domingo, 24 de febrero de 2019

PASEOS CON SARA. Y CONTEMPLÉ LA TERRIBILITÁ

Sepulcro de Julio II en San Pietro in Vincoli. Moisés, obra maestra de Miguel Ángel Buonarroti. Roma


Como diría un castizo, salimos de San Clemente “rompiendo cincha” en dirección a los imponentes restos del Coliseo, el anfiteatro Flavio para los puristas. Pensé, por unos breves instantes, en cómo debió de ser aquel majestuoso edificio en su época de máximo esplendor, cuando lo inaugurara el emperador Tito en el año 80 d.c. con nada menos que 100 días continuados de espectáculos.
        –Vamos vejete, date prisa que no llegamos; cierran a las seis –Sara me apremiaba con su habitual ironía.
        –Sería bueno para mis maltrechas piernas saber dónde vamos. Aunque, si está lejos, mejor no me lo cuentes –bromeé.
        –Jamás pensé que acabaría enseñando Roma a un anciano aprendiz de historiador quejica. En tú favor, he de admitir que ha sido un día de turismo intenso y que hemos dado un buen paseo.
        –¿Paseo? Querida… esto ha sido un maratón turístico épico. Pasará a los anales de mi vida como una de las jornadas…
        –Venga ya. Se te va la fuerza por la boca –Sara me interrumpió–. Te iré contando algunas cosas por el camino. Vamos por la Vía Fagutale, luego giraremos en la Vía Polveriera hacia vía Eudossiana, lo que ya me servirá para introducirte, como verás, en la historia del lugar al que te llevo. Acelera chaval, vamos con el tiempo justito. –Mi guía particular volvió a apremiarme.
        Con tacones, siempre me pareció inexplicable que Sara pudiera andar tan rápido. Aquel día, sin ellos, calzada con unas bonitas Asics Nimbus de color fucsia, se me hacía complicado competir con semejante vitalidad. Quizá es que me estuviera haciendo viejo más rápido de lo que creía. Llegados a la Via Eudossiana, Sara aminoró la marcha, supuse que mediatizada porque mi escandaloso resuello llamaba la atención de los viandantes. Pero no, en realidad comenzó sus explicaciones.
        –Este edificio que acabamos de dejar a la derecha es una de las sedes de La Sapienza, la Universidad de Roma. Y el que vamos a visitar, se encuentra en esta plaza y es aquel –Sara me señaló el lugar–. Estamos en la Piazza di San Pietro in Vincoli, y esa es la iglesia del mismo nombre.
Fachada de San Pietro in Vincoli. Roma
        –La entrada no parece nada espectacular –afirmé.
        –Déjame que te cuente. El templo recibe este nombre por las reliquias que alberga, las cadenas que llevó San Pedro cuando lo apresaron en Jerusalén. En el nuevo testamento, en "Los hechos de los apóstoles” se narra cómo un Ángel bajó del cielo, le liberó y le ayudó a escapar ante la guardia que, milagrosamente, dormía. Una de las más famosas representaciones de este hecho es la que veremos en los Museos Vaticanos, dentro del enorme Palacio Apostólico, en las llamadas Estancias de Rafael, concretamente en la Estancia de Heliodoro, en una pared donde el fresco enmarca una ventana; ya te diré dónde está cuando vayamos.
        –Muy oportuno el Ángel –comenté.
        –Dice la tradición que la Emperatriz de oriente, Eudoxia, (de ahí lo del nombre de la calle acabamos de dejar atrás, regaló esas cadenas al Papa León I Magno, y que éste, al juntarlas con las cadenas con las que estuvo preso al apóstol, aquí, en la Cárcel Mamertina, (si paseamos por el foro te diré dónde está esa prisión) se soldaron, simbolizando la unión entre el imperio de oriente y occidente. Por lo tanto, San Pietro in Vincolí podría traducirse como “San Pedro Encadenado”.
        –Bonita la historia de las cadenas –concluí.
        –Estamos ante una basílica de época romana, consagrada en el 439 d.c.
        –Ya ha llovido desde entonces. Imagino que habrá sufrido muchos cambios –aventuré.
        –Pasemos dentro –Sara me llevó de la mano hacia el atrio de entrada–. Te diré que la fachada es del s. XV, aunque el elegante pórtico de cinco arcadas con estas esbeltas columnas de fuste octogonal perdió su encanto con el añadido del piso superior un siglo después.
        –Sí, parece un pegote –comenté.
San Pietro in Vincoli. Roma. Nave central.
        –Y esta es la Basílica –dijo Sara al acceder a la iglesia­–. El suelo de mármol es reciente, del siglo pasado, colocado tras la ejecución de un amplio programa de excavaciones que confirmó que el templo se edificó sobre estructuras anteriores, probablemente sobre recintos también cristianos. Las veinte columnas dóricas de fuste acanalado, que recorren y delimitan la nave central, son las originales del templo de época romana. y sostienen esa pesada bóveda rebajada que es barroca.
        –Imagino que basílicas de este tipo habrá muchas. No destaca por su decoración precisamente.
        –Pues es uno de los monumentos más visitados de la ciudad.
        –¿Por las cadenas? –inquirí.
        –No. Ahora verás. Adentrémonos en la nave de la derecha  –Sara me llevó frente a lo que me pareció enseguida un monumento funerario. Lo confirmé al contemplar maravillado, por primera vez en vivo, “el Moisés” de Miguel Ángel.
        –¡Pues claro! –exclamé–. Sabía que había leído algo sobre esta iglesia. El famoso sepulcro de Julio II.
        –Exacto. A finales del S. XV, Francesco y Giuliano de la Rovere fueron titulares de esta iglesia, los futuros Sixto IV y Julio II.
        –He leído que Julio II y Miguel Ángel tenían un carácter para echarlos de comer aparte –apunté fascinado ante la escultura.
        –Sí. Julio II era un hombre de fuerte carácter. Fue un Papa militarista que quería recuperar la influencia y el poder de los antiguos estados vaticanos en Italia. También embelleció la ciudad y, cómo no, un personaje como él, no podía tener una sepultura normal. Por aquella época, ya principios del s. XVI, Miguel Ángel era una joven celebridad consagrada; había esculpido “la Piedad” en Roma y “el David” en Florencia. Julio II se lo trajo aquí y le puso manos a la obra en el megaproyecto de enterramiento que, en principio, iría situado sobre la tumba de San Pedro en el Vaticano; una obra descomunal que tendría más de diez metros de altura, constaría de cuatro lados y albergaría alrededor de cuarenta esculturas. El caso es que Miguel Ángel, ilusionado en extremo con el proyecto, se fue a Carrara a elegir mármoles, algo que le entretuvo ocho meses. El genial florentino incluso barajó la posibilidad de traer a Roma un gigantesco bloque para esculpir el sepulcro sobre una sola pieza de mármol.
