Anfiteatro Flavio. Coliseo.
Aquel
domingo fue muy intenso. La visita al complejo de Letrán había continuado con
una estupenda tarde a caballo entre el complejo arqueológico y basílica de San
Clemente, y la basílica de San Pietro in Vincoli con el maravilloso “Moisés” de
Miguel Ángel. Era hora de tomarnos un descanso y, por eso, entramos en una
pequeña Gelatería en la Vía Cavour, de camino al hotel. Por la
hora que era, Sara descartó el intento de visitar los dos lugares cercanos que
nos quedaban pendientes, dejándolos para días posteriores. Merecería la pena
verlos con detenimiento, según su criterio. Se trataba de las Basílicas de las
Santas Práxedes y Pudenciana, hijas mártires del Senador Pudente, aquel que
alojara en su casa a San Pedro. Su cercanía a Termini, nuestro alojamiento, y
Santa María la Mayor, dejaba la puerta abierta a que nos dejáramos caer por
allí en cualquier rato que tuviéramos disponible.
Como en tantas Gelaterías italianas, el helado estaba delicioso, algo exótico para
mi modesto paladar; de gorgonzola, nuez y miel, apio y lima. Para uno, que es
muy clásico para estas cosas, al que le cuesta salir de la tradicional nata, vainilla
o, barroquizando el gusto excepcionalmente, de la Stracciatella, fue toda una experiencia.
Después, decidimos retirarnos al hotel
para disfrutar de una relajante sesión de Spa, con sauna y Jacuzzi. Luego, nos
fuimos a la habitación. Tras una larga y reparadora ducha, en mi caso
acompañada por afeitado completo de cabeza y barba, nos acercamos a “Termini” para comprar algo para cenar. Los
bocatas de Mr. Panino, la ensalada y las
peroni frescas (bendita medida la
italiana que son de 66 cc), que nos beneficiamos en la misma habitación del
hotel nos supieron a gloria. Cerca ya de las once de la noche, agotados y
amodorrados por el cansancio y la cervecilla, nos acostamos, con la idea de
madrugar, no quedaba otro remedio, Sara quería llevarme a la Porta Pía y a ver
otro imponente lienzo de la Muralla Aureliana antes de retomar su congreso. Yo
tendría la mañana libre, al menos, eso pensaba yo en aquel momento.
Aquel lunes amaneció “grequiano”;
oscuro, anubarrado y amenazando lluvia. Tras otro buen desayuno en el Venetia Palace, nos pusimos en marcha a
las siete y media, con los chubasqueros enfundados y paraguas al cinto; Sara llevaba
también la flamante carpeta oficial de su congreso. Tardamos cerca de veinte
minutos en llegar a la Puerta Pía, donde ella comenzó a explicarme algo sobre
su historia bajo una leve llovizna, protegidos por capuchas y paraguas.
Porta Pía. Diseño de Miguel Ángel
–Dicen que este fue el último monumento
que diseñó Miguel Ángel. Fue un encargo del Papa Pio IV. Se cuenta que el Papa
quería una puerta funcional que sustituyera a la cercana Porta Nomentana. Miguel Ángel se debió de adornar en exceso para el
gusto de la Curia con los tres proyectos que presentó. Finalmente, el Papa eligió
el más barato.
–Suele pasar –comenté mientras
comenzábamos a rodearla.
–Miguel Ángel no la vio acabada y se
transformó mucho su proyecto. La fachada exterior es del s. XIX. Quiero
destacarte dos hechos señalados acaecidos en este lugar. Por aquí entraron los Bersaglieri.
–¿Quiénes?
–Es un cuerpo de la infantería italiana.
Un grupo de estos soldados entró en Roma por aquí en 1870, culminando la Unidad
Italiana al conquistar Roma. El otro hecho relevante fue un atentado que sufrió
Mussolini el 11 de septiembre de 1926.
–Evidentemente sobrevivió –bromeé
mientras la leve llovizna cesaba.
–Ahora, paseemos junto al Muro
Aureliano, mientras nos acercamos hacia el campus de la universidad. Espero que
te portes bien, tendrás la mañana para ti solito.
–No sabré que hacer sin Cicerone.
–A lo mejor tienes algo parecido… –Sara
se mostró enigmática.
Durante un buen rato seguimos la estela
de la Muralla Aureliana. Teniendo en cuenta los largos tramos que habíamos
visto ya, tanto el Letrán como en la Puerta Tiburtina, parecía ser cierto
aquello de que conservaba 12 de sus 19 km de perímetro. Luego nos adentramos en
el Campus Universitario. Sara tenía que estar a las 9 de la mañana en el Aula
Magna de la Universidad de la Sapienza.
