Cuando llegamos a la planta 1 del
museo, respiré varias veces con fuerza, como si haber subido un piso hubiera
sido para mí un esfuerzo insuperable.
–¡Qué
exagerado eres! –dijo Sara–.
–No
se me escapa que me has obligado a esta penosa escalada obviando el ascensor.
–Es
solo un piso. Te “abuelas” por momentos. Además, no quería correr riesgos.
Imagínate que montamos en el ascensor, y da la casualidad de que subimos solos,
no creo que hubiera podido detener tu exceso de testosterona. –Sara rio.
–Pues
te voy a dar la razón. Solos…un lugar cerrado… Probablemente hubiera atacado
ferozmente. –Sara se apartó ligeramente de mi al ver que simulaba que mis manos
eran las garras de alguna fiera a punto de atrapar a su presa.
–¡Quieto
León! –Volvió a reír–. Pues me la has dejado votando…
–Se
me explique.
–Estamos
en la Sala 1, vestíbulo de entrada de la Puerta de Goya, para que te hagas una
idea.
–Vale.
No entiendo todavía.
–Ahora
lo pillo.
–¿Quiénes
eran?
–Vamos
a ver… –Sara se mantuvo pensativa e hizo un gesto de disculpa cuando comenzó–.
Es que no quiero enrollarme mucho, ya tenía decidida la obra ante la que quería
llevarte. Las furias son 4, Ticio, Ixión, Sísifo y Tántalo.
–No
tengo el gusto –bromeé.
–En
resumidas cuentas, eran seres que habitaban el Hades greco-romano cuyo nexo de
unión era que habían desafiado a los dioses, y habían sido condenados a sufrir
un castigo eterno. Tántalo había servido a su propio hijo como comida en un
banquete a las divinidades, y fue condenado a pasar hambre y sed para siempre.
–Amor
de padre –ironicé–.
–Sísifo
fue sentenciado a llevar una piedra a cuestas eternamente por haber delatado
los amores de Zeus.
–El
chivato del grupo.
–Algo
así. Y los dos que tenemos aquí. Ticio que quiso seducir a una de las amantes de
Júpiter, y este le condeno a que un águila le comiera las entrañas
continuamente…
–¡Caray,
como se las gastaba! Se lo tomó a mal. Un tipo celoso.
–Y
el del otro lado, Ixión, que osó hacerse pasar por Júpiter en el lecho de Juno,
la mujer del Dios. Y fue atado a una rueda que giró a perpetuidad.
–¡Con
la esposa del Dios supremo! Hay que tener poco tacto y menos luces. Oye, me ha
gustado esto de las furias. Algún día te pediré que me cuentes más cosas sobre
ellas.
–Perfecto.
Estas historias de infidelidades y traiciones me fascinan –afirmé apasionado–.
–Tienes
madera de portera. Eres el “viejo del visillo” –Sara se burló de mi entusiasmo,
mientras me llevaba a la sala siguiente, según me dijo, la 24–. Como te comenté
abajo, al Museo del Prado se le conoce por, Tiziano, Rubens, Velázquez, Goya… Y
están, principalmente, en esta planta. Empezamos por aquí porque venía pensando
en un cuadro en especial, hemos dejado aquí al lado las salas que van de la 41
a la 44, que están dedicadas también a la pintura veneciana del s. XVI. Iremos
luego.
–Tintoretto,
Tiziano, Veronés… –recordé de carretilla.
–Los
Bassano…etc. –completó ella–. A lo que iba, en esta sala hay tres Tizianos. “La
alocución del marqués de los Vastos” representado en el momento que,
elocuentemente, fue capaz de detener un motín de las tropas imperiales en 1537
en Lombardía, “Felipe
II ofreciendo al cielo al infante D. Fernando” al que, si quieres, le
dedicamos un rato luego, restaurado hace tres años si no recuerdo mal, y el que
vengo a enseñarte.
–Adelante.
Oye, el hijo de Felipe II no salió bien en la foto –ironicé con gracia.
–Y murió a los
seis años de disentería. Vamos con “La Gloria” de Tiziano”. Un cuadro
monumental; 346 x 240 cm –Sara volvió a acercarse a la cartela–. Fue un encargo
que le hizo Carlos V al pintor veneciano en su encuentro en Augsburgo de 1550-1551.
Tiziano tardó 4 años en entregarlo, y siguió instrucciones precisas del Emperador
a la hora de elaborar su composición a través del embajador en Venecia, Francisco
de Vargas que, aprovechando la coyuntura, pidió al pintor que le incluyera en
el cuadro; no se sabe seguro que personaje es. El lienzo escenifica la visión
que tenían aquellos que iban a ascender al cielo cuando llegaban a la Gloria
Divina, según plasmaba San Agustín en su obra “La ciudad de Dios”.
–Los
buenos. Los que se portan bien. Sí, ya sé…no es mi caso.
–No,
es evidente –Sara sonrió–. El emperador lo encargó como tabla de altar para el
Monasterio de Yuste donde se retiró tras abdicar; estaba preocupado por salvar
su alma, y se preparaba para el momento de su muerte, de hecho, organizó tanto las
cosas que incluso llegó a realizar, junto a los monjes del monasterio, el simulacro
de su propio sepelio, dirigiéndolo desde un catafalco.
–¿Obsesión
sólo? Creo que estaba como un cencerro.
–No
quería dejar nada al azar y planificó hasta en el último detalle. El cuadro fue
colocado en el altar de la iglesia, y el emperador podía admirarlo desde su
propia estancia a través de una puerta. De hecho, pidió verlo cuando le llegó
su última hora.
–O
sea que encargó un cuadro votivo a medida para morir en paz y procurarse la
salvación.