        –¡Menuda obra! –comenté sorprendido por la magnitud del diseño–. Bueno…teniendo en cuenta que he leído que el mismo Miguel Ángel dijo una vez, en relación a su niñez, que se había criado con leche materna y polvo de mármol en la casa de un cantero cerca de Florencia…
        –Cierto. Esto te puede dar una idea de cómo eran ambos personajes. Lo que pasó después es que, probablemente por celos artísticos, Donato Bramante, arquitecto, deseoso de que el aventajado advenedizo no triunfara, comenzó a enredar ante el Papa. Julio II perdió parte de interés en la magna obra de su tumba y Miguel Ángel, muy cabreado, volvió a Florencia. Un año tardó el Papa en convencerle para que regresara y, cuando lo hizo, fue para enojarlo un poco más, quizá también Bramante tuviera algo que ver con eso; le encargó los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina, algo que, para deleite universal, aceptó el genio florentino, aunque fuera a regañadientes, argumentando que él no era pintor sino escultor. El caso es que la construcción del monumento funerario quedó aplazada, y de qué manera, incluso murió Julio II y no se había hecho. Sus sucesores redujeron después considerablemente el presupuesto y lo desviaron aquí, a la iglesia de la que había sido titular el Papa. Quedando finalmente de esta manera.
        Sara echó una moneda en el sistema de iluminación del monumento para que pudiera apreciar mejor los detalles.
        –La estatua de Moisés es la protagonista sin duda.
        –Es magnífica –afirmé.
        –Hay quien asegura que es la mejor escultura de todos los tiempos.
        –Yo…es que soy más de la Piedad del Vaticano. Creo que es la belleza absoluta –apunté convencido.
Sepulcro de Julio II. San Pietro in Vincoli. Roma.
        –Estoy de acuerdo contigo, querido aprendiz; también es mi escultura preferida. Pero sigamos con el sepulcro de Julio II. Iré de arriba hacia abajo, para acabar en “el Moisés”. Culmina el conjunto el escudo de la familia della Rovere por encima de una escultura de la Madonna y el Niño, que sostiene un pajarito que bate sus alas simbolizando el alma del difunto que emprende su vuelo hacia la otra vida. Debajo se sitúa el sepulcro del Papa, con esa figura recostada tan influenciada por las tumbas etruscas de la toscana natal de Miguel Ángel. Representa al difunto en una pose diferente a lo habitual, en la que parece haber cobrado vida; dicen que quería representar la resurrección de su alma. Las últimas investigaciones revelan que, dada su expresividad, el rostro del Papa pudo ser tallado por Miguel Ángel. Las dos figuras que flanquean la sepultura son una sibila y joven profeta. Pero vayamos con el piso de abajo que es el más interesante. En las hornacinas están representadas Lía y Raquel, esposas de Jacob. Lía representa la vida activa, y aparece enjoyada, Raquel la vida contemplativa, y aparece ataviada con una larga túnica que incluso cubre su cabeza. Se cree que las estatuas fueron comenzadas por el artista florentino y acabadas por su discípulo Raffaelo da Montelupo. Sosteniendo el piso de arriba están esos atlantes que parecen querer salir de su prisión de piedra. Ocupan el lugar donde debieron ir los famosos esclavos de Miguel Ángel, y que fueron rechazados por considerarlos "poco decorosos" para figurar en la tumba de un Papa.


Detalles del Sepulcro de Julio II. San Pietro in Vincoli. Roma
        –Los vi en Florencia en la Galería de la Academia –añadí.
        –Unos están allí y otros en el Louvre. Magníficas esculturas, sin duda. Pero vayamos con el plato fuerte, “el Moisés”. Fíjate muy bien. Miguel Ángel lo represento sentado con las tablas de la ley, recién descendido del Monte Sinaí y en el momento en el que descubre que su pueblo ha sucumbido a la idolatría. El fulgor que emana de su cuerpo se representa con esas dos protuberancias que salen de su cabeza.
        –Parecen cuernos.
        –Es curioso que en hebreo sean muy similares las palabras “rayo” y “cuerno”.
        –Tiene una cara de cabreo interesante. Está representado muy acorde con el carácter del Papa y del autor –bromeé.
        –Puede que tengas razón. Quizá Miguel Ángel volcara en su obra todo el malestar y la frustración que vivió con este proyecto. Lo que dicen los expertos es que la figura representa la fuerza y el carácter, quizá terrible, del Papa. Ahora, observemos la escultura. Es evidente la monumentalidad de la talla, acentuada por esos amplios ropajes, las enormes manos del profeta y su cuerpo musculoso. El patriarca aparece con las tablas de la ley bajo el brazo derecho, cuya mano mesa nerviosa su barba. Su rostro aparece con el ceño fruncido, sus brazos con las venas hinchadas, expresando el conjunto la furia contenida que parece que va a explotar de un momento a otro. Es el instante previo a que rompa las tablas de la ley. Esta es la terribilitá de la que ya hablaban los contemporáneos de Miguel Ángel, apodado por ellos mismo il divino; ese estilo grandioso, de gran fuerza y potencia, esas miradas terribles y esos rostros iracundos que caracterizaron algunas de las esculturas del artista.
        –La barba ha sido esculpida con un virtuosismo evidente          –puntualicé.
        –Es una obra genial. Ya en vida de Miguel Ángel se hacía cola para poder verla; su fama era enorme. Cuenta la leyenda que el propio autor, sorprendido por su realismo, por la veracidad y la expresividad de su creación la golpeo con un martillo exigiéndole que le hablase.
        –No me extraña, parece que se va a levantar de ahí y se va a liar a sopapos con el mundo. No me hubiera gustado estar en la piel de los israelitas en aquel momento. –Sara rio y me cogió de nuevo de la mano llevándome hacia el presbiterio.
Cadenas de San Pedro. San Pietro in Vincoli. Roma
        –Y esas son las cadenas de San Pedro. Las que dan nombre a la iglesia. Demos un paseo por el templo –concluyó orientando nuestros pasos hacia el ábside y luego hacia las naves laterales.
        Lo cierto es que aquellas veinte columnas dóricas romanas, de fuste acanalado, y la planta basilical, deban a San Pietro in Vincoli un aspecto sólido y vetusto, muy propio de la antigüedad clásica, lo que me recordó nuestra visita a Santa María la Mayor. Había otras muchas obras de arte entre las que destacaban dos lienzos de Guercino, Santa Augustina y Santa  Margarita, obras del Domenicino y de Pomarancio, y el sepulcro del filósofo y teólogo alemán, Nicolas de Cusa, hombre influyente y clave en el paso del medievo al renacimiento, obra de Andrea Bregno. A punto de cerrar el templo, Sara me llevó de nuevo ante la tumba de Julio II para poder admirar, hasta el último instante, “el Moisés”.
        –Es realmente magnífica. Es de una expresividad sublime –aseveré, mientras Sara echaba otra moneda en el sistema de iluminación–. Parece que se va a levantar en cualquier momento y que va partir las tablas de la ley sobre la idólatra cabeza de algún judío descarriado. Recuerdo que, en Florencia, cuando vi la tumba de Giuliano de Medici, comprobé con mis propios ojos aquello que Carlos Strozzi escribiera sobre la figura dormida que representa la noche: “En esta piedra duerme la vida, tócala si lo dudas y empezará a hablarte”. Con “el Moisés” sucede algo parecido.
