domingo, 3 de marzo de 2019

PASEOS CON SARA. DE LA PORTA PÍA AL COLISEO.



 Anfiteatro Flavio. Coliseo.

     Aquel domingo fue muy intenso. La visita al complejo de Letrán había continuado con una estupenda tarde a caballo entre el complejo arqueológico y basílica de San Clemente, y la basílica de San Pietro in Vincoli con el maravilloso “Moisés” de Miguel Ángel. Era hora de tomarnos un descanso y, por eso, entramos en una pequeña Gelatería en la Vía Cavour, de camino al hotel. Por la hora que era, Sara descartó el intento de visitar los dos lugares cercanos que nos quedaban pendientes, dejándolos para días posteriores. Merecería la pena verlos con detenimiento, según su criterio. Se trataba de las Basílicas de las Santas Práxedes y Pudenciana, hijas mártires del Senador Pudente, aquel que alojara en su casa a San Pedro. Su cercanía a Termini, nuestro alojamiento, y Santa María la Mayor, dejaba la puerta abierta a que nos dejáramos caer por allí en cualquier rato que tuviéramos disponible.
        Como en tantas Gelaterías italianas, el helado estaba delicioso, algo exótico para mi modesto paladar; de gorgonzola, nuez y miel, apio y lima. Para uno, que es muy clásico para estas cosas, al que le cuesta salir de la tradicional nata, vainilla o, barroquizando el gusto excepcionalmente, de la Stracciatella, fue toda una experiencia.
        Después, decidimos retirarnos al hotel para disfrutar de una relajante sesión de Spa, con sauna y Jacuzzi. Luego, nos fuimos a la habitación. Tras una larga y reparadora ducha, en mi caso acompañada por afeitado completo de cabeza y barba, nos acercamos a “Termini” para comprar algo para cenar. Los bocatas de Mr. Panino, la ensalada y las peroni frescas (bendita medida la italiana que son de 66 cc), que nos beneficiamos en la misma habitación del hotel nos supieron a gloria. Cerca ya de las once de la noche, agotados y amodorrados por el cansancio y la cervecilla, nos acostamos, con la idea de madrugar, no quedaba otro remedio, Sara quería llevarme a la Porta Pía y a ver otro imponente lienzo de la Muralla Aureliana antes de retomar su congreso. Yo tendría la mañana libre, al menos, eso pensaba yo en aquel momento.
        Aquel lunes amaneció “grequiano”; oscuro, anubarrado y amenazando lluvia. Tras otro buen desayuno en el Venetia Palace, nos pusimos en marcha a las siete y media, con los chubasqueros enfundados y paraguas al cinto; Sara llevaba también la flamante carpeta oficial de su congreso. Tardamos cerca de veinte minutos en llegar a la Puerta Pía, donde ella comenzó a explicarme algo sobre su historia bajo una leve llovizna, protegidos por capuchas y paraguas.
Porta Pía. Diseño de Miguel Ángel
        –Dicen que este fue el último monumento que diseñó Miguel Ángel. Fue un encargo del Papa Pio IV. Se cuenta que el Papa quería una puerta funcional que sustituyera a la cercana Porta Nomentana. Miguel Ángel se debió de adornar en exceso para el gusto de la Curia con los tres proyectos que presentó. Finalmente, el Papa eligió el más barato.
        –Suele pasar –comenté mientras comenzábamos a rodearla.
        –Miguel Ángel no la vio acabada y se transformó mucho su proyecto. La fachada exterior es del s. XIX. Quiero destacarte dos hechos señalados acaecidos en este lugar. Por aquí entraron los Bersaglieri.
        –¿Quiénes?
        –Es un cuerpo de la infantería italiana. Un grupo de estos soldados entró en Roma por aquí en 1870, culminando la Unidad Italiana al conquistar Roma. El otro hecho relevante fue un atentado que sufrió Mussolini el 11 de septiembre de 1926.
        –Evidentemente sobrevivió –bromeé mientras la leve llovizna cesaba.
        –Ahora, paseemos junto al Muro Aureliano, mientras nos acercamos hacia el campus de la universidad. Espero que te portes bien, tendrás la mañana para ti solito.
        –No sabré que hacer sin Cicerone.
        –A lo mejor tienes algo parecido… –Sara se mostró enigmática.
        Durante un buen rato seguimos la estela de la Muralla Aureliana. Teniendo en cuenta los largos tramos que habíamos visto ya, tanto el Letrán como en la Puerta Tiburtina, parecía ser cierto aquello de que conservaba 12 de sus 19 km de perímetro. Luego nos adentramos en el Campus Universitario. Sara tenía que estar a las 9 de la mañana en el Aula Magna de la Universidad de la Sapienza.
        –Creo que me hubiera gustado asistir a un congreso como este –afirmé.
