Columna de Marco Aurelio. Piazza Colonna. Roma
Salí
de la Iglesia de Santa María Sopra Minerva impresionado por la belleza de los
frescos de Filippino Lippi en la Capilla Carafa, y sorprendido por la hermosa y
original tumba de Sor María Raggi, espléndido cenotafio obra del insigne
artista, Gian Lorenzo Bernini. Junto al elefantito, el Pulcino della Minerva, que diría mi atractiva cicerone, diseñado
también por el excepcional creador napolitano, sonreí al recordar mi encuentro
con Bea, incluso miré a mi alrededor por si aparecía con su familia, calzando
sus simpares zapatos. Comprobé que aún no era la una de la tarde, y pensé que
aún me quedaba tiempo para ver cosas hasta encontrarme con Sara. Si ella salía
de la Universidad de la Sapienza a las dos de la tarde, paraba a comer alguna
cosa, y me venía a buscar, no podríamos vernos antes de las tres y media, la
hora de tomarse un buen ristretto; calculé a ojo de buen cubero.
Amparado
por la sombra del Pulcino, busqué el
siguiente audio que me había preparado Sara; llevaba el título “Por si acaso” y
lo pulsé sonriendo, me hizo gracia el título. Sara regresó, con su dicción
docta y atrayente:
–¿Sorprendido
por los tesoros de Santa María Sopra Minerva? Bueno… como no sé a qué hora
habrás salido, si calculas que tienes tiempo, puedes acercarte hasta la Piazza Colonna dando un paseíllo. Si lo
haces, sigue escuchando el audio, si no, es que se te ha hecho tarde. Entonces,
come algo y espérame. No tardaré. Luego te llamaré para ver dónde estás para ir
a buscarte. Eso…si no te pierdes, o no quieres verme más. –Sara rio.
Por
las previsiones que me había hecho, miré el mapa y pensé que tenía tiempo de
sobra para visitar aquella plaza que me recomendaba. Pulsé de nuevo el audio.
–Si
escuchas esto, es que tienes tiempo –Sara prosiguió en tono jocoso–. El plan es
el siguiente. Vas a ir a la Piazza
Colonna, pero dando un pequeño rodeo; quiero que veas algo de camino. Ahora,
tienes que volver hasta la Piazza de la Rotonda, la del Panteón. Deja a tu
espalda el monumento y pasa por el lado derecho de la fuente. Intérnate en la Via del Pantheon. En la cercana Piazza de la Maddalena te esperan un par
de sorpresas agradables, espero que te gusten.
Sara
pausó su narración. Entonces, detuve el audio y me puse en marcha. Siguiendo
sus instrucciones, dejé atrás la imponente mole del Panteón, tras volver a
admirar su inconfundible, grandiosa y ancestral silueta, y la Fontana della Rotonda con el obelisco,
diseñada por Giacomo de la Porta, a
mi derecha. En efecto, al llegar a la Piazza
della Maddalena, me vi sorprendido por la monumental fachada de la Iglesia
de Santa María Magdalena. Instintivamente, fui hacia el lado opuesto de la
plaza para poder apreciar mejor la espectacular ornamentación de la portada del
templo. Pulsé al audio de Sara de nuevo.
Fachada de la iglesia de Santa María de la Magdalena. Estilo Rococó. Obra de Giuseppe Sardi. 1735
–La
iglesia de Santa María de la Magdalena es lo que tienes delante. Estará
cerrada, seguramente –comentó dejando entrever algo de decepción–. Te diré,
para que te hagas una idea, que el interior es de planta elíptica con capillas
laterales, adornado con mármoles, estucos y oro, en estilo rococó,
especialmente la sacristía. Respecto a la fachada, a mí me deja un claro
regusto a Borromini aunque más
recargado por la evolución del barroco hacia ese nuevo modelo de arte más exuberante,
pero me encanta. Obviando la ornamentación me recuerda en algo a San Carlo a la Quattre Fontane, creo que
puedes apreciar de lo que te hablo. Fue obra de Giuseppe Sardi, y fue muy
criticada, llegando e ser apodada como “la iglesia de azúcar” porque decían que
su decoración parecía la de un pastel. Se trata de una fachada cóncava
delimitada por cuatro pilastras en cada uno de los dos pisos. Cierta convexidad
le confiere al conjunto las dos columnas que se adelantan en el pórtico de
entrada, para dar paso a la escalinata en la planta de abajo, y las otras dos
de ventanal curvo de la parte de arriba. Como ves, la decoración es profusa, alternando
líneas curvas y rectas, coronándose los espacios con frontones partidos y
ondulados, con entablamentos que alternan líneas rectas que se recortan y líneas
curvas. Fíjate en las cuatro hornacinas que albergan, arriba, a Santa María Magdalena
y Santa Marta y, abajo, a San Camilo de Cellis y San Felipe Neri. Y ahora viene
la segunda sorpresa. Imagino que estarás frente a la fachada. A tu derecha está
el establecimiento Il Gelato de San
Crispino, es hora de tomarse un descanso. Prueba el de crema con miel,
luego me cuentas. Me estoy relamiendo solo de pensarlo. –Era más que evidente
que Sara se divertía preparándome aquellos audios, y compartiendo conmigo sus
experiencias romanas, no sólo las artísticas.
