domingo, 28 de abril de 2019

PASEOS CON SARA. ANOCHECER JUNTO A LA FONTANA DI TREVI



     Fontana di Trevi, obra de Nicola Salvi

      Tras disfrutar de aquel maravilloso atardecer en un lugar que todo buen español podría entender aún como algo patrio, aludiendo a nuestro glorioso pasado, como era la Piazza di Spagna, Sara me apremió con el fin de llegar a la Fontana di Trevi para contemplarla con las últimas luces del ocaso. A pesar de ello, hicimos una breve parada muy poco después de alejarnos de la columna con la Inmaculada en lo alto, y la Embajada de España ante la Santa Sede y la Orden de Malta.
        –A estas horas ya no podemos entrar en Sant’Andrea delle Fratte, pero nos asomaremos a un costado para ver alguna de las aportaciones que hizo Borromini a un templo que ya existía en el S. XI. Nuestro atormentado arquitecto predilecto hizo la cúpula y un soberbio campanile. ¡Ah! Y si alguna de estas mañanas que te dejo “suelto” –Sara me sonrió–, te pasas por aquí, puedes entrar a ver la iglesia, disfrutar de su cúpula, de su exquisita decoración, y de dos de los ángeles con instrumentos de la pasión que Bernini hizo para el Puente Sant’Angelo.
Espectacular campanile de Sant'Andrea delle Fratte. Obra de Francesco Borromini.
        Sara me llevó hacia un lateral de la iglesia donde me enseñó el bello campanile de Borromini; una soberbia estructura de mármol blanco de dos pisos con el sello personalísimo del insigne artista, sostenida en su primera planta por columnas corintias y, en la parte alta, por originales hermas de Jano bifronte. Por supuesto, esto último se lo tuve que preguntar.
        –¿Mande?
        –Te pareces a Doña Rogelia.
        –A veces no recuerdas que estás ante el más ignorante de los mortales.
        –Ya…Por eso estoy yo contigo… –ironizó.
        –Yo creía que lo que te atrae de mi es mi escultural cuerpo, y simpar y maduro atractivo. Además de mi más que satisfactorio rendimiento en la intimidad… –comenté con grandilocuente picardía.
        –¡Calla boberas! –Sara se volvió y me sacudió un puñetazo en el hombro, algo que ya comenzaba a convertirse en una costumbre.
        –Al final voy a tener que acudir a los Carabineros para denunciarte. Aunque…fíjate… el nombre que han elegido para la policía me hace gracia porque seguro que ellos no saben que en España es un marisco.
        –Anda… so ganso. Venga. Hermas de Jano bifronte. Herma es una especie de pilar rematado por una cabeza, en este caso es la del Dios Jano representado en dos de sus lados enfrentados, a modo de capitel. Desde aquí se puede apreciar, aunque no mucho. Ya no hay mucha luz ¿Se me entiende?
        –Perfectamente –le sonreí y la tomé por la cintura–. Te he dicho que cuando te pones en modo profesora, que es lo que llevas haciendo toda la tarde, se me dispara la libido. Creo que no podría aguantar una clase contigo sin tener algún tipo de fantasía…
        –Tú lo que estás hecho es un viejo verderón –Sara rio y me besó–. Me da la impresión de que prefieres volver al hotel más que ver la Fontana.
        –Puestos a elegir entre piedra añeja o hermosa toledana… Creo que la respuesta es evidente.
        –No fue suficiente lo del mediodía... –Sara acompañó sus insinuantes palabras con una caricia en mi mejilla izquierda.
        –Mi querida doncella, un caballero ha de hacer frente a las derrotas, y no se debe dar por vencido nunca. –Yo acompañé las mías con un beso.
        –Habrá tiempo para eso…
        –¿Es una amenaza?
        –Un hecho, ancianito de mirada lasciva –Sara rio, me guiñó coqueta, me tomó de la mano y retomamos el camino–. Vamos por aquí. Si algún día te das un paseo por esta parte de Roma, por esa calle, la Vía della Mercede, llegarás enseguida a la Piazza di San Silvestro. En ese entorno encontrarás tres templos, la Basílica de San Silvestro in Capite, y las iglesias de Sant’Andrea e Claudio dei Borgoniogni y Santa María in Vía.
        No tardamos más de cinco minutos en llegar a la Fontana. Era evidente que Sara conocía Roma como la palma de su mano. Habíamos dejado atrás la fachada de Sant’Andrea dele Fratte adentrándonos por la vía del mismo nombre, después tomamos la calle Largo del Nazareno, para desviarnos por la Via Poli que nos llevó directamente a la Piazza di Trevi, tras cruzar la transitada y comercial Vía Tritone, dejando a un lado Oratorio del Ángel Custodio, uno de esos templos que en cualquier sitio llamaría la atención, pero que en Roma casi pasaba desapercibido por la cantidad de monumentos que hay.
        –Aunque ya has visto la Fontana, por lo que me has dicho, hoy te la voy a mostrar algo más en profundidad, si te apetece.
        –Ver, lo que se dice ver… Pasé por aquí el primer día de viaje cuando fui luego a Santa María Sopra Minerva y el Panteón, antes de que nos encontráramos para entrar en San Luis de los franceses.
        –Ven, vamos a ponernos de frente. A medida que se vaya apartando la gente iremos cogiendo mejor posición.
Fontana di Trevi. Obra de Nicola Salvi.
        Ni que decir tiene que la plaza estaba muy concurrida. La fontana presentaba un aspecto espectacular, su roca blanquecina había adquirido un tono anaranjado gracias a la luz del atardecer, y la incidencia de la luz artificial que se acababa de encender.
        –A esta plaza hay que venir a todas horas. Quiero decir que a hay que verla bajo la exposición de todas las luces posibles. Si por la mañana aparece espléndida y luminosa, a medida que el sol cae, comienza a cubrirse con las sombras de los edificios, hasta que toma estas tonalidades anaranjadas que luego se difuminan finalmente con la luz artificial nocturna. Es pura poesía esculpida.
        –Hay que reconocer que es un monumento único.
