domingo, 31 de marzo de 2019

PASEOS CON SARA. Y VENUS Y MARTE VISITARON SAN CARLINO.


       
San Carlo a la Quattre Fontane. San Carlino.

        Hace un par de semanas dejé la narración de mis peripecias con Sara en Roma en un momento íntimo. No quiero daros detalles porque no sería propio de un caballero; creo que podréis comprenderlo. Lo cierto es que después de aquella placentera batalla campal en la que fui derrotado, pero con honor, fue inevitable echar una cabezada, aunque me fuera difícil en un primer momento, dado que mi victoriosa Venus yacía bella y desnuda bajo las sábanas, recostada sobre mi pecho de fornido Marte, también sin ropa, como podréis aventurar. Lo curioso del tema es que, en aquella envidiable circunstancia, me dio por pensar en la contradicción que suponía que la Diosa del Amor, Venus, hubiera vencido al todopoderoso Dios de la guerra, Marte. Quizá fuera cuestión de edad, de preparación, de decisión, o quizá que el terreno elegido para el enfrentamiento no había sido el adecuado para una deidad tan batalladora. Atrapado en aquella pequeña insania de extraños pensamientos, finalmente me quedé dormido.
        Sara enseguida se despertó, y yo con ella. En un principio, le hice una serie de carantoñas que casi acaban en una nueva batalla campal, esta vez en la ducha. Menos mal que el criterio de mi Diosa particular del amor se impuso y acabamos aseándonos por riguroso turno, mi Venus primero, por eso de que su Marte estaba imbuido del espíritu caballeresco. Cuando yo salí de la ducha, ella ya estaba preparada para iniciar una nueva tarde turística, y daba cuenta con apetito, del olvidado y frío bocadillo de Salchiccia del Mr Panino. Hice lo mismo en cuanto me vestí y, ambos, manteniendo la cordura, dejamos las Peroni a buen recaudo en el Minibar. En un santiamén, ya estábamos tomando un ristreto en nuestro lugar habitual, la cafetería Trombetta, de nuevo sorprendidos por las desabridas evoluciones de aquel camarero peculiar.
        Pero no nos podíamos entretener, eso es lo que decía mi preciosa guía. Íbamos a ver un par de monumentos que cerraban a media tarde. Así que nos pusimos en camino enseguida, cruzamos la Piazza del Cinquecento, dejamos a un lado el Palacio Máximo Alle Terme, una de las sedes del Museo Nacional Romano, donde Sara prometió llevarme otro día, y nos adentramos en la Via Viminale para desembocar en la Plaza del mismo nombre. Allí tomamos la Vía Agostino Depetris en dirección al lugar que Sara había decidido para esa tarde; en un principio, el cruce de las cuatro fuentes, así lo denominó ella.
        –Pues hemos llegado, mi querido Marte derrotado –Sara ironizó, aunque yo la había dado pie a ello, durante el trayecto había bromeado con aquellos pensamientos que me habían surgido sobre la supuesta batalla mitológica disputada en la intimidad de la habitación del Venetia Palace.
        –Pues comienza el trabajo de la victoriosa Venus, me temo –contesté con donaire.
        –Verás. Este es el famoso cruce de las cuatro fuentes, resultante de la intersección del Vial della Quattre Fontane y el Vial del Quirinale que se prolonga en la Via Venti Settembre.
        –Y por lo que veo y, dada mi enorme intuición, el nombre se debe a las cuatro fuentes que ocupan los cuatro chaflanes de los edificios situados en el cruce –apunté con salero.

Las cuatro fuentes. Tiber y Arno


Las cuatro Fuentes. Juno y Diana
        –Exacto, veo que la batalla no ha afectado a la perspicacia de mi querido Marte –Sara me pellizcó cariñosamente en la cadera y rio. Luego se agarró a mi brazo y me llevó al otro lado de la calle, donde ella quería comenzar su explicación–. Las cuatro fuentes representan a dos hombres con barba que son la personificación de dos ríos, el Tiber y el Arno, identificados con Roma y Florencia, y dos Diosas, Diana y Juno, que simbolizan la lealtad y la fortaleza, respectivamente. Estamos junto a la fuente de Juno, Diana está a nuestra izquierda, en diagonal, el Arno y, enfrente, el barbudo Tíber acompañado por Luperca, la loba que amamantó a Rómulo y Remo, según la leyenda de los orígenes de Roma. Son fuentes renacentistas encargadas por Sixto V.
