domingo, 10 de marzo de 2019

PASEOS CON SARA. SOBRE EL ARCO DE CONSTANTINO, EL COLOSO DE NERÓN Y LA META SUDANS

Reproducción de la zona del Coliseo, con el Arco de Constantino, la Meta Sudans, el Coloso de Nerón, el Templo de Venus y Roma al fondo y el Coliseo a la derecha.

      Como un niño con zapatos nuevos había disfrutado de las cercanas, sabias, certeras y eruditas explicaciones de Sara sobre el exterior del Coliseo y la zona donde, en su día, Nerón edificara la excelsa Domus Aurea. Pero era hora de seguir con mi mañana de turismo, había mucho que ver y, por el tamaño de las pistas que tenía grabadas en el móvil, también que oír. Así que, sin prisa, pero sin pausa, seguí escuchando, atento e ilusionado.
–Mientras te acercas al Arco de Constantino de nuevo te daré unas pinceladas sobre el significado de los arcos triunfales en la Roma antigua –La voz de Sara sonó segura y experta, quizá hasta imperial, al menos eso me parecía a mí obnubilado y cautivado por su dicción y el ambiente que me rodeaba, encantado como estaba de disfrutar de aquellas ruinas y de sus conocimientos, hasta el extremo de hacerlo en su ausencia–. Verás… Todo arco de triunfo tenía un sentido simbólico. Cuando un militar romano obtenía una victoria tenía derecho a ser aclamado por la urbe, pero, ante el peligro que podía surgir por la presencia de las tropas dentro de la ciudad, se les hacía pasar bajo este tipo de construcciónes para purificarlos, para eliminar de su esencia todo lo malo que conlleva la guerra. Además, se suponía que al jefe militar endiosado, victorioso, orgulloso y altivo, se le debía humanizar, había que ponerle los pies sobre la tierra y, para ello, se le hacía acompañar, en todo momento, por un esclavo que le iba repitiendo al oído lo siguiente: “recuerda que eres un hombre”, y a los soldados se les permitía, olvidándose de toda disciplina y respeto marcial, que le obsequiaran con cánticos, mofas y befas festivas y burlescas. Respecto al desfile, este iba encabezado por la infantería, le seguía la caballería y luego iba el victorioso militar a las riendas de una cuadriga bellamente engalanada tirada por cuatro caballos de albura refulgente –sonreí ante la grandilocuente descripción de Sara. Seguro que era para que imaginara la magnitud del evento–. El homenajeado iba pomposamente ataviado como Júpiter, con una túnica púrpura y una corona de laurel. La comitiva partía del Campo de Marte, pasaba por el Foro Boario, luego por el Circo Máximo, transitaba la vía Triunfalis, en la zona donde te encuentras, giraba hacia la izquierda para tomar la Vía Sacra y entrar en el foro, para acabar subiendo al Templo de Júpiter dónde el laureado ofrecía un sacrificio a los dioses.
Arco de Constantino. Cara norte.
        Siguiendo las ilustradas instrucciones de Sara, me había situado de nuevo junto al Arco de Constantino, frente a los grandes sillares que le precedían, dando la espalda al Coliseo. Por lo que me estaba describiendo, imagine aquel desfile como un espectáculo impresionante, con la multitud aclamando al héroe a lo largo y ancho de la ciudad. Ella proseguió con su explicación.
