Fachada de Santa María Sopra Minerva. Roma
Durante
unos minutos más, estuve paseando alrededor de la Piazza de la Rotonda. Eran
casi las once de la mañana, el día era soleado, la temperatura primaveral, y la
zona iba adquiriendo el bullicio habitual de uno de los centros neurálgicos de
la Roma turística. Siguiendo las indicaciones de Sara, me dirigí hacia la cercana
iglesia de Santa María Sopra Minerva que ya había visto el primer día de
nuestra estancia en la ciudad, aunque fuera de pasada, mientras ella acudía a
la inauguración de su Congreso de historia.
Cómo
ya conocía el camino, era difícil perderse si el templo estaba en la plaza de
al lado, inicié la marcha pasando por el lateral del Panteón, admirando sus
potentes muros, los grandes arcos de descarga embebidos en la construcción y,
en la parte trasera, los pocos restos del Templo de Neptuno, que Sara me había
indicado en el audio, construido también por Agripa tras la Victoria de Actium, famosa batalla naval en la que
se pasó por la piedra a la flota egipcio-romana de Cleopatra y Marco Antonio.
El
caso es que, distraído en aquel paseo y deleitándome en la contemplación de los
exteriores del Panteón, me entró un repentino y agudo vértigo al comparar, instintivamente,
a Cleopatra con Sara, y a Marco Antonio conmigo. Por un pequeño agujero que mi
mente (bien entrenada por esa afición que tengo a imaginarme personas y
situaciones, y escribirlas) abrió en el tiempo, pude ver a Cleopatra bañándose
por última vez en leche de burra mientras intentaba consolar a su amado Marco
Antonio que bebía una copa de vino especiado detrás de otra, ayudándose a adquirir
el valor necesario para dejarse morder por un áspid, y abandonar así este mundo
con cierta compostura, antes de que las tropas de Octavio Augusto le rebanaran
el pescuezo para más gloria del Imperio, pensando con cierta amargura que quizá
nunca hubiera tenido que poner su romano pie en Egipto, maldiciendo quizá el
día en que conoció a aquella mujer; compañía extremadamente placentera, supuse,
pero que, en el fondo le iba a costar el pellejo. Luego pensé en mí, en los
extraños meses que había vivido desde que había conocido a Sara; extraños para
lo que había sido mi vida hasta aquel momento, claro. No pensaba que Sara fuera
como Cleopatra, pero he de decir que algunos de sus aspectos me la recordaban,
no lo de la leche de burra, afortunadamente se duchaba con agua, geles y
jabones, y no desprendía ningún aroma ácido y lácteo, a lo sumo olía
ligeramente a azahar o lavanda, pero sí comprendí, o quise comprender, lo que
debió de sentir el probo Marco Antonio; como había caído en el abismo de su mirada,
de la insoportable belleza de sus ojos, como se turbaba en su presencia y era seducido
por su atractivo maduro y sensual, como vivía fascinado por su inteligencia y se
electrizaba con el aroma de su piel, ni que decir tiene con su contacto.
Tannhäuser en el Venusberg. Sugerente y bella obra de John Collier.
Por unos
instantes me sentí muy agobiado, atrapado, superado por los acontecimientos.
Predispuesto a divagar, me vi como Tannhäuser descubriendo el Monte de Venus (Venusberg),
disfrutando de los placeres de la diosa. ¿Me llegaría el momento del
remordimiento como al protagonista de la leyenda? ¿El destino me habría
guardado la cruel sorpresa de haberme traído a Roma para arrepentirme de mis libidinosos
actos, para solicitar el perdón Papal, como Tannhäuser? ¿Me sería negado ese
perdón y desaparecería para siempre en el interior del Venusberg? ¿Se
convertiría Sara en mi Lilith particular? ¿Aquella lilith hebrea que fuera la
primera esposa de Adán y que le abandonaría, saliendo del Edén con sus hijos,
instalándose en el Mar Rojo para ayuntarse con fruición con el mismísimo
Lucifer, y que luego, como un súcubo pecaminoso se dedicaría a engendrar hijos
con el semen que derraman los hombres involuntariamente mientras duermen? Lo
cierto es que, deseaba volver a estrechar a Sara entre mis brazos, como Marco Antonio
a Cleopatra, como Tannhäuser a Venus, incluso como Adán a Lilith, a pesar del
peligro. Deseaba volver a verla, a beber de sus labios y vivir del maná de sus
besos…
Lilith. Precioso cuadro de John Collier.