        –Si te apetece, creo que podría conseguir una acreditación especial, al menos para el día que yo dé la conferencia.
        –Pues claro. Me encantaría. Sería un placer escucharte. Aunque ya disfruto de ese privilegio a diario –le guiñé un ojo antes de detenerme y besarla.
        –A lo mejor…esta noche… dormimos menos ­–me soltó con zalamera picardía.
        –Eso sería toda una crueldad; un anciano debe descansar –añadí divertido. Ambos reímos. Sara cambió de conversación.
Aula Magna y fuente de Minerva. Universidad de la Sapienza
        –El campus es inmenso. Fue obra de Mussolini. La Sapienza es la mayor universidad de Europa con más de 150.000 alumnos y la más prestigiosa de la parte sur del continente. Y… hemos llegado      –Sara se detuvo ante una fuente previa a una gran construcción –. Este es el edificio que alberga el rectorado, el Aula Magna y la Biblioteca Alejandrina. Y ese es el estanque de Minerva con su estatua; aquí nos separamos hasta la tarde, vejete.
        –Solitario, cabizbajo, con el corazón silente bañado en tristeza y abandono, me retiraré a mis aposentos en el hotel a llorar tu ausencia –comenté pomposamente jocoso. Sara rio de nuevo. Luego me besó, soltó mis manos, me guiñó y comenzó a andar con rapidez hacia las escaleras de acceso del edificio. Entonces la seguí.
        –Espera. Creo que no me he despedido adecuadamente –le dije acercándome. Luego, le di un fuerte abrazó y la besé de nuevo antes de preguntarle–. ¿He de preocuparme de que me dejes tirado en Roma tras fugarte con algún experto medievalista en…como era el título del congreso, a piñón…? –Sara rio, me volvió a besar y se despidió.
        –Avignon. El congreso se titula “Dos siglos de papado. De Avignon al Saco de Roma” Por cierto, ¿he de preocuparme yo de que te líes con alguna guía turística amante del ristretto y el gelato?
        –Yo que tú lo haría. Mi cabeza recién afeitada y convenientemente bruñida es de un atractivo irresistible. Brilla a muchos monumentos de distancia –Sara volvió a reír y concluyó, ya subiendo las escaleras–.
        –En cuanto acabe te mando un whatsapp. Por cierto, te he dejado en el móvil la tarea para esta mañana. Hay una carpeta de audios con el nombre de la fecha de ayer.
        –¿No será verdad? –pregunté, echando mano del móvil.
        Sara se volvió en lo alto de la escalera y me despidió tirándome un beso con la mano. Luego desapareció volando a pesar de llevar tacones. Sorprendido, accedí a la carpeta; había varias pistas. Puse en marcha la primera y su preciosa voz se hizo presente.
        –Ante todo, pórtate bien e intenta no perderte. No quiero tener noticias tuyas a través de los Carabinieri –Sara dejó de hablar momentáneamente, supuse que había sopesado aquella posibilidad y se divertía­–. Ahora, sal del campus en dirección al Viale Regina Elena, y síguelo hasta la estación de metro Policlínica. Una vez en el subterráneo ve en dirección Laurentina. Tras cuatro paradas estarás en Coloseo. Bájate allí. Tienes en la cartera una tarjeta Roma Pass que te he comprado para que no hagas cola en el acceso al monumento. Vale también para el metro, no tienes más que pasar el código de barras por la pantalla. Hoy te vas solito a la antigüedad clásica. Espero que disfrutes. Besos.
        –Será puñetera –pensé–. Me ha organizado el día. –Sonreí satisfecho, emocionado y halagado en extremo, poniéndome en marcha de inmediato, ilusionado, google maps en mano.
Cuarenta y cinco minutos después, cerca ya de las diez de la mañana, salí de la estación de metro de Coloseo, sorprendido por la vista a la izquierda de la enorme mole del anfiteatro Flavio, a la derecha de las vetustas ruinas del foro y, de frente, a unos doscientos metros, del imponente Arco de Constantino. El cielo seguía encapotado, aunque no tenía pinta de ir a llover. Intentando abstraerme de la importante afluencia de turistas ya a aquella hora, puse en marcha la siguiente pista titulada “Coliseo. Exterior”. La voz de Sara volvió a sonar agradable e íntima.
Anfiteatro Flavio. Coliseo.
