domingo, 17 de marzo de 2019

PASEOS CON SARA. Y ENTRÉ EN EL COLISEO

Anfiteatro Flavio. Interior.

         Siguiendo las sabias instrucciones de Sara, me dirigí a la entrada del Anfiteatro Flavio. El cielo había vuelto a encapotarse del todo, y una ligera llovizna, nada que me impidiera seguir con mi mañana turística, acababa de hacer acto de presencia. Durante el breve trayecto que me separaba del inmenso coloso, pensé en cuánto había cambiado mi vida desde que Sara irrumpiera en ella con su frescura y vitalidad meses antes y, dicho sea de paso, con su generosa y educadora sabiduría; aún no me explicaba cómo había grabado esos audios en mi móvil en tan poco tiempo, y todo de memoria. Sabía que había pasado un tiempo en Roma, por cuestiones de estudios, pero su conocimiento de los monumentos me parecía asombroso para una persona cuya especialidad era la Historia Medieval Española. Arrobado, feliz, y muy orgulloso de llevar la voz de mi preciosa y sabia guía en el bolsillo, me encaminé, una vez pasado el torno de entrada con la tarjeta Roma Pass, al interior de las ruinas de aquel grandioso edificio.
        –Ahora estás dentro del Coliseo, fornido y solitario caballero     –Sara comenzaba una nueva narración con su habitual ironía acompañada de un par de carcajadas–. Tienes, en esta misma carpeta de archivos, una foto con el nombre “Plano del Coliseo.jpg”; la he puesto ese nombre para indicarte que se trata de un plano y que es el del Coliseo –Sara volvía a bromear­ y a reír, sin duda se divertía con todo aquello–. En ella te he señalado los lugares en los que debes detenerte para seguir mis explicaciones. Así que… ¡mueve tu bonito tafanario, ve hacia el punto número uno y asoma al mirador! –me apremió con sorna.
Plano del Coliseo
        No me costó nada orientarme, una vez que superé la sorpresa de escuchar su pomposa loa a mis humildes posaderas. Llegué enseguida al lugar señalado por ella.
        –Y este es el interior del impresionante Anfiteatro Flavio. Te daré algún detalle sobre su estructura. Se trata de un edificio ovalado de 188 metros de largo, 156 de ancho y que llegó a tener más de 50 metros de altura. Estás en una de las dos puertas principales del edificio, la Porta Triunfalis, por la que entraban los gladiadores. Frente a ti, se situaba la Porta Libitinaria, que recibe su nombre en honor a Venus Libitina, diosa de la muerte, dado que, por ella, salían los hombres y animales fallecidos. Hablando de arena, ese es el nombre que recibía la elipse en la que se desarrollaban los espectáculos. Desde aquí puedes apreciar el esqueleto de su estructura. Algunas zonas están restauradas y reedificadas alejándose del original, pero te puedes hacer una idea bastante aproximada del entramado de pasadizos que se distribuían debajo incluso de las gradas, porque algunos servían para traer hombres y animales, otros para que Vestales o la familia Imperial entraran o salieran sin mezclarse con la gente, incluso hay uno que comunicaba el Anfiteatro con el llamado Ludus Magnus, el cuartel donde se entrenaban y vivían los gladiadores los días previos a los festejos. Ahora caigo que, con las prisas de llegar a la Basílica de San Pietro in Vincoli a tiempo de visitarla, dejamos esta tarde unas ruinas a la derecha, de las que no te comenté nada, justo antes de llegar al Coliseo. Se sitúan entre la calle por la que íbamos, la vía de San Giovanni in Laterano, y la vía Labicana. Allí estaba el Ludus Magnus. Podrás verlo desde algún mirador desde el lado contrario al que te encuentras.
        Recordé vagamente haber pasado junto a aquellos vestigios después de haber visitado la Basílica de San Clemente la tarde anterior, pero me asomaría para contemplarlos con detenimiento una vez que rodeara el complejo.
        –Ya que te he hablado del Ludus Magnus te diré que la organización de los juegos no resultaba sencilla. El Coliseo estaba rodeado por una serie de edificios auxiliares como eran los campamentos de los gladiadores, de muy diversas procedencias y nacionalidades, el cuartel de los marineros que manejaban el Velarium
