sábado, 19 de septiembre de 2020

POR EL MUSEO DEL PRADO CON SARA. SUSANA Y LOS VIEJOS DE IL GUERCINO.

SUSANA Y LOS VIEJOS. ÓLEO SOBRE LIENZO. IL GUERCINO. 1617
               

          Después de aquel breve inciso en nuestro recorrido por el Museo del Prado que nos había llevado a la contemplación de aquellos dos fantásticos lienzos de Murillo sobre la fundación de Santa María la Mayor en Roma, “El sueño del patricio Juan” y “El patricio revela su sueño al papa Liberio”, en el que habíamos disfrutado recordando nuestro feliz paso por la Ciudad Eterna en aquel maravilloso viaje que hicimos con motivo de que Sara participara en un congreso de Historia Medieval en la Universidad de la Sapienza, volvimos sobre nuestros pasos, dejando atrás la sala 6 con los fantásticos lienzos de Caravaggio, “David vencedor de Goliat”, y Bernardo Strozzi “La curación de Tobías” y “La Verónica”

        –Retomemos nuestra visita, vayamos a la sala 5. Viene que ni pintada… –afirmó Sara enigmática.

        –No entiendo.

        –Ya lo verás. Seguimos con la pintura barroca italiana, Domenichino, Reni, Lanfranco, Procaccini, Crespi… –En aquel momento ya nos asomábamos a la sala.

        –Y Guercino, por lo que veo.

        –Muy bien. Además, imagino que no hayas identificado su cuadro “San Pedro liberado por un Ángel” precisamente…

        –Me conoces como si me hubieses parido. No, es “Susana y los viejos” el que conozco en la intimidad –ironicé.

        –Lo imaginaba…por el desnudo de la protagonista, por supuesto.

        –No veo por qué otra cosa más interesante iba a ser –dije sonriéndole haciéndole una carantoña con un dedo en su nariz–. También he de decir que todo desnudo me recuerda a cierta irresistible medievalista toledana…

        –Sí, también me imaginaba que dirías eso como buen candongo que eres–añadió ella resignada.

        –Aunque me gusta más tu piel que es más morena. La muchacha del cuadro tiene una seria necesidad de broncearse. En fin… que me gustan las superficies más atezadas… –dejé caer con gracia mientras rozaba suavemente su brazo derecho con el envés de mi mano.

        –Ya… Salvo la de la Irene Adler esa de tu relato de piel “ebúrnea” que al parecer te va a llevar a la perdición. –Sara volvía a hacer mención a la muchacha protagonista de “Un horizonte rojo turbador”, la serie de relatos que estaba escribiendo sin ningún éxito de crítica y público, algo, por otro lado, ya habitual.

        –Eso es literatura y, probablemente, de la mala –protesté.

        –Bueno… Yo creo que más que literatura es “calentura”, lo que guía tus dedos sobre el teclado. –Sara rio divertida.

        –Quizá la culpa la tengas tú y tu irresistible presencia –le dije zalamero, haciéndole un gesto cariñoso y lascivo con los labios.

        –Pues ya puedes empezar a desfogarte con esta morena también en la ficción, o te daré una colleja –Sara rio–. La verdad es que te venía a enseñar este cuadro, un poco también por el relato que estás escribiendo.

        –¡Explíquese vuesa merced! –exclamé sorprendido y pomposo.

        –Cada cosa a su tiempo y los nabos en adviento –la expresión de Sara me hizo gracia a pesar de que iba cargada de cierto retintín–. Giovanni Francesco Barbieri…

        –Ese quien es.

        –Il Guercino.

        –Qué manía tenían de ponerles motes a todos.

        –¿Sabes de qué le viene el nombre?

        –Pues en buena lógica debió de nacer en algún pueblo italiano que se llamaría Guercia o algo parecido.

        –No seas lelo –Sara rio–. El pintor era bizco, en italiano quercio.

        –Así que se quedó con el “bizquito”.

        –Exacto. El pintor ejecutó una escena…

        –Ni que la hubiera matado –bromeé.

        –Eso lo dejo para mí como no me prestes atención.

        –Soy todo oídos –acaté sin dejar mi tono jocoso.

        –Como decía… la escena representa un pasaje del libro del profeta Daniel. Susana era la bella esposa de Joaquín, un hombre muy respetado entre los judíos. Su jardín era un lugar muy frecuentado por la comunidad hebrea, particularmente por dos ancianos jueces, Arquián y Sedequía que acudían allí a dirimir algunos pleitos. Así es como los viejos quedaron prendados de la belleza de Susana. Y una vez que ambos se confesaron mutuamente sus lascivos deseos hacia la joven decidieron acecharla.

