domingo, 14 de abril de 2019

PASEOS CON SARA. DEL QUIRINALE A LA PIAZZA BARBERINI.


Palacio del Quirinale y Fuente de Cástor y Pólux con el obelisco.
        Una vez visto el espectacular interior de la “perla del barroco”, Sant’Andrea al Quirinale, una de las obras cumbres de Bernini, Sara llamó a su amigo Bernardo Escalante, el jesuita toledano; era el momento de despedirnos
        El sacerdote apareció unos minutos después. En aquel momento Sara atendía una llamada, al parecer algo relativo a su congreso de historia, o eso pensé yo por sus gestos, mientras se alejaba hacia la puerta del templo cubriendo con su mano el micrófono del móvil. Así que, allí me quedé yo, junto al clérigo.
        –¿Qué tal… nuestra joya? –me preguntó.
        –Magnífica construcción. Es una obra espectacular, sublime.
        –El templo es grandioso, sí, pero me refería a Sara.
        Al oír aquello, me fijé en el severo rostro del sacerdote. Su corte de pelo militar y sus facciones, duras y cuadradas, acordes con el resto de su fornido cuerpo, me causaron inquietud. Su mirada reflejaba un atisbo de desconfianza; la note más inquisitorial que pastoral. Luego, sentí la incomodidad y el nerviosismo propio de estar a punto de pasar una reválida con el jesuita, cuando apoyó, con decisión, su robusta zarpa derecha sobre mi hombro. Me giré, algo timorato, y pensé que, sin el clériman bajo el cuello de la camisa, hubiera pasado perfectamente como el sicario de algún mafioso cobrando su “protección”, lo que en la Italia meridional llamaban “pizzo”. Entonces, comenzó a hablarme.
        –Sara es una mujer maravillosa. –El jesuita tenía toda la razón, pero su voz me sonó algo áspera.
        –Sí. Creo que conocerla ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida –balbuceé con torpeza mientras me dejaba guiar hacia un lateral del templo, que remedio, por aquella mano que sentía, algo amenazante, sobre mi hombro.
        –Sara es para mí mucho más que una amiga, es como si fuera mi hermana menor –El sacerdote dejó de orientar mis pasos, se puso ante mí, me miró fijamente y apoyó sus manos en mis dos hombros–. Está deslumbrante, la veo muy feliz en tu compañía –Aquellas palabras, acompañadas de una breve pausa, me tranquilizaron por un instante, aunque luego el jesuita intensificó la presión de sus dedos–. Ojalá siga así. Una vez tuve que consolarla… No me gustaría que pasara otra vez por algo como aquello; no quiero que nadie vuelva a “jugar” con su bella alma.
        El Padre Escalante clavó sus ojos en mí. Sus palabras y, su fuerza, me aturdieron por unos instantes. En medio de un silencio que se cortaba con navaja de siete muelles, sin saber que responder, Sara regresó.
        –Veo que habéis hecho buenas migas.
        –Sí –dije recomponiendo mi figura, sintiendo aún la presión de las “garras” del cura sobre mí cuerpo (pensé que quizá la silueta de sus manos habría quedado impresa sobre mi chaqueta), lo mismo que habían quedado grabadas sus extremadamente francas palabras en mi mente.
        –Quedáis despedidos pues –El tono de voz del jesuita me pareció diferente entonces; derrochaba camaradería–. Seguiré con mis aburridas tareas. Sara, fue un placer, como siempre, y ya sabes dónde encontrarme. Luis, cuida de ella.
        El sacerdote dio un fuerte abrazo a Sara y me estrechó la mano con cordialidad. Luego, dejé que hablaran unos minutos junto al altar, mientras yo me acercaba a la salida, haciéndome el distraído, pero con esa inquietud de espíritu que me había dejado mi breve conversación con el clérigo. Sara se reunió conmigo y, juntos, nos despedimos de él, ya desde la puerta de la Iglesia.
        –¿Qué te ha parecido?
        –¿El qué?
        –Que va a ser… Berni. De la iglesia ya hablamos antes. ¿Qué te pasa? –Sara debió de percibir algo raro en mi estado de ánimo.
