el acueducto que las daba vida. A partir de ese momento esto se convirtió en una gigantesca cantera de materiales. Salgamos ahora a la calle por este lado, a la Via Cernaia, donde podremos ver restos por todos los lados del inmenso complejo. Luego pasaremos por el Aula Ottagona, que aprovecha otro de los espacios termales y es otra sede del Museo Nazionale de Roma, y nos acercaremos a San Bernardo Alle Terme, iglesia de la que te hablé antes. Con eso, y si entramos otro día en el Museo de las Termas de Diocleciano, con el claustro de los cartujos en su interior, podrás hacerte una idea completa de lo grande que era esta construcción.
        ­–Te aseguro que no me hubiera importado vivir una temporada cerca de aquí en época romana para disfrutar de las termas.
        –Siendo cristiano, mejor que las hubieras conocido después del reinado de Constantino.
        –Me hago cargo.
        –Hoy…me temo que te tendrás que conformar, si quieres, con el SPA del hotel.
        –Cómo siempre, mi experta guía tiene razón. –Sara me sonrió, se aferró a mi brazo y, juntos, comenzamos otro largo paseo en torno a los restos de las fabulosas termas de Diocleciano, dejando atrás la sorprendente y fantástica edificación que Miguel Ángel y Luigi Vanviteli dejaron para la posteridad.

domingo, 13 de enero de 2019

PASEOS CON SARA. DIÁLOGOS EN TORNO A LA CAPILLA CONTARELLI.

PORTADA DE LA IGLESIA DE SAN LUIS DE LOS FRANCESES EN ROMA

     Hasta ahora no había compartido uno de los grandes secretos de mi vida, al menos la vida que he vivido los últimos 12 años. Y es que suelo pasear acompañado de mi imaginaria Sara.
Sara es un personaje de mi novela “Tiempos de Sombras”, que espero que pronto conozcáis. Ella representa todo aquello que me hubiera gustado ser y vivir, ella hace realidad aquellos deseos y anhelos que un muchacho de pueblo, del norte de Palencia, comenzó a sentir llegado el momento de decidir qué es lo que quería hacer con su vida y que, con el tiempo, se fueron truncando y frustrando uno tras otro, hasta que ese muchacho, ya mayorcito, descubrió que, a falta de pan, buenas eran tortas, y a falta de vivirlos, era capaz de recrearlos en la ficción literaria, convirtiéndose esta actividad en el hermoso pasatiempo que da sentido en gran parte a su tiempo libre, junto a sus frecuentes escapadas y viajes familiares.
        Esta vez, mi bella e inteligente Sara, mi catedrática de Historia Medieval particular, la muchacha de la media melena azabache, mirada penetrante y sonrisa triste, enigmática e irresistible de la que quedé prendado en Aranjuez y Toledo, me ha llevado a Roma porque participa en un Congreso. Ahora mismo nos acabamos de encontrar en la Calle Giustiniani, a medio camino entre el Panteón de Adriano y la Piazza Navona. Ella, como siempre, está preciosa, con su cazadora de cuero de los mil bolsillos y un pantalón vaquero que parece estar hecho a medida de sus agraciadas formas…
        –Esta zona la conozco porque es de obligado paso en las típicas rutas turísticas hacia la Piazza Navona. Me he pasado por la Fontana di Trevi, me he desviado un poco para ver Santa María Sopra Minerva y el elefantito con el obelisco de Bernini, y luego he entrado en el Panteón de Adriano haciendo tiempo mientras te esperaba. ¿Qué tal las conferencias?
        ­–Seguramente mucho más aburridas que el paseo que daremos esta tarde. Te tengo preparado algo especial que veremos enseguida –Sara me guiñó mientras me agarraba de la mano tirando de mi hacia el mostrador de una pizzería que se abría al público en plena calle–. ¡Venga! Un trozo de pizza, que tengo hambre, y nos vamos.
        No tardamos mucho en engullir aquel aperitivo fugaz, no de una gran calidad, pero que nos sirvió para engañar al cuerpo por un rato. Una botella de agua ayudó a pasar aquel tentempié. Reanudada la marcha nos detuvimos un poco más adelante ante la fachada de una iglesia.
        –Como me dijiste que no habías entrado en la iglesia de San Luis de los franceses, te la mostraré. Ese edificio es el Palazzo Madama, hoy sede del senado romano –Sara me señaló una construcción sobria situada al otro lado de la calle y se detuvo ante la fachada del templo–. De cada una de estas edificaciones se puede escribir un libro. Tienen historias apasionantes y una decoración magnífica.
        ­–La fachada es elegante –apunté.
        –El diseño de la iglesia fue obra de Giacomo della Porta aunque la obra la hizo el famoso Doménico Fontana.
        –No tuvo suficiente con erigir obeliscos por toda la ciudad para el hiperactivo Sixto V, imagino. Ese Papa tuvo que ser insoportable…
        –Dicen las crónicas que cuando Doménico Fontana inició la reubicación del obelisco del Vaticano, tenía preparada una posta de caballos por si la cosas no salía bien y tenía que huir de la ira papal a uña de caballo…
        –Valga la rebuznancia –añadí jocoso.
        –Lo cierto es que debía de tener un carácter del que había que guardarse. Bien… Esta es la iglesia nacional de los franceses en Roma. Dedicada a San Luis, rey de Francia, fue edificada gracias al mecenazgo de los Medicis; los papas Leon X y Clemente VII eran de esa familia. La fachada es manierista, en ella destacan cuatro estatuas. Carlo Magno, San Luis rey de Francia, Santa Clotilde y Santa Juana de Valois. Carlo Magno está abajo a la izquierda con el orbe, San Luis a la derecha con la corona de espinas de Cristo para la que construyera la Santa Chapelle de Paris. Bajo ambas estatuas hay una salamandra que era el emblema de Francisco I. Arriba, a la izquierda, está Santa Clotilde esposa de Clodoveo, rey de los francos y responsable de la conversión de este pueblo bárbaro al cristianismo y Santa Juana de Valois, una mujer poco agraciada, deforme y enfermiza que fue rechazada por su padre Luis XI y repudiada por su marido Luis XII, y que acabó fundando y formando parte de la congregación religiosa de la Anunciación de la Virgen María, dando así sentido a una vida particularmente cruel y pesarosa. Arriba destaca un gran escudo con el emblema de Francia rematando el frontón. Entremos.
        Seguí a Sara cruzando el zaguán de la entrada. Se abrió ante mis ojos un templo de tres naves con capillas laterales de aspecto claramente barroco decorado profusamente con mármoles, dorados y estucos. Una maravilla.

