Para mí no hay cosa más edificante que
pasearme por el Museo del Prado. Mi lejanía de Madrid me impide hacerlo con la
asiduidad que desearía, pero para algo está internet; la pinacoteca tiene una
web interesantísima, y un canal de Youtube donde hay decenas de videos con
obras comentadas y conferencias (raro es el día que no lo visito, y encuentro
algo que me atrae)
Estos
días me estoy levantando con ganas de escribir sobre arte. Al primero que le
sirve es a mí, porque siempre aprendo cosas leyendo y escuchando a los grandes especialistas,
pero, a lo mejor, a esos niños que tenéis muchos en casa y que están en edad de
aprender, o a los no tan niños, les acaba llamando la atención algo de lo que
escribo.
Hoy
me levanté pensando en la pintura de historia, un género de mucho éxito, entre
otras cosas por los concursos que se organizaban y las becas que se daban en el
s. XIX y principios del XX. Entre los grandes cultivadores de este género estaba
Francisco Pradilla y Ortiz, gran erudito y extraordinario pintor (llegó a ser
director del Museo del Prado) que es el autor del cuadro al que me voy a acercar
hoy, de título tan largo, “La reina doña Juana
la loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina”, un
óleo sobre lienzo fechado en 1906.
Pradilla
siempre sintió una especie de obsesión por la figura de Juana la Loca,
personaje que reúne todos los elementos románticos de moda en aquel momento,
amor, honor, devoción, pasión, locura… su cuadro más famoso, y que quizá os
suene, es “Doña Juana la Loca”. En él,
la reina aparece ataviada de luto junto al ataúd de su marido, acompañada por
un numeroso séquito que descansa en aquel famoso y demente deambular por las
llanuras castellanas; un lienzo de 5 metros de largo y 3, 40 de ancho,
dimensiones que se exigían para participar en exposiciones y concursos de la
época; obra que fue premiada en la exposición nacional de 1878.
Sobre
el cuadro que me ocupa, Pradilla, como siempre, se documentó abundantemente;
por detrás de la obra incluso hace una referencia a las fuentes históricas en
las que se basó para pintarlo, los estudios del Académico de la Historia
Antonio Rodríguez Villá. El cuadro es una pintura de gabinete dirigida a un
mercado concreto que solía ser la burguesía o aristocracia adinerada del
momento, y sus dimensiones son de 85cm x 14,6cm, muy lejos de la monumentalidad
de su gran obra maestra. Y no lo busquéis si vais al Prado que eso ya lo hice
yo en mi última visita. No está expuesto. Ha participado en alguna exposición,
pero es que el museo no puede mostrar todo lo que atesora en sus inmensos
fondos.
Vamos
con la obra. Pradilla nos presenta a la
reina Juana sentada junto a una ventana por la que entra la luz del solar
castellano con la mirada perdida, aunque dirigida al espectador, ignorando los
requerimientos de su hija, la infanta Catalina, que reclama, sin lograrlo, su
atención. En el centro del cuadro aparecen dos damas de la reina, una ricamente
vestida, y otra mujer que hila lana frente a una rudimentaria devanadora con atuendo
más modesto. Detrás de ellas, Pradilla pintó esa chimenea en la que arde un
fuego que tenuemente ilumina la estancia y que sutilmente alumbra la figura de
un gato blanco en un cesto a la izquierda. Si nos animamos a pasear la vista
por el cuadro veremos multitud de detalles: la decoración de la ventana junto a
la reina que acaba de dejar la lectura de un libro, y el detallismo de la diversidad
de objetos que adornan paredes y alféizar, llaves, jarrones, una jaula con un
pajarito, un bote con plumas, un calvario; la ornamentación mudéjar alrededor
de la puerta del fondo, que da paso a una estancia iluminada por una pequeña vidriera,
que deja en semi-penumbra el ataúd de Felipe el hermoso, del que no se separaba
doña Juana; la reproducción del típico suelo castellano de losetas
primorosamente dibujadas y las cerámicas de los zócalos; la minuciosidad con
que pinta las alfombras, y el virtuosismo con el que nos muestra la gran
cantidad de juguetes que salpican el suelo abandonados por la desconsolada niña.
A la derecha, incluso hay un oratorio tras una verja con pinturas románicas, y
la figura de un Pantocrátor.
Especial
atención quiero poner en la bellísima chimenea estilo gótico flamígero con el
escudo real rematada por ese magnífico arco conopial que enmarca un gran
alcabor. Pradilla la tomó de un grabado de un estudio que había hecho un pintor
sevillano, Valeriano Domínguez Bécquer, hacia 1866, sobre una chimenea
propiedad del Duque de Frías en una casa que poseía en la localidad de Ocaña. Pradilla
consideró que esa chimenea podría ambientar perfectamente la estancia del Palacio
de Tordesillas donde la reina Juana estuvo recluida.
Para
terminar, quería comentaros que la pintura me comunica un par de cosas, lo
primero la profunda sensación de soledad que da la reina Juana enajenada junto
a la ventana, a pesar de mirarnos fijamente, fríamente acompañada por sus dos
damas, y la lastimera vida de una niña condenada a vivir con su madre, que ha
abandonado sus muchos juguetes para reclamar un poco de atención y cariño, algo
que no consigue.
Os
dejo con este magnífico cuadro de Francisco Pradilla.
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