PORTADA DE LA IGLESIA DE SAN LUIS DE LOS FRANCESES EN ROMA
Hasta
ahora no había compartido uno de los grandes secretos de mi vida, al menos la
vida que he vivido los últimos 12 años. Y es que suelo pasear acompañado de mi
imaginaria Sara.
Sara
es un personaje de mi novela “Tiempos de Sombras”, que espero que pronto conozcáis.
Ella representa todo aquello que me hubiera gustado ser y vivir, ella hace
realidad aquellos deseos y anhelos que un muchacho de pueblo, del norte de
Palencia, comenzó a sentir llegado el momento de decidir qué es lo que quería
hacer con su vida y que, con el tiempo, se fueron truncando y frustrando uno
tras otro, hasta que ese muchacho, ya mayorcito, descubrió que, a falta de pan,
buenas eran tortas, y a falta de vivirlos, era capaz de recrearlos en la
ficción literaria, convirtiéndose esta actividad en el hermoso pasatiempo que
da sentido en gran parte a su tiempo libre, junto a sus frecuentes escapadas y
viajes familiares.
Esta vez, mi bella e inteligente Sara,
mi catedrática de Historia Medieval particular, la muchacha de la media melena azabache,
mirada penetrante y sonrisa triste, enigmática e irresistible de la que quedé
prendado en Aranjuez y Toledo, me ha llevado a Roma porque participa en un
Congreso. Ahora mismo nos acabamos de encontrar en la Calle Giustiniani, a
medio camino entre el Panteón de Adriano y la Piazza Navona. Ella, como
siempre, está preciosa, con su cazadora de cuero de los mil bolsillos y un
pantalón vaquero que parece estar hecho a medida de sus agraciadas formas…
–Esta zona la conozco porque es de
obligado paso en las típicas rutas turísticas hacia la Piazza Navona. Me he
pasado por la Fontana di Trevi, me he desviado un poco para ver Santa María
Sopra Minerva y el elefantito con el obelisco de Bernini, y luego he entrado en
el Panteón de Adriano haciendo tiempo mientras te esperaba. ¿Qué tal las
conferencias?
–Seguramente mucho más aburridas que el
paseo que daremos esta tarde. Te tengo preparado algo especial que veremos enseguida
–Sara me guiñó mientras me agarraba de la mano tirando de mi hacia el mostrador
de una pizzería que se abría al público en plena calle–. ¡Venga! Un trozo de
pizza, que tengo hambre, y nos vamos.
No tardamos mucho en engullir aquel aperitivo
fugaz, no de una gran calidad, pero que nos sirvió para engañar al cuerpo por
un rato. Una botella de agua ayudó a pasar aquel tentempié. Reanudada la marcha
nos detuvimos un poco más adelante ante la fachada de una iglesia.
–Como me dijiste que no habías entrado
en la iglesia de San Luis de los franceses, te la mostraré. Ese edificio es el
Palazzo Madama, hoy sede del senado romano –Sara me señaló una construcción
sobria situada al otro lado de la calle y se detuvo ante la fachada del templo–.
De cada una de estas edificaciones se puede escribir un libro. Tienen historias
apasionantes y una decoración magnífica.
–La fachada es elegante –apunté.
–El diseño de la iglesia fue obra de
Giacomo della Porta aunque la obra la hizo el famoso Doménico Fontana.
–No tuvo suficiente con erigir obeliscos
por toda la ciudad para el hiperactivo Sixto V, imagino. Ese Papa tuvo que ser
insoportable…
–Dicen las crónicas que cuando Doménico
Fontana inició la reubicación del obelisco del Vaticano, tenía preparada una
posta de caballos por si la cosas no salía bien y tenía que huir de la ira
papal a uña de caballo…
–Valga la rebuznancia –añadí jocoso.
–Lo cierto es que debía de tener un
carácter del que había que guardarse. Bien… Esta es la iglesia nacional de los
franceses en Roma. Dedicada a San Luis, rey de Francia, fue edificada gracias
al mecenazgo de los Medicis; los papas Leon X y Clemente VII eran de esa
familia. La fachada es manierista, en ella destacan cuatro estatuas. Carlo
Magno, San Luis rey de Francia, Santa Clotilde y Santa Juana de Valois. Carlo
Magno está abajo a la izquierda con el orbe, San Luis a la derecha con la
corona de espinas de Cristo para la que construyera la Santa Chapelle de Paris.