        –Dicen que la estatua del profeta hebreo fue muy apreciada por la comunidad judía romana del momento; colectivo que no vivía sus mejores días en la ciudad, recluido en un gueto desde 1555.
        Ambos nos quedamos observando en silencio la escultura hasta que se apagó la iluminación. Entonces sorprendí a mi bella cicerone y le cogí de las manos. Sereno y serio, mirándola fijamente a los ojos, le dije:
        ­- “Sara mía que con tus ojos iluminas el firmamento
            a quién siempre tendré entre mis brazos.
    He tomado tus tibias manos,
    y no quiero llevar en mi corazón
    el pesar de no haber osado besar tu frente”.
        Sara, momentáneamente desconcertada, tiró de mí y me llevó a un lugar alejado del sepulcro del Julio II, antes de que pudiera besar su frente. Cobijados discretamente tras el fuste acanalado de una de las columnas dóricas de la basílica, alejados de miradas escrutadoras, ella pasó sus manos sobre mi cuello y me susurró:
        –Si es que…como no te voy a querer.
        Fue entonces cuando ella me besó lenta, sincera y apasionadamente. Aquel furtivo beso fue tan intenso como el primero que nos dimos. Después, recostó su rostro sobre mi pecho para permanecer abrazada a mí, en silencio, unos instantes. Finalmente, ella elevó su mirada y me preguntó:
        –¿Vas a besarme la frente?
      –Pues claro –respondí apartando su media melena y besándole suavemente. Luego, traté de disculparme, cosa que no logré del todo–. No me ha dado tiempo a hacerlo antes. Te me has lanzado al cuello como una leona. –No conseguí evitar el chascarrillo.
        –¡Serás creído y zalamero! ¡Vulgar plagiador! –Sara rio antes de recitar:
Vittoria mía que con los ojos cerrados embelleces la eternidad
          a quien ya nunca abrazarán mis brazos.
  He rozado tu fría mano
  y para siempre tendré en mi corazón
  el pesar del no haber osado besar tu frente.
        –En estos días en los que está de moda plagiar y el corta-pega… –repliqué puerilmente ruborizado­–. No me negarás que me he esforzado en adaptar el poema y el autor, a la temática y el lugar. Lo tenía preparado para cuando estuviéramos ante “la Piedad”, pero no me he resistido. Si quieres te lo repito allí. –Sara volvió a reír con mis “procederes”.
        –Ha sido un detalle precioso, gracias –añadió después–. Seguro que a Miguel Ángel no le importará que hayas utilizado sus bellos versos dedicados a su recién fallecida, y amor platónico, Vittoria Colonna, para encandilar a tu querida dama.
        Sin rastro alguno de Terribilitá en nuestros felices rostros, juntos, de la mano, sintiendo nuestras almas cada vez más unidas, quizá ya encadenadas para siempre, como San Pedro a las cadenas que daban nombre a aquel templo, abandonamos aquel bello espacio, San Pietro in Vincoli, dando por concluido un inmejorable e intenso domingo de turismo.

domingo, 17 de febrero de 2019

PASEOS CON SARA. Y SARA ME LLEVO A UNA CÁPSULA DEL TIEMPO

 Basílica Superior de San Clemente. Roma. Nave central.
        –¿Qué planes tienes para esta tarde? –pregunté a mi preciosa guía mientras trataba de asimilar, admirado, todo lo posible sobre el complejo de Letrán.
        –De momento ninguno. Vayamos a comer esos fettuccine, y luego veremos.
        Sara me llevó a una hostaria en la misma calle San Giovanni in Laterano, cerca ya del Coliseo; la silueta que viéramos a lo lejos, casi desde Letrán, se había agrandado considerablemente; era un monumento majestuoso. Comimos bien, los fettuccine al burro, con un toque de pimienta magistral, estaban muy sabrosos, como había aventurado mi anfitriona. La ensalada que pedimos como entrante, con mascarpone en lo alto, también estuvo bien. El café, esta vez nos pasamos al capuccino, lo acompañamos con una bomba calórica, un maritozzi, una berlina o un bollo frito que hubiera dicho yo, eso sí, relleno de nata.
        –Este bollo, Maritoñi, está buenísimo.
        –¡Maritozzi! Serás tontito –Sara rio.
        –Siempre imaginé que Roma tendría mucho que ver, pero me parece que me quedé corto –cambié de conversación, poniéndome algo serio, mientras trataba de eliminar el azúcar que el maritozzi me había dejado en las manos con un par de servilletas de papel.
        –A Roma hay que venir a vivir una temporada. Yo creo que, al menos, hay que disfrutarla un par de meses. Es una ciudad que invita a ser paseada, despacio, sin ninguna prisa, deteniéndote en aquellos lugares que encuentres abiertos. Y vas tomando nota de los que no puedes acceder para estudiar horarios y demás. Hay tantas cosas que visitar…
        –Imagino que debes de tener razón. Me estoy fijando en ese muro de enfrente. Detrás habrá una hermosa iglesia que seguro que no veremos porque hay otros monumentos más importantes.
        –Detrás hay una “cápsula del tiempo”.
        –¿Y eso?
        –Este es uno de los lugares más sorprendentes de Roma.
        –¿Vamos a verlo? Me estás intrigando.
        –No hay nada previsto, así que, si quieres, entramos. Creo que abren hasta las seis de la tarde.
        –Pues venga, ya estamos tardando.
        Sin haberlo planeado entramos en aquel recinto; Sara comenzó con sus explicaciones.
        –Estamos en la Basílica de San Clemente. Como te decía, es una auténtica cápsula del tiempo. En ningún lugar en Roma se puede observar tan detalladamente la evolución de un lugar a lo largo de más de dos mil años. Vamos a hacer una cosa –Sara ya había activado plenamente su virtuoso gen de guía turístico mientras yo digería con alguna dificultad los fetuccine y, sobre todo, el Maritozzi–. Vamos a bajar para hace una visita cronológica, creo que es más interesante. El templo de planta basilical que estamos pisando, y que veremos al final, es del S. XII; fue mandado edificar por el Cardenal Anastasio. Pero, vayamos hasta la sacristía y compremos las entradas para acceder a los secretos arqueológicos de este monumento.
        Seguí a Sara hasta la taquilla y comenzamos a bajar una serie de tramos de escaleras.
        –La figura clave que explica este lugar fue el dominico Irlandés Padre Mullooly, quien fuera Prior de San Clemente al que, a mediados del s. XIX, le dio por cavar –Sara me dedicó una expresión de admiración, al menos eso interpreté–. Los trabajos fueron lentos, y los continuaron sus sucesores. En definitiva, más de cien años de excavaciones revelaron lo que vamos a contemplar.
        Al llegar al espacio más profundo Sara retomó su disertación, tras un breve silencio mientras dejábamos atrás los últimos peldaños.
        ­–Estamos veinte metros por debajo del nivel de suelo actual de la basílica.
