domingo, 2 de junio de 2019

PASEOS CON SARA. HACIA LA PIAZZA COLONNA

Columna de Marco Aurelio. Piazza Colonna. Roma

        Salí de la Iglesia de Santa María Sopra Minerva impresionado por la belleza de los frescos de Filippino Lippi en la Capilla Carafa, y sorprendido por la hermosa y original tumba de Sor María Raggi, espléndido cenotafio obra del insigne artista, Gian Lorenzo Bernini. Junto al elefantito, el Pulcino della Minerva, que diría mi atractiva cicerone, diseñado también por el excepcional creador napolitano, sonreí al recordar mi encuentro con Bea, incluso miré a mi alrededor por si aparecía con su familia, calzando sus simpares zapatos. Comprobé que aún no era la una de la tarde, y pensé que aún me quedaba tiempo para ver cosas hasta encontrarme con Sara. Si ella salía de la Universidad de la Sapienza a las dos de la tarde, paraba a comer alguna cosa, y me venía a buscar, no podríamos vernos antes de las tres y media, la hora de tomarse un buen ristretto; calculé a ojo de buen cubero.
        Amparado por la sombra del Pulcino, busqué el siguiente audio que me había preparado Sara; llevaba el título “Por si acaso” y lo pulsé sonriendo, me hizo gracia el título. Sara regresó, con su dicción docta y atrayente:
        –¿Sorprendido por los tesoros de Santa María Sopra Minerva? Bueno… como no sé a qué hora habrás salido, si calculas que tienes tiempo, puedes acercarte hasta la Piazza Colonna dando un paseíllo. Si lo haces, sigue escuchando el audio, si no, es que se te ha hecho tarde. Entonces, come algo y espérame. No tardaré. Luego te llamaré para ver dónde estás para ir a buscarte. Eso…si no te pierdes, o no quieres verme más. –Sara rio.
        Por las previsiones que me había hecho, miré el mapa y pensé que tenía tiempo de sobra para visitar aquella plaza que me recomendaba. Pulsé de nuevo el audio.
        –Si escuchas esto, es que tienes tiempo –Sara prosiguió en tono jocoso–. El plan es el siguiente. Vas a ir a la Piazza Colonna, pero dando un pequeño rodeo; quiero que veas algo de camino. Ahora, tienes que volver hasta la Piazza de la Rotonda, la del Panteón. Deja a tu espalda el monumento y pasa por el lado derecho de la fuente. Intérnate en la Via del Pantheon. En la cercana Piazza de la Maddalena te esperan un par de sorpresas agradables, espero que te gusten.
        Sara pausó su narración. Entonces, detuve el audio y me puse en marcha. Siguiendo sus instrucciones, dejé atrás la imponente mole del Panteón, tras volver a admirar su inconfundible, grandiosa y ancestral silueta, y la Fontana della Rotonda con el obelisco, diseñada por Giacomo de la Porta, a mi derecha. En efecto, al llegar a la Piazza della Maddalena, me vi sorprendido por la monumental fachada de la Iglesia de Santa María Magdalena. Instintivamente, fui hacia el lado opuesto de la plaza para poder apreciar mejor la espectacular ornamentación de la portada del templo. Pulsé al audio de Sara de nuevo.
Fachada de la iglesia de Santa María de la Magdalena. Estilo Rococó. Obra de Giuseppe Sardi. 1735
        –La iglesia de Santa María de la Magdalena es lo que tienes delante. Estará cerrada, seguramente –comentó dejando entrever algo de decepción–. Te diré, para que te hagas una idea, que el interior es de planta elíptica con capillas laterales, adornado con mármoles, estucos y oro, en estilo rococó, especialmente la sacristía. Respecto a la fachada, a mí me deja un claro regusto a Borromini aunque más recargado por la evolución del barroco hacia ese nuevo modelo de arte más exuberante, pero me encanta. Obviando la ornamentación me recuerda en algo a San Carlo a la Quattre Fontane, creo que puedes apreciar de lo que te hablo. Fue obra de Giuseppe Sardi, y fue muy criticada, llegando e ser apodada como “la iglesia de azúcar” porque decían que su decoración parecía la de un pastel. Se trata de una fachada cóncava delimitada por cuatro pilastras en cada uno de los dos pisos. Cierta convexidad le confiere al conjunto las dos columnas que se adelantan en el pórtico de entrada, para dar paso a la escalinata en la planta de abajo, y las otras dos de ventanal curvo de la parte de arriba. Como ves, la decoración es profusa, alternando líneas curvas y rectas, coronándose los espacios con frontones partidos y ondulados, con entablamentos que alternan líneas rectas que se recortan y líneas curvas. Fíjate en las cuatro hornacinas que albergan, arriba, a Santa María Magdalena y Santa Marta y, abajo, a San Camilo de Cellis y San Felipe Neri. Y ahora viene la segunda sorpresa. Imagino que estarás frente a la fachada. A tu derecha está el establecimiento Il Gelato de San Crispino, es hora de tomarse un descanso. Prueba el de crema con miel, luego me cuentas. Me estoy relamiendo solo de pensarlo. –Era más que evidente que Sara se divertía preparándome aquellos audios, y compartiendo conmigo sus experiencias romanas, no sólo las artísticas.
