Anochecer en los foros.
Ante la Insulae, junto a las escalinatas del Campidoglio, Sara retomó su narración.
–Esta era el
tipo de inmueble más común en Roma. En el momento de máximo esplendor de la
ciudad, llegó a haber más de 45.000. Eran construcciones de varias plantas y albergaban
pequeñas viviendas, donde la gente vivía hacinada, en muchos casos en unas
condiciones lamentables. Eran corrientes los incendios y derrumbamientos dado
que había toda una legislación que limitaba el espesor de sus paredes, y se edificaban
más alturas de las debidas. Este es el mejor ejemplo que queda en Roma de cómo
era una de ellas. Hay varios pisos por debajo del nivel actual del suelo.
Insulae y restos de San Biagio de Mercato.
–Según
me lo pintas, no parece un lugar muy agradable.
–No
mucho. Es fácil imaginarse la Roma de los grandes templos, de las grandes
construcciones lúdicas, de las Domus
lujosas con patio porticado y estanque central… La realidad del pueblo era ésta;
viviendas, por llamarlas de alguna manera, pequeñas e insalubres. Se cree que
este edificio tenía más de seis plantas y locales comerciales en los bajos. A medida
que se ascendía en altura, disminuía la categoría social y el poder adquisitivo
del inquilino. Aquí pudieron vivir más de 350 personas. En época medieval se
aprovecharon sus ruinas para construir la iglesia de San Biagio de Mercato. Conserva restos del campanario románico,
como puedes ver, y algunas pinturas como las que hay bajo ese tejadillo.
–Si
he de elegir, me quedo con la otra Roma.
–Es
más vistosa –Sara me sonrió–. Sigamos entonces con esa Roma espectacular.
–Vamos
con ello –le animé. Sara retomó sus explicaciones unos pasos más adelante
frente a dos espectaculares escalinatas
Escalinata de Aracoeli a la izquierda, la Cordonata a la derecha.
–A la izquierda
están los míticos 124 escalones que llevan a Santa María in Aracoeli. Y, en frente, la rampa escalonada que recibe
el nombre de “La Cordonata”. El
aspecto actual de la zona se lo debemos a un proyecto del gran florentino,
Miguel Ángel… pero eso ya te lo contaré cuando lleguemos arriba. Estos dos
leones de basalto negro que flanquean “la
Cordonata” en su arranque, son egipcios, del s. III a.c, y fueron traídos a
la ciudad para adornar un Templo de la diosa Isis en época romana. En el S. XVI
los instalaron aquí, y los conectaron al acueducto Acqua Felice, convirtiéndolos en fuentes. Un poco más arriba está la
estatua del famoso Cola di Rienzo.
–Tanto
como famoso…. Además, llamarse Cola…
–Sara me sonrió.
–Nicola Gabrini. Ese era su nombre. En el
s. XIV, cuando los Papas abandonaron Roma, las luchas entre nobles y burgueses hicieron
de la ciudad un caos. Cola di Rienzo
exhortó al Papa para que volviera y pusiera orden, algo que no consiguió, pero sí
pudo dar un golpe de mano y hacerse con el poder en la ciudad, aunque pronto se
convirtió en tirano.
–Qué rápido se
le suben los humos al personal… –dije con salero.
–El caso es que
perdió el favor del Papa Clemente VI y del mismo pueblo en el que se había
apoyado, y se vio obligado a huir en 1347.
–Suele pasar, y
calla que no le echaran el guante y le rebanaran el pescuezo.
–No adelantemos
acontecimientos –me interrumpió mi bella Cicerone–. En 1354 regresó a Roma, y
se hizo de nuevo con las riendas del poder municipal gracias al favor del nuevo
Papa, Inocencia VI, quien le aportó dinero y tropas, aunque no le duró mucho,
tras tomar una serie de medidas arbitrarias y crueles, se desataron importantes
disturbios organizados por sus archienemigos, los Colonna, quienes, finalmente, acabaron con su vida aproximadamente
donde está su estatua.
–Finalmente… le
limpiaron el forro.
–Exacto. Y
aunque no he querido hablar de ello hasta ahora, me extraña que no me hayas
preguntado aún de qué va el tema de la conferencia que impartiré mañana en la Sapienza.
–Esperaba
que tú lo hicieras o que, al menos, me deleitaras con un resumen.
–No
hace falta. Antes he recibido por whatsapp
la confirmación de tu invitación. Mañana podrás asistir al Aula Magna de la Sapienza –comentó con un brillo especial en sus
ojos, quizá de orgullo.