        –Vaya tipo, no paraba. Se va a quedar con eso del hiperactivo Sixto V. Aunque por lo que me dijiste, algo insoportable.
–Puede que tres de las fuentes fueran proyectadas por el sufrido Doménico Fontana, su arquitecto de cabecera. Son Juno, Tíber y Arno. Diana puede que sea diseño de Pietro da Cortona. Pero yo te he traído a esta zona por otra cosa. Mira…estamos en la vía del Quirinale. En su día, el palacio que está al final de la calle fue propiedad del Papa; ahora es la sede del Presidente de la República italiana. Vamos a fijarnos, desde aquí, en las estudiadas vistas de los cuatro lados desde el cruce. Enfrente, al fondo, está el obelisco de Santa Maria la Mayor; detrás nuestro, el de Trinitá dei Monti, en la parte de arriba de la escalinata de la Piazza Di Spagna, donde pretendo llevarte a pasear al final de la tarde. A nuestra derecha está el obelisco del Quirinale y, a la izquierda, la Porta Pía que te enseñé esta mañana diseñada por Miguel Ángel.
        –Pues sí que es un cruce interesante –afirmé.
        –Sobre todo porque, además, aquí está situada una de las iglesias más bellas de Roma. Verás… en esta calle se escenifica el enfrentamiento personal y artístico más importante del barroco italiano; Borrromini, frente a Bernini.
        –No me hables de enfrentamientos que aún tengo en mente el humillante armisticio de hace un par de horas –bromeé pomposo.
        –Pues ya puedes ir preparándote para el siguiente. La paz y las treguas no son eternas y no me gusta abusar, prefiero enemigos bien pertrechados, nada de deidades débiles o viejunas –Sara rio y volvió a su relato­–. Venga, en serio. Francesco Borromini fue un personaje atormentado, y este fue el primer encargo que recibió y en el que pudo desarrollar todo su genio; antes había trabajado para otros artistas como su pariente Carlo Maderno, o su archienemigo Bernini. En este solar estaban instalados, desde principios del S. XVII, los Trinitarios. Estos austeros monjes españoles dieron su confianza a Borromini, quizá ayudados por su escasez de fondos –Sara puso una expresión de resignación al pronunciar estas palabras–, y le encargaron la edificación de un complejo monacal o conventual, como quieras llamarlo, con la Iglesia, y todo lo que rodea a un monasterio, el claustro, biblioteca, refectorio, celdas, incluso una cripta, en un solar muy pequeño. Así que Borromini su puso manos a la obra en 1634, y diseñó esta maravilla caracterizada por la escasez de espacio y el bajo presupuesto, que obligó a que la decoración fuera a base de ladrillo enlucido y estucos. Borromini no cobró por su trabajo, es más, buscó benefactores que lo financiaran para ayudar a los Trinitarios. A cambio, pudo dar rienda suelta en este proyecto a su enorme talento artístico sin ninguna cortapisa. En cuanto a la fachada, no hay más que observarla. Es todo movimiento, se presenta dividida en dos partes en la línea horizontal y tres en la vertical, y Borromini tuvo que integrar, en su diseño, la existente fuente del Tíber. El gran entablamento con la balaustrada divide la fachada en dos en el plano horizontal, ambas partes adornadas por columnas corintias que dividen a su vez, en tres espacios, el plano vertical. Las hornacinas que se integran en estos espacios también están flanqueadas por columnas corintias. En la Parte de abajo, sobre la puerta, entre querubines, está San Carlos Borromeo, titular del templo, flanqueado por San Juan de Mata y San Felix de Valois, fundadores de la Orden Trinitaria que, en un principio, allá por el S. XIII, se dedicaba al rescate de cautivos cristianos en tierras musulmanas. Arriba, en ese enorme óvalo sostenido por Ángeles, hubo en su día un fresco sobre la Trinidad. A ambos lados de él está representado el emblema trinitario; la cruz griega con el aspa vertical en azul, y la horizontal en rojo. Verás que este símbolo es el que predomina en toda la decoración del complejo.
