Sant'Andrea al Quirinale. Obra maestra de Bernini
Salí de San Carlino encantado. Me había gustado el
estilo de Borromini. Tanta sobriedad y solidez, y tanto movimiento, me parecían
imposibles de conjugar. Sara me llevaba, de la mano, por la Via del Quirinale,
con cierta premura; por lo que había dicho, cerraban nuestra siguiente parada, Sant’Andrea al Quirinale, hacia las seis
de la tarde.
–Toda
esta manzana de la derecha contiene el Palazzo
al Quirinale y sus espléndidos jardines –me comentó.
–¿Se
puede visitar?
–Sí, pero
hay que hacer la reserva. No sé si podremos venir. Roma está llena de tesoros y,
en poco más de una semana, es difícil abarcar todo lo que uno quisiera.
Transitando
por la acera de la izquierda pasamos junto a los jardines de Sant’Andrea al Quirinale. Sara me indicó
donde estaba la escultura que conmemoraba el 200 aniversario de la creación del
cuerpo de los Carabinieri allá por 1814. Un poco más adelante se anunciaba una
imponente fachada...
–¡Ostras!
–exclamó de repente.
–A mí me
parece impresionante, pero imagino que a ti no debería sorprenderte tanto
–apunté extrañado.
–Hoy es
lunes –añadió con obviedad.
–Todo el
día, concretamente hasta dentro de un poco más de seis horas –repliqué
divertido–. ¿Qué pasa? ¡Ah! Creo que ya entiendo… La puerta está cerrada.
–Esto sí
que ha sido un fallo –precisó compungida.
–Voy a
apuntarlo. Lunes, día 18 de marzo de 2019. Sara comete un error –Reí. Ella me
miraba, pero no me escuchaba. De repente sacó su teléfono, e hizo una llamada.
–Berni,
soy Sara. Estoy frente a Sant’Andrea. No he caído en que era lunes, y vengo
acompañada. Sí… con el famoso Luis… –asintió con resignada musicalidad en su
tono de voz–. ¿No estarás en el
noviciado por casualidad? Vale. Si pudieras… ¿Seguro que no es mucha molestia?
Te lo agradecería un montón. Ya sabes cómo es Roma, mucho que ver y poco
tiempo. Te debo una, aquí o en Toledo, dónde quieras. Gracias, eres un encanto.
Diez minutos entonces, así, le voy explicando la fachada. Mil gracias. Ciao Ciao.
–¿Berni?
¿He de preocuparme? Me parece que Berni sabe quién es Luis, y Luis desconoce quién
es Berni –afirmé con salero, y un poco de retintín.
–Pero que
bobo. Berni es el Padre Bernardo Escalante, un sacerdote jesuita toledano,
compañero de facultad y de algo más… –Sara se mostró enigmática.
–Para
hacer la gracia completa dime de qué más.
–¿Celoso?
–Tratándose
de un sacerdote, espero que cumpla con sus votos, principalmente con el de
castidad. –Sonreí.
–No creo
que hayas conocido muchos sacerdotes como él…pero ahora vamos a ver la fachada.
Resignado
a que Sara no me contara nada más, la conocía lo suficiente como para saberlo,
me centré en sus explicaciones.
Portada de Sant'Andrea al Quirinale
–Estamos
ante Sant’Andrea al Quirinale. Comenzó a edificarse en 1658. Las obras duraron
tres años, al menos en su estructura; la decoración fue más lenta, se alargó
durante algo más de veinte años. Aquí trabajaron los mejores artistas, y se
utilizaron materiales de primera calidad traídos de las canteras más prestigiosas
del país, como la de Carrara. En su mayor parte es obra de Bernini.
–Ya, el
amigo de Borromini –ironicé.
–Exacto.
El cardenal Camilo Panfili, sobrino del Papa Inocencio X mandó construirla junto
el noviciado de los jesuitas en Roma.
–Y debe
de seguir siendo el noviciado, lo digo porque aquí está Berni, el jesuita
toledano –interrumpí a Sara con cierta incomodidad, tenía ganas de saber algo
más sobre aquella persona que sabía quién era yo, pero yo nada sobre él.
–¡No seas
crío!
–Siiii,
mamá…. –bromeé cogiéndole la mano.
