Basílica de Santa Maria la Mayor de Roma
El mediodía de aquella interesante
mañana de sábado se nos había echado encima recorriendo la vasta área que albergara
las gigantescas termas de Diocleciano. Al llegar a la puerta de la iglesia de San
Bernardo alle Terme, construida sobre un espacio circular que ocupaba una de
las esquinas del complejo termal, nos encontramos con que estaba ya cerrada.
–Podemos
hacer una cosa, no tan joven aprendiz –Sara se chanceó de nuevo–. Ya que me
interesa mucho que veas el interior de San Bernardo (es una especie de mini
Panteón de Adriano) y ahora ya no podemos, hagamos una parada para comer algo.
Luego volveremos a la colina del Esquilino para pasar la tarde allí. Ya
prepararemos un recorrido que se inicie en esta misma plaza que incluya San
Bernardo, Santa Susana, Santa María de la Victoria y la Fuente del agua feliz, y
nos lleve finalmente al Quirinale; hay varias cosas muy interesantes de camino,
como San Carlo alla quattro Fontane o Santa Andrea al Quirinale; Borromini
frente a Bernini, nunca mejor dicho.
–Dado
que este aprendiz no llegará a émulo de su maestra nunca, mejor dejaré todo lo
relacionado con turismo en tus manos, por la cuenta que me trae.
–¿Cansado?
–Sara creyó leer eso en mis palabras.
–De
hacer turismo no, de ti… un poco –Sara me dio un cariñoso puñetazo en el hombro
por mí atrevida y jocosa afirmación, se aferró a mi brazo y me llevó hasta una
pizzería situada en la misma Piazza di S. Bernardo. Tras comer frugalmente,
regresamos a Termini para divertirnos de nuevo en el Trombetta con su camarero, y disfrutar de su aromático y denso ristretto. Luego, sin prisa, pero sin
pausa, volvimos a curiosear por los comercios de la estación hasta que Sara
volvió a hallarme obnubilado ante el escaparate de la tienda de bombones que
había visto por la mañana.
–Vamos,
nos espera la espectacular Basílica de Santa María la Mayor.
–Te
advierto que no me iré de Roma sin un buen cargamento de chocolate. Estoy
pensando en comprar un bombón de cada variedad, mejor dos, uno para cada uno.
–Sería
bien recibido el detalle por la guía –Sara me guiñó–. Ambos salimos poco
después de Termini en busca de la cercana via Guiberti que nos llevaría hasta
la fachada de la Basílica.
Por
el camino, Sara me fue poniendo en antecedentes…
–Ya
te comenté antes que la colina del Esquilino estaba fuera de la ciudad hasta le
época de Augusto. En esta zona se ubicaban diversas villas pertenecientes a familias
pudientes. Pero vayamos al origen de la Basílica y, para ello, volveré a acudir
a las leyendas. Dicen que en el año 358 d.c., la Virgen se le apareció en sueños
a un Patricio, de nombre Juan, y le pidió que edificara una iglesia en su
nombre en la zona de Roma que apareciera nevada aquella noche. Lo curioso es
que dicen que el mismo sueño tuvo el Papa Liberio el mismo día. Se organizó
entonces una procesión que les llevó hasta la colina del Esquilino que era el
lugar que había aparecido nevado en plena canícula romana, un 5 de agosto.
–Un
milagro evidente, en agosto aquí se tienen que asar los pajaritos –bromeé.
–La
tradición dice que el Papa Liberio dibujó sobre la nieve la planta de la
primitiva iglesia.
–Y
eso fue lo que inspiró a Murillo para hacer los fantásticos cuadros para Santa
María la Blanca de Sevilla que hoy están en el Museo del Prado, unas pinturas
excepcionales –añadí rememorando aquellas extraordinarias obras de arte.
–Correcto,
mi aventajado discípulo; unos lienzos magníficos. Y esta leyenda da origen al
culto de Santa María de las Nieves en pleno agosto que tanto arraigo ha tenido
en la cristiandad.
–Sabía
un poco de esta historia por los cuadros de Murillo. En pleno centenario del
pintor es difícil abstraerse de algunas noticias; Sevilla merece una visita por
ello.
–Habrá
que ir a Sevilla entonces.
–Y
al Museo del Prado. Lo del centenario del museo tampoco hay que perdérselo.
–Prepararemos
sendos viajes entonces. –Sara me guio hasta la enorme columna erigida sobre un
monumental podio que presidía la plaza de Santa María la Mayor.
–Esta
es la única columna que se conserva de la Basílica de Magencio en el foro.
Tiene 14 metros de altura y la situó aquí, sobre este gran podio, Carlo Maderno
por orden del Papa Pablo V Borghese. La remata una estatua de la Virgen con el
niño, como no podía ser de otra manera en este lugar. Detrás queda la Vía
Merulana. Si no fuera por los árboles, se vería, al fondo, el obelisco de San
Juan de Letrán.
–Ya
pensaba yo que esto también era obra del hiperactivo Sixto V y de su sufrido
arquitecto Doménico Fontana.
