Reproducción de la zona del Coliseo, con el Arco de Constantino, la Meta Sudans, el Coloso de Nerón, el Templo de Venus y Roma al fondo y el Coliseo a la derecha.
Como
un niño con zapatos nuevos había disfrutado de las cercanas, sabias, certeras y
eruditas explicaciones de Sara sobre el exterior del Coliseo y la zona donde,
en su día, Nerón edificara la excelsa Domus
Aurea. Pero era hora de seguir con mi mañana de turismo, había mucho que
ver y, por el tamaño de las pistas que tenía grabadas en el móvil, también que
oír. Así que, sin prisa, pero sin pausa, seguí escuchando, atento e ilusionado.
–Mientras te acercas al Arco de Constantino de nuevo
te daré unas pinceladas sobre el significado de los arcos triunfales en la Roma
antigua –La voz de Sara sonó segura y experta, quizá hasta imperial, al menos
eso me parecía a mí obnubilado y cautivado por su dicción y el ambiente que me
rodeaba, encantado como estaba de disfrutar de aquellas ruinas y de sus conocimientos,
hasta el extremo de hacerlo en su ausencia–. Verás… Todo arco de triunfo tenía
un sentido simbólico. Cuando un militar romano obtenía una victoria tenía
derecho a ser aclamado por la urbe, pero, ante el peligro que podía surgir por
la presencia de las tropas dentro de la ciudad, se les hacía pasar bajo este
tipo de construcciónes para purificarlos, para eliminar de su esencia todo lo
malo que conlleva la guerra. Además, se suponía que al jefe militar endiosado, victorioso,
orgulloso y altivo, se le debía humanizar, había que ponerle los pies sobre la
tierra y, para ello, se le hacía acompañar, en todo momento, por un esclavo que
le iba repitiendo al oído lo siguiente: “recuerda
que eres un hombre”, y a los soldados se les permitía, olvidándose de toda
disciplina y respeto marcial, que le obsequiaran con cánticos, mofas y befas festivas
y burlescas. Respecto al desfile, este iba encabezado por la infantería, le
seguía la caballería y luego iba el victorioso militar a las riendas de una
cuadriga bellamente engalanada tirada por cuatro caballos de albura refulgente
–sonreí ante la grandilocuente descripción de Sara. Seguro que era para que imaginara
la magnitud del evento–. El homenajeado iba pomposamente ataviado como Júpiter,
con una túnica púrpura y una corona de laurel. La comitiva partía del Campo de
Marte, pasaba por el Foro Boario,
luego por el Circo Máximo, transitaba la vía Triunfalis, en la zona donde te encuentras, giraba hacia la
izquierda para tomar la Vía Sacra y entrar en el foro, para acabar subiendo al
Templo de Júpiter dónde el laureado ofrecía un sacrificio a los dioses.
Arco de Constantino. Cara norte.
Siguiendo las ilustradas instrucciones
de Sara, me había situado de nuevo junto al Arco de Constantino, frente a los
grandes sillares que le precedían, dando la espalda al Coliseo. Por lo que me
estaba describiendo, imagine aquel desfile como un espectáculo impresionante,
con la multitud aclamando al héroe a lo largo y ancho de la ciudad. Ella
proseguió con su explicación.
–A partir de Augusto, con la llegada del
Imperio, la gloria era para el emperador y no otro. Imagino que ya estarás
junto al arco. Si estás en la parte más cercana al Coliseo... –Pulsé la pausa en el audio durante unos
instantes. Aquella mujer parecía adivinar mis movimientos. Me divertí pensando
que quizá, con sus múltiples habilidades, me hubiera instalado algún tipo de
seguimiento por GPS en el móvil; algún artilugio propio de una película de
espías. Luego volví a escuchar–. Verás en el suelo unas ruinas circulares. Aquí
estaba situada la Meta Sudans,
construida en época de Domiciano –Mentalmente
rebusqué en mis conocimientos sobre el imperio romano y lo situé a finales del
s. I, Domiciano había ostentado el poder después de su padre Vespasiano y su
hermano, Tito–. Era la fuente que rodeaban estos desfiles para enfilar la vía
Sacra y entrar en el foro. Recibía ese nombre porque su forma cónica imitaba a
las metas de los circos y, lo de “sudans”, le venía porque el agua resbalaba
desde la parte de arriba, brillante y leve, como el sudor, vertiéndose en un
estanque de unos 16 metros de diámetro. En época de Mussolini, a algún
iluminado, quizá el mismo dictador, se le ocurrió que sería bueno demolerla
para abrir espacios a una carretera junto al Coliseo y terminaron de arruinarla.