–Será
un verdadero placer y un honor. –Entonces me situé junto a la balaustrada, al
lado de la farola instalada a la altura de la estatua de Cola di Rienzo togado y con la cabeza cubierta por una capucha, y
comencé a hablar con la mano extendida como el famoso tribuno que estaba tras
de mí–. ¡Pueblo romano, mañana asistiré a la conferencia!...
–Deja
de hacer el memo. –Sara miraba avergonzada a su alrededor.
–¡Compartiré,
junto a los más prestigiosos medievalistas del mundo, el gozo que supone
escuchar a la joya toledana, la simpar Sara, la extraordinaria belleza manchega,
el bombón que ha endulzado mi amarga vida!
–¡No
seas cursi! –protestó–. Mira que te gusta hacer el “nabo”. Baja esa mano y deja
de dar la nota, ¡tonteras! –Sara rio mientras forcejeaba conmigo para que me
comportara, intentando taparme la boca. Algunos viandantes, sin duda españoles
por sus comentarios, asistieron divertidos a mis desvaríos–. En serio –añadió
ella agarrándome de las dos manos y echándoseme encima, arrinconándome contra
la balaustrada–, ¿sabes quién fue el Cardenal Gil Álvarez Carrillo de Albornoz?
–cambió de conversación creo que con el fin de que depusiera mi actitud, algo
que consiguió porque me dejé inmovilizar y abrazar.
–No
tuve el gusto de conocerlo, falleció hace muchos años, imagino.
–¡Qué
bobo! Está enterrado en la Capilla de San Ildefonso en Toledo. Pues… sobre su
labor en Italia es de lo que hablaré mañana en mi conferencia. Un hombre de
voluntad férrea, de gran formación militar, un grandísimo estratega y un hábil
negociador; alguien que trabajó incansablemente a favor del papado, tratando de
recuperar el estatus de la institución dentro de los estados pontificios socavado
por el traslado de su sede a Avignon.
–Parece
que fue un gran hombre. Seguro que me encantará tu conferencia.
–¡Ya
veremos! A lo mejor te parece algo plomiza.
–No
creo. Me gusta escucharte –añadí sincero.
–Pues
sigamos ascendiendo, los Dioscuros nos esperan un poco más arriba.
–¿Dios
que? –fingí ignorancia mientras Sara ponía una divertida cara de resignación.
Los Dioscuros en la Cordonata del Campidoglio.
–Esos
son los Dioscuros, Cástor y Pólux
–Sara me señaló los dos conjuntos escultóricos que flanqueaban “La Cordonata” en la parte superior–, dos
figuras míticas muy arraigadas en la ciudad de Roma, tenían varios templos.
Aparecen junto a sus monturas. Se dice que eran hijos de Zeus, Cástor experto en domar caballo y montarlos, y Pólux en la lucha cuerpo a cuerpo. A
ambos lados de los Dioscuros se sitúan los llamados Trofeos de Mario. Son monumentos que conmemoran victorias militares
y representan corazas, armas, escudos… Lo gracioso del caso es que no celebran
las victorias de Mario, el general
republicano, si no las de Domiciano
contra los germanos. Pero se les llama así. Al lado de los trofeos, están las
estatuas de Constantino y su hijo, Constantino II, ataviados como
militares, y dos piedras miliarias.
–Los
mojones de carretera de los romanos.
–Exacto.
Podríamos decir que esto es el kilómetro cero de Italia. Como la Puerta del Sol para nosotros.
–Interesante
–afirmé.
–Subamos
lo que queda de “Cordonata”
–Adelante.
Tú mandas, como siempre. –Sara me dio la mano y seguimos ascendiendo hasta
situarnos en la monumental y renacentista Piazza
dil Campidoglio.
–Voy
a ir rápido en las explicaciones porque si no, no vamos a ver el ocaso desde
donde quiero, detrás de la plaza con vistas al viejo foro romano.
–Según
me lo pintas, parece que es una vista muy bella.
–Y
muy romántica. Y como nunca he venido aquí con pareja, quiero disfrutarla.
–Sara me sonrió, y me cogió del brazo para llevarme hasta el centro de la
plaza.
–Voy
a pedirte que ejercites tu imaginación.
–Perfecto.
Creo que en eso soy muy bueno… –contesté pícaro.
–No
seas guarro que te conozco. Hablo de la plaza.
–¡Qué
decepción! Pensé que me proponías algún tipo de juego…
–Está
claro que te conozco –Sara rio mientras se paraba en el centro de aquel
extraordinario espacio–. Aunque ahora no lo parezca, en época romana el
Capitolio estaba formado por dos colinas perfectamente definidas. El espacio
que había entre ellas se ha ido colmatando con el paso de los siglos, y es
donde estamos ahora. En la colina de la izquierda se situaba el Arx o ciudadela, con una posición
estratégica defensiva inmejorable. Se dice que en el 390 a.c., Roma estuvo a
punto de caer en manos de los Galos, y fue salvada gracias a los gansos
consagrados a la Diosa Juno que
deambulaban sueltos por la colina.
