jueves, 2 de agosto de 2018

SPINOLA. CAPITAN GENERAL DE LOS TERCIOS. DE OSTENDE A CASAL. DE JOSE IGNACIO BENAVIDES.



       Ambrosio Spinola fue uno de esos personajes excepcionales que participó en la construcción de nuestra historia. Es una lástima que gran parte de los españoles no sepan quién es. Quizá algunos lo recuerden de algún capítulo de la serie televisiva el Ministerio del Tiempo, de alguna mención en los libros de Reverte sobre el Capitán Alatriste, de alguna obra de Martínez Laínez o de José Javier Esparza (estudiosos de la época y de los tercios). A lo mejor, los más, han tropezado con el cuadro de Velázquez, la rendición de Breda, en el que nuestro protagonista recibe las llaves de la ciudad con magnanimidad de las manos del derrotado Justino de Nassau.
        A mí me parece imperdonable que nuestros jóvenes y niños, y no tan jóvenes y no tan niños, no conozcan nada sobre la vida de un personaje de nuestra historia tan importante e interesante, un hombre que vivió aquellos tiempos en los que España era aún dueña de un Imperio, dónde todavía palabras como honor, honra, prestigio, valor, lealtad, reputación o patria tenían un significado (habría que hacer un esfuerzo por darlas sentido en el país en que vivimos, lugar en el que triunfa sin pudor la ocurrencia y oportunidad política, y la indigencia moral e intelectual)
        En este libro, José Ignacio Benavides, abogado y diplomático, nos desmenuza la vida y obra de Ambrosio Spinola. Se trata de una biografía abordada desde diferentes vertientes: personal, política, diplomática y militar. El título del libro es suficientemente ilustrativo, “SPÍNOLA, CAPITAN GENERAL DE LOS TERCIOS. DE OSTENDE A CASAL”; y es que el texto se centra en los años de actividad del protagonista a las órdenes de la corona española, principalmente en Flandes; aunque también en Italia (1602-1630)
Recuerdo con cariño una buena conferencia de Juan José Luna en el Museo del Prado (y la recomiendo porque es un estupendo conferenciante, con un punto humorístico e irónico que hace que interese todo lo que cuenta), en la que habla mucho sobre Spinola y su familia a propósito de los cuadros de batallas que encargó Felipe IV para el flamante Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro que esperemos ver pronto recuperado con el nuevo proyecto que va a ponerlo en valor. Hay que reconocer que el mejor, con diferencia, de aquellos doce cuadros de batallas, de los que sólo se conservan 11, es el de Velázquez; La rