La curación de Tobías de Bernardo Strozzi. Museo del Prado
Después de aquella conversación que
había desembocado en esa graciosa amenaza, o al menos así la interpreté yo, el
cuadro de Bernardo Strozzi aguardaba frente a nosotros.
–Me
he tomado a broma lo de las tijeras –comenté jocoso intentando confirmar mis
pensamientos para mi tranquilidad–.
–Pues
no lo hagas, no es el primer eunuco que tengo el honor de dejar atrás en mi
vida. –Sara me miró riéndose.
–Esto
puede constituir un delito de acoso e intimidación con arma blanca; voy a
obviar de momento el de agresión, a pesar de tener en los hombros grabados tus
anillos y nudillos. Además, primero me has hablado de una mujer como Isabel de
Farnesio, a la que creo que no tosía nadie, con el carácter suficiente para
llevar un reino…
–Un
imperio, en decadencia, pero aún un imperio.
–Sí,
sí. Y luego sacas a relucir a Farinelli. Eso del “Farinelli palentino” me ha
atemorizado. Tengo los
dídimos
tremulosos –añadí ocurrente y rimbombante–.
–Podría
ser un buen pseudónimo, incluso podrías registrarlo. Imagínate los titulares: presenta
su nueva novela el “Farinelli palentino”. Ándate con ojo y recuerda que puedo
ser una malvada “Eduarda Manostijeras”, una maléfica “
castrante”. –Sara volvió a hacer aquel gesto con los dedos cerca
del cinturón de mi pantalón. Para mi sosiego, torno enseguida aquel ademán de
experta en
emasculaciones
en otro más conciliador; trenzó sus manos detrás de mi cuello. Luego, asegurándose
de que no había “moros en la costa”, me besó en los labios furtivamente.
–Creo
que con este fugaz tratamiento me siento mejor, pero quiero que sepas que sigo inquieto
–dramaticé mis palabras mientras le ofrecí mis labios de nuevo, sin éxito.
Ella me miró
fijamente, y acercó su boca a mi oreja izquierda. Tras dejarme percibir con
nitidez su intencionada y sensual respiración, me susurro:
–Puedes
estar tranquilo. Ya me encargaré yo de que no tengas que buscar fuera lo que,
con creces, vas a tener en casa –Entonces dejó descansar aquella lánguida
mirada suya sobre mis ojos, aquella mirada que me dejaba indefenso, me besó en
la mejilla y volvió al modo “guía de museo”–. ¿Vamos con el cuadro?
–Bueno…la
conversación era de mi agrado. Ahora mismo, para mí el arte es secundario.
–Tú…
reserva tus energías para el próximo combate. –Sara volvió a mirarme mimosa e
insinuante.
–Querido…
se te va la olla por momentos. Pero mira, ya que sabes tanto sobre diablos
femeninos, te voy a enseñar una pintura
–Sara sacó su móvil de nuevo, la buscó y me
la enseñó–.
“Lilith”,
de John Collier.
–Fantástica.
Con el pelo más corto y morena, serías una perfecta Lilith. Y no me importaría ser
la serpiente que se enrolla en tu cuerpo. –En aquel momento me abalancé sobre
ella rodeándola con mis brazos. Sara rio divertida, mientras intentaba zafarse
de mí.
–No
eres una serpiente, eres un pulpo –Ella volvió a reír–. Bueno, no crees que es
mejor que nos centremos. Esto se nos está yendo de las manos. –Sara intentaba
poner un poco de cordura y discreción a nuestra visita; estaba alcanzando mucha
temperatura.
–Yo
prefiero abandonarme a la lujuria y al desenfreno. Eres un ser pecaminosamente
fruitivo. –En aquel instante la
besé en el cuello.
–Como
sigas así, lo que vas a abandonar es el museo. Hay un vigilante mirándote desde
esa esquina. –Entonces, la solté avergonzado mirando hacia donde decía; por
supuesto, era mentira.
–¡Mala
leche tienes, puñetera! –Ella soltó una carcajada y me cogió del brazo.
–Ven
aquí, mi Apolo –Sara me sonrió con sorna–. Vamos con el cuadro, anda. Y…
pintura religiosa, no más desnudos –añadió entre divertida y resignada,
mientras me tomaba de la mano–.
–De
acuerdo, pero sólo porque soy tu Apolo –concluí jovial y orgulloso a la vez.
–Como
te decía antes, esta obra representa el pasaje bíblico de la curación de Tobías,
Tobit en griego. Es un texto al que siempre he tenido cierto cariño, junto a
otros de la biblia, fundamentalmente porque salgo yo. –Sara me guiñó con chispa.
–Ya te estás
explicando –mostré mi impaciencia–.
–Para distinguir
al padre del hijo, al padre lo llamaré Tobit, y al hijo Tobías. Voy a intentar
ceñirme a lo que dicen las sagradas Escrituras, y luego veremos el momento que trató
de captar Strozzi.
–No me digas que
también has leído la biblia.
–Del tirón, no;
gran parte de ella, seguro. Si quieres conocer bien el arte sacro, no hay mejor
manera que acudir a las fuentes de donde bebieron los autores.
–¡Eres la bomba!
–exclamé. Sara sonrió–.
–Verás. Tobit, y
su esposa Ana, tuvieron un único hijo al que pusieron de nombre Tobías. Tobit
era una hombre acaudalado, justo, misericordioso, y observante con el modo de
vida y religión judía, pero al que perseguía el infortunio. La familia fue
capturada por los Asirios y llevada a Nínive. Allí, Tobit fue capaz de prosperar
como hombre de negocios en la corte de Salmanasar. Pero, al morir el rey, cayó
en desgracia durante el reinado de su hijo Senaquerib; fueron confiscados sus
bienes, perdió la posibilidad de recuperar un depósito de plata que había prestado
a otro comerciante, Gabael, en Ragués, en tierras de Media y, además, tuvo que huir
de su hogar. A la muerte de Senaquerib, subió al trono Asaradón, la situación
mejoró para ellos, y la familia pudo reunirse, aunque más empobrecida. Aunque,
la felicidad duró poco porque, una noche, Tobit se echó a dormir junto a la
pared del patio, con la cara al aire por el calor que hacía y, estando aún con
los ojos abiertos, unas golondrinas le defecaron en los ojos provocándole unas
manchas blancas que le dejaron ciego; ningún tratamiento surtió efecto.
–¡Vaya puntería!
–añadía asombrado–.
–Llegado este
momento, Tobit decidió enviar a su hijo Tobías a Media con el fin de recuperar el
dinero que había prestado a Gabael, y que tanta falta les hacía. Para ello, Tobías
debía buscar un acompañante israelita conocedor del camino, dado que su padre
no quería que fuera solo; y encontró al joven Azarías. Ambos iniciaron un largo
viaje; para que te hagas una idea, sería de cerca de 1000 km, desde Nínive a
Ragués, de la actual Mosul en Irak, hasta Rayy en Irán.
–Un buen paseo
–ironice–. Ya podía haber mucha pasta de por medio.
–Eso afirma la
Biblia. El caso es que, al llegar a orillas del río Tigris acamparon para
descansar y asearse. Fue allí donde Tobías, mientras se lavaba, fue atacado por
un pez que intento morderle en una pierna. Azarías le asistió, y le recomendó
que lo atrapara para guardar su hígado, corazón y hiel; el esforzado Tobías así
lo hizo.
–¿Para qué?
–inquirí curioso–.
–Enseguida lo sabrás.
Al llegar a Media y, por intercesión de Azarías, hicieron un alto en el camino,
alojándose en Ecbatana, la actual Hamadán iraní, en casa de Ragüel y Edna,
parientes de Tobit. Y allí Tobías conoció a Sara; aunque su corazón ya andaba
algo agitado porque Azarías la había hablado de aquella muje,r y de la
posibilidad que tenía de pedirla en matrimonio al ser el pariente con más
opciones según la Ley de Moisés; cumpliría así los deseos de su padre de
casarse con una mujer de su estirpe. El joven aceptó con reticencias, dado que
conocía el cruel sino de la muchacha.
–¡Aquí estás!
–exclamé–. Sara y su desgraciado destino. Oye, ¡Vaya amigo! Mandar al matadero
a su compañero de fatigas.
–Sara era una
mujer sensata, bella y fuerte, y no había conseguido consumar ninguno de los
siete matrimonios que se le habían concertado. La noche de bodas, el demonio
Asmodeo asesinaba a sus esposos. Su padre, aceptó entregar a su hija a Tobías,
aunque temiendo lo peor para el muchacho.
–Eso da un poco
de miedo.
–Azarías le
aconsejó a Tobías que, cuando llegara a la habitación la noche de bodas echara al
brasero el corazón y el hígado del pez, para ahuyentar al demonio. Tobías así
lo hizo, y logró sobrevivir; el diablo huyó, y Sara quedó liberada de la
fatalidad que la rodeaba. En agradecimiento por haber salvado a su hija, Ragüel
entregó a Tobías la mitad de sus riquezas, y se comprometió a darle el resto a
su muerte. En aquel momento de euforia y felicidad familiar, Tobías no quiso
separarse de su esposa, y envió a Azarías como su representante a Ragués con el
fin de recuperar aquella deuda, y de invitar a Gabael a los festejos de su
boda; este aceptó. Las celebraciones duraron más de la cuenta, lo que provocó
la impaciencia de Ana y Tobit en Nínive; sin noticias de los viajeros, ella
temía que su único hijo hubiera muerto. Finalmente, Tobías, consciente de su
misión, decidió partir acompañado de su esposa y Azarías, prometiendo a los
padres de Sara que volverían para que estos conocieran a sus nietos antes de morir.
