domingo, 25 de abril de 2021

PASEOS CON SARA. LAS SIETE MARAVILLAS DEL MUNDO ANTIGUO.

 


Confieso, con cierto temor, que hay días que no soy capaz de dejar de pensar en Sara. Esta mañana, mientras contemplaba un ventoso amanecer mediterráneo y diluía, parsimonioso, una pizca de miel en un aromático café removiendo, con inconsciente insistencia, la cucharilla en el vaso, perdía mi mirada en el horizonte montañoso tras mi atalaya y recordaba aquel día en Roma…
           Me había levantado temprano. Sara seguía en la cama; dormía plácidamente. Separé la cortina de la ventana para asomarme y contemplar como amanecía sobre los edificios. El monótono rumor de los coches circulando sobre el asfalto mojado de las calles tras una noche de lluvia se colaba a través del cristal salpicado de gotas de agua. Apoyando mis manos sobre el gélido alfeizar de mármol me introduje tras la cortina y recordé la poyata de mi ventana cuando era niño. El paisaje era muy diferente, el campo, el bosque y mi montaña, no estaban allí. Sólo se veían los anónimos tejados romanos desde la habitación del hotel, pero mi felicidad era muy parecida. El horizonte no me agradaba como el de mi niñez, pero había cambiado la cálida soledad de mi ventana y su magnífica y atrapante vista, por la fría visión de una maitinada italiana, pero con la excitante presencia de Sara…
        –¿Qué haces? –Sara se había despertado y se desperezaba mientras me miraba, mitad extrañada, mitad divertida.
        –Admiro la alborada romana, la gente mayor suele despertarse para maitines –contesté con tono melodramático, mientras me volvía y me enredaba torpemente con la cortina. Sara rio.
        –Anda. Vuelve a acostarte. Es pronto.
        –Eso es que tienes frío. Estoy cogiendo complejo de calefactor.
      –Eres mi bolsa de agua particular –Sara apartó la ropa de la cama para que yo me echara a su lado–. ¿En qué pensabas?
      –No sé… –contesté dubitativo–, en la infancia, en aquel paisaje de montaña, y en la octava maravilla del mundo antiguo.
        –¿Octava? Que yo recuerde eran siete.
      –Claro. Tú eres la número ocho, pero ellos… no lo saben –dije melindroso antes de inclinarme sobre ella y besarla suavemente.
        –Ha sonado algo cursi –me dijo sonriente al separar nuestros labios.
        –¿Hasta parecer untuoso?
        –Casi… aunque la dama agradece el halago a pesar de que le hayas llamado antigua. A propósito, seguro que no recuerdas cuales eran esas siete maravillas.
        –Contigo la vida es un continuo examen de conocimientos –dije aparentemente quejumbroso.
        –No seas bobo. Tú sacaste el tema –contestó apoyando su cabeza sobre mi pecho, mirándome juguetona, mientras se apartaba el pelo de su melena castaña por detrás de la oreja izquierda, en aquel gesto que me parecía tan gracioso.
        –De nuevo has conseguido “ponerme en un brete”. Estoy en aprietos, no cabe evasiva ni efugio –comenté con teatral pedantería.
        –Mira que te gustan las palabras raras.
       –Donde las dan, las toman. Tú me examinas, yo suelto palabras…digamos…inusuales. –Sara rio divertida.
        –Venga… las maravillas. –Ella me apremió.
     –Déjame pensar… –murmuré intentando ganar un poco de tiempo y poder así refrescar mi memoria, algo que dudaba que fuera posible del todo.
        –No es tan difícil. Deberías saberlo, lo estudiaste.
        –No sé si lo llegué a estudiar. Además, recuerda que soy muy viejo. De eso han pasado muchos años.
        –Es verdad –Sara rio de nuevo.
        –Veamos… Templo de Artemisa en Éfeso –comencé.
        –Bien. Ya te queda menos.
        –¿Menos? Menos guasa tía Tomasa. Sigo. La gran pirámide de Guiza, los jardines colgantes de Babilonia, el faro de Alejandría, el coloso de Rodas…
        –Te quedan dos.
        –Ya lo sé. Estoy haciendo la cuenta con los dedos de los pies, y se me acaban de terminar los del derecho.
        –¡Qué bobo! –dijo ella posando con calidez sus bellos ojos sobre los míos.
     –Estás haciendo trampas. Si me miras así me desconcentras, la sangre abandona el cerebro arrastrada irremisiblemente por la pasión, la lujuria y el deseo –afirmé pomposo inclinándome hacia ella y besándola de nuevo.
        –¿Estás ganando tiempo? –añadió cuando separé mi boca de la suya.
        –¿Se me ha notado mucho? ­–pregunté con gesto pueril.
        –Te quedan dos –insistió.
        –¿Puedo utilizar algún comodín?
        –En este concurso no hay comodines.
        –¿Pistas?
      –Depende de cómo te portes –comentó divertida mientras posaba su cabeza en mi pecho y me abrazaba.
        –No es justo. ¿Acaso le divierten a Venus las carencias de Apolo? -me pronuncié ampuloso
      –Eres un palabrero, un zalamero incorregible y algo mimoso, pero no ignorante. Hablando de dioses… El más grande de todos en la antigua Grecia y… ¿te gustan las olimpiadas? Te he dado dos pistas inmejorables. No te puedes quejar
        –¡Así se las ponían a Fernando VII! –exclamé iluminado–. La estatua de Zeus en Olimpia.
     –Ya sólo te queda una. ¿Por cierto, sabes de donde viene esa expresión que has usado sobre Fernando VII?
        –No comprendo cómo pueden caber tantas cosas en esa cabecita tan mona –añadí jocoso.
        –¡No seas tonteras! Se dice que el monarca jugaba mal al billar y sus contrincantes se lo ponían fácil para que hiciera carambola.
        –¿Le colocaban las bolas? –pregunté afectadamente.
        –La frase ha sonado fatal, pero sí. –Sara soltó una carcajada.
        –Bueno… me queda una maravilla.
        –Es una tumba –me sugirió escueta.
        –La tumba de Ciro el Grande en Pasargada.
        –No. Esa no es la maravilla que te queda. Te daré una pista. El personaje enterrado dio nombre al tipo de tumba.
     –Buena pista. No sé cómo no lo he recordado. El Mausoleo de Halicarnaso –dije algo decepcionado.
        –Es el paso del tiempo… Eres un vejete –Sara se incorporó, cogió su almohada y me golpeó la cabeza con ella–. ¿Quieres que sigamos con las siete maravillas?
        –De momento no… –simulé tristeza–.
        –¿Qué te pasa?
        –Nada –continué cortante.
        –¿Te ha molestado algo?
        Entonces, le agarré por sorpresa las dos muñecas, la tumbé boca arriba, me puse sobre ella y comencé a besarla en el cuello murmullando:
        –He pensado que ya que acabo de recordar el nombre de las siete maravillas del mundo antiguo es menester que conozca más íntimamente la octava, ya que ahora mismo yace subyugada por mi hercúlea fuerza. Además, hace ya un rato que la sangre abandonó mi cerebro. No pienso con claridad dominado por mis instintos más básicos... –declamé retozón mientras me humedecía los labios ostentosamente
        –¡Estás enfermo!¡Me haces cosquillas en el cuello! ¡Para!  –exclamó Sara mientras se le escapaba una carcajada nerviosa.
        –Es inútil resistirse. Me he empeñado en conocer toda la dimensión del monumento que me ocupa… –concluí serio mientras seguía besándola el cuello.
        Entonces, Sara se abandonó entre mis brazos, y dejó que mis particulares prospecciones arqueológicas siguieran su curso sobre aquella belleza irresistible e inteligente que el destino había cruzado en mi camino.
           Y hasta aquí puedo contar. Soy un caballero. 

