domingo, 26 de mayo de 2019

PASEOS CON SARA. DENTRO DE SANTA MARÍA SOPRA MINERVA


Colorido interior de Santa María Sopra Minerva.
       Tras el inesperado encuentro con Bea y sus originales zapatos, me dispuse a flanquear los grandes portones del S. XV de Santa María Sopra Minerva. Se acercaba la media mañana, y Sara debía de estar en el momento de descanso de su jornada de conferencias en la Universidad de la Sapienza. Entonces, decidí mandarle un Whatsapp de voz.
        –Hola bombón. Vaya sorpresa me he llevado. Me he encontrado con una amiga, Bea, aquí, junto al elefantito de Bernini. Tiene ganas de conocerte; me parece que piensa que ha caído un mito de la soltería, y quiere saber quién ha obrado el milagro. –Reí.
        Terminé esa grabación de audio, y antes de flanquear el umbral de la Iglesia le mandé otro.
        –Voy a entrar en el templo. A ver qué secretos me desvelas con tus explicaciones. Esto es como tenerte a mi lado. Bueno…casi. Te echo de menos. Beso.      
Me fijé en que Sara estaba leyendo mis mensajes y esperé un poco, por si contestaba. Entonces, me llamó.
        –Así que me echas de menos… Pues bonita forma de hacerlo. No hago más que darme la vuelta, y ya estás buscando amiguitas por Roma –ironizó–. ¿Quién es Bea?
        –Una amiga de hace muchos años. Una muchacha de lozana belleza mediterránea, de ojos expresivos, mirada sincera y sonrisa contagiosa.
        –Estás muy poético. Me parece que te ha sentado bien verla. Seguro que me encantará conocerla.
        –Claro que sí. Haríais buenas migas despellejándome vivo–Sara rio–.
        –Sí, eso también.
        –¿Cómo va la mañana?
        –Bien. La primera conferencia ha sido soporífera. La segunda me ha gustado más, sobre todo el ponente –Sara carraspeo–. Un tipo alto, rubio y atractivo; muy viril. Cuadrado como Berni, tu amigo el jesuita.
        –Me parece que a la que no puedo dejar sola es a ti –ella volvió a reír–.
        –Tranquilo es dominico, un francés dominico –comentó con resignada ironía–. Hablando de dominicos, vas a entrar en su iglesia en Roma. ¿El panteón y la plaza? ¿Te gustaron las explicaciones?
        –Sí, claro. Me estoy enterando de muchas cosas gracias a ti.
        –Bueno…Tengo que dejarte. Estoy con un grupito comentando algunas cosas y tomando un café. Nos vemos al mediodía.
        –¿Qué hago? ¿Voy al hotel como ayer?
        –No. Quédate en esa zona. Yo te iré a buscar. Cuando salga, como cualquier cosa, y me acerco.
        –Entonces no habrá jueguecitos al mediodía –comenté con un tono de voz afectado y meloso–.
        –Quizá sea mejor preparar unos buenos “fuegos artificiales” para la noche, ¿tú que crees? A veces la espera merece la pena  –comentó insinuante–. Tontorrón. Yo también tengo ganas de jugar… Pero quiero que veas algunas cosas por esa zona. También has venido a hacer turismo.
        –Espero que el cansancio no moje la pólvora. A esas horas…
        –De eso me encargo yo... –añadió pícara.
        –Condenada toledana. Hasta por teléfono me pones los pelos de punta. Bueno...y algo más que los pelos –Sara soltó una carcajada–.  Anda... sigue con tu congreso que, si me acerco por allí, te saco del Aula Magna a beso limpio. No me detienen ni los Carabinieri, ni la Guardia Suiza que se me pusiera por delante
        –Si es que...te tengo que querer.
        –No sigas, que voy… –Ella rio de nuevo–.
        –Te llamo cuando salga. He de dejarte. Te echo de menos, mi viejecito.
        –Yo también.