        Rememoré la explicación de Sara sobre el complejo manejo de aquel gigantesco toldo que cubría el anfiteatro en sus mejores tiempos, y los cinco cipos que se conservaban en el exterior como reliquia de los puntos de amarre del alambicado sistema que usaban los marineros para extenderlo y recogerlo.
        –Un edificio que servía de almacén de todo lo necesario para la escenificación del espectáculo que, a veces, recreaba ambientes con edificios, colinas, árboles…etc, que se montaban y desmontaban en la arena, el lugar dónde se recluían los animales para la lucha entre ellos o la caza (las venationes), el saniarium donde se atendía a los heridos, o el spoliarium donde se desvestía y apilaba a los hombres y animales muertos durante las luchas. En fin…que había todo un variado complejo de edificios junto al Anfiteatro Flavio para contribuir al correcto funcionamiento de los juegos.
        Dada la enormidad de aquel espacio, observando las gradas a mi alrededor, la arena y su estructura, no me fue difícil adivinar todo el complicado entramado que rodeaba la monumental edificación.
Otra vista del interior del Coliseo.
        –Te daré una visión general de abajo a arriba sobre la estructura del Coliseo –Sara continuaba su ilustrada disertación–. Como puedes ver, hoy no es más que una especie de esqueleto de lo que pudo ser en su etapa de máximo esplendor, pero aún apreciaras sus formas. Bajo la arena, cuyo nivel puedes ver por esa madera que hay frente a ti que cubre parte de los subterráneos, 6 metros por debajo, se distribuían múltiples galerías y pasadizos por dónde se movían operarios, luchadores y animales, que accedían al nivel superior tras salir de sus celdas o jaulas, gracias a un ingenioso sistema de poleas, montacargas, rampas…etc. La arena estaba rodeada por un muro de protección de cuatro metros de altura rematado por mármoles inclinados para evitar asaltos de hombres y fieras. Por encima estaba instalada una red metálica, tras la que se situaban, cada cierto espacio, arqueros para prevenir posibles ataques. Las gradas, llamadas Cavea, ya te comenté que se ocupaban dependiendo del nivel social. En la parte inferior, la más cercana al espectáculo, estaban situadas la Tribuna Imperial o Pulvinar, a tu izquierda (puedes imaginar el anuncio de la entrada del emperador por decenas de trompetas, y su llegada junto a su familia, rodeado por sus más allegados e invitados, y por su inseparable guardia pretoriana, sobre un palco adornado con lujosos tapices…)
        Lo cierto es que aquello no me costó mucho. Había oído que la ambientación y reconstrucción del Coliseo que se hizo para la película Gladiator de Ridley Scott había sido bastante fiel a la realidad. Y había visto aquel filme varias veces.
        –Frente a la que se situaba otra tribuna que normalmente ocupaba el Cónsul o eminente personaje que organizaba y costeaba los juegos. De la Cavea… no queda nada. Sus materiales fueron expoliados durante siglos. Puedes ver los arranques de las bóvedas rampantes, sobre las que se situaban los graderíos, junto a gruesos contrafuertes. En su día estaba rodeada de pasillos y miradores adornados con mármoles, estucos y pinturas, con decenas de fuentes de agua corriente, y un complejo sistema de urinarios públicos. En la parte más baja de la grada, hay una pequeña reconstrucción, emplazada frente a ti a la izquierda, con algunos asientos de color blanco…
        Me orienté enseguida y pudo ver aquellos restos.
        –Estaba ocupada por senadores, magistrados, sacerdotes y vestales, con sus vistosas togas blancas, y recibía el nombre de Podium. Por encima se situaba el Maenianum Primum reservado a la aristocracia no senatorial; más arriba estaba el Maenianum Secundum, dividido en Imum, para los ciudadanos romanos ricos, y Summum para los pobres y, finalmente, en lo más alto, estaba el Maenianum Summum in Ligneis, construido en madera, que ocupaban principalmente las mujeres. En época de Augusto se reguló la asistencia a estos espectáculos separando a las mujeres de los hombres para evitar encuentros sexuales en lugares públicos, algo muy morboso y frecuente.