–Buen negocio el
que hizo Tobías, se queda con la chica y con el dinero del padre –comenté con
salero–.
–Una vez que regresaron a Nínive, Azarías le
pidió a Tobías que abriera los ojos de su padre y los regara con la hiel del
pez. Este así lo hizo, y Tobit, ante el intenso escozor, se frotó los ojos. Entonces,
las manchas desaparecieron y recuperó la vista. Tobías pretendió recompensar
los grandes servicios prestados por su compadre Azarías legándole la mitad de
su fortuna, pero este le confesó que no podía aceptar, porque, en realidad, era
el Arcángel Rafael, y que su misión había sido liberar a Sara y curar a su
padre, dando respuesta a las plegarias de ambos. A partir de aquel momento la
familia vivió feliz en Nínive hasta la muerte de los padres de Tobías. Fue
entonces cuando este decidió cumplir su promesa, y regresar a Media para que los
padres de Sara conocieran a sus nietos.
–Veamos….
extrapolando, Tobías bien puedo ser yo, y tú mi Sara. Y me he llevado el premio
gordo al vencer a tu Asmodeo particular llenando de luz tu vida, apartándote de
la tristeza y melancolía que te embargaba; insoportable y pesarosa losa con la
que vagabas por este mundo.
–Me parece que
estás exagerando un poco, pero bueno –añadió resignada tras mi pomposa verborrea,
deseosa de continuar–. Y lo que vemos en el cuadro es el momento de la
curación. El pez aparece a la derecha destripado. En el centro de la
composición Tobías deposita la hiel en los ojos de su padre, mientras el Arcángel
de mejillas sonrosadas, muy de Strozzi…
–Sí. La Verónica
también las tenía así.
–Cierto. El
Arcángel parece aconsejarle que lo haga, que confíe y no tema, poniéndole la
mano sobre el hombro. Ana aparece a la izquierda de la obra retratada como una
anciana, con intenso realismo en el tratamiento de la piel. Se repiten las
virtudes de la pintura de Strozzi con esos contrastes de luces y sombras, esa
monumentalidad en las figuras y sus vestimentas, la expresividad de rostros y
manos, y el fuerte cromatismo con predominio de esos rojizos que parecen
envolver la composición en una media luna que parte de los matices de la cola
cuerpo y vientre abierto del pez, pasa por la ropa de Tobías y el pelo del
Arcángel y concluye en Ana, en su lazo y vestimenta. ¡Ah! Y el perro, que no se
me olvide. Los textos bíblicos mencionan que Tobías y Azarías viajaban con un
perro. Aquí lo tienes asistiendo curioso a la escena, representado con gran
veracidad en la textura de su pelaje.
–La verdad es
que veo todo lo que me dices.
–Fíjate en la
delicadeza de las manos y en la finura en el tratamiento de los cabellos. Strozzi
sitúa la escena en un interior colocándonos ese fondo no tan tenebroso como los
de Caravaggio, y dándole profundad con lo que parecen cortinajes oscuros a la
izquierda.
–Gran pintura y
excelente explicación. Me siento un Tobías salvador… –afirmé dando énfasis a
mis palabras–. Nada que ver a como me sentía antes con lo de Farinellí –concluí
tomándola de la cintura–.
–Una historia que
acabó bien –comentó Sara; a mí me pareció que con nostalgia–.
–¿No te gustan
las historias con final feliz?
–Sí, claro
–volvió a contestar lacónica–.
–Caray, Sara, no
me ha gustado tu tono de voz, es como si pensaras que lo nuestro… –agaché la
cabeza algo decepcionado y
contristado–.
–No, tranquilo.
Es que no creo que pudiera aguantarte los más de 120 años que vivió Tobías, me
daría antes un soponcio. –Sara soltó una ahogada carcajada, había gente en la
sala.
–Eres la viva
imagen de la perfidia. En mi pueblo a esto se le llama
jangada, mala
pécora.
–Ven aquí
tontaina. Si no bobearas tanto… –Sara se abrazó a mí, dejando descansar su
cabeza unos instantes sobre mi pecho. Entonces volví a sentirme un Apolo, un
Tobías, incluso pensé en la serpiente del cuadro de John Collier que surcaba
con sensualidad el voluptuoso y tentador cuerpo de Lilith–.
–¡Esas zarpas!
–exclamó ella entonces, mirándome con reproche, sacándome de mis ensoñaciones, y
evitando que mis juguetonas manos se introdujeran, con lujuriosos propósitos,
dentro de los bolsillos traseros de sus pantalones vaqueros.