        –¡Caray! –exclamé realmente sorprendido.
        –Mira. El nivel más bajo de estratos que se han encontrado es el de una vivienda que se quemó en el famoso incendio de Nerón del verano del 64 d.c. Sobre ella, casi de inmediato, se edificaron otras dos viviendas separadas por una calle estrecha –Sara me iba llevando por las excavaciones para indicarme lo que me explicaba–. Cómo puedes ver, una vivienda es de ladrillo, se cree que era una insulae, algo así como una casa de apartamentos, con un templo mitraico en el patio. Al otro lado de la calle hay un edificio cimentado en sillares de toba, lo que indica una construcción de más calidad. Era la casa del noble y político romano Tito Flavio Clemente, sobrino del emperador Domiciano que es posible que fuera martirizado por ser cristiano; quizá se tratara de una de esas Domus Eclesiae de las que te hablé en Letrán. Los cristianos no podían edificar templos y celebraban el culto en casas privadas.
        En el s. IV se construyó la basílica inferior para lo que se rellenó el terreno hasta la altura del primer piso de las edificaciones romanas, lo que sirvió para cimentar la primitiva iglesia. Esta construcción resistió el paso del tiempo, pero no el de los normandos de Roberto Guiscardo que debió de arrasar esta zona con cierta inquina en el año 1084. El caso es que, años después, el Cardenal Anastasio decidió erigir la basílica superior, la actual, sobre los restos de la inferior. El resultado final es que, ochocientos años después, la basílica inferior había caído en el olvido hasta que entró en lid el Padre Mullooly.
Mitreo. Basílica de San Clemente
        –Me estoy acordando de la redescubierta Puerta del Vado en Toledo.
        –Buen ejemplo. Enterrada y desaparecida durante siglos. Y ya ves, yacía debajo de la Puerta Nueva, en el barrio de la Antequeruela. Comencemos por la parte más antigua del complejo, la romana. Como te decía, había dos tipos de viviendas diferenciados. En la ínsulae destacaba el Mitreo. El culto a Mitra lo trajeron los soldados romanos de oriente. Mitra fue designado por Apolo como una especie de creador. Para ello la mitología dice que debía ir a la luna y matar a un enorme toro. Con su sangre regaría la tierra y brotaría con ello todo tipo de vida; plantas, animales y el hombre. Fue una religión que arraigó entre las tropas imperiales. Prometía una buena vida más allá de la muerte, pero poseía ese tinte ocultista que a la postre le impediría expandirse como el cristianismo; religión que no distinguía entre razas ni clases sociales. Finalmente, su culto fue prohibido a finales del s. IV. Mitra nació en una caverna, por eso su liturgia se hace en ese tipo de lugares. Se le representa con gorro frigio una capa y un cuchillo que es con el que mató al toro. A pesar de que los cristianos se quisieron diferenciar de la religión mitraica tengo que destacarte una serie de similitudes que, cuando menos, pueden indicar ciertas influencias. Mitra nació en una cueva y fue adorado o visitado por pastores. Nació el día del solsticio de invierno, el 25 de diciembre, el Dies natalis solis invicti, la fiesta del nacimiento del sol invencible, cuando los días comienzan a triunfar sobre las noches. En las celebraciones los iniciados se tumbaban en un triclinio para participar de un banquete donde se tomaban pan y vino…En fin.
        –Visto desde ese punto de vista hay muchos parecidos.
        En cuanto a la casa del noble romano, Tito Flavio Clemente. Es evidente que la construcción es de mayor calidad. Hay quien confunde a su propietario con San Clemente, dicen que pudo ser la misma persona. Otros afirman que San Clemente pudo ser un esclavo hebreo y cristiano propiedad del político romano y que, al ser manumitido por su amo, pudo adoptar su nombre, cosa muy habitual en la época. Yo no creo que fueran la misma persona, así que me quedo más con la posibilidad de que pudiera ser un esclavo hebreo que consiguió su libertad, un liberto. Ahora, subamos un nivel.
        Accedimos a la planta superior. Las columnas de la iglesia inferior que debían sustentar la basílica de arriba estaban incrustadas en sólidos muros. Algunas pinturas decoraban las paredes. Sara enseguida retomó sus enseñanzas.
–Además del espacio en sí, merecen la pena analizar un momento las pinturas medievales datadas entre los s. VI y XI. En ellas se reflejan historias y leyendas como la de San Clemente, San Alejo, o el pretor Sisinio. Empezaremos por el Santo que da nombre a la Iglesia. San Clemente fue el cuarto Papa de la historia. Con toda seguridad fue discípulo de San Pedro. Es un personaje que cabalga entre la historia y la leyenda. Como hecho histórico conocemos su carta a los Corintios, ejemplo de la autoridad que el Obispo de Roma tuvo desde un principio sobre el resto de la cristiandad. Se trata de una extensa epístola que merece la pena ser leída en la que aboga por la reconciliación, la paz y la unidad. San Clemente fue desterrado a Crimea donde siguió predicando entre las gentes hasta que los soldados se cansaron de él y, tras atarlo a un ancla, lo arrojaron al mar. Ahora viene la parte legendaria en la que se nos cuenta que, al retirarse las aguas del mar de Crimea, apareció un sepulcro que había sido labrado por ángeles en el que yacían los restos del santo. Además, años más tarde, un niño desapareció engullido por las aguas y lo encontraron dentro de ese sarcófago, milagrosamente vivo, cuando las aguas se retiraron de nuevo. Eso es lo que cuentan, más o menos, estas pinturas.
        –Lo del sepulcro es un poco fantasioso.
        –Dos hermanos nacidos en Tesalónica, la actual Salónica griega, Cirilo y Metodio, santos del siglo IX viajaron a Crimea donde recuperaron las reliquias del santo y las trajeron aquí. Están bajo el altar de la basílica superior.
        –Las sacaron del sepulcro, imagino. Me pregunto si las reliquias del santo le hicieron un sitio al niño ese que se cayó para salvarlo –ironicé ante aquella fábula.
        –No seas bobo. Son leyendas, historias que ahora nos pueden parecer fantásticas, pero que en los primeros momentos del cristianismo movían a la fe y la devoción.
        –Cirilo está enterrado aquí en San Clemente, luego te digo donde. Este santo dio nombre al alfabeto que se usa en Europa oriental, alfabeto cirílico y, junto a su hermano, es el patrono de nuestro continente; ambos fueron los evangelizadores del pueblo eslavo, algo que debió de tener mucho mérito.
        –El amigo Cirilo parece un tipo importante.
        –Sí. Ahora pasemos a esas otras pinturas que representan la bonita historia de San Alejo. Alejo era un noble romano que, llamado por la piedad y la fe, decidió irse a oriente y convertirse en eremita. Sobre el modo en que tomo esa decisión hay más de una versión: una dice que renunció a su matrimonio, y otra, que su mujer, que era una virtuosa, le convenció para que se fuera.
