Espetacular retrato de Isabel de Farnesio, obra de Louis Michelle Van Loo, 1739.
Museo del Prado, en depósito en la embajada de España en Londres.
Seguíamos ante el cuadro barroco de
Bernardo Strozzi, aunque Sara continuaba aportándome detalles muy interesantes
sobre la vida y obra de Isabel de Farnesio; tiempo habría para que me hablara
de aquella pintura más tarde.
–Como te decía, la
nueva reina resultó ser todo lo contrario de lo afirmado por Alberoni, era una
mujer de fuerte carácter, y la maniobra política ejecutada en Jadraque había
supuesto la eliminación de un obstáculo importante en la corte para ella. Ahora
tocaba agradecer al abate su fidelidad con suficiente generosidad y, en poco
tiempo, fue nombrado Grande de España, Consejero Real y Obispo de Málaga.
–Creo que se le
pagaron con creces sus servicios.
–Es evidente. Así
que, de 1714 a 1746, Isabel de Farnesio llevaría directamente las riendas de la
política española, salvo los ocho meses que duró el reinado de Luis I, cuando
Felipe V abdicó en favor de su hijo; unas viruelas mayores resultaron fatales
para el joven monarca. Este periodo también tuvo su miga –aventuró avivando mi
interés-.
–Pues adelante.
Me gusta el cotilleo.
–Lo sé –dijo
escueta con la seguridad de que había despertado mi curiosidad de nuevo–. Y lo
que te voy a contar te va a gustar más por su tinte escatológico. Verás. Al Príncipe
de Asturias en aquel momento, de quince años de edad, e hijo primogénito del primer
matrimonio de Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya, se le concertó matrimonio
con Luisa Isabel de Orleans, de apenas doce, en 1722. Y desde un principio la
niña demostró no estar bien de la cabeza. En la corte la llegaron a llamar la “reina
loca”. Isabel de Farnesio se refería a ella con algo más de contundencia; la
llamaba la “sarnosa”.
–Esto se pone
apasionante… –comenté intrigado–.
–Padecía
trastorno de personalidad y bulimia, y hacia cosas impropias de una princesa
como pasearse descalza, poco vestida, o directamente desnuda por los jardines,
eructar o ventosear en público.
–¡Caray con la
niña! ¡Vaya joya! –exclamé divertido–.
–Iba sucia, se
negaba a asearse y a usar ropa interior. Y enseñaba sus partes íntimas con
descaro al personal cuando le venía en gana. Incluso llegó a limpiar desnuda algunas
estancias delante de los criados usando su propio vestido.
–Está claro. La
cría estaba como un cencerro y tenía poco apego a la ropa, por lo que veo.
–Y más cosas, no
comía públicamente y lo hacía compulsivamente a escondidas, le daba por subirse
a los árboles… y se sabe que, en una ocasión, un criado, al ayudarla a bajar de
uno intentando que desistiera en su actitud, recibió a cambio la sorprendente
visión de todo su… “asunto”, creo que me comprendes –Sara se hizo entender
perfectamente enarcando las cejas e inclinando la cabeza hacia un lado–. No
llevaba nada debajo del vestido. Pero, curiosamente, al caer enfermo de
viruelas el rey, permaneció a su lado, cuidándolo como la más amante de las
esposas hasta su muerte. De hecho, ella también las contrajo, pero las supero.
Tras morir Luis I, Isabel de Farnesio que, como puedes suponer, no le tenía
mucho afecto, la devolvió a Francia; probablemente pensaba que vivir con un
chiflado en la corte era suficiente para ella.
–No se andaba
con tonterías la señora; ¡empaquetada en papel de regalo y a su casita! Sí, es
posible que con dos no hubiera podido. –Le sonreí.
–No se andaba
con zarandajas la Farnesio. Luisa Isabel mantuvo un tiempo una vida disoluta a
cuenta de la pensión que recibía de España, e ingresó en un convento por dos
años cuando se la retiraron por ello. Murió en París donde vivió el resto de su
vida. Por lo tanto, Felipe e Isabel volvieron al poder, esta vez hasta 1746,
fecha en que murió el monarca. La reina tuvo en total 7 hijos, y cumplió con
creces sus tareas como madre y esposa; no era fácil vivir y reinar junto un enfermo,
luchando contras sus “melancolías” y su obsesión por abdicar. Como te dije
antes, incluso llegó a tomar la drástica e insólita medida de trasladar la corte
a Andalucía de 1729 a 1733 para paliar su enfermedad en un clima más propicio.
