domingo, 27 de enero de 2019

PASEOS CON SARA. NIEVE EN EL ESQUILINO


Basílica de Santa Maria la Mayor de Roma


El mediodía de aquella interesante mañana de sábado se nos había echado encima recorriendo la vasta área que albergara las gigantescas termas de Diocleciano. Al llegar a la puerta de la iglesia de San Bernardo alle Terme, construida sobre un espacio circular que ocupaba una de las esquinas del complejo termal, nos encontramos con que estaba ya cerrada.
         –Podemos hacer una cosa, no tan joven aprendiz –Sara se chanceó de nuevo­–. Ya que me interesa mucho que veas el interior de San Bernardo (es una especie de mini Panteón de Adriano) y ahora ya no podemos, hagamos una parada para comer algo. Luego volveremos a la colina del Esquilino para pasar la tarde allí. Ya prepararemos un recorrido que se inicie en esta misma plaza que incluya San Bernardo, Santa Susana, Santa María de la Victoria y la Fuente del agua feliz, y nos lleve finalmente al Quirinale; hay varias cosas muy interesantes de camino, como San Carlo alla quattro Fontane o Santa Andrea al Quirinale; Borromini frente a Bernini, nunca mejor dicho.
         –Dado que este aprendiz no llegará a émulo de su maestra nunca, mejor dejaré todo lo relacionado con turismo en tus manos, por la cuenta que me trae.
         –¿Cansado? –Sara creyó leer eso en mis palabras.
         –De hacer turismo no, de ti… un poco –Sara me dio un cariñoso puñetazo en el hombro por mí atrevida y jocosa afirmación, se aferró a mi brazo y me llevó hasta una pizzería situada en la misma Piazza di S. Bernardo. Tras comer frugalmente, regresamos a Termini para divertirnos de nuevo en el Trombetta con su camarero, y disfrutar de su aromático y denso ristretto. Luego, sin prisa, pero sin pausa, volvimos a curiosear por los comercios de la estación hasta que Sara volvió a hallarme obnubilado ante el escaparate de la tienda de bombones que había visto por la mañana.
         –Vamos, nos espera la espectacular Basílica de Santa María la Mayor.
         –Te advierto que no me iré de Roma sin un buen cargamento de chocolate. Estoy pensando en comprar un bombón de cada variedad, mejor dos, uno para cada uno.
         –Sería bien recibido el detalle por la guía –Sara me guiñó–. Ambos salimos poco después de Termini en busca de la cercana via Guiberti que nos llevaría hasta la fachada de la Basílica.
         Por el camino, Sara me fue poniendo en antecedentes…
         –Ya te comenté antes que la colina del Esquilino estaba fuera de la ciudad hasta le época de Augusto. En esta zona se ubicaban diversas villas pertenecientes a familias pudientes. Pero vayamos al origen de la Basílica y, para ello, volveré a acudir a las leyendas. Dicen que en el año 358 d.c., la Virgen se le apareció en sueños a un Patricio, de nombre Juan, y le pidió que edificara una iglesia en su nombre en la zona de Roma que apareciera nevada aquella noche. Lo curioso es que dicen que el mismo sueño tuvo el Papa Liberio el mismo día. Se organizó entonces una procesión que les llevó hasta la colina del Esquilino que era el lugar que había aparecido nevado en plena canícula romana, un 5 de agosto.
         –Un milagro evidente, en agosto aquí se tienen que asar los pajaritos –bromeé.
         –La tradición dice que el Papa Liberio dibujó sobre la nieve la planta de la primitiva iglesia.
         –Y eso fue lo que inspiró a Murillo para hacer los fantásticos cuadros para Santa María la Blanca de Sevilla que hoy están en el Museo del Prado, unas pinturas excepcionales –añadí rememorando aquellas extraordinarias obras de arte.
         –Correcto, mi aventajado discípulo; unos lienzos magníficos. Y esta leyenda da origen al culto de Santa María de las Nieves en pleno agosto que tanto arraigo ha tenido en la cristiandad.
         –Sabía un poco de esta historia por los cuadros de Murillo. En pleno centenario del pintor es difícil abstraerse de algunas noticias; Sevilla merece una visita por ello.
         –Habrá que ir a Sevilla entonces.
         –Y al Museo del Prado. Lo del centenario del museo tampoco hay que perdérselo.
         –Prepararemos sendos viajes entonces. –Sara me guio hasta la enorme columna erigida sobre un monumental podio que presidía la plaza de Santa María la Mayor.
         –Esta es la única columna que se conserva de la Basílica de Magencio en el foro. Tiene 14 metros de altura y la situó aquí, sobre este gran podio, Carlo Maderno por orden del Papa Pablo V Borghese. La remata una estatua de la Virgen con el niño, como no podía ser de otra manera en este lugar. Detrás queda la Vía Merulana. Si no fuera por los árboles, se vería, al fondo, el obelisco de San Juan de Letrán.
         –Ya pensaba yo que esto también era obra del hiperactivo Sixto V y de su sufrido arquitecto Doménico Fontana.
         –Pablo V tampoco se quedó manco con sus proyectos y obras.  Acabó por fin el vaticano; en la fachada se puede leer su nombre en letras monumentales. Fue un buen Papa en general, favoreció las artes y la fundación de instituciones de caridad y educación, y canonizó a algunos santos famosos que nos atañen como españoles, fue el caso de Santa Teresa de Jesús, a los jesuitas San Francisco Javier y San Ignacio de Loyola, o al castizo San Isidro labrador.
         –Aceptamos “buen Papa hiperactivo” como respuesta entonces –no pude evitar el chascarrillo.
         –Ahora, date la vuelta que vamos a admirar la fachada mientras te cuento alguna cosa sobre esta imponente construcción. Verás… Santa María la Mayor es una de las cuatro Basílicas Mayores, junto a San Juan de Letrán, San Pedro del Vaticano y San Pablo Extramuros.
         Fuori le mura para los italianos.
         –Exacto. En Año Santo, quien las visita, se gana el jubileo tras cruzar la puerta santa de todos los templos. La iglesia primitiva, del siglo IV, la que mandara edificar el papa Liberio fue arrasada durante la invasión de los visigodos de Alarico en el 410. Sobre ella se erigió una nueva en época de Sixto III, ya en el siglo V. Este templo es el único que conserva la planta basilical tardoromana; las otras tres basílicas mayores la perdieron. A lo largo de la historia, la iglesia sufrió algunas transformaciones, abandonos y reconstrucciones hasta llegar a este espectacular estado actual. En cuanto a la fachada, destaca el campanario medieval de 75 metros de altura, el más alto de Roma. El resto se lo debemos, en gran parte, al Papa Benedicto XIV y al arquitecto Ferdinando Fuga. Al parecer, hacia 1740 la fachada se caía y se le ordenó intervenir. Fuga, no restauró, sino que hizo una nueva fachada, la que ahora puedes ver, respetando los mosaicos de la logia que son medievales y de gran valor. Si nos da tiempo subiremos a verlos. Entremos.
         El monumental atrio albergaba una estatua de Felipe IV, nuestro Rey Planeta. Sara debió de detectar mi extrañeza.
         –El templo está muy ligado a la corona española, siempre estuvo bajo su protección. De hecho, el rey emérito sigue siendo protocanónigo de la basílica y la iluminación es obra de Endesa; permite apreciar su extraordinaria decoración con un ahorro impresionante de energía.
         –El tema de las luces led, imagino.
         –Sí. Hace ahora un año, en enero de 2018, D, Juan Carlos y Doña Sofía inauguraron la iluminación. No debes olvidar que él nació en Roma, incluso fue bautizado en esta ciudad por el Cardenal Eugenio María Giuseppe Paccelli.
         –¿El que luego fuera Pio XII?
         –El mismo. Pasemos al interior y verás de lo que te hablo.