–Y
tanto que a medida. Te cuento. Fíjate en la parte de abajo en una línea
horizontal donde se desarrolla una diminuta escena en la que unos peregrinos, a
la puerta de una capilla, parecen asombrados por lo que está pasando sobre
ellos; es una breve alusión al mundo terrenal. Sobre ella pinta la monumental
secuencia principal del lienzo alusiva al mundo religioso. Lo real frente a lo
mitológico, si se quiere. El cuadro se estructura en torno a un ovalo. La Gloria
se abre luminosa sobre una nube de querubines. Preside la escena la Santísima
Trinidad con la Paloma en el centro, y Dios Padre y Cristo sentados y ataviados
de color azul, ambos con la esfera celeste; Dios Padre con el cetro y Cristo
con la cruz. A su izquierda, siempre desde nuestro punto de vista, la Virgen
comparte el azul de la vestimenta y camina hacia ellos seguida de San Juan Bautista;
son los únicos capaces de interceder entre la divinidad y la humanidad. La Virgen
gira su rostro y mira hacia las figuras de abajo. A la derecha, Tiziano reprodujo
lo que será el juicio del Emperador, el verdadero motivo del cuadro. Ángeles
con ramas acompañan al séquito que encabeza Carlos V vestido únicamente con un
sudario, despojado de todo bien terrenal, incluso de la corona, que yace a sus
pies. Le sigue su fallecida y amada esposa, la bellísima e inteligente…
–Tienes las
virtudes de la Emperatriz –le interrumpí guiñándola y enarcando ostensiblemente
las cejas.
–¡Calla, lagotero!
–exclamó empujándome y apartándome de ella–. Déjame seguir
–Te has puesto
colorada –canturreé sardónico.
–Bufff ¡Ni Job
tuvo tanta paciencia! –exclamó mirando al cielo con dramatismo, y continuó
divertida y levemente arrebolada–. Sigo. A Isabel de Portugal le acompaña un Ángel
que pasa el brazo por detrás de su espalda; simbolizando que es quien la
protege en el cielo. Detrás se sitúan Felipe II y Juana, sus hijos y, por debajo,
María y Leonor, hermanas del emperador. Hay una clara alusión a un cisma
político con la total ausencia de la otra rama de los Austrias; no están ni su
hermano Fernando, ni su sobrino Maximiliano después de las desavenencias que
surgieran a cuenta de la sucesión imperial, que finalmente recayó en Fernando y
su familia.
–Muy
interesante. Mucho personaje, aunque lo más espectacular, me temo que está por
llegar con la monumentalidad de las figuras de abajo.
–Cierto.
El color domina en el cuadro, típico de la escuela veneciana, pero hay dos
diferentes calidades a la hora de la elaboración de la obra. Las figuras de los
Austrias, por ejemplo, no son de mano de Tiziano, son de taller y, dada la fama
de tacaño del maestro, sus ayudantes no debían de ser de los mejores. También
varía la pincelada del propio Tiziano, más detallada abajo, más suelta y
difuminada arriba, donde crea una atmósfera etérea. Seguimos descendiendo… Allí
pintó a dos ancianos con barba, uno es su amigo Pietro Aretino y, el otro es
él, el que está en el límite del cuadro. A la derecha está el rey David con el
arpa, y ya hacia la izquierda, se sitúan: la espectacular figura de la mujer de
vestido verde, probablemente se trate de la Sibila Eritrea, que profetizó sobre
el Juicio Final, Noé con el arca y la paloma con la rama de olivo, Moisés con
las tablas, Ezequiel, el profeta del Juicio Final, con turbante sobre su
águila. Atento, por si te estás durmiendo, ¡detalle! –Sara se mostró divertida
elevando su tono de voz.
–Te
escucho pasmado del todo.
–En
la mano lleva enrollado un papel donde figura la firma del autor. A su lado,
con la biblia, está San Jerónimo… –Sara dudó unos instantes–. Y… no me acuerdo
del resto, creo que arriba a la izquierda están Adán y Eva, pero no estoy
segura. Quiero comentarte que las figuras de la parte inferior son de lo mejor
que pintó el genial veneciano, tienen una evidente influencia de Miguel Ángel.
Y te voy a contar una detalle de expertos: observa la línea azul de cielo que
separa los cuerpos de Noé y Moisés; en su afán por dar espacio a las figuras,
repintó modificó y recortó la espalda de Noé. Tiene un aspecto extraño.
–Pues
si sé que me vas dar información incompleta no subo –bromeé.
–¡Eres
un vejete puñetero! Esto último sólo lo ve un especialista, desagradecido. –Sara
rio y se cogió a mi cintura.
–Es
que me ha sorprendido verte dudar. Ha caído un mito, la inagotable sabiduría de
la bella Sara –teatralicé.
–¡Serás
bobo!
–Ya
no te tengo en tanta estima. Voy a bajarte del pedestal…
–Eso
sí que no, que te conozco –Sara rio de nuevo–. Manos quietas, mente despejada y
libre de impurezas libidinosas, y a seguir con la visita.
–¿Cogiéndote
como estoy de la cintura? ¿Teniéndote tan cerca? O estableces nueva “distancia
de seguridad”, o no garantizo que te baje del pedestal de inmediato. Ya sabes…
para el tema del goce de la carne, de la posesión pasional y repetida, y esas
cosas. –finalicé con picardía.
–Incorregible
juguetón… –dijo soltando una carcajada, dándome un beso en la mejilla y soltándose
de la cintura.
–No
es suficiente –protesté–.
–Sigo
en el pedestal, y pórtate bien. ¡No hay más! –exclamó con revoltosa
determinación. Yo fruncí el ceño y puse cara de tristeza, de niño mimado que no
ha conseguido su premio–. De momento, se acabó. Luego ya veremos… –concluyó insinuante.
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