Al lado se situaba el famoso Coloso de
Nerón; muchos dicen que fue el que el que acabó apellidando al Anfiteatro
Flavio, para dejarlo en Coliseo. La enorme estatua de bronce de 35 m. de
altura, la más grande jamás creada, incluso mayor que el mítico Coloso de
Rodas, se situaba en el vestíbulo de la Domus
Aurea. En principio, la labor destructiva de Vespasiano en el entorno, para
edificar su anfiteatro, respetó la efigie, aunque con algunos cambios. Al Nerón
desnudo representado como el Dios Sol-Helios se le modificó el rostro y se le
añadió una corona de rayos solares, quedando la representación como Coloso Solis. El emperador Adriano, ya
en el siglo II, decidió trasladarlo para construir el Templo de Venus y Roma.
Para ello necesitó de la fuerza de dos docenas de elefantes, y la estatua quedó
situada sobre un pedestal que se adivina a tu espalda a la izquierda de esos tres
cipreses –Me di la vuelta y situé enseguida su emplazamiento–. Respecto a su
desaparición no se sabe a ciencia cierta la fecha, quizá fuera durante el
saqueo de Roma por los visigodos de Alarico, o en algún terremoto en el s. V.
Incluso hay quien lo retrasa más al aparecer en un poema del venerable Beda, en
el s. VIII. Ahora vamos con el plato fuerte de este espacio, el monumental Arco
de Constantino. Ve al otro lado. A la zona más alejada del Coliseo.
Arco de Constantino. Cara sur.
Seguí las instrucciones de Sara mientras
observaba la estructura de aquella inmensa mole con sus tres vanos
protagonistas, el central mucho más alto que los laterales. De cerca resultaba
aún más grandioso, a pesar de la proximidad del gigantesco Coliseo.
–Bien –Sara continuó–. La Vía de San
Gregorio era la antigua Via Triunfalis en época romana. A través de ella venían
los desfiles, como te comenté antes, desde el Circo Máximo. Sobre el arco… Te
lo voy a poner algo complicado. Tendrás que seguir mis explicaciones y buscar
los relieves de los que te hablo. Será divertido.
–Eso espero –pensé, no muy confiado.
–El arco mide 21 metros de alto, 25 de
ancho y casi 7,5 de profundidad. Recibe el nombre de Constantino porque el
senado romano se lo dedicó en el 315 d.c., tres años después de su victoria
sobre Majencio en la batalla del Puente Milvio, a pocos kilómetros de Roma. Por
lo que hablamos en Letrán, conoces parte de los hechos por lo menos, pero ahondaré
un poco por si acaso.
–Haces bien en profundizar –pensé ironizando
sobre mis conocimientos.
–Hagamos memoria. Seguro que te acuerdas
de algo, también estudiaste historia tú, aunque, claro, por tu edad, hace ya
muchos siglos… –Sara rio tras dedicarme esas palabras que sonaron a ligero
reproche.
–¡Será cabrita! Lo que yo diga… me lee los
pensamientos, ¡Qué tía! Y encima se cachondea –me dije en el fondo
placenteramente halagado.
–A finales del s. III, Diocleciano…
–Ya, el de las Termas cerca de Términi –Me sorprendí contestándola,
incluso en voz alta. Miré alrededor, me sentí por unos instantes un poco
ridículo por si alguien se había percatado, aunque enseguida pensé que, en estos
tiempos, cualquiera podía pensar que estaba hablando por teléfono con el “manos
libres”.
–…decidió dividir el Imperio en cuatro
partes, formando así una tetrarquía que facilitaría la defensa contra los
bárbaros y su administración. En occidente acabaron gobernando Constantino y
Majencio que no tardaron en guerrear para dirimir quien era el único emperador
de occidente. La zona controlada por Constantino tenía su capital en Treveris,
junto a la frontera germana del Rin, mientras que Majencio residía en Roma. El
caso es que Constantino, que era un militar experimentado, en cuanto supo que su
rival le había declarado la guerra, partió hacia Italia con un ejército de
40.000 hombres, cruzó los Alpes y venció en las llanuras de Turín en una
primera batalla, tomando Milán seguidamente. Entonces se dirigió hacia su
segundo objetivo, Verona, para tratar de controlar todo el norte de Italia y no
dejar importantes acumulaciones de tropas enemigas a sus espaldas en su camino
a la capital imperial. La ciudad cayó tras un fuerte asedio, tras lo cual,
Constantino decidió marchar sobre Roma, esta vez sin ninguna prisa, esperando
que los romanos se pusieran nerviosos y presionaran a Majencio para que luchara
fuera de la urbe. Y acertó. Su rival no supo mantenerse firme ante una ciudad
que no quería que se luchara en su interior y, aun contando con un ejército
superior, fue derrotado en el Puente Milvio, como sabes.
