Fachada de San Juan de Letrán. Monumental obra de Alessandro Galilei. 1735
Lo
primero que hicimos, tras nuestro breve receso en aquella de cafetería del
Viale Carlo Felice, fue regresar al edificio que albergaba la Scala Santa,
pasando junto a los restos del triclinio que León III mandara construir para
los fastos de la coronación de Carlomagno, para observar, más de cerca, los dorados
mosaicos del ábside. Luego entramos…
Scala Santa
–Y esta es la escalera que dicen que se
trajo Santa Elena de Jerusalén, y que era la del pretorio de Pilatos. Los
fieles la pueden subir sólo de rodillas. Por los laterales se puede acceder a
la Capilla de los Papas sin dejarse las rótulas en el intento –afirmó Sara.
–Soy un ferviente católico, pero, a mi
edad provecta, no son aconsejables estos esfuerzos.
–Imagino que la artrosis ya habrá hecho
estragos en tu senil osamenta –Sara rio.
–Espero que no tanto, bella doncella.
–Subamos –concluyó.
Arriba pudimos contemplar, al fondo de
la Capilla de los Papas, aquella imagen de Cristo Salvador a la que tanta
devoción tenía Sixto V, tanta que se salvó de su ímpetu destructor junto a la
sala que la albergaba. También pudimos leer la frase que mandó poner allí, “Non
est in toto sanctior orbe locus” (No hay lugar más santo en toda la tierra).
Seguidamente seguimos el recorrido y bajamos por la otra escalera lateral.
–Y ahora vamos a la basílica. Veamos la
fachada y tanteemos el interior. A lo mejor tenemos que variar algo la visita,
los domingos hay más misas, y se ocupa la nave central.
Seguidamente, cruzamos la calle y nos
situamos frente a la fachada del templo, en plena Piazza de San Giovanni in
Laterano, lo suficientemente alejados como para tener la perspectiva que Sara
quería, dejando las puertas monumentales de San Giovanni y Asinaria a nuestra
izquierda.
–La
fachada es espectacular. Intenta no observar el conjunto, por unos instantes,
imagina que no estuviera el palacio renacentista de Doménico Fontana.
–De acuerdo, fuera Fontana y su patrón Sixto
V –bromeé, Sara sonrió.
–Bien. La obra fue un encargo de Clemente
XII y la llevó a cabo Alessandro Galilei, rematándola en 1735. A mí me encanta.
La veo grandiosa, perfecta y equilibrada. Me llaman la atención los juegos de
luces y sombras, los contrastes y la alternancia de columnas y pilastras en la
vista horizontal, y de vanos adintelados y arcos de medio punto en la vertical.
Y luego el majestuoso frontón con esa balaustrada de la que parecen sostenerse
de manera inverosímil las enormes estatuas de Cristo Salvador, en el centro,
flanqueado por los Santos Juanes, Evangelista y Bautista, y por Santos y Doctores
de la iglesia. En el entablamento se puede leer “Clemente XII, Papa, a Cristo
Salvador en honor de los Santos Juanes Bautista y Evangelista”.
–Me gusta. Por cierto, las puertas del
centro son enormes.
–Esas dos robustas puertas de bronce
tienen más de dos mil años. Son las de la antigua curia del foro, dónde se
reunía el senado romano. Fueron traídas aquí, creo recodar que por el Papá
Alejandro VII, en el s. XVII. Ahora, pasemos al interior.
Tras cruzar un imponente atrio, la
Archibasílica se abrió ante nosotros.
San Juan de Letrán. Interior. Nave central
–¿Qué te parece?
–Qué me va a parecer. Un espacio grandioso,
magnífico, sobrecogedor.
–Cómo ya te comenté, la primera basílica
se erigió en época de Constantino. Actualmente no se ve nada de aquella época,
pero parte sigue ahí.
–¿Y eso?
–Ahora me explico. Creo que es mejor que
avancemos mientras nos lo permita la liturgia y hagamos en lo posible una
visita cronológica –Sara me llevó al crucero de la iglesia presidido por un
ciborio a todas luces gótico–. Esta es la parte visible más antigua, es del
siglo XIV, con influencia del gótico francés ya que en esos momentos los Papas
estaban en Avignon. Fue urbano V quien lo encargó, el primer Papa que hizo un
intento por volver a convertir a Roma en el centro de la Iglesia.
–Sobre
eso leí algo ayer también, acerca de su desencuentro con Santa Brígida cuando
el Papa decidió volver a Avignon, y la consiguiente maldición que le vaticinó
ella.
