Fontana di Trevi, obra de Nicola Salvi
Tras disfrutar de aquel maravilloso atardecer en un
lugar que todo buen español podría entender aún como algo patrio, aludiendo a
nuestro glorioso pasado, como era la Piazza di Spagna, Sara me apremió con el
fin de llegar a la Fontana di Trevi
para contemplarla con las últimas luces del ocaso. A pesar de ello, hicimos una
breve parada muy poco después de alejarnos de la columna con la Inmaculada en
lo alto, y la Embajada de España ante la Santa Sede y la Orden de Malta.
–A estas
horas ya no podemos entrar en Sant’Andrea
delle Fratte, pero nos asomaremos a un costado para ver alguna de las
aportaciones que hizo Borromini a un
templo que ya existía en el S. XI. Nuestro atormentado arquitecto predilecto
hizo la cúpula y un soberbio campanile.
¡Ah! Y si alguna de estas mañanas que te dejo “suelto” –Sara me sonrió–, te
pasas por aquí, puedes entrar a ver la iglesia, disfrutar de su cúpula, de su
exquisita decoración, y de dos de los ángeles con instrumentos de la pasión que
Bernini hizo para el Puente Sant’Angelo.
Espectacular campanile de Sant'Andrea delle Fratte. Obra de Francesco Borromini.
Sara me
llevó hacia un lateral de la iglesia donde me enseñó el bello campanile de Borromini; una soberbia estructura de mármol blanco de dos pisos
con el sello personalísimo del insigne artista, sostenida en su primera planta
por columnas corintias y, en la parte alta, por originales hermas de Jano bifronte.
Por supuesto, esto último se lo tuve que preguntar.
–¿Mande?
–Te
pareces a Doña Rogelia.
–A veces
no recuerdas que estás ante el más ignorante de los mortales.
–Ya…Por
eso estoy yo contigo… –ironizó.
–Yo creía
que lo que te atrae de mi es mi escultural cuerpo, y simpar y maduro atractivo.
Además de mi más que satisfactorio rendimiento en la intimidad… –comenté con
grandilocuente picardía.
–¡Calla
boberas! –Sara se volvió y me sacudió un puñetazo en el hombro, algo que ya
comenzaba a convertirse en una costumbre.
–Al final
voy a tener que acudir a los Carabineros para denunciarte. Aunque…fíjate… el
nombre que han elegido para la policía me hace gracia porque seguro que ellos
no saben que en España es un marisco.
–Anda… so
ganso. Venga. Hermas de Jano bifronte. Herma es una especie de pilar rematado
por una cabeza, en este caso es la del Dios Jano representado en dos de sus
lados enfrentados, a modo de capitel. Desde aquí se puede apreciar, aunque no
mucho. Ya no hay mucha luz ¿Se me entiende?
–Perfectamente
–le sonreí y la tomé por la cintura–. Te he dicho que cuando te pones en modo
profesora, que es lo que llevas haciendo toda la tarde, se me dispara la libido.
Creo que no podría aguantar una clase contigo sin tener algún tipo de fantasía…
–Tú lo
que estás hecho es un viejo verderón –Sara rio y me besó–. Me da la impresión
de que prefieres volver al hotel más que ver la Fontana.
–Puestos
a elegir entre piedra añeja o hermosa toledana… Creo que la respuesta es
evidente.
–No fue
suficiente lo del mediodía... –Sara acompañó sus insinuantes palabras con una
caricia en mi mejilla izquierda.
–Mi
querida doncella, un caballero ha de hacer frente a las derrotas, y no se debe
dar por vencido nunca. –Yo acompañé las mías con un beso.
–Habrá
tiempo para eso…
–¿Es una
amenaza?
–Un
hecho, ancianito de mirada lasciva –Sara rio, me guiñó coqueta, me tomó de la
mano y retomamos el camino–. Vamos por aquí. Si algún día te das un paseo por
esta parte de Roma, por esa calle, la Vía
della Mercede, llegarás enseguida a la Piazza
di San Silvestro. En ese entorno encontrarás tres templos, la Basílica de San Silvestro in Capite,
y las iglesias de Sant’Andrea e Claudio
dei Borgoniogni y Santa María in Vía.