        En aquel momento y, durante unos instantes, eché muchísimo de menos a mi amada guía. Aquello de los fortuitos encuentros carnales había despertado cierto deseo en mi de estrechar a Sara entre mis brazos y darle un beso exento de toda castidad. Incluso tuve que detener su narración; Sara también parecía haberse tomado un descanso en su explicación. Después, volviendo a la insana soledad que me acompañaba tras mi humana reacción, comencé a rodear el anfiteatro para intentar percibir los detalles constructivos, tanto de la Cavea, como de los subterráneos de la arena; quizá aquello aplacara mi incipiente lujuria, como si se tratara de una especie de ducha fría ambientada en la antigua Roma que me sacara de aquellos pensamientos, en los que, rodeados por pinturas pompeyanas, mármoles y lujosos estucos, Sara, ya se me había presentado ataviada a lo Virgen Vestal, con el deseo de compartir sus arcanos tesoros conmigo, un aristócrata lívido de tez y libidinoso de ánimo, destogado y rendido, en cuerpo y alma, ante su irresistible atractivo. En fin…que…, triste y melancólico, decidí aplazar cuanto antes aquellos sensuales deseos, al menos hasta llegar al hotel y reunirme de nuevo con ella. Una vez volví a mi pesarosa realidad de turista solitario, decidí aprovechar el tiempo y alejarme de mis fantasías, regresando a los comentarios de Sara. Tras unos segundos de silencio en los que pensé que se había acabado la explicación del todo, su voz retornó.
Algunos tipos de gladiadores
        –Voy a continuar entrando un poco más a fondo en el tipo de espectáculos que se daban aquí. Pero antes, cómo creo que te conozco lo suficiente como para creer que se habrá disparado tu imaginación con eso de los encuentros sexuales en el Coliseo… Ya veremos en el hotel… –Sara sonó amenazante, y rio pícara y juguetona, tras lo que carraspeó y siguió con seriedad su narración–. Una jornada de juegos podía comenzar con “Venationes” o espectáculos de caza o de lucha entre animales, donde participaban decenas de fieras y cazadores, con la arena decorada con escenografías y paisajes diversos. Podía continuar, al mediodía, el momento con menos afluencia de público por resultar menos agradable para parte de los romanos, con algunas ejecuciones de condenados, incluidas las famosas damnatio ad bestias de las que te hablé en anteriores pistas. Y acabaría por la tarde, con las esperadas luchas de gladiadores o Munera. También se daban otro tipo de escenificaciones, muy del gusto del público, como la simulación de batallas terrestres o navales, estas últimas denominadas Naumaquías, en las que la arena se inundaba de agua y se enfrentaban los barcos sobre ella. Se han documentado hasta 4 grandes cloacas bajo el Coliseo que facilitarían la evacuación del agua del espectáculo. Pero lo que más les gustaba a los romanos eran las luchas gladiatorias. La base de la organización estaba en manos de hombres sin muchos escrúpulos, los llamados Lanistas. Eran empresarios que siempre tenían hombres disponibles para la lucha, reclutados entre presidiarios y esclavos. Ellos le entregaban su vida, a cambio de gloria, libertad y fortuna en caso de sobrevivir. Los poco que lo hacían, al cabo de tres años recibían la Rudis, una espada de madera que les desvinculaba de su reclutador y amo, en unos casos convertidos en hombres libres y adinerados, en otros, ya demasiado tarde, en embrutecidos dependientes de su pasado, que volvían a la arena hasta que morían en combate o se retiraban como instructores a alguna escuela de gladiadores. Como ya sé que Gladiator es una de tus películas preferidas puedes imaginarte el entorno y la emoción que suponía para todo romano asistir al Coliseo y presenciar los juegos. El público enardecido y vociferante recibía con vítores al Emperador y su familia convenientemente anunciados por trompetas. El pódium aparecería blanco repleto de ilustres togados. Cada senador ocuparía su lugar frente a su nombre grabado en el mármol sobre el muro que le separaba de la arena. Las fieras rugirían mientras peleaban por sus vidas, capturadas a miles, exterminadas en muchos casos en los territorios imperiales. Los gladiadores (samnita con su armamento pesado de escudo, corazas y espada, secutor con su habilidad y ligereza de armamento y movimientos con cuchillo corto, casco y escudo, retiario con su red emplomada y el tridente propios de los pescadores de atún…etc, dependiendo de sus armas, atuendo y envergadura) lucharían con diferentes técnicas y habilidades por sus vidas. Los vencidos quedarían sujetos al albedrío del Emperador y del público, a la espera de la sentencia, mite o iugula, sálvalo o mátalo, a si el dedo pulgar de quién presidía los juegos se extendía hacía arriba para dar vida, o se iba lúgubremente a la garganta para ordenar la ejecución. Y, finalmente, los desafortunados fallecidos saldrían por la Porta libitinaria tras recibir un hierro candente sobre sus cuerpos para comprobar su óbito.