        –Pues te iré contando cosas –Sara me sonrió, se cogió a mi brazo, y procedió con su explicación con ese tono y esa dicción atrayente, que hacía que escucharla fuera placentero e instructivo, en definitiva, y como ya he contado más veces, se me caía la baba de admiración–. Roma es la ciudad de las fuentes. Te habrás dado cuenta de que no hay plaza que se precie que no tenga su chorro. Ya desde antiguo, traer agua a Roma construyendo acueductos era un símbolo de poder, y esas construcciones dejaban a su paso un reguero de fontanas. Dice la leyenda que, en época de Augusto, las tropas del General Agripa…
        –¿El insigne Vipsanio? ­–pregunté jocoso–. No me lo tomes en cuenta, es que el nombre me hace gracia.
        –Exacto. Marco Vipsanio Agripa. Octavio Augusto era el emperador, y Agripa quien le ganaba las guerras. Fue un extraordinario militar y político, además de un gran mecenas que contribuyó a embellecer Roma. Pues bien, como te iba diciendo, Agripa regresaba con sus tropas sedientas y desfallecidas de una de sus expediciones y, a una veintena de kilómetros de Roma, una mujer se les apareció, y les indicó la existencia de una manantial oculto. Las tropas saciaron su sed, y Agripa pudo comprobar la excelente calidad del agua. Entonces decidió traer esa agua a Roma mediante un acueducto que es el mismo del que te hablé en Piazza di Spagna, el Acqua Vergine o Aqua Virgo. El principal problema era que el manantial estaba a escasos metros de altura, y hubo que hacer una gran obra de ingeniería para soterrarlo.
        –Muy bien. El agua ya llega a la ciudad. Ahora la fuente…  –comenté con salero. Sara me sonrió.
        –Desde aquella época hubo una fuente aquí, que fue cambiando de diseño y ubicación, sin llegar a ser nada del otro mundo. Y esto fue así hasta que Clemente XII, en 1730, propuso un concurso para la construcción de una nueva fontana monumental. El encargo finalmente recayó sobre el proyecto de un artista semidesconocido, Nicola Salvi, por la originalidad y el dinamismo de su idea. Salvi no tenía una salud de hierro, su empeño y dedicación en la obra, y las reparaciones de los subterráneos del Aqua Virgo para mejorar su caudal, con los padecimientos de humedades y fríos, casi le cuestan la vida. El caso es que Salvi diseñó una fachada telón que se superpuso sobre la sosa existente del Palazzo Conti di Poli. Fíjate que se estructura alrededor de un arco de triunfo central con dos alas que forman parte de los laterales del palacio. El diseño es atrevido y grandioso y, a pesar de ello, a mí me da una gran sensación de equilibrio. A la fuerte verticalidad que le proporcionan las pilastras de orden corintio se contraponen esos delicados frisos que recorren de lado a lado las cornisas. El arco de Triunfo central sobresale sostenido por columnas corintias que se superponen a las pilastras.
        –Es una maravilla. La mires por donde la mires –apunté.
        –Preside el arco la estatua del Dios Océano, de Pietro Bracci que parece salir del Palacio surfeando el Aqua Virgo sobre una carroza con forma de concha, tirada por dos hipocampos montados por tritones. Las dos monturas presentan actitudes diferentes al igual que sus jinetes. Una de los hipocampos se muestra dócil con el tritón guiándolo sin dificultad, haciendo sonar una caracola anunciando la llegada del Dios, mientras el otro se agita rebelde poniendo en un aprieto al tritón que lo monta. Estos detalles nos indican las dos naturalezas de las aguas, agitadas y peligrosas en momentos de tempestad, y pacíficas y calmas cuando invitan a ser navegados. Flanqueando el conjunto se sitúan dos estatuas femeninas obra de Filippo della Valle que representan la abundancia y la salubridad, dos de las virtudes del agua del manantial de Agripa. La abundancia está ubicada en la hornacina de nuestra izquierda, y se nos revela voluptuosa, con un pecho descubierto alargando la mano para coger una uva de un gran racimo, con una cornucopia que es símbolo de abundancia, y un cántaro a sus pies, del que mana agua, y en el que ya han nacido algunas flores. La salubridad se sitúa a la derecha, recatada, con una lanza, símbolo de pureza, y con un cuenco con la serpiente que es el emblema de Esculapio, Dios de la medicina.
        –Me quedo con la abundancia. Ese pecho al aire invitando a su disfrute… Es mi naturaleza, no me lo tomes en cuenta –bromeé enarcando mis cejas y frunciendo el ceño, en un gesto que denotaba resignada fatalidad.
        –Confirmado, eres un viejo verderón. –Sara rio.
        –Pero sigue, no quiero que te pongas celosa por el insignificante, frío y pétreo pecho de una estatua –añadí pomposo.
        –Tú sí que eres insignificante –Volví a recibir un mamporro en el hombro confirmando que Sara le había tomado gusto a esa acción –. Sigo. Encima de las hornacinas con la abundancia y la salubridad hay dos bajorrelieves que, si te fijas, representan dos escenas del origen del acueducto, a la derecha la de la aparición de la mujer, y a la izquierda la de un arquitecto presentando su trabajo al general Agripa. Y arriba hay cuatro estatuas, alegorías de los efectos benéficos del agua, encima de las columnas corintias del arco de triunfo. De izquierda a derecha, una aparece con una cornucopia, como te he dicho, símbolo de abundancia, la segunda con una gavilla de trigo signo de la fertilidad de campos, la siguiente con una copa de vino y un racimo de uvas, aludiendo a los generosos frutos del otoño, y la cuarta, que es la personificación de los jardines, con flores en su mano derecha y regazo. La base de la fuente la forma un inmenso roquedo que, si te paras a observarlo detenidamente, te recordará al de Bernini en la fuente de los cuatro ríos que vimos de paso en Piazza Navona. Salvi pasó mucho tiempo estudiando cada cascada, cada efecto visual y sonoro del discurrir del agua sobre la superficie rocosa. Mira, hay decenas de flores y plantas esculpidas a lo largo y ancho de su espectacular estructura.
        –Es una maravilla. Me gustaría disfrutarla en silencio, sin gente.
