lunes, 6 de mayo de 2019

PASEOS CON SARA. EL PANTEÓN DE ADRIANO


      
     Panteón de Roma. Vista exterior
       Durante unos instantes pausé el audio de Sara sobre el Panteón, para fijarme en el abigarrado y variopinto gentío que se iba congregando en torno a aquella edificación. A aquella hora ya estaba abierto, y los turistas entraban con fluidez en su interior dejando un rastro multicolor de pequeñas mochilas y vestimentas de todo tipo, abundando, obviamente, las cómodas y funcionales.
        Presto a aprender algo más de aquella monumental construcción me dejé embelesar de nuevo por sus palabras…
Estructura del Panteón. Roma.
        –Fue en el año 27 a.c. cuando Agripa decidió edificar un templo aquí. Ya existía un túmulo de tierra que indicaba el lugar donde Marte había arrebatado al cielo a Rómulo. El templo se dedicó a todos los dioses y, por tanto, recibió el nombre, derivado del griego, de Panteón, aunque, en la realidad, su patrocinador lo erigió en honor a Marte y Venus, divinidades protectoras y asociadas a la Gens Julia, es decir, a la estirpe de Augusto. En definitiva, el general construyó el edificio en honor al Emperador, que acababa de crear un nuevo sistema político, dejando atrás la República. El templo poco tenía que ver con el actual, era de planta rectangular, estaba orientado hacia el lado opuesto a como está ahora, y de él se especulan algunas cosas como que se sustentaba sobre bloques de travertino, que estaba revestido de mármol, que los capiteles de las columnas eran de bronce, y que estaba adornado con cariátides y otras esculturas. Este primer templo sufrió dos importantes incendios, uno en el año 80 d.c., en tiempos de Domiciano, y otro en el 110 d.c., reinando el gran Trajano. Fue Adriano quien decidió reedificarlo por completo, dejándolo con el aspecto que ahora ves –Sara detuvo su narración unos instantes–. Oye, ¿no crees que deberías prestarme un poco más de atención, y dejar de fijarte en los cuerpos de las turistas? Que te conozco… –Sara soltó una carcajada, y dio por concluido el primer audio.
        –Toledana puñetera…–me dije mientras sonreía con absurda culpabilidad–.
        La Piazza de la Rotonda se iba animando cada vez más. Con ese reproche de Sara en forma de broma en la mente, me fijé más en las personas que me rodeaban, dando por hecho que, en parte, tenía razón; era difícil abstraerse del entorno. La belleza de la construcción se mezclaba con la insultante y lozana juventud de algunas de las turistas. Pensé en Sara, y en que estaría inmersa en una de las conferencias del congreso, y me sorprendí recordando mi colección de libros de cabecera, las aventuras del capitán Alatriste, y parafraseando una expresión del Conde de Guadalmedina en el momento que le avisaba a Diego Alatriste, por mediación de Francisco de Quevedo, para que dejara de frecuentar a María de Castro, la actriz por la que el Rey Filipo, el  IV, estaba interesado:
        –“Decidle a Alatriste que cambie de montura”
        Aunque ahora nos pudiera sonar mal la frase por machista, hay que tomarla en el contexto de la narración de Pérez-Reverte. Y yo pensé que por nada del mundo cambiaría mi montura porque jamás en mi vida me había sentido tan bien junto a alguien. El conjunto era inmejorable, trabajadora, inteligente, divertida e irónica, era la hermosura personificada y, lo más importante, “su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”.
        –¡Qué razón tenía Delibes! –exclamé.
        Aquella frase que quedara grabada para siempre en mi mente en los años más oscuros de mi vida, aquella frase con la que el escritor vallisoletano recordaba a su fallecida esposa en el libro “Señora de rojo sobre fondo gris”, parecía hecha para Sara, mi Sara.
        –Me parece que me estoy poniendo algo ñoño. Será mejor que siga con los audios –pensé–. Y todo sin haber pecado, leñe, que sólo estaba mirando el Panteón. Será manipuladora… –me quejé para mis adentros mientras dejaba que ella comenzara una nueva pista.
        –Cómo espero que estés más centrado en mis palabras que en los traseros de las mozas –Sara soltó una nueva carcajada–. Perdona, pero es que me estoy imaginando los remordimientos de conciencia que estarás padeciendo en estos momentos, y me estoy tronchando. No seas boberas, es una broma, dulce y noble tontorrón. Y ahora, mueve tu lindo y durito tafanario, que de eso puedo yo dar fe… –Ella volvió a reír pícara, y yo me fui acercando al templo, halagado–. Vale. Te decía que fue Adriano quién mando edificar el actual Panteón, el templo romano mejor conservado, gracias a que, a pesar del abandono del culto pagano con la irrupción del cristianismo y la caída del imperio, el Emperador de Bizancio, Focas, dueño de Roma en aquel momento, hablo del año 608, se lo donó al Papa Bonifacio IV, quién lo reconvirtió en iglesia cristiana con el nombre de Santa María ad Martyres.
        Sara pausó su explicación unos segundos. Pensé que el audio había acabado, pero no:
–Es que me estaba yendo por los cerros de Úbeda. Vuelvo al momento de la construcción. Sabemos que lo mando construir el emperador Adriano, y se sospecha que el arquitecto fue Apolodoro de Damasco. El pórtico fue trasladado hacia este lado, incluida la inscripción del frontón que alude a que fue obra de Agripa. Adriano tenía por costumbre no poner su nombre en ningún monumento que construía o restauraba.
­–¡Vaya! Un emperador modesto –me dije.
Cúpula del Panteón. Roma.
 En el tímpano, había una enorme águila de bronce que sostenía en sus garras una corona de laurel, emblemas del imperio. Las enormes vigas del pórtico también eran de bronce. Sobre esto hay una curiosa historia que luego te contaré. El pórtico se divide en tres espacios rectangulares, los dos laterales acaban en grandes hornacinas que en su día albergaron las estatuas de Agripa y Octavio Augusto. El espacio rectangular central desemboca en esos espectaculares portones de bronce que, a pesar de que no deben de ser los originales, impresionan por su tamaño. Y ahora viene el gran efecto visual; cuando uno se espera el típico templo romano rectangular, sorprende la contemplación de este espacio circular culminado por esta espectacular cúpula de cinco hiladas de casetones, decrecientes en tamaño a medida que se acercan al imponente óculo. Se trata de la bóveda más grande construida en mampostería con sus casi 43.3 metros, medio metro más grande que la magnífica de Miguel Ángel, en San Pedro del Vaticano. El templo está diseñado como un círculo perfecto, y la cúpula representa la prolongación de la bóveda celestial. Para aligerar sus empujes se construyeron gruesos muros de hasta seis metros de espesor, y arcos de descarga, estructuras que podrás apreciar perfectamente en el exterior porque el templo está desprovisto, casi en su totalidad, de ornamentación. Respecto a los materiales constructivos, de los gruesos cimientos de travertino, pasaron al hormigón romano, para acabar en la ligera piedra pómez que rodea el óculo, aliviando así el peso de la construcción a medida que se ganaba en altura. El óculo tiente nueve metros de diámetro, y servía para establecer el momento exacto de solsticios y equinoccios, además de utilizarse para fijar las horas del culto pagano. Se especula que para construir la cúpula se utilizó una gran estructura de madera a modo de armazón, aunque la leyenda romana dice que se hizo sobre un túmulo de tierra que el populacho, ávido de fortuna, fue vaciando después, en busca de las monedas de oro que Adriano había enterrado allí a tal efecto.
Panteón. Roma. Vista del interior.
Había estado varias veces en el Panteón, pero ahora, con las explicaciones de Sara, la construcción comenzaba a tomar forma en mi mente de otra manera. Ella continuó...
–Luego darás un paseo por los exteriores y verás los materiales utilizados, y los recursos arquitectónicos que sostienen el templo. En su día estaría recubierto de mármoles, estucos y demás decoración. Urbano VIII Barberini intervino en el templo en el s. XVII y no para bien.  Ordenó retirar las enormes vigas del pórtico y el águila con la corona para fundirlas, y construir el baldaquino de San Pedro del Vaticano y cañones para defender Castel Sant’Angelo. Esto provocó el descontento de los romanos que hicieron circular la famosa frase “quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini”. Lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberini. También mando edificar dos campanarios, que a la postre fueron bautizados por los romanos como las orejas de Bernini, su autor. Para bien del Panteón, fueron retirados en el s. XIX. Si ves algún grabado o pintura anterior a esa fecha entenderás que no le hacían ningún bien a la estética del templo. El suelo está decorado con círculos y cuadrados de mármoles de diversos colores, pórfido…etc, y está ligeramente inclinado hacia el interior para facilitar la evacuación del agua que entra por el óculo cuando llueve. En torno a la rotonda se abren siete nichos que ahora son capillas, el del centro es diferente a los otros, y ahora es el altar mayor. Estos nichos están flanqueados por columnas y pilastras corintias, y por ocho templetes que alternan frontones semicirculares y triangulares. Esto puede recordarte a la ornamentación de Sant’Andrea al Quirinale, cuando te comenté que Bernini se vio influenciado por este templo que estaba restaurando cuando construía aquella iglesia. Y ahora mira en la cartera, quizá tengas un billete de cincuenta euros, sácalo.
–Aquello me pilló de sopetón. Me dejó sumamente intrigado. Así acababa ese audio. Busqué en mi billetera y sí, llevaba un billete de cincuenta euros. Puse en marcha el siguiente audio.
–Si tienes uno, observa si es de los que tienen representada arquitectura renacentista. Si lo es, verás que, en uno de sus lados, hay dos ventanas enmarcadas por sendos templetes como los del Panteón; solo se diferencian en que los capiteles en el billete son jónicos.
Me quedé pasmado. Sara se fijaba en cosas que jamás me hubieran llamado la atención, en algo tan cotidiano y ordinario como un billete.