–Sí, eso sí que lo sé, hermosa doncella,
y alguna otra cosa más suelta –comenté sardónico, de nuevo cavilando en voz
alta.
–Al día siguiente, Constantino entró con
su victorioso ejército en la ciudad portando la cabeza de Majencio, cuyo cuerpo
se había recuperado del Tíber donde había perecido ahogado; eligió muy mal la
posición de sus tropas y se vio acorralado junto al río gracias a la certera
estrategia de su rival. El desfile triunfal de Constantino tuvo una
peculiaridad y es que fue el primero en el que no se subió al Templo de Júpiter
para hacer sacrificios. Constantino, imbuido por la convicción de que su
victoria había sido gracias a aquella señal del Dios de los cristianos que le
había indicado, en sueños, que vencería bajo el signo de la cruz, decidió
quedarse en la tribuna de oradores del foro para, desde allí, obsequiar al
pueblo con un discurso. Pero poco pudo disfrutar de su triunfo el nuevo
emperador de todo Occidente dado que enseguida tuvo que volver a la frontera
norte, donde la presión de los pueblos germanos habían provocado una nueva
crisis. Tardó tres años en volver a Roma, y fue entonces cuando el senado
romano le dedicó este arco de triunfo, una especie de “puzle reciclado”.
Me quedé un poco intrigado ante la
última frase de Sara. Ella, deliberadamente dejó unos instantes de hablar. Incluso
pensé que se había desconectado el audio, o se había acabado la pista.
Enseguida retomó su explicación con gracia; había obtenido el efecto deseado.
–¿Cómo se te ha quedado el cuerpo,
ancianito? Por si te estabas quedando dormido, he decidido sorprenderte. Te
estarás preguntando porqué he definido el monumento como un “puzle reciclado”.
Pues bien, recientes investigaciones ponen en duda incluso que el arco fuera de
esa época y se aventuran a afirmar que puede que sea de tiempos de Trajano. En
cuanto a la decoración, los que lo patrocinaron, reciclaron esculturas y
relieves de tiempos de los tres grandes emperadores antoninos…
–O sea Trajano, Adriano y Marco Aurelio
–aventuré y acerté.
–Los dos hispanos que conocerás, Trajano
y Adriano, y el emperador filósofo, Marco Aurelio, el hombre pacífico que se
vio obligado a guerrear contra las tribus germanas que dieron mucha que hacer
durante su imperio en la frontera del Rin. Los autores del arco trataban con
ello de poner en relación la magnitud del personaje homenajeado, Constantino,
equiparándolo a estos tres grandes personajes, muy presentes en la memoria
triunfal de Roma. Además, se cree que no había mucho presupuesto y que, echar
mano de relieves ya existentes, pudo ser una necesidad. Volvamos al arco. Físicamente
está construido con mármol en la parte de abajo, y se aligera arriba con
ladrillo revestido de más mármol. Flanquean los arcos esbeltas columnas
corintias adosadas que sólo sirven de sostén a las ocho estatuas de esclavos Dacios
traídos del foro de Trajano, que tienen ese buen aspecto gracias la
restauración de la que fueron objeto en el S. XVIII. Por encima de los arcos
comienzan tus deberes. Tienes que localizar las escenas.
–Ahora empieza lo bueno –pensé
divertido.
–El friso que rodea el monumento por
encima de los arcos es de época de Constantino. Verás luego que el estilo no
tiene nada que ver con el resto de relieves, de plena época clásica. Estos son
más toscos, las figuras y sus vestimentas se presentan más rígidas no se sabe
si porque en aquella época de crisis no había artistas de categoría, o porque
el estilo había evolucionado y tendía a simplificarse, lo que acabó por
desembocar, tiempo después, en el arte románico.
A simple vista se veía la diferencia.