–La
portada es una mezcla de elementos clásicos y barrocos. Cómo ves, es
monumental, gigante, adintelada con frontón flanqueado por grandes pilastras
con capiteles corintios. Esta gran portada enmarca, a modo de arco de triunfo,
otra más pequeña adintelada, con frontón y pilastras, sobre la que se abre el
vano por donde entra la luz, que ocupa el medio punto del arco del triunfo. El
movimiento se lo proporciona, por un lado, el pórtico semicircular adelantado sobre
columnas jónicas que sostiene ese enorme escudo de la familia Panfili, con las
llaves del vaticano, una paloma, flores de lis con guirnaldas, una concha y una
corona, y por otro, el contraste entre la convexidad del pórtico adelantado,
acentuada por esta preciosa escalinata, y las concavidades de las dos alas de
los lados que le devuelven el equilibrio. Esas llamativas volutas de ladrillo
de arriba sirven para descargar los empujes de la cúpula.
–Interesante…
Y se supone que esa es la puerta que nos abrirá Berní, el toledano, cual San
Pedro con sus llaves –interrumpí con mordacidad.
–Cómo
sigas diciendo tonterías te arreo un sopapo. Desagradecido, encima que nos va a
dejar entrar… –Sara se puso seria.
–El
delito de amenazas está contemplado en el código penal y el de malos tratos
también –continué con sorna.
Y no fue
un mojicón lo que recibí, algo que me merecía por cretino, pero si un puñetazo
en el hombro, mitad cariñoso, mitad con mala leche. Lo cierto es que fue contundente.
–Vale.
Después de esta agresión me portaré bien el resto de la tarde, me has
convencido. Aunque, llegada la noche, a lo mejor me acerco a una comisaria de
los Carabinieri. Ya veo los titulares de la prensa rosa, “historiadora de
prestigio agrede a su pareja tras la incomodidad de esta última, por no saber
nada de Bernardo Escalante, el jesuita toledano”…
–Serás
tonto… ¿Quieres que siga, o no?
–¿Pegándome?
Claro que no, ¡menudo mamporro me has sacudido!
–Las
explicaciones, borrico.
–Creo que
necesito una motivación extra. De repente me siento falto de cariño –dije
tomándola por la cintura y besándola–. Esto me revitaliza, bella dama, quería
aprovechar ahora porque luego, delante del cura… –Esta vez fue ella la que me
interrumpió con un beso apasionado. Y en eso estábamos, cuando el sacerdote asomó,
antes de los diez minutos acordados, por la puerta principal.
–¿No sois
mayorcitos para esto? –preguntó con una sonrisa sincera en la boca.
–¡Berni!
¡Qué alegría! –Sara cambió mis brazos por los del cura tras subir la escalinata
de la iglesia ipso facto.
–Y tú debes
de ser el famoso Luis, cuyo nombre circula con insana envidia por los
mentideros del gremio de historiadores por haberse llevado el premio gordo sin
pertenecer plenamente al mismo; la flamante medievalista, la más brillante y
atractiva que haya salido de la universidad toledana…
–¡Venga
ya, Berni! ¡No exageres! ¡Vaya dos boberas que se han juntado! –le interrumpió
Sara.
Sorprendido
y halagado a la vez, estreché la mano del sacerdote, una vez que subí la
escalinata. En ese momento me di cuenta de las verdaderas dimensiones del clérigo.
Era un auténtico armario empotrado. Si me lo hubiera encontrado a la puerta de
una discoteca no hubiera desentonado. Debía de medir casi un metro noventa, y
tenía unos hombros que parecía un ropero abierto. Sobre las manos… qué decir…
parecían un catálogo de nabos; eran fuertes, enormes, y de grandes dedos. Pensé
divertido en aquella palabra que significaba dos cosas muy diferentes, sagrada
forma en la liturgia cristiana, y guantazo, y que era mejor que aquel hombre se
hubiera metido cura para administrarlas en la Eucaristía, y no dedicarse a repartirlas
a diestro y siniestro a la puerta de un local nocturno. Luego elucubré sobre el
calibre de un soplamocos dado con una de esas manos, y tragué saliva. Sería
mejor no andarse con bromas con el jesuita toledano, por si las moscas.
–Berni y
yo entrenamos durante años en el mismo gimnasio en Toledo –Sara me desveló el
misterio.