        –Y aquí se entra para contemplar principalmente el origen de la pintura barroca –Sara apoyó su cabeza sobre mi hombro unos instantes mientras se aferraba a mi mano. Yo estaba absorto admirando la rica decoración de las paredes y techos de la construcción­–. Espectacular, ¿Verdad?
        Seguidamente, surcamos la nave central contemplando el fresco del techo alusivo a la muerte y apoteosis de San Luis, rey de Francia, y nos detuvimos ante el altar mayor.
        –Esta Asunción de la Virgen es una obra maestra de Francesco Bassano. –Sara se refería a la pintura que presidía el altar.
        –Supongo que de la famosa familia veneciana que influyó tanto en pintores como el Greco.
        –Correcto. El aprendiz parece que progresa y va atando cabos… –Sara me sonrió tras bromear. Yo la besé en la frente.
        Deliberadamente mi guía particular me llevó hacia la nave de la derecha deteniéndose unos instantes ante la Capilla de Santa Cecilia donde me habló sobre los frescos del Domenichino y, luego, hasta un punto de la iglesia desde el que poder ver, entre el púlpito y uno de los pilares, al fondo, la primera capilla de la nave de la izquierda.
        ­–Ahora…estate quietecito unos instantes. Y mira desde aquí hacia donde yo esté cuando te avise.
        Sara se dirigió hacia la nave de la izquierda, saludó al joven mulato que vendía recuerdos del templo en aquella parte del templo y se acercó hasta la primera capilla. Allí insertó una moneda y…la luz se hizo.
        La pintura barroca nació ante mis ojos al contemplar, en todo su esplendor y en la distancia, el Martirio de San Mateo, una de las obras cumbre de Caravaggio. Sara me pidió que me acercase unos instantes más tarde. Consiguió en mí ese efecto sorpresa, ese asombro que perseguía.
        –Había visto fotos de las pinturas, incluso algún documental, pero aquí…uno se queda boquiabierto –comenté al reunirme de nuevo con ella frente a la famosa Capilla Contarelli.
        –Ante vuesarced –Sara bromeó de nuevo–, las primeras obras de gran formato y composición compleja del genio que inició todo un movimiento artístico con su pincel, que rompió con las maneras suaves y afectadas del manierismo imperante en el momento. Estás ante tres obras maestras de Michelangelo Merissi, universalmente conocido como Caravaggio aunque, al parecer, nació en Milán, no en esa villa cercana que lo apoda. La capilla la mandó edificar el prelado francés Mathieu Cointrel.
        –He leído que el clérigo italianizó su nombre transformándolo en Contarelli y que murió sin verla concluida. De hecho, creo que pasaron varios años hasta que se retomó la obra como proponía su testamento.
        –Exacto, mi querido pupilo parece que pronto sabrá más que la profesora –Sara me dio la mano de nuevo y prosiguió la explicación, tras hacer un chascarrillo sobre mis modestos conocimientos–. El espacio está decorado con mármoles y el techo con pinturas de Giuseppe Cesari, más conocido como el Caballero de Arpino, maestro de Caravaggio y luego uno de sus más furibundos enemigos. Pero lo importante, como puedes ver, son las pinturas del milanés, el impactante nacimiento del barroco, ejecutadas entre 1599 y 1602. La capilla está puesta bajo la advocación de San Mateo y el ciclo decorativo fue encargado en su honor. Los tres lienzos representan la vocación de San Mateo a la izquierda, la inspiración en el centro y el martirio a la derecha. Observa el cuidado estudio de la luz en cada cuadro con respecto a la ventana.
        –Es cierto, Caravaggio orienta la iluminación del cuadro como si de verdad entrara por esa ventana semicircular que en realidad ilumina muy poco; imagino que eso se deba a lo estrecho de las calles.
        ­–Seguro que sí –asintió Sara–. Fijémonos primero en la vocación. Mira… pinta la escena como si se produjera dentro de una taberna, ambiente que conocía muy bien.