        –Un beso.
        -Beso, bombón. Ciao.
        -Ciao.
        Después de esta breve conversación eché más de menos a Sara, por supuesto. Esos sentimientos, que a veces me agobiaban que me hacían parecer un huerfanito quejica y ridículo, volvieron a asaltarme. Acostumbrado a “mi soledad” que no me acarreaba ningún problema, aquella otra soledad que sentía ahora me pesaba como una losa, era la soledad de la dependencia, la soledad propia de su ausencia. Reflexioné durante unos instantes sobre aquella dolorosa felicidad que padecía, sobre los colores vivos que decoraban todo aquello que estaba viviendo junto a ella; los grises habían desaparecido. Cavilando sobre el asunto, me imaginé entrando en el Aula Magna de la Universidad de la Sapienza, buscándola decidido y ansioso entre los presentes hasta encontrarla, y sorprendiéndola sacándola en brazos mientras me la comía a besos, ante los aplausos de los presentes, sintiéndome como Richard Gere en “Oficial y Caballero” cuando, al final de la película, se lleva de la fábrica a Debra Winger. Divertido por el camino que habían tomado mis pensamientos sonreí como un bobalicón.
        –Ufff. Qué mala pinta tiene esto, Luis –me dije sardónico.
        Decidido a dejar a un lado aquella escena, más propia de la adolescencia, crucé el umbral de la iglesia. Era mejor seguir haciendo turismo y aprovechar el resto de la mañana que recrearme en la vacío que sentía al no tenerla a mi lado, aunque había sido divertido fantasear como un púber sensiblero. Conecté entonces un nuevo audio en el móvil. La voz de Sara sonó de nuevo sabia y cercana.
        –En ningún templo de Roma te encontrarás arcos ojivales y bóvedas de crucería como aquí. A pesar de eso fíjate que las columnas adosadas a las pilastras imitan al mármol y llevan capiteles corintios. Es difícil que algo en esta ciudad no tenga influencia clásica. El llamativo aspecto del interior se debe a una restauración del siglo XIX que algunos han criticado mucho debido a esos colores azules de las bóvedas, y a las policromías de arcos y nervaduras. En esa restauración también se abrieron los rosetones de la nave central, y se elevó la bóveda de la parte delantera. La iglesia conserva en su interior una gran colección de obras de arte de autores de renombre como Bernini, Filippino Lippi, Antoniazzo Romano, incluso del propio Miguel Ángel. Te haré un breve recorrido por lo más destacado. Ve por la nave de la derecha. Como te podrás imaginar, la decoración del templo hace alusión a santos, eruditos y misioneros dominicos. Enseguida encontrarás la capilla de San Luis Beltrán con un lienzo del famoso Baciccia que pintó la Bóveda del Il Gesu, y que podremos ver seguramente esta tarde. Representa al santo predicando en Nueva Granada, lo que es actualmente Colombia. Al lado está la Capilla de Santa Rosa de Lima, con un cuadro en el que la Santa aparece predicando a negros e indígenas del Perú. Santa Rosa era una monja dominica que seguía las ideas de Santa Catalina de Siena, y fue la primera americana en ser canonizada, allá por 1671. También fue nombrada patrona de América Latina y Filipinas. Ahora ve hacia la capilla de la Anunciación, está un poco más adelante.
        Seguí las instrucciones de Sara, y me asomé a aquel recinto presidido por una tabla que leí en la cartela que pertenecía a Antoniazzo Romano.
La Anunciación de Antoniazzo Romano.