Los de época clásica parecían ejecutados por artistas virtuosos; eran de
extraordinaria calidad.
–Inmediatamente sobre los arcos tendrás
que encontrar las escenas del desfile de las tropas de Constantino entrando en
Milán, la toma de Verona con el asedio a la ciudad amurallada, la batalla del
Puente Milvio, el desfile triunfal, el reparto de dádivas y el discurso en la
tribuna de oradores del foro. De esta época son también los dos medallones de
los laterales que representan al Dios Sol con el carro solar y a la Luna,
también sobre un carro. Los grandes medallones que están por encima del friso,
en las fachadas principales, son de época de Adriano, y representan escenas de
caza y de sacrificios a los dioses. Los ocho relieves del ático son de época de
Marco Aurelio y representan diferentes momentos de sus años de lucha contra los
germanos en la frontera norte. Los dos monumentales relieves rectangulares del
vano del arco central, y los de los laterales del ático, son de época de Trajano,
de su importante y decisiva victoria contra los Dacios. El reciclado de
relieves llegó al punto de que los rostros de los emperadores antoninos fueron
modificados para que se parecieran a Constantino.
Fui rodeando el monumento y creo que
conseguí identificar casi todas las esculturas de las que me hablaba Sara. Comprobé
de primera mano el cambio de estilo, los de la época clásica, de principios del
S. II, que representaban escenas de los grandes emperadores antoninos, eran de
soberbia ejecución, no guardaban ninguna relación con la tosquedad, simpleza y
rigidez de las figuras talladas en el S. IV, muy poco realistas y repetitivas,
sin personalidad propia, algo que se constataba también en las victorias aladas
que ocupaban las enjutas de los arcos, cuyos pliegues de ropajes recordaban más
a tallas románica.
–Para acabar te haré hincapié en las
inscripciones más relevantes. Empiezo por la del ático que reza así “Al
Emperador César Flavio Constantino, el más grande, pío y bendito Augusto:
porque él, inspirado por la divinidad, y por la grandeza de su mente, ha
liberado el estado del tirano y de todos sus seguidores al mismo tiempo, con su
ejército y sólo por la fuerza de las armas, el Senado y el Pueblo de Roma le
han dedicado este arco, decorado con triunfos”
–¡Menuda cabeza tiene mi niña! –exclamé
sorprendido al intentar identificar, en lo alto, la traducción al castellano
que me había hecho del latín, deteniendo el audio unos instantes.
Relieve de época de Trajano en el Arco de Constantino con la inscripción "fundador de la paz"
–¿Sorprendido? –escuché al volver a
poner en marcha la explicación–. Pues no lo estés tanto, que tengo delante, en
el ordenador, la traducción de la dedicatoria del ático –Sara, bromista, rio y
continuó–. Fíjate también en las inscripciones del interior del arco principal
“Liberatori vrbis”, liberador de la
ciudad, y “Fundatori Quietis” al
fundador de la paz. Esta última inscripción está situada sobre el magnífico
relieve de época de Trajano con su desfile triunfal tras la victoria sobre los
Dacios. Y yo creo que con esto vas más que servido. Te queda el interior del
Coliseo, así que, en cuanto quieras, entramos. Bueno…entras, yo te acompaño, si
te apetece, con mi voz –Era evidente que Sara se divertía sólo imaginando mis
evoluciones.
Es difícil explicar lo que se siente
cuando ves un monumento con alguien que te lo explica, esté allí o no para hacerlo.
Las doctas, claras y concisas explicaciones de Sara me ayudaron a comprender, y
de qué manera, el Arco de Constantino y su historia, grabada a martillo y
cincel en su superficie. Reciclado o no, se trata de un monumento imponente,
bastante bien conservado, quizá porque siempre fue cuidado por la Iglesia, dada la especial consideración que siempre se le tuvo a Constantino, como
proclamador del Edicto de Milán con el que se puso fin las persecuciones sobre
los cristianos, y como patrocinador de basílicas tan importantes para la
historia de la Iglesia como Letrán, San Pedro del Vaticano, o el Santo Sepulcro
en Jerusalén. Encantado y sorprendido por mi sabia guía, me dirigí hacia el monumental
Anfiteatro Flavio observando la sucesión de ordenes en las columnas de los
pisos de su fachada; de abajo a arriba dórico, jónico, corintio y compuesto.
Estaba metido de lleno, con la inestimable ayuda de la dulce voz de mi bella
cicerone, en la Roma imperial.
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