Aquello no tenía
buena pinta. Aquello no era apto para diabéticos… Me sentía pegajoso, meloso, melifluo,
ñoño hasta la arcada…Tanta dulzura no podía ser buena. Estaba enamorado hasta
las trancas y, en mi soledad, me veía como un pelele ridículo. Hacía tiempo que
no experimentaba esa dependencia y, por momentos, me exasperaba haber perdido
el control sobre mis sentimientos.
Empalagado por
mis pensamientos, enfadado conmigo mismo, recobre la cordura aferrándome a la
realidad de mi planeada jornada turística llegado ya a la contigua Piazza della
Minerva. Acercándome al famoso elefantito de Bernini, con el obelisco en lo
alto, activé un nuevo audio. La voz de Sara cautivadora, agradable y sensual,
que me iba a parecer a mí, me acompañaba de nuevo.
–Estás
ante el famoso “polluelo de Minerva”, también conocido como el “pulcino della Minerva” o cerdito de
Minerva. Este gracioso elefantito, rechoncho y sufrido por el peso que carga,
es diseño de Bernini. El obelisco egipcio que está encima estaba en el templo
de Isis, aquí cerca, junto al que has visto en la Fontana de la Rotonda, y
tiene más de 2500 años.
Pulcino della Minerva, diseño de Bernini, y obelisco, en la Piazza della Minerva.
Atendiendo
a sus explicaciones, dando vuelta al monumento que presidía la plaza, contemplando
el elefantito y el pedestal sobre el que estaba erigido, mis ojos y mi cerebro
se detuvieron unos instantes; sufrieron una especie de espasmo que me obligó a
parpadear repetidas veces, hasta recobrar la normalidad. ¡Aquello no podía estar
ocurriendo! No podía haber unos zapatos iguales a los que conservaba en mi
memoria desde hacía unos meses, unos zapatos que imitaban la moteada piel de
Leopardo rematados con un gracioso lacito rojo.
–¿Bea?
¿Qué haces aquí? –pregunté a pesar de ser la más absurda de las obviedades. Que
iba a hacer aquella mujer en Roma, más que turismo.
–Luis,
¡que sorpresa! –Bea me obsequió con una mirada cálida, y con una espléndida y
amplia sonrisa. Su pelo corto y oscuro era el perfecto marco para un rostro agradable,
delicado y ebúrneo, de ojos arrebatadores, de perenne alegría y optimismo en su
expresión, que emanaba lozanía, frescor y encanto, quizá herencia de la tradición heladera familiar.
Bea se acercó y me
dio dos besos.
–Cuando
he visto los zapatos no me lo podía creer. ¡Alguien en Roma calzando algo
similar, imposible!
–Vaya
manía que tienes a mis preciosos y originales “adornapieses”. –Ella rio.
–Pero,
dime. ¿La familia?
–Acabamos
de llegar. Tengo a mi marido y los niños instalándose en el apartamento que
hemos alquilado aquí a la vuelta, en la Vía
Santa Caterina di Siena. He bajado a por la primera compra, lo básico. No
he visto mucho comercio, y me he acercado a la plaza. El elefante es gracioso
–matizó.
–Muy
mono.
–¿Y
tú? ¿Qué…? Cuentan las malas lenguas que andas enamoriscado, no se te ve el
pelo. Bueno… tampoco es que tengas mucho. –Bea rio de nuevo.
–El
mundo está lleno de puñeteras… –dije resignado, refiriéndome a Sara y a ella,
por supuesto
–Te
estás poniendo colorado. Cuéntame… ¿cuándo me vas a presentar a Sara?
