Palacio del Quirinale y Fuente de Cástor y Pólux con el obelisco.
Una vez visto el
espectacular interior de la “perla del barroco”, Sant’Andrea al Quirinale, una
de las obras cumbres de Bernini, Sara llamó a su amigo Bernardo Escalante, el
jesuita toledano; era el momento de despedirnos
El sacerdote apareció unos minutos después. En aquel momento
Sara atendía una llamada, al parecer algo relativo a su congreso de historia, o
eso pensé yo por sus gestos, mientras se alejaba hacia la puerta del templo
cubriendo con su mano el micrófono del móvil. Así que, allí me quedé yo, junto
al clérigo.
–¿Qué tal… nuestra joya? –me preguntó.
–Magnífica construcción. Es una obra espectacular, sublime.
–El templo es grandioso, sí, pero me refería a Sara.
Al oír aquello, me fijé en el severo rostro del sacerdote. Su
corte de pelo militar y sus facciones, duras y cuadradas, acordes con el resto
de su fornido cuerpo, me causaron inquietud. Su mirada reflejaba un atisbo de
desconfianza; la note más inquisitorial que pastoral. Luego, sentí la
incomodidad y el nerviosismo propio de estar a punto de pasar una reválida con
el jesuita, cuando apoyó, con decisión, su robusta zarpa derecha sobre mi
hombro. Me giré, algo timorato, y pensé que, sin el clériman bajo el cuello de la
camisa, hubiera pasado perfectamente como el sicario de algún mafioso cobrando su
“protección”, lo que en la Italia meridional llamaban “pizzo”. Entonces,
comenzó a hablarme.
–Sara es una mujer maravillosa. –El jesuita tenía toda la
razón, pero su voz me sonó algo áspera.
–Sí. Creo que conocerla ha sido lo mejor que me ha pasado en
la vida –balbuceé con torpeza mientras me dejaba guiar hacia un lateral del
templo, que remedio, por aquella mano que sentía, algo amenazante, sobre mi
hombro.
–Sara es para mí mucho más que una amiga, es como si fuera mi
hermana menor –El sacerdote dejó de orientar mis pasos, se puso ante mí, me miró
fijamente y apoyó sus manos en mis dos hombros–. Está deslumbrante, la veo muy
feliz en tu compañía –Aquellas palabras, acompañadas de una breve pausa, me
tranquilizaron por un instante, aunque luego el jesuita intensificó la presión de
sus dedos–. Ojalá siga así. Una vez tuve que consolarla… No me gustaría que
pasara otra vez por algo como aquello; no quiero que nadie vuelva a “jugar” con
su bella alma.
El Padre Escalante clavó sus ojos en mí. Sus palabras y, su
fuerza, me aturdieron por unos instantes. En medio de un silencio que se
cortaba con navaja de siete muelles, sin saber que responder, Sara regresó.
–Veo que habéis hecho buenas migas.
–Sí –dije recomponiendo mi figura, sintiendo aún la presión
de las “garras” del cura sobre mí cuerpo (pensé que quizá la silueta de sus
manos habría quedado impresa sobre mi chaqueta), lo mismo que habían quedado
grabadas sus extremadamente francas palabras en mi mente.
–Quedáis despedidos pues –El tono de voz del jesuita me
pareció diferente entonces; derrochaba camaradería–. Seguiré con mis aburridas
tareas. Sara, fue un placer, como siempre, y ya sabes dónde encontrarme. Luis,
cuida de ella.
El sacerdote dio un fuerte abrazo a Sara y me estrechó la
mano con cordialidad. Luego, dejé que hablaran unos minutos junto al altar, mientras
yo me acercaba a la salida, haciéndome el distraído, pero con esa inquietud de
espíritu que me había dejado mi breve conversación con el clérigo. Sara se
reunió conmigo y, juntos, nos despedimos de él, ya desde la puerta de la Iglesia.
–¿Qué te ha parecido?
–¿El qué?
–Que va a ser… Berni. De la iglesia ya hablamos antes. ¿Qué
te pasa? –Sara debió de percibir algo raro en mi estado de ánimo.
–Nada –mentí escueto, mientras bajábamos la escalinata de
Sant?Andrea al Quirinale, pero, antes de llegar al final me arrepentí y me
detuve, bajando un escalón más que ella, girándome y mirándole a los ojos.
