domingo, 9 de junio de 2019

PASEOS CON SARA. UNA TARDE JESUÍTICA. HACIA "IL GESU".


Iglesia del Santo Nombre de Jesus, conocida popularmente como Il Gesú. Roma.
     Abandonamos la Piazza Colonna, dejando el Palazzo Wedekind, con sus vetustas columnas dóricas, a nuestra derecha. Cogidos de la cintura, anduvimos unos metros sin decir nada. Sara rompió el silencio.
        –Empiezo a preocuparme. Estás muy callado.
        –No…Pensaba en el mal rato que he pasado.
        –¿Y eso?
        –He buscado ávidamente un hotel a mi alrededor, porque no podía contener mis libidinosos instintos –Sara rio, me cogió de la mano, y apoyó su cabeza sobre mi hombro, mirándome con ternura–. ¡Qué no me mires así, leñe! ¡Qué pierdo los estribos! Y… –Ella me puso el dedo en los labios.
        –Creo que no me hubiera aburrido mucho si me hubieras arrastrado hasta el hotel más cercano –añadió insinuante.
        –¡Nunca debimos quedar en la Piazza Colonna, bella dama!      –exclamé simulando sentirme decepcionado–. Hemos perdido la oportunidad de conocernos un poco mejor. Ahora…tendremos que hacer turismo. –Le sonreí haciéndole un arrumaco.
        –No será mala forma de pasar la tarde tampoco. ¿Tomamos ese café, entonces?
        –Hecho –asentí dándole la mano, mientras transitábamos la Via della Colonna Antonina.
        Al llegar al Obelisco de Monte Citorio, giramos hacia la Via in Aquiro para entrar luego en la Piazza Capranica. Tras cruzarla, Sara giró a la izquierda, y nos internamos en la Vía degli Orfani.
        –Este es el camino más corto. No quiero que andes más de lo necesario. Ya me entiendes…las cosas propias de tu edad… –bromeó.
        –Adjudicado. Vas a ser nombrada puñetera imperial.
        –Eso es todo un ascenso, he pasado de puñetera toledana a imperial. –Ella me sonrió mientras soltaba mi mano para luego entrelazar sus dedos con los míos. La Tazza dóro se anunció al final de aquella calle, en la esquina.
        El local estaba muy concurrido. Pensé que, dada su situación, tan cercana al Panteón, uno de los lugares más visitados de Roma, quizá siempre estuviera así de animado. Lo cierto es que, mientras Sara fue a la barra a pedir el café, yo me hice con un pequeño banco para tomarlo siquiera sentados. Era el típico local de tránsito.
        –Está claro. Prefiero el camarero desabrido del Trombetta –Sara regresó recordando a nuestro antipático y admirado barman que tanta gracia nos hacía, de la cafetería que frecuentábamos junto a Termini–. El que me ha servido ha sido muy amable, pero nada entretenido en comparación. Eso sí, me ha decorado los capuchinos como le pedí, con gran profesionalidad.
        –¿Decorado?
        –Espera. No puedo con todo de una sola vez. No te muevas.
        Ella me dejó en la mano un plato con un lazo de crema partido en dos, que tenía una pinta extraordinaria.
Capuchinos en la Tazza dóro, junto al Panteón. Roma.
        –Hoy toca capuchino. ¿Derecha o izquierda? –Sara me sonrió a su regreso. Yo posé el plato con aquel pastelillo en el minúsculo taburete que teníamos al lado libre.
        –Derecha. –Sara rio al ver la cara que puse al ver que en lo alto de la espuma del café el camarero había dibujado un osito.
        –¿O prefieres corazoncito? –comentó pícara guiñándome un ojo, y regalándome una de aquellas expresiones coquetas que me hacían sentir absolutamente indefenso, rendido y embrujado. Entonces, ella se sentó a mi lado y me besó en la mejilla–.
        –Me gusta el osito. Son obras de arte –afirmé.
        Instantes después, una vez que nos habíamos beneficiado la deliciosa bollería y el artístico capuchino, nos dispusimos a salir de la Tazza d’oro.