        –Por lo que sé el joven era un auténtico crápula pendenciero, siervo de Baco en el más amplio sentido de la palabra, bebedor y tahúr de garitos de mala muerte, amante de tirar de espada a la mínima, cosa lógica, por otra parte, si frecuentaba peligrosas compañías –apunté.
        ­–Cierto. Caravaggio tenía 28 años cuando recibió el encargo de las pinturas. Fue recomendado por el Cardenal del Monte que era su mecenas, el hombre que le había acogido en su casa proporcionándole un taller. La pintura de Caravaggio es un reflejo de su vida, una vida llena de luces y tinieblas, una vida atormentada. Él pinta la realidad incluso en sus cuadros más religiosos. Este es uno de esos casos. Fíjate que en un principio podría verse en la obra una escena de los barrios más humildes de Roma de una taberna de los bajos fondos. A la derecha de la escena aparece Jesús en compañía de San Pedro, la luz entra en el cuadro por la derecha como si el Señor hubiera dejado la puerta de la estancia abierta, incidiendo en los asistentes que reaccionan de diversas maneras ante la sorpresiva presencia de Cristo y Pedro, con gran riqueza de matices realistas, con expresiones de indiferencia, sorpresa e incluso violencia quizá en el muchacho que parece levantarse del taburete para echar mano a la espada. Mateo y sus acompañantes, ataviados con ricas vestimentas del siglo XVI contrastan con las sencillas túnicas propias de la época de Cristo; maestro y discípulo, descalzos, dominan la escena. Mateo se muestra sorprendido por la serena y firme llamada de Jesús y se presenta retratado, como en el resto del ciclo de la capilla, como un anciano, en este caso un odiado usurero que cuenta unas monedas. ¿Te suena de algo la mano de Cristo?
        –Esa es una pregunta trampa, pero creo que la acertaré. Es exacta a la mano de adán en el pasaje de la creación que pintó Miguel Ángel en los frescos del techo de la capilla Sixtina.
        –Sobresaliente. Parece simbolizar la llamada intemporal de la iglesia, con la presencia de Pedro como cabeza de la misma que parece rubricar ese reclamo con su mano también. Caravaggio define así una iglesia que llama a la puerta del más odiado de los hombres del momento, un recaudador de impuestos, ante la incredulidad de los que le acompañan. Nos corrobora que la escena se desarrolla en un interior detalles como el del pestillo de la contraventana.
        –En eso sí que no me había fijado.