        –A partir de Augusto, con la llegada del Imperio, la gloria era para el emperador y no otro. Imagino que ya estarás junto al arco. Si estás en la parte más cercana al Coliseo...   –Pulsé la pausa en el audio durante unos instantes. Aquella mujer parecía adivinar mis movimientos. Me divertí pensando que quizá, con sus múltiples habilidades, me hubiera instalado algún tipo de seguimiento por GPS en el móvil; algún artilugio propio de una película de espías. Luego volví a escuchar–. Verás en el suelo unas ruinas circulares. Aquí estaba situada la Meta Sudans, construida en época de Domiciano    –Mentalmente rebusqué en mis conocimientos sobre el imperio romano y lo situé a finales del s. I, Domiciano había ostentado el poder después de su padre Vespasiano y su hermano, Tito–. Era la fuente que rodeaban estos desfiles para enfilar la vía Sacra y entrar en el foro. Recibía ese nombre porque su forma cónica imitaba a las metas de los circos y, lo de “sudans”, le venía porque el agua resbalaba desde la parte de arriba, brillante y leve, como el sudor, vertiéndose en un estanque de unos 16 metros de diámetro. En época de Mussolini, a algún iluminado, quizá el mismo dictador, se le ocurrió que sería bueno demolerla para abrir espacios a una carretera junto al Coliseo y terminaron de arruinarla. Al lado se situaba el famoso Coloso de Nerón; muchos dicen que fue el que el que acabó apellidando al Anfiteatro Flavio, para dejarlo en Coliseo. La enorme estatua de bronce de 35 m. de altura, la más grande jamás creada, incluso mayor que el mítico Coloso de Rodas, se situaba en el vestíbulo de la Domus Aurea. En principio, la labor destructiva de Vespasiano en el entorno, para edificar su anfiteatro, respetó la efigie, aunque con algunos cambios. Al Nerón desnudo representado como el Dios Sol-Helios se le modificó el rostro y se le añadió una corona de rayos solares, quedando la representación como Coloso Solis. El emperador Adriano, ya en el siglo II, decidió trasladarlo para construir el Templo de Venus y Roma. Para ello necesitó de la fuerza de dos docenas de elefantes, y la estatua quedó situada sobre un pedestal que se adivina a tu espalda a la izquierda de esos tres cipreses –Me di la vuelta y situé enseguida su emplazamiento­–. Respecto a su desaparición no se sabe a ciencia cierta la fecha, quizá fuera durante el saqueo de Roma por los visigodos de Alarico, o en algún terremoto en el s. V. Incluso hay quien lo retrasa más al aparecer en un poema del venerable Beda, en el s. VIII. Ahora vamos con el plato fuerte de este espacio, el monumental Arco de Constantino. Ve al otro lado. A la zona más alejada del Coliseo.
Arco de Constantino. Cara sur.
        Seguí las instrucciones de Sara mientras observaba la estructura de aquella inmensa mole con sus tres vanos protagonistas, el central mucho más alto que los laterales. De cerca resultaba aún más grandioso, a pesar de la proximidad del gigantesco Coliseo.
        –Bien –Sara continuó–. La Vía de San Gregorio era la antigua Via Triunfalis en época romana. A través de ella venían los desfiles, como te comenté antes, desde el Circo Máximo. Sobre el arco… Te lo voy a poner algo complicado. Tendrás que seguir mis explicaciones y buscar los relieves de los que te hablo. Será divertido.
        ­–Eso espero –pensé, no muy confiado.
        –El arco mide 21 metros de alto, 25 de ancho y casi 7,5 de profundidad. Recibe el nombre de Constantino porque el senado romano se lo dedicó en el 315 d.c., tres años después de su victoria sobre Majencio en la batalla del Puente Milvio, a pocos kilómetros de Roma. Por lo que hablamos en Letrán, conoces parte de los hechos por lo menos, pero ahondaré un poco por si acaso.
        –Haces bien en profundizar –pensé ironizando sobre mis conocimientos.
        –Hagamos memoria. Seguro que te acuerdas de algo, también estudiaste historia tú, aunque, claro, por tu edad, hace ya muchos siglos… ­–Sara rio tras dedicarme esas palabras que sonaron a ligero reproche.
–¡Será cabrita! Lo que yo diga… me lee los pensamientos, ¡Qué tía! Y encima se cachondea –me dije en el fondo placenteramente halagado.
        –A finales del s. III, Diocleciano…
        –Ya, el de las Termas cerca de Términi –Me sorprendí contestándola, incluso en voz alta. Miré alrededor, me sentí por unos instantes un poco ridículo por si alguien se había percatado, aunque enseguida pensé que, en estos tiempos, cualquiera podía pensar que estaba hablando por teléfono con el “manos libres”.