–Si estás escuchando este segundo audio en el lugar adecuado es que has llegado sin contratiempos a la zona del Coliseo. Ve acercándote al Arco de Constantino. Es ese grande que está al fondo, no tiene pérdida, o eso creo… aún desconfío de tu capacidad para orientarte ­–Sara, sardónica, rio y pausó su voz unos instantes. Pensé que, efectivamente era muy puñetera, pero me encantaba oír sus carcajadas, aunque fuera ironizando sobre mis habilidades. Obediente, seguí sus instrucciones con premura–. Bueno “abuelillo”, estás ante el majestuoso Anfiteatro Flavio. Primero te contaré algunas cosas sobre el suelo que pisas –Sara carraspeo–. Verás, esto era el centro superpoblado de la Roma imperial. El hecho clave para que se consiguiera despejar esta amplia extensión de terreno fue la enorme catástrofe que supuso el incendio del año 64 d.c. Fuera o no provocado por Nerón, se cree que no, lo importante es que a él le vino muy bien, tanto para echar la culpa a los cristianos e iniciar una cruenta persecución, como para apropiarse de este gran espacio para construirse un buen chalet. Bueno, más bien el chalet más grande y suntuoso que te puedas imaginar. De hecho, sólo el estanque o “stagnum neronis”, ocupaba el lugar donde ahora se alza el Coliseo. La Domus Aurea, así se llamaba la Villa Imperial que pretendía construirse Nerón, ocupaba 80 hectáreas de esta zona del pleno centro de la ciudad, y su inspirador no llegó a verla acabada, puesto que lo mataron antes. Cuando Vespasiano llegó al poder, un par de años después, comienzo por tanto de la dinastía Flavia, decidió eliminar gran parte de la Domus Aurea para crear un anfiteatro, algo más necesario, lúdico y propagandístico. El anfiteatro, arquitectónicamente hablando, resulta de la unión de dos teatros, tipo griego, por la parte de la escena, y era el recinto perfecto para que se desarrollaran espectáculos de los que los romanos se volvieron adictos como las “venationes” o espectáculos de caza, las luchas de gladiadores o “munera gladiatorum” y de hombres contra bestias, las batallas navales o “naumaquias”, incluso las ejecuciones, incluida la salvaje “damnatio ad bestias”; te puedes imaginar, por el nombre, que era una pena de muerte en la que el condenado era despedazado por algún tipo de animal como tigre, pantera, león, ...etc (Me viene a la mente el caso de la envenenadora más famosa del momento, “Locusta”, que fue condenada a morir violada por una jirafa amaestrada y descuartizada por leones, un condena muy poco agradable). Parece ser que todo lo que llevara sangre de por medio hacía las delicias del romano de época imperial. Bueno…que me estoy enrollando –Sara cambió el tono de su voz–. El Coliseo por tanto se erigió sobre el estanque de Nerón, y las gradas sobre unos extraordinariamente robustos cimientos de doce metros de espesor. Se construyó con sillares de travertino, toba y ladrillo, dando el conjunto solidez y fortaleza. La necesaria ligereza se la aporta la alternancia de materiales y la omnipresencia de los vanos en su estructura, ochenta por planta. Imagínate la estampa de ciento sesenta vanos, los de los dos pisos superiores, ocupados por enormes estatuas. Las ochenta arcadas inferiores eran las entradas al recinto, los “vomitorios”; en algunas se conserva hasta su número en caracteres romano. A cada espectador se le proporcionaba una tablilla con el lugar que ocupaba su asiento en la cavea, los graderíos, y el itinerario a seguir hasta llegar a él, durante el cual, no se mezclaban en ningún momento las diferentes clases sociales; como podrás aventurar las más pudientes se situaban más cerca del espectáculo. Había cuatro entradas especiales destinadas al Emperador, las vírgenes vestales, los senadores y los gladiadores que, por supuesto, nunca se mezclaban con la plebe –Sara pausó unos instantes su narración–. Es difícil imaginárselo ahora, pero una serie de toldos cubrían la “cavea” para proteger a los espectadores de la solana, ya que los espectáculos duraban toda la jornada. En la parte más alta se conservan las ménsulas de las que se enganchaban los mástiles que sostenían los toldos. Estos eran manejados con sogas desde el suelo por expertos marineros que se ayudaban de un complejo sistema de poleas, y de unos cipos o piedras de los que anclarlas al suelo. Había doscientos cuarenta cipos que formaban una elipse perfecta alrededor del monumento a unos diecisiete metros de él. Se conservan cinco, así que deberás buscarlos junto a los pocos restos del suelo original de bloques de travertino, situados dentro de unas protecciones para que no se deterioren más. Puedes parar el audio mientras los buscas, y vete localizando los múltiples agujeros que hay entre los sillares de la construcción; luego vuelves a poner en marcha el audio y te explico.