–Vale, Sara. Te voy a ser sincero. Creo que a tu amigo Berni
le preocupa que lo nuestro no funcione. No sé si me ve como un crápula
asaltacunas dispuesto a beneficiarme a su amiga, y dejarla después tirada como
a una cucaracha. Me he sentido incómodo, ¡leñe! –confesé elevando el tono de mi
voz–.
Sara se echó a reír y me abrazó. Luego me susurró al oído…
–Te habrá dicho, con ese vozarrón que tiene, algo así como: “una
vez lo pasó muy mal y no me gustaría que se repitiera”
–Exacto. Y me lo ha dicho mirándome a la cara y agarrándome
por los hombros. Vamos…que me ha faltado poco para ziscarme en los pantalones.
–Sara soltó una carcajada.
–No seas exagerado. Berni es un hombre de iglesia y, como
tal, dado a los sermones. Se lo dice a todo aquel con quien sabe que me he
tomado un café. Me protege desde que me conoce, siempre desde el respeto a mi
libertad.
–Ya. Pues…que quieres que te diga. Seguro que te ha protegido
de más gente de la que crees; habrán salido de tu vida echando leches tras ese
primer café. También me ha dicho que te considera una hermana, y que tuvo que
consolarte.
–Yo también le quiero como a un hermano. Y sí, fue un gran
apoyo para mí en un mal momento. Perdí la cabeza por un profesor cuando estábamos
en segundo de carrera. –Noté cierta tristeza en la voz de Sara a la vez que
agradecí su sinceridad.
–No me digas que Berni tuvo unas palabras con él.
–Primero habló conmigo, y luego con él. Al fin y al cabo, es
quien descubrió que mi profesor estaba casado.
–¡Qué majo!
–¿Berni por decirme lo que sabía, o mi profesor por ocultarme
ese pequeño detalle sobre su vida durante semanas?
–Ambos.
–Ya.
El diálogo comenzaba a tener cada vez menos palabras. Me
sentí molesto al oírla decir “mi profesor”, aunque luego pensé que, para Sara,
quizá ese “mi” no tenía un sentido tan posesivo como el que yo le estaba
dando. Luego me imaginé a aquel hombre
con las zarpas del sacerdote sobre las solapas de su chaqueta marrón (y no sé por
qué elegí ese color), siendo zamarreado como un pelele de carnaval, y a punto
de que le partieran la cara si no desistía de seguir poniendo pica en Flandes
en plaza ya fortificada.
–¿Y qué fue de aquel tipo?
–Dejó
la facultad al final de curso. No lo ha vuelto a ver.
–¿Sientes
algo por él todavía?
–Fue hace mucho tiempo; un error de juventud. Pero de esas
cosas se aprende, o eso creo porque se ve que no he podido deshacerme de mi
innata inclinación a fijarme en personas de avanzada edad –Sara me sonrió, y me
abrazó–. Le has caído bien –añadió.
–Caray…pues si llega a ser al contrario… –pensé.
–Me ha dicho que le pareces un buen hombre.
–A lo mejor lo dice porque, si las cosas no van bien, con un
soplamocos soluciona el tema.
–¡Y dale perico al torno! Deja de pensar en tonterías. Berni
es uno de mis mejores amigos. Hemos compartido muchos momentos de biblioteca,
gimnasio, cine, incluso algún que otro congreso y seminario. Es muy educado, y cura.
Además, me consta que le has causado buena impresión, y créeme que me cuesta
entender el porqué –Sara bromeó y rio–. Y ahora, olvídate del asunto, y vamos a
asomarnos al Quirinale.
Me dejé arrastrar por ella de nuevo, pensando en que quizá
tenía razón, que podía haber malinterpretado, en cierto modo, las formas del
sacerdote. No muy convencido de ello, porque aún sentía sus gruesos dedos sobre
mis hombros, dejé que ella me sacara de mis pensamientos con nuevas explicaciones,
esta vez sobre aquella plaza tan monumental, con unas vistas magníficas al
fondo.
Fuente de Cástor y Pólux con el obelisco. A la izquierda el Palazzo de la Consulta, detrás la Scuderíe del Quirinale.
–Veamos…buen hombre –Ella me sonrió, imagino que pensando en cómo
me había calificado su amigo, y me besó en la mejilla. Nos habíamos detenido
ante la fuente con el obelisco–. La plaza la delimitan tres grandes edificios.