–Lo
que le dijo sonó bastante a amenaza, cierto. Ella le espetó que si volvía a sacar
la sede papal de Roma no le gustaría nada al altísimo…
–¡Pues
vaya como se las gastaba la Santa! No hizo más que regresar a Avignon Urbano V
y dejó la urbe y el orbe, las diñó en un par de meses. Un poco rencorosa la tal
Brigida.
–Eso
es verdad. Bueno…a lo que íbamos, dentro de la reja de arriba del ciborio se
custodian las cabezas de San Pedro y San Pablo que antes estaban en la Capilla
de los Papas que acabamos de visitar en el edificio de la Scala Santa. El ara
del altar es una losa que la tradición nos dice que es la misma que usaban San
Pedro y los primeros Papas.
–Ya es casualidad que se conserven
tantas cosas –comenté.
–Realidad o tradición, el eterno dilema
con la fe de mediadora. Delante de este espacio puedes ver esta cripta o confesio en la que destaca la tumba de
Martín V.
–Me dijiste que fue alguien importante.
–Exacto. Tras el abandono de Roma por
los papas de Avignon y el cisco que se montó con el Cisma de Occidente, Martín
V (Otón de Colonna) fue elegido por unanimidad nuevo Papa en 1417 y, éste, acudió
al rescate de una Roma decadente. Se le recuerda como un gran Papa, además de
un importante mecenas, restauró y conservó muchos edificios (hizo una especie
de inventario de la ciudad) y trajo a insignes artistas a trabajar aquí,
algunos tan eminentes como Massaccio o Bellini. Martín V consiguió que se
sentaran las bases para que la ciudad acogiera la explosión estética que supuso
el renacimiento. Ten en cuenta que cuando regresó de Avignon, en 1420, Roma debía
de presentar un aspecto lamentable, con 17000 habitantes, y barrios enteros
deshabitados y en ruinas. Recuerda que Roma llegó a tener más de un millón de
habitantes en época imperial. A este Papa, le debe Letrán, en especial, el espectacular
pavimento de la nave central. Aunque también trasladó la sede del papado
definitivamente al Vaticano con lo que Letrán dejó de ser para siempre la sede
del sucesor de Pedro.
–Pavimento cosmatesco también, por lo
que veo.
–Sí, muy bien. Fíjate que está ornamentado,
aquí y allá, con los símbolos de la familia del Papa, una columna.
–Ahora comprendo mejor porqué me
mandaste recordar a Martín V antes.
–La ciudad tiene un gran recuerdo de
este Papa, y su tumba está allí abajo cubierta por esa losa de bronce que
algunos atribuyen a Donatello, aunque puede que sea de alguno de sus
discípulos.
–El cristal que la cubre no favorece la
admiración de la obra.
–Cierto, pero sí su conservación. Así
que nos aguantamos. Ahora…vamos con el transepto. Este espacio fue restaurado
por orden del Papa Clemente VIII para el jubileo de 1600. En realidad, el Papa quería
acometer la intervención integral del templo, pero las obras se eternizaron. Lo
cual a veces no viene mal como es el caso.
–¿Por qué?
–Porque así la tarea de restaurar la
nave central, el espacio más grande, le cayó en suerte, 50 años después, al
excelso arquitecto barroco, Francesco Borromini. Pero no adelantemos
acontecimientos. Vayamos con el transepto. Clemente VIII se lo encargó a Jacomo
de la Porta. La decoración pictórica fue obra del Cavalier D’arpino. También
participaron insignes autores como Gentileschi, Cesare Nebbia o Pomarancio.
–¿D’arpino, el archienemigo de
Caravaggio como me comentaste en San Luis de los franceses?
–Exacto,
Caravaggio trabajó en su taller y luego fueron enemigos irreconciliables. El
Cavalier demostró aquí una exasperante lentitud y eso demoró las obras de la
nave central. El D’arpino estructuró su trabajo en las paredes en dos
registros, la parte de arriba se decoró con rostros de los apóstoles y la de abajo
con esas pinturas que simulan ser tapices con escenas de la vida del emperador
Constantino; se distinguen perfectamente, el sueño de Constantino, la batalla
del Puente Milvio contra Majencio, la donación de tesoros al Papa, la aparición
del busto del Salvador al pueblo romano… Fíjate bien, porque son pinturas manieristas
con ambientes y figuras forzadas, carentes de proporciones lógicas.
–El Manierismo me recuerda al Greco.
–Gran ejemplo, sí señor. En el extremo
izquierdo, mirando al ábside, está ese altar con unos restos de madera que
dicen que son los de la mesa de la última cena.
