–Bueno, nos dejamos de sensiblerías,
parecemos adolescentes –Sara se soltó y me cogió de la mano. Aún se le notaba
que se le habían saltado las lágrimas–. No sé cómo lo haces, pero siempre
consigues…
–Sólo
he dicho que pensaba en Roma y…
–Vale,
no empieces otra vez. –Sara se giró para que yo no viera que volvía a
emocionarse.
–De
todos modos, no sé por qué te pones así. Sólo es un recuerdo, mi recuerdo.
–También
es el mío –añadió ella con los ojos llorosos y un evidente nudo en la garganta.
–¿Tanto
te hice sufrir allí? –le pregunté ironizando y sonriéndole.
–Fui
muy feliz, tontaina.
–Yo
también, y no me pongo a pingar el moco cada vez que lo recuerdo –dije bromeando
volviéndola a atraer hacia mí, sonriéndola, obligándola a que me mirara a los
ojos, poniendo mi mano bajo su mentón–. Entonces es que ahora no eres tan
feliz. Estarás pensando en que es hora de dejar las reliquias de un lado, que
para cosas viejas ya tienes bastantes con las que estudias. Quizá es que
quieres cambiarme por un maromo joven, atlético e inteligente. Según tu amiga
Esther “hay mucho moscón revoloteando en Toledo”.
–Uso
repelente –contestó con aparente sequedad, mientras me cogía la mano que tenía
bajo su mentón, la retiraba, y volvía a bajar su rostro. Entonces la tomé por
la cintura.
–Son
buenos recuerdos, Sara. ¿Estás mejor? –le dije ahora algo preocupado.
–Sí.
Sabes… No hay mucha gente que me divierta, pero ahora mismo sólo hay un boberas
que me hace llorar.
–Presente,
entonces. Soy, el boberas, soy un tormento para ti –concluí bromeando de nuevo, haciendo un
poco de teatro–.
En
aquel momento se nos acercó uno de los vigilantes de sala de aquella gran
galería.
–Buenos
días. ¿Se encuentra bien, señorita?
–Sí,
gracias –contestó Sara girando luego el rostro, mirando hacia mí–. Muy bien.
–Es
que me pareció que estaba algo…indispuesta. Entonces creo que ya sé lo que le
sucede, y perdone si les parezco impertinente, pero es que tengo un amigo que
usa mucho una frase latina que a mí me hace mucha gracia, “Amor tussisque non celatur” –Sara rio, no sólo por su significado,
sino por la cara de ignorante que debí poner. El celador continuó–, “El amor y
la tos no se pueden disimular” Sigan disfrutando de la visita –finalizó sonriente,
guiñándome y despidiéndose con un gesto de cortesía con la cabeza, dándose
luego la vuelta para seguir con su trabajo.
–¿Estás
mejor? Prometo no recordar Roma nunca más. Y una sugerencia; tontaina y boberas
me lo llamas mucho, creo que te conviene utilizar nuevos términos para no
aburrirte y evitar la monotonía semántica como estólido, estulto, sancirolé o sansirolé, que de ambas
maneras se puede decir. Recuerdo que mi madre me llamaba sinsorgo y mi padre soso.
–Eres
un payasete –concluyó sonriéndome y tomándome de la mano–. ¿Seguimos?
–Cuando
quieras. Yo ya le había echado el ojo a un cuadro.
–¿Cuál?
–Ese
de allí. –Le señalé.
–“Santa
Margarita” de Tiziano.
–Me
ha llamado la atención el color verde de su vestido, y dicho sea de paso, lo
pegado que lo lleva al cuerpo si es una santa.
–Ya
decía yo…
–Bueno,
es que además de mancharme la chaqueta con tus lloreras, has estado muy cerca y
había pensado que… –me incliné para besarla.
–Quieto.
Te voy a… –Sara amenazó con darme otro puñetazo en el hombro, pero no acabó de hacerlo
al comprobar que el vigilante nos saludaba divertido, mirándonos desde la otra
sala–. Deja de hacer el ceporro, nos estás dejando en evidencia.
–De
acuerdo, me rindo –añadí dándole la mano–, pero mejor que ceporro podrías
utilizar gaznápiro, e incluso babieca, suenan más
contundentes, parece como que uno es más lerdo aún.
–Estoy
hasta el cogote de tus palabrejas –Ella rio–. Anda, vamos con “Santa Margarita”.
Ya que te has fijado en ella te contaré algo sobre la pintura –concluyó
resignada–.
Como
estábamos en la misma sala que en “El
Lavatorio” de Tintoretto, no tuvimos más que dar unos pasos.
–El
verde de la vestimenta me suena mucho… –deje la frase en suspenso–.
–Ya.
El de la sala de al lado.
–Exacto.
Felipe II tuvo dos cuadros de Tiziano sobre esta santa, uno
está en el Escorial realizado en 1552, que es de peor calidad, y el otro es
este. Esta versión debió de pertenecer a su tía María de Hungría, y fue pintado
en 1565 ¿Has oído hablar alguna vez del libro “La leyenda aurea o dorada”?
–Creo
que sí, pero no recuerdo.
–Vale.
Fue escrito en el s. XIII por el dominico Jacobo-Santiago, de la Voragine que
era arzobispo de Génova. Recoge relatos sobre la vida de alrededor de 180
santos. Fue un libro famoso, muy leído y muy copiado; sirvió de inspiración
iconográfica para muchos artistas. Bueno… pues en ese libro se narra la
historia de Santa Margarita de Antioquía, hija de un sacerdote pagano. Educada
por su nodriza, que era cristiana, a los doce años decidió bautizarse. Su
familia, enojada, la expulso de su casa. Cuando contaba 15 años, mientras
cuidaba unas ovejas, un prefecto romano la vio, y quedó prendado de su belleza.