No
tardamos más de cinco minutos en llegar a la Fontana. Era evidente que Sara conocía
Roma como la palma de su mano. Habíamos dejado atrás la fachada de Sant’Andrea dele Fratte adentrándonos
por la vía del mismo nombre, después tomamos la calle Largo del Nazareno, para desviarnos por la Via Poli que nos llevó directamente a la Piazza di Trevi, tras cruzar la transitada y comercial Vía Tritone, dejando a un lado Oratorio del Ángel Custodio, uno de esos
templos que en cualquier sitio llamaría la atención, pero que en Roma casi pasaba
desapercibido por la cantidad de monumentos que hay.
–Aunque ya
has visto la Fontana, por lo que me has dicho, hoy te la voy a mostrar algo más
en profundidad, si te apetece.
–Ver, lo
que se dice ver… Pasé por aquí el primer día de viaje cuando fui luego a Santa María Sopra Minerva y el Panteón, antes de que nos encontráramos
para entrar en San Luis de los franceses.
–Ven,
vamos a ponernos de frente. A medida que se vaya apartando la gente iremos
cogiendo mejor posición.
Fontana di Trevi. Obra de Nicola Salvi.
Ni que
decir tiene que la plaza estaba muy concurrida. La fontana presentaba un
aspecto espectacular, su roca blanquecina había adquirido un tono anaranjado
gracias a la luz del atardecer, y la incidencia de la luz artificial que se
acababa de encender.
–A esta
plaza hay que venir a todas horas. Quiero decir que a hay que verla bajo la
exposición de todas las luces posibles. Si por la mañana aparece espléndida y
luminosa, a medida que el sol cae, comienza a cubrirse con las sombras de los
edificios, hasta que toma estas tonalidades anaranjadas que luego se difuminan
finalmente con la luz artificial nocturna. Es pura poesía esculpida.
–Hay que
reconocer que es un monumento único.
–Pues te
iré contando cosas –Sara me sonrió, se cogió a mi brazo, y procedió con su
explicación con ese tono y esa dicción atrayente, que hacía que escucharla
fuera placentero e instructivo, en definitiva, y como ya he contado más veces,
se me caía la baba de admiración–. Roma es la ciudad de las fuentes. Te habrás
dado cuenta de que no hay plaza que se precie que no tenga su chorro. Ya desde
antiguo, traer agua a Roma construyendo acueductos era un símbolo de poder, y
esas construcciones dejaban a su paso un reguero de fontanas. Dice la leyenda que,
en época de Augusto, las tropas del General Agripa…
–¿El
insigne Vipsanio? –pregunté jocoso–.
No me lo tomes en cuenta, es que el nombre me hace gracia.
–Exacto. Marco Vipsanio Agripa. Octavio Augusto era el emperador, y Agripa quien le ganaba las guerras. Fue
un extraordinario militar y político, además de un gran mecenas que contribuyó
a embellecer Roma. Pues bien, como te iba diciendo, Agripa regresaba con sus
tropas sedientas y desfallecidas de una de sus expediciones y, a una veintena
de kilómetros de Roma, una mujer se les apareció, y les indicó la existencia de
una manantial oculto. Las tropas saciaron su sed, y Agripa pudo comprobar la excelente calidad del agua. Entonces decidió
traer esa agua a Roma mediante un acueducto que es el mismo del que te hablé en
Piazza di Spagna, el Acqua Vergine o Aqua
Virgo. El principal problema era que el manantial estaba a escasos metros
de altura, y hubo que hacer una gran obra de ingeniería para soterrarlo.
–Muy
bien. El agua ya llega a la ciudad. Ahora la fuente… –comenté con salero. Sara me sonrió.
–Desde
aquella época hubo una fuente aquí, que fue cambiando de diseño y ubicación, sin
llegar a ser nada del otro mundo. Y esto fue así hasta que Clemente XII, en 1730, propuso un concurso para la construcción de
una nueva fontana monumental. El encargo finalmente recayó sobre el proyecto de
un artista semidesconocido, Nicola Salvi,
por la originalidad y el dinamismo de su idea. Salvi no tenía una salud de hierro, su empeño y dedicación en la
obra, y las reparaciones de los subterráneos del Aqua Virgo para mejorar su caudal, con los padecimientos de
humedades y fríos, casi le cuestan la vida. El caso es que Salvi diseñó una fachada telón que se superpuso sobre la sosa existente
del Palazzo Conti di Poli. Fíjate que
se estructura alrededor de un arco de triunfo central con dos alas que forman
parte de los laterales del palacio. El diseño es atrevido y grandioso y, a
pesar de ello, a mí me da una gran sensación de equilibrio. A la fuerte verticalidad
que le proporcionan las pilastras de orden corintio se contraponen esos
delicados frisos que recorren de lado a lado las cornisas. El arco de Triunfo
central sobresale sostenido por columnas corintias que se superponen a las
pilastras.