lunes, 5 de abril de 2021

LA PLATA DE BRITANIA, DE LINDSEY DAVIS.

“La plata de Britania”, de Lindsey Davis, es la primera de una larga saga de veinte novelas ambientadas en la Roma del s. I. y protagonizada por el detective Marco Didio Falco. Es una buena y entretenida narración histórico-policíaca que presenta un razonable equilibrio entre misterio e investigación y verosimilitud histórica. El texto se sitúa en el convulso año que sucedió a la extinción de la dinastía Julio-Claudia con la muerte de Nerón en el año 68 d.c. en el que hubo hasta cuatro emperadores, Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano (este último fue quien finalmente se hizo con el poder dando paso a una nueva dinastía, la Flavia).
   Los personajes están bien definidos, sobre todo el principal protagonista, Marco Didio Falco, un detective que vive en un modesto apartamento en el popular barrio de Subura, un hombre inteligente, descarado, mordaz y cargado de deudas que malvive alquilando sus habilidades como investigador.
En cuanto a la trama, Marco se verá envuelto en una conspiración contra Vespasiano al tratar de proteger a una bella joven, Sosia Camilina que, conocedora del lugar donde se oculta una remesa de lingotes de plata imperial robados, es perseguida por dos sicarios. Marco no podrá evitar su muerte y será contratado por el tío de la joven, el senador Décimo Camilio Vero, para esclarecer los hechos, y por el propio Emperador Vespasiano, un hombre que se nos define como afable a la par que austero y tacaño, deseoso de descubrir lo que sucede con la plata.
Las investigaciones llevarán al protagonista a una mina imperial de Plata en la húmeda, fría e inhóspita Britania donde deberá infiltrarse como esclavo para tratar de descubrir quién y cómo está desviando parte de la producción, y la relación que esto tiene con la conspiración contra Vespasiano y la posible implicación de su hijo Domiciano. Allí, Marco conocerá a la arisca Helena Justina, altiva hija del senador Décimo Camilo Vero que le tratará con el desdén propio de su diferencia social, provocando entre ellos una antipatía y un rechazo que resulta muy entretenida para el lector.
Helena y Marco regresarán juntos a Roma, viaje que comenzará a cambiar la percepción que tienen el uno del otro. Una vez en la capital imperial, con las pruebas recabadas en Britania, el joven detective intentará desenmascarar la confabulación y encontrar al autor del asesinato de la bella Sosia Camilina, a la vez que descubrirá que la aversión que sentía por Helena Justina se ha ido convertido en un sentimiento muy diferente.
Si os animáis, creo que encontraréis muy entretenidas las pesquisas del peculiar detective imperial Marco Didio Falco. Feliz lunes de Pascua.