        –Pues madruga un día, y te vienes al amanecer. Yo me voy al congreso y tú a la Fontana. Yo trabajo y tu ocio.
        –Pues es una opción. Lo cierto es que es un lugar que invita a su contemplación. Me he fijado que la gente está contenta y sonriente. Es un lugar extremadamente agradable.
        –El efecto barroco de sorpresa de la fontana es grandioso. Da igual la calle por la que accedas que te vas a llevar una hermosa impresión al encontrar, en este mínimo espacio, tan colosal construcción. En época de Napoleón hubo un proyecto para despejar esta zona de casas. Menos mal que no se llevó a cabo, hubiera perdido su encanto barroco. Además, Salvi tuvo que excavar en la plaza para hundir la fuente y aumentar así la presión con la que el agua llega aquí, conformando este espacioso graderío que facilita su contemplación, y aumenta su monumentalidad.
        –Pues madrugaré un día. Aunque tenga que venir solo. Bueno, enseguida viene gente, y puedo invitar a una damisela a tomar un ristreto en una de las cafeterías de los alrededores. Dado mi indudable atractivo, corroborado por el hecho de que esté acompañado por la “envidia” de la ciudad imperial, no me será difícil que alguna acepte mi compañía. –Sara sonrió y sacó su teléfono móvil.
        –Me parece que te estás envalentonando.
        –¿Te llaman? –pregunté intrigado.
        –No. Voy a pedirle a Berni, ¿ recuerdas?, el jesuita, que te acompañe para que no corras ningún riesgo por aquí. Hay mucha lagarta suelta. –Sara rio, mientras yo impedía que hiciera esa llamada, algo que no iba a hacer, porque todo era una broma que acabó con un fuerte arrumaco por mi parte.
        –Para qué iba yo a buscar una mortal, si ya tengo un ángel entre mis brazos.
        –Pero que zalamero estás hecho. Anda, bésame y calla. –Ni que decir tiene que obedecí con obstinada dedicación hasta perder el resuello.
        –Caray. Casi me ahogo –añadí jocoso cuando separé mis labios de los suyos.
        –Estás viej… –intentó añadir ella, algo que no consiguió porque mi obstinación le obligo a atender mi ansiosa boca de nuevo.
        –¿Algo más que decir de la Fontana? ¿He dejado a mi hermosa guía sin palabras? ¿Nos retiramos a nuestros aposentos a continuar con esta tarea tan extraordinariamente placentera? –Ambos reímos y nos abrazamos unos instantes en silencio.
Detalle desde un lateral del roquedo de la Fontana di Trevi
        –Ven. Vamos a ese lateral. Te contaré la historia de la escultura en forma de cántaro del lado derecho ­–Sara me tomó de la mano y me llevó hasta allí. Había un pequeño espacio sin gente en el muro en el que nos pudimos parapetar–. Cuentan que a un barbero que tenía su negocio en este lado de la plaza no le gustaba la fuente, y la criticaba en presencia de sus clientes. Salvi, enterado de aquello, le colocó este cántaro para que no viera la fontana desde su local.
        –Era enclenque y enfermizo, pero tenía su punto de mala leche.
        –Es una leyenda más sobre la fuente, como la de tirar las monedas de espaldas a ella. La más extendida es que hay que arrojar dos, una para que se cumpla un deseo, y otra para regresar a Roma.
        –Pues procedamos –concluí solemne.
        Ambos lanzamos nuestras monedas a las trasparentes e iluminadas aguas de la fontana, y permanecimos unos minutos abrazados en ese lateral apoyados en el muro, observando la predominante felicidad de los rostros de los presentes. Luego, como dos enamorados más, abandonamos aquel lugar con la esperanza de volver pronto a admirar, juntos, el majestuoso monumento diseñado por Nicola Salvi.
        –Y ahora, busquemos donde cenar, y a la cama a dormir que mañana tendremos que madrugar de nuevo –dijo ella.
        –¿A dormir? Después de este día tan especial, intenso y romántico…
        –Ya que has sido un buen alumno, a lo mejor obtienes tu premio –añadió flirteando.
        Con el deseo inequívoco de volver a la habitación del hotel, buscamos un lugar para cenar en las calles cercanas. Tras beneficiarnos un buen plato de pasta en un “ristorante”, recuperadas la fuerzas, convenientemente hidratados tras echarnos al coleto “due birre”, ambos nos dirigimos a la estación de metro más cercana para regresar a Termini.
        –He perdido la ocasión de preguntarle al insigne militar Marco Vipsanio Agripa, sobre la estrategia militar a seguir en mis “batallas” contigo –añadí con humor.
        –El secreto está en perseverar –dijo Sara sugerente.
        –Pues eso…perseverancia –concluí.
Cogidos de la cintura, ambos reímos con complicidad, mientras pasábamos frente a la Fuente del Tritón, para acceder, un poco más adelante, a las escaleras del metro en Piazza Barberini.

domingo, 21 de abril de 2019

PASEOS CON SARA. UN MOMENTO PERFECTO EN LA PIAZZA DI SPAGNA.


      Piazza di Spagna y Trinitá dei Monti
      Cogidos de la cintura, en silencio, transitamos la Vía Sistina hasta desembocar en la Piazza della Trinitá dei Monti. Allí Sara me llevó hasta el muro que asomaba a la escalinata de la Piazza di Spagna.
        –¡Menuda sitio y menudas vista! –exclamé–.
Cúpula de San Pedro del Vaticano al fondo. En primer plano la de la Basílica de San Ambrosio y San Carlos en el Corso.
        –La cúpula del fondo es la de San Pedro del Vaticano, la que está en primer plano es la de la Basílica de San Ambrosio y San Carlos en el Corso, situada junto al Mausoleo de Augusto y cerca del Ara Pacis. El lugar es precioso, sí, pero, de la compañía… ¿no dices nada? –Sara se agarró de mi brazo derecho con ambas manos, y apoyó su cabeza en mi hombro en un gesto que mi hizo gracia por resultarme melindroso. Instantes después, se colocó de espaldas a la escalinata, apoyada en la balaustrada, y me rodeo el cuello con sus brazos.
