lunes, 20 de abril de 2020

POR EL MUSEO DEL PRADO CON SARA. LA GLORIA DE TIZIANO.


       Cuando llegamos a la planta 1 del museo, respiré varias veces con fuerza, como si haber subido un piso hubiera sido para mí un esfuerzo insuperable.
        –¡Qué exagerado eres! –dijo Sara–.
        –No se me escapa que me has obligado a esta penosa escalada obviando el ascensor.
        –Es solo un piso. Te “abuelas” por momentos. Además, no quería correr riesgos. Imagínate que montamos en el ascensor, y da la casualidad de que subimos solos, no creo que hubiera podido detener tu exceso de testosterona. –Sara rio.
        –Pues te voy a dar la razón. Solos…un lugar cerrado… Probablemente hubiera atacado ferozmente. –Sara se apartó ligeramente de mi al ver que simulaba que mis manos eran las garras de alguna fiera a punto de atrapar a su presa.
        –¡Quieto León! –Volvió a reír–. Pues me la has dejado votando…
        –Se me explique.
        –Estamos en la Sala 1, vestíbulo de entrada de la Puerta de Goya, para que te hagas una idea.
        –Vale. No entiendo todavía.
        –Esta escultura representa a “Carlos V” y el furor”, obra de Leone Leoni.
        –Ahora lo pillo.
        –Y los dos cuadros que ves colgados son de José de Ribera. Ticio a un lado, e Ixión al otro.
        –¿Quiénes eran?
        –Vamos a ver… –Sara se mantuvo pensativa e hizo un gesto de disculpa cuando comenzó–. Es que no quiero enrollarme mucho, ya tenía decidida la obra ante la que quería llevarte. Las furias son 4, Ticio, Ixión, Sísifo y Tántalo.
        –No tengo el gusto –bromeé.
        –En resumidas cuentas, eran seres que habitaban el Hades greco-romano cuyo nexo de unión era que habían desafiado a los dioses, y habían sido condenados a sufrir un castigo eterno. Tántalo había servido a su propio hijo como comida en un banquete a las divinidades, y fue condenado a pasar hambre y sed para siempre.
        –Amor de padre –ironicé–.
        –Sísifo fue sentenciado a llevar una piedra a cuestas eternamente por haber delatado los amores de Zeus.
        –El chivato del grupo.
        –Algo así. Y los dos que tenemos aquí. Ticio que quiso seducir a una de las amantes de Júpiter, y este le condeno a que un águila le comiera las entrañas continuamente…
        –¡Caray, como se las gastaba! Se lo tomó a mal. Un tipo celoso.
        –Y el del otro lado, Ixión, que osó hacerse pasar por Júpiter en el lecho de Juno, la mujer del Dios. Y fue atado a una rueda que giró a perpetuidad.
        –¡Con la esposa del Dios supremo! Hay que tener poco tacto y menos luces. Oye, me ha gustado esto de las furias. Algún día te pediré que me cuentes más cosas sobre ellas.
        –Luego pasaremos ante las que se conservan de Tiziano. Son espectaculares; “Sísifo” y “Ticio”.
        –Perfecto. Estas historias de infidelidades y traiciones me fascinan –afirmé apasionado–.
        –Tienes madera de portera. Eres el “viejo del visillo” –Sara se burló de mi entusiasmo, mientras me llevaba a la sala siguiente, según me dijo, la 24–. Como te comenté abajo, al Museo del Prado se le conoce por, Tiziano, Rubens, Velázquez, Goya… Y están, principalmente, en esta planta. Empezamos por aquí porque venía pensando en un cuadro en especial, hemos dejado aquí al lado las salas que van de la 41 a la 44, que están dedicadas también a la pintura veneciana del s. XVI. Iremos luego.
        –Tintoretto, Tiziano, Veronés… –recordé de carretilla.