–Y ahora
me dedico a abrir iglesias a los amigos, como ves –bromeó–. Vamos a hacer una cosa. Cómo es
evidente que Luis no necesitas otro guía, ya que tiene a una de las mejores, además
de ser la más guapa –el sacerdote me miró fijamente y luego guiñó a Sara–, os
dejaré entrar y visitar por vuestra cuenta el templo. Ya he avisado al
sacristán. Cuando acabéis, me llamas otra vez –el sacerdote se dirigió a Sara–,
y bajo a despediros. Ando liado con un seminario que empieza la semana que
viene.
–Perfecto,
tu tranquilo. No sabes lo que te agradezco el favor.
–Nada
mujer. Nunca llegaré a saldar aquella deuda…
–¿Deuda?
–pregunté intrigado.
–Sí, su
cruz fue “Metodología, historiografía y teoría de la historia medieval”.
Requirió de cierto apoyo…
–De apoyo
nada –replicó el jesuita–, dispuse de sus magníficos apuntes, y de alguna que
otra clase particular. Aprobé en septiembre y pude acabar así la carrera,
gracias a ella.
–Hubieras
aprobado igual.
–De eso
no estoy yo tan seguro. Pero entremos, cuanto más avance la tarde, menos luz habrá
y no se disfruta lo mismo de la iglesia.
Adentrarse
en un lugar tan especial conlleva la consiguiente sorpresa. Sin público, en
absoluto silencio, pude recrearme durante unos instantes en la contemplación de
aquella magnífica construcción, y en su maravillosa decoración. Mientras, dejé
que Berni y Sara charlaran unos instantes, al fin y al cabo, era el reencuentro
de viejos amigos, y yo no era más que un recién llegado. Aunque las palabras de
Berni hablando de mi como el gran triunfador, el Cid Campeador que había
conquistado la plaza más inaccesible, el corazón de Sara, resonaron con fuerza.
Siendo sincero, me sentía un privilegiado, ni en sueños hubiera imaginado que
una mujer como ella, madura, inteligente, interesante en todas y cada una de
sus facetas, hermosa a rabiar y quince años menor que yo, fuera a fijarse en
mí. Luego pensé que la vida daba muchas vueltas, y que lo mejor era aprovechar
el momento presente.
–Carpe diem quam mínimum credula postero
memento mori, “aprovecha cada día, no te fíes del mañana, recuerda que
morirás, decía el amigo Horacio –pensé con erudición sorprendiéndome con el
recuerdo de aquella frase en latín.
–¡Luis! Encantado.
Luego os veo. Disfruta del templo y de la mejor compañía que se puede encontrar
hoy día en la capital del Imperio. –Berni, que se mostraba como un tipo muy
salado, interrumpió mis pensamientos, me guiñó, y me dejó sólo con Sara
–Ea. Ya
conoces a Berni. A que no era para tanto.
–Según se
mire. Es, y está grande el tío. ¡Menudo mazas! –exclamé.
–Ya era
Jesuita cuando nos conocimos el primer año de facultad. Él era el mayor del
grupo, como podrás imaginar. Tendrías que haber visto nuestra cara cuando dijo
que era sacerdote. De eso nos enteramos a mitad de curso, y ya compartíamos
incluso gimnasio. Durante aquellos cinco años no le faltaron ofertas para
romper su celibato, te lo aseguro, dos amigas mías estaban coladas por él.
–Si tus
amigas eran tan atractivas como tú, lo pasaría mal el hombre.
–Eres un
zalamero y un encanto –Sara me cogió del brazo y me besó en la mejilla–. Ahora,
¿vemos la iglesia?
–Si no
queda otro remedio –bromeé. Sara me sonrió y comenzó su explicación.
Interior de Sant'Andrea al Quirinale.
–Bernini
diseñó una iglesia de planta oval, pero no orientó el altar en el eje largo, si
no en el corto, esa es su originalidad. Aquí, todo gira en torno al martirio y
la gloria de San Andrés, que la tradición dice que fue el hermano de San Pedro,
y que murió martirizado en una cruz en forma de aspa. Al entrar, la mirada nos
lleva al altar sobre el que se sitúa el cuadro del martirio del santo, obra de
Guillaume Courtois, iluminado por un óculo. El altar está flanqueado por dobles
columnas corintias que sostienen un frontón partido, sobre el que se alza la
estatua del titular de la iglesia, San Andrés, ascendiendo a la gloria. ¿Me
sigues?
Asentí ante las certeras
explicaciones de Sara. Ella continuó.