        –La compañía me es grata, pero claramente mejorable  –bromeé, mientras ella apoyaba la cabeza en mi pecho–.
     –¿No te parece que hay lugares que embellecen situaciones y momentos? –me preguntó enigmática y seria.
     –Supongo que un sitio bonito siempre lo hace. Hace ahora diez años que soñé con UN MOMENTO PERFECTO, y lo escribí, de hecho, el relato acabó premiado en el concurso literario de Guardo. Ni que decir tiene que el momento nunca llegó a producirse, quedó en mi imaginación como un deseo profundo inalcanzado.
        –Pues para mí hoy si se ha hecho realidad. He estado aquí decenas de veces, y nunca he sentido la Piazza di Spagna y su entorno como hoy.
        –Bueno, he de decir en mi favor, que hoy te presentas aquí ante la influyente sociedad romana con un tipo inteligente y atractivo como pocos. No quiero alarmarte, pero hay varias turistas que me están comiendo con los ojos, tienen cara de decir “mío, mío que yo le vi primero –Sara rio y me besó suavemente en los labios–. La verdad es que… en este momento concreto, el lugar está pasando a un segundo plano, vamos…que me empieza a importar una higa –ambos reímos y nos besamos de nuevo.
        –Pues te he traído aquí para que lo conocieras. Luis, te presento a la Piazza di Spagna –Sara se giró y extendió su brazo derecho con pomposidad, mostrándome las vistas.
        –Encantado de conocerla doña Piazza. No quiero ofenderla, es usted muy mona, pero prefiero seguir besando a esta señorita que está de tan buen ver, y mejor catar.
        –Tú sí que eres un mono. Me parece que voy a bajar la ración da cata –Ella me sonrió resignada–.  Anda, so borriquillo, date la vuelta que te voy a contar alguna cosa de este sitio. El monte Pincio.
–A eso tampoco pondré pegas. Pinchos los que quieras. Me gusta tomar la cerveza con cualquier cosa –comenté con guasa.
        –¡Qué bobo! –añadió ella divertida, dándome un cariñoso golpe en el hombro, comenzando sus explicaciones con formalidad –. A esta zona se la llama Monte Pincio. Engloba este alto de Trinitá dei Monti Pincio, ese es su nombre completo, y continúa hasta la Piazza del Popolo, con su mirador, los jardines de Villa Borghese…etc. Aquí al lado está también la Villa Medicis, un lugar muy interesante para visitar. Una de sus fachadas fue inmortalizada por el gran paisajista Claudio de Lorena.
Paisaje con Villa Medici de Claudio de Lorena
        –Pues te va a sorprender el asunto porque sé de qué cuadro me hablas. “Paisaje con la Villa Medicis”, y pertenece a la Galleria degli Uffuzi. ¿Cómo se te ha quedado el cuerpo? La verdad es que esta pregunta es bastante obvia, el cuerpo se te ha quedado perfecto, como siempre. –Ambos reímos.
        –¡Qué listo es mi niño! –exclamó ella con resignada ñoñería, dándome un pellizco en un moflete.
        –¿Sabes? Me estoy deprimiendo un poco. Hay tantas cosas que ver que siento que me voy a perder la mayoría.
        –Roma es muy grande, y hay muchísimas cosas que visitar. Tendrás que volver.
–Si es contigo, me apunto.
–Pensaré en ello, quizá tenga algún hueco en mi agenda para un viejecito. Ya en serio…Sólo templos católicos tienes novecientos que visitar.
        –Caray. Si me diera por ir a misa un día en cada uno, me pasaría aquí dos años y medio. Caro me lo fías. Imagino que ser la capital de la cristiandad tuvo como consecuencia eso. –Nuestra conversación tomaba un camino menos trivial.
        –Es evidente. Pues bien…esta zona, que denominamos ahora Piazza di Spagna, fue el lugar donde se escenificó la rivalidad en la ciudad entre dos de las potencias dominantes en la Edad Moderna, España y Francia. El aspecto que tiene actualmente dista mucho de parecerse al de hace quinientos años, cuando unos cuantos eremitas de la orden de los Mínimos habitaban esta colina.
        –Los Mínimos. Suena a grupo musical.
        –Eran los Mismos, tonteras –Sara rio–. Y, por edad, anciano conquistador, seguro que conoces sus canciones; El puente, María Isabel, Guarda tus besos para mí…
        –Pues seguro que las conozco, pero ahora no caigo. Cómo bien dices, ya que me consideras un hombre entrado en años, pero un galán fascinante… –Sara rio mi pretenciosa exposición.
–¡Vaya rollo tienes!
–Para mostrarte lo cautivador que puedo llegar a ser, me gusta el título de la tercera canción, por aquello de que “guardaré todos los besos que quieras para ti”, espero que tengas el mismo detalle conmigo. –Sara me sonrió.
        –Hecho. Serán todos para ti. Pero ahora, sigamos con lo nuestro.
        –Ya… los Mínimos –añadí conformista.
        –Era una rama de la orden franciscana muy estricta. Fue fundada por San Francisco de Paula, e iban más allá en sus votos de pobreza, castidad y obediencia, porque incluían un cuarto voto, el de no comer carne y otros productos de origen animal. El Santo fundador adquirió mucha fama por los milagros que iban atribuyéndole. Carlos VIII de Francia construyó esta iglesia de la Trinitá dei Monti para su congregación en agradecimiento a su fundador, que acudió en auxilio espiritual de su padre Luis XI, reconfortándolo en su enfermedad. La fachada de la iglesia es de Jacomo de la Porta y, si no fuera por el lugar privilegiado que ocupa, no es nada del otro jueves. Dentro de la iglesia destacan algunas obras como los frescos del manierista Danielle da Volterra. Te enseñaré en el móvil un par de ellos, para que te hagas una idea. A estas horas ya está cerrada la iglesia. Mira… la Asunción y el Descendimiento de Cristo.
La Asunción de Danielle da Volterra, "Il Braghettone"
        –Tienes razón. Me gusta mucho la Asunción. Ahora que lo pienso…Este no es el que se pasó un tiempo tapando las partes pudendas de los desnudos de Miguel Ángel en la capilla Sixtina…Cómo era… ¿“Il Braghettone”?