        El relato de Sara estaba perfectamente ambientado para mi gusto. Estaba imaginándome aquellas luchas en el mejor de los escenarios. También pensé en todo el sufrimiento que había producido para mayor gloria del Imperio. Pero, “un historiador debe dedicarse a investigar y analizar los hechos no a juzgar comportamientos éticos ni actitudes de un mundo que no es el suyo con la distante perspectiva del occidente actual”, recordé estas eruditas y acertadas, profesionales y asépticas palabras de Sara escritas para una conferencia que dio en Toledo sobre la expulsión de los judíos de la ciudad en 1492 y que, más que leer, devoré admirado por sus amplios conocimientos sobre el tema.
        Pasé, un buen rato más, explorando pasadizos, galerías, vomitorios y miradores, todos ellos salpicados por restos arqueológicos acumulados aquí durante dos mil años, escrutando el monumento desde todas las perspectivas posibles de la cavea, incluso subí hasta lo más alto para contemplar, desde allí, aquella hermosa perspectiva. Cerca ya de las dos de la tarde, decidí salir, encantado por las explicaciones de Sara que ampliaron mi conocimiento sobre el Anfiteatro Flavio y todo lo que le rodeaba, sobre los espectáculos, luchas y ejecuciones que se dieron en aquel espacio espoliado durante siglos y, afortunadamente no arruinado por completo. No podía demorarme más, así que subí en metro hasta Termini, y compré para Sara el bocadillo de Salsiccia que me pidió y otro para mí, además de nuestras, ya inseparables, Peroni. Eran las dos y media, y Sara me envió con puntualidad el WhatsApp de que habían terminado. Durante unos instantes, y mientras ya me acercaba al hotel, elucubré sobre la idoneidad de esperarla imbuido por la temática del día imperial que había pasado, en la habitación, enfundado en una sábana blanca a modo de toga senatorial, podía funcionar como preludio del deseado encuentro amoroso con el que había soñado aquella mañana. Absorto en aquel pensamiento entré y, para mi sorpresa, ella ya había llegado. El caso es que no me dio tiempo ni a dejar las bolsas en el suelo. Ella me rodeó con sus brazos y me besó.
        –Iba a preguntarte que tal te había ido el día, pero creo que lo importante es que has echado de menos a tu anciano Emperador que viene de gastarse un puñado de sestercios en el Mr. Panino de Termini–comenté jocoso, tremendamente feliz y halagado por aquel sincero y prometedor recibimiento, mientras conseguía posar las bolsas finalmente sobre la mesa, e introducía las Peroni en el minibar–.       
–Pues eso no es nada, porque a mi Emperador le espera una dura lucha gladiatoria con esta retiaria que va a echarle su red emplomada ahora mismo amenazándole, si se resiste, con un tridente –Su voz sonó irresistiblemente autoritaria e insinuante, mientras se acercaba de nuevo a mí, despojándose muy despacio, sensual y provocadora, de sus…
        Y hasta aquí puedo escribir… Sólo me queda afirmar que no me hizo falta la toga, que aquello que me imaginé en el Coliseo se quedó muy corto en relación a la acontecido en la realidad, y que perdí la lucha, aunque por lo honorable y valeroso de mi comportamiento, mi atractiva y arrolladora retiaria pronunció, para mi goce y deleite, la palabra Mite al final del combate. 
       
       

5 comentarios:

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  2. Muy bueno. Yo esperando la pelea de gladiadores y al final no se si fue dedo arriba o no.jeje.

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    1. Aunque, lamentablemente, sea todo una ficción literaria, fue dedo arriba. Salvado-Mite. Saludos

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  3. Lo he leído.dos veces.Me encanta. 👍

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