       
        –Pasemos al cuadro central. La inspiración de San Mateo que cuelga en el altar es la segunda obra que ejecutó Caravaggio para este altar. La primera fue desechada por indecorosa. Presentaba a San Mateo con las piernas cruzadas, los pies sucios y con su mano siendo guiada en la escritura por un Ángel como si se tratara de un ignorante analfabeto. Al menos eso es lo que argumentó la iglesia. Sabemos del cuadro por algunas fotografías en blanco y negro que se conservan; la pintura desapareció en Berlín en 1945. Esta versión, voy a calificarla, con algunos matices, como más benévola tratando el momento de la inspiración. Se caracteriza por la complicidad del intercambio de gestos y miradas entre el Ángel y el Santo, aunque yo creo que Caravaggio, en cierto modo, se salió con la suya, al representar a su manera lo que el interpretaba que era el momento de la inspiración; cómo el Ángel dicta al santo los evangelios y así los dota de un carácter indudablemente divino y no humano. Al estar situado el lienzo bajo la ventana, el autor simula en la pintura que la luz proviene de arriba.
        –El estudio de la iluminación es de los más preciso –comenté.

      –Ahora vayamos con al Martirio, mi preferido. Las crónicas dicen que Mateo predicaba en Etiopía y se opuso al matrimonio de su rey quién mando ejecutarlo. Yo creo que en esta pintura es donde más se nota la influencia de Tiziano sobre todo el tratamiento de la luz y el dramatismo de las figuras, quizá menos en el color; Tiziano Vecellio probablemente sea el autor que más huella dejó en Caravaggio. San Mateo aparece en el suelo ya herido por su verdugo, figura luminosa que ocupa el medio del cuadro. Observa la maestría en la ejecución de una composición llena de movimiento y agitación, con la expresión de horror del monaguillo que huye y grita, los escorzos de las figuras que se apartan espantados ante la irrupción del agresivo ajusticiador, los de los dos hombres desnudos del primer plano que esperaban el bautismo, lo que nos indica que el hecho se desarrolla dentro de una iglesia, o la imposible torsión del cuerpo del Ángel que sostiene la palma del martirio que parece que San Mateo va a recoger con la mano en alto que le sujeta su asesino, quizá tratando de impedirlo. Y un detalle más, en este cuadro aparece uno de los tres autoretratos que nos dejó Caravaggio, es el hombre que aparece en último plano con barba y un gesto… yo diría que de resignación, presentándose como un mero observador de la escena.
        –Para finalizar quiero matizarte algo sobre los colores y los nudos en las telas. En la vocación, Caravaggio utiliza una gama de colores cálidos, en el martirio fríos y en la inspiración hace una mezcla. Todo ello redunda en su maestría incluso a la hora de adaptar su paleta a la temática del cuadro, pasando de la calidez de la vocación a la frialdad y agitación del martirio. Sobre los nudos, es curioso que en sus cuadros siempre aparece un nudo o varios, como si fuera una marca de autor o un símbolo de esa vida difícil, retorcida, violenta y atormentada que fue la del gran pintor del barroco, Michelangelo Merisi.
        –Pues como colofón, ha estado muy bien. Creo que el martirio también es mi preferido. Su complejidad, su movimiento, sus luces y sus sombras… Creo que es el cuadro que debió de darle más quebraderos de cabeza.
–Lo más probable es que sea así. En las radiografías que se hicieron a los cuadros en un estudio que se hizo en los años cincuenta del s. XX, si no recuerdo mal, se reveló como el lienzo con más cambios o arrepentimientos en su ejecución de los tres.
–Extraordinaria descripción de los cuadros de Caravaggio en la capilla Contarelli, bella señorita. ¿Qué te parece si ahora hacemos una pausa, cruzamos la Piazza Navona y nos tomamos uno de esos famosos helados que sirven en una de las gelaterias de las callejuelas tras Santa Agnese en Agone?
–Perfecto. Pero invitas tú, has de pagar mis servicios, poderoso caballero –Sara me sonrió, de aquella manera que sólo ella sabía hacer, con esa sonrisa enigmática que dulcificaba su rostro aún más, con ese atisbo de tristeza en su expresión que yo encontraba irresistible, mientras, sumiso y encantado, me dejaba guiar hacia el exterior de San Luis de los Franceses.