        –Nada –mentí escueto, mientras bajábamos la escalinata de Sant?Andrea al Quirinale, pero, antes de llegar al final me arrepentí y me detuve, bajando un escalón más que ella, girándome y mirándole a los ojos.
        –Vale, Sara. Te voy a ser sincero. Creo que a tu amigo Berni le preocupa que lo nuestro no funcione. No sé si me ve como un crápula asaltacunas dispuesto a beneficiarme a su amiga, y dejarla después tirada como a una cucaracha. Me he sentido incómodo, ¡leñe! –confesé elevando el tono de mi voz–.
        Sara se echó a reír y me abrazó. Luego me susurró al oído…
        –Te habrá dicho, con ese vozarrón que tiene, algo así como: “una vez lo pasó muy mal y no me gustaría que se repitiera”
        –Exacto. Y me lo ha dicho mirándome a la cara y agarrándome por los hombros. Vamos…que me ha faltado poco para ziscarme en los pantalones. –Sara soltó una carcajada.
        –No seas exagerado. Berni es un hombre de iglesia y, como tal, dado a los sermones. Se lo dice a todo aquel con quien sabe que me he tomado un café. Me protege desde que me conoce, siempre desde el respeto a mi libertad.
        –Ya. Pues…que quieres que te diga. Seguro que te ha protegido de más gente de la que crees; habrán salido de tu vida echando leches tras ese primer café. También me ha dicho que te considera una hermana, y que tuvo que consolarte.
        –Yo también le quiero como a un hermano. Y sí, fue un gran apoyo para mí en un mal momento. Perdí la cabeza por un profesor cuando estábamos en segundo de carrera. –Noté cierta tristeza en la voz de Sara a la vez que agradecí su sinceridad.
        –No me digas que Berni tuvo unas palabras con él.
        –Primero habló conmigo, y luego con él. Al fin y al cabo, es quien descubrió que mi profesor estaba casado.
        –¡Qué majo!
        –¿Berni por decirme lo que sabía, o mi profesor por ocultarme ese pequeño detalle sobre su vida durante semanas?
        –Ambos.
        –Ya.
        El diálogo comenzaba a tener cada vez menos palabras. Me sentí molesto al oírla decir “mi profesor”, aunque luego pensé que, para Sara, quizá ese “mi” no tenía un sentido tan posesivo como el que yo le estaba dando.  Luego me imaginé a aquel hombre con las zarpas del sacerdote sobre las solapas de su chaqueta marrón (y no sé por qué elegí ese color), siendo zamarreado como un pelele de carnaval, y a punto de que le partieran la cara si no desistía de seguir poniendo pica en Flandes en plaza ya fortificada.
        –¿Y qué fue de aquel tipo?
–Dejó la facultad al final de curso. No lo ha vuelto a ver.
–¿Sientes algo por él todavía?
        –Fue hace mucho tiempo; un error de juventud. Pero de esas cosas se aprende, o eso creo porque se ve que no he podido deshacerme de mi innata inclinación a fijarme en personas de avanzada edad –Sara me sonrió, y me abrazó–. Le has caído bien –añadió.
        –Caray…pues si llega a ser al contrario… –pensé.
        –Me ha dicho que le pareces un buen hombre.
        –A lo mejor lo dice porque, si las cosas no van bien, con un soplamocos soluciona el tema.
        –¡Y dale perico al torno! Deja de pensar en tonterías. Berni es uno de mis mejores amigos. Hemos compartido muchos momentos de biblioteca, gimnasio, cine, incluso algún que otro congreso y seminario. Es muy educado, y cura. Además, me consta que le has causado buena impresión, y créeme que me cuesta entender el porqué –Sara bromeó y rio–. Y ahora, olvídate del asunto, y vamos a asomarnos al Quirinale.
        Me dejé arrastrar por ella de nuevo, pensando en que quizá tenía razón, que podía haber malinterpretado, en cierto modo, las formas del sacerdote. No muy convencido de ello, porque aún sentía sus gruesos dedos sobre mis hombros, dejé que ella me sacara de mis pensamientos con nuevas explicaciones, esta vez sobre aquella plaza tan monumental, con unas vistas magníficas al fondo.