        –Imagino que tienes algún plan. Teniendo en cuenta que me organizas hasta los tiempos en los que debo ir al baño –bromeé; regresaba de atender a su sugerencia de “acudir al escusado” antes de abandonar el local–. Eso sí, he tenido un pequeño incidente. Me he chocado con un tipo con malas pulgas cuando salía del “escusado”, y él no se ha excusado precisamente. Ha dicho algo terminado en …culo, que no me ha sonado muy bien
        –¡Vaffanculo!
        –Eso.
        –Pues te puedes imaginar. –Sara rio.
        –Pues que le perforen el sieso con herramienta contundente por maleducado. Ha sido sin querer, y yo, sí que me he disculpado.
        –Pues olvídalo… Había pensado en dedicar la tarde a los jesuitas, si te parece bien. –Ella volvió a la planificación turística.
        –Aquí mandas tú, querida. Lo que te parezca a ti bien, a mí me encantará, seguro –dije tomándola por el hombro y acercándola hacia mí. Luego nos dimos de la mano, y seguimos adelante, dejando atrás enseguida la silueta del Panteón.
        –Pues vamos hacia Il Gesú. La iglesia jesuita del Santo Nombre de Jesús. La casa madre de la orden.
        –¿Qué se conmemora hoy? –cambié de conversación bruscamente al pasar ante un local en el que se emitían, en la televisión, los mismos actos que había visto en una pantalla en la Galleria Alberto Sordi, mientras me comía aquel delicioso bocadillo de prosciuto; lo que aquí llamamos jamón.
        –Esta semana se cumple un nuevo aniversario de la masacre de las Fosas Ardeatinas.
        –Ya entiendo.
        –¿Quieres que te cuente algo sobre ello? 
        –Refréscame la memoria, querida –dije con elocuencia.
Mausoleo de la Fosas Ardeatinas. A las afueras de Roma.
        –Qué bobo –Sara entrelazó los dedos de su mano con los de la mía de nuevo–. El 23 de marzo de 1944 unos partisanos englobados en el llamado GAP (Grupo de acción patriótica) emboscaron al 3er batallón de policía alemana Bozen, que en su mayor parte estaba compuesto por italianos germano-parlantes de la región de Bolzano; Bozen es el nombre de la región en alemán.
        –Sí, sé algo de ello. El famoso atentado de Via Rosella. ¿Nos queda cerca esa calle?
        –Pasamos justo al lado el otro día, pero no me acordé de decirte nada. Está frente del Palazzo Barberini, bajando la Vía de delle Quattro Fontane. La reacción alemana a la treintena de muertos del ataque fue la ejecución, al día siguiente, de diez italianos por cada militar muerto. La orden vino de Hitler, y la hizo cumplir Herbert Kappler, jefe de la Gestapo en la ciudad. Los alemanes seleccionaron a 335 personas, sacadas principalmente de las cárceles de la ciudad, formando un grupo de judíos, partisanos y acusados de terrorismo en espera de juicio; también algunos civiles. Los ejecutores de la orden fueron los SS, Erick Priebke y Karl Hass. En resumen, llevaron a aquellos infelices a las Fosas Ardeatinas, antigua mina, y de cinco en cinco, los ejecutaron de un tiro en la nuca. Luego dinamitaron la entrada. Al acabar la guerra se reabrió el lugar y se convirtió en Mausoleo. Esta semana habrá varios actos conmemorativos.
        –Si pasamos por la Vía Rosella otra vez, y te acuerdas, me lo dices. –Sara asintió.
        Me fijé entonces que acabábamos de dejar atrás la Piazza della Minerva y el elefantito de Bernini, para adentrarnos, según rezaba la placa de calle, en la Via dei Cestari.
        –Esta calle es bastante curiosa. Aquí está la sede de la ORP la Opera Romana Pellegrinaggi, entidad que depende directamente del Cardenal Vicario del Papa, y que se dedica a promover y organizar peregrinaciones a lugares como Tierra santa, Fátima, Lourdes o la propia Ciudad eterna.
        –O sea, turismo religioso.
        –No exactamente. ¡Qué no te oigan! Son peregrinaciones, con apoyo logístico y espiritual, con el fin de que la visita se convierta en una completa e inolvidable experiencia cristiana.
        –Retiro lo de turismo, por si la curia se ofende –añadí con salero.
De Ritis. Comercio de ropa litúrgica en la Vía dei Cestari. Roma.