Bajo ambas estatuas hay una salamandra que era el emblema de Francisco I. Arriba,
a la izquierda, está Santa Clotilde esposa de Clodoveo, rey de los francos y
responsable de la conversión de este pueblo bárbaro al cristianismo y Santa
Juana de Valois, una mujer poco agraciada, deforme y enfermiza que fue
rechazada por su padre Luis XI y repudiada por su marido Luis XII, y que acabó
fundando y formando parte de la congregación religiosa de la Anunciación de la
Virgen María, dando así sentido a una vida particularmente cruel y pesarosa.
Arriba destaca un gran escudo con el emblema de Francia rematando el frontón.
Entremos.
Seguí a Sara cruzando el zaguán de la
entrada. Se abrió ante mis ojos un templo de tres naves con capillas laterales
de aspecto claramente barroco decorado profusamente con mármoles, dorados y
estucos. Una maravilla.
–Y aquí se entra para contemplar principalmente
el origen de la pintura barroca –Sara apoyó su cabeza sobre mi hombro unos
instantes mientras se aferraba a mi mano. Yo estaba absorto admirando la rica
decoración de las paredes y techos de la construcción–. Espectacular, ¿Verdad?
Seguidamente, surcamos la nave central
contemplando el fresco del techo alusivo a la muerte y apoteosis de San Luis,
rey de Francia, y nos detuvimos ante el altar mayor.
–Esta Asunción de la Virgen es una obra
maestra de Francesco Bassano. –Sara se refería a la pintura que presidía el
altar.
–Supongo que de la famosa familia
veneciana que influyó tanto en pintores como el Greco.
–Correcto. El aprendiz parece que
progresa y va atando cabos… –Sara me sonrió tras bromear. Yo la besé en la
frente.
Deliberadamente mi guía particular me
llevó hacia la nave de la derecha deteniéndose unos instantes ante la Capilla
de Santa Cecilia donde me habló sobre los frescos del Domenichino y, luego,
hasta un punto de la iglesia desde el que poder ver, entre el púlpito y uno de
los pilares, al fondo, la primera capilla de la nave de la izquierda.
–Ahora…estate quietecito unos
instantes. Y mira desde aquí hacia donde yo esté cuando te avise.
Sara se dirigió hacia la nave de la
izquierda, saludó al joven mulato que vendía recuerdos del templo en aquella
parte del templo y se acercó hasta la primera capilla. Allí insertó una moneda
y…la luz se hizo.
La pintura barroca nació ante mis ojos
al contemplar, en todo su esplendor y en la distancia, el Martirio de San Mateo,
una de las obras cumbre de Caravaggio. Sara me pidió que me acercase unos
instantes más tarde. Consiguió en mí ese efecto sorpresa, ese asombro que
perseguía.
–Había visto fotos de las pinturas,
incluso algún documental, pero aquí…uno se queda boquiabierto –comenté al
reunirme de nuevo con ella frente a la famosa Capilla Contarelli.
–Ante vuesarced –Sara bromeó de nuevo–,
las primeras obras de gran formato y composición compleja del genio que inició
todo un movimiento artístico con su pincel, que rompió con las maneras suaves y
afectadas del manierismo imperante en el momento. Estás ante tres obras
maestras de Michelangelo Merissi, universalmente conocido como Caravaggio
aunque, al parecer, nació en Milán, no en esa villa cercana que lo apoda. La
capilla la mandó edificar el prelado francés Mathieu Cointrel.
–He leído que el clérigo italianizó su
nombre transformándolo en Contarelli y que murió sin verla concluida. De hecho,
creo que pasaron varios años hasta que se retomó la obra como proponía su
testamento.
–Exacto, mi querido pupilo parece que pronto
sabrá más que la profesora –Sara me dio la mano de nuevo y prosiguió la
explicación, tras hacer un chascarrillo sobre mis modestos conocimientos–. El
espacio está decorado con mármoles y el techo con pinturas de Giuseppe Cesari,
más conocido como el Caballero de Arpino, maestro de Caravaggio y luego uno de
sus más furibundos enemigos. Pero lo importante, como puedes ver, son las
pinturas del milanés, el impactante nacimiento del barroco, ejecutadas entre 1599
y 1602. La capilla está puesta bajo la advocación de San Mateo y el ciclo
decorativo fue encargado en su honor. Los tres lienzos representan la vocación
de San Mateo a la izquierda, la inspiración en el centro y el martirio a la
derecha. Observa el cuidado estudio de la luz en cada cuadro con respecto a la
ventana.