Entré
en la heladería, aquella sugerencia me pareció de obligado cumplimiento.
–Esta
“tipeja” se las sabe todas. Esto está para chuparse los dedos –me dije mientras
disfrutaba en la plaza de una buena tarrina de gelato de crema y miel, y volvía admirar la espléndida fachada de
aquel templo.
Fachada de Santa María in Aquiro.
Instantes
después, retomé la marcha hacia la Piazza
Colonna. Sara me indicó que hiciera una breve parada en la Piazza Capranica dónde se hallaba otro
templo, el de Santa María en Aquiro,
que también estaba cerrado. Su fachada, después de haber visto la de Santa
María Magdalena, parecía sosa, a pesar de estar estructurada en torno a
pilastras corintias, tener frontones curvos y triangulares sobre las puertas, y
estar rematada por dos campaniles y un gran frontón triangular en la parte superior.
Enseguida dejé
atrás ese templo. Un poco más adelante giré a la izquierda para abandonar la Via Aquiro y adentrarme en la Piazza di Monte Citorio, donde se
encuentra el Palacio del mismo nombre, sede actual de la Cámara de Diputados de
la República italiana, y, frente a él, otro de los Obeliscos que hay repartidos
por la geografía romana. Este en concreto era de granito rojo, de época de
Psamético II, del s VI a.c. Originariamente erigido en Heliópolis, fue traído a
Roma por Augusto; eso me comentó Sara en la breve explicación sobre el lugar,
mientras cruzaba la plaza y entraba, definitivamente, en la Piazza Colonna, mi destino. Seguí
escuchando atentamente.
Piazza Colonna. Roma
–Este
espacio, abierto en la Via del Corso,
antigua Via Lata romana, fue creado
por el hiperactivo Sixto V, sí, el de los obeliscos –Sara rio, sabía que
aquello me haría gracia porque yo se le había apodado así más de una vez–, y recibe
el nombre por la columna que la preside desde el año 193 d.c. para conmemorar y
narrar en piedra la victoria de Marco Aurelio, en las guerras Marcomanas que
enfrentaron al imperio contra germanos y sármatas entre 161-180 d.c. Estos
pueblos atacaron el limes en un
momento en el que el Imperio estaba desprotegido, al estar disputando, en aquellos
momentos, otra guerra contra los Partos en Oriente, muy exigente en hombres y
dinero. El caso es que Marco Aurelio, el llamado emperador filósofo, finalmente,
logró reestablecer las fronteras, aunque el Imperio quedó debilitado por la
confrontación y por la llamada peste antonina, o plaga de Galeno, (no se sabe
bien si era viruela o sarampión) descrita muy bien por aquel afamado médico.
Fueron las tropas que regresaron de Partia las que, al parecer, importaron la
enfermedad que diezmo a la población y, claro está, también al ejército. La
columna está hueca en su interior, tiene una escalera que da acceso a la parte
de arriba y consta de veintisiete tambores de mármol superpuestos con relieves
historiados acerca de las hazañas imperiales. Está rematada por una estatua de
S. Pablo, que Sixto V mandó colocar ahí a finales del S. XVI para sustituir la
que había de Marco Aurelio. Si te sitúas mirando desde la Vía del Corso, a la
derecha verás el Palazzo Chigi,
antigua embajada del Imperio Austro-húngaro y actual sede del Gobierno
italiano, a la izquierda, el Palazzo Ferraioli
y la pequeña iglesia de Santi Bartolomeo
ed Alessandro dei Bergamaschi y, en frente, el Palacio Wedekin, con esas columnas dóricas sosteniendo el pórtico
traídas de la ciudad Etrusca de Veyes,
actual Veio. Puedes dar un paseo y admirar el entorno más de cerca; luego,
puedes entrar en la Galería Alberto Sordi,
la tienes a tu espalda.
Así lo hice, con
la consiguiente sorpresa final de encontrar, en aquel espacio comercial, una
librería de un tamaño descomunal para lo que yo conocía, la libreria Feltrinelli. Finalmente acabé
tomando una cerveza y un bocadillo de prosciuto
en el Espressamente, un recinto de
comida rápida, y admirando el edifico que, en sí, tenía su encanto, parecía una
antigua estación de tren. Iba a tomar un café para despejar la modorra que me
estaba entrando cuando Sara me llamó.
–¿Dónde estás?