Cúpula de Sant'Andrea al Quirinale
–Nuestra mirada sigue su
camino hacia arriba, hacia esa cúpula espectacular de casetones, que van
reduciéndose de tamaño de fuera hacia adentro para dar mayor sensación de profundidad,
algo a lo que también contribuye las dobles nervaduras que nos orientan hacia
la contemplación de esa linterna con la representación de dos ángeles y el
espíritu santo. La ligereza de la cúpula contrasta con la solidez del entablamento,
y las columnas y pilastras de los laterales. Bernini era un maestro integrando
arquitectura, escultura, pintura y decoración, para que percibamos una mayor amplitud
del espacio; la iglesia parece mucho más grande de lo que es. Las capillas laterales,
por ejemplo, no terminan de romper la visión ovalada del recinto porque lo
compensa la contundencia de esa cornisa tan saliente.
–Tienes razón, a pesar de
romper esa línea oval no se pierde es perspectiva en cuanto la forma.
–Volviendo a las capillas,
recuerdan mucho a las del Panteón de Adriano, monumento que en aquellos momentos
Bernini restauraba. Sus entradas alternan dinteles con arcos de medio punto,
las adinteladas se rematan con techos planos, y las otras con pequeñas cúpulas
ovales, siempre jugando con las luces que entran a través de los vanos. Como
ves, mármoles, estucos y doraduras decoran la iglesia con suntuosidad. El suelo
imita en planta la bóveda del techo, incluso las nervaduras dobles, y está
hecho con mármoles de diferentes colores.
Sara detuvo su explicación
mientras yo admiraba cada detalle de lo que me iba explicando. Entramos en las
capillas para comprobar los efectos de luces y brillos en mármoles, estucos y
doraduras, algo que Sara me dijo que hacía Bernini a menudo. Me contó que el
genial arquitecto y escultor barroco la consideraba su obra más perfecta, y que
solía venir a diferentes horas del día para admirar la variada incidencia de la
luz sobre la rica ornamentación. Accedimos a todas ellas, dedicadas a
diferentes santos jesuitas como San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, o
Stanilav de Kotska alguien que no me sonaba de nada. Sara me habló algo de él.
–San Stanislav de Kotska es
un santo que tiene mucho arraigo en el noviciado. Murió a los 18 años, y
predijo su muerte con quince días de antelación. Cayó enfermo de malaria diez
días antes de su fallecimiento, y rezó a la Virgen, a la que tenía una intensa
y sincera devoción, para que le dejara celebrar su Ascensión aquel mismo año
con ella. Y murió el 15 de agosto de 1568 el día que se celebra esa festividad.
–Vaya…Curioso el asunto.
Menuda puntería la del Santo –apunté.
Finalmente visitamos también
la sacristía, con el permiso del sacristán, obra también de Bernini, con su
bella bóveda decorada con frescos en trampantojo, cómo no, representando la
gloria de san Andrés, y unas estancias que reconstruyen las de San Stanislav de
Kotska con una bella escultura de principios del S. XVIII de Pierre Legros que
representa la agonía del santo.
–Y eso es todo. ¿Qué te ha
parecido el templo?
–Una maravilla. Es
espectacular. Es un contraste total con lo que venimos de ver en San Carlino.
–Son dos barrocos diferentes.
–No sé con cual me quedo.
–No es cuestión de elegir,
son los dos maravillosos. Pero ya te dije, yo no soy imparcial, la arquitectura
de Borromini me parece sublime. Lo cierto es que juntos, en la misma calle, suponen
uno de los mejores ejemplos del barroco en el mundo. Bueno, voy a llamar a
Berni, nos despedimos de él y damos un paseo hasta Piazza di Spagna. Hay unas
vistas preciosas desde Trinitá dei Monti. Al anochecer, nos podemos acercar, si
quieres, a la Fontana di Trevi puede resultar muy romántico, a pesar de la
gente que habrá.
Ilusionado por el menú que
nos esperaba al atardecer esperé a que Sara hiciera su llamada para despedir a
su buen amigo Berni, en la obra maestra de Bernini. El juego de palabras me
sacó una sonrisa. Mientras, me paseé por el templo, pensando en las horas que
pasaría allí el maestro barroco estudiando las luces y sus efectos sobre la
decoración, su incidencia sobre mármoles y doraduras, sobre esculturas y
pinturas. Y me sentí un privilegiado de nuevo, estaba en un sitio único, con la
persona más especial del mundo.
Esperando el próximo capítulo.Me encanta.👍😜
ResponderEliminarGracias desconocido/a.
ResponderEliminar