miércoles, 1 de mayo de 2019

PASEOS CON SARA. EN EL CAMPO DE MARTE


 
      Piazza della Rotonda. Fontana y Panteón de Agripa.

      Me desperté poco antes de las 7 de la mañana, hora en la que nos teníamos que levantar, sin que llegara a sonar el despertador del móvil, así que lo apagué. Era martes, y Sara tenía una nueva jornada de trabajo en el congreso que había comenzado el viernes anterior por la mañana, el día que llegamos. El miércoles ella intervendría como ponente y yo, si me conseguía un pase como invitado, asistiría, convencido de que me dejaría con la boca abierta y exclamando para mis adentros con orgullo paleto, ¡esa es mi chica!
Bajo la tenue luz de las farolas de la calle y del incipiente amanecer que penetraba a través de las ventanas esquivando los pesados estores casi bajados del todo, me levanté, procurando no despertarla. Seducido aún por los agradables y placenteros ecos del día anterior, me sorprendí, entre las brumas de mi visión, sin tener puestas las gafas, sonriéndole al espejo, feliz, mientras procedía a despabilarme con unas refrescantes abluciones matinales.
        Asomé luego por un lateral del ventanal. Alguna nube grisácea parecía manchar el cielo, aún rojizo, del amanecer Romano, pero se intuía que el día iba a ser despejado, como las previsiones del tiempo anunciaban. Las golondrinas volaban a gran velocidad entre los edificios, mientras sus sonidos penetraban suavemente en mis oídos, evocando en mi mente recuerdos de niñez, hasta que volví mi vista hacia la cama; mis pensamientos dejaron de ser los de un crío, y volví a sonreír.
 Mientras regresaba al lecho, observé su cuerpo venusiano y cálido anunciándose entre las sábanas. Durante unos instantes, permanecí en silencio, incrédulo; se me hacía difícil pensar siquiera en la cantidad de cambios que se habían producido en mi vida en tan sólo unos meses. Entonces me eché de nuevo. Sara, aún dormida, se volvió hacia mí, recostó su cabeza sobre mi pecho, me abrazó y subió su pierna izquierda colocándola sobre las mías, adoptando una postura cómoda, posesiva y placentera; su respiración suave y cadenciosa me lo indicaba. Faltaban cinco minutos para la hora de levantarse y, con mucho dolor de mi corazón, porque disfrutaba de ella incluso cuando dormía, la desperté besándola en la frente.
        –Buenos días, bombón. Deja a Morfeo, que me tiene celoso del todo, y vente conmigo –le dije mientras acariciaba su cabeza y su rostro. Ella me miró aturdida.
        –Morfeo es un tipo muy aburrido comparado contigo –contestó con voz somnolienta–. Es la hora, imagino –añadió bostezando y desperezándose.
        –Sí. ¿Cansada? –pregunté mientras pensaba que hasta en los gestos más ordinarios aquella mujer era de una belleza dolorosa, al menos yo la veía así, con mis ojos traspasados por la flecha de cupido.
        –Un poco. Ayer fue un día muy largo… –Sara dejó la frase en suspense utilizando un tono de voz insinuante, y una sonrisa coqueta que haría perder la cabeza a cualquiera, la mía la primera, mientras se espurría y luego volvía a abrazarse a mí–.
        –Lo de anoche… –comencé una frase que no acabé.
        –Estuvo bien, muy bien.
        –En fin… No sé si conseguiré vencerte en batalla, pero al menos me bato con honor –Sara se incorporó un poco, y apoyó su mentón sobre mi pecho, mirándome y sonriendo–. Estás preciosa –añadí acariciándole amorosamente su mejilla izquierda, llevándole el pelo con mimo detrás de la oreja.
        –Ya. Con los pelos de bruja que debo de tener, y las ojeras propias de la ocasión. ¡Debo de estar guapísima! ¡Una miss! –ironizó.
        –Bueno… te voy a ser sincero. Yo no puedo ser objetivo contigo. A mí me parecería que estás mona hasta con una lechuga en la cabeza. –Sara rio.
        –Monísima, aunque creo que para cambiar un poco de imagen debería utilizar la escarola, me he cansado del pelo liso