         Al entrar en la basílica me estremecí. La iluminación seguro que tenía mucho que ver pues hacía destacar sobremanera los dorados del techo y los de los mosaicos y el baldaquino de la zona del ábside. Una interminable sucesión de columnas definía el grandioso espacio de la monumental planta basilical.
         –Con la nueva iluminación se comprende aún más aquello que decía la tradición que exclamaban los romanos al entrar en el templo: “¡Santa María es toda de oro!” –apuntó Sara con erudición.
         –Imagino que exageraban un poco, aunque razón no debía faltarles.
         –La leyenda dice que el oro que decora la techumbre de casetones renacentista, obra de los hermanos Sangallo, fue donado por la corona española y procedía del primer metal precioso llegado de américa. Las columnas jónicas de fuste liso y mármol veteado probablemente sean de la antigua basílica de Liberio o de alguna edificación de época romana, y delimitan el espacio de la nave central respecto de las dos laterales y sustentan un entablamento con un tesoro de valor incalculable, los mosaicos romanos del siglo V con escenas de la biblia.
         –O sea que lo que admiramos en algunas excavaciones, aquí lo encontramos allí arriba.

         –Exacto. Se conservan 27 de los 42 paneles originales. También el arco triunfal tras el baldaquino, llamado arco de Éfeso, contiene mosaicos de esa época, la de Sixto III. Recibe ese nombre porque conmemora las conclusiones del famoso Concilio de Éfeso (431) en el que se proclamó que la Virgen era madre de Dios, Theotokos, no sólo de Cristo como hombre; no olvides que Éfeso fue la ciudad en la que la Virgen María pasó sus últimos años de vida. Por eso este arco está decorado con temas marianos; todas las escenas están relacionadas con la infancia de Jesús para remarcar el papel de madre de la Virgen; la adoración de los magos, la matanza de los inocentes, la presentación en el templo…etc. Falta el nacimiento de Cristo que se cree que desapareció con la ampliación del ábside, hoy ocupado en su media cúpula con mosaicos medievales presididos por ese medallón central que contiene la coronación de la Virgen por su hijo sobre un cielo estrellado. Cristo lleva en su mano izquierda un libro en el que se lee una inscripción fundamental para entender la escena, “ven mi predilecta y te sentaré en mi trono”; Cristo comparte por tanto su trono y su gloria con su madre. El mosaico es obra del famoso Jacopo Torriti.
         –¿Potorriti? Un nombre sugerente a la par que un poco irreverente para un artista que trabajó para la iglesia ¿no? –pregunté sin poder evitar la estulticia.
         –No seas guarro, es Jacopo Torriti –me reprochó mi Cicerone.
         –El baldaquino estorba un poco, ¿verdad? –cambié mi discurso volviendo al arte.