–Pablo
V tampoco se quedó manco con sus proyectos y obras. Acabó por fin el vaticano; en la fachada se puede
leer su nombre en letras monumentales. Fue un buen Papa en general, favoreció
las artes y la fundación de instituciones de caridad y educación, y canonizó a
algunos santos famosos que nos atañen como españoles, fue el caso de Santa
Teresa de Jesús, a los jesuitas San Francisco Javier y San Ignacio de Loyola, o
al castizo San Isidro labrador.
–Aceptamos
“buen Papa hiperactivo” como respuesta entonces –no pude evitar el
chascarrillo.
–Ahora,
date la vuelta que vamos a admirar la fachada mientras te cuento alguna cosa
sobre esta imponente construcción. Verás… Santa María la Mayor es una de las
cuatro Basílicas Mayores, junto a San Juan de Letrán, San Pedro del Vaticano y
San Pablo Extramuros.
–Fuori le mura para los italianos.
–Exacto.
En Año Santo, quien las visita, se gana el jubileo tras cruzar la puerta santa
de todos los templos. La iglesia primitiva, del siglo IV, la que mandara
edificar el papa Liberio fue arrasada durante la invasión de los visigodos de
Alarico en el 410. Sobre ella se erigió una nueva en época de Sixto III, ya en
el siglo V. Este templo es el único que conserva la planta basilical
tardoromana; las otras tres basílicas mayores la perdieron. A lo largo de la
historia, la iglesia sufrió algunas transformaciones, abandonos y reconstrucciones
hasta llegar a este espectacular estado actual. En cuanto a la fachada, destaca
el campanario medieval de 75 metros de altura, el más alto de Roma. El resto se
lo debemos, en gran parte, al Papa Benedicto XIV y al arquitecto Ferdinando
Fuga. Al parecer, hacia 1740 la fachada se caía y se le ordenó intervenir. Fuga,
no restauró, sino que hizo una nueva fachada, la que ahora puedes ver,
respetando los mosaicos de la logia que son medievales y de gran valor. Si nos
da tiempo subiremos a verlos. Entremos.
El
monumental atrio albergaba una estatua de Felipe IV, nuestro Rey Planeta. Sara
debió de detectar mi extrañeza.
–El
templo está muy ligado a la corona española, siempre estuvo bajo su protección.
De hecho, el rey emérito sigue siendo protocanónigo de la basílica y la
iluminación es obra de Endesa; permite apreciar su extraordinaria decoración
con un ahorro impresionante de energía.
–El
tema de las luces led, imagino.
–Sí.
Hace ahora un año, en enero de 2018, D, Juan Carlos y Doña Sofía inauguraron la
iluminación. No debes olvidar que él nació en Roma, incluso fue bautizado en
esta ciudad por el Cardenal Eugenio María Giuseppe Paccelli.
–¿El
que luego fuera Pio XII?
–El
mismo. Pasemos al interior y verás de lo que te hablo.
Al
entrar en la basílica me estremecí. La iluminación seguro que tenía mucho que
ver pues hacía destacar sobremanera los dorados del techo y los de los mosaicos
y el baldaquino de la zona del ábside. Una interminable sucesión de columnas
definía el grandioso espacio de la monumental planta basilical.
–Con
la nueva iluminación se comprende aún más aquello que decía la tradición que exclamaban
los romanos al entrar en el templo: “¡Santa María es toda de oro!” –apuntó Sara
con erudición.
–Imagino
que exageraban un poco, aunque razón no debía faltarles.
–La
leyenda dice que el oro que decora la techumbre de casetones renacentista, obra
de los hermanos Sangallo, fue donado por la corona española y procedía del
primer metal precioso llegado de américa. Las columnas jónicas de fuste liso y
mármol veteado probablemente sean de la antigua basílica de Liberio o de alguna
edificación de época romana, y delimitan el espacio de la nave central respecto
de las dos laterales y sustentan un entablamento con un tesoro de valor
incalculable, los mosaicos romanos del siglo V con escenas de la biblia.
–O
sea que lo que admiramos en algunas excavaciones, aquí lo encontramos allí
arriba.
–Exacto.
Se conservan 27 de los 42 paneles originales. También el arco triunfal tras el
baldaquino, llamado arco de Éfeso, contiene mosaicos de esa época, la de Sixto
III. Recibe ese nombre porque conmemora las conclusiones del famoso Concilio de
Éfeso (431) en el que se proclamó que la Virgen era madre de Dios, Theotokos, no sólo de Cristo como hombre;
no olvides que Éfeso fue la ciudad en la que la Virgen María pasó sus últimos
años de vida. Por eso este arco está decorado con temas marianos; todas las
escenas están relacionadas con la infancia de Jesús para remarcar el papel de
madre de la Virgen; la adoración de los magos, la matanza de los inocentes, la
presentación en el templo…etc. Falta el nacimiento de Cristo que se cree que
desapareció con la ampliación del ábside, hoy ocupado en su media cúpula con
mosaicos medievales presididos por ese medallón central que contiene la
coronación de la Virgen por su hijo sobre un cielo estrellado. Cristo lleva en
su mano izquierda un libro en el que se lee una inscripción fundamental para
entender la escena, “ven mi predilecta y te sentaré en mi trono”; Cristo
comparte por tanto su trono y su gloria con su madre. El mosaico es obra del famoso
Jacopo Torriti.