Pero resultaron ser alivios pasajeros; enseguida el rey recayó, no se aseaba,
vivía de noche y dormía de día…etc.
–Estaba como una
cabra también. Vaya costumbre tenían de no lavarse. Bueno, al menos en esas
tierras la reina pudo conocer la magnitud de la obra de Murillo, comprar sus
cuadros y, por lo que me has contado, el de la Verónica de Strozzi también.
–Eso es verdad. Tras
la muerte de Felipe V, subió al poder Fernando VI, también hijo del primer
matrimonio del monarca. El nuevo rey, ni se fiaba, ni simpatizaba con su
madrastra, que siempre había tratado con desdén a los hijos de María Luis Gabriela
de Saboya. Así que la desterró a la Granja de San Ildefonso. Allí vivió
retirada sin que le faltara de nada, porque de eso se preocupó, antes de morir
su marido.
–El bueno del
Borbón le adjudicó una buena pensión, imagino.
–Dejó todo atado
y viene atado en su testamente en ese sentido, además de expresar su voluntad
de ser enterrado en la Colegiata de la Granja, no en el Escorial. Isabel de
Farnesio estuvo allí hasta 1759 año en el que, al morir Fernando VI, fue requerida
por su hijo, el futuro Carlos III, para que se hiciese cargo de la regencia
hasta su regreso a Madrid para ser nombrado rey.
–Claro, era rey
de Nápoles –recordé–.
–Y de las dos
Sicilias. Tuvo que abdicar en su hijo para hacerse cargo de la corona española.
Isabel regresó a la capital con todo su séquito, pero pronto volvió a
retirarse; no se llevaba bien con su nuera María Amalia de Sajonia. Y murió en el
palacio Real de Aranjuez, un sitio que le gustaba mucho porque su situación, a
orillas del Tajo, le recordaba al paisaje de su infancia en Parma. Está
enterrada junto a su esposo en la colegiata de la Granja de San Ildefonso.
–He
visitado el templo y las tumbas –afirmé–. Parece que no le gustaba que nadie le
hiciera sombra –elucubré después en busca de confirmación–.
–Bueno…son
muchos años de llevar las riendas de un Imperio. Yo creo que es una figura
histórica que ha sido maltratada. Sólo se habla de ella desde un punto de vista
negativo, su amor al poder, su afán por buscar matrimonios ventajosos a sus
hijos. Como te decía, era muy inteligente, recibió una educación exquisita, le
gustaba estar informada, mantuvo abundante correspondencia con todo el que le
interesaba, especialmente con sus hijos, y fue una de las mayores
coleccionistas de su tiempo. Cuando llegó a España, aparte de su ajuar
personal, joyas, vestimentas y demás, traía un importante cargamento de libros.
Una vez aquí, logró recopilar varias bibliotecas, y acrecentar las colecciones
reales significativamente; entre ella y su marido, se hicieron aproximadamente
con 1200 obras de pintura. Sí recuerdas lo de las marcas en los cuadros, Isabel
de Farnesio tenía más obras y, además, las de mayor calidad y relevancia. Compró
más de la mitad de la gran colección de cuadros que poseía el famoso pintor
Carlo Maratta a su muerte, 123 obras, y la mayor parte de la fantástica
colección de escultura clásica que había atesorado Cristina de Suecia en Roma;
ambas forman parte del museo. Y era muy hábil en los negocios; ordenó ocultar
quien compraba las colecciones para evitar que subieran de preció, y consiguió
algo no muy sencillo, que el Papa permitiera que esas obras artísticas salieran
de Roma.
–Por
lo que dices, parece una mujer excepcional.
–Además
fue pintora, era una buena dibujante, riñó con su madre porque quería que
Molinareto, retratista oficial de los Farnesio en Parma, viniera a España, y logró
traer a la corte a uno de los mejores cantantes de su tiempo, Farinelli, y a algunas
compañías de teatro punteras de varios países.
–Farinelli.