–Es cierto, Caravaggio orienta la
iluminación del cuadro como si de verdad entrara por esa ventana semicircular
que en realidad ilumina muy poco; imagino que eso se deba a lo estrecho de las
calles.
–Seguro que sí –asintió Sara–. Fijémonos
primero en la vocación. Mira… pinta la escena como si se produjera dentro de
una taberna, ambiente que conocía muy bien.
–Por lo que sé el joven era un auténtico
crápula pendenciero, siervo de Baco en el más amplio sentido de la palabra, bebedor
y tahúr de garitos de mala muerte, amante de tirar de espada a la mínima, cosa
lógica, por otra parte, si frecuentaba peligrosas compañías –apunté.
–Cierto. Caravaggio tenía 28 años
cuando recibió el encargo de las pinturas. Fue recomendado por el Cardenal del
Monte que era su mecenas, el hombre que le había acogido en su casa
proporcionándole un taller. La pintura de Caravaggio es un reflejo de su vida,
una vida llena de luces y tinieblas, una vida atormentada. Él pinta la realidad
incluso en sus cuadros más religiosos. Este es uno de esos casos. Fíjate que en
un principio podría verse en la obra una escena de los barrios más humildes de
Roma de una taberna de los bajos fondos. A la derecha de la escena aparece
Jesús en compañía de San Pedro, la luz entra en el cuadro por la derecha como
si el Señor hubiera dejado la puerta de la estancia abierta, incidiendo en los asistentes
que reaccionan de diversas maneras ante la sorpresiva presencia de Cristo y
Pedro, con gran riqueza de matices realistas, con expresiones de indiferencia,
sorpresa e incluso violencia quizá en el muchacho que parece levantarse del
taburete para echar mano a la espada. Mateo y sus acompañantes, ataviados con
ricas vestimentas del siglo XVI contrastan con las sencillas túnicas propias de
la época de Cristo; maestro y discípulo, descalzos, dominan la escena. Mateo se
muestra sorprendido por la serena y firme llamada de Jesús y se presenta
retratado, como en el resto del ciclo de la capilla, como un anciano, en este
caso un odiado usurero que cuenta unas monedas. ¿Te suena de algo la mano de
Cristo?
–Esa es una pregunta trampa, pero creo
que la acertaré. Es exacta a la mano de adán en el pasaje de la creación que
pintó Miguel Ángel en los frescos del techo de la capilla Sixtina.
–Sobresaliente. Parece simbolizar la llamada
intemporal de la iglesia, con la presencia de Pedro como cabeza de la misma que
parece rubricar ese reclamo con su mano también. Caravaggio define así una
iglesia que llama a la puerta del más odiado de los hombres del momento, un
recaudador de impuestos, ante la incredulidad de los que le acompañan. Nos corrobora
que la escena se desarrolla en un interior detalles como el del pestillo de la
contraventana.
–En eso sí que no me había fijado.
–Pasemos
al cuadro central. La inspiración de San Mateo que cuelga en el altar es la
segunda obra que ejecutó Caravaggio para este altar. La primera fue desechada
por indecorosa. Presentaba a San Mateo con las piernas cruzadas, los pies
sucios y con su mano siendo guiada en la escritura por un Ángel como si se
tratara de un ignorante analfabeto. Al menos eso es lo que argumentó la
iglesia. Sabemos del cuadro por algunas fotografías en blanco y negro que se
conservan; la pintura desapareció en Berlín en 1945. Esta versión, voy a
calificarla, con algunos matices, como más benévola tratando el momento de la
inspiración. Se caracteriza por la complicidad del intercambio de gestos y
miradas entre el Ángel y el Santo, aunque yo creo que Caravaggio, en cierto
modo, se salió con la suya, al representar a su manera lo que el interpretaba
que era el momento de la inspiración; cómo el Ángel dicta al santo los
evangelios y así los dota de un carácter indudablemente divino y no humano. Al
estar situado el lienzo bajo la ventana, el autor simula en la pintura que la
luz proviene de arriba.