        Entré en la heladería, aquella sugerencia me pareció de obligado cumplimiento.
        –Esta “tipeja” se las sabe todas. Esto está para chuparse los dedos –me dije mientras disfrutaba en la plaza de una buena tarrina de gelato de crema y miel, y volvía admirar la espléndida fachada de aquel templo.
Fachada de Santa María in Aquiro.
Instantes después, retomé la marcha hacia la Piazza Colonna. Sara me indicó que hiciera una breve parada en la Piazza Capranica dónde se hallaba otro templo, el de Santa María en Aquiro, que también estaba cerrado. Su fachada, después de haber visto la de Santa María Magdalena, parecía sosa, a pesar de estar estructurada en torno a pilastras corintias, tener frontones curvos y triangulares sobre las puertas, y estar rematada por dos campaniles y un gran frontón triangular en la parte superior.
Enseguida dejé atrás ese templo. Un poco más adelante giré a la izquierda para abandonar la Via Aquiro y adentrarme en la Piazza di Monte Citorio, donde se encuentra el Palacio del mismo nombre, sede actual de la Cámara de Diputados de la República italiana, y, frente a él, otro de los Obeliscos que hay repartidos por la geografía romana. Este en concreto era de granito rojo, de época de Psamético II, del s VI a.c. Originariamente erigido en Heliópolis, fue traído a Roma por Augusto; eso me comentó Sara en la breve explicación sobre el lugar, mientras cruzaba la plaza y entraba, definitivamente, en la Piazza Colonna, mi destino. Seguí escuchando atentamente.
Piazza Colonna. Roma
        –Este espacio, abierto en la Via del Corso, antigua Via Lata romana, fue creado por el hiperactivo Sixto V, sí, el de los obeliscos –Sara rio, sabía que aquello me haría gracia porque yo se le había apodado así más de una vez–, y recibe el nombre por la columna que la preside desde el año 193 d.c. para conmemorar y narrar en piedra la victoria de Marco Aurelio, en las guerras Marcomanas que enfrentaron al imperio contra germanos y sármatas entre 161-180 d.c. Estos pueblos atacaron el limes en un momento en el que el Imperio estaba desprotegido, al estar disputando, en aquellos momentos, otra guerra contra los Partos en Oriente, muy exigente en hombres y dinero. El caso es que Marco Aurelio, el llamado emperador filósofo, finalmente, logró reestablecer las fronteras, aunque el Imperio quedó debilitado por la confrontación y por la llamada peste antonina, o plaga de Galeno, (no se sabe bien si era viruela o sarampión) descrita muy bien por aquel afamado médico. Fueron las tropas que regresaron de Partia las que, al parecer, importaron la enfermedad que diezmo a la población y, claro está, también al ejército. La columna está hueca en su interior, tiene una escalera que da acceso a la parte de arriba y consta de veintisiete tambores de mármol superpuestos con relieves historiados acerca de las hazañas imperiales. Está rematada por una estatua de S. Pablo, que Sixto V mandó colocar ahí a finales del S. XVI para sustituir la que había de Marco Aurelio. Si te sitúas mirando desde la Vía del Corso, a la derecha verás el Palazzo Chigi, antigua embajada del Imperio Austro-húngaro y actual sede del Gobierno italiano, a la izquierda, el Palazzo Ferraioli y la pequeña iglesia de Santi Bartolomeo ed Alessandro dei Bergamaschi y, en frente, el Palacio Wedekin, con esas columnas dóricas sosteniendo el pórtico traídas de la ciudad Etrusca de Veyes, actual Veio. Puedes dar un paseo y admirar el entorno más de cerca; luego, puedes entrar en la Galería Alberto Sordi, la tienes a tu espalda.
Así lo hice, con la consiguiente sorpresa final de encontrar, en aquel espacio comercial, una librería de un tamaño descomunal para lo que yo conocía, la libreria Feltrinelli. Finalmente acabé tomando una cerveza y un bocadillo de prosciuto en el Espressamente, un recinto de comida rápida, y admirando el edifico que, en sí, tenía su encanto, parecía una antigua estación de tren. Iba a tomar un café para despejar la modorra que me estaba entrando cuando Sara me llamó.