–Los
gansos somos así… –apunté con gracia.
–Estos
eran gansos de verdad –Sara sonrió–, y, al graznar, despertaron a los
defensores que dormían, quienes repelieron a los invasores. En honor a los
gansos de Juno se construyó un templo denominado de Juno Moneta, palabra que procede del verbo latino moneo, que significa advertir, avisar.
Al lado se instaló la Ceca, lugar
donde se acuñaba el numerario. La proximidad al templo de Juno Moneta hizo que al dinero comenzaran a llamarlo moneta, algo que ha quedado para la
posteridad en muchos idiomas como moneda.
–Nunca
hubiera imaginado que las monedas tomaran ese nombre por culpa de unos gansos.
–Algo
así. Frente a nosotros, donde ahora ves el imponente Palazzo Senatorio, estaba el Tabularium,
un enorme edificio administrativo que servía de archivo. Y en la colina de la
derecha se situaba el majestuoso templo de Júpiter
Optimo Máximo, la divinidad más importante del Panteón romano, donde
también se honraba a su esposa Juno y
a su hija, Minerva, la llamada Tríada Capitolina. El edificio sufrió
varios incendios, pero cada vez se reconstruyó con mayor lujo. Aquí acababan
los desfiles triunfales de los emperadores.
–Lo recuerdo de
los audios que me preparaste para visitar el Coliseo. Transitaban la Vía Sacra, pasaban bajo los Arcos de Tito y Septimio Severo y
llegaban hasta aquí.
–Muy bien. El
templo cayó en desuso con el triunfo del cristianismo. Imagina sus puertas
forradas de oro, y una gran estatua del dios, de oro y marfil tras ellas,
colocada allí por obra y gracia de Domiciano.
–Interesante.
Sigo pensando en la gran importancia que tenemos “los gansos” en la construcción
del relato histórico.
–No
puedo contigo… –Sara hizo una mueca condescendiente–. Tras la caída del Imperio
esta zona perdió todo su significado, y llegó a conocerse como Monte Caprino.
–¿No
me digas que también las cabras somos importantes en la historia? –Sara volvió
a reír.
–En
este caso pastaban por aquí, en la colina abandonada.
–Entonces
los gansos son más importantes que las cabras.
–Seguro…
–añadió con enorme paciencia–. Ya en la Edad Media, sobre las ruinas del Tabularium se construyó un edificio que sirviría
para albergar la asamblea de la ciudad. El foro se inundaba con frecuencia, y
no se podía utilizar la antigua Curia, sede del Senado romano. Las reuniones del
gobierno local pasaron a celebrarse en el claustro, ahora desaparecido, de
Aracoeli, hasta que se edificó el Palazzo
Senatorio. A su derecha se construyó el llamado Palazzo dei Conservatori para albergar otra magistratura local. Y
así se mantuvo el aspecto de la colina hasta la llegada de Carlos V en 1536.
–El
Saco de Roma.
–No,
eso fue 9 años antes. En 1527 se produjo aquel horrendo saqueo que ha quedado grabado
en la memoria de los romanos. En esta visita, parece ser que el Papa Pablo III
se apuró un poco por el lamentable estado que presentaba la plaza que vio el
Emperador, llena de baches y barro, y decidió encargar al gran Miguel Ángel su
rediseño. Y eso es lo que vemos ahora.
–No
parece que le quedara mal del todo –ironicé.
Espectacular anochecer en la monumental y equilibrada Piazza dil Campidoglio.
–No.
El genial florentino lo primero que hizo fue reorientarla. Roma ya no miraba
hacia los foros. Había que hacer girar el espacio y abrirlo hacia la nueva ciudad
que vivía en torno al eje Vaticano-Letrán, y se comunicaba con el mundo a
través de la Vía del Corso y la Porta dil Popolo, hacia el norte. Por
eso diseñó “la Cordonata”, y cerró
uno de los espacios más equilibrados y bellos del mundo dotando de fachadas
cortina a los antiguos edificios medievales, Palacio Senatorio y de los
Conservadores, y edificando el Palacio Nuevo a la izquierda para darle simetría
al conjunto. Una maravilla. Para señalar la mayor importancia del Palazzo Senatorio como sede institucional,
le añadió un monumental basamento que precede en altura a las gigantescas
pilastras y la torre campanario. Remata la grandiosidad del recinto esa llamativa
doble escalinata adornada en sus laterales por dos fuentes romanas, el Nilo y
el Tíber, esta última representaba en principio al Tigris, pero se le añadieron
los gemelos, Rómulo y Remo para rebautizarla. En cuanto a los palacios laterales
diseñó una fachada compartimentada por pilastras con pórtico inferior, vanos
cuadrados flanqueados por columnas, y ventanales arriba, rematados con
frontones curvos y adornados con veneras, excepto el central, que tiene frontón
triangular, y un vano aún mayor para centrar el conjunto y darle mayor empaque.
