domingo, 13 de enero de 2019

PASEOS CON SARA. DIÁLOGOS EN TORNO A LA CAPILLA CONTARELLI.

PORTADA DE LA IGLESIA DE SAN LUIS DE LOS FRANCESES EN ROMA

     Hasta ahora no había compartido uno de los grandes secretos de mi vida, al menos la vida que he vivido los últimos 12 años. Y es que suelo pasear acompañado de mi imaginaria Sara.
Sara es un personaje de mi novela “Tiempos de Sombras”, que espero que pronto conozcáis. Ella representa todo aquello que me hubiera gustado ser y vivir, ella hace realidad aquellos deseos y anhelos que un muchacho de pueblo, del norte de Palencia, comenzó a sentir llegado el momento de decidir qué es lo que quería hacer con su vida y que, con el tiempo, se fueron truncando y frustrando uno tras otro, hasta que ese muchacho, ya mayorcito, descubrió que, a falta de pan, buenas eran tortas, y a falta de vivirlos, era capaz de recrearlos en la ficción literaria, convirtiéndose esta actividad en el hermoso pasatiempo que da sentido en gran parte a su tiempo libre, junto a sus frecuentes escapadas y viajes familiares.
        Esta vez, mi bella e inteligente Sara, mi catedrática de Historia Medieval particular, la muchacha de la media melena azabache, mirada penetrante y sonrisa triste, enigmática e irresistible de la que quedé prendado en Aranjuez y Toledo, me ha llevado a Roma porque participa en un Congreso. Ahora mismo nos acabamos de encontrar en la Calle Giustiniani, a medio camino entre el Panteón de Adriano y la Piazza Navona. Ella, como siempre, está preciosa, con su cazadora de cuero de los mil bolsillos y un pantalón vaquero que parece estar hecho a medida de sus agraciadas formas…
        –Esta zona la conozco porque es de obligado paso en las típicas rutas turísticas hacia la Piazza Navona. Me he pasado por la Fontana di Trevi, me he desviado un poco para ver Santa María Sopra Minerva y el elefantito con el obelisco de Bernini, y luego he entrado en el Panteón de Adriano haciendo tiempo mientras te esperaba. ¿Qué tal las conferencias?
        ­–Seguramente mucho más aburridas que el paseo que daremos esta tarde. Te tengo preparado algo especial que veremos enseguida –Sara me guiñó mientras me agarraba de la mano tirando de mi hacia el mostrador de una pizzería que se abría al público en plena calle–. ¡Venga! Un trozo de pizza, que tengo hambre, y nos vamos.
        No tardamos mucho en engullir aquel aperitivo fugaz, no de una gran calidad, pero que nos sirvió para engañar al cuerpo por un rato. Una botella de agua ayudó a pasar aquel tentempié. Reanudada la marcha nos detuvimos un poco más adelante ante la fachada de una iglesia.
        –Como me dijiste que no habías entrado en la iglesia de San Luis de los franceses, te la mostraré. Ese edificio es el Palazzo Madama, hoy sede del senado romano –Sara me señaló una construcción sobria situada al otro lado de la calle y se detuvo ante la fachada del templo–. De cada una de estas edificaciones se puede escribir un libro. Tienen historias apasionantes y una decoración magnífica.
        ­–La fachada es elegante –apunté.
        –El diseño de la iglesia fue obra de Giacomo della Porta aunque la obra la hizo el famoso Doménico Fontana.
        –No tuvo suficiente con erigir obeliscos por toda la ciudad para el hiperactivo Sixto V, imagino. Ese Papa tuvo que ser insoportable…
        –Dicen las crónicas que cuando Doménico Fontana inició la reubicación del obelisco del Vaticano, tenía preparada una posta de caballos por si la cosas no salía bien y tenía que huir de la ira papal a uña de caballo…
        –Valga la rebuznancia –añadí jocoso.
        –Lo cierto es que debía de tener un carácter del que había que guardarse. Bien… Esta es la iglesia nacional de los franceses en Roma. Dedicada a San Luis, rey de Francia, fue edificada gracias al mecenazgo de los Medicis; los papas Leon X y Clemente VII eran de esa familia. La fachada es manierista, en ella destacan cuatro estatuas. Carlo Magno, San Luis rey de Francia, Santa Clotilde y Santa Juana de Valois. Carlo Magno está abajo a la izquierda con el orbe, San Luis a la derecha con la corona de espinas de Cristo para la que construyera la Santa Chapelle de Paris. Bajo ambas estatuas hay una salamandra que era el emblema de Francisco I. Arriba, a la izquierda, está Santa Clotilde esposa de Clodoveo, rey de los francos y responsable de la conversión de este pueblo bárbaro al cristianismo y Santa Juana de Valois, una mujer poco agraciada, deforme y enfermiza que fue rechazada por su padre Luis XI y repudiada por su marido Luis XII, y que acabó fundando y formando parte de la congregación religiosa de la Anunciación de la Virgen María, dando así sentido a una vida particularmente cruel y pesarosa. Arriba destaca un gran escudo con el emblema de Francia rematando el frontón. Entremos.
        Seguí a Sara cruzando el zaguán de la entrada. Se abrió ante mis ojos un templo de tres naves con capillas laterales de aspecto claramente barroco decorado profusamente con mármoles, dorados y estucos. Una maravilla.