        –…decidió dividir el Imperio en cuatro partes, formando así una tetrarquía que facilitaría la defensa contra los bárbaros y su administración. En occidente acabaron gobernando Constantino y Majencio que no tardaron en guerrear para dirimir quien era el único emperador de occidente. La zona controlada por Constantino tenía su capital en Treveris, junto a la frontera germana del Rin, mientras que Majencio residía en Roma. El caso es que Constantino, que era un militar experimentado, en cuanto supo que su rival le había declarado la guerra, partió hacia Italia con un ejército de 40.000 hombres, cruzó los Alpes y venció en las llanuras de Turín en una primera batalla, tomando Milán seguidamente. Entonces se dirigió hacia su segundo objetivo, Verona, para tratar de controlar todo el norte de Italia y no dejar importantes acumulaciones de tropas enemigas a sus espaldas en su camino a la capital imperial. La ciudad cayó tras un fuerte asedio, tras lo cual, Constantino decidió marchar sobre Roma, esta vez sin ninguna prisa, esperando que los romanos se pusieran nerviosos y presionaran a Majencio para que luchara fuera de la urbe. Y acertó. Su rival no supo mantenerse firme ante una ciudad que no quería que se luchara en su interior y, aun contando con un ejército superior, fue derrotado en el Puente Milvio, como sabes.
        –Sí, eso sí que lo sé, hermosa doncella, y alguna otra cosa más suelta –comenté sardónico, de nuevo cavilando en voz alta.
        –Al día siguiente, Constantino entró con su victorioso ejército en la ciudad portando la cabeza de Majencio, cuyo cuerpo se había recuperado del Tíber donde había perecido ahogado; eligió muy mal la posición de sus tropas y se vio acorralado junto al río gracias a la certera estrategia de su rival. El desfile triunfal de Constantino tuvo una peculiaridad y es que fue el primero en el que no se subió al Templo de Júpiter para hacer sacrificios. Constantino, imbuido por la convicción de que su victoria había sido gracias a aquella señal del Dios de los cristianos que le había indicado, en sueños, que vencería bajo el signo de la cruz, decidió quedarse en la tribuna de oradores del foro para, desde allí, obsequiar al pueblo con un discurso. Pero poco pudo disfrutar de su triunfo el nuevo emperador de todo Occidente dado que enseguida tuvo que volver a la frontera norte, donde la presión de los pueblos germanos habían provocado una nueva crisis. Tardó tres años en volver a Roma, y fue entonces cuando el senado romano le dedicó este arco de triunfo, una especie de “puzle reciclado”.
        Me quedé un poco intrigado ante la última frase de Sara. Ella, deliberadamente dejó unos instantes de hablar. Incluso pensé que se había desconectado el audio, o se había acabado la pista. Enseguida retomó su explicación con gracia; había obtenido el efecto deseado.
        –¿Cómo se te ha quedado el cuerpo, ancianito? Por si te estabas quedando dormido, he decidido sorprenderte. Te estarás preguntando porqué he definido el monumento como un “puzle reciclado”. Pues bien, recientes investigaciones ponen en duda incluso que el arco fuera de esa época y se aventuran a afirmar que puede que sea de tiempos de Trajano. En cuanto a la decoración, los que lo patrocinaron, reciclaron esculturas y relieves de tiempos de los tres grandes emperadores antoninos…
        –O sea Trajano, Adriano y Marco Aurelio –aventuré y acerté.
        –Los dos hispanos que conocerás, Trajano y Adriano, y el emperador filósofo, Marco Aurelio, el hombre pacífico que se vio obligado a guerrear contra las tribus germanas que dieron mucha que hacer durante su imperio en la frontera del Rin. Los autores del arco trataban con ello de poner en relación la magnitud del personaje homenajeado, Constantino, equiparándolo a estos tres grandes personajes, muy presentes en la memoria triunfal de Roma. Además, se cree que no había mucho presupuesto y que, echar mano de relieves ya existentes, pudo ser una necesidad. Volvamos al arco. Físicamente está construido con mármol en la parte de abajo, y se aligera arriba con ladrillo revestido de más mármol. Flanquean los arcos esbeltas columnas corintias adosadas que sólo sirven de sostén a las ocho estatuas de esclavos Dacios traídos del foro de Trajano, que tienen ese buen aspecto gracias la restauración de la que fueron objeto en el S. XVIII. Por encima de los arcos comienzan tus deberes. Tienes que localizar las escenas.
        –Ahora empieza lo bueno –pensé divertido.
        –El friso que rodea el monumento por encima de los arcos es de época de Constantino. Verás luego que el estilo no tiene nada que ver con el resto de relieves, de plena época clásica. Estos son más toscos, las figuras y sus vestimentas se presentan más rígidas no se sabe si porque en aquella época de crisis no había artistas de categoría, o porque el estilo había evolucionado y tendía a simplificarse, lo que acabó por desembocar, tiempo después, en el arte románico.