–Sigo… En el segundo piso, separando la primera planta y el arranque de la cúpula, hay una fila de ventanas que se hicieron coincidir con los espacios de abajo que no son de época romana sino fruto de una intervención del s. XVIII. Ahora te pondré una prueba fácil. Hay una parte diferente en este espacio, esa es una reconstrucción del original. Debes encontrarla, aprendiz, así que dale a la pausa
Me imaginé a Sara tomándose un respiro y ordenando sus ideas, dándome tiempo para encontrar aquella parte de la decoración del templo que había conservado cierto sabor romano. No me fue complicado, enseguida di con la diferencia hacia la derecha del altar mayor. Volví a poner en marcha el audio.
–Imagino que ya lo habrás encontrado porque no era complicado. Ni siquiera para un viejecito –Sara ironizó–. Veamos… algo más que pueda ser interesante… –Aquellas pausas me sugerían que Sara improvisaba, que a medida que se acordaba lo iba grabando. Y así, a capela, a lo sumo contando con el móvil o el ordenador para ver alguna foto o plano, me parecía muy difícil–. Aquí están enterrados tres reyes de Italia. A la derecha verás el negro sepulcro de Victorio Emanuele II, a la izquierda el de Humberto I, su sucesor, y el de su esposa Margarita; los cuidan voluntarios monárquicos. También en ese lado de la izquierda se sitúa la tumba de Rafael con un bellísimo epitafio que dice…espera que te lo busco porque esto sí que no me lo sé de memoria –Sara pausó su narración–. Te lo leo ILLE HIC EST RAPHAEL TIMVIT QUO SOSPITE VINCI RERUM MAGNA PARENS ET MORIENTE MORI. Ánimo chavalín, traduce… –Sara rio sardónica, y pauso de nuevo su explicación.
–Eres un diablo encantador, un súcubo pecaminoso –pensé, consciente de que me dejaría arrastrar hasta el mismo infierno por ella–. “Aquí yace Rafael… –balbucí, por supuesto, no supe continuar–.
–Por si no lo has logrado, la inscripción dice “Aquí yace Rafael, por el que en vida temió ser vencida la naturaleza, y al morir él, temió morir ella”. Es bonita, ¿Verdad? Bueno… pues te dejo dando una vuelta por el Panteón para que te hagas una idea de las dos curiosidades que te voy a comentar. Es especialmente bello estar aquí en junio porque el día 21, día del solsticio de verano, la luz entra perpendicular por el óculo a las 12 del mediodía, algo impresionante, al igual que la lluvia de pétalos de rosas que hacen caer el día de Pentecostés por el óculo con la ayuda de los bomberos, simulando ser las lenguas de fuego del Espíritu Santo. Y no se me ocurre nada más de momento. Cuando salgas, vuelves a poner el audio, te diré algo sobre la fuente.
Sagrada Familia, llamada la Perla. Obra de Rafael Sanzio
Tenía que dar la razón a Sara. Aquellos dos espectáculos debían de ser dignos de presenciar, y la frase sobre Rafael era bellísima, lo presentaba casi como el vencedor de la naturaleza por la calidad de su arte. Me vino a la mente la impresión que me causó un año atrás, cuando aún Sara no había irrumpido en mi vida y visitaba el Museo del Prado, la contemplación de la delicadeza y maestría de algunas de sus obras como La Sagrada Familia del Cordero, La Virgen del Pez, La Sagrada familia, llamada la Perla, o La Virgen de la Rosa. Luego sopesé el impacto que había supuesto Sara para mi respecto a la contemplación del arte en general. Me había devuelto la ilusión y el interés, algo que había quedado adormecido por el paso de los años, y la lejanía de los tiempos de facultad. Seguro que, si hubiese contemplado aquellas obras de Rafael, con ella a mi lado proporcionándome más conocimientos sobre las pinturas de los que podría asimilar, su disfrute hubiera sido mayor.
–Vamos con ello –Sara rio divertida de nuevo–, me lo estoy pasando pipa, parece que te llevo de la mano. La fuente es obra de Jacomo della Porta, del S. XVI. El obelisco se erigió aquí un siglo después, es egipcio, de época de Ramsés II, tiene más de 3000 años, y estaba situado en el antiguo templo de Isis que es dónde está ahora Santa María SopraMinerva, tu próximo destino. Hasta mediados del s. XIX aquí se hacía el mercado del pescado, y los comerciantes limpiaban su mercancía en la fuente. Y eso es todo. Disfruta del entorno, y no mires tanto a las muchachas… –Ella volvió a bromear y reír–. ¡Vamos! Que se te va la mañana –me apremió finalmente.
En ningún momento dejé de sentirme acompañado por sus oscuros y tiernos ojos, por su mirada de ligera y arrebatadora tristeza. Su voz maestra, y su coloquial y cercana narración hicieron que más de una vez intentara buscar su mano inconscientemente en aquella mañana primaveral romana. Frente al Panteón, junto a la Fontana de la Rotonda, sonreí con la satisfacción e inocencia de un niño, y con la seguridad de comprender, en mi madurez, aquel sentimiento que llevara a Miguel Delibes a escribir, recordando a su esposa: “era una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. Esa era Sara.

2 comentarios:

  1. Maravilloso!!! Ya he reeleido varía veces todos los capítulos .Me parecen fascinantes.🤗

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