Yo acabo de salir del Metro en Barberini. He tardado un poco más porque he
pasado por el hotel para ponerme unos vaqueros y unas deportivas para estar más
cómoda.
–Estoy en la Galeria Alberto Sordi. Iba a tomar un
café, me estaba quedando sopa.
–En siete
minutos estoy allí. Si quieres esperarme en la Piazza Colonna, tomaremos café
juntos.
–Perfecto. Salgo
enseguida. A ver si se me quita la caraja. El bocata de prosciuto no estaba mal, pero me ha dejado K.O.
–Voy volando.
–De acuerdo.
Beso.
–Ciao, amore
–Sara rio.
Me quedé
pensando en lo bien que me había sonado aquello de Ciao amore. El italiano en
su boca sonaba aún más musical y excitante. Enseguida dejé de divagar para no
caer atrapado por el erotismo que me despertaba siquiera escucharla. Así que
salí a la plaza, para que me diera el aire, y me dirigí hacia la columna de
Marco Aurelio para esperarla. En aquel momento no sabía por dónde vendría, así
que saqué el móvil y me dispuse a mirar en el mapa. Tendría que llegar por la Vía Tritone, era la forma más directa. Iba
a girarme en aquella dirección, cuando ella apareció rauda y me abrazó; casi se
me cae el teléfono.
–Vaya… Parece
que la preciosa medievalista toledana ha echado de menos a su “amore”.
–Bésame, bobo –dijo
cerrándome la boca con sus labios.
–Sí, mejor que
no hayamos ido al hotel. Esta vez puede que no hubiéramos salido de esos…
nuestros amatorios aposentos –bromeé con grandilocuencia.
–¿Has pensado
mucho en mí?
–La verdad es
que no. Entre el turismo, el encuentro con Bea…en fin no estaba mi mente para
distracciones superfluas –volví a bromear mientras la estrechaba entre mis
brazos. Luego le susurré al oído–. No sé qué voy a hacer cuando te tenga lejos.
–Pues…echarme
más de menos. –Sara rio.
–No sé si eso será
posible ya. Me temo que padezco algo preocupante. Sara…te estás convirtiendo en
una enfermedad, algo parecido a mi peste antonina particular. –Esta vez Sara
soltó una carcajada.
–Veo que has
estado atento a mis explicaciones. Fiebre, diarrea, inflamación de la laringe
–Sara me beso el cuello varias veces–. Creo que mi paciente no presenta esos
síntomas.
–Con este
tratamiento local, sin duda, he mejorado. –Ambos reímos, y nos mantuvimos abrazados
unos instantes, en silencio.
–Sara, ¿estamos
muy ñoños? ¿No somos ya mayores para comportarnos así?
–Sí, tú mucho
más que yo. –Ella volvió a soltar una carcajada.
–En serio…
–¿En serio?
–Sí.
–Pues claro que
estamos ñoños. Lo que pasa es que hace mucho tiempo que no lo estábamos.
Tendremos que acostumbrarnos.
–Si aceptas la
condición de melindrosa oficial, acepto la de melindroso. Creo que me merezco
un romántico ósculo.
–¡Escritor
pedante! –exclamó ella.
–Lo cierto es
que estoy localizando muchos escenarios para una nueva novela. Aunque no sé de
qué tipo será, puede que erótica, estoy poniéndome al día con la práctica –me
mostré insinuante.
–Calla
palabrero…
Sara me rodeo el
cuello con sus brazos, y me dio un beso largo, intenso y profundo. Luego nos
quedamos mirando a los ojos, abrazados, ante la columna de Marco Aurelio. Ella
rompió el silencio.
–¿Café?
–Claro. ¿Dónde?
–Podemos ir
hasta el Tazza D’oro. Está cerca, y
nos va bien para iniciar la tarde de turismo que te tengo preparada.
–Pues vamos, fui
esta mañana como me recomendaste. Buen café –concluí tomándola de la cintura y
echando a andar. Unos pasos más allá, metí la mano en uno de los bolsillos
traseros de su pantalón.
–Si es que…se me
va la mano, se me va la cabeza, se me va todo. ¡Señor, apiádate de este
pecador! –elevé el tono de voz con teatralidad.
Sara rio y me
contestó:
–Viejo verde,
abuelete asaltacunas, cuida donde pones tus libertinas zarpas, o tendremos que
coger una habitación en el hotel más cercano… y se acabó la tarde de turismo
–concluyó guiñándome, dejando caer suavemente sobre mis ojos aquella mirada
triste e insinuante que me volvía del revés.
–¡No me mires
así que no respondo de mis actos! –exclamé.
Ambos reímos divertidos,
y seguimos nuestro camino. Saqué entonces la mano de su bolsillo, por si mis
rejuvenecidas hormonas se alborotaban definitivamente, incluso antes de salir
de la Piazza Colonna.
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