        –Y aquí se entra para contemplar principalmente el origen de la pintura barroca –Sara apoyó su cabeza sobre mi hombro unos instantes mientras se aferraba a mi mano. Yo estaba absorto admirando la rica decoración de las paredes y techos de la construcción­–. Espectacular, ¿Verdad?
        Seguidamente, surcamos la nave central contemplando el fresco del techo alusivo a la muerte y apoteosis de San Luis, rey de Francia, y nos detuvimos ante el altar mayor.
        –Esta Asunción de la Virgen es una obra maestra de Francesco Bassano. –Sara se refería a la pintura que presidía el altar.
        –Supongo que de la famosa familia veneciana que influyó tanto en pintores como el Greco.
        –Correcto. El aprendiz parece que progresa y va atando cabos… –Sara me sonrió tras bromear. Yo la besé en la frente.
        Deliberadamente mi guía particular me llevó hacia la nave de la derecha deteniéndose unos instantes ante la Capilla de Santa Cecilia donde me habló sobre los frescos del Domenichino y, luego, hasta un punto de la iglesia desde el que poder ver, entre el púlpito y uno de los pilares, al fondo, la primera capilla de la nave de la izquierda.
        ­–Ahora…estate quietecito unos instantes. Y mira desde aquí hacia donde yo esté cuando te avise.
        Sara se dirigió hacia la nave de la izquierda, saludó al joven mulato que vendía recuerdos del templo en aquella parte del templo y se acercó hasta la primera capilla. Allí insertó una moneda y…la luz se hizo.
        La pintura barroca nació ante mis ojos al contemplar, en todo su esplendor y en la distancia, el Martirio de San Mateo, una de las obras cumbre de Caravaggio. Sara me pidió que me acercase unos instantes más tarde. Consiguió en mí ese efecto sorpresa, ese asombro que perseguía.
        –Había visto fotos de las pinturas, incluso algún documental, pero aquí…uno se queda boquiabierto –comenté al reunirme de nuevo con ella frente a la famosa Capilla Contarelli.
        –Ante vuesarced –Sara bromeó de nuevo–, las primeras obras de gran formato y composición compleja del genio que inició todo un movimiento artístico con su pincel, que rompió con las maneras suaves y afectadas del manierismo imperante en el momento. Estás ante tres obras maestras de Michelangelo Merissi, universalmente conocido como Caravaggio aunque, al parecer, nació en Milán, no en esa villa cercana que lo apoda. La capilla la mandó edificar el prelado francés Mathieu Cointrel.
        –He leído que el clérigo italianizó su nombre transformándolo en Contarelli y que murió sin verla concluida. De hecho, creo que pasaron varios años hasta que se retomó la obra como proponía su testamento.
        –Exacto, mi querido pupilo parece que pronto sabrá más que la profesora –Sara me dio la mano de nuevo y prosiguió la explicación, tras hacer un chascarrillo sobre mis modestos conocimientos–. El espacio está decorado con mármoles y el techo con pinturas de Giuseppe Cesari, más conocido como el Caballero de Arpino, maestro de Caravaggio y luego uno de sus más furibundos enemigos. Pero lo importante, como puedes ver, son las pinturas del milanés, el impactante nacimiento del barroco, ejecutadas entre 1599 y 1602. La capilla está puesta bajo la advocación de San Mateo y el ciclo decorativo fue encargado en su honor. Los tres lienzos representan la vocación de San Mateo a la izquierda, la inspiración en el centro y el martirio a la derecha. Observa el cuidado estudio de la luz en cada cuadro con respecto a la ventana.
        –Es cierto, Caravaggio orienta la iluminación del cuadro como si de verdad entrara por esa ventana semicircular que en realidad ilumina muy poco; imagino que eso se deba a lo estrecho de las calles.
        ­–Seguro que sí –asintió Sara–. Fijémonos primero en la vocación. Mira… pinta la escena como si se produjera dentro de una taberna, ambiente que conocía muy bien.