–Otra
tradición.
–Tradición
y fe van unidas. Ese órgano, dicen que es el más antiguo de Roma –Sara me
señalo aquel enorme y bello instrumento-. Vayamos al ábside porque allí se perdió uno de
los tesoros del Templo.
–Seguro que fue una pena –Sara me llevó
lo más cerca posible del cascarón del ábside y de la cátedra de Pedro.
Cascarón del ábside de San juan de Letrán
–Más que seguro. En el S. XIX, Pio IX,
quiso llevar el ábside hacia atrás. La dificultad estribaba en salvar el
valioso mosaico del cascarón, obra del genial Jacopo Torriti–Sara me miró
fijamente interrumpiendo brevemente la narración para que no repitiera el
chiste fácil sobre el apellido del autor–… que había rehecho uno anterior del
S. V, salvando el rostro del Salvador, imagen de tradición milagrosa; según se
decía había quedado impresa en la pared cuando Silvestre I, Papa, había consagrado
la iglesia en el 324. Pio IX incluso tuvo en su mesa un proyecto para salvarlo que
consistía en una compleja maniobra en la que se construirían unos railes para
llevar el conjunto entero hacia atrás. Pero finalmente se desestimó y fue su
sucesor León XIII quién tiró por la calle de en medio, encargó un calco y se lo
cargó. La reconstrucción, ni que decir tiene que no tiene la gracia ni el valor
del original de…
–Jaco Potorriti. ¡Si es que… me encanta
el nombre de ese tipo! –Reí.
–Era inevitable la bobada. Una vez…pasa,
pero la segunda era ya demasiado para ti. Acabaré hablado de él como el Sr.
Torriti ya que nos lo encontraremos más por la ciudad, para evitar tus chascarrillos
–Afortunadamente mi anfitriona rio conmigo y se agarró a mi brazo–. Vayamos a
la nave central, so gamberro.
Dejamos atrás la bella cátedra del
ábside con el cascarón adornado por los mosaicos no tan buenos como los de
Jacopo Torriti pero con la misma escena de la redención presidida por Cristo flanqueado
por la Virgen, San Pedro y Pablo, San Juan Evangelista y Bautista, y San Andrés,
escena en la que también aparecían, en menor tamaño, San Francisco y San
Antonio de Padua, santos franciscanos como el papa que encargara el mosaico,
Nicolas IV. Seguidamente Sara me llevó hasta el centro de la nave central.
–Y llegó Inocencio X Panfili y le
encargó a Borromini restaurar la nave central. Le puso una condición
fundamental, no destruir nada. Así que el genial arquitecto barroco restauró el
bello pavimento cosmatesco de Martin V y encerró las columnas, de época de
Constantino, dentro de los espectaculares pilares que vemos ahora.
–¿Quieres decirme que hay una basílica
dentro de otra?
–En su estructura, sí. Borromini era un
artista excepcional. Lo peor que le pudo pasar en su vida fue ser coetáneo de
otro genio, quizá mayor que él, Bernini. Borromini quizá fuera el que mejor
integraba arquitectura y ornamentación. Diseñó estos arcos verticales que
contrastan con la horizontalidad de las hornacinas que sobresalen e invaden la
nave central con las monumentales figuras de los apóstoles; para mí esto es lo
que más llama la atención al entrar en la Basílica. Sobre las hornacinas hay
escenas del antiguo y nuevo testamento y más arriba medallones con figuras de
profetas.
–Me parece monumental, pero no crees que
parece que el techo está bajo, como que la nave quedara aprisionada
–¿Dónde has leído eso?
–Una cosa es tener el privilegio de
tener guía personal y otra venir sin tener ni idea de nada, con la mente
desnuda y carente de cualquier información o dato histórico-artístico. Chica…en
el fondo también es lo mío. Tú vives de ello, yo disfruto de ello, aunque he de
confesar que estando tú, me suelo despreocupar bastante de preparar mis visitas,
disfruto demasiado de tus explicaciones –alagué a mi anfitriona y la guiñé con
picardía.
–¡Zalamero guasón! Sigamos… –Sara me
obsequió con una de sus miradas intensas y sinceras, aquellas miradas que me
habían encandilado–. Cómo seguramente has leído para dártelas de entendido
–añadió sardónica–, Borromini diseñó una grandiosa bóveda de cañón, pero el Papa
se opuso a que derribara la espectacular techumbre del s. XVI. Seguramente la
nave tendría un aspecto majestuoso y monumental, como no podría ser de otra
manera estando por medio Borromini, pero no hubiéramos conocido estos hermosos casetones
que conforman la cubierta renacentista. Sí el genial arquitecto barroco se muestra
magistral en las pequeñas construcciones como San Carlo a la quattre fontane,
que ya te enseñaré, no me puedo imaginar cómo sería en un espacio tan vasto
como el de esta nave.