        –¿Una escarola? Puede que sí, crearías tendencia como se dice ahora –ambos reímos.
        –Vamos, cincuentón. Hay que arreglarse –Ella cambió de conversación activándose–. ¿Qué vas a hacer toda la mañana de pingo por Roma?
–Pues no sé. Tú me dirás. Admito sugerencias.
        –Lo pensaré mientras me ducho –comentó abandonando el calor de las sábanas, y el mío. Su cuerpo, cubierto con una levísima y sensual ropa interior, me sugería y llamaba al pecado de la carne de inmediato, al moverse grácil y etéreo en dirección al baño.
        –Sara… –le dije pensando en que estaba perdiendo la poca cordura y control que tenía sobre mí.
        –Sí.
        –Eres mi Venus –me incorporé en la cama con teatralidad corroborándome que aquello era cierto–. ¡Mi ninfa de la beldad! –Ella regresó a la cama entre carcajadas respondiendo a mis requiebros, y me besó.
        –Eres un zalamero original y encantador –me susurró al oído–. Sé sincero, ¿no crees que se me notan los años? Ya sabes… la fuerza de la gravedad que tiende a que todo se vaya desparramando.
        –No, la verdad es que no es así. Si con 37 estás de toma pan y moja…, con 18 debías ser una bomba sexual toledana –bromeé y ella rio–. Y, hablando de la fuerza de la gravedad, hay alguna cosa que antes no tenía mucha tendencia a subir y ahora… le cuesta bajar. Crees que…en fin… ¿habrá tiempo para un… aquí te pillo y aquí te mato? Y Santiago, cierra España, y a mí confesión que he pecado y que salga el sol por Antequera… –Ella volvió a reír, me sonrió insinuante, me miró fijamente con la sincera terneza de sus ojos oscuros y algo tristes, se puso a horcajadas sobre mí, se inclinó hacia adelante, mostrándome, provocativa y voluptuosa, todos los encantos que escondía aquella mínima ropa interior, dejó caer su media melena sobre mi rostro, me rozó con suavidad la oreja izquierda con sus labios, y me susurró:
        –Resérvate para esta noche, viejo verde cochino.
Luego me besó, se incorporó, me golpeó cariñosamente con su almohada, y se dirigió hacia el baño otra vez. En la puerta se giró,  me miró fijamente y me dijo:
– Eres un cielo.
        –Lo sé –contesté poniéndole cara de no haber roto un plato en mi vida mientras se adentraba ya en el aseo.
        Tras aquel momento de tensión carnal, nos dimos prisa en ducharnos y vestirnos. Bajamos enseguida a desayunar y, en el comedor, Sara me propuso que fuera temprano a la Fontana, y luego pasara la mañana en la zona del Campo de Marte. Algunas cosas ya las había visto pero me había preparado nuevos audios para que las visitara algo más en profundidad. Ni que decir tiene que le hice caso. A las 8.15 nos disponíamos a salir de la habitación, ella hacia la universidad, y yo a hacer turismo.
        –¿Llevas todo? –le pregunté. Ella aún estaba ante el espejo del baño.
        –No hay mucho que llevar. Carpeta, bolígrafo y bolso –me contestó mientras terminaba de ponerse un poco de rímel en las pestañas, y se pintaba los labios con un color natural–.
        –Pues entonces, en marcha –concluí mientras terminaba de ordenar un poco nuestros enseres, y desenchufaba los móviles de los cargadores.
        Finalmente, salimos a la calle, y allí nos despedimos hasta el mediodía.
        –¿Sabrás ir hasta Termini? –preguntó ella con sorna. La estación estaba a escasos metros y en línea recta.
        –¿Seguro que no te va mejor ir en metro? –Sara había decidido ir andando.
        –Anda, vete tranquilo. Prefiero dar un paseo. Necesito que me dé el aire y, sobre todo, descansar de ti.
        –¡Eres un ser malvado! –exclamé enfatizando mis palabras.
        Sara se cogió de mi cintura, con la mano que tenía libre, y me besó.
        –Será mejor que te vayas. El recepcionista te empieza a mirar mal. Creo que pensaba que éramos padre e hija –Sara rio–. Y ahora tiene cara de creer que eres un asaltacunas adinero dando cancha a su mantenida.