Actualmente el Palazzo Senatorio es
la sede del Ayuntamiento de la ciudad, mientras que el Palacio de Conservadores
y el Nuevo, albergan los Museos Capitolinos, con una de las mejores colecciones
de arte romano que existen.
–La
verdad es que la plaza es de una belleza incontestable –dije impresionado.
–Miguel
Ángel no vio más que empezar las obras. La ejecución del proyecto fue obra de Giacomo della Porta, y fue culminado un
siglo después por los hermanos Reinaldi.
Para finalizar te diré que la plaza la preside la magnífica copia de la estatua
ecuestre de Marco Aurelio. La original está dentro de los Museos Capitolinos.
Los años no pasan en balde…
–¿Te
refieres a la estatua o a mí?
–A
los dos. –Sara soltó una carcajada.
–¿No
es la estatua que se trajeron de Letrán?
–Exacto.
Veo que me prestas atención. –Sara me besó entonces la mejilla.
–Con
besos presto mucha más atención, te lo aseguro –añadí zalamero.
–Te
voy a contar una curiosidad sobre esta magnífica escultura –Ella no me hizo
mucho caso y siguió a lo suyo–. Resulta que es la única estatua ecuestre que se
conserva en Roma de un Emperador romano, y esto es así por error.
–Me
lo explique, qué diría Macario.
–¿Macario?
–Sí,
mujer… el muñeco de José Luis Moreno.
–¡Qué
antiguo eres! –Sara rio de nuevo–. No fue hasta el S. XVI cuando se identificó
al emperador Marco Aurelio como el representado. Antes se pensaba que era
Constantino. Así que, durante toda la edad Media, se veneró la estatua de un
emperador que había perseguido a los cristianos. El gesto de magnanimidad de
Marco Aurelio con los vencidos, durante siglos, fue interpretado como la
bendición del primer príncipe de los cristianos, Constantino. Y ahora vayamos
tras el Palazzo Senatorio.
Loba capitolina.
Concluida
la rápida explicación sobre la plaza, Sara me llevó donde quería, un mirador
tras el Palacio con vistas al Foro, tras pasar ante una reproducción de la
famosa loba Capitolina cuyo original se encontraba en el interior de los museos,
según Sara, y bajar algunos tramos de escaleras. En aquella especie de terraza
con las ruinas del Tabularium bajo el
Palazzo Senatorio a nuestra derecha,
y el imponente Arco de Septimio Severo
a la izquierda, con la visión de las ruinas del foro ocupando todo nuestro
horizonte, el sol, se perdió en lontananza minutos después, mientras ambos
permanecíamos abrazados junto a la balaustrada, en silencio.
–Te
dije que sería algo muy especial, al menos lo ha sido para mí, nunca vine
acompañada a disfrutar de este momento. Acompañada…quiero decir de “mi enemigo”.
–Ven
aquí. Qué bien me ha sonado eso de “mi enemigo”. Te tengo que presentar a una
buena amiga que llama así a su consorte –dije poco antes de estrecharla aún más entre
mis brazos, y besarla en la frente–. Para mí también ha sido algo muy especial
–le susurré entonces al oído–. Ha sido una experiencia maravillosa. Son unas
vistas increíbles, y ahora que han encendido la iluminación artificial parecen
tomar un aspecto aún más bello y ancestral. Aunque he de confesarte que me he
preocupado un poco… –elevé entonces un poco el tono de mi voz.
–Madre
mía…por donde me saldrás ahora… –confesó ella divertida mientras me miraba a
los ojos.
–Cuando
empezaste a hablar de los graznidos de los gansos consagrados a la Diosa Juno, pensé que era el momento de
recogernos, que quizá este día tan intenso… en fin… que el cansancio te estaba
empezando a pasar factura.
Romántico anochecer en los foros.
-Desde
luego…para ganso, tú. –Sara me golpeó con sus dos manos levemente en el pecho,
luego me rodeo el cuello con sus brazos, y me besó. Nunca olvidaré aquel romántico
instante en el que, amparados por los sugestivos vestigios de la capital del
mundo, dejando a nuestra espalda la lúgubre estampa de la Cárcel Mamertina, bajo el raso y anaranjado cielo romano, Sara me
hizo sentir el Emperador del orbe.