        –Cierto –Sara asintió sonriéndome–. Fue un buen pintor, pero se le recuerda más por ese trabajo. Algunos creen que la Asunción es su obra cumbre. El obelisco lo mando erigir aquí Pio VI en 1789, se lo trajo de los jardines de Salustio, el mismo año que se produjo la revolución francesa. Los revolucionarios italianos contagiados por esa agitación importada de Francia, hicieron de las suyas por aquí, aunque fue Napoleón, años después, quién se llevó la palma. Trinitá dei Monti tuvo que ser restaurada por completo. Pero, vayamos bajando por la escalinata, te contaré alguna cosa más sobre el lugar.
        –Usted primero, bella dama –hice un gesto excesivamente afectado que a ella le resultó simpático. Luego le di la mano y, juntos, comenzamos a bajar.
        –Cómo te iba diciendo, esta zona fue de continuo enfrentamiento entre España y Francia. Ambas naciones rivalizaban por dar las mejores fiestas y saraos para celebrar nacimientos de príncipes, triunfos en batallas y guerras… etc. Los fuegos artificiales, los repartos de monedas de oro, construcción de arquitecturas efímeras…etc. estaban a la orden del día. Al final se llevó el gato al agua España.
        –Imagino que por eso se quedó con el nombre.
        –El acierto de los españoles fue situar aquí su embajada ante la Santa sede y la Orden de Malta. Sigue siéndolo. Luego nos acercaremos.
        –O sea, que si pierdo el pasaporte…
        –No. Para eso está la embajada española en Italia situada en el Palacio Borghese, se entra por la fachada que da al Tíber para más señas. Espero que no la necesites para nada. Será la palmaria demostración de que no te has metido en ningún lío –Sara ensayó entonces una supuesta mirada reprochadora para acompañar su ampulosa frase.
        –No me dejes mucho tiempo sólo, soy un peligro –añadí saleroso.
        Mientras bajábamos la espectacular escalinata, ella me fue explicando su historia.
        –La escalinata fue diseñada por Alessandro Specchi y Francesco de Sanctis. Fue financiada por los franceses, y construida entre 1723 y 1726. Es una obra de gran efecto escenográfico. Hoy en día se sigue usando como fondo para desfiles de moda y campañas publicitarias, por ejemplo. El lugar alcanza su máximo esplendor en primavera, cuando su arquitectura se ve eclipsada por el color de las azaleas que la adornan; algo espectacular que no vamos a ver en esta ocasión, la estación acaba de comenzar. La escalinata fue inaugurada por Benedicto XIII, quien se negó a que una estatua de Luis XIV presidiera el monumento.
        Una vez abajo, Sara me invitó a girarme.
        –Luego te cuento cosas sobre la fuente. Verás, este entorno se hizo muy famoso desde que los españoles instalaron su embajada aquí. Incluso tenían jurisdicción propia y daban ventajas fiscales a aquello que abrieran restaurantes o alojamientos. Así, con el tiempo, se convirtió en lugar preferido de artistas, escritores, pintores…etc. Fue el epicentro del romanticismo en la ciudad; te sonaran nombres como Lord Byron, Stendhal, Shelley, Keats, List, Chateaubriand, Gogol, Ibsen…etc. El poeta Keats murió en la llamada “Casina Rosa”, dónde también vivió su amigo Shelley, es esa de la derecha –Sara me la señaló–. Hoy es museo.
        –La situación del obelisco parece acentuar la verticalidad de la escalinata, ¿no crees? –interrumpí su ilustrada narración.
        –Sí. A mí también me lo parece
        –¿Y, la fuente?
Fontana della Barcaccia. Piazza di Spagna.
–Fue un encargo de Urbano VIII a Pietro Bernini, el padre de Gian Lorenzo, construida entre 1627 y 1629. Algunos piensan que la obra fue autoría de su hijo por su calidad; lo que es casi seguro es que ayudó a su padre.  Representa una barca vieja zozobrando, y dicen que se inspiró en las inundaciones que se produjeron en 1598 en las que el agua llegó a ocupar esta zona. La leyenda dice que aquí apareció una barca varada. El agua que la alimenta procede del acueducto Acqua Vergine que también alimenta a la Fontana di Trevi y a la Piazza Navona. De hecho, es la conducción del acueducto la que da nombre a la Vía Condotti, que es la que está a nuestras espaldas; una de las calles más comerciales de la ciudad dónde se encuentran las firmas de moda más importantes del mundo y cafés como el Greco, el más famoso por ser frecuentado por escritores, artistas y músicos del romanticismo. En este lugar se cruza con la Vía del Babuino que viene desde la Piazza dil Popolo. La fuente está decorada con soles y abejas que eran los emblemas de los Barberini.
–Las abejas ya las vimos antes en la Fontana del Tritón, ¿No?
–Correcto, querido aprendiz. –Sara me obsequió con un gesto de satisfacción.
        Me giré unos instantes para ver las dos vías que me había señalado. Luego ella me llevó hasta el edificio de la Embajada Española ante la Santa sede y la Orden de Malta.
        –Esta legación funciona desde 1647, algunos dicen que es la representación más antigua de un país en otro sin que haya cambiado de sede. Está ubicada en el Palazzo di Spagna o Palacio Monaldeschi. Al instalarse aquí y, dado que los franceses tenían su iglesia en la Trinitá dei Monti, los españoles construyeron la suya para no ser menos, en la Vía Condotti, la iglesia de la Trinidad de los Españoles. Se puso bajo la protección de la corona en época de Felipe V, y es de planta elíptica, con bóveda ovalada, y siete capillas intercomunicadas. En el altar mayor hay un óculo, algo parecido a lo que vimos en Sant’Andrea al Quirinale. En fin…que no te voy a contar mucho más porque probablemente no nos dé tiempo a verla. Respecto a la embajada, el momento de máximo esplendor lo tuvo cuando el titular de la misma era el Cardenal Acquaviva, y su secretario, el famoso aventurero y seductor Giacomo Casanova.
        –¿Puedo ser tu Casanova personal? –dije tomándola por la cintura con la intención de que respondiera a mi arrumaco.