Fuente de Cástor y Pólux con el obelisco. A la izquierda el Palazzo de la Consulta, detrás la Scuderíe del Quirinale.
        –Veamos…buen hombre –Ella me sonrió, imagino que pensando en cómo me había calificado su amigo, y me besó en la mejilla. Nos habíamos detenido ante la fuente con el obelisco–. La plaza la delimitan tres grandes edificios. A nuestra espalda el Palazzo del Quirinale, a la izquierda el Palazzo de la Consulta, sede de la Corte Constitucional italiana y, en frente, detrás de la fuente, La Scuderie del Quirinale, lo que nosotros conocemos por caballerías. Actualmente es un centro expositivo. Antes, formaba parte del impresionante Palazzo Colonna que está detrás, junto a los espectaculares jardines de Montecavallo, que no sé si nos dará tiempo a ver, pero que merecen una visita pausada. El Palacio contiene una de las colecciones de arte privada más importante de Roma. En la fuente están representados, Cástor y Pólux, patronos de los jinetes, que doman unos caballos, esculturas que provienen de las Termas de Constantino. El obelisco, en origen, estaba en un lateral del Mausoleo de Augusto, monumento junto al que seguro que pasaremos algún día de estos. El obelisco fue derribado por los godos en el ocaso del imperio romano, quedando olvidado y enterrado. Fue descubierto, a finales del S. XVIII roto en varios fragmentos, y Pio VI ordenó ponerlo aquí. Vayamos hasta la barandilla del fondo, hay una bonita panorámica de la ciudad, con la cúpula de San Pedro al fondo.
Ella Tenía razón. Desde allí se podía contemplar una bella vista de Roma
–Tampoco creo que podamos venir, al menos juntos, pero, a las tres de la tarde, todos los días, se produce el emotivo cambio de la guardia del Palazzo del Quirinale en esta plaza, con banda de música incluida. Bajando por estas escaleras de la derecha, la Fontana di Trevi está a escasos cinco minutos.  Iremos al final de la tarde, quiero llevarte primero a lo alto de la Piazza di Spagna. Volveremos sobre nuestros pasos hasta San Carlino, y luego bajaremos a la Piazza Barberini para ascender un poco hasta llegar a Trinitá dei Monti, en lo alto de la escalinata de Spagna. Vamos.
        Sara se agarró a mi cintura, y comenzamos a andar. Al pasar ante Sant’Andrea al Quirinale pensé más en Berni que en la grandiosidad del monumento. Luego volví a disfrutar de las cuatro fuentes en torno a la increíble portada de San Carlino. Finalmente enfilamos calle abajo por la Via delle Quattre Fontane. Sara retomó enseguida sus explicaciones ante un imponente edificio.
Palazzo Barberini. Una de las sedes de la Galleria Nazionalle d'Arte Antica.
        –Este es el Palazzo Barberini, una de las sedes de la Gallería Nazionalle d’Arte Antica. Es un imponente ejemplo del Barroco donde trabajaron importantes arquitectos como Carlo Maderno, nuestro predilecto Borromini –Sara me sonrió–, y también Bernini que diseñó la potente fachada con esa doble galería que ves ahí. Tampoco sé si podremos venir, mercería la pena porque tiene una colección de arte fantástica, además de una espectacular escalera elíptica diseñada por Borromini que seguro te asombraría. La colección de arte destaca por su pinacoteca. Recuerdo el retrato de Erasmo de Rotterdam de Quentin Massys, el Enrique VIII de Hans Holbein, la Fornarina de Rafael (quizá sea este el más conocido), la Ascensión de Garofalo, los magníficos Judit cortando la cabeza de Holofernes y el Narciso, de Caravaggio, o el retrato de Beatrice Cenci, de Guido Reni. Pero tiene obras de otros grandes pintores como Tiziano, Andrea del Sarto, Bronzino, Canaletto, Guido Cagnacci, Guercino, Filippino Lippi, Lorenzo Lotto, Andrea Sachi, Orazio Borgianni…etc. Te voy a enseñar algunas de estas obras en el teléfono móvil.