        –¡Envídiame, Fabriccio! –exclamé sin saber el nombre del empleado del hotel que, por supuesto, se dedicaba a sus tareas, no a fisgar. Ambos reímos.
        –Me voy. Venga, nos vemos al mediodía. Ciao, amor –Sara me pellizcó en la mejilla, se dio media vuelta y comenzó a andar. Me quedé unos instantes mirándola. Aquello de amor me había sonado especialmente bien. Caí en la cuenta de las pocas veces que nos habíamos dicho que nos queríamos, aunque la verdad, entre nosotros no hacía falta, la rotundidad de nuestras miradas lo decían todo. Al final de la calle ella se giró, yo seguía allí, pasmado, observando sus andares, ligeros y elegantes, con sus zapatos de tacón y aquel uniforme ajustado que me recordaba al de una azafata, formado por una chaqueta azul y su correspondiente falda, y una blusa blanca con un pañuelo al cuello.
        –¡Vamos! –Ella me apremió a que echara andar. Luego doblo la esquina y desapareció, no sin antes asomar una última vez, juguetona, y mandarme un beso con la mano, al que correspondí con otro y un saludo. 
        Pensativo, me dirigí a Termini. Enseguida me dije que era momento de aprovechar el tiempo, a pesar de ese vacío que sentía cada vez que se alejaba de mí en Roma. Siguiendo sus instrucciones cogí el metro hasta la estación de Barberini. Allí, paseé ante la Fontana del Tritone, y me dirigí hacia la Via in Arcione, cerca de donde habíamos cenado la noche anterior y, de allí, en línea recta, a la Fontana di Trevi.
        La fuente lucía de otra manera, Sara tenía razón. Ya la había visto por la mañana, al mediodía, y por la noche, y, desde luego, el dios Océano, surfeaba el Aqua Virgo y salía de la fachada del Palacio Conti di Poli, acompañado de hipocampos y tritones de forma diferente. No había casi gente, lo que hacía posible una mejor contemplación del monumento. Paseé la plaza de lado a lado apreciando los detalles de las esculturas, hasta que me distraje brevemente al observar a la estatua de la abundancia con su pecho al descubierto. Era inevitable que me acordara de Sara, y la envié un audio de whatsapp.
        –Quiá. ¿Me se oye? –comencé jocoso como un cateto–. ¿Has llegado ya, bombón? Ya te echo de menos. Ha sido ver la estatua de la abundancia, con su pecho al aire, y acordarme de… ya me entiendes. Sigo tus sabias instrucciones. Besote.
        Sara me contestó con premura, eran casi las nueve e imaginé que, si eran puntuales, la primera de las ponencias estaría a punto de comenzar. Primero recibí repetidas veces el emoticono de un mono tapándose los ojos con las manos, y luego un whatsapp de texto.
        –Disfruta del día en tu campo, Marte mío jejejeje.
        Y luego me mandó dos emoticonos, uno con un corazón y otro con un beso.
        Pasé unos minutos más frente a la Fontana intentando apreciar detalles que se me hubieran pasado. Intenté imaginar lo sosa e insignificante que sería esa plaza sin la fuente. Finalmente puse uno de los audios que Sara me había grabado.
Templo de Adriano. Roma
        –Si estás mirando a la Fontana, dirígete por la calle de la izquierda, es la Via delle Muratte. Cruzarás luego la Vía del Corso y, recto, sigue la Via di Pietra hasta la plaza del mismo nombre. A la izquierda te encontrarás los restos del Templo de Adriano que fue construido en su honor por su sucesor, Antonino Pío. Se conservan esas once columnas corintias; asómate a la valla, verás el podio de cuatro metros de altura sobre el que se apoyan.
        Me acerqué y comprobé lo que me comentaba Sara. El nivel del piso estaba muy por debajo del actual.