A nuestra espalda el Palazzo del Quirinale, a la izquierda el Palazzo de la
Consulta, sede de la Corte Constitucional italiana y, en frente, detrás de la
fuente, La Scuderie del Quirinale, lo que nosotros conocemos por caballerías. Actualmente
es un centro expositivo. Antes, formaba parte del impresionante Palazzo Colonna
que está detrás, junto a los espectaculares jardines de Montecavallo, que no sé
si nos dará tiempo a ver, pero que merecen una visita pausada. El Palacio
contiene una de las colecciones de arte privada más importante de Roma. En la
fuente están representados, Cástor y Pólux, patronos de los jinetes, que doman
unos caballos, esculturas que provienen de las Termas de Constantino. El
obelisco, en origen, estaba en un lateral del Mausoleo de Augusto, monumento
junto al que seguro que pasaremos algún día de estos. El obelisco fue derribado
por los godos en el ocaso del imperio romano, quedando olvidado y enterrado.
Fue descubierto, a finales del S. XVIII roto en varios fragmentos, y Pio VI
ordenó ponerlo aquí. Vayamos hasta la barandilla del fondo, hay una bonita
panorámica de la ciudad, con la cúpula de San Pedro al fondo.
Ella
Tenía razón. Desde allí se podía contemplar una bella vista de Roma
–Tampoco
creo que podamos venir, al menos juntos, pero, a las tres de la tarde, todos
los días, se produce el emotivo cambio de la guardia del Palazzo del Quirinale
en esta plaza, con banda de música incluida. Bajando por estas escaleras de la derecha,
la Fontana di Trevi está a escasos cinco minutos. Iremos al final de la tarde, quiero llevarte
primero a lo alto de la Piazza di Spagna. Volveremos sobre nuestros pasos hasta
San Carlino, y luego bajaremos a la Piazza Barberini para ascender un poco
hasta llegar a Trinitá dei Monti, en lo alto de la escalinata de Spagna. Vamos.
Sara se agarró a mi cintura, y comenzamos a andar. Al pasar
ante Sant’Andrea al Quirinale pensé más en Berni que en la grandiosidad del
monumento. Luego volví a disfrutar de las cuatro fuentes en torno a la
increíble portada de San Carlino. Finalmente enfilamos calle abajo por la Via
delle Quattre Fontane. Sara retomó enseguida sus explicaciones ante un
imponente edificio.
Palazzo Barberini. Una de las sedes de la Galleria Nazionalle d'Arte Antica.
–Este es el Palazzo Barberini, una de las sedes de la
Gallería Nazionalle d’Arte Antica. Es un imponente ejemplo del Barroco donde trabajaron
importantes arquitectos como Carlo Maderno, nuestro predilecto Borromini –Sara
me sonrió–, y también Bernini que diseñó la potente fachada con esa doble
galería que ves ahí. Tampoco sé si podremos venir, mercería la pena porque
tiene una colección de arte fantástica, además de una espectacular escalera elíptica
diseñada por Borromini que seguro te asombraría. La colección de arte destaca
por su pinacoteca. Recuerdo el retrato de Erasmo de Rotterdam de Quentin Massys,
el Enrique VIII de Hans Holbein, la Fornarina de Rafael (quizá sea este el más
conocido), la Ascensión de Garofalo, los magníficos Judit cortando la cabeza de
Holofernes y el Narciso, de Caravaggio, o el retrato de Beatrice Cenci, de
Guido Reni. Pero tiene obras de otros grandes pintores como Tiziano, Andrea del
Sarto, Bronzino, Canaletto, Guido Cagnacci, Guercino, Filippino Lippi, Lorenzo
Lotto, Andrea Sachi, Orazio Borgianni…etc. Te voy a enseñar algunas de estas
obras en el teléfono móvil.
Espectacular escalera elíptica de Borromini en el Palazzo Barberini, y la famosa Fornarina de Rafael
Sara me mostró una serie de fotografías que corroboraban la calidad
de la colección.
–Este es uno de mis preferidos, “La magdalena inconsciente”
de Guido Cagnacci, me encanta este cuadro. Además, es uno de esos sitios en los
que hay que mirar hacia arriba. Por ejemplo, la bóveda del Salón principal
tiene unos frescos magníficos de Pietro da Cortona, que representan “La
alegoría de la providencia divina”. Hay unos grandes sofás donde te puedes
recostar, si no hay mucha gente, para admirarlos.
