domingo, 7 de abril de 2019

PASEOS CON SARA. LA PERLA DEL BARROCO.


        
Sant'Andrea al Quirinale. Obra maestra de Bernini
       Salí de San Carlino encantado. Me había gustado el estilo de Borromini. Tanta sobriedad y solidez, y tanto movimiento, me parecían imposibles de conjugar. Sara me llevaba, de la mano, por la Via del Quirinale, con cierta premura; por lo que había dicho, cerraban nuestra siguiente parada, Sant’Andrea al Quirinale, hacia las seis de la tarde.
        –Toda esta manzana de la derecha contiene el Palazzo al Quirinale y sus espléndidos jardines –me comentó.
        –¿Se puede visitar?
        –Sí, pero hay que hacer la reserva. No sé si podremos venir. Roma está llena de tesoros y, en poco más de una semana, es difícil abarcar todo lo que uno quisiera.
        Transitando por la acera de la izquierda pasamos junto a los jardines de Sant’Andrea al Quirinale. Sara me indicó donde estaba la escultura que conmemoraba el 200 aniversario de la creación del cuerpo de los Carabinieri allá por 1814. Un poco más adelante se anunciaba una imponente fachada...
        –¡Ostras! –exclamó de repente.
        –A mí me parece impresionante, pero imagino que a ti no debería sorprenderte tanto –apunté extrañado.
        –Hoy es lunes –añadió con obviedad.
        –Todo el día, concretamente hasta dentro de un poco más de seis horas –repliqué divertido–. ¿Qué pasa? ¡Ah! Creo que ya entiendo… La puerta está cerrada.
        –Esto sí que ha sido un fallo –precisó compungida.
        –Voy a apuntarlo. Lunes, día 18 de marzo de 2019. Sara comete un error –Reí. Ella me miraba, pero no me escuchaba. De repente sacó su teléfono, e hizo una llamada.
        –Berni, soy Sara. Estoy frente a Sant’Andrea. No he caído en que era lunes, y vengo acompañada. Sí… con el famoso Luis… –asintió con resignada musicalidad en su tono de voz–.  ¿No estarás en el noviciado por casualidad? Vale. Si pudieras… ¿Seguro que no es mucha molestia? Te lo agradecería un montón. Ya sabes cómo es Roma, mucho que ver y poco tiempo. Te debo una, aquí o en Toledo, dónde quieras. Gracias, eres un encanto. Diez minutos entonces, así, le voy explicando la fachada. Mil gracias. Ciao Ciao.
        –¿Berni? ¿He de preocuparme? Me parece que Berni sabe quién es Luis, y Luis desconoce quién es Berni –afirmé con salero, y un poco de retintín.
        –Pero que bobo. Berni es el Padre Bernardo Escalante, un sacerdote jesuita toledano, compañero de facultad y de algo más… –Sara se mostró enigmática.
        –Para hacer la gracia completa dime de qué más.
        –¿Celoso?
        –Tratándose de un sacerdote, espero que cumpla con sus votos, principalmente con el de castidad. –Sonreí.
        –No creo que hayas conocido muchos sacerdotes como él…pero ahora vamos a ver la fachada.
        Resignado a que Sara no me contara nada más, la conocía lo suficiente como para saberlo, me centré en sus explicaciones.
Portada de Sant'Andrea al Quirinale
        –Estamos ante Sant’Andrea al Quirinale. Comenzó a edificarse en 1658. Las obras duraron tres años, al menos en su estructura; la decoración fue más lenta, se alargó durante algo más de veinte años. Aquí trabajaron los mejores artistas, y se utilizaron materiales de primera calidad traídos de las canteras más prestigiosas del país, como la de Carrara. En su mayor parte es obra de Bernini.
        –Ya, el amigo de Borromini –ironicé.
        –Exacto. El cardenal Camilo Panfili, sobrino del Papa Inocencio X mandó construirla junto el noviciado de los jesuitas en Roma.
        –Y debe de seguir siendo el noviciado, lo digo porque aquí está Berni, el jesuita toledano –interrumpí a Sara con cierta incomodidad, tenía ganas de saber algo más sobre aquella persona que sabía quién era yo, pero yo nada sobre él.
        –¡No seas crío!
        –Siiii, mamá…. –bromeé cogiéndole la mano.
        –La portada es una mezcla de elementos clásicos y barrocos. Cómo ves, es monumental, gigante, adintelada con frontón flanqueado por grandes pilastras con capiteles corintios. Esta gran portada enmarca, a modo de arco de triunfo, otra más pequeña adintelada, con frontón y pilastras, sobre la que se abre el vano por donde entra la luz, que ocupa el medio punto del arco del triunfo. El movimiento se lo proporciona, por un lado, el pórtico semicircular adelantado sobre columnas jónicas que sostiene ese enorme escudo de la familia Panfili, con las llaves del vaticano, una paloma, flores de lis con guirnaldas, una concha y una corona, y por otro, el contraste entre la convexidad del pórtico adelantado, acentuada por esta preciosa escalinata, y las concavidades de las dos alas de los lados que le devuelven el equilibrio. Esas llamativas volutas de ladrillo de arriba sirven para descargar los empujes de la cúpula.
        –Interesante… Y se supone que esa es la puerta que nos abrirá Berní, el toledano, cual San Pedro con sus llaves –interrumpí con mordacidad.
        –Cómo sigas diciendo tonterías te arreo un sopapo. Desagradecido, encima que nos va a dejar entrar… –Sara se puso seria.
        –El delito de amenazas está contemplado en el código penal y el de malos tratos también –continué con sorna.
        Y no fue un mojicón lo que recibí, algo que me merecía por cretino, pero si un puñetazo en el hombro, mitad cariñoso, mitad con mala leche. Lo cierto es que fue contundente.
        –Vale. Después de esta agresión me portaré bien el resto de la tarde, me has convencido. Aunque, llegada la noche, a lo mejor me acerco a una comisaria de los Carabinieri. Ya veo los titulares de la prensa rosa, “historiadora de prestigio agrede a su pareja tras la incomodidad de esta última, por no saber nada de Bernardo Escalante, el jesuita toledano”…
        –Serás tonto… ¿Quieres que siga, o no?
        –¿Pegándome? Claro que no, ¡menudo mamporro me has sacudido!
        –Las explicaciones, borrico.
        –Creo que necesito una motivación extra. De repente me siento falto de cariño –dije tomándola por la cintura y besándola–. Esto me revitaliza, bella dama, quería aprovechar ahora porque luego, delante del cura… –Esta vez fue ella la que me interrumpió con un beso apasionado. Y en eso estábamos, cuando el sacerdote asomó, antes de los diez minutos acordados, por la puerta principal.
        –¿No sois mayorcitos para esto? –preguntó con una sonrisa sincera en la boca.
        –¡Berni! ¡Qué alegría! –Sara cambió mis brazos por los del cura tras subir la escalinata de la iglesia ipso facto.
        –Y tú debes de ser el famoso Luis, cuyo nombre circula con insana envidia por los mentideros del gremio de historiadores por haberse llevado el premio gordo sin pertenecer plenamente al mismo; la flamante medievalista, la más brillante y atractiva que haya salido de la universidad toledana…
        –¡Venga ya, Berni! ¡No exageres! ¡Vaya dos boberas que se han juntado! –le interrumpió Sara.
        Sorprendido y halagado a la vez, estreché la mano del sacerdote, una vez que subí la escalinata. En ese momento me di cuenta de las verdaderas dimensiones del clérigo. Era un auténtico armario empotrado. Si me lo hubiera encontrado a la puerta de una discoteca no hubiera desentonado. Debía de medir casi un metro noventa, y tenía unos hombros que parecía un ropero abierto. Sobre las manos… qué decir… parecían un catálogo de nabos; eran fuertes, enormes, y de grandes dedos. Pensé divertido en aquella palabra que significaba dos cosas muy diferentes, sagrada forma en la liturgia cristiana, y guantazo, y que era mejor que aquel hombre se hubiera metido cura para administrarlas en la Eucaristía, y no dedicarse a repartirlas a diestro y siniestro a la puerta de un local nocturno. Luego elucubré sobre el calibre de un soplamocos dado con una de esas manos, y tragué saliva. Sería mejor no andarse con bromas con el jesuita toledano, por si las moscas.
        –Berni y yo entrenamos durante años en el mismo gimnasio en Toledo –Sara me desveló el misterio.
