Yo sabía que ella hacía bien en no dejar que mis manos
se deslizaran lascivamente dentro de los bolsillos traseros de su pantalón con
el objetivo de palpar sus bien formados glúteos, pero es que, teniéndola tan
cerca, a veces, simplemente, perdía la cabeza.
–Acabaré
poniéndote unas esposas –dijo Sara sonriente cogiéndome de las manos; yo creo
que disfrutaba sintiéndose deseada–.
–¿Me
sugieres algún tipo de jueguecito? –inquirí con picardía–.
–No. Sólo
pretendo mantenerte controlado, ver tus manos, saber dónde están en todo
momento esos tentáculos.
–Es que…estás
muy rica, Sara.
–¡No seas
vulgar!
–Eres
para mí esa fruta exótica, madura, apetitosa, dulce, irresistible, esa fruta que
aplaca mi hambre, esa Venus en cuya fuente calmo mi sed…
–Además
de vulgar, cursi y tonto –Sara rio–. Estamos en un Museo, y una… tiene su
reputación. No sería nada extraño que me encontrase con algún colega. Y que iba
a decir… Una cosa es un beso furtivo o un arrumaco, y otra dejarme meter mano
públicamente por un ancianito degenerado –concluyó pícara, guiñándome un ojo–.
–Decir…
no creo que dijera nadie nada, pensar…seguro que sí, que estás para “toma pan y
moja”, aunque no se atrevan a hacerlo público como yo.
–¡Y dale
perico al torno! Creo que les extrañará verme contigo, en definitiva, se
preguntarán que pinto yo con semejante carcamal con pinta de baboso depravado.
–Sara, juguetona, volvió a reír.
–Bueno,
eso puede que también –asumí con gracia–. Y caerán bajo el influjo de uno de
los siete pecados capitales, la envidia, que les corroerá las entrañas, al ver
que el oculto objeto de sus más perversas pasiones, ese capricho tantas veces
anhelado, el sueño del deseo hecho carne… lo estoy disfrutando todo yo, dándome
a veces unos atracones… que para que te cuento. –Sara soltó una carcajada ante
mi ocurrencia, mientras yo hacía el ademán de esperar un beso sin conseguirlo.
–No sé qué
prefiero si al viejo verde, o al literato pedante.
–Es el
mismo –contesté con salero–.
–Lo sé;
el mismo lelo.
–En el
fondo sé que me quieres, que me consideras irresistible y que compartes el
fuego de la lujuria que arde en mis entrañas –afirmé pomposo y vanidoso–.
–Fuego
tengo; llevo mechero. Y procura que no lo saque no sea que en vez de las
tijeras lo utilice para quemar…ciertas partes.
–No, por
Dios, podría ocasionar un daño irreparable al museo, sería algo parecido al “coloso
en llamas”. –Sara volvió a soltar una carcajada.
–Madre
mía, que mal estás. ¿Coloso?
–Ahora
mismo estoy ansioso por entrar en batalla. –Entonces quise tomarla por la cintura,
mientras acercaba mi rostro al suyo enarcando insinuante repetidas veces las cejas.
Ella no me dejó, y se separó lo justo para mantenerse fuera de mi alcance.
–Creo que
es mejor que sigamos con los cuadros. Vamos a ver el de Caravaggio, a ver si
con los recuerdos de tu “indisposición” en Roma, se te “baja la llama”.
–Este ha
sido un golpe bajo. Lo pasé mal allí. Eché los hígados con la pizza y vacié
intestinos…
–Bueno.
¡Ya! Tontaina –Sara llamó mi atención divertida cogiéndome de nuevo de las
manos, y mirándome con seriedad–. ¿Seguimos?
–De
acuerdo, pero que quede claro que aquí estaba yo con la lanza en ristre, presto
a entablar combate y poner una pica en Flandes. –Sara volvió a reír.
–Me
parece que no te sienta bien mi compañía –me dijo mimosa y sugerente, jugueteando
con los botones de mi camisa–.
–Me
trastorno querida; yo no era así hasta que te conocí. Eres un pecado, un vicio…
Entonces
Sara se me acercó al oído y, con esa guasa picona que gastaba conmigo en la más
estricta intimidad, me susurró unas cuantas “cosas”.
–¡Eres el
demonio hecho carne, la esencia de la crueldad y la tentación! ¡Tú quieres
matarme! ¿Estás segura de que puedes hacer todas esas cosas con la lanza… en
ristre? –pregunté cambiando mi tono enfático por uno más jocoso y discreto.
Ambos reímos. Nos divertíamos con nuestros flirteos, aunque aquel
comportamiento era más propio de dos adolescentes que de dos personas maduras.
–Bueno,
¿enfriamos el ambiente? –Sara mostró cordura–.
–Si no
queda otro remedio. Habrá que continuar –añadí resignado.
–Como te
decía antes de que perdieras la razón –ella me sonrió–, está sala contiene
barroco italiano. Puedes ver algún bodegón…
–Eso es
el Vaticano.
–“Exterior
de San Pedro” de Viviano Codazzi, una magnífica vista realizada por un gran
pintor de arquitecturas.
–Pues
anda que el de arriba, menuda pinta le acude. ¡Vaya zaborro! –comenté aludiendo al personaje
principal del cuadro que estaba situado encima, y que me había llamado la
atención por su morbosa obesidad.