        –Esta curiosa capilla pertenece a la cofradía de la Anunciación creada por Juan de Torquemada en 1460. ¿Te suena el nombre? Era el tío del famoso inquisidor. La cofradía se dedicaba a proporcionar una dote a algunas mujeres para que se pudieran casar. Así podrían encontrar marido sin tener que acudir a otro tipo de formas menos decorosas de financiación. El 25 de marzo, día de la Anunciación, venían aquí en procesión vestidas de blanco y coronadas por un ramo de flores para recibirla. Ese es el tema de la tabla de Antoniazzo Romano. Fíjate que la Virgen parece interrumpir la escena de Anunciación, con el arcángel San Gabriel a la izquierda, en presencia de Dios Padre y del Espíritu Santo, para hacer entrega de esa dote a tres muchachas que están acompañadas por Torquemada. Interesante resulta la representación de los diferentes tamaños en las figuras, propio de la pintura medieval; las divinas están representadas a una escala mucho mayor. Ahora, puedes seguir hacia delante, en el transepto, en la parte derecha te encontrarás con una de las obras cumbres de Filippino Lippi, la gran joya del templo, la Capilla Carafa.
        Me acerqué donde me indicaba Sara recordando que en Florencia había visto alguna obra de este autor, discípulo de Botticelli. Al llegar a la capilla quedé impresionado. Como siempre, Sara tenía razón.
La extraordinaria Capilla Carafa en Santa María Sopra Minerva.
        –La capilla la mandó realizar el Cardenal Oliviero Carafa en honor a Santo Tomás de Aquino, erudito dominico por el que sentía especial admiración y devoción. La decoración de mármoles y estucos es una maravilla y, las pinturas, la obra cumbre de Lippi, como te decía. Salvo las sibilas del techo que son de su discípulo Raffaelino del Garbo, el resto son del pintor nacido en Prato, cerca de Florencia. Su pintura se caracteriza por el colorido suave y la expresividad de los rostros. Utiliza con maestría la perspectiva, y ambienta sus escenas entre paisajes, ruinas romanas y arquitecturas renacentistas. En el muro central hay dos escenas. Abajo, pintó la Anunciación y a Santo Tomás presentando a la Virgen al Cardenal Carafa; arriba, representa la Asunción de la Virgen rodeada de Ángeles músicos, si te fijas un poco, de una belleza inusual. En el muro de la derecha aparecen escenas de la vida de Santo Tomás. Arriba, el milagro del Crucificado, que la leyenda cuenta que le habló al Santo diciéndole “Bene scripsisti de me Thoma” (Bien escribiste de mi Tomás, ¿qué recompensa quieres?), a lo que respondió el Santo: sólo a ti señor´). Permíteme el inciso… –Sara interrumpió la narración llamando mi atención aún más–. Imagínate esta misma escena conmigo diciéndote: has hablado bien de mí, Luis, ¿qué recompensa quieres…pongamos…esta misma noche? –Sara soltó una carcajada, pausando unos instantes la narración–.
 

                                                   Muro central y derecho de la Capilla Carafa.
        –¡Mira que eres puñetera! –exclamé en voz alta. Gracias a Dios estaba solo en la capilla, y nadie echó cuentas de mi extraño comportamiento.
        –Bueno, me pondré seria otra vez, aunque no dejes de pensar en tu recompensa, mi ancianito –Sara concluyó en tono meloso esta frase, y regresó al modo audioguía oficial-. En la parte de abajo aparece Santo Tomás entronizado venciendo a la herejía, rodeado de cuatro mujeres que simbolizan a la Gramática, La Retórica, la Teología y la Filosofía. El Santo porta un códice en el que se lee “Sapientiam sapientum perdam”, o lo que es lo mismo, “destruiré la sabiduría del Sabio”. A sus pies se sitúa un personaje siniestro, alegoría del error vencido, con la inscripción “Sapientia vincit malitia” (la sabiduría vence al mal). En la parte inferior de la escena aparecen dos famosos herejes Arrio y Sabelio representados con sus libros en el suelo, derrotados por los conocimientos del Santo. En la parte de la izquierda tienes la tumba del Papa Pablo IV Carafa, un pontífice de no muy buen recuerdo para Roma, un hombre intransigente y extremista, fue el que creó el gueto judío, sin ir más lejos. Ahora dirígete hacia el altar mayor. Iré indicándote algunas cosas. Para el audio hasta que estés allí.