–Es una
maravilla. La mires por donde la mires –apunté.
–Preside
el arco la estatua del Dios Océano, de Pietro
Bracci que parece salir del Palacio surfeando el Aqua Virgo sobre una
carroza con forma de concha, tirada por dos hipocampos montados por tritones.
Las dos monturas presentan actitudes diferentes al igual que sus jinetes. Una
de los hipocampos se muestra dócil con el tritón guiándolo sin dificultad, haciendo
sonar una caracola anunciando la llegada del Dios, mientras el otro se agita
rebelde poniendo en un aprieto al tritón que lo monta. Estos detalles nos
indican las dos naturalezas de las aguas, agitadas y peligrosas en momentos de
tempestad, y pacíficas y calmas cuando invitan a ser navegados. Flanqueando el
conjunto se sitúan dos estatuas femeninas obra de Filippo della Valle que representan la abundancia y la salubridad,
dos de las virtudes del agua del manantial de Agripa. La abundancia está ubicada
en la hornacina de nuestra izquierda, y se nos revela voluptuosa, con un pecho
descubierto alargando la mano para coger una uva de un gran racimo, con una
cornucopia que es símbolo de abundancia, y un cántaro a sus pies, del que mana
agua, y en el que ya han nacido algunas flores. La salubridad se sitúa a la
derecha, recatada, con una lanza, símbolo de pureza, y con un cuenco con la
serpiente que es el emblema de Esculapio,
Dios de la medicina.
–Me quedo
con la abundancia. Ese pecho al aire invitando a su disfrute… Es mi naturaleza,
no me lo tomes en cuenta –bromeé enarcando mis cejas y frunciendo el ceño, en
un gesto que denotaba resignada fatalidad.
–Confirmado,
eres un viejo verderón. –Sara rio.
–Pero
sigue, no quiero que te pongas celosa por el insignificante, frío y pétreo
pecho de una estatua –añadí pomposo.
–Tú sí
que eres insignificante –Volví a recibir un mamporro en el hombro confirmando
que Sara le había tomado gusto a esa acción –. Sigo. Encima de las hornacinas
con la abundancia y la salubridad hay dos bajorrelieves que, si te fijas,
representan dos escenas del origen del acueducto, a la derecha la de la
aparición de la mujer, y a la izquierda la de un arquitecto presentando su
trabajo al general Agripa. Y arriba hay cuatro estatuas, alegorías de los
efectos benéficos del agua, encima de las columnas corintias del arco de
triunfo. De izquierda a derecha, una aparece con una cornucopia, como te he
dicho, símbolo de abundancia, la segunda con una gavilla de trigo signo de la fertilidad
de campos, la siguiente con una copa de vino y un racimo de uvas, aludiendo a
los generosos frutos del otoño, y la cuarta, que es la personificación de los
jardines, con flores en su mano derecha y regazo. La base de la fuente la forma
un inmenso roquedo que, si te paras a observarlo detenidamente, te recordará al
de Bernini en la fuente de los cuatro ríos que vimos de paso en Piazza Navona. Salvi pasó mucho tiempo
estudiando cada cascada, cada efecto visual y sonoro del discurrir del agua
sobre la superficie rocosa. Mira, hay decenas de flores y plantas esculpidas a
lo largo y ancho de su espectacular estructura.
–Es una
maravilla. Me gustaría disfrutarla en silencio, sin gente.
–Pues
madruga un día, y te vienes al amanecer. Yo me voy al congreso y tú a la
Fontana. Yo trabajo y tu ocio.
–Pues es
una opción. Lo cierto es que es un lugar que invita a su contemplación. Me he
fijado que la gente está contenta y sonriente. Es un lugar extremadamente agradable.
–El
efecto barroco de sorpresa de la fontana es grandioso. Da igual la calle por la
que accedas que te vas a llevar una hermosa impresión al encontrar, en este
mínimo espacio, tan colosal construcción. En época de Napoleón hubo un proyecto
para despejar esta zona de casas. Menos mal que no se llevó a cabo, hubiera
perdido su encanto barroco. Además, Salvi
tuvo que excavar en la plaza para hundir la fuente y aumentar así la presión
con la que el agua llega aquí, conformando este espacioso graderío que facilita
su contemplación, y aumenta su monumentalidad.