        –Y ahora me dedico a abrir iglesias a los amigos, como ves      –bromeó–. Vamos a hacer una cosa. Cómo es evidente que Luis no necesitas otro guía, ya que tiene a una de las mejores, además de ser la más guapa –el sacerdote me miró fijamente y luego guiñó a Sara–, os dejaré entrar y visitar por vuestra cuenta el templo. Ya he avisado al sacristán. Cuando acabéis, me llamas otra vez –el sacerdote se dirigió a Sara–, y bajo a despediros. Ando liado con un seminario que empieza la semana que viene.
        –Perfecto, tu tranquilo. No sabes lo que te agradezco el favor.
        –Nada mujer. Nunca llegaré a saldar aquella deuda…
        –¿Deuda? –pregunté intrigado.
        –Sí, su cruz fue “Metodología, historiografía y teoría de la historia medieval”. Requirió de cierto apoyo…
        –De apoyo nada –replicó el jesuita–, dispuse de sus magníficos apuntes, y de alguna que otra clase particular. Aprobé en septiembre y pude acabar así la carrera, gracias a ella.
        –Hubieras aprobado igual.
        –De eso no estoy yo tan seguro. Pero entremos, cuanto más avance la tarde, menos luz habrá y no se disfruta lo mismo de la iglesia.
        Adentrarse en un lugar tan especial conlleva la consiguiente sorpresa. Sin público, en absoluto silencio, pude recrearme durante unos instantes en la contemplación de aquella magnífica construcción, y en su maravillosa decoración. Mientras, dejé que Berni y Sara charlaran unos instantes, al fin y al cabo, era el reencuentro de viejos amigos, y yo no era más que un recién llegado. Aunque las palabras de Berni hablando de mi como el gran triunfador, el Cid Campeador que había conquistado la plaza más inaccesible, el corazón de Sara, resonaron con fuerza. Siendo sincero, me sentía un privilegiado, ni en sueños hubiera imaginado que una mujer como ella, madura, inteligente, interesante en todas y cada una de sus facetas, hermosa a rabiar y quince años menor que yo, fuera a fijarse en mí. Luego pensé que la vida daba muchas vueltas, y que lo mejor era aprovechar el momento presente.
        Carpe diem quam mínimum credula postero memento mori, “aprovecha cada día, no te fíes del mañana, recuerda que morirás, decía el amigo Horacio –pensé con erudición sorprendiéndome con el recuerdo de aquella frase en latín.
        –¡Luis! Encantado. Luego os veo. Disfruta del templo y de la mejor compañía que se puede encontrar hoy día en la capital del Imperio. –Berni, que se mostraba como un tipo muy salado, interrumpió mis pensamientos, me guiñó, y me dejó sólo con Sara
        –Ea. Ya conoces a Berni. A que no era para tanto.
        –Según se mire. Es, y está grande el tío. ¡Menudo mazas!         –exclamé.
        –Ya era Jesuita cuando nos conocimos el primer año de facultad. Él era el mayor del grupo, como podrás imaginar. Tendrías que haber visto nuestra cara cuando dijo que era sacerdote. De eso nos enteramos a mitad de curso, y ya compartíamos incluso gimnasio. Durante aquellos cinco años no le faltaron ofertas para romper su celibato, te lo aseguro, dos amigas mías estaban coladas por él.
        –Si tus amigas eran tan atractivas como tú, lo pasaría mal el hombre.
        –Eres un zalamero y un encanto –Sara me cogió del brazo y me besó en la mejilla–. Ahora, ¿vemos la iglesia?
        –Si no queda otro remedio –bromeé. Sara me sonrió y comenzó su explicación.
Interior de Sant'Andrea al Quirinale.
        –Bernini diseñó una iglesia de planta oval, pero no orientó el altar en el eje largo, si no en el corto, esa es su originalidad. Aquí, todo gira en torno al martirio y la gloria de San Andrés, que la tradición dice que fue el hermano de San Pedro, y que murió martirizado en una cruz en forma de aspa. Al entrar, la mirada nos lleva al altar sobre el que se sitúa el cuadro del martirio del santo, obra de Guillaume Courtois, iluminado por un óculo. El altar está flanqueado por dobles columnas corintias que sostienen un frontón partido, sobre el que se alza la estatua del titular de la iglesia, San Andrés, ascendiendo a la gloria. ¿Me sigues?
Asentí ante las certeras explicaciones de Sara. Ella continuó.