–¡Leñe! La última suena a que la virtuosa se deshizo de su marido
–Lo cierto es que viajó a Siria, y tal fue el grado de fama y santidad que alcanzó en su retiro, que su vida cambió porque la gente acudía a visitarlo. Tras diecisiete años de vida ascética, Alejo decidió volver a Roma, y lo hizo ataviado como un mendigo. Fue entonces a pedir limosna a casa de su padre, y allí no le reconocieron, ni siquiera su esposa o la que iba a serlo en su día. Contratado por su progenitor para realizar las tareas más humildes vivió en un cuarto, bajo una escalera, otros diecisiete años. A su muerte, el Papa lo identificó por un pergamino que logró arrancarle de la mano. Destacan las pinturas que narran el momento de su regreso cuando nadie lo reconoce, y el de su muerte, con el difunto amortajado, y su padre y esposa lamentándose por no haberlo reconocido. San Alejo ha quedado en el imaginario popular cristiano como un ejemplo de humildad.
        –Un santo virtuoso. Si señorita. Aunque me escama un poco el tema de la esposa. Las mujeres podéis llegar a ser muy sibilinas si os lo proponéis. Y esto te lo digo en tono muy bajo no sea que, según está el tema actualmente, se me pueda acusar de sexista o algo por el estilo.
Pintura sobre la leyenda del Pretor Sisinio. Basílica de San Clemente.
        –Pues claro, te he entendido machote –Sara rio–. Hay otro relato sobre el momento de su muerte que cuenta que renunció al matrimonio para consagrar su vida al altísimo en Siria, lugar donde se le veneró durante mucho tiempo, y que, poco antes de morir, reveló su origen noble. Y ahora vayamos con la singular crónica de Sisinio que se narra en aquellos otros frescos. –Mi cicerone me guio hacía otra zona de la basílica inferior
        –El nombrecito se las trae…
        –A buen seguro que la historia no se te olvidará, también está relacionada con San Clemente. Te cuento. Sisinio era un prefecto romano que sospechaba que su mujer asistía a celebraciones cristianas. Un día la siguió, y la sorprendió asistiendo a una misa oficiada por el Papa. Al acceder al recinto con intención de llevarse a su esposa, se quedó ciego y mudo.
        –Eso le pasó por correr detrás de una mujer –Reí–. Espero que no me pase eso contigo aquí en Roma. He de atarte corto, más que nada porque aquí estoy más perdido que el barco del arroz que diría un gaditano. –Volví a reír.
        –¿Qué es eso del barco del arroz? –Ahora la que preguntaba era Sara, para variar.
        –Un dicho sobre el que se disputan su origen Cádiz, Málaga incluso Sevilla. Yo me inclino por la versión gaditana que es la más extendida, aunque en Málaga afirman también tener su barco del arroz. La gaditana reza así… Voy a “darle charol” al asunto ya que, normalmente, predicas tú –Sara rio, mientras yo engolaba un poco la voz para iniciar mi explicación–. Un barco argentino, “el Alcatraz“, cargado de alimentos, encalló en Sanlúcar de Barrameda, gran parte de su carga era arroz y se echó a perder al mojarse; se pudrió generando un hedor insoportable durante semanas. Sucedió en los años 50. Pero…sigue con la historia de Dinio… o ese…
–¡Sisinio! No tienes remedio ­–Sara sonrió resignada y continuó con su interesante narración después de mi pobre chascarrillo–.  San Clemente, al enterarse del infortunio sufrido por Sisinio, fue a verle y lo sanó. Sisinio, recuperado e iracundo, en vez de apaciguado, envió a sus criados a prender al Papa. Entonces fueron los criados los que sufrieron las consecuencias. Quedaron ciegos y sordos, como su amo anteriormente, y agarraron a una columna en vez de al religioso, sin poder moverla del sitio. Eso expresa la pintura.
–Eso parece una viñeta –algunas palabras parecían salir de la boca de Sisinio.
–Eso mejor no traducirlo. Sisinio suelta por la boca toda su frustración. Lo magnífico de estas pocas letras es que en ellas se puede evidenciar el paso del latín a la lengua romance, aunque sea a base de tacos.
–¡Ostras! Esto se entiende casi del todo. El tal Sisinio dice “Fili dele Pute traite”.–Sara rio con mi comentario.
–Cierto. Se puede interpretar que está gritando a sus criados ¡Hijos de puta, tirad! Y aparecen los criados tratando de mover la columna, en vez de haber apresado a San Clemente.
Deambulamos un buen rato disfrutando de aquel espacio arquitectónico y pictórico, recuperado gracias al primitivo empeño del Padre Mullooly. Sara me explicó como habían excavado el relleno y apuntalado la estructura para que pudiera soportar el peso de la basílica superior. Pudimos comprobar la diferencia de las plantas sobre La misma superficie. El ábside de la Basílica inferior era más grande y se podía acceder a él por una abertura. También pudimos comprobar que conservaba parte del suelo original de la vieja basílica.
–Vamos con el plato fuerte, la basílica superior. Empecemos desde el patio.
Portada, patio y atrio de la Basílica de San Clemente.
En el piso de arriba salimos al patio porticado que daba acceso al templo de forma frontal.
–Este es el atrio o nártex de la basílica. Es un lugar donde se respira paz.
–Después de haberme enterrado vivo allí abajo durante casi una hora, respirar… respiro.
–¡Desagradecido! ¿Y todo lo que has aprendido?
–Se me ha quedado grabada en la mente la historia de “Dinio” y la bonita manera de llamarle “hijo de las cuatro letras” a alguien, a caballo entre latín e italiano.
–Veo que estoy fracasando como guía. No sé si seguir –Sara me miró fijamente, sonriendo, sabía perfectamente que estaba disfrutando como un crío con zapatos nuevos de sus explicaciones y de su compañía–.
–Tú continúa, que algo más quedará en esta cabeza. Por tamaño…algo tendrá que almacenar. –Sara rio.
Tras pasar unos breves instantes en silencio disfrutando de aquel espacio húmedo, sentados en uno de los bancos situados en el pórtico, observando la fuente en medio del patio con el musgo asomando entre las piedras del suelo, entramos en la basílica superior de nuevo, después de cruzar el atrio de columnas jónicas sobre el que se situaba el frontón de la fachada.
–Yo creo que, a pesar de los añadidos y restauraciones del S.XVIII que ordenara Clemente XI a Carlo Stefano Fontana, sobrino del gran Carlo Fontana, en la fachada, la torre y la decoración interior, evidentemente de estilo barroco, la basílica conserva su extraordinario aspecto medieval. Te voy a destacar algunas cosas para no cansarte. Me voy a centrar en el bello ábside, la Schola cantorum o coro que hay en la nave central, el suelo y la Capilla de Santa Catalina. Empezaré por esta última que la tenemos aquí a la derecha.
        –Cómo te dije esta mañana en Letrán, Martín V…
        –El papa del fin del Cisma de Occidente.