–Creo que me hubiera gustado asistir a
un congreso como este –afirmé.
–Si te apetece, creo que podría
conseguir una acreditación especial, al menos para el día que yo dé la
conferencia.
–Pues claro. Me encantaría. Sería un
placer escucharte. Aunque ya disfruto de ese privilegio a diario –le guiñé un
ojo antes de detenerme y besarla.
–A lo mejor…esta noche… dormimos menos –me
soltó con zalamera picardía.
–Eso sería toda una crueldad; un anciano
debe descansar –añadí divertido.
Ambos reímos. Sara cambió de conversación.
Aula Magna y fuente de Minerva. Universidad de la Sapienza
–El campus es inmenso. Fue obra de
Mussolini. La Sapienza es la mayor
universidad de Europa con más de 150.000 alumnos y la más prestigiosa de la
parte sur del continente. Y… hemos llegado –Sara se detuvo ante una fuente previa a
una gran construcción –. Este es el edificio que alberga el rectorado, el Aula
Magna y la Biblioteca Alejandrina. Y ese es el estanque de Minerva con su
estatua; aquí nos separamos hasta la tarde, vejete.
–Solitario, cabizbajo, con el corazón
silente bañado en tristeza y abandono, me retiraré a mis aposentos en el hotel
a llorar tu ausencia –comenté pomposamente jocoso. Sara rio de nuevo. Luego me
besó, soltó mis manos, me guiñó y comenzó a andar con rapidez hacia las
escaleras de acceso del edificio. Entonces la seguí.
–Espera. Creo que no me he despedido
adecuadamente –le dije acercándome. Luego, le di un fuerte abrazó y la besé de
nuevo antes de preguntarle–. ¿He de preocuparme de que me dejes tirado en Roma
tras fugarte con algún experto medievalista en…como era el título del congreso,
a piñón…? –Sara rio, me volvió a besar y se despidió.
–Avignon. El congreso se titula “Dos
siglos de papado. De Avignon al Saco de Roma” Por cierto, ¿he de preocuparme yo
de que te líes con alguna guía turística amante del ristretto y el gelato?
–Yo que tú lo haría. Mi cabeza recién
afeitada y convenientemente bruñida es de un atractivo irresistible. Brilla a
muchos monumentos de distancia –Sara volvió a reír y concluyó, ya subiendo las escaleras–.
–En cuanto acabe te mando un whatsapp.
Por cierto, te he dejado en el móvil la tarea para esta mañana. Hay una carpeta
de audios con el nombre de la fecha de ayer.
–¿No será verdad? –pregunté, echando
mano del móvil.
Sara se volvió en lo alto de la escalera
y me despidió tirándome un beso con la mano. Luego desapareció volando a pesar
de llevar tacones. Sorprendido, accedí a la carpeta; había varias pistas. Puse
en marcha la primera y su preciosa voz se hizo presente.
–Ante todo, pórtate bien e intenta no
perderte. No quiero tener noticias tuyas a través de los Carabinieri –Sara dejó
de hablar momentáneamente, supuse que había sopesado aquella posibilidad y se
divertía–. Ahora, sal del campus en dirección al Viale Regina Elena, y síguelo hasta la estación de metro Policlínica. Una vez en el subterráneo ve
en dirección Laurentina. Tras cuatro
paradas estarás en Coloseo. Bájate
allí. Tienes en la cartera una tarjeta Roma Pass que te he comprado para que no
hagas cola en el acceso al monumento. Vale también para el metro, no tienes más
que pasar el código de barras por la pantalla. Hoy te vas solito a la
antigüedad clásica. Espero que disfrutes. Besos.
–Será puñetera –pensé–. Me ha organizado
el día. –Sonreí satisfecho, emocionado y halagado en extremo, poniéndome en
marcha de inmediato, ilusionado, google
maps en mano.
Cuarenta
y cinco minutos después, cerca ya de las diez de la mañana, salí de la estación
de metro de Coloseo, sorprendido por la vista a la izquierda de la enorme mole
del anfiteatro Flavio, a la derecha de las vetustas ruinas del foro y, de
frente, a unos doscientos metros, del imponente Arco de Constantino. El cielo
seguía encapotado, aunque no tenía pinta de ir a llover. Intentando abstraerme
de la importante afluencia de turistas ya a aquella hora, puse en marcha la
siguiente pista titulada “Coliseo. Exterior”.
La voz de Sara volvió a sonar agradable e íntima.
Anfiteatro Flavio. Coliseo.
–Si
estás escuchando este segundo audio en el lugar adecuado es que has llegado sin
contratiempos a la zona del Coliseo. Ve acercándote al Arco de Constantino. Es
ese grande que está al fondo, no tiene pérdida, o eso creo… aún desconfío de tu
capacidad para orientarte –Sara, sardónica, rio y pausó su voz unos instantes.
