sábado, 16 de mayo de 2020

POR EL MUSEO DEL PRADO CON SARA. DAVID VENCEDOR DE GOLIAT DE MICHELANGELO MERISI, "CARAVAGGIO".


       Yo sabía que ella hacía bien en no dejar que mis manos se deslizaran lascivamente dentro de los bolsillos traseros de su pantalón con el objetivo de palpar sus bien formados glúteos, pero es que, teniéndola tan cerca, a veces, simplemente, perdía la cabeza.
        –Acabaré poniéndote unas esposas –dijo Sara sonriente­ cogiéndome de las manos; yo creo que disfrutaba sintiéndose deseada–.
        –¿Me sugieres algún tipo de jueguecito? –inquirí con picardía–.
        –No. Sólo pretendo mantenerte controlado, ver tus manos, saber dónde están en todo momento esos tentáculos.
        –Es que…estás muy rica, Sara.
        –¡No seas vulgar!
        –Eres para mí esa fruta exótica, madura, apetitosa, dulce, irresistible, esa fruta que aplaca mi hambre, esa Venus en cuya fuente calmo mi sed…
        –Además de vulgar, cursi y tonto –Sara rio–. Estamos en un Museo, y una… tiene su reputación. No sería nada extraño que me encontrase con algún colega. Y que iba a decir… Una cosa es un beso furtivo o un arrumaco, y otra dejarme meter mano públicamente por un ancianito degenerado –concluyó pícara, guiñándome un ojo–.
        –Decir… no creo que dijera nadie nada, pensar…seguro que sí, que estás para “toma pan y moja”, aunque no se atrevan a hacerlo público como yo.
        –¡Y dale perico al torno! Creo que les extrañará verme contigo, en definitiva, se preguntarán que pinto yo con semejante carcamal con pinta de baboso depravado. –Sara, juguetona, volvió a reír.
        –Bueno, eso puede que también –asumí con gracia–. Y caerán bajo el influjo de uno de los siete pecados capitales, la envidia, que les corroerá las entrañas, al ver que el oculto objeto de sus más perversas pasiones, ese capricho tantas veces anhelado, el sueño del deseo hecho carne… lo estoy disfrutando todo yo, dándome a veces unos atracones… que para que te cuento. –Sara soltó una carcajada ante mi ocurrencia, mientras yo hacía el ademán de esperar un beso sin conseguirlo.
        –No sé qué prefiero si al viejo verde, o al literato pedante.
        –Es el mismo –contesté con salero–.
        –Lo sé; el mismo lelo.
        –En el fondo sé que me quieres, que me consideras irresistible y que compartes el fuego de la lujuria que arde en mis entrañas       –afirmé pomposo y vanidoso–.
        –Fuego tengo; llevo mechero. Y procura que no lo saque no sea que en vez de las tijeras lo utilice para quemar…ciertas partes.
        –No, por Dios, podría ocasionar un daño irreparable al museo, sería algo parecido al “coloso en llamas”. –Sara volvió a soltar una carcajada.
        –Madre mía, que mal estás. ¿Coloso?
        –Ahora mismo estoy ansioso por entrar en batalla. –Entonces quise tomarla por la cintura, mientras acercaba mi rostro al suyo enarcando insinuante repetidas veces las cejas. Ella no me dejó, y se separó lo justo para mantenerse fuera de mi alcance.
        –Creo que es mejor que sigamos con los cuadros. Vamos a ver el de Caravaggio, a ver si con los recuerdos de tu “indisposición” en Roma, se te “baja la llama”.
        –Este ha sido un golpe bajo. Lo pasé mal allí. Eché los hígados con la pizza y vacié intestinos…
        –Bueno. ¡Ya! Tontaina –Sara llamó mi atención divertida cogiéndome de nuevo de las manos, y mirándome con seriedad–. ¿Seguimos?
        –De acuerdo, pero que quede claro que aquí estaba yo con la lanza en ristre, presto a entablar combate y poner una pica en Flandes. –Sara volvió a reír.
        –Me parece que no te sienta bien mi compañía –me dijo mimosa y sugerente, jugueteando con los botones de mi camisa–.
        –Me trastorno querida; yo no era así hasta que te conocí. Eres un pecado, un vicio…
        Entonces Sara se me acercó al oído y, con esa guasa picona que gastaba conmigo en la más estricta intimidad, me susurró unas cuantas “cosas”.
        –¡Eres el demonio hecho carne, la esencia de la crueldad y la tentación! ¡Tú quieres matarme! ¿Estás segura de que puedes hacer todas esas cosas con la lanza… en ristre? –pregunté cambiando mi tono enfático por uno más jocoso y discreto. Ambos reímos. Nos divertíamos con nuestros flirteos, aunque aquel comportamiento era más propio de dos adolescentes que de dos personas maduras.
        –Bueno, ¿enfriamos el ambiente? –Sara mostró cordura–.
        –Si no queda otro remedio. Habrá que continuar –añadí resignado.
        –Como te decía antes de que perdieras la razón –ella me sonrió–, está sala contiene barroco italiano. Puedes ver algún bodegón…
        –Eso es el Vaticano.
        “Exterior de San Pedro” de Viviano Codazzi, una magnífica vista realizada por un gran pintor de arquitecturas.
        –Pues anda que el de arriba, menuda pinta le acude. ¡Vaya zaborro! –comenté aludiendo al personaje principal del cuadro que estaba situado encima, y que me había llamado la atención por su morbosa obesidad.
