viernes, 3 de abril de 2020

LA REINA DOÑA JUANA LA LOCA, RECLUIDA EN TORDESILLAS CON SU HIJA, LA INFANTA DOÑA CATALINA DE FRANCISCO PRADILLA


     Para mí no hay cosa más edificante que pasearme por el Museo del Prado. Mi lejanía de Madrid me impide hacerlo con la asiduidad que desearía, pero para algo está internet; la pinacoteca tiene una web interesantísima, y un canal de Youtube donde hay decenas de videos con obras comentadas y conferencias (raro es el día que no lo visito, y encuentro algo que me atrae)
        Estos días me estoy levantando con ganas de escribir sobre arte. Al primero que le sirve es a mí, porque siempre aprendo cosas leyendo y escuchando a los grandes especialistas, pero, a lo mejor, a esos niños que tenéis muchos en casa y que están en edad de aprender, o a los no tan niños, les acaba llamando la atención algo de lo que escribo.
        Hoy me levanté pensando en la pintura de historia, un género de mucho éxito, entre otras cosas por los concursos que se organizaban y las becas que se daban en el s. XIX y principios del XX. Entre los grandes cultivadores de este género estaba Francisco Pradilla y Ortiz, gran erudito y extraordinario pintor (llegó a ser director del Museo del Prado) que es el autor del cuadro al que me voy a acercar hoy, de título tan largo, “La reina doña Juana la loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina”, un óleo sobre lienzo fechado en 1906.
        Pradilla siempre sintió una especie de obsesión por la figura de Juana la Loca, personaje que reúne todos los elementos románticos de moda en aquel momento, amor, honor, devoción, pasión, locura… su cuadro más famoso, y que quizá os suene, es “Doña Juana la Loca”. En él, la reina aparece ataviada de luto junto al ataúd de su marido, acompañada por un numeroso séquito que descansa en aquel famoso y demente deambular por las llanuras castellanas; un lienzo de 5 metros de largo y 3, 40 de ancho, dimensiones que se exigían para participar en exposiciones y concursos de la época; obra que fue premiada en la exposición nacional de 1878.
        Sobre el cuadro que me ocupa, Pradilla, como siempre, se documentó abundantemente; por detrás de la obra incluso hace una referencia a las fuentes históricas en las que se basó para pintarlo, los estudios del Académico de la Historia Antonio Rodríguez Villá. El cuadro es una pintura de gabinete dirigida a un mercado concreto que solía ser la burguesía o aristocracia adinerada del momento, y sus dimensiones son de 85cm x 14,6cm, muy lejos de la monumentalidad de su gran obra maestra. Y no lo busquéis si vais al Prado que eso ya lo hice yo en mi última visita. No está expuesto. Ha participado en alguna exposición, pero es que el museo no puede mostrar todo lo que atesora en sus inmensos fondos.
        Vamos con la obra.  Pradilla nos presenta a la reina Juana sentada junto a una ventana por la que entra la luz del solar castellano con la mirada perdida, aunque dirigida al espectador, ignorando los requerimientos de su hija, la infanta Catalina, que reclama, sin lograrlo, su atención. En el centro del cuadro aparecen dos damas de la reina, una ricamente vestida, y otra mujer que hila lana frente a una rudimentaria devanadora con atuendo más modesto. Detrás de ellas, Pradilla pintó esa chimenea en la que arde un fuego que tenuemente ilumina la estancia y que sutilmente alumbra la figura de un gato blanco en un cesto a la izquierda. Si nos animamos a pasear la vista por el cuadro veremos multitud de detalles: la decoración de la ventana junto a la reina que acaba de dejar la lectura de un libro, y el detallismo de la diversidad de objetos que adornan paredes y alféizar, llaves, jarrones, una jaula con un pajarito, un bote con plumas, un calvario; la ornamentación mudéjar alrededor de la puerta del fondo, que da paso a una estancia iluminada por una pequeña vidriera, que deja en semi-penumbra el ataúd de Felipe el hermoso, del que no se separaba doña Juana; la reproducción del típico suelo castellano de losetas primorosamente dibujadas y las cerámicas de los zócalos; la minuciosidad con que pinta las alfombras, y el virtuosismo con el que nos muestra la gran cantidad de juguetes que salpican el suelo abandonados por la desconsolada niña. A la derecha, incluso hay un oratorio tras una verja con pinturas románicas, y la figura de un Pantocrátor.
        Especial atención quiero poner en la bellísima chimenea estilo gótico flamígero con el escudo real rematada por ese magnífico arco conopial que enmarca un gran alcabor. Pradilla la tomó de un grabado de un estudio que había hecho un pintor sevillano, Valeriano Domínguez Bécquer, hacia 1866, sobre una chimenea propiedad del Duque de Frías en una casa que poseía en la localidad de Ocaña. Pradilla consideró que esa chimenea podría ambientar perfectamente la estancia del Palacio de Tordesillas donde la reina Juana estuvo recluida.
        Para terminar, quería comentaros que la pintura me comunica un par de cosas, lo primero la profunda sensación de soledad que da la reina Juana enajenada junto a la ventana, a pesar de mirarnos fijamente, fríamente acompañada por sus dos damas, y la lastimera vida de una niña condenada a vivir con su madre, que ha abandonado sus muchos juguetes para reclamar un poco de atención y cariño, algo que no consigue.

        Os dejo con este magnífico cuadro de Francisco Pradilla.

  

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