        A simple vista se veía la diferencia. Los de época clásica parecían ejecutados por artistas virtuosos; eran de extraordinaria calidad.
        –Inmediatamente sobre los arcos tendrás que encontrar las escenas del desfile de las tropas de Constantino entrando en Milán, la toma de Verona con el asedio a la ciudad amurallada, la batalla del Puente Milvio, el desfile triunfal, el reparto de dádivas y el discurso en la tribuna de oradores del foro. De esta época son también los dos medallones de los laterales que representan al Dios Sol con el carro solar y a la Luna, también sobre un carro. Los grandes medallones que están por encima del friso, en las fachadas principales, son de época de Adriano, y representan escenas de caza y de sacrificios a los dioses. Los ocho relieves del ático son de época de Marco Aurelio y representan diferentes momentos de sus años de lucha contra los germanos en la frontera norte. Los dos monumentales relieves rectangulares del vano del arco central, y los de los laterales del ático, son de época de Trajano, de su importante y decisiva victoria contra los Dacios. El reciclado de relieves llegó al punto de que los rostros de los emperadores antoninos fueron modificados para que se parecieran a Constantino.
        Fui rodeando el monumento y creo que conseguí identificar casi todas las esculturas de las que me hablaba Sara. Comprobé de primera mano el cambio de estilo, los de la época clásica, de principios del S. II, que representaban escenas de los grandes emperadores antoninos, eran de soberbia ejecución, no guardaban ninguna relación con la tosquedad, simpleza y rigidez de las figuras talladas en el S. IV, muy poco realistas y repetitivas, sin personalidad propia, algo que se constataba también en las victorias aladas que ocupaban las enjutas de los arcos, cuyos pliegues de ropajes recordaban más a tallas románica.
        –Para acabar te haré hincapié en las inscripciones más relevantes. Empiezo por la del ático que reza así “Al Emperador César Flavio Constantino, el más grande, pío y bendito Augusto: porque él, inspirado por la divinidad, y por la grandeza de su mente, ha liberado el estado del tirano y de todos sus seguidores al mismo tiempo, con su ejército y sólo por la fuerza de las armas, el Senado y el Pueblo de Roma le han dedicado este arco, decorado con triunfos
        –¡Menuda cabeza tiene mi niña! –exclamé sorprendido al intentar identificar, en lo alto, la traducción al castellano que me había hecho del latín, deteniendo el audio unos instantes.
Relieve de época de Trajano en el Arco de Constantino con la inscripción "fundador de la paz"
        –¿Sorprendido? –escuché al volver a poner en marcha la explicación–. Pues no lo estés tanto, que tengo delante, en el ordenador, la traducción de la dedicatoria del ático –Sara, bromista, rio y continuó–. Fíjate también en las inscripciones del interior del arco principal “Liberatori vrbis”, liberador de la ciudad, y “Fundatori Quietis” al fundador de la paz. Esta última inscripción está situada sobre el magnífico relieve de época de Trajano con su desfile triunfal tras la victoria sobre los Dacios. Y yo creo que con esto vas más que servido. Te queda el interior del Coliseo, así que, en cuanto quieras, entramos. Bueno…entras, yo te acompaño, si te apetece, con mi voz –Era evidente que Sara se divertía sólo imaginando mis evoluciones.
        Es difícil explicar lo que se siente cuando ves un monumento con alguien que te lo explica, esté allí o no para hacerlo. Las doctas, claras y concisas explicaciones de Sara me ayudaron a comprender, y de qué manera, el Arco de Constantino y su historia, grabada a martillo y cincel en su superficie. Reciclado o no, se trata de un monumento imponente, bastante bien conservado, quizá porque siempre fue cuidado por la Iglesia, dada la especial consideración que siempre se le tuvo a Constantino, como proclamador del Edicto de Milán con el que se puso fin las persecuciones sobre los cristianos, y como patrocinador de basílicas tan importantes para la historia de la Iglesia como Letrán, San Pedro del Vaticano, o el Santo Sepulcro en Jerusalén. Encantado y sorprendido por mi sabia guía, me dirigí hacia el monumental Anfiteatro Flavio observando la sucesión de ordenes en las columnas de los pisos de su fachada; de abajo a arriba dórico, jónico, corintio y compuesto. Estaba metido de lleno, con la inestimable ayuda de la dulce voz de mi bella cicerone, en la Roma imperial.


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