A muchos ni les sonará el nombre de
Joachim Patinir, el autor de esta maravillosa obra que cuelga de la sala nro 055A
del Museo del Prado; “El paso de la laguna Estigia” (1520-1524). El visitante
no avezado suele pasar de largo por este espacio para adentrarse en la
llamativa, con todos los merecimientos, sala del Bosco.
El
caso es que yo siento cierta debilidad por Patinir, también por el Bosco, pero
es que éste último es mucho más famoso. Patinir es el primer gran paisajista de
la historia de la pintura, y las obras que están en esa sala, además de la que
me ocupa, lo demuestran bien a las claras, “las tentaciones de San Antonio Abad”
(esta la pintó en colaboración con Quentin Massys que hizo las figuras del
primer plano mientras el maestro desarrolló el inconfundible paisaje), “Descanso
en la huida a Egipto” o “Paisaje con San Jerónimo”. Y por dar algún detalle más
de esta extraordinaria sala quiero destacaros las grandes obras de Peter Brueghel
el viejo, “El triunfo de la muerte”, maravillosa obra, y “El vino de la fiesta
de San Martín”, gran cuadro, pero con un estado de conservación inferior al
anterior.
En
definitiva, se trata de una sala monumental, pero que está justo antes de la
gran sala Bosquiana, lo cual puede resultarnos beneficioso, porque suele estar
vacía y permite su disfrute con amplitud, serenidad y detallismo, y nos concede
la posibilidad de la travesura de buscar, con paciencia, en dos de los cuadros
de Patinir, las figuras por las que se le conoce al autor como “the kaker” el “defecador”
(según Karel Van Mander el gran historiador del arte del s. XVI); pequeños
protagonistas que aparecen en posición “comprometida” en alusión al pecado. No
me resisto a deciros que uno está en el cuadro que nos ocupa hoy (a la
izquierda del cancerbero tras una roca en cuclillas) y otro en “el Descanso de
la huida a Egipto” (frente a una casa al fondo, igualmente acuclillado).
Dejemos
la monumentalidad de las obras de la sala y centrémonos en “el paso de la laguna
Estigia”. Patinir nos representa en primer plano a Caronte en la barca que está
llevando a un alma en la versión clásica del tránsito tras la muerte al momento
de su elección. Patinir pinta unos paisajes espectaculares a ambos lados de la
laguna dividiendo la tabla en ese plano vertical en tres, mientras plantea una
línea de horizonte muy alta, muy propia de él, que equilibra de alguna manera la
composición del cuadro. A la derecha representa el infierno con su oscura boca bajo
la muralla que custodia el cancerbero o perro de las tres cabezas. Por encima apreciamos
unas edificaciones en llamas, muy bosquianas, que dejarán su poso en Peter
Brueghel, el viejo, o eso me parece a mí, en “El triunfo de la muerte”.
Fijémonos que el camino hacia el infierno es atractivo y engañoso, de muy fácil
acceso, con pájaros y frondosos y detallistas árboles frutales en la entrada, a
pesar de esconder alusiones al pecado o al demonio, con esa figurita con cabeza
de mono que mira al espectador abajo a la derecha, y que parece querer ocultarse
a la vista del alma y del barquero.
Al
lado contrario se sitúa el paraíso de influencia más cristiana con animales de
varios tipos, con ángeles acompañando a otras almas que ya se han salvado, con
una construcción también muy bosquiana al fondo. La entrada al paraíso es
angosta y está oculta tras unas yermas y abruptas rocas haciendo alusión a la
dificultad que supone la salvación.
En
definitiva, en el cuadro la suerte está echada para el alma que ya ha elegido
dada la inclinación de la barca a virar hacia el infierno, y que la vista del
fallecido y de Caronte se dirigen hacia allí, aceptando el camino atrayente y
mendaz al que invita esa amplia y fascinante entrada al tártaro.
Espero que lo disfrutéis como yo. Saludos.