        –Por lo que sé el joven era un auténtico crápula pendenciero, siervo de Baco en el más amplio sentido de la palabra, bebedor y tahúr de garitos de mala muerte, amante de tirar de espada a la mínima, cosa lógica, por otra parte, si frecuentaba peligrosas compañías –apunté.
        ­–Cierto. Caravaggio tenía 28 años cuando recibió el encargo de las pinturas. Fue recomendado por el Cardenal del Monte que era su mecenas, el hombre que le había acogido en su casa proporcionándole un taller. La pintura de Caravaggio es un reflejo de su vida, una vida llena de luces y tinieblas, una vida atormentada. Él pinta la realidad incluso en sus cuadros más religiosos. Este es uno de esos casos. Fíjate que en un principio podría verse en la obra una escena de los barrios más humildes de Roma de una taberna de los bajos fondos. A la derecha de la escena aparece Jesús en compañía de San Pedro, la luz entra en el cuadro por la derecha como si el Señor hubiera dejado la puerta de la estancia abierta, incidiendo en los asistentes que reaccionan de diversas maneras ante la sorpresiva presencia de Cristo y Pedro, con gran riqueza de matices realistas, con expresiones de indiferencia, sorpresa e incluso violencia quizá en el muchacho que parece levantarse del taburete para echar mano a la espada. Mateo y sus acompañantes, ataviados con ricas vestimentas del siglo XVI contrastan con las sencillas túnicas propias de la época de Cristo; maestro y discípulo, descalzos, dominan la escena. Mateo se muestra sorprendido por la serena y firme llamada de Jesús y se presenta retratado, como en el resto del ciclo de la capilla, como un anciano, en este caso un odiado usurero que cuenta unas monedas. ¿Te suena de algo la mano de Cristo?
        –Esa es una pregunta trampa, pero creo que la acertaré. Es exacta a la mano de adán en el pasaje de la creación que pintó Miguel Ángel en los frescos del techo de la capilla Sixtina.
        –Sobresaliente. Parece simbolizar la llamada intemporal de la iglesia, con la presencia de Pedro como cabeza de la misma que parece rubricar ese reclamo con su mano también. Caravaggio define así una iglesia que llama a la puerta del más odiado de los hombres del momento, un recaudador de impuestos, ante la incredulidad de los que le acompañan. Nos corrobora que la escena se desarrolla en un interior detalles como el del pestillo de la contraventana.
        –En eso sí que no me había fijado.

       
        –Pasemos al cuadro central. La inspiración de San Mateo que cuelga en el altar es la segunda obra que ejecutó Caravaggio para este altar. La primera fue desechada por indecorosa. Presentaba a San Mateo con las piernas cruzadas, los pies sucios y con su mano siendo guiada en la escritura por un Ángel como si se tratara de un ignorante analfabeto. Al menos eso es lo que argumentó la iglesia. Sabemos del cuadro por algunas fotografías en blanco y negro que se conservan; la pintura desapareció en Berlín en 1945. Esta versión, voy a calificarla, con algunos matices, como más benévola tratando el momento de la inspiración. Se caracteriza por la complicidad del intercambio de gestos y miradas entre el Ángel y el Santo, aunque yo creo que Caravaggio, en cierto modo, se salió con la suya, al representar a su manera lo que el interpretaba que era el momento de la inspiración; cómo el Ángel dicta al santo los evangelios y así los dota de un carácter indudablemente divino y no humano. Al estar situado el lienzo bajo la ventana, el autor simula en la pintura que la luz proviene de arriba.
        –El estudio de la iluminación es de los más preciso –comenté.