Cúpula de Sant'Andrea al Quirinale
–Nuestra mirada sigue su camino hacia arriba, hacia esa cúpula espectacular de casetones, que van reduciéndose de tamaño de fuera hacia adentro para dar mayor sensación de profundidad, algo a lo que también contribuye las dobles nervaduras que nos orientan hacia la contemplación de esa linterna con la representación de dos ángeles y el espíritu santo. La ligereza de la cúpula contrasta con la solidez del entablamento, y las columnas y pilastras de los laterales. Bernini era un maestro integrando arquitectura, escultura, pintura y decoración, para que percibamos una mayor amplitud del espacio; la iglesia parece mucho más grande de lo que es. Las capillas laterales, por ejemplo, no terminan de romper la visión ovalada del recinto porque lo compensa la contundencia de esa cornisa tan saliente.
–Tienes razón, a pesar de romper esa línea oval no se pierde es perspectiva en cuanto la forma.
–Volviendo a las capillas, recuerdan mucho a las del Panteón de Adriano, monumento que en aquellos momentos Bernini restauraba. Sus entradas alternan dinteles con arcos de medio punto, las adinteladas se rematan con techos planos, y las otras con pequeñas cúpulas ovales, siempre jugando con las luces que entran a través de los vanos. Como ves, mármoles, estucos y doraduras decoran la iglesia con suntuosidad. El suelo imita en planta la bóveda del techo, incluso las nervaduras dobles, y está hecho con mármoles de diferentes colores.
Sara detuvo su explicación mientras yo admiraba cada detalle de lo que me iba explicando. Entramos en las capillas para comprobar los efectos de luces y brillos en mármoles, estucos y doraduras, algo que Sara me dijo que hacía Bernini a menudo. Me contó que el genial arquitecto y escultor barroco la consideraba su obra más perfecta, y que solía venir a diferentes horas del día para admirar la variada incidencia de la luz sobre la rica ornamentación. Accedimos a todas ellas, dedicadas a diferentes santos jesuitas como San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, o Stanilav de Kotska alguien que no me sonaba de nada. Sara me habló algo de él.
–San Stanislav de Kotska es un santo que tiene mucho arraigo en el noviciado. Murió a los 18 años, y predijo su muerte con quince días de antelación. Cayó enfermo de malaria diez días antes de su fallecimiento, y rezó a la Virgen, a la que tenía una intensa y sincera devoción, para que le dejara celebrar su Ascensión aquel mismo año con ella. Y murió el 15 de agosto de 1568 el día que se celebra esa festividad.
–Vaya…Curioso el asunto. Menuda puntería la del Santo           –apunté.
Finalmente visitamos también la sacristía, con el permiso del sacristán, obra también de Bernini, con su bella bóveda decorada con frescos en trampantojo, cómo no, representando la gloria de san Andrés, y unas estancias que reconstruyen las de San Stanislav de Kotska con una bella escultura de principios del S. XVIII de Pierre Legros que representa la agonía del santo.
–Y eso es todo. ¿Qué te ha parecido el templo?
–Una maravilla. Es espectacular. Es un contraste total con lo que venimos de ver en San Carlino.
–Son dos barrocos diferentes.
–No sé con cual me quedo.
–No es cuestión de elegir, son los dos maravillosos. Pero ya te dije, yo no soy imparcial, la arquitectura de Borromini me parece sublime. Lo cierto es que juntos, en la misma calle, suponen uno de los mejores ejemplos del barroco en el mundo. Bueno, voy a llamar a Berni, nos despedimos de él y damos un paseo hasta Piazza di Spagna. Hay unas vistas preciosas desde Trinitá dei Monti. Al anochecer, nos podemos acercar, si quieres, a la Fontana di Trevi puede resultar muy romántico, a pesar de la gente que habrá.
Ilusionado por el menú que nos esperaba al atardecer esperé a que Sara hiciera su llamada para despedir a su buen amigo Berni, en la obra maestra de Bernini. El juego de palabras me sacó una sonrisa. Mientras, me paseé por el templo, pensando en las horas que pasaría allí el maestro barroco estudiando las luces y sus efectos sobre la decoración, su incidencia sobre mármoles y doraduras, sobre esculturas y pinturas. Y me sentí un privilegiado de nuevo, estaba en un sitio único, con la persona más especial del mundo.

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