–¿Potorriti?
Un nombre sugerente a la par que un poco irreverente para un artista que trabajó
para la iglesia ¿no? –pregunté sin poder evitar la estulticia.
–No
seas guarro, es Jacopo Torriti –me reprochó mi Cicerone.
–El
baldaquino estorba un poco, ¿verdad? –cambié mi discurso volviendo al arte.
–Es
una monumental obra del Ferdinando Fuga también. Bueno…son modas. En el barroco
se edificaron muchos baldaquinos para resaltar la parte más importante del
templo, el presbiterio. Aquí impide apreciar el valor de los mosaicos, aunque, acercándonos,
lo solucionaremos. Las columnas de pórfido que lo sustentan puede que fueran
reutilizadas del viejo pórtico de entrada y fueron decoradas con esas hojas
doradas en el S. XIX.
Dedicamos
un buen rato a pasear por el interior de la basílica dónde Sara me fue
explicando la evolución de la construcción y su decoración. El fondo del ábside
lo presidía una pintura sobre la adoración de los pastores de Francesco Mancini.
Bajo el altar, en la confesio,
pudimos ver una enorme estatua de Pio IX, quien instaurara el dogma de la
Inmaculada Concepción, y la urna, obra de Giuseppe Valadier, con los restos del
pesebre de Cristo. Después, subimos a la nave central y volvimos a admirar los
mosaicos de los entablamentos, del arco de Éfeso y del ábside. Luego le
pregunté por el cuidado y llamativo suelo.
–En
la Roma medieval se desarrolló esta forma de elaboración de suelos. Fue la
familia de los Cosmati quien dio su nombre a esta manera de trabajar, por lo
tanto, estilo cosmatesco. Reciclaban mármoles de las construcciones romanas
para formar estas figuras geométricas en los suelos de los templos. Ahora
démonos un paseo por los laterales.
En
la parte de la derecha de la nave entramos en la Capilla Sixtina, construida
por Sixto V que recoge en su interior una antigua capilla medieval construida
por Arnolfo di Cambio y que contenía las reliquias del pesebre a las que ese
Papa era muy devoto. La capilla alberga en su interior la tumba de Sixto V y la
de Pio V en un estilo aún renacentista. A su lado pudimos ver el bello sepulcro
del cardenal Gonzalo Garcia Gudiel, obra de Giovanni di Cosma, una llamativa tumba
propiamente gótica con arquitecturas, escultura y mosaicos. Cerca de allí, una
simple losa daba testimonio del enterramiento del gran escultor del barroco, “Ioannes Laurentium Bernini decus artium et
urbis hic humiliter quiescit” (Juan Lorenzo Bernini, gloria de las artes y
de la ciudad, aquí yace humildemente).
En el lado izquierdo de la
nave, Sara me destacó someramente varias cosas. En primer lugar, la Capilla
gemela de la Sixtina, la Capilla Paulina, una construcción ya barroca a pesar
de ser únicamente 25 años posterior a la Sixtina, con la pintura de la Salus populi romani, una pintura de
estética bizantina muy venerada en Roma por haber salvaguardado a la ciudad de
azotes y plagas. Luego pasamos por la Capilla Sforza, para admirar finalmente
una bonita escultura de la Regina Pacis volviendo a la nave.
–Creo que estoy saturado
de información artística.
–Pues yo apuesto por volver
al hotel y aprovechar el SPA, aunque antes rodearemos la Basílica, las vistas nocturnas
del ábside decorado por Carlo Reinaldi desde la Plaza del Esquilino con otro
obelisco…
–No me digas más, otro de
los de Sixto V.
–Sí. Vamos. Merece la
pena, te lo aseguro. Permite ver las cúpulas de las capillas Paulina y Sixtina
en toda su extraordinaria dimensión
–Me temo que la guía volverá
a tener razón, así que un último esfuerzo seguro que merecerá la pena –añadí
resignado por el cansancio, pero convencido de que pondríamos así un excelente
broche artístico a una extraordinaria jornada de turismo.
–Además…nos podemos pasar
por el Big Ben.
–No estoy yo para ir a
Londres ahora –apunté con cierta gracia.
–Vamos, quejica tontaina,
es un bar pastisseria que hace esquina entre la Vía Liberiana y la Vía de Santa
María la Maggiore.
–Eso ya me suena mucho
mejor, hermosa y sabia Cicerone.
–Anda…Tira para allá –Sara
levantó su brazo en ademán de ir a darme una cariñosa colleja. Ambos reímos y,
divertidos, nos dirigimos a la Plaza del Esquilino para rematar nuestra extensa
y fructífera jornada turística.