–Pues
madrugaré un día. Aunque tenga que venir solo. Bueno, enseguida viene gente, y
puedo invitar a una damisela a tomar un ristreto en una de las cafeterías de
los alrededores. Dado mi indudable atractivo, corroborado por el hecho de que
esté acompañado por la “envidia” de la ciudad imperial, no me será difícil que
alguna acepte mi compañía. –Sara sonrió y sacó su teléfono móvil.
–Me
parece que te estás envalentonando.
–¿Te
llaman? –pregunté intrigado.
–No. Voy
a pedirle a Berni, ¿ recuerdas?, el jesuita, que te acompañe para que no corras
ningún riesgo por aquí. Hay mucha lagarta suelta. –Sara rio, mientras yo
impedía que hiciera esa llamada, algo que no iba a hacer, porque todo era una
broma que acabó con un fuerte arrumaco por mi parte.
–Para qué
iba yo a buscar una mortal, si ya tengo un ángel entre mis brazos.
–Pero que
zalamero estás hecho. Anda, bésame y calla. –Ni que decir tiene que obedecí con
obstinada dedicación hasta perder el resuello.
–Caray.
Casi me ahogo –añadí jocoso cuando separé mis labios de los suyos.
–Estás
viej… –intentó añadir ella, algo que no consiguió porque mi obstinación le
obligo a atender mi ansiosa boca de nuevo.
–¿Algo
más que decir de la Fontana? ¿He dejado a mi hermosa guía sin palabras? ¿Nos
retiramos a nuestros aposentos a continuar con esta tarea tan
extraordinariamente placentera? –Ambos reímos y nos abrazamos unos instantes en
silencio.
Detalle desde un lateral del roquedo de la Fontana di Trevi
–Ven.
Vamos a ese lateral. Te contaré la historia de la escultura en forma de cántaro
del lado derecho –Sara me tomó de la mano y me llevó hasta allí. Había un
pequeño espacio sin gente en el muro en el que nos pudimos parapetar–. Cuentan
que a un barbero que tenía su negocio en este lado de la plaza no le gustaba la
fuente, y la criticaba en presencia de sus clientes. Salvi, enterado de
aquello, le colocó este cántaro para que no viera la fontana desde su local.
–Era
enclenque y enfermizo, pero tenía su punto de mala leche.
–Es una leyenda
más sobre la fuente, como la de tirar las monedas de espaldas a ella. La más
extendida es que hay que arrojar dos, una para que se cumpla un deseo, y otra
para regresar a Roma.
–Pues
procedamos –concluí solemne.
Ambos
lanzamos nuestras monedas a las trasparentes e iluminadas aguas de la fontana,
y permanecimos unos minutos abrazados en ese lateral apoyados en el muro,
observando la predominante felicidad de los rostros de los presentes. Luego,
como dos enamorados más, abandonamos aquel lugar con la esperanza de volver
pronto a admirar, juntos, el majestuoso monumento diseñado por Nicola Salvi.
–Y ahora,
busquemos donde cenar, y a la cama a dormir que mañana tendremos que madrugar
de nuevo –dijo ella.
–¿A
dormir? Después de este día tan especial, intenso y romántico…
–Ya que
has sido un buen alumno, a lo mejor obtienes tu premio –añadió flirteando.
Con el
deseo inequívoco de volver a la habitación del hotel, buscamos un lugar para
cenar en las calles cercanas. Tras beneficiarnos un buen plato de pasta en un
“ristorante”, recuperadas la fuerzas, convenientemente hidratados tras echarnos
al coleto “due birre”, ambos nos dirigimos a la estación de metro más cercana
para regresar a Termini.
–He
perdido la ocasión de preguntarle al insigne militar Marco Vipsanio Agripa, sobre la estrategia militar a seguir en mis “batallas”
contigo –añadí con humor.
–El
secreto está en perseverar –dijo Sara sugerente.
–Pues
eso…perseverancia –concluí.
Cogidos de la cintura, ambos
reímos con complicidad, mientras pasábamos frente a la Fuente del Tritón, para acceder, un poco más adelante, a las escaleras
del metro en Piazza Barberini.