Espectacular escalera elíptica de Borromini en el Palazzo Barberini, y la famosa Fornarina de Rafael
        Sara me mostró una serie de fotografías que corroboraban la calidad de la colección.
        –Este es uno de mis preferidos, “La magdalena inconsciente” de Guido Cagnacci, me encanta este cuadro. Además, es uno de esos sitios en los que hay que mirar hacia arriba. Por ejemplo, la bóveda del Salón principal tiene unos frescos magníficos de Pietro da Cortona, que representan “La alegoría de la providencia divina”. Hay unos grandes sofás donde te puedes recostar, si no hay mucha gente, para admirarlos.

Frescos de la alegoría de la Divina Providencia de Pietro da Cortona y la Magdalena inconsciente de Guido Cagnacci.
        –Me lo pintas bien. Aunque solos y, recostados en un sofá, no sé si podría reprimir mis instintos más básicos –En aquel momento cogí a Sara por la cintura y la besé–. De hecho, creo que ahora mismo me va a resultar complicado contenerme –añadí acentuando mi presión sobre su cintura con la intención de besarla de nuevo.
–¿Te he dicho que me gustas mucho cuando te pones así de zalamero?
–Creo que no, pero si quieres, puedo seguir en esta línea… -me insinué.
–Anda… so lagotero.
–¿Qué? Nunca me han llamado eso, y no suena bien. Aclare voacé sus palabras, o me veré obligado a enviarle a mis padrinos para retarla a simpar duelo –le comenté ampulosamente. Luego le sonreí.
–Tengo una amiga en Madrid que lo dice mucho. Lagotero es el que hace lagoterías.
–Hasta ahí puede que hasta llegue mi simpar raciocinio –añadí con pedantería
–Lagotería, es una zalamería para sacar algo
–Confieso mi pecado, entonces, soy un grandísimo lagotero. Me conformaré a las puertas del chalet de los Barberini con otro beso, luego prometo seguir sus consejos mi querida doncella –Sara me besó de nuevo–. Tras esta merecidísima recompensa, puede vuesarced proseguir con el paseo. –Ella rio con mis arcaicas y caballerescas expresiones y, dándome la mano, continuamos, calle abajo, mientras charlábamos.
 –Cómo puedes comprobar, tengo razón con eso de que a Roma hay que venir a vivir unos meses para hacerse una idea de los tesoros que alberga.
–Sí. La verdad es que parece que no hay una calle sin algo interesante que ver. Bueno… a las pruebas me remito. Bonita fuente –comenté ya en la Piazza Barberini, lugar donde desembocaba la Vía delle Quattre Fontane, dando pie a que ella me explicara algo sobre aquel bello monumento.
Magnífica fuente del Tritón de Bernini en la Piazza Barberini
        –Esa es la famosa fuente del Tritón, obra de Bernini. Representa a ese dios marino, con un torso muy musculado y cola de pez, sobre una concha sostenida por cuatro delfines, y soplando una caracola de la que sale un chorro de agua. Si te fijas, debajo de la concha está la tiara papal, con las llaves cruzadas, y unas abejas, símbolo de los Barberini, dado que el papa Urbano VIII, el que encargó su construcción, pertenecía a esa familia.
        –Me parece magnífica –apunté mientras cruzábamos la transitada plaza para acercarnos más a la fuente.
        –Soy muy forofa de Borromini porque le considero un artista muy original, pero, hay que reconocer que Bernini era el número uno en todo lo que hacía. Veremos varios ejemplos de fuentes diseñadas o esculpidas por él que te van a maravillar.
        –Como la de los Cuatro Ríos de la Piazza Navona que vimos de pasada el primer día, ¿no?
        –Exacto.
        Tras dar la vuelta a la fuente intentando apreciar todos sus detalles, Sara volvió a guiarme, esta vez a través de la Vía Sistina hacía nuestro destino, la Piazza della Trinitá dei Monti. A medida que el obelisco se hacía cada vez más presente, se iban atenuando los ecos de mi inquietud por mi conversación con Berni. Pensé que quizá todo aquello que había sentido, no era más que el fruto de la inseguridad que a veces me asaltaba por no acabar de creerme todo aquello que me estaba pasando, al compartir mi vida con Sara, la mujer que me había rescatado de mis particulares tinieblas. Entonces, ella se extrañó de verme sonreír, aparentemente sin motivo.
        –¿Qué te pasa? –me preguntó intrigada.
        –Soy feliz, Sara –concluí escueto, besándola luego en la frente.
        Ella se aferró aún más a mi cintura y, esta vez en silencio, proseguimos, hasta llegar a lo alto de la preciosa Piazza di Spagna.

3 comentarios:

  1. Lo he vuelto a leer y me parece otra vez maravilloso .🤗 . Conoces al sacerdote de verdad ?

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    1. No. Bernardo Escalante es un personaje que me inventé hace dos semanas. Saludos, desconocido.

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