Continuamos durante unos cuantos minutos
admirando los detalles de la nave central, deteniéndonos un buen rato en la
contemplación de aquel espacio desde las hojas de bronce milenarias traídas de
la curia romana. Tras un largo paseo, en
el que pudimos admirar las naves laterales con espacios tan bellos y
monumentales como la Capilla Corsini con el magnífico monumento fúnebre de
Clemente XII realizado por Alessandro Galilei, y obras de arte de categoría
incuestionable como un fresco de Giotto que representa a Bonifacio VIII
proclamando el primer jubileo de la historia en el año 1300, situado en la
parte trasera del pilar donde está la hornacina con el espectacular San Mateo,
obra de Camilo Rusconi, quizá la mejor de la esculturas de los apóstoles de la Iglesia,
Claustro de San Juan de Letrán
fuimos a descansar un rato al silencioso claustro del S. XIII, un magnífico
ejemplo de la obra de la familia Vassalletto, que pasa por ser el más bello y
grande de Roma, construido en estilo cosmatesco, con esas columnas retorcidas
que le imprimían una sensación de movimiento, no exenta de solidez y que, desde
la intervención de Borromini, en el s. XVII, albergaba restos arqueológicos de
todas las épocas del complejo. Luego, Sara dio por concluida la visita a Letrán
y salimos por el lateral, situándonos en la Plaza de Juan Pablo II para
observar la fachada.
–También es obra de Doménico Fontana.
–Ya. La reordenación de Letrán de Sixto
V. Me ha extrañado que no me hayas dicho nada sobre él en el interior de la
basílica. Quizá no le diera tiempo a meter mano al templo. Imagino que tanto el
Papa como el arquitecto estaban muy ocupados con reordenar el campo lateranse,
abrir calles nuevas, y erigir obeliscos a diestro y siniestro.
Plaza Juan Pablo II. Obelisco de letrán. Palacio de Domenico Fontana a la izquierda. En el centro entrada lateral a la Archibasílica obra de Fontana. A la derecha el Baptisterio de Constantino.
–Probablemente. Lo que sí que es cierto
es que retocó algunas cosas del Baptisterio, al que iremos enseguida, construyó
el palacio renacentista de la izquierda acabando con los restos del anterior, y
mandó hacer esta fachada de dos cuerpos convirtiéndola en la más utilizada por
los fieles porque es la que se orienta hacia Santa María la Mayor. Como ves,
consta de dos arcadas superpuestas que anuncian el atrio en la parte inferior y
la logia de las bendiciones, arriba, ambos espacios están decorados con
pinturas. La fachada se culmina con dos campanarios del s. XIII que no
eliminaron ni el papa ni su animoso arquitecto. Vamos al Baptisterio, se nos
está haciendo la hora de comer.
Sara me guio hacia aquel, aparentemente
modesto, edificio de ladrillo al que accedimos enseguida. El interior era muy
diferente al austero aspecto exterior.
–El edificio no tiene nada que ver con
el primitivo templo de Constantino levantado sobre las termas de una casa
romana. Fue edificado en el s. V por el papa Sixto III sobre la edificación
constantiniana y su aspecto actual se lo debe finalmente a la intervención de Borromini
en el s. XVII. Es de planta octogonal con deambulatorio abovedado delimitado
por 8 grandes columnas de pórfido de capiteles jónico corintio y compuesto
sobre las que se elevan otras de mármol. Está rematado por una cúpula. En el
centro hay una gran pila de basalto verde con un remate de bronce del s. XVII.
Baptisterio de Constantino
–Pues deambulemos por el deambulatorio
–comenté con gracejo.
–Sí, disfrutemos unos minutos del edificio.
Luego te llevaré a comer a un sitio que conozco cerca del Coliseo. Preparan
unos fetuccine al burro que te
encantarán.
–Desde luego el nombre es sugerente. De
burro a burro nos gustaremos.
–Seguro que sí, pero me temo que burro
sólo hay uno, en Italia, burro es mantequilla –Sara me aclaró el término
riéndose, me tomó del brazo y me sacó del recinto unos minutos después en
dirección a la vía San Giovanni. La imponente vista del Coliseo
al fondo enseguida se hizo presente, mientras mi estómago saltaba de alegría ante la idea
de comerme aquellos fetuccine al burro,
o a lo que fuera menester.
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