Frescos de la alegoría de la Divina Providencia de Pietro da Cortona y la Magdalena inconsciente de Guido Cagnacci.
–Me lo pintas bien. Aunque solos y, recostados en un sofá, no
sé si podría reprimir mis instintos más básicos –En aquel momento cogí a Sara
por la cintura y la besé–. De hecho, creo que ahora mismo me va a resultar
complicado contenerme –añadí acentuando mi presión sobre su cintura con la
intención de besarla de nuevo.
–¿Te
he dicho que me gustas mucho cuando te pones así de zalamero?
–Creo
que no, pero si quieres, puedo seguir en esta línea… -me insinué.
–Anda…
so lagotero.
–¿Qué?
Nunca me han llamado eso, y no suena bien. Aclare voacé sus palabras, o me veré
obligado a enviarle a mis padrinos para retarla a simpar duelo –le comenté
ampulosamente. Luego le sonreí.
–Tengo
una amiga en Madrid que lo dice mucho. Lagotero es el que hace lagoterías.
–Hasta
ahí puede que hasta llegue mi simpar raciocinio –añadí con pedantería
–Lagotería,
es una zalamería para sacar algo
–Confieso
mi pecado, entonces, soy un grandísimo lagotero. Me conformaré a las puertas
del chalet de los Barberini con otro beso, luego prometo seguir sus consejos mi
querida doncella –Sara me besó de nuevo–. Tras esta merecidísima recompensa,
puede vuesarced proseguir con el paseo. –Ella rio con mis arcaicas y
caballerescas expresiones y, dándome la mano, continuamos, calle abajo, mientras
charlábamos.
–Cómo puedes comprobar, tengo razón con eso de
que a Roma hay que venir a vivir unos meses para hacerse una idea de los
tesoros que alberga.
–Sí.
La verdad es que parece que no hay una calle sin algo interesante que ver.
Bueno… a las pruebas me remito. Bonita fuente –comenté ya en la Piazza
Barberini, lugar donde desembocaba la Vía delle Quattre Fontane, dando pie a
que ella me explicara algo sobre aquel bello monumento.
Magnífica fuente del Tritón de Bernini en la Piazza Barberini
–Esa es la famosa fuente del Tritón, obra de Bernini.
Representa a ese dios marino, con un torso muy musculado y cola de pez, sobre
una concha sostenida por cuatro delfines, y soplando una caracola de la que
sale un chorro de agua. Si te fijas, debajo de la concha está la tiara papal,
con las llaves cruzadas, y unas abejas, símbolo de los Barberini, dado que el
papa Urbano VIII, el que encargó su construcción, pertenecía a esa familia.
–Me parece magnífica –apunté mientras cruzábamos la
transitada plaza para acercarnos más a la fuente.
–Soy muy forofa de Borromini porque le considero un artista muy
original, pero, hay que reconocer que Bernini era el número uno en todo lo que
hacía. Veremos varios ejemplos de fuentes diseñadas o esculpidas por él que te
van a maravillar.
–Como la de los Cuatro Ríos de la Piazza Navona que vimos de
pasada el primer día, ¿no?
–Exacto.
Tras dar la vuelta a la fuente intentando apreciar todos sus
detalles, Sara volvió a guiarme, esta vez a través de la Vía Sistina hacía nuestro
destino, la Piazza della Trinitá dei Monti. A medida que el obelisco se hacía
cada vez más presente, se iban atenuando los ecos de mi inquietud por mi
conversación con Berni. Pensé que quizá todo aquello que había sentido, no era
más que el fruto de la inseguridad que a veces me asaltaba por no acabar de
creerme todo aquello que me estaba pasando, al compartir mi vida con Sara, la
mujer que me había rescatado de mis particulares tinieblas. Entonces, ella se extrañó
de verme sonreír, aparentemente sin motivo.
–¿Qué te pasa? –me preguntó intrigada.
–Soy feliz, Sara –concluí escueto, besándola luego en la
frente.
Ella se aferró aún más a mi cintura y, esta vez en silencio,
proseguimos, hasta llegar a lo alto de la preciosa Piazza di Spagna.
Lo he vuelto a leer y me parece otra vez maravilloso .🤗 . Conoces al sacerdote de verdad ?
ResponderEliminarNo. Bernardo Escalante es un personaje que me inventé hace dos semanas. Saludos, desconocido.
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