Creo que me hablaste de él en Aranjuez, el que cantaba para el rey todas las
noches para evitar su “melancolía”, montaba escenografías en el Tajo,
batallitas de barcos, obras de teatro…etc.
–Sí.
Vino para unos meses y se quedó 25 años. Tenía una voz excelente, ¿sabes por
qué?
–No.
Hoy estoy aprendiendo muchas cosas. –Le sonreí.
–Era
un “castrati”, se cayó de un caballo y tuvieron que castrarlo. Luego le
metieron en el conservatorio de música como hacían con muchos niños como él en
Nápoles, y resultó tener una voz extraordinaria. Así que, si quieres seguir con
tu timbre de voz actual procura no engañarme con otra, o te convierto en el
Farinelli palentino. –Sara rio, haciéndome el gesto de la tijera con la mano derecha.
Yo tragué saliva simulando dramatismo.
–Ahora
que lo dices me va sonando algo de que a pesar de que estaba prohibido, la
necesidad llevó a algunas familias napolitanas a castrar a alguno de sus hijos
para ver si les sacaban de pobres convirtiéndoles en cantantes.
–Así
era. Y sobre la fama de ambiciosa de la reina, creo que hizo lo que le tocaba
hacer. O mandaba ella, o lo hacían los demás, y, con su carácter, era evidente que
sería ella la que llevaría las riendas. No tienes más que ver el cuadro dinástico
más famoso que se hizo de aquel tiempo, “La
familia de Felipe V”; aparece representada en el medio de la composición y
con el brazo izquierdo sobre la corona, mientras que el rey aparece a su
derecha algo avejentado y mirando hacia un lado.
–Creo
que sé de qué obra me hablas; es de Van Loo, ¿verdad?
–Muy
bien. Y sobre su desmedido afán por conseguir para sus hijos matrimonios
ventajosos, partimos de que una de las causas de que ella fuera elegida reina,
fue la posibilidad de recuperar influencia y territorios en Italia; lo habíamos
perdido todo tras el Tratado de Utrecht. Así que elaboró un ambicioso plan para
el que utilizó una hábil diplomacia, colocando bien a todos sus vástagos. Para
el futuro Carlos III consiguió el reino de Nápoles y las dos Sicilias, tras una
guerra en la cual se demostró que los napolitanos preferían a los españoles antes
que a los austriacos, para Fernando, su amado ducado de Parma, de hecho, con él
empezó la dinastía Borbón-Parma, para al Infante D. Luis, su hijo predilecto, los
arzobispados de Toledo y de Sevilla, aunque años después renunciara a la vida eclesiástica…
–Pues
eso supondría la mitad de las rentas de la Iglesia en España.
–O
más. A su hija Mariana Victoria la casó con el rey de Portugal y Brasil, a María
Antonia Fernanda con el duque de Saboya, a María Teresa Rafaela con el delfín
de Francia, aunque murió de sobreparto a los 20 años…
–La
verdad es que no los dejó descalzos.
–Somos
muy dados a no valorar en su justa medida a los grandes protagonistas de nuestro
pasado. La historiografía se ha centrado en la parte negativa de su reinado, y
no en sus grandes logros; es necesario un estudio más a fondo para recuperar su
figura.
–¡Menuda
conferencia me has dado! –afirmé orgulloso. Sara se ruborizó ligeramente–.
–Así
tienes algún conocimiento más sobre aquellos años.
–Seguro,
aunque me quedo con lo que pasaría durante aquellas seis horas en el Palacio
del Infantado entre Felipe e Isabel ¿Podrías ampliarme un poco más esa información?
¿Tienes más datos? –pregunté
reiterativo mirándola con picardía. –Sara rio.
–Espero
que lo que pasó allí se quede corto con lo que pase esta noche. En caso
contrario, te convertiré en un “castrati” –Sara soltó una carcajada, e hizo
otra vez el gesto de la tijera con sus dedos a la altura del cinturón de mi
pantalón con disimulo. Yo, volví a tragar saliva teatralizando en exceso–. ¿Seguimos?
–Sí.
Mejor… Me estás empezando a dar miedo, pareces “Eduarda manostijeras”. Haré lo
que sea para conservar mi natural y abaritonada de voz –dije cogiéndole la mano
y apartándola con fingida decisión de mí cintura. Ambos reímos; nos seguíamos
divirtiendo en el museo–.
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