        –Exacto. Veo que me prestas algo de atención –Sara me guiñó–. Martín V trajo a Roma los mejores artistas del momento. Uno de ellos fue el autor de estas espectaculares pinturas que, aunque recuerdan en parte la estética medieval, tienen una importancia enorme por ser, eso dicen los expertos, la introducción del renacimiento en Roma, con la aparición de una nueva percepción de la profundidad y la perspectiva, por ejemplo. El pintor al que me refiero es Tommaso di Cristoforo Fini, más conocido como Masolino da Panicale.
–Conocido…lo que se dice conocido…. Aunque aquí me voy a dar de nuevo charol. Te voy a sorprender. Ya sabía de este pintor. En Florencia estuve en Santa María del Carmine, y vi los frescos de la famosa Capilla Brancacci, en los que colaboró con el gran Masaccio.
–Muy bien, lo mismo que aquí. Se cree que Masaccio también le echó una mano en este trabajo. Buena memoria, querido pupilo. Admito mi sorpresa –Sara sonrió–.
Permanecimos un buen rato en la Capilla de Santa Catalina hasta que Sara se agarró de mi brazo y me llevó a la nave central.
Schola Cantorum, ciborio y ábside de la Basílica de San Clemente.
–Los suelos, y aquel candelabro pascual, son obra de la famosa familia Cosmati, elaborados en el S. XII. Las columnas son recicladas de otras construcciones romanas, y la Schola Cantorum, que ves en el medio, típica de las basílicas medievales, fue ordenada subir de la basílica inferior, donde estaba situada en origen, por el Cardenal Anastasio. El ciborio es medieval y, bajo él, están las reliquias de San Clemente que se trajo San Cirilo de Crimea, que está enterrado en aquel lateral de allí. Acabaremos la explicación con los bellísimos mosaicos medievales de gran calidad técnica, según los expertos, y claras influencias paleocristianas. Mira. La cruz es más que un símbolo de martirio, es el árbol de la vida del que brota una exuberante vegetación que lo llena todo. Cristo crucificado aparece flanqueado por la Virgen y San Juan Evangelista. Las influencias paleocristianas se ven en las doce palomas de la cruz que simbolizan a los apóstoles, o el friso de abajo con trece corderos, el “agnus dei” en medio, Cristo, rodeado por sus doce discípulos de nuevo, algo muy representado en el primer cristianismo. Debajo hay unos frescos repintados con la representación de Cristo con la Deésis y los doce apóstoles otra vez
–¿Tesis?
–No. Deésis. Es la representación de Cristo en majestad flanqueado por la Virgen y San Juan Bautista. En el arco de triunfo que abre el ábside aparece Cristo, de nuevo, flanqueado por el tetramorfos.
–Los evangelistas. Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Es decir, el hombre, el león, el toro y el águila respectivamente. Eso me lo sé -afirmé orgulloso. Sara asintió.
–Y ahora paseemos el lugar durante un rato. Si nos da tiempo te llevaré a otro sitio antes de que acabe la tarde. Seguro que te gustará.

Con el enigma de donde me llevaría Sara para rematar la inmejorable visita guiada que me había llevado aquel domingo a disfrutar, hasta el momento, del fantástico complejo de Letrán por la mañana, y de la sorprendente cápsula del tiempo de San Clemente por la tarde, disfrutamos de aquella maravillosa iglesia de porte medieval durante unos minutos más antes de salir en dirección al Coliseo.

domingo, 10 de febrero de 2019

PASEOS CON SARA. LETRÁN (2ª PARTE), OMNIUM URBIS ET ORBIS ECCLESIARUM CAPUT ET MATER

Fachada de San Juan de Letrán. Monumental obra de Alessandro Galilei. 1735


      Lo primero que hicimos, tras nuestro breve receso en aquella de cafetería del Viale Carlo Felice, fue regresar al edificio que albergaba la Scala Santa, pasando junto a los restos del triclinio que León III mandara construir para los fastos de la coronación de Carlomagno, para observar, más de cerca, los dorados mosaicos del ábside. Luego entramos…
Scala Santa

        –Y esta es la escalera que dicen que se trajo Santa Elena de Jerusalén, y que era la del pretorio de Pilatos. Los fieles la pueden subir sólo de rodillas. Por los laterales se puede acceder a la Capilla de los Papas sin dejarse las rótulas en el intento –afirmó Sara.
        –Soy un ferviente católico, pero, a mi edad provecta, no son aconsejables estos esfuerzos.
        –Imagino que la artrosis ya habrá hecho estragos en tu senil osamenta –Sara rio.
        –Espero que no tanto, bella doncella.
        –Subamos –concluyó.
        Arriba pudimos contemplar, al fondo de la Capilla de los Papas, aquella imagen de Cristo Salvador a la que tanta devoción tenía Sixto V, tanta que se salvó de su ímpetu destructor junto a la sala que la albergaba. También pudimos leer la frase que mandó poner allí, “Non est in toto sanctior orbe locus” (No hay lugar más santo en toda la tierra). Seguidamente seguimos el recorrido y bajamos por la otra escalera lateral.     
        –Y ahora vamos a la basílica. Veamos la fachada y tanteemos el interior. A lo mejor tenemos que variar algo la visita, los domingos hay más misas, y se ocupa la nave central.
        Seguidamente, cruzamos la calle y nos situamos frente a la fachada del templo, en plena Piazza de San Giovanni in Laterano, lo suficientemente alejados como para tener la perspectiva que Sara quería, dejando las puertas monumentales de San Giovanni y Asinaria a nuestra izquierda.
–La fachada es espectacular. Intenta no observar el conjunto, por unos instantes, imagina que no estuviera el palacio renacentista de Doménico Fontana.
        –De acuerdo, fuera Fontana y su patrón Sixto V –bromeé, Sara sonrió.
        –Bien. La obra fue un encargo de Clemente XII y la llevó a cabo Alessandro Galilei, rematándola en 1735. A mí me encanta. La veo grandiosa, perfecta y equilibrada. Me llaman la atención los juegos de luces y sombras, los contrastes y la alternancia de columnas y pilastras en la vista horizontal, y de vanos adintelados y arcos de medio punto en la vertical. Y luego el majestuoso frontón con esa balaustrada de la que parecen sostenerse de manera inverosímil las enormes estatuas de Cristo Salvador, en el centro, flanqueado por los Santos Juanes, Evangelista y Bautista, y por Santos y Doctores de la iglesia. En el entablamento se puede leer “Clemente XII, Papa, a Cristo Salvador en honor de los Santos Juanes Bautista y Evangelista”.
        –Me gusta. Por cierto, las puertas del centro son enormes.
        –Esas dos robustas puertas de bronce tienen más de dos mil años. Son las de la antigua curia del foro, dónde se reunía el senado romano. Fueron traídas aquí, creo recodar que por el Papá Alejandro VII, en el s. XVII. Ahora, pasemos al interior.
        Tras cruzar un imponente atrio, la Archibasílica se abrió ante nosotros.
San Juan de Letrán. Interior. Nave central
        –¿Qué te parece?
        –Qué me va a parecer. Un espacio grandioso, magnífico, sobrecogedor.
        –Cómo ya te comenté, la primera basílica se erigió en época de Constantino. Actualmente no se ve nada de aquella época, pero parte sigue ahí.