        –Y ahora. Vamos hacia el Panteón –Sara rio, divertida–, bueno…vete al Panteón. Sigue de frente en la misma dirección que venías, y coge la Via dei Pastini. Síguela, te lleva hasta la misma Piazza della Rotonda que es donde está el Panteón. Eso sí, si quieres, puedes tomar un buen ristretto poco antes de llegar, en la Tazza d’oro, yo siempre lo hago. Además, puedes ir al baño. Ya sabes que a tu edad… la próstata… –Sara volvió a reír–.
        –Qué mala leche tienes, puñetera –me dije mientras pausaba el audio y seguía el camino que me indicaba. Minutos después estaba tomándome en café en aquel lugar, que parecía de culto, y aliviando la vejiga, haciendo caso a su buen criterio. Luego me asomé a la Piazza de la Rotonda, y seguí escuchando junto a la fuente, lugar privilegiado y con muy poco público, como me había sugerido ella.
        –Primero te voy a hacer una pequeña introducción. Estás en una de las zonas más importantes de la antigua Roma, llamada Campo de Marte. Ya has visto el Templo de Adriano, muy cerca podrás contemplar la columna de Marco Aurelio, y estás ante el flamante Panteón. Si recuerdas, en cinco minutos estarías en San Luis de los franceses y Piazza Navona, trayecto que hicimos el día que llegamos. Esta zona fue muy importante en época romana, se decía que era el lugar donde Marte había arrebatado al cielo a su hijo, Rómulo, creador de la ciudad. En el s. XVI se convirtió en el centro jesuítico por excelencia. San Ignacio de Loyola fundo el Colegio romano, junto a la Iglesia de Il Gesú y, posteriormente, se construyó la Iglesia de San Ignacio que tiene unos magníficos frescos ilusionistas en trampantojo de Andrea Pozzo con la temática del papel de San Ignacio en la expansión del nombre de Dios por el mundo. Además, muy cerca está el famoso Palazzo Doria-Panfili, sede de una de las colecciones de pintura y escultura más importantes de Roma, con obras de autores de primera clase como Velazquez, Rafael, Tiziano…etc. Junto a la columna de Marco Aurelio, se edificó en el S. XVII el Palazzo di Monte Citorio, sede del actual parlamento italiano, en el que trabajaron Bernini y Carlo Fontana. Además, esta zona alberga muchos templos más que, como ya te he contado, serían, si no catedrales, casi, en otros lugares, y aquí pasan desapercibidos de alguna manera. Un ejemplo es el poco interés que despierta la Iglesia, ahora ortodoxa, de San Vicente y Anastasio en la misma plaza de la Fontana di Trevi, eclipsada por la fuente. Un poco más adelante del Panteón te encontrarás con Santa María Sopra Minerva que ya viste el otro día, único templo gótico de Roma con una riquísima colección de arte.
        Escuchando a Sara me di cuenta que una cosa era pasear Roma y otra conocerla. Empezaba a tener una idea de la inmensidad de los tesoros que albergaba la ciudad. Aquello que me había contado de que había 900 iglesias, que me había parecido una exageración, comenzó a tomar cuerpo en mi mente. Entonces, decidí aprovechar el tiempo al máximo. Esta vez me dejé abstraer contemplando mi entorno, arrobado por su dulce y atrayente dicción:
Panteón de Agripa. Roma
–Ante ti está, probablemente, el edificio romano mejor conservado y más visitado. Impresiona su magnífico y monumental exterior con esas inmensas columnas monolíticas de granito egipcio, todas menos las tres de la izquierda que, perdidas con el tiempo, fueron sustituidas por los papas Alejando VII y Urbano VIII en el s. XVII, fíjate que los capiteles son diferentes, más modernos, y su enorme frontón, bajo el que puedes ver, en el friso, la inscripción M AGRIPPA L F COS TERTIUM FECIT. (Marco Agrippa Lucii Filius consul tertium fecit), en román paladino, “Marco Agripa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez, lo hizo”

2 comentarios:

  1. Maravilloso relato.!!! Cada vez me gusta más .Encantador capítulo de paseos co Sara .!!!!🤗🤗🤗

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  2. Gracias, seguiré tirando del hilo, siempre que quede algo en la madeja. Saludos

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