      –Ahora vayamos con al Martirio, mi preferido. Las crónicas dicen que Mateo predicaba en Etiopía y se opuso al matrimonio de su rey quién mando ejecutarlo. Yo creo que en esta pintura es donde más se nota la influencia de Tiziano sobre todo el tratamiento de la luz y el dramatismo de las figuras, quizá menos en el color; Tiziano Vecellio probablemente sea el autor que más huella dejó en Caravaggio. San Mateo aparece en el suelo ya herido por su verdugo, figura luminosa que ocupa el medio del cuadro. Observa la maestría en la ejecución de una composición llena de movimiento y agitación, con la expresión de horror del monaguillo que huye y grita, los escorzos de las figuras que se apartan espantados ante la irrupción del agresivo ajusticiador, los de los dos hombres desnudos del primer plano que esperaban el bautismo, lo que nos indica que el hecho se desarrolla dentro de una iglesia, o la imposible torsión del cuerpo del Ángel que sostiene la palma del martirio que parece que San Mateo va a recoger con la mano en alto que le sujeta su asesino, quizá tratando de impedirlo. Y un detalle más, en este cuadro aparece uno de los tres autoretratos que nos dejó Caravaggio, es el hombre que aparece en último plano con barba y un gesto… yo diría que de resignación, presentándose como un mero observador de la escena.
        –Para finalizar quiero matizarte algo sobre los colores y los nudos en las telas. En la vocación, Caravaggio utiliza una gama de colores cálidos, en el martirio fríos y en la inspiración hace una mezcla. Todo ello redunda en su maestría incluso a la hora de adaptar su paleta a la temática del cuadro, pasando de la calidez de la vocación a la frialdad y agitación del martirio. Sobre los nudos, es curioso que en sus cuadros siempre aparece un nudo o varios, como si fuera una marca de autor o un símbolo de esa vida difícil, retorcida, violenta y atormentada que fue la del gran pintor del barroco, Michelangelo Merisi.
        –Pues como colofón, ha estado muy bien. Creo que el martirio también es mi preferido. Su complejidad, su movimiento, sus luces y sus sombras… Creo que es el cuadro que debió de darle más quebraderos de cabeza.
–Lo más probable es que sea así. En las radiografías que se hicieron a los cuadros en un estudio que se hizo en los años cincuenta del s. XX, si no recuerdo mal, se reveló como el lienzo con más cambios o arrepentimientos en su ejecución de los tres.
–Extraordinaria descripción de los cuadros de Caravaggio en la capilla Contarelli, bella señorita. ¿Qué te parece si ahora hacemos una pausa, cruzamos la Piazza Navona y nos tomamos uno de esos famosos helados que sirven en una de las gelaterias de las callejuelas tras Santa Agnese en Agone?
–Perfecto. Pero invitas tú, has de pagar mis servicios, poderoso caballero –Sara me sonrió, de aquella manera que sólo ella sabía hacer, con esa sonrisa enigmática que dulcificaba su rostro aún más, con ese atisbo de tristeza en su expresión que yo encontraba irresistible, mientras, sumiso y encantado, me dejaba guiar hacia el exterior de San Luis de los Franceses.

6 comentarios:

  1. con tus relatos nos transportas a lugares preciosos, hacemos turismo y aprendemos. Bravo Luis

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  2. Hola primo. Acabo de recrearme en este documento tan real de San Luis de los Franceses, q nos has presentado. Importante para animarnos a ir a Roma y conocer estas maravillosas obras. Llevaremos con nosotros tu guía, muy bien explicadas todas las obras. Mejor imposible para conocer esta Iglesia tan maravillosa. Como siempre nos transportas sin haber estado. Ánimo y pronto verá la luz tu libro y podremos disfrutarlo

    , te lo mereces primo.

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    1. Gracias. Esperemos ver pronto el libro...A Roma siempre hay que volver.

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  3. Es una pena que no estés de guía en Roma toledo, o algún sitio asi.
    Me ha gustado mucho. Gracias!!

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  4. El destino me guardaba una vida menos interesante en el pudridero postal. Gracias a tí por pasarte. Besos

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