        –¿Y eso?
        –Ahora me explico. Creo que es mejor que avancemos mientras nos lo permita la liturgia y hagamos en lo posible una visita cronológica –Sara me llevó al crucero de la iglesia presidido por un ciborio a todas luces gótico–. Esta es la parte visible más antigua, es del siglo XIV, con influencia del gótico francés ya que en esos momentos los Papas estaban en Avignon. Fue urbano V quien lo encargó, el primer Papa que hizo un intento por volver a convertir a Roma en el centro de la Iglesia.
–Sobre eso leí algo ayer también, acerca de su desencuentro con Santa Brígida cuando el Papa decidió volver a Avignon, y la consiguiente maldición que le vaticinó ella.
–Lo que le dijo sonó bastante a amenaza, cierto. Ella le espetó que si volvía a sacar la sede papal de Roma no le gustaría nada al altísimo…
–¡Pues vaya como se las gastaba la Santa! No hizo más que regresar a Avignon Urbano V y dejó la urbe y el orbe, las diñó en un par de meses. Un poco rencorosa la tal Brigida.
–Eso es verdad. Bueno…a lo que íbamos, dentro de la reja de arriba del ciborio se custodian las cabezas de San Pedro y San Pablo que antes estaban en la Capilla de los Papas que acabamos de visitar en el edificio de la Scala Santa. El ara del altar es una losa que la tradición nos dice que es la misma que usaban San Pedro y los primeros Papas.
        –Ya es casualidad que se conserven tantas cosas –comenté.
        –Realidad o tradición, el eterno dilema con la fe de mediadora. Delante de este espacio puedes ver esta cripta o confesio en la que destaca la tumba de Martín V.
        –Me dijiste que fue alguien importante.
        –Exacto. Tras el abandono de Roma por los papas de Avignon y el cisco que se montó con el Cisma de Occidente, Martín V (Otón de Colonna) fue elegido por unanimidad nuevo Papa en 1417 y, éste, acudió al rescate de una Roma decadente. Se le recuerda como un gran Papa, además de un importante mecenas, restauró y conservó muchos edificios (hizo una especie de inventario de la ciudad) y trajo a insignes artistas a trabajar aquí, algunos tan eminentes como Massaccio o Bellini. Martín V consiguió que se sentaran las bases para que la ciudad acogiera la explosión estética que supuso el renacimiento. Ten en cuenta que cuando regresó de Avignon, en 1420, Roma debía de presentar un aspecto lamentable, con 17000 habitantes, y barrios enteros deshabitados y en ruinas. Recuerda que Roma llegó a tener más de un millón de habitantes en época imperial. A este Papa, le debe Letrán, en especial, el espectacular pavimento de la nave central. Aunque también trasladó la sede del papado definitivamente al Vaticano con lo que Letrán dejó de ser para siempre la sede del sucesor de Pedro.
        –Pavimento cosmatesco también, por lo que veo.
        –Sí, muy bien. Fíjate que está ornamentado, aquí y allá, con los símbolos de la familia del Papa, una columna.
        –Ahora comprendo mejor porqué me mandaste recordar a Martín V antes.
        –La ciudad tiene un gran recuerdo de este Papa, y su tumba está allí abajo cubierta por esa losa de bronce que algunos atribuyen a Donatello, aunque puede que sea de alguno de sus discípulos.
        –El cristal que la cubre no favorece la admiración de la obra.
        –Cierto, pero sí su conservación. Así que nos aguantamos. Ahora…vamos con el transepto. Este espacio fue restaurado por orden del Papa Clemente VIII para el jubileo de 1600. En realidad, el Papa quería acometer la intervención integral del templo, pero las obras se eternizaron. Lo cual a veces no viene mal como es el caso.
        –¿Por qué?
        –Porque así la tarea de restaurar la nave central, el espacio más grande, le cayó en suerte, 50 años después, al excelso arquitecto barroco, Francesco Borromini. Pero no adelantemos acontecimientos. Vayamos con el transepto. Clemente VIII se lo encargó a Jacomo de la Porta. La decoración pictórica fue obra del Cavalier D’arpino. También participaron insignes autores como Gentileschi, Cesare Nebbia o Pomarancio.
        –¿D’arpino, el archienemigo de Caravaggio como me comentaste en San Luis de los franceses?            
–Exacto, Caravaggio trabajó en su taller y luego fueron enemigos irreconciliables. El Cavalier demostró aquí una exasperante lentitud y eso demoró las obras de la nave central. El D’arpino estructuró su trabajo en las paredes en dos registros, la parte de arriba se decoró con rostros de los apóstoles y la de abajo con esas pinturas que simulan ser tapices con escenas de la vida del emperador Constantino; se distinguen perfectamente, el sueño de Constantino, la batalla del Puente Milvio contra Majencio, la donación de tesoros al Papa, la aparición del busto del Salvador al pueblo romano… Fíjate bien, porque son pinturas manieristas con ambientes y figuras forzadas, carentes de proporciones lógicas.
        –El Manierismo me recuerda al Greco.
        –Gran ejemplo, sí señor. En el extremo izquierdo, mirando al ábside, está ese altar con unos restos de madera que dicen que son los de la mesa de la última cena.
–Otra tradición.
–Tradición y fe van unidas. Ese órgano, dicen que es el más antiguo de Roma –Sara me señalo aquel enorme y bello instrumento-. Vayamos al ábside porque allí se perdió uno de los tesoros del Templo.
        –Seguro que fue una pena ­–Sara me llevó lo más cerca posible del cascarón del ábside y de la cátedra de Pedro.
Cascarón del ábside de San juan de Letrán
        ­–Más que seguro. En el S. XIX, Pio IX, quiso llevar el ábside hacia atrás. La dificultad estribaba en salvar el valioso mosaico del cascarón, obra del genial Jacopo Torriti–Sara me miró fijamente interrumpiendo brevemente la narración para que no repitiera el chiste fácil sobre el apellido del autor–… que había rehecho uno anterior del S. V, salvando el rostro del Salvador, imagen de tradición milagrosa; según se decía había quedado impresa en la pared cuando Silvestre I, Papa, había consagrado la iglesia en el 324. Pio IX incluso tuvo en su mesa un proyecto para salvarlo que consistía en una compleja maniobra en la que se construirían unos railes para llevar el conjunto entero hacia atrás. Pero finalmente se desestimó y fue su sucesor León XIII quién tiró por la calle de en medio, encargó un calco y se lo cargó. La reconstrucción, ni que decir tiene que no tiene la gracia ni el valor del original de…
        –Jaco Potorriti. ¡Si es que… me encanta el nombre de ese tipo! –Reí.
        –Era inevitable la bobada. Una vez…pasa, pero la segunda era ya demasiado para ti. Acabaré hablado de él como el Sr. Torriti ya que nos lo encontraremos más por la ciudad, para evitar tus chascarrillos –Afortunadamente mi anfitriona rio conmigo y se agarró a mi brazo­–. Vayamos a la nave central, so gamberro.