–Lo del color hay que imaginárselo. Y…un lavado de cara le haría falta a la “casa”, ¿no crees? –inquirí ironizando, observando la suciedad que oscurecía, de forma ostensible, algunos tramos de la fachada, impidiendo admirar todos sus detalles.
–Su situación no ayuda a que se mantenga inmaculada precisamente. Hay mucho tráfico y las calles no son muy anchas. Sí, la piedra está sucia, ganaría mucho con una exhaustiva limpieza. La portada, aunque fue proyectada por Borromini, fue terminada por su sobrino, Bernardo Castelli, que aportó algunos cambios e hizo el Campanile del lateral.
        –Aun así, me parece una obra de arte espectacular. Esa sucesión de líneas convexas y cóncavas le otorgan el movimiento y la teatralidad propia del barroco. Me llama también la atención, la solidez y el equilibrio que le aportan las columnas corintias, el entablamento y la balaustrada… Me encanta –apunté con cierta erudición.
        –Buena interpretación. Pienso lo mismo, pero he de confesar que yo no soy imparcial analizando a Borromini. Tengo una debilidad especial por su obra y por esta iglesia en particular. Cuando veamos a fondo la Piazza Navona, te enseñaré Santa Agnese en Agone, otra obra genial del mismo autor.
        –Recuerdo que el día que estuvimos en San Luis de los Franceses me dijiste que lo dejábamos pendiente; cuando íbamos a comer el helado en las callejuelas tras esa iglesia.
        –Buena memoria. Veo que, a tu edad, el Alzeimer no ha hecho de las suyas todavía –Sara bromeó de nuevo, me cogió de la mano y, juntos, accedimos al interior.
Interior de San Carlino.
        Al entrar en aquel espacio, me sentí aún más impresionado, sabiendo que los materiales eran modestos. El blanco de las paredes y la decoración de estucos se veían acentuados por la luz primaveral que entraba desde lo alto. Las enormes columnas corintias invitaban a mirar hacia arriba, donde la sucesión de líneas curvas, de lunetos y pechinas orientaban la contemplación hacia la pequeña y espléndida cúpula ovalada.
        –Simplemente, es un edificio único. En general es de esos lugares donde la decoración o las capillas me dicen poco en comparación con la arquitectura. En el altar mayor se representa a los mismos Santos Trinitarios de la fachada y, en los laterales, a otros Santos de la misma orden. Lo importante es que el templo es tan diferente que me emociono cada vez que entro aquí. Hay tal cúmulo de soluciones arquitectónicas originales que no me canso de buscar alguna que se me haya escapado, siempre veo detalles nuevos en los que no me había fijado antes. El templo se sustenta en cuatro grupos de columnas corintias en cada lado, y los intercolumnios se adornan con la cruz trinitaria y hornacinas, algunas rematadas con arcos trilobulados. Luego, las lunetas y pechinas con los casetones con florones nos llevan irremediablemente a la soberbia y, única en su género, cúpula oval, en la que se mezclan hexágonos, octógonos y la cruz trinitaria; fíjate que, a medida que se acercan al centro, estos ornamentos van disminuyendo de tamaño lo que produce la ilusión de mayor profundidad, de mayor altura. La luz entra por unos tragaluces situados en el tambor de la cúpula acentuando la sensación de lejanía. Es algo asombroso.
Espectacular bóveda de San Carlino
        ­A medida que Sara me iba explicando la soberbia arquitectura de la iglesia, iba comprendiendo el genio del artista. Nunca había visto algo igual. Era de una originalidad y genialidad que no tenía parangón.
        –Me parece que me voy a hacer fans de Borromini también. Esta iglesia me parece coqueta, distinta, llena de dinamismo. Parece que se mueve horizontal y verticalmente, y para rematarla ideó todos elementos constructivos que desembocan en esa cúpula que no me canso de observar.
        –Pues vamos a claustro. Ya verás que monada de lugar. Y mira algo hacia abajo no te partas la crisma. Quiero e mi guerrero en plena forma para sucesivos enfrentamientos –Sara me guiñó con ese gesto de picardía y cariño con el que ella me mostraba sus sentimientos. O quizá era yo el que interpretaba así sus miradas y ademanes, totalmente cautivado por su sabiduría y buen hacer en cuanto a guía y, como no, recordando de nuevo, con ardor, nuestro encuentro del mediodía.