–Las
malas noticias vuelas –comenté divertido y conformista–. Ya sabes hasta su
nombre.
–Bueno…se
te echa de menos y preguntamos cuando vamos a la oficina. No se sabe mucho de
ti, pero acudiendo a la persona adecuada, alguna información saco –Bea me guiñó–.
Alguien me dijo que habías pedido una excedencia para escribir. A mí me sonó
algo raro y, ya sabes, toda mujer tiene buenas fuentes de información. Pensé
que debía de haber algo más detrás de tu decisión.
–Bueno…
he de ocuparme de un pequeño negocio de turismo rural que regento, y de ella. Y
también escribo, eso sí que es cierto. Además, ahora tengo una crítica
profesional en casa, Sara es una magnífica correctora de textos. Era el momento
de dar un paso hacia delante, de “echar por la calle del medio”, de pasar página, y dejar todo lo que rodeaba a mi antiguo
trabajo; aquello me estaba consumiendo anímicamente, era un pozo negro de
pérdida de tiempo en un ambiente irrespirable. Espero no tener que volver jamás
–me sinceré.
–Lo
siento por tu querido amigo y mi fuente de información. Lo has dejado sólo. Pero…
¿Dónde está ella? ¿Dónde la escondes? –Bea me sonrió pícara.
–Hemos
venido juntos, claro. Ella tiene un congreso de Historia Medieval en la
Universidad de la Sapienza. Yo hago turismo. Solo, pero con ella, por las
mañanas, y con ella por la tarde.
–¿Y
eso? No te entiendo.
–¡Manda
narices, Bea! Me graba hasta los audios para hacer las visitas. A veces,
incluso hago el ademán de darle la mano y todo, como si me acompañara.
–¡Qué
grande la muchacha! –Bea rio–. Creo que
me encantará conocerla. Tiene que tener poderes mágicos o ser una auténtica
diosa. –Ella soltó una monumental carcajada.
–¡Beatriz!
–exclamé serio, aunque mi expresión corporal y mi rostro debieron sugerir lo
contrario–.
–No
sabes cuánto me alegro de verte así.
–¿Cómo?
¿Vestido casi como un guiri en Benidorm?
–No
seas tontaina. Feliz, se te ve feliz –Bea me golpeó el hombro cariñosamente.
–¡Vaya!
Sara también me pega en el hombro. –Ambos reímos.
–Bueno…que
ya me estarán echando de menos. Te dejo que sigas con tus “audios”.
–Me
ha encantado verte. No puedo decir lo mismo de tus zapatos.
–Eres
un diablo calvo y encantador, pero diablo, eso sí. –Bea me sonrió, y se
despidió dándome un abrazo.
–Llámame
Luzbel, querida –comenté saleroso y pomposo.
–Veo que sigues
con tus palabrejas.
–Eso ya es de
serie. Recuerda…escribo. En fin, da recuerdos a la tropa.
–De
tu parte. Y di a Sara que tengo ganas de conocerla. Estamos en contacto. Si tenéis
un hueco en vuestra apretada agenda turístico-amorosa –Bea volvió a reír–, nos
dais “un toque”, tomamos un café, y nos la presentas.
–Bea…
–Dime.
Te estás poniendo colorado otra vez. ¿Qué pasa?
–Sara
es lo mejor que me ha pasado en la vida. Es un bombón, una bomba…un… Pero a
veces siento vértigo, me siento inseguro, sobrepasado por lo rápido que ha ido
todo entre nosotros –Me había puesto serio, no así mi interlocutora que rompió
a reír de nuevo.
–Eso
es normal. No tienes que dar tantas vueltas a las cosas. Déjalas fluir, que
sucedan… Mira…yo siempre recuerdo una frase que me dijo una amiga y que es de
Tristan Bernard, “los amores son como las setas, que no sabe uno si son
venenosas hasta que ya las ha comido y es demasiado tarde. La vida es eso,
riesgo, pero hay que apostar por vivir. Y si te equivocas…a otra cosa mariposa.
Ahora mismo, yo te veo genial y me alegro, de veras. Así que disfruta del
momento.