–El estudio de la iluminación es de los
más preciso –comenté.
–Ahora vayamos con al Martirio, mi
preferido. Las crónicas dicen que Mateo predicaba en Etiopía y se opuso al
matrimonio de su rey quién mando ejecutarlo. Yo creo que en esta pintura es
donde más se nota la influencia de Tiziano sobre todo el tratamiento de la luz
y el dramatismo de las figuras, quizá menos en el color; Tiziano Vecellio
probablemente sea el autor que más huella dejó en Caravaggio. San Mateo aparece
en el suelo ya herido por su verdugo, figura luminosa que ocupa el medio del
cuadro. Observa la maestría en la ejecución de una composición llena de
movimiento y agitación, con la expresión de horror del monaguillo que huye y
grita, los escorzos de las figuras que se apartan espantados ante la irrupción
del agresivo ajusticiador, los de los dos hombres desnudos del primer plano que
esperaban el bautismo, lo que nos indica que el hecho se desarrolla dentro de
una iglesia, o la imposible torsión del cuerpo del Ángel que sostiene la palma
del martirio que parece que San Mateo va a recoger con la mano en alto que le
sujeta su asesino, quizá tratando de impedirlo. Y un detalle más, en este
cuadro aparece uno de los tres autoretratos que nos dejó Caravaggio, es el
hombre que aparece en último plano con barba y un gesto… yo diría que de
resignación, presentándose como un mero observador de la escena.
–Para finalizar quiero matizarte algo
sobre los colores y los nudos en las telas. En la vocación, Caravaggio utiliza
una gama de colores cálidos, en el martirio fríos y en la inspiración hace una
mezcla. Todo ello redunda en su maestría incluso a la hora de adaptar su paleta
a la temática del cuadro, pasando de la calidez de la vocación a la frialdad y
agitación del martirio. Sobre los nudos, es curioso que en sus cuadros siempre
aparece un nudo o varios, como si fuera una marca de autor o un símbolo de esa
vida difícil, retorcida, violenta y atormentada que fue la del gran pintor del
barroco, Michelangelo Merisi.
–Pues como colofón, ha estado muy bien.
Creo que el martirio también es mi preferido. Su complejidad, su movimiento,
sus luces y sus sombras… Creo que es el cuadro que debió de darle más
quebraderos de cabeza.
–Lo
más probable es que sea así. En las radiografías que se hicieron a los cuadros
en un estudio que se hizo en los años cincuenta del s. XX, si no recuerdo mal,
se reveló como el lienzo con más cambios o arrepentimientos en su ejecución de
los tres.
–Extraordinaria
descripción de los cuadros de Caravaggio en la capilla Contarelli, bella señorita.
¿Qué te parece si ahora hacemos una pausa, cruzamos la Piazza Navona y nos
tomamos uno de esos famosos helados que sirven en una de las gelaterias de las callejuelas
tras Santa Agnese en Agone?
–Perfecto.
Pero invitas tú, has de pagar mis servicios, poderoso caballero –Sara me
sonrió, de aquella manera que sólo ella sabía hacer, con esa sonrisa enigmática
que dulcificaba su rostro aún más, con ese atisbo de tristeza en su expresión
que yo encontraba irresistible, mientras, sumiso y encantado, me dejaba guiar
hacia el exterior de San Luis de los Franceses.
con tus relatos nos transportas a lugares preciosos, hacemos turismo y aprendemos. Bravo Luis
ResponderEliminarGracias por venir y leer. Saludos.
ResponderEliminarHola primo. Acabo de recrearme en este documento tan real de San Luis de los Franceses, q nos has presentado. Importante para animarnos a ir a Roma y conocer estas maravillosas obras. Llevaremos con nosotros tu guía, muy bien explicadas todas las obras. Mejor imposible para conocer esta Iglesia tan maravillosa. Como siempre nos transportas sin haber estado. Ánimo y pronto verá la luz tu libro y podremos disfrutarlo
ResponderEliminar, te lo mereces primo.
Gracias. Esperemos ver pronto el libro...A Roma siempre hay que volver.
EliminarEs una pena que no estés de guía en Roma toledo, o algún sitio asi.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho. Gracias!!
El destino me guardaba una vida menos interesante en el pudridero postal. Gracias a tí por pasarte. Besos
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