Cipos y suelo original de Travertino del Coliseo.
Hice caso a Sara y comencé a rodear aquella inmensa mole. Enseguida encontré los cipos junto a los restos del pavimento imperial. Luego me dediqué a husmear entre los sillares, encontré decenas de agujeros. Comencé a dudar sobre la fortaleza de la estructura de la edificación, parecía un queso gruyere. Aunque luego pensé que, si seguía allí, en pie, aunque fuera una parte, sería por algo. Una vez que di la vuelta completa al monumento volví a activar el audio. Reconozco que oír a Sara me resultaba extraño, a la vez que extremadamente placentero.
–Ahora te contaré el extraordinario sistema antisísmico con el que se dotó al monumento. Por las noticias sabes que Italia es muy propensa a sufrir terremotos. Algunos han sido muy devastadores, como el que recientemente afectó al centro del país en agosto de 2016. Para paliar, en lo posible, los movimientos sísmicos se utilizó ceniza volcánica para el mortero del hormigón y se colocaron unas barras de cobre como nexo de unión entre los sillares. Ese perno iba anclado a la piedra superior y se insertaba en un agujero que tenía la piedra inferior que previamente se llenaba de plomo fundido, que era el metal que permitía absorber las ondas sísmicas del terremoto. Recuerda ahora todos esos agujeros que has visto. Son señales del expolio de esos pasadores de cobre. Al juntar las piedras y encajarlas, el plomo rebosaba lo que daba la pista a los picapedreros de donde se situaba el preciado cobre. Los expoliadores, principalmente durante la oscura edad media romana, practicaron esos agujeros para extraerlos.
Acompañado de la dulce y segura dicción de Sara y el contenido interesante de su narración, rodeé el monumento sin perder detalle. La mañana estaba resultando entretenida y placentera. Hubiera sido mucho más interesante con mi bella guía presente, pero su voz hacía que me sintiera tremendamente acompañado. Casi a las once y media me percaté de que había recibido un WhatsApp de audio de Sara que no había visto y que escuché de inmediato.
–¿Cómo va la mañana? Tenemos receso. Han terminado las dos primeras conferencias. A las once y media volvemos al lío hasta las dos y media. ¿Nos vemos luego para comer? Si estás cansado ve directo al hotel, comeré cualquier cosa en Termini y nos veremos en la habitación. En fin, como quieras. Disfruta de la mañana. Besitos.
Contesté en cuanto lo escuché, aunque pensé que quizá ella hubiera terminado ya su descanso.
–Hola bombón. No me he enterado del mensaje hasta ahora. Estaba dando una vuelta al Coliseo, haciendo de vulgar picapedrero buscando agujeros, como me mandaste ­–reí–. Oye, muy bueno el detalle de los audios que me has grabado, aunque ya me dirás cuando lo has hecho. Voy a acercarme al Arco de Constantino y el resto de la mañana la pasaré dentro del Coliseo. De la comida no te preocupes. Cuando salga de aquí compraré un par de bocadillos en el Mr. Panino de Termini y te esperaré en la habitación.
Sara me contestó enseguida.
–Vale. Así echaremos una cabezadita y daremos una vuelta, más descansados, por la tarde. Me compras un Mr. Salsiccia si puedes, me encanta ese bocata. Respecto a los audios... Aprovecho los momentos en los que la “Pompadour” se empolva en el baño. Es que tardas en acicalarte más que yo y me dio tiempo a darte esta pequeña sorpresa –Sara rio–. Espero que te sirva. Tienes otro par de audioguías oficiales que son más exhaustivas, por si quieres profundizar. Tiempo tienes de sobra, imagino. Te dejo, nos vemos en el hotel en cuanto acabe. Un besote.
Contesté a Sara rápidamente.
–Llevaré unas peroni por si traes sed. Te espero en pijama. –Rei.
Esta vez recibí como contestacion un emoticono con un beso, otro con un gesto de asombro, uno más con un rostro ruborizado y un último con un aplauso. Supuse que Sara ya habría entrado en el Aula Magna de la Sapienza de nuevo. Luego me acerqué otra vez al Arco de Constantino para contemplarlo con detalle. El grisáceo y neblinoso celaje romano parecía querer respetar mi día de turismo en solitario entre las imponentes ruinas imperiales.

2 comentarios:

  1. Muy bueno aquí estoy a las siete de la mañana enganchada,cada día me gusta más.

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    1. Me alegra que te guste. Vosotros formáis parte de la historia de alguna manera porque esos lugares los vimos juntos. Besos.

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