El Buen Pastor de Murillo. Museo Nacional del Prado.
Ayer abrí la guía del Museo del
Prado que adquirí allá por 2016 cuando visitamos, en un caluroso mediado de agosto,
la pinacoteca madrileña, con motivo de la exposición que conmemoraba el V centenario
de la muerte de Jheronimus Van Aken, el Bosco. Y la abrí, al azar, en las
páginas que el libro dedica a Murillo.
Ante mi
tendencia innata a la melancolía y la nostalgia, especialmente si se trata de algún
viaje que recuerdo de manera especial porque lo hemos disfrutado a conciencia, me
ha dado por rememorar las dos visitas que hicimos a Sevilla, una en marzo de 2018,
y otra, la primera semana de 2019, ambas con motivo de la conmemoración del IV
centenario del nacimiento del insigne pintor Bartolomé Esteban Murillo, y la
segunda, además, y aprovechando la coyuntura, también para recoger el libro
donde se publicaba mi obra
“El
niño de Murillo” que llegó a situarse entre los 15 finalistas del III Premio
internacional de relatos Ciudad de Sevilla 2018, texto que recreaba,
figuradamente, de donde pudo el pintor sacar la idea para crear el bello lienzo
“Niños comiendo melón y uvas”, por otro lado un cuadro que no se pudo ver en
Sevilla, y que pertenece a la Alt Pinakothek de Munich.
A
Murillo se le asocia, con demasiada ligereza e ignorancia, a sus Inmaculadas y,
por extensión, a su pintura religiosa, magnífica desde luego. Pero Murillo fue
mucho más que eso, fue también un pintor costumbrista, un pintor de lo
cotidiano, incluso supo mezclar lo religioso a lo cotidiano. Sus vírgenes con
niño parecen, en gran parte de sus obras, una escena corriente, entrañable,
tierna y dulce de un hijo con su madre; sus niños Dios, sus santos Juanillos
semejan pequeños jugando, o pueriles pastorcillos en actitudes acostumbradas y
normales.
La Inmaculada del Escorial y la Inmaculada de los Venerables de Murillo. Museo Nacional del Prado.
De
la belleza de sus Inmaculadas no cabe ninguna duda, mi preferida es la “Inmaculada
del Escorial”, por encima incluso de la de los Venerables (los expertos dicen
que ésta es la mejor) ambas las he podido contemplar en el Museo del Prado, y la
del Escorial, también en Sevilla, en el Museo de Bellas Artes, en la exposición
antológica que reunió, nada más y nada menos, que 72 cuadros del autor, algo
nunca visto, que llevaba por nombre “Murillo y el IV centenario”. El rostro de
la Inmaculada del Escorial es sublime, es de una belleza arrobadora.
Ahora
voy a citaros algunos otros cuadros que hemos tenido la fortuna de ver, en
algunos casos, varias veces. Para mí son de lo mejor de Murillo, sin ánimo de
menospreciar las decenas de obras del pintor sevillano de indudable calidad. Siento
una debilidad especial por “La Virgen de la servilleta”,
Virgen de la Servilleta de Murillo. Museo de Bellas Artes de Sevilla.
un pequeño lienzo que
pudimos admirar por dos veces en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, y en dos
exposiciones diferentes durante la conmemoración del IV centenario del
nacimiento del pintor. Es una obra maravillosa, los rostros de la Virgen y el niño
rivalizan en belleza con el de la Inmaculada del Escorial, me cuesta describir
lo que sentí observando ese cuadro en vivo.
La Virgen del Rosario de Murillo. Museo Nacional del Prado.
Otro cuadro precioso es “La Virgen
del Rosario” que pertenece al Museo del Prado y que también pudimos ver en
Madrid y en Sevilla con motivo del centenario.
Virgen con el niño de Murillo. Palazzo Pitti.
Otro es la “Virgen con el niño”
del que disfrutamos en Sevilla en 2018 y con el que tropezamos en la inmensidad
del Palazzo Pitti en Florencia, recuerdo haberle comentado a mi madre y mis
hermanos, que aquel cuadro lo habíamos visto a orillas del Guadalquivir unos
meses antes.
Virgen de la faja de Murillo. Colección privada, Suiza.
Voy a destacar también uno que probablemente no volvamos a ver que
es “La Virgen de la Faja” que pertenece a una colección particular suiza y que,
con tanto esfuerzo Benito Navarrete, comisionado de la exposición “Murillo y su
estela”, lograra traer a Sevilla al espacio expositivo Santa Clara en 2018.
Y, finalmente
quiero quedarme con esta última obra, básicamente porque es por donde abrí la guía
del Prado, y por lo que he escrito este breve comentario. Se trata de “El Buen
Pastor” que he visto varias veces en el Museo del Prado, y que también
admiramos en Sevilla en la gran exposición del IV centenario.
El Buen Pastor de Murillo. Museo Nacional del Prado.
Vamos
con el cuadro… Lo primero que os diré de él es que fue ampliado con
posterioridad. Se nota en las diferentes oxidaciones de los barnices de la
pintura y los ligeros cambios de tonalidad, y lo fue porque colgaba junto a un
San Juan Bautista del mismo autor que era algo más grande, cosas del pasado,
hoy sería una cosa impensable. Es un cuadro con una composición muy equilibrada
con claras líneas verticales; en las arquitecturas de la izquierda, la pose del
niño sentado, la del cordero que tiene al lado, y varias líneas oblicuas como
las que forman la pierna izquierda del niño en paralelo a la vara de pastor que
porta. Según Javier Portús, experto del Museo del Prado, la existencia de las
ruinas podría hacer una alusión a la idea bucólico-clásica del pastor entre las
ruinas de un pasado esplendoroso, mientras que por otro lado podría hacer
referencia al triunfo del cristianismo sobre el paganismo romano. En cuanto a
la simbología del cuadro, tras la cotidiana imagen de un tierno pastorcillo que
cuida de sus ovejas, se anuncia el mensaje de los evangelios. Cristo sentado, vela
por su rebaño que aparece difuminado en segundo plano a la derecha del cuadro.
El niño Dios apoya su brazo izquierdo en un cordero (ambos miran fijamente al
espectador) que se ha separado del rebaño aludiendo a que Cristo jamás
abandonará a ninguna de sus ovejas. Yo destacaría la delicadeza y la dulzura del
rostro del niño con esos maravillosos rizos y su intensa y pensativa mirada,
con esos ojos oscuros que Murillo, simplemente, borda en muchos de sus cuadros.
En cuanto a la atmósfera en la que se desarrolla la escena, el cielo, la luz, el
color, la pincela recuerdan a la Escuela Veneciana, cuyos mejores ejemplos fueron
Tintoretto, Tiziano y Veronés.
Para terminar, con
el ánimo de no cansar a nadie, en la parte inferior derecha del cuadro fijaros
que hay pintada una flor de lis lo que nos indica que el cuadro perteneció a la
colección de Isabel de Farnesio, si llevara la cruz de Borgoña, el propietario sería
su marido Felipe V. El cuadro fue adquirido por la reina en 1744. Cabe recordar,
que hablamos de una mujer muy culta, inteligente y de un fuerte carácter, que conoció
a fondo la obra del pintor durante el llamado lustro sevillano 1729-1733, años
en los que trasladó la corte a esa ciudad, con el objetivo de que se le quitara
la depresión a su marido en tierras más cálidas (en aquella época le llamaban
mal de melancolía). Y claro… quién contempla la obra de Murillo no puede más
que enamorarse de su magistral pincel.