–Carpe diem –añadí confortado por las
sabias, directas y sinceras palabras de Bea.
–Lo
dicho, Luis, si quieres nos llamas –Bea me obsequió, de nuevo, con una generosa
sonrisa, y también con un guiño. Luego se alejó riéndose, seguramente
sorprendida por mi actitud.
Durante unos
instantes me quedé pensativo junto al elefantito de Bernini. Luego me dispuse a
seguir escuchando los audios de Sara, aunque me sacó una sonrisa recordar la
sorpresa que me había causado ver aquellos zapatos en Roma.
–Y ahora vamos
con la fachada y la historia del templo. Ya desde el s. VIII aquí había una
capilla sobre unas ruinas romanas que se decía que correspondían al antiguo
templo de Minerva; algo que luego se descubrió que no era verdad, porque están
a un centenar de metros. Lo cierto es que la capilla recibió el nombre de Santa
María Sopra Minerva. Ya en el S. XIII, el Papa cedió los terrenos a la recién
creada orden dominica en un lugar donde se situaba un convento femenino. Minerva
era la diosa de la sabiduría y la inteligencia en la antigua Roma, la Atenea
griega, y también podía ser una diosa con malas pulgas si las circunstancias lo
requerían, por eso se la representaba con yelmo, escudo y lanza. Lo curioso del
tema es que los dominicos se convirtieron un poco en la “Minerva de Occidente”.
Fueron clérigos muy preparados, doctos y defensores a ultranza de la fe
católica. Durante siglos, sus hábitos blancos y sus capas negras vagaron por
toda Europa propagando la verdadera fe en Cristo, vigilantes de su ortodoxia
ante la proliferación de la herejía. No todo fueron luces, su gran preparación
jurídica y eclesiástica hizo que muchos presidieran los temibles tribunales de
la inquisición –Sara interrumpió brevemente su narración–. Me centraré en el
templo porque me estoy enrollando malamente, querido –Ella rio–. La
construcción de la iglesia comenzó hacia 1280 y lo hizo en un momento de grave crisis
en la ciudad, con continuas luchas entre nobles, despoblación …etc; un periodo
claro de decadencia. Esta inseguridad, entre otras cosas, provocó el traslado
del papado a Avignon veinticinco años después, agravándose por tanto la
situación de abandono de Roma. A pesar de ello los dominicos siguieron
construyendo poco a poco, y culminaron la única iglesia de aspecto gótico de la
urbe. La llegada de los nuevos aires renacentistas coincidirá con la finalización
de las obras y con el regreso de los papas, luego tiene aportes renacentistas en
su fachada y barrocos en la decoración del interior –Sara pausó su explicación
unos instantes–. La fachada es del S. XV. Las pilastras, levemente esbozadas,
anuncian la distribución del templo en tres naves. La decoración renacentista
se hace presente en el tímpano triangular sobre el dintel central y los
semicirculares a los lados decorados con frescos. En el lado derecho de la
fachada veras unos mármoles que indican hasta donde llegaron las crecidas del
Tiber entre los siglos XVI y XIX; estamos en la zona más baja de la ciudad y
era azotada con frecuencia por esas catástrofes. Ahora pasemos al colorido
interior.
Siguiendo las
instrucciones de Sara, me dirigí hacia las grandes puertas de bronce que al
parecer eran del s. XV. En mi mente resonaban sus palabras aludiendo al
colorido del interior y pensé, con sorna, que, después de ver los zapatos de
Bea, a lo mejor, mis ojos, deslumbrados por la contemplación de aquel calzado
tan vistoso, no serían capaces de apreciar en toda su magnitud la diversidad de
tonalidades que me anunciaba mi amada Cicerone. Divertido, me dije que lo
intentaría al menos. Reconfortado mi ánimo por mi breve encuentro con Bea, me
dispuse a traspasar el umbral de la puerta principal de Santa María Sopra
Minerva.
Me ha encantado este capítulo tan real e inteligente que solo algunas personas podemos entender.👍🤗🤗🤗
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