        “El sileno ebrio” de Cesare Fracanzano. Hay cuadros realistas muy influenciados por Caravaggio como este, o ese de ahí, el que está al lado del “David vencedor de Goliat”. Aún hoy, hay quien pone en duda que sea de Giovanni Serodine, atribuyéndoselo al propio Caravaggio; se trata de “Santa Margarita resucita a un joven”.
        –Se da un aire –comenté con simpleza–.
        –A mí sí que me va a dar un aire contigo –añadió paciente mientras nos situábamos frente al lienzo de Caravaggio–. ¿Recuerdas el verdadero nombre del autor?
–Michelangelo Merisi, lo de Caravaggio lo tomó del pueblo en el que nació. Hice mis deberes en Roma –afirmé orgulloso–.
–Muy bien. Supongo que conocerás la historia de David y Goliat. Está narrada en el primer libro de Samuel.
        –Creo que lo básico, sí.
        –Te contaré algo más. David, según la Biblia, era el menor de los ocho hijos de Jesé, y se dedicaba a cuidar el ganado familiar. Era rubio, de hermosos ojos, de buen aspecto y presencia, valiente y tocaba muy bien el arpa. En aquel tiempo…
–Te tomas lo de la Biblia al pie de la letra, has sonado a lectura de los evangelios.
–Ha sido sin querer –comentó divertida–. Bueno. Los israelitas estaban en guerra con los filisteos, y se iban a enfrentar en el Valle del Terebinto. El gigante Goliat, al que los textos sagrados atribuyen tres metros de altura, iba armado con una enorme lanza y protegido por un casco y pesadas placas de bronce que cubrían, a modo de armadura, gran parte de su cuerpo. El filisteo desafió a los israelitas a que uno de sus guerreros combatiera contra él, decidiendo de ese modo el curso de la batalla. Dentro de las tropas hebreas no se presentó voluntario alguno hasta que David dio un paso al frente. Armado con una honda, recogió cinco piedras que depositó en su morral, y su cayado, y se fue acercando al gigante que se mofaba ostensiblemente de él, diciendo que su cadáver lo daría a las aves y bestias. David le replicó que tenía el apoyo del Todopoderoso, y que sería él quién acabaría cortando su cabeza y daría su cuerpo, y el de los filisteos, a las aves y bestias.
–Un combate formidable se avecinaba –añadí expectante–.
–Cuando David estuvo a la distancia adecuada lanzó uno de los guijarros que había recogido, acertando de lleno en la frente a Goliat, provocándole la muerte. Caravaggio representa el momento en el que David está atando los cabellos de Goliat para llevarse su cabeza colgando, algo que la biblia no cuenta en realidad, y que Caravaggio representa con libertad de criterio.
        –Muy expresivo. Se ve perfectamente la marca de la pedrada en la frente.
        –Fíjate que la escena tiene una composición rectangular, y que está constreñida por el marco, adaptada a esa circunstancia. El fondo oscuro, el tratamiento de los acusados contrastes lumínicos, la poca variedad cromática o el intenso realismo, son características típicas del autor. Se despejaron todas las dudas sobre su posible autoría al descubrirse, en una radiografía del cuadro, que el rostro de Goliat que está pintado debajo del que vemos, tiene un gesto hórrido, grotesco, de intenso dramático, al estilo de su obra “La Medusa”. Es posible que lo modificase porque le pareciera demasiado impactante al comitente.
        –Vi “La medusa” en los Uffizi en Florencia –apunté–.
        –Bien. Y La postura tan escorzada de David, está muy lograda.
        –¿Sabes a que me recuerda a mí? –pregunté porque aquella imagen me vino a la mente, quizá con erudición.
        –No.
–Al sayón que clava el clavo en la cruz en el…
        –Sí. Tienes razón, en el “Expolio” del Greco –me interrumpió Sara, me pareció que orgullosa de mí–. Son posturas difíciles de pintar, y de hacer creíbles. Demuestran un gran dominio de la técnica, algo que sólo tiene un gran maestro.
        –Aprovecha al máximo el espacio del cuadro –añadí absorto–.
        –Y, una curiosidad, o a mi sí que me lo parece, la Biblia habla de los filisteos como de lo “incircuncisos”, quizá de forma despectiva; con seguridad, de un aspecto físico que diferenciaba a ambos pueblos. Incluso el rey Saúl le encargó a David en un enfrentamiento de aquella guerra que le trajera cien “prepucios” del enemigo como trofeo, y este le llevó el doble, demostrando su habilidad en el combate y con las tijeras. –Sara hizo de nuevo aquel ademán de cortar con sus dedos cerca del cinturón de mi pantalón, tornando en jocosa su versada y seria explicación.
        –Me das miedo, Sara. Voy a deshacerme de todas las tijeras que vea.
        –Ven, “incircunciso” mío. –Rio con sorna mientras tiraba de una de mis manos para que me acercase más a ella, y con la otra seguía cortando en el aire con fingida cara de sádica.
        –Creo que prefiero que sigas con las explicaciones, pero, procura elegir un cuadro que no tenga relación con el tema de sajar nada. Me parece que el asunto te agrada demasiado, y a mí me empieza a incomodar. Así que, si yo tengo que estarme quietecito, tú también –añadí cogiéndole la mano y evitando que siguiera cortando el aire con aquel gesto que tanto le divertía. Finalmente, nos miramos y reímos de nuevo–.

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