        Dejamos atrás la bella cátedra del ábside con el cascarón adornado por los mosaicos no tan buenos como los de Jacopo Torriti pero con la misma escena de la redención presidida por Cristo flanqueado por la Virgen, San Pedro y Pablo, San Juan Evangelista y Bautista, y San Andrés, escena en la que también aparecían, en menor tamaño, San Francisco y San Antonio de Padua, santos franciscanos como el papa que encargara el mosaico, Nicolas IV. Seguidamente Sara me llevó hasta el centro de la nave central.
        –Y llegó Inocencio X Panfili y le encargó a Borromini restaurar la nave central. Le puso una condición fundamental, no destruir nada. Así que el genial arquitecto barroco restauró el bello pavimento cosmatesco de Martin V y encerró las columnas, de época de Constantino, dentro de los espectaculares pilares que vemos ahora.
        –¿Quieres decirme que hay una basílica dentro de otra?
        –En su estructura, sí. Borromini era un artista excepcional. Lo peor que le pudo pasar en su vida fue ser coetáneo de otro genio, quizá mayor que él, Bernini. Borromini quizá fuera el que mejor integraba arquitectura y ornamentación. Diseñó estos arcos verticales que contrastan con la horizontalidad de las hornacinas que sobresalen e invaden la nave central con las monumentales figuras de los apóstoles; para mí esto es lo que más llama la atención al entrar en la Basílica. Sobre las hornacinas hay escenas del antiguo y nuevo testamento y más arriba medallones con figuras de profetas.
        –Me parece monumental, pero no crees que parece que el techo está bajo, como que la nave quedara aprisionada
        –¿Dónde has leído eso?
        –Una cosa es tener el privilegio de tener guía personal y otra venir sin tener ni idea de nada, con la mente desnuda y carente de cualquier información o dato histórico-artístico. Chica…en el fondo también es lo mío. Tú vives de ello, yo disfruto de ello, aunque he de confesar que estando tú, me suelo despreocupar bastante de preparar mis visitas, disfruto demasiado de tus explicaciones –alagué a mi anfitriona y la guiñé con picardía.
        –¡Zalamero guasón! Sigamos… –Sara me obsequió con una de sus miradas intensas y sinceras, aquellas miradas que me habían encandilado–. Cómo seguramente has leído para dártelas de entendido –añadió sardónica­–, Borromini diseñó una grandiosa bóveda de cañón, pero el Papa se opuso a que derribara la espectacular techumbre del s. XVI. Seguramente la nave tendría un aspecto majestuoso y monumental, como no podría ser de otra manera estando por medio Borromini, pero no hubiéramos conocido estos hermosos casetones que conforman la cubierta renacentista. Sí el genial arquitecto barroco se muestra magistral en las pequeñas construcciones como San Carlo a la quattre fontane, que ya te enseñaré, no me puedo imaginar cómo sería en un espacio tan vasto como el de esta nave.
        Continuamos durante unos cuantos minutos admirando los detalles de la nave central, deteniéndonos un buen rato en la contemplación de aquel espacio desde las hojas de bronce milenarias traídas de la curia romana.  Tras un largo paseo, en el que pudimos admirar las naves laterales con espacios tan bellos y monumentales como la Capilla Corsini con el magnífico monumento fúnebre de Clemente XII realizado por Alessandro Galilei, y obras de arte de categoría incuestionable como un fresco de Giotto que representa a Bonifacio VIII proclamando el primer jubileo de la historia en el año 1300, situado en la parte trasera del pilar donde está la hornacina con el espectacular San Mateo, obra de Camilo Rusconi, quizá la mejor de la esculturas de los apóstoles de la Iglesia,
Claustro de San Juan de Letrán
fuimos a descansar un rato al silencioso claustro del S. XIII, un magnífico ejemplo de la obra de la familia Vassalletto, que pasa por ser el más bello y grande de Roma, construido en estilo cosmatesco, con esas columnas retorcidas que le imprimían una sensación de movimiento, no exenta de solidez y que, desde la intervención de Borromini, en el s. XVII, albergaba restos arqueológicos de todas las épocas del complejo. Luego, Sara dio por concluida la visita a Letrán y salimos por el lateral, situándonos en la Plaza de Juan Pablo II para observar la fachada.
        –También es obra de Doménico Fontana.
        –Ya. La reordenación de Letrán de Sixto V. Me ha extrañado que no me hayas dicho nada sobre él en el interior de la basílica. Quizá no le diera tiempo a meter mano al templo. Imagino que tanto el Papa como el arquitecto estaban muy ocupados con reordenar el campo lateranse, abrir calles nuevas, y erigir obeliscos a diestro y siniestro.
Plaza Juan Pablo II. Obelisco de letrán. Palacio de Domenico Fontana a la izquierda. En el centro entrada lateral a la Archibasílica obra de Fontana. A la derecha el Baptisterio de Constantino.
        
       –Probablemente. Lo que sí que es cierto es que retocó algunas cosas del Baptisterio, al que iremos enseguida, construyó el palacio renacentista de la izquierda acabando con los restos del anterior, y mandó hacer esta fachada de dos cuerpos convirtiéndola en la más utilizada por los fieles porque es la que se orienta hacia Santa María la Mayor. Como ves, consta de dos arcadas superpuestas que anuncian el atrio en la parte inferior y la logia de las bendiciones, arriba, ambos espacios están decorados con pinturas. La fachada se culmina con dos campanarios del s. XIII que no eliminaron ni el papa ni su animoso arquitecto. Vamos al Baptisterio, se nos está haciendo la hora de comer.
        Sara me guio hacia aquel, aparentemente modesto, edificio de ladrillo al que accedimos enseguida. El interior era muy diferente al austero aspecto exterior.
        –El edificio no tiene nada que ver con el primitivo templo de Constantino levantado sobre las termas de una casa romana. Fue edificado en el s. V por el papa Sixto III sobre la edificación constantiniana y su aspecto actual se lo debe finalmente a la intervención de Borromini en el s. XVII. Es de planta octogonal con deambulatorio abovedado delimitado por 8 grandes columnas de pórfido de capiteles jónico corintio y compuesto sobre las que se elevan otras de mármol. Está rematado por una cúpula. En el centro hay una gran pila de basalto verde con un remate de bronce del s. XVII.
Baptisterio de Constantino
        –Pues deambulemos por el deambulatorio –comenté con gracejo.
        –Sí, disfrutemos unos minutos del edificio. Luego te llevaré a comer a un sitio que conozco cerca del Coliseo. Preparan unos fetuccine al burro que te encantarán.
        –Desde luego el nombre es sugerente. De burro a burro nos gustaremos.
        –Seguro que sí, pero me temo que burro sólo hay uno, en Italia, burro es mantequilla –Sara me aclaró el término riéndose, me tomó del brazo y me sacó del recinto unos minutos después en dirección a la vía San Giovanni. La imponente vista del Coliseo al fondo enseguida se hizo presente, mientras mi estómago saltaba de alegría ante la idea de comerme aquellos fetuccine al burro, o a lo que fuera menester.