Pensé que, efectivamente era muy puñetera, pero me encantaba oír sus carcajadas,
aunque fuera ironizando sobre mis habilidades. Obediente, seguí sus
instrucciones con premura–. Bueno “abuelillo”, estás ante el majestuoso Anfiteatro
Flavio. Primero te contaré algunas cosas sobre el suelo que pisas –Sara
carraspeo–. Verás, esto era el centro superpoblado de la Roma imperial. El
hecho clave para que se consiguiera despejar esta amplia extensión de terreno
fue la enorme catástrofe que supuso el incendio del año 64 d.c. Fuera o no
provocado por Nerón, se cree que no, lo importante es que a él le vino muy bien,
tanto para echar la culpa a los cristianos e iniciar una cruenta persecución,
como para apropiarse de este gran espacio para construirse un buen chalet.
Bueno, más bien el chalet más grande y suntuoso que te puedas imaginar. De
hecho, sólo el estanque o “stagnum
neronis”, ocupaba el lugar donde ahora se alza el Coliseo. La Domus Aurea, así se llamaba la Villa
Imperial que pretendía construirse Nerón, ocupaba 80 hectáreas de esta zona del
pleno centro de la ciudad, y su inspirador no llegó a verla acabada, puesto que
lo mataron antes. Cuando Vespasiano llegó al poder, un par de años después, comienzo
por tanto de la dinastía Flavia, decidió eliminar gran parte de la Domus Aurea para crear un anfiteatro,
algo más necesario, lúdico y propagandístico. El anfiteatro,
arquitectónicamente hablando, resulta de la unión de dos teatros, tipo griego,
por la parte de la escena, y era el recinto perfecto para que se desarrollaran
espectáculos de los que los romanos se volvieron adictos como las “venationes” o espectáculos de caza, las
luchas de gladiadores o “munera
gladiatorum” y de hombres contra bestias, las batallas navales o “naumaquias”, incluso las ejecuciones,
incluida la salvaje “damnatio ad bestias”;
te puedes imaginar, por el nombre, que era una pena de muerte en la que el
condenado era despedazado por algún tipo de animal como tigre, pantera, león, ...etc
(Me viene a la mente el caso de la envenenadora más famosa del momento, “Locusta”, que fue condenada a morir
violada por una jirafa amaestrada y descuartizada por leones, un condena muy
poco agradable). Parece ser que todo lo que llevara sangre de por medio hacía
las delicias del romano de época imperial. Bueno…que me estoy enrollando –Sara
cambió el tono de su voz–. El Coliseo por tanto se erigió sobre el estanque de
Nerón, y las gradas sobre unos extraordinariamente robustos cimientos de doce
metros de espesor. Se construyó con sillares de travertino, toba y ladrillo, dando
el conjunto solidez y fortaleza. La necesaria ligereza se la aporta la alternancia
de materiales y la omnipresencia de los vanos en su estructura, ochenta por
planta. Imagínate la estampa de ciento sesenta vanos, los de los dos pisos
superiores, ocupados por enormes estatuas. Las ochenta arcadas inferiores eran
las entradas al recinto, los “vomitorios”; en algunas se conserva hasta su
número en caracteres romano. A cada espectador se le proporcionaba una tablilla
con el lugar que ocupaba su asiento en la cavea,
los graderíos, y el itinerario a seguir hasta llegar a él, durante el cual, no
se mezclaban en ningún momento las diferentes clases sociales; como podrás aventurar
las más pudientes se situaban más cerca del espectáculo. Había cuatro entradas
especiales destinadas al Emperador, las vírgenes vestales, los senadores y los
gladiadores que, por supuesto, nunca se mezclaban con la plebe –Sara pausó unos
instantes su narración–. Es difícil imaginárselo ahora, pero una serie de
toldos cubrían la “cavea” para proteger a los espectadores de la solana, ya que
los espectáculos duraban toda la jornada. En la parte más alta se conservan las
ménsulas de las que se enganchaban los mástiles que sostenían los toldos. Estos
eran manejados con sogas desde el suelo por expertos marineros que se ayudaban
de un complejo sistema de poleas, y de unos cipos
o piedras de los que anclarlas al suelo. Había doscientos cuarenta cipos que formaban una elipse perfecta alrededor
del monumento a unos diecisiete metros de él. Se conservan cinco, así que
deberás buscarlos junto a los pocos restos del suelo original de bloques de
travertino, situados dentro de unas protecciones para que no se deterioren más.
Puedes parar el audio mientras los buscas, y vete localizando los múltiples
agujeros que hay entre los sillares de la construcción; luego vuelves a poner
en marcha el audio y te explico.