sábado, 3 de abril de 2021

PECADO, DE BENJAMIN BLACK

 

        “Pecado”, de Benjamin Black es, a mi juicio, una buena novela negra, que recibió en 2017 el XI premio RBA de novela policíaca.
        La narración está ambientada en Irlanda, en los años 50, en el condado de Wexford, y el hilo argumental gira en torno a la casa solariega de Ballyglass House, propiedad de una reputada familia aristocrática venida a menos, los Osborne, donde, en su biblioteca, aparece el cadáver del sacerdote católico Tom Lowless brutalmente asesinado (ha sido apuñalado en el cuello y luego castrado)
        Para investigar el caso es enviado desde Dublín el inspector Strafford, un policía que no lo parece, desgarbado, abstemio y protestante, en un país de abrumadora mayoría católica. Durante sus pesquisas recibirá el apoyo de su jefe, Hackett, y de su ayudante Jenkins, y también las fuertes presiones de la poderosa iglesia católica, especialmente las del temible e influyente arzobispo de Dublín, que trata de que el caso no salpique el prestigio y buen nombre de la institución.
        Desde un primer momento los personajes van surgiendo perfectamente definidos. En Ballyglass House, el coronel Osborne, militar retirado, es el patriarca, y se ha casado en segundas nupcias con una mujer mucho más joven, lánguida y enfermiza, Sylvia. Los hijos del primer matrimonio Osborne son Dominic, un estudiante de medicina sin vocación, y su rebelde y manipuladora hermana Lettie. Además, aparecerán en la trama otros personajes como Fonsey joven rudo, misterioso y solitario que vive en una caravana y que se encarga de los caballos del coronel, la sirvienta de la casa, la Sra. Duffy, o el doctor Hafner, al que apodan “el Boche”, que visita, con sospechosa asiduidad, a la que parece su “paciente predilecta”, la enfermiza Sra. Osborne.
        En la Gavilla de Cebada, la pensión donde se aloja Strafford, conoceremos personajes como Matty Moran, viejo y cotilla, Reck, el carnicero que junto a su esposa regenta el establecimiento, Freddie Harbison el hermano derrochador, bebedor y mujeriego de la débil señora Osborne, y a la voluptuosa Peggy, empleada de la pensión que hará las delicias del inspector regalándole una especial Nochebuena colándose furtivamente en su cama, arriesgándose a perder su puesto de trabajo. También tomará cierto protagonismo al final de la novela el sargento Radford, jefe local de la policía, un hombre alcohólico que ha perdido a un hijo Lawrence ahogado.
         El texto no presenta una trama complicada; es bastante lineal, fácil y atractiva de seguir. Me gusta como el autor define los lugares, ambientes, situaciones y personajes; ese paisaje nevado del invierno irlandés, el decadente y frío Ballyglass House, la atmósfera de la Gavilla de Cebada, una pensión de una localidad pequeña. Además, la novela aborda temas problemáticos, muy del momento, como pueden ser la división religiosa en Irlanda con esa mayoría católica, o a la marcada jerarquización social.
        Así que os dejo con las investigaciones de Strafford y con los misterios de la novela: ¿Cómo murió la primera Sra. Osborne? ¿Qué hay detrás de la preocupante desaparición de Jenkins, el ayudante del inspector Strafford? ¿Por qué le cortaron “los aparejos” al padre Lowless? ¿Por qué le preocupa tanto al arzobispo de Dublín la investigación? ¿Qué secretos esconden el Padre Lowless, Fonsey, Dominic o Lettie? Espero que os entretenga si os animáis.