        –¡Dios les cría y ellos se juntan! ¡Viejos verdes!

–¿No te sientes identificado? –Sara rio con su provocadora pregunta y prosiguió–. Un día muy caluroso, Susana creyó que el jardín ya estaba vacío y ordenó a sus doncellas que la trajeran aceite y jabón, y que cerraran el recinto; quería darse un baño. Las sirvientas así procedieron sin darse cuenta de que los ancianos se habían ocultado en el interior. Fue entonces cuando los jueces abordaron a Susana e intentaron que ella atendiera sus libidinosos pasiones entregándoles su virtud bajo amenazas.

        –¡Qué indecencia! ¡Qué procacidad! –exclamé con teatralidad.

        –Y hay más, como ella no cedió a sus deshonestas proposiciones la denunciaron por adúltera, elevando el falso testimonio de que la habían sorprendido ayuntándose con un muchacho en el jardín; joven que habría conseguido huir de los ancianos al ser descubierto en plena faena.

        –Ahora ya pasan a ser unos cabritos –apunté con salero.

        –Susana habría sido condenada de no haber intervenido el joven profeta Daniel quién impuso a los ancianos jueces una prueba por separado. Los viejos libidinosos se delataron al relatar que habían descubierto a Susana, y ese supuesto joven, en pleno acto carnal bajo diferentes árboles; uno decía que era una acacia y otro una encina. Al final ambos fueron condenados a muerte.

        –En el Antiguo Testamento no se andaban con chiquitas. Aunque, se lo tenían merecido.

        –Guercino representa el momento en el que Susana comienza a bañarse y es acechada por los ancianos. El lienzo lo podemos dividir en dos partes diferenciadas…

–Los ancianos y Susana. La parte de la moza es mucho más interesante –comenté sátiro sin que Sara me hiciese mucho caso.

–Verás. La pintura refleja la influencia en Guercino de la pintura veneciana en los paisajes y el cromatismo. Además, los ancianos son la viva expresión del naturalismo, con esos movimientos y gestos exagerados por el tratamiento de las ropas, los contrastes de los colores y el uso del claroscuro, mostrando el nerviosismo y la inquietud propia de un momento visceral alimentado por el deseo irrefrenable de poseer a la joven.

–La muchacha tiene un tiento… –comenté rijoso con superficialidad.

–Y tú una torta si no me dejas acabar.

–A sus órdenes, vuecelencia –añadí jocoso ante su cara inequívoca de resignación.

–En contraste con esa parte de la pintura está la serena sensualidad que desprende la luminosa y casi monócroma piel nacarada de Susana, acentuada por el sugerente paño albo que apenas cubre parte de su muslo derecho. Guercino consigue que todo el que contemple el cuadro, se sienta un poco como los viejos jueces que acechan a la muchacha; la verdadera protagonista del lienzo.

–Yo… del todo.

–Claro, eres un viejo, y muy verde –Sara rio y prosiguió–. Este tema bíblico fue representado por varios artistas del barroco, Tintoretto, Veronés, Luca Giordano… Era una excusa para pintar un desnudo femenino, dentro de una escena plenamente religiosa, puesto que proviene de la misma Biblia.

–¡Con la iglesia hemos topado!

–Y ahora te explicaré porqué te quería enseñar este cuadro en concreto.

–Imagino que porque crees que soy un viejo verde como los del lienzo. Pues lo confieso. Te he acechado y te acecho. Ardo en deseos de hacerte mía. ¡Sé mi Susana! ¡Seré tu Joaquín! –exclamé con afectación tomándola por la cintura– Si es que…a tu lado pierdo el caletre, no soy más que un pobre calvatrueno asaeteado cruelmente por cupido, que vive mendigando tu amor, sojuzgado por tu incomparable belleza y sabiduría.

–Cuando dejarás de usar esas palabrejas y de hacer el tontaina… –dijo divertida intentando zafarse de mí–. Acabaré hablando contigo con el diccionario de la RAE abierto en el móvil para traducirte –añadió condescendiente–. Además, creo que eso de las palabras me está afectando porque te he traído ante este lienzo porque he encontrado un vocablo bastante raro, que podría definirte como a los ancianos, por edad y actitud.

–Dispara –añadí impaciente soltándole la cintura.

–Eres un vejete calenturiento y fisgón, como ellos –Sara señaló al cuadro–, un samueleador. –Sara rio y me guiñó un ojo.

–No podía ser casualidad. Yo ya sabía que Sara estaba leyendo lo que yo publicaba en mi blog, pero, además, estaba seguro de que se entretenía buceando entre mis notas. Aquella palabra figuraba en el borrador del último capítulo de “un horizonte rojo turbador”, por otro lado, absolutamente a su alcance en mi portátil.

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