        –Los Bassano…etc. –completó ella–. A lo que iba, en esta sala hay tres Tizianos. “La alocución del marqués de los Vastos” representado en el momento que, elocuentemente, fue capaz de detener un motín de las tropas imperiales en 1537 en Lombardía, “Felipe II ofreciendo al cielo al infante D. Fernando” al que, si quieres, le dedicamos un rato luego, restaurado hace tres años si no recuerdo mal, y el que vengo a enseñarte.
        –Adelante. Oye, el hijo de Felipe II no salió bien en la foto –ironicé con gracia.
–Y murió a los seis años de disentería. Vamos con “La Gloria” de Tiziano”. Un cuadro monumental; 346 x 240 cm –Sara volvió a acercarse a la cartela–. Fue un encargo que le hizo Carlos V al pintor veneciano en su encuentro en Augsburgo de 1550-1551. Tiziano tardó 4 años en entregarlo, y siguió instrucciones precisas del Emperador a la hora de elaborar su composición a través del embajador en Venecia, Francisco de Vargas que, aprovechando la coyuntura, pidió al pintor que le incluyera en el cuadro; no se sabe seguro que personaje es. El lienzo escenifica la visión que tenían aquellos que iban a ascender al cielo cuando llegaban a la Gloria Divina, según plasmaba San Agustín en su obra “La ciudad de Dios”.
        –Los buenos. Los que se portan bien. Sí, ya sé…no es mi caso.
        –No, es evidente –Sara sonrió–. El emperador lo encargó como tabla de altar para el Monasterio de Yuste donde se retiró tras abdicar; estaba preocupado por salvar su alma, y se preparaba para el momento de su muerte, de hecho, organizó tanto las cosas que incluso llegó a realizar, junto a los monjes del monasterio, el simulacro de su propio sepelio, dirigiéndolo desde un catafalco.
        –¿Obsesión sólo? Creo que estaba como un cencerro.
        –No quería dejar nada al azar y planificó hasta en el último detalle. El cuadro fue colocado en el altar de la iglesia, y el emperador podía admirarlo desde su propia estancia a través de una puerta. De hecho, pidió verlo cuando le llegó su última hora.
        –O sea que encargó un cuadro votivo a medida para morir en paz y procurarse la salvación.
        –Y tanto que a medida. Te cuento. Fíjate en la parte de abajo en una línea horizontal donde se desarrolla una diminuta escena en la que unos peregrinos, a la puerta de una capilla, parecen asombrados por lo que está pasando sobre ellos; es una breve alusión al mundo terrenal. Sobre ella pinta la monumental secuencia principal del lienzo alusiva al mundo religioso. Lo real frente a lo mitológico, si se quiere. El cuadro se estructura en torno a un ovalo. La Gloria se abre luminosa sobre una nube de querubines. Preside la escena la Santísima Trinidad con la Paloma en el centro, y Dios Padre y Cristo sentados y ataviados de color azul, ambos con la esfera celeste; Dios Padre con el cetro y Cristo con la cruz. A su izquierda, siempre desde nuestro punto de vista, la Virgen comparte el azul de la vestimenta y camina hacia ellos seguida de San Juan Bautista; son los únicos capaces de interceder entre la divinidad y la humanidad. La Virgen gira su rostro y mira hacia las figuras de abajo. A la derecha, Tiziano reprodujo lo que será el juicio del Emperador, el verdadero motivo del cuadro. Ángeles con ramas acompañan al séquito que encabeza Carlos V vestido únicamente con un sudario, despojado de todo bien terrenal, incluso de la corona, que yace a sus pies. Le sigue su fallecida y amada esposa, la bellísima e inteligente…
–Tienes las virtudes de la Emperatriz –le interrumpí guiñándola y enarcando ostensiblemente las cejas.
–¡Calla, lagotero! –exclamó empujándome y apartándome de ella–. Déjame seguir
–Te has puesto colorada –canturreé sardónico.