–Como yo de ti
–añadí zalamero–.
–Parecido solo que,
al querer casarse y ser rechazado, se cabreó un poco…
–Pues no te lo
propondré por si las moscas.
–No pruebes por
si acaso –añadió Sara sonriéndome–. Ante aquella negativa en la que ella
declaro que consagraba su vida a Cristo, el prefecto la encerró en un calabozo.
–No tenía buen
perder el muchacho.
–No, al contrario,
muy malo. Allí, la santa fue engullida por el diablo que adoptó la forma de un dragón,
quien la vomitó al hacer ella la señal de la cruz. Otra versión que aporta el
mismo Jacobo de la Vorágine es que el dragón la engulló, y que ella reventó las
entrañas de la bestia apoyando en ellas una cruz que portaba. Esta versión es
la que debió de parecerle más apropiada o teatral a Tiziano, y es la que escenificó.
–Por
eso lleva el vestido tan pegado, y el pelo húmedo. El dragón le ha llenado de
jugos gástricos… ¡Qué asco!
–La
ropa está muy bien pintada. Parece más una escultura que hubiera sido realizada
con la técnica tan desarrollada por el griego Fidias de los paños mojados. Crea
un juego de luces y sombras con el que da la impresión que ciñe la ropa a la
piel. En este caso convierte a la Santa en una figura ciertamente sugerente, en
eso no te voy a quitar la razón.
–Y
enseña la pierna, no se te olvide. Menuda santa tan picaruela –añadí jocoso.
–El
caso es que luego fue torturada de varias maneras, sobreviviendo
milagrosamente. Al final, decidieron cortarle la cabeza para terminar con su
vida.
–A eso se llama
tomar un atajo, cortar por lo sano.
–O ya estaban
cansados de torturas. Tiziano se inspiró en la “Santa
Margarita y el dragón” de Rafael que pudo ver al ser comprada por una
familia acaudalada de Venecia, y en la “Judith”
de Giorgione, pintor local algo anterior a él. Te las enseñó en el móvil para
que veas a que me refiero –Sara hizo las búsquedas pertinentes para mostrarme
ambas obras-. Ves, de la de Rafael toma la postura, ese claro contrapposto de la santa, con los brazos
dirigidos hacia un lado y la cabeza mirando hacia el otro, la roca que sirve
como ambientación y el crucifijo, y de Giorgione copia la pierna desnuda. Y
esta otra, ya que ha salido en el buscador, es otra “Santa
Margarita y el dragón”, copia de David Teniers de la obra Rafael.
–Se ve la
influencia de ambos en Tiziano. Está clara.
–El resto del cuadro
puede parecer confuso en cuanto a la iconografía que se pude relacionar más con
San Jorge o Santa Marta; el fondo de la ciudad en llamas, que podría ser
Venecia, o la calavera. Y hay una clara diferencia en cuanto a los acabados del
primer plano y los del paisaje. Fíjate como le interesa dejar perfectamente
definida la figura de la santa sobre el resto del cuadro; la saca al primer
plano de la composición perfilándola con un trazo negro. El vestido, es una
maravilla, igual que la definición de las sombras en el rostro en labios, nariz
y ojos. Ahora, si yo me tengo que quedar con algo de este cuadro, sería con la
mano derecha de la santa, es preciosa.
–Muy bonita.
Está pintada con mucha delicadeza.
–En general, la figura
presenta una sensualidad no muy acorde con un cuadro religioso, incluso hubo
quien se atrevió a alzar la voz sobre es pierna desnuda.
–No lo haré yo,
y bien lo sabes –bromeé–.
–Lo sé. Tú hubieras
preferido que el dragón se hubiese comido el vestido y devuelto a la santa como
vino al mundo.
–No había
pensado en ello, pero ahora que lo dices…
–Y en cuanto al
fondo ya no tiene esa nitidez. Está algo más elaborada la parte del cielo, el
dragón, la calavera o la roca, y más deslavazado, más etérea, a base de
pinceladas sueltas, la ciudad en llamas o el mar. Y creo que eso es todo lo que
se me ocurre. Espera, en la parte izquierda nos insinúa como riela la luna
sobre el agua con trazos sueltos de color blanco, y una embarcación y su
ocupante en negro. Hay que fijarse bastante, sobre todo para apreciar la barca.
–¡Eso sí que no
lo hubiera visto! –comenté impresionado–.
–Para eso me
tienes a mí. Y para muchas otras cosas, claro. Si quieres –comentó insinuante volviéndose
a morder el labio inferior con sensualidad mirándome fijamente–.
–Querer…lo que
se dice querer, seguro que sí. Si es que… no hay nada mejor que recordarte Roma
para… –Sara me interrumpió dándome una colleja.
–Calla o te
sacudo otra más gorda –añadió riéndose–.
–Por cierto,
¿tienes un vestido verde para esta noche? Me gustaría poder subírtelo por encima
de la rodilla. –Enarqué mis cejas repetidas ambientando mi insinuante sugerencia,
mientras la cogía de la cintura de nuevo.
–No, creo que
no. Además… –me volvió a susurrar aquella proposición irrechazable que me había
alterado tanto hacia un rato.
–Apoyo la moción,
no necesitamos ningún vestido para eso –concluí jocoso antes de dejarme llevar
de nuevo donde quiso.