–¿Dónde estás? Yo acabo de salir del Metro en Barberini. He tardado un poco más porque he pasado por el hotel para ponerme unos vaqueros y unas deportivas para estar más cómoda.
–Estoy en la Galeria Alberto Sordi. Iba a tomar un café, me estaba quedando sopa.
–En siete minutos estoy allí. Si quieres esperarme en la Piazza Colonna, tomaremos café juntos.
–Perfecto. Salgo enseguida. A ver si se me quita la caraja. El bocata de prosciuto no estaba mal, pero me ha dejado K.O.
–Voy volando.
–De acuerdo. Beso.
–Ciao, amore –Sara rio.
Me quedé pensando en lo bien que me había sonado aquello de Ciao amore. El italiano en su boca sonaba aún más musical y excitante. Enseguida dejé de divagar para no caer atrapado por el erotismo que me despertaba siquiera escucharla. Así que salí a la plaza, para que me diera el aire, y me dirigí hacia la columna de Marco Aurelio para esperarla. En aquel momento no sabía por dónde vendría, así que saqué el móvil y me dispuse a mirar en el mapa. Tendría que llegar por la Vía Tritone, era la forma más directa. Iba a girarme en aquella dirección, cuando ella apareció rauda y me abrazó; casi se me cae el teléfono.
–Vaya… Parece que la preciosa medievalista toledana ha echado de menos a su “amore”.
–Bésame, bobo –dijo cerrándome la boca con sus labios.
–Sí, mejor que no hayamos ido al hotel. Esta vez puede que no hubiéramos salido de esos… nuestros amatorios aposentos –bromeé con grandilocuencia.
–¿Has pensado mucho en mí?
–La verdad es que no. Entre el turismo, el encuentro con Bea…en fin no estaba mi mente para distracciones superfluas –volví a bromear mientras la estrechaba entre mis brazos. Luego le susurré al oído–. No sé qué voy a hacer cuando te tenga lejos.
–Pues…echarme más de menos. –Sara rio.
–No sé si eso será posible ya. Me temo que padezco algo preocupante. Sara…te estás convirtiendo en una enfermedad, algo parecido a mi peste antonina particular. –Esta vez Sara soltó una carcajada.
–Veo que has estado atento a mis explicaciones. Fiebre, diarrea, inflamación de la laringe –Sara me beso el cuello varias veces–. Creo que mi paciente no presenta esos síntomas.
–Con este tratamiento local, sin duda, he mejorado. –Ambos reímos, y nos mantuvimos abrazados unos instantes, en silencio.
–Sara, ¿estamos muy ñoños? ¿No somos ya mayores para comportarnos así?
–Sí, tú mucho más que yo. –Ella volvió a soltar una carcajada.
–En serio…
–¿En serio?
–Sí.
–Pues claro que estamos ñoños. Lo que pasa es que hace mucho tiempo que no lo estábamos. Tendremos que acostumbrarnos.
–Si aceptas la condición de melindrosa oficial, acepto la de melindroso. Creo que me merezco un romántico ósculo.
–¡Escritor pedante! –exclamó ella.
–Lo cierto es que estoy localizando muchos escenarios para una nueva novela. Aunque no sé de qué tipo será, puede que erótica, estoy poniéndome al día con la práctica –me mostré insinuante.
–Calla palabrero…
Sara me rodeo el cuello con sus brazos, y me dio un beso largo, intenso y profundo. Luego nos quedamos mirando a los ojos, abrazados, ante la columna de Marco Aurelio. Ella rompió el silencio.
–¿Café?
–Claro. ¿Dónde?
–Podemos ir hasta el Tazza D’oro. Está cerca, y nos va bien para iniciar la tarde de turismo que te tengo preparada.
–Pues vamos, fui esta mañana como me recomendaste. Buen café –concluí tomándola de la cintura y echando a andar. Unos pasos más allá, metí la mano en uno de los bolsillos traseros de su pantalón.
–Si es que…se me va la mano, se me va la cabeza, se me va todo. ¡Señor, apiádate de este pecador! –elevé el tono de voz con teatralidad.
Sara rio y me contestó:
–Viejo verde, abuelete asaltacunas, cuida donde pones tus libertinas zarpas, o tendremos que coger una habitación en el hotel más cercano… y se acabó la tarde de turismo –concluyó guiñándome, dejando caer suavemente sobre mis ojos aquella mirada triste e insinuante que me volvía del revés.
–¡No me mires así que no respondo de mis actos! –exclamé.
Ambos reímos divertidos, y seguimos nuestro camino. Saqué entonces la mano de su bolsillo, por si mis rejuvenecidas hormonas se alborotaban definitivamente, incluso antes de salir de la Piazza Colonna.

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