        –No es necesario. Estoy seducida del todo –Sara rio y me besó en la mejilla. El aprendiz de Casanova no había recibido la recompensa que esperaba, pero ella quería enseñarme la columna que estaba frente a la legación española para acabar la explicación del entorno de Piazza di Spagna.
Columna de la Inmaculada y la Embajada española ante la Santa Sede y la Orden de Malta.
        –Y esta columna fue encontrada en el s. XVIII en el campo de Marte, en el Monasterio de Santa María de la Concepción. En 1857 se colocó aquí para servir de pedestal a esa estatua que representa a la Inmaculada Concepción cuyo dogma había sido proclamado por Pio IX en 1854. Está representada sobre la media luna, y con una corona con doce estrellas. En la base se esculpieron con monumentalidad a Moisés, el rey David, y los profetas Isaías y Ezequiel. Y ahora echemos un último vistazo al atardecer en la plaza. Luego nos acercaremos a la Fontana di Trevi, estará preciosa.
        Durante unos instantes permanecimos allí, junto a la Fontana della Barcaccia, abstraídos en la contemplación de aquel momento perfecto, admirando los reflejos de la mortecina luz primaveral del atardecer sobre la escalinata, el obelisco y la fachada de la Trinitá dei Monti. Minutos más tarde, Sara se cogió a mi brazo izquierdo y, apoyando su cabeza sobre mi hombro tiró de mí, invitándome a buscar un nuevo instante especial en la Fontana di Trevi, la obra maestra de Nicola Salvi.

domingo, 14 de abril de 2019

PASEOS CON SARA. DEL QUIRINALE A LA PIAZZA BARBERINI.


Palacio del Quirinale y Fuente de Cástor y Pólux con el obelisco.
        Una vez visto el espectacular interior de la “perla del barroco”, Sant’Andrea al Quirinale, una de las obras cumbres de Bernini, Sara llamó a su amigo Bernardo Escalante, el jesuita toledano; era el momento de despedirnos
        El sacerdote apareció unos minutos después. En aquel momento Sara atendía una llamada, al parecer algo relativo a su congreso de historia, o eso pensé yo por sus gestos, mientras se alejaba hacia la puerta del templo cubriendo con su mano el micrófono del móvil. Así que, allí me quedé yo, junto al clérigo.
        –¿Qué tal… nuestra joya? –me preguntó.
        –Magnífica construcción. Es una obra espectacular, sublime.
        –El templo es grandioso, sí, pero me refería a Sara.
        Al oír aquello, me fijé en el severo rostro del sacerdote. Su corte de pelo militar y sus facciones, duras y cuadradas, acordes con el resto de su fornido cuerpo, me causaron inquietud. Su mirada reflejaba un atisbo de desconfianza; la note más inquisitorial que pastoral. Luego, sentí la incomodidad y el nerviosismo propio de estar a punto de pasar una reválida con el jesuita, cuando apoyó, con decisión, su robusta zarpa derecha sobre mi hombro. Me giré, algo timorato, y pensé que, sin el clériman bajo el cuello de la camisa, hubiera pasado perfectamente como el sicario de algún mafioso cobrando su “protección”, lo que en la Italia meridional llamaban “pizzo”. Entonces, comenzó a hablarme.
        –Sara es una mujer maravillosa. –El jesuita tenía toda la razón, pero su voz me sonó algo áspera.
        –Sí. Creo que conocerla ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida –balbuceé con torpeza mientras me dejaba guiar hacia un lateral del templo, que remedio, por aquella mano que sentía, algo amenazante, sobre mi hombro.
        –Sara es para mí mucho más que una amiga, es como si fuera mi hermana menor –El sacerdote dejó de orientar mis pasos, se puso ante mí, me miró fijamente y apoyó sus manos en mis dos hombros–. Está deslumbrante, la veo muy feliz en tu compañía –Aquellas palabras, acompañadas de una breve pausa, me tranquilizaron por un instante, aunque luego el jesuita intensificó la presión de sus dedos–. Ojalá siga así. Una vez tuve que consolarla… No me gustaría que pasara otra vez por algo como aquello; no quiero que nadie vuelva a “jugar” con su bella alma.
        El Padre Escalante clavó sus ojos en mí. Sus palabras y, su fuerza, me aturdieron por unos instantes. En medio de un silencio que se cortaba con navaja de siete muelles, sin saber que responder, Sara regresó.
        –Veo que habéis hecho buenas migas.
        –Sí –dije recomponiendo mi figura, sintiendo aún la presión de las “garras” del cura sobre mí cuerpo (pensé que quizá la silueta de sus manos habría quedado impresa sobre mi chaqueta), lo mismo que habían quedado grabadas sus extremadamente francas palabras en mi mente.
        –Quedáis despedidos pues –El tono de voz del jesuita me pareció diferente entonces; derrochaba camaradería–. Seguiré con mis aburridas tareas. Sara, fue un placer, como siempre, y ya sabes dónde encontrarme. Luis, cuida de ella.
        El sacerdote dio un fuerte abrazo a Sara y me estrechó la mano con cordialidad. Luego, dejé que hablaran unos minutos junto al altar, mientras yo me acercaba a la salida, haciéndome el distraído, pero con esa inquietud de espíritu que me había dejado mi breve conversación con el clérigo. Sara se reunió conmigo y, juntos, nos despedimos de él, ya desde la puerta de la Iglesia.
        –¿Qué te ha parecido?
        –¿El qué?
        –Que va a ser… Berni. De la iglesia ya hablamos antes. ¿Qué te pasa? –Sara debió de percibir algo raro en mi estado de ánimo.
        –Nada –mentí escueto, mientras bajábamos la escalinata de Sant?Andrea al Quirinale, pero, antes de llegar al final me arrepentí y me detuve, bajando un escalón más que ella, girándome y mirándole a los ojos.
        –Vale, Sara. Te voy a ser sincero. Creo que a tu amigo Berni le preocupa que lo nuestro no funcione. No sé si me ve como un crápula asaltacunas dispuesto a beneficiarme a su amiga, y dejarla después tirada como a una cucaracha. Me he sentido incómodo, ¡leñe! –confesé elevando el tono de mi voz–.