         –Es una monumental obra del Ferdinando Fuga también. Bueno…son modas. En el barroco se edificaron muchos baldaquinos para resaltar la parte más importante del templo, el presbiterio. Aquí impide apreciar el valor de los mosaicos, aunque, acercándonos, lo solucionaremos. Las columnas de pórfido que lo sustentan puede que fueran reutilizadas del viejo pórtico de entrada y fueron decoradas con esas hojas doradas en el S. XIX.
         Dedicamos un buen rato a pasear por el interior de la basílica dónde Sara me fue explicando la evolución de la construcción y su decoración. El fondo del ábside lo presidía una pintura sobre la adoración de los pastores de Francesco Mancini. Bajo el altar, en la confesio, pudimos ver una enorme estatua de Pio IX, quien instaurara el dogma de la Inmaculada Concepción, y la urna, obra de Giuseppe Valadier, con los restos del pesebre de Cristo. Después, subimos a la nave central y volvimos a admirar los mosaicos de los entablamentos, del arco de Éfeso y del ábside. Luego le pregunté por el cuidado y llamativo suelo.
         –En la Roma medieval se desarrolló esta forma de elaboración de suelos. Fue la familia de los Cosmati quien dio su nombre a esta manera de trabajar, por lo tanto, estilo cosmatesco. Reciclaban mármoles de las construcciones romanas para formar estas figuras geométricas en los suelos de los templos. Ahora démonos un paseo por los laterales.
         En la parte de la derecha de la nave entramos en la Capilla Sixtina, construida por Sixto V que recoge en su interior una antigua capilla medieval construida por Arnolfo di Cambio y que contenía las reliquias del pesebre a las que ese Papa era muy devoto. La capilla alberga en su interior la tumba de Sixto V y la de Pio V en un estilo aún renacentista. A su lado pudimos ver el bello sepulcro del cardenal Gonzalo Garcia Gudiel, obra de Giovanni di Cosma, una llamativa tumba propiamente gótica con arquitecturas, escultura y mosaicos. Cerca de allí, una simple losa daba testimonio del enterramiento del gran escultor del barroco, “Ioannes Laurentium Bernini decus artium et urbis hic humiliter quiescit” (Juan Lorenzo Bernini, gloria de las artes y de la ciudad, aquí yace humildemente).
En el lado izquierdo de la nave, Sara me destacó someramente varias cosas. En primer lugar, la Capilla gemela de la Sixtina, la Capilla Paulina, una construcción ya barroca a pesar de ser únicamente 25 años posterior a la Sixtina, con la pintura de la Salus populi romani, una pintura de estética bizantina muy venerada en Roma por haber salvaguardado a la ciudad de azotes y plagas. Luego pasamos por la Capilla Sforza, para admirar finalmente una bonita escultura de la Regina Pacis volviendo a la nave.
–Creo que estoy saturado de información artística.
–Pues yo apuesto por volver al hotel y aprovechar el SPA, aunque antes rodearemos la Basílica, las vistas nocturnas del ábside decorado por Carlo Reinaldi desde la Plaza del Esquilino con otro obelisco…
–No me digas más, otro de los de Sixto V.
–Sí. Vamos. Merece la pena, te lo aseguro. Permite ver las cúpulas de las capillas Paulina y Sixtina en toda su extraordinaria dimensión
–Me temo que la guía volverá a tener razón, así que un último esfuerzo seguro que merecerá la pena –añadí resignado por el cansancio, pero convencido de que pondríamos así un excelente broche artístico a una extraordinaria jornada de turismo.

–Además…nos podemos pasar por el Big Ben.
–No estoy yo para ir a Londres ahora –apunté con cierta gracia.
–Vamos, quejica tontaina, es un bar pastisseria que hace esquina entre la Vía Liberiana y la Vía de Santa María la Maggiore.
–Eso ya me suena mucho mejor, hermosa y sabia Cicerone.
–Anda…Tira para allá –Sara levantó su brazo en ademán de ir a darme una cariñosa colleja. Ambos reímos y, divertidos, nos dirigimos a la Plaza del Esquilino para rematar nuestra extensa y fructífera jornada turística.

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