        –Además, en este pequeño tramo de calle, hay varias galerías de arte sacro y dos originales tiendas, clásicas en roma. Esta primera es De Ritis y, un poco más adelante, está Ghezzi. De Ritis comercializa indumentaria litúrgica, Ghezzi todo lo relacionado con el culto, ropa, estatuas y exvotos, muebles, vidrieras, mosaicos…etc.
        Nos detuvimos ante el escaparate de De Ritis. Allí había vestimenta de todos los colores utilizados en el ritual católico, y de los más variados diseños y ornamentaciones.
        –Nunca había visto una tienda como esta. Bueno…aquí debe de tener su mercado, claro.
        –Cierto. –Sara confirmó mi aserto mientras me cogía la mano derecha con ambas manos, y hacía descansar su cabeza sobre mi hombro frente al escaparate.
        –¿Sabes? No te quedaría mal esa casulla azul. Me veo despojándote de ella sin que lleves nada debajo y…
        –Sacrílego y cochino, buena mezcla. –Sara rio.
        –Puedo percibir como el azul que cubre tu cuerpo va dejando paso a tu atezada piel desnuda, tersa y brillante, visión que acaba obnubilándome, paralizando mis sentidos, sojuzgándome…
        –Calla, cencerro. –Sara me dio una colleja cariñosa.
        –¿Crees que tengo la mente sucia y calenturienta?
        –No lo creo, lo sé. Anda, vamos. Si es que te imaginas unas cosas que…
        –¡Que no lo pongan en el escaparate! Ahí está la ropa, y yo me paseo con la mejor de las modelos. Tendré que probarte las prendas, aunque sea de forma figurada.
        –No sé qué habré visto yo en ti –comentó con graciosa resignación tirando de mí, alejándome de aquel comercio–. Ni se te ocurra imaginarte nada cuando pasemos ante la otra tienda. –Ambos reímos mientras dejábamos atrás la Via dei Cestari, y nos asomábamos a la Piazza Largo di Torre Argentina, en cuyo centro se anunciaban unas ruinas romanas.
        –Gran espacio arqueológico –afirmé mientras nos asomábamos a aquel complejo.
Complejo arqueológico de Piazza Largo di Torre Argentina.
        –Te resumo un poco. Aquí están los restos de hasta 4 templos con más de dos mil años de antigüedad, concretamente de época republicana, también los restos del teatro de Pompeyo. En este lugar se produjo en hecho importante, el asesinato de Julio César el 15 de marzo del 44 a.c.
        –¿El nombre tiene algo que ver con Argentina?
        –Pues no, más bien con Estrasburgo.
        –Me parece que te vas a tener que explicar, querida. –comenté cogiéndola por la cintura con teatralidad.
        –Veamos. Finales del S. XV. Johannes Buckard fue un alto prelado que llegó a ser maestro de ceremonias de hasta cinco Pontífices. Era de Estrasburgo, en latín, Argentoratum, y se hizo un Palacio, el llamado Palazzo del Bucardo (italianizaron el apellido del prelado alsaciano para dar nombre al edificio), un poco más allá, en la Via del Sudario, con una torre que es la que dio el nombre a la plaza.
        –Entonces no es aquella del fondo. –Señalé una construcción situada al otro lado de la plaza.
        –No. La de la Casa del Bucardo fue casi toda demolida en el s. XIX. Esa es la Torre del Pappito, curioso nombre que no se sabe bien si lo toma del antipapa del s. XII Anacleto II Pierleoni que era muy bajo, apodado Pappeto, o porque fue construida por la familia Papareschi, en el s. XIV.
        Dimos la vuelta al complejo arqueológico mientras Sara me iba contando más curiosidades de los alrededores.
        –Hay muchos gatos ­–comenté.
        –Sí, hay una asociación que los alimenta y los cuida. Incluso creo que organizan visitas guiadas de las ruinas, en las que piden la voluntad a beneficio del refugio de los gatos.
        –Curioso –concluí, pensativo.
        –Bueno, vamos a Il Gesu. Está un poco más adelante.
        Eran poco más de las cuatro de la tarde cuando, paseando de la mano, nos plantamos ante la espléndida fachada de la iglesia madre de los jesuitas.