        Sara se echó a reír y me abrazó. Luego me susurró al oído…
        –Te habrá dicho, con ese vozarrón que tiene, algo así como: “una vez lo pasó muy mal y no me gustaría que se repitiera”
        –Exacto. Y me lo ha dicho mirándome a la cara y agarrándome por los hombros. Vamos…que me ha faltado poco para ziscarme en los pantalones. –Sara soltó una carcajada.
        –No seas exagerado. Berni es un hombre de iglesia y, como tal, dado a los sermones. Se lo dice a todo aquel con quien sabe que me he tomado un café. Me protege desde que me conoce, siempre desde el respeto a mi libertad.
        –Ya. Pues…que quieres que te diga. Seguro que te ha protegido de más gente de la que crees; habrán salido de tu vida echando leches tras ese primer café. También me ha dicho que te considera una hermana, y que tuvo que consolarte.
        –Yo también le quiero como a un hermano. Y sí, fue un gran apoyo para mí en un mal momento. Perdí la cabeza por un profesor cuando estábamos en segundo de carrera. –Noté cierta tristeza en la voz de Sara a la vez que agradecí su sinceridad.
        –No me digas que Berni tuvo unas palabras con él.
        –Primero habló conmigo, y luego con él. Al fin y al cabo, es quien descubrió que mi profesor estaba casado.
        –¡Qué majo!
        –¿Berni por decirme lo que sabía, o mi profesor por ocultarme ese pequeño detalle sobre su vida durante semanas?
        –Ambos.
        –Ya.
        El diálogo comenzaba a tener cada vez menos palabras. Me sentí molesto al oírla decir “mi profesor”, aunque luego pensé que, para Sara, quizá ese “mi” no tenía un sentido tan posesivo como el que yo le estaba dando.  Luego me imaginé a aquel hombre con las zarpas del sacerdote sobre las solapas de su chaqueta marrón (y no sé por qué elegí ese color), siendo zamarreado como un pelele de carnaval, y a punto de que le partieran la cara si no desistía de seguir poniendo pica en Flandes en plaza ya fortificada.
        –¿Y qué fue de aquel tipo?
–Dejó la facultad al final de curso. No lo ha vuelto a ver.
–¿Sientes algo por él todavía?
        –Fue hace mucho tiempo; un error de juventud. Pero de esas cosas se aprende, o eso creo porque se ve que no he podido deshacerme de mi innata inclinación a fijarme en personas de avanzada edad –Sara me sonrió, y me abrazó–. Le has caído bien –añadió.
        –Caray…pues si llega a ser al contrario… –pensé.
        –Me ha dicho que le pareces un buen hombre.
        –A lo mejor lo dice porque, si las cosas no van bien, con un soplamocos soluciona el tema.
        –¡Y dale perico al torno! Deja de pensar en tonterías. Berni es uno de mis mejores amigos. Hemos compartido muchos momentos de biblioteca, gimnasio, cine, incluso algún que otro congreso y seminario. Es muy educado, y cura. Además, me consta que le has causado buena impresión, y créeme que me cuesta entender el porqué –Sara bromeó y rio–. Y ahora, olvídate del asunto, y vamos a asomarnos al Quirinale.
        Me dejé arrastrar por ella de nuevo, pensando en que quizá tenía razón, que podía haber malinterpretado, en cierto modo, las formas del sacerdote. No muy convencido de ello, porque aún sentía sus gruesos dedos sobre mis hombros, dejé que ella me sacara de mis pensamientos con nuevas explicaciones, esta vez sobre aquella plaza tan monumental, con unas vistas magníficas al fondo.
Fuente de Cástor y Pólux con el obelisco. A la izquierda el Palazzo de la Consulta, detrás la Scuderíe del Quirinale.
        –Veamos…buen hombre –Ella me sonrió, imagino que pensando en cómo me había calificado su amigo, y me besó en la mejilla. Nos habíamos detenido ante la fuente con el obelisco–. La plaza la delimitan tres grandes edificios. A nuestra espalda el Palazzo del Quirinale, a la izquierda el Palazzo de la Consulta, sede de la Corte Constitucional italiana y, en frente, detrás de la fuente, La Scuderie del Quirinale, lo que nosotros conocemos por caballerías. Actualmente es un centro expositivo. Antes, formaba parte del impresionante Palazzo Colonna que está detrás, junto a los espectaculares jardines de Montecavallo, que no sé si nos dará tiempo a ver, pero que merecen una visita pausada. El Palacio contiene una de las colecciones de arte privada más importante de Roma. En la fuente están representados, Cástor y Pólux, patronos de los jinetes, que doman unos caballos, esculturas que provienen de las Termas de Constantino. El obelisco, en origen, estaba en un lateral del Mausoleo de Augusto, monumento junto al que seguro que pasaremos algún día de estos. El obelisco fue derribado por los godos en el ocaso del imperio romano, quedando olvidado y enterrado. Fue descubierto, a finales del S. XVIII roto en varios fragmentos, y Pio VI ordenó ponerlo aquí. Vayamos hasta la barandilla del fondo, hay una bonita panorámica de la ciudad, con la cúpula de San Pedro al fondo.
Ella Tenía razón. Desde allí se podía contemplar una bella vista de Roma
–Tampoco creo que podamos venir, al menos juntos, pero, a las tres de la tarde, todos los días, se produce el emotivo cambio de la guardia del Palazzo del Quirinale en esta plaza, con banda de música incluida. Bajando por estas escaleras de la derecha, la Fontana di Trevi está a escasos cinco minutos.  Iremos al final de la tarde, quiero llevarte primero a lo alto de la Piazza di Spagna. Volveremos sobre nuestros pasos hasta San Carlino, y luego bajaremos a la Piazza Barberini para ascender un poco hasta llegar a Trinitá dei Monti, en lo alto de la escalinata de Spagna. Vamos.
        Sara se agarró a mi cintura, y comenzamos a andar. Al pasar ante Sant’Andrea al Quirinale pensé más en Berni que en la grandiosidad del monumento. Luego volví a disfrutar de las cuatro fuentes en torno a la increíble portada de San Carlino. Finalmente enfilamos calle abajo por la Via delle Quattre Fontane. Sara retomó enseguida sus explicaciones ante un imponente edificio.