–“El
sileno ebrio” de Cesare Fracanzano. Hay cuadros realistas muy influenciados
por Caravaggio como este, o ese de ahí, el que está al lado del “David vencedor
de Goliat”. Aún hoy, hay quien pone en duda que sea de Giovanni Serodine,
atribuyéndoselo al propio Caravaggio; se trata de “Santa
Margarita resucita a un joven”.
–Se da un
aire –comenté con simpleza–.
–A mí sí
que me va a dar un aire contigo –añadió paciente mientras nos situábamos frente
al lienzo de Caravaggio–. ¿Recuerdas el verdadero nombre del autor?
–Michelangelo Merisi, lo de
Caravaggio lo tomó del pueblo en el que nació. Hice mis deberes en Roma –afirmé
orgulloso–.
–Muy bien. Supongo que
conocerás la historia de David y Goliat. Está narrada en el primer libro de
Samuel.
–Creo que
lo básico, sí.
–Te
contaré algo más. David, según la Biblia, era el menor de los ocho hijos de
Jesé, y se dedicaba a cuidar el ganado familiar. Era rubio, de hermosos ojos,
de buen aspecto y presencia, valiente y tocaba muy bien el arpa. En aquel
tiempo…
–Te tomas lo de la Biblia al
pie de la letra, has sonado a lectura de los evangelios.
–Ha sido sin querer –comentó
divertida–. Bueno. Los israelitas estaban en guerra con los filisteos, y se
iban a enfrentar en el Valle del Terebinto. El gigante Goliat, al que los
textos sagrados atribuyen tres metros de altura, iba armado con una enorme
lanza y protegido por un casco y pesadas placas de bronce que cubrían, a modo
de armadura, gran parte de su cuerpo. El filisteo desafió a los israelitas a
que uno de sus guerreros combatiera contra él, decidiendo de ese modo el curso
de la batalla. Dentro de las tropas hebreas no se presentó voluntario alguno
hasta que David dio un paso al frente. Armado con una honda, recogió cinco
piedras que depositó en su morral, y su cayado, y se fue acercando al gigante
que se mofaba ostensiblemente de él, diciendo que su cadáver lo daría a las
aves y bestias. David le replicó que tenía el apoyo del Todopoderoso, y que
sería él quién acabaría cortando su cabeza y daría su cuerpo, y el de los
filisteos, a las aves y bestias.
–Un combate formidable se
avecinaba –añadí expectante–.
–Cuando David estuvo a la
distancia adecuada lanzó uno de los guijarros que había recogido, acertando de
lleno en la frente a Goliat, provocándole la muerte. Caravaggio representa el
momento en el que David está atando los cabellos de Goliat para llevarse su
cabeza colgando, algo que la biblia no cuenta en realidad, y que Caravaggio
representa con libertad de criterio.
–Muy
expresivo. Se ve perfectamente la marca de la pedrada en la frente.
–Fíjate
que la escena tiene una composición rectangular, y que está constreñida por el
marco, adaptada a esa circunstancia. El fondo oscuro, el tratamiento de los
acusados contrastes lumínicos, la poca variedad cromática o el intenso
realismo, son características típicas del autor. Se despejaron todas las dudas
sobre su posible autoría al descubrirse, en una radiografía del cuadro, que el
rostro de Goliat que está pintado debajo del que vemos, tiene un gesto hórrido, grotesco, de intenso
dramático, al estilo de su obra “La
Medusa”. Es posible que lo modificase porque le pareciera demasiado impactante
al comitente.
–Vi “La
medusa” en los Uffizi en Florencia –apunté–.
–Bien. Y La
postura tan escorzada de David, está muy lograda.
–¿Sabes a
que me recuerda a mí? –pregunté porque aquella imagen me vino a la mente, quizá
con erudición.
–No.
–Al sayón que clava el clavo
en la cruz en el…
–Sí.
Tienes razón, en el “Expolio”
del Greco –me interrumpió Sara, me pareció que orgullosa de mí–. Son posturas
difíciles de pintar, y de hacer creíbles. Demuestran un gran dominio de la
técnica, algo que sólo tiene un gran maestro.
–Aprovecha
al máximo el espacio del cuadro –añadí absorto–.
–Y, una
curiosidad, o a mi sí que me lo parece, la Biblia habla de los filisteos como
de lo “incircuncisos”, quizá de forma despectiva; con seguridad, de un aspecto
físico que diferenciaba a ambos pueblos. Incluso el rey Saúl le encargó a David
en un enfrentamiento de aquella guerra que le trajera cien “prepucios” del
enemigo como trofeo, y este le llevó el doble, demostrando su habilidad en el
combate y con las tijeras. –Sara hizo de nuevo aquel ademán de cortar con sus
dedos cerca del cinturón de mi pantalón, tornando en jocosa su versada y seria
explicación.
–Me das
miedo, Sara. Voy a deshacerme de todas las tijeras que vea.
–Ven,
“incircunciso” mío. –Rio con sorna mientras tiraba de una de mis manos para que
me acercase más a ella, y con la otra seguía cortando en el aire con fingida
cara de sádica.
–Creo que
prefiero que sigas con las explicaciones, pero, procura elegir un cuadro que no
tenga relación con el tema de sajar nada. Me parece que el asunto te agrada
demasiado, y a mí me empieza a incomodar. Así que, si yo tengo que estarme
quietecito, tú también –añadí cogiéndole la mano y evitando que siguiera
cortando el aire con aquel gesto que tanto le divertía. Finalmente, nos miramos
y reímos de nuevo–.
Me encanta , gracias por mandármelo.Agueda Sellés
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