        –Ahora puede que no destaque mucho, pero, en su día, fue toda una novedad –dijo Sara.
        –Explíquese, bella cicerone –le animé tomándola de nuevo por la cintura.
Soberbia imagen de la fachada de Il Gesú.
        –Verás. San Ignacio de Loyola decidió instalar en Roma, en 1538, la casa madre de la Compañía de Jesús que había fundado poco antes. Él, y sus compañeros eligieron este lugar dónde se hallaba una pequeña iglesia bajo la advocación de la Madonna della Strada. Por un lado, esta zona era ideal para la predicación, lugar de paso de pobres y peregrinos, cercano al gueto judío y, además, estaba al lado de los centros del poder eclesial, con la residencia Papal del Palazzo Venecia de la Plaza de San Marcos, y político, con la proximidad del Capitolio. La labor decidida de predicación de la fe que hicieron los jesuitas les convirtió en el principal brazo ejecutor de la Contrarreforma, nacida del Concilio de Trento entre 1545-1563, para combatir la Reforma protestante de Lutero. No obstante, San Ignacio, por diversas vicisitudes, no pudo ver la iglesia, siquiera comenzada. Fue en 1568 cuando el ímpetu y el dinero del Cardenal Alejandro Farnese pusieron en marcha las obras del nuevo templo. Y lo hizo imponiendo a su arquitecto personal Jacopo Barozzi, Il Vignola. El Gran Cardenal, así se le apodaba, tenía un carácter expeditivo y, descontento con el proyecto para la fachada de Il Vignola, no dudó en apartarle de su ejecución para encargársela a Giacomo della Porta, discípulo del anterior, que presentó un diseño muy atractivo y novedoso. Ese es el que ves.
        –Interesante, siga instruyendo a este humilde e indocto mortal –afirmé ampuloso.
        –Pero que payasete eres.
        –Albardán, prefiero que me llames albardán –comenté con pedantería.
        –De nuevo el escritor cargante… ¿Qué es eso de albardán?
        –Bufón.
        –Te va que ni pintado. En fin…Vamos con la fachada –Sara continuó con simulada resignación. Indudablemente le divertían mis tonterías­–. Giacomo della Porta rompió con muchas normas en su ejecución. Por ejemplo, prescindió del nártex, y dinamizó su aspecto, adornándola con una sucesión de dobles pilastras corintias que recorren la fachada, salvo en el centro, en el que alternó una pilastra con la columna que flanquea la puerta central. También innovó con el doble frontón, el triangular dentro del semicircular. En la parte de arriba, en menor tamaño, duplica el esquema inferior con las columnas flanqueando el vano. Remató el templo con ese gran frontón, y enlazó los pisos con esas enormes volutas que, a partir de ese momento, serán imitadas en todo el mundo. El mecenas de la obra se hace presente en la inscripción del friso del entablamento, y en el escudo de la parte superior que, aunque de menor tamaño, se sitúa por encima del emblema de la Compañía de Jesús, que está sobre la puerta, con las letras IHS, Iesus, Hominum Salvator; Jesús, Salvador de los hombres. Flanqueando la entrada, en esas dos hornacinas, se sitúan las estatuas de San Ignacio y San Francisco Javier, y aparecen representadas pisando a sendas figuras desnudas, alegorías del error y la ignorancia. ¿Entramos?
        –Te sigo.
        Sara me volvió a coger de la mano y me llevó al interior del templo. Durante breves instantes, mientras traspasábamos el umbral de la puerta y accedíamos a la gran nave central, pensé de nuevo en lo afortunado que era al tenerla al lado dándome todas aquellas explicaciones. Ante la espectacular visión del barroco en su máximo esplendor de la decoración de aquel espacio exclamé:
        –¡Barroquízame, princesa mía!
        –Serás boberas –concluyó sonriéndome, volviéndome a mirar de aquella forma que me desarmaba, dejando descansar con intencionada inocencia sobre mi rostro, aquella mirada de niña mimosa y desamparada que me hacía sentir su protector, su salvador; algo que me sacó una nueva sonrisa por ser una palabra capital en la divisa jesuítica.

1 comentario:

  1. Maravilloso !!!! Me encanta el capuchino !!! 😋😋 El relato como siempre ,encantador y lleno de alma.🤗🤗🤗

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