        Seguí a Sara sin dejar de mirar a mi alrededor, y sobre todo hacia arriba. De hecho, me tropecé con un banco por ello con el consiguiente estruendo propio de un lugar casi vacío a aquellas horas, acompañado de la mirada reprobadora de mi cicerone en la que se leía un claro: “Pero pedazo de acémila, que te acabo de avisar”. Luego, nos acercamos al claustro.
Claustro de San Carlino.
        –No tienes más que asomarte. Es una construcción singular para un espacio diminuto. Lo diseñó de planta rectangular y de dos pisos separados por una bella balaustra. Borromini dotó al sitio de una amplitud que no tiene, a base de separar las columnas irregularmente, y de utilizar las líneas curvas, cóncavas y convexas, mezclándolas con trazados rectilíneos con gran dosis de imaginación e innovación.
Cripta de San Carlino.
        Acabamos nuestra visita a San Carlino, así llamaban cariñosamente a ese pequeño recinto, bajando a la Cripta, que reproducía en menor tamaño la planta de la Iglesia. Sara me comentó que Borromini tenía un nicho allí para ser enterrado, pero que, finalmente, decidió que lo sepultaran en la Iglesia de San Juan de los Florentinos, cerca de la que vivía. Salimos de la cripta y volvimos a pasar por el coqueto e interesante claustro, y por la llamatiba iglesia. Allí permanecimos un buen rato hablando sobre las soluciones arquitectónicas que Borromini había ido ideado para edificar aquel señero y asombroso templo. Luego, salimos para admirar de nuevo la fachada.
        –Bueno…Vamos que nos cierran –me apremió Sara–.
        –¿Destino? –inquirí.
        –Via del Quirinale, hacia el obelisco. Antes de llegar, en la acera de la izquierda pasaremos por el Jardín de Santa Andrea al Quirinale con el monumento conmemorativo del bicentenario de la creación de los Carabinieri y, junto a él, entraremos en la Iglesia de Sant’Andrea al Quirinale, obra maestra de Ioannes Laurentius Bernini –concretó mi consejera artística privada y docta en la materia.
        –Para los amigos, Juan Lorenzo Bernini, el enemigo del genio que hemos dejado atrás. La batalla está servida –comenté haciendo referencia a la comparación de estilos y calidades que a buen seguro me iba a plantear Sara. Y, pensando en batallas otra vez, me sorprendí divertido rememorando aquel extraordinario mediodía, convencido de que no tenía ninguna posibilidad de vencer a mi bella Diosa en sucesivos enfrentamientos. Mi Venus particular había mostrado suficientes virtudes en aquellas lides como para perder toda esperanza en la victoria.
        –Llevas un rato callado, ¿te he aburrido? –añadió Sara mientras nos acercábamos a la obra maestra de Bernini, soltaba mi mano y se detenía ante mí.
        –Me resulta imposible aburrirme contigo. Me ha encantado San Carlino y las explicaciones. Estaba pensando en la originalidad de Borromini. Ya puede ser bonita la iglesia de Bernini para superarlo     –mentí como un bellaco.
        –Ya. Y yo me lo tengo que creer –contestó Sara insinuante mientras se ponía de puntillas, me rodeaba con sus brazos y me besaba.
        –No ha colado, ¿verdad? Sí…, reconozco que mi “inconsciente” –bromeé confundiendo deliberadamente el vocablo inconsciente con subconsciente–, vuela hacia la habitación del hotel cada poco. Puede que siga en una especie de estado cataléptico. –Sara rio.
        –Es que… ¿no fue la derrota lo suficientemente contundente?    –Sara volvió a flirtear conmigo, a insinuarse con esa mirada pícara de niña necesitada de amparo que sabía dedicarme y, a besarme.
        –Hay derrotas… y derrotas. Hay derrotas amargas, derrotas dulces, derrotas humillantes… En fin, que me estoy liando y total, solo para decirte que lo que deseo es que me derrotes a todas horas ­–Sara soltó una carcajada y me volvió a besar.
–Vamos, dulce tontorrón. Habrá tiempo para eso más tarde –concluyó sugerente, cogiéndome firmemente de la mano, llevándome hacia la escalinata de acceso a Sant’Andrea al Quirinale.

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