Cipos y suelo original de Travertino del Coliseo.
Hice
caso a Sara y comencé a rodear aquella inmensa mole. Enseguida encontré los cipos junto a los restos del pavimento
imperial. Luego me dediqué a husmear entre los sillares, encontré decenas de
agujeros. Comencé a dudar sobre la fortaleza de la estructura de la edificación,
parecía un queso gruyere. Aunque luego pensé que, si seguía allí, en pie,
aunque fuera una parte, sería por algo. Una vez que di la vuelta completa al
monumento volví a activar el audio. Reconozco que oír a Sara me resultaba extraño,
a la vez que extremadamente placentero.
–Ahora
te contaré el extraordinario sistema antisísmico con el que se dotó al
monumento. Por las noticias sabes que Italia es muy propensa a sufrir
terremotos. Algunos han sido muy devastadores, como el que recientemente afectó
al centro del país en agosto de 2016. Para paliar, en lo posible, los
movimientos sísmicos se utilizó ceniza volcánica para el mortero del hormigón y
se colocaron unas barras de cobre como nexo de unión entre los sillares. Ese
perno iba anclado a la piedra superior y se insertaba en un agujero que tenía
la piedra inferior que previamente se llenaba de plomo fundido, que era el
metal que permitía absorber las ondas sísmicas del terremoto. Recuerda ahora
todos esos agujeros que has visto. Son señales del expolio de esos pasadores de
cobre. Al juntar las piedras y encajarlas, el plomo rebosaba lo que daba la
pista a los picapedreros de donde se situaba el preciado cobre. Los
expoliadores, principalmente durante la oscura edad media romana, practicaron
esos agujeros para extraerlos.
Acompañado
de la dulce y segura dicción de Sara y el contenido interesante de su narración,
rodeé el monumento sin perder detalle. La mañana estaba resultando entretenida
y placentera. Hubiera sido mucho más interesante con mi bella guía presente,
pero su voz hacía que me sintiera tremendamente acompañado. Casi a las once y
media me percaté de que había recibido un WhatsApp
de audio de Sara que no había visto y que escuché de inmediato.
–¿Cómo
va la mañana? Tenemos receso. Han terminado las dos primeras conferencias. A
las once y media volvemos al lío hasta las dos y media. ¿Nos vemos luego para
comer? Si estás cansado ve directo al hotel, comeré cualquier cosa en Termini y
nos veremos en la habitación. En fin, como quieras. Disfruta de la mañana.
Besitos.
Contesté
en cuanto lo escuché, aunque pensé que quizá ella hubiera terminado ya su descanso.
–Hola
bombón. No me he enterado del mensaje hasta ahora. Estaba dando una vuelta al
Coliseo, haciendo de vulgar picapedrero buscando agujeros, como me mandaste –reí–.
Oye, muy bueno el detalle de los audios que me has grabado, aunque ya me dirás
cuando lo has hecho. Voy a acercarme al Arco de Constantino y el resto de la
mañana la pasaré dentro del Coliseo. De la comida no te preocupes. Cuando salga
de aquí compraré un par de bocadillos en el Mr.
Panino de Termini y te esperaré
en la habitación.
Sara
me contestó enseguida.
–Vale.
Así echaremos una cabezadita y daremos una vuelta, más descansados, por la
tarde. Me compras un Mr. Salsiccia si
puedes, me encanta ese bocata. Respecto a los audios... Aprovecho los momentos
en los que la “Pompadour” se empolva
en el baño. Es que tardas en acicalarte más que yo y me dio tiempo a darte esta
pequeña sorpresa –Sara rio–. Espero que te sirva. Tienes otro par de audioguías
oficiales que son más exhaustivas, por si quieres profundizar. Tiempo tienes de
sobra, imagino. Te dejo, nos vemos en el hotel en cuanto acabe. Un besote.
Contesté
a Sara rápidamente.
–Llevaré
unas peroni por si traes sed. Te
espero en pijama. –Rei.
Esta
vez recibí como contestacion un emoticono con un beso, otro con un gesto de
asombro, uno más con un rostro ruborizado y un último con un aplauso. Supuse
que Sara ya habría entrado en el Aula Magna de la Sapienza de nuevo. Luego me acerqué otra vez al Arco de Constantino
para contemplarlo con detalle. El grisáceo y neblinoso celaje romano parecía
querer respetar mi día de turismo en solitario entre las imponentes ruinas
imperiales.
Muy bueno aquí estoy a las siete de la mañana enganchada,cada día me gusta más.
ResponderEliminarMe alegra que te guste. Vosotros formáis parte de la historia de alguna manera porque esos lugares los vimos juntos. Besos.
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