Así lo hice hasta estar situado donde ella quería.
Tumba de Santa Catalina de Siena. Altar Mayor de Santa María Sopra Minerva.
–Bajo el altar está la tumba de Santa Catalina de Siena, patrona de Roma e Italia. Laica dominica y Doctora de la Iglesia. Fue una mujer que a pesar de no saber escribir hasta avanzada edad desarrollo una intensa actividad en favor de la iglesia y de la paz en aquella Italia convulsa del S. XIV. Un poco más adelante está la escultura empezada por Miguel Ángel y finalizada, algunos dicen que con poco acierto, por dos de sus discípulos; representa al redentor. Y en la siguiente capilla encontrarás la tumba de Fray Giovanni de Fiesole…
El Redentor de Miguel Ángel.
        –¡Ostras, Fray Angélico! –exclamé pausando la narración–. Recordé el chasco que me había llevado buscando su cuadro sobre la Anunciación en el Museo del Prado; estaban restaurándolo. Luego rememoré el video sobre el trabajo realizado por los expertos del Museo para dejar la pintura en un estado impecable. Una obra maravillosa. Reanudé el audio.
Tumba de Fray Angélico.
        –…La losa de mármol que cubre su tumba se ha atribuido a Isaías de Pisa, y representa la imagen del dominico con su hábito y las manos cruzadas sobre el vientre enmarcado por una arquitectura renacentista. Más adelante encontrarás la sacristía a cuyo fondo trasladaron la habitación donde murió, muy cerca de aquí, Santa Catalina, con frescos de Antoniazzo Romano; no creo que esté abierta.
        Así fue, no pude más que asomarme a la sacristía. Luego seguí deambulando por el templo fijándome en los monumentos funerarios que albergaba. Según Sara más de 200. Casi todos con una calavera o esqueleto aludiendo a la muerte, algunas con gorgonas mitológicas flanqueadas por cabezas que gritaban ante el drama de la muerte. Sara me hizo detener ante un monumento fúnebre muy diferente a las demás, originalísimo.
Espléndido cenotafio de Sor María Raggi. Obra de Bernini.
        –Magnífico cenotafio, ¿Verdad? Es obra de Bernini, una maravilla. Es la tumba de Sor Maria Raggi, mujer que dedicó gran parte de su vida a la oración y a la que se atribuyen algunos milagros. Bernini esculpió magistralmente mármoles negros y amarillos, simulando una tela, sobre la que se sitúan, en bronce brillante, unos ángeles que sostienen la imagen de la difunta en un óvalo. Bernini juega con el simbolismo, el mármol negro que alude a la muerte es vencido por la cruz que sobresale en la parte de arriba, que conlleva la idea de la resurrección, y la vida eterna. Una obra genial… Y no te canso más. Creo que es suficiente. Date una vuelta por el templo, hay otras capillas interesantes como la suntuosa de Santo Domingo. Vuelve luego, si quieres, a la Capilla Carafa, a mí me encanta.
Capilla de santo Domingo en Santa María Sopra Minerva.
        Sara terminó las explicaciones correspondientes a Santa María Sopra Minerva. Durante unos instantes estuve observando detenidamente la originalidad de Bernini esculpiendo el cenotafio de Sor María Raggi, con el mármol simulando ser un lienzo, con ese realismo en el rostro de la difunta captado en el momento en que está a punto de dejar este mundo. Luego volví a la Capilla Carafa, tras deambular por la nave central apreciando la colorida intervención del S. XIX. Allí, ante la genial obra de Filippino Lippi, rememoré la frase “Bene scripsisti de me Thoma” del milagro del Crucificado, y sonreí al pensar en la broma pícara de Sara, y en la recompensa que yo le pediría en cuanto la viera, contestando algo parecido a lo del Santo al Crucificado: sólo a ti señorita.

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