Palazzo Barberini. Una de las sedes de la Galleria Nazionalle d'Arte Antica.
        –Este es el Palazzo Barberini, una de las sedes de la Gallería Nazionalle d’Arte Antica. Es un imponente ejemplo del Barroco donde trabajaron importantes arquitectos como Carlo Maderno, nuestro predilecto Borromini –Sara me sonrió–, y también Bernini que diseñó la potente fachada con esa doble galería que ves ahí. Tampoco sé si podremos venir, mercería la pena porque tiene una colección de arte fantástica, además de una espectacular escalera elíptica diseñada por Borromini que seguro te asombraría. La colección de arte destaca por su pinacoteca. Recuerdo el retrato de Erasmo de Rotterdam de Quentin Massys, el Enrique VIII de Hans Holbein, la Fornarina de Rafael (quizá sea este el más conocido), la Ascensión de Garofalo, los magníficos Judit cortando la cabeza de Holofernes y el Narciso, de Caravaggio, o el retrato de Beatrice Cenci, de Guido Reni. Pero tiene obras de otros grandes pintores como Tiziano, Andrea del Sarto, Bronzino, Canaletto, Guido Cagnacci, Guercino, Filippino Lippi, Lorenzo Lotto, Andrea Sachi, Orazio Borgianni…etc. Te voy a enseñar algunas de estas obras en el teléfono móvil.


Espectacular escalera elíptica de Borromini en el Palazzo Barberini, y la famosa Fornarina de Rafael
        Sara me mostró una serie de fotografías que corroboraban la calidad de la colección.
        –Este es uno de mis preferidos, “La magdalena inconsciente” de Guido Cagnacci, me encanta este cuadro. Además, es uno de esos sitios en los que hay que mirar hacia arriba. Por ejemplo, la bóveda del Salón principal tiene unos frescos magníficos de Pietro da Cortona, que representan “La alegoría de la providencia divina”. Hay unos grandes sofás donde te puedes recostar, si no hay mucha gente, para admirarlos.

Frescos de la alegoría de la Divina Providencia de Pietro da Cortona y la Magdalena inconsciente de Guido Cagnacci.
        –Me lo pintas bien. Aunque solos y, recostados en un sofá, no sé si podría reprimir mis instintos más básicos –En aquel momento cogí a Sara por la cintura y la besé–. De hecho, creo que ahora mismo me va a resultar complicado contenerme –añadí acentuando mi presión sobre su cintura con la intención de besarla de nuevo.
–¿Te he dicho que me gustas mucho cuando te pones así de zalamero?
–Creo que no, pero si quieres, puedo seguir en esta línea… -me insinué.
–Anda… so lagotero.
–¿Qué? Nunca me han llamado eso, y no suena bien. Aclare voacé sus palabras, o me veré obligado a enviarle a mis padrinos para retarla a simpar duelo –le comenté ampulosamente. Luego le sonreí.
–Tengo una amiga en Madrid que lo dice mucho. Lagotero es el que hace lagoterías.
–Hasta ahí puede que hasta llegue mi simpar raciocinio –añadí con pedantería
–Lagotería, es una zalamería para sacar algo
–Confieso mi pecado, entonces, soy un grandísimo lagotero. Me conformaré a las puertas del chalet de los Barberini con otro beso, luego prometo seguir sus consejos mi querida doncella –Sara me besó de nuevo–. Tras esta merecidísima recompensa, puede vuesarced proseguir con el paseo. –Ella rio con mis arcaicas y caballerescas expresiones y, dándome la mano, continuamos, calle abajo, mientras charlábamos.
 –Cómo puedes comprobar, tengo razón con eso de que a Roma hay que venir a vivir unos meses para hacerse una idea de los tesoros que alberga.
–Sí. La verdad es que parece que no hay una calle sin algo interesante que ver. Bueno… a las pruebas me remito. Bonita fuente –comenté ya en la Piazza Barberini, lugar donde desembocaba la Vía delle Quattre Fontane, dando pie a que ella me explicara algo sobre aquel bello monumento.
Magnífica fuente del Tritón de Bernini en la Piazza Barberini
        –Esa es la famosa fuente del Tritón, obra de Bernini. Representa a ese dios marino, con un torso muy musculado y cola de pez, sobre una concha sostenida por cuatro delfines, y soplando una caracola de la que sale un chorro de agua. Si te fijas, debajo de la concha está la tiara papal, con las llaves cruzadas, y unas abejas, símbolo de los Barberini, dado que el papa Urbano VIII, el que encargó su construcción, pertenecía a esa familia.
        –Me parece magnífica –apunté mientras cruzábamos la transitada plaza para acercarnos más a la fuente.
        –Soy muy forofa de Borromini porque le considero un artista muy original, pero, hay que reconocer que Bernini era el número uno en todo lo que hacía. Veremos varios ejemplos de fuentes diseñadas o esculpidas por él que te van a maravillar.
        –Como la de los Cuatro Ríos de la Piazza Navona que vimos de pasada el primer día, ¿no?
        –Exacto.
        Tras dar la vuelta a la fuente intentando apreciar todos sus detalles, Sara volvió a guiarme, esta vez a través de la Vía Sistina hacía nuestro destino, la Piazza della Trinitá dei Monti. A medida que el obelisco se hacía cada vez más presente, se iban atenuando los ecos de mi inquietud por mi conversación con Berni. Pensé que quizá todo aquello que había sentido, no era más que el fruto de la inseguridad que a veces me asaltaba por no acabar de creerme todo aquello que me estaba pasando, al compartir mi vida con Sara, la mujer que me había rescatado de mis particulares tinieblas. Entonces, ella se extrañó de verme sonreír, aparentemente sin motivo.
        –¿Qué te pasa? –me preguntó intrigada.
        –Soy feliz, Sara –concluí escueto, besándola luego en la frente.
        Ella se aferró aún más a mi cintura y, esta vez en silencio, proseguimos, hasta llegar a lo alto de la preciosa Piazza di Spagna.