–Bufff ¡Ni Job tuvo tanta paciencia! –exclamó mirando al cielo con dramatismo, y continuó divertida y levemente arrebolada–. Sigo. A Isabel de Portugal le acompaña un Ángel que pasa el brazo por detrás de su espalda; simbolizando que es quien la protege en el cielo. Detrás se sitúan Felipe II y Juana, sus hijos y, por debajo, María y Leonor, hermanas del emperador. Hay una clara alusión a un cisma político con la total ausencia de la otra rama de los Austrias; no están ni su hermano Fernando, ni su sobrino Maximiliano después de las desavenencias que surgieran a cuenta de la sucesión imperial, que finalmente recayó en Fernando y su familia.
        –Muy interesante. Mucho personaje, aunque lo más espectacular, me temo que está por llegar con la monumentalidad de las figuras de abajo.
        –Cierto. El color domina en el cuadro, típico de la escuela veneciana, pero hay dos diferentes calidades a la hora de la elaboración de la obra. Las figuras de los Austrias, por ejemplo, no son de mano de Tiziano, son de taller y, dada la fama de tacaño del maestro, sus ayudantes no debían de ser de los mejores. También varía la pincelada del propio Tiziano, más detallada abajo, más suelta y difuminada arriba, donde crea una atmósfera etérea. Seguimos descendiendo… Allí pintó a dos ancianos con barba, uno es su amigo Pietro Aretino y, el otro es él, el que está en el límite del cuadro. A la derecha está el rey David con el arpa, y ya hacia la izquierda, se sitúan: la espectacular figura de la mujer de vestido verde, probablemente se trate de la Sibila Eritrea, que profetizó sobre el Juicio Final, Noé con el arca y la paloma con la rama de olivo, Moisés con las tablas, Ezequiel, el profeta del Juicio Final, con turbante sobre su águila. Atento, por si te estás durmiendo, ¡detalle! –Sara se mostró divertida elevando su tono de voz.
        –Te escucho pasmado del todo.
        –En la mano lleva enrollado un papel donde figura la firma del autor. A su lado, con la biblia, está San Jerónimo… –Sara dudó unos instantes–. Y… no me acuerdo del resto, creo que arriba a la izquierda están Adán y Eva, pero no estoy segura. Quiero comentarte que las figuras de la parte inferior son de lo mejor que pintó el genial veneciano, tienen una evidente influencia de Miguel Ángel. Y te voy a contar una detalle de expertos: observa la línea azul de cielo que separa los cuerpos de Noé y Moisés; en su afán por dar espacio a las figuras, repintó modificó y recortó la espalda de Noé. Tiene un aspecto extraño.
        –Pues si sé que me vas dar información incompleta no subo –bromeé.
        –¡Eres un vejete puñetero! Esto último sólo lo ve un especialista, desagradecido. –Sara rio y se cogió a mi cintura.
        –Es que me ha sorprendido verte dudar. Ha caído un mito, la inagotable sabiduría de la bella Sara –teatralicé.
        –¡Serás bobo!
        –Ya no te tengo en tanta estima. Voy a bajarte del pedestal…
        –Eso sí que no, que te conozco –Sara rio de nuevo–. Manos quietas, mente despejada y libre de impurezas libidinosas, y a seguir con la visita.
        –¿Cogiéndote como estoy de la cintura? ¿Teniéndote tan cerca? O estableces nueva “distancia de seguridad”, o no garantizo que te baje del pedestal de inmediato. Ya sabes… para el tema del goce de la carne, de la posesión pasional y repetida, y esas cosas. –finalicé con picardía.
        –Incorregible juguetón… –dijo soltando una carcajada, dándome un beso en la mejilla y soltándose de la cintura.
        –No es suficiente –protesté–.
        –Sigo en el pedestal, y pórtate bien. ¡No hay más! –exclamó con revoltosa determinación. Yo fruncí el ceño y puse cara de tristeza, de niño mimado que no ha conseguido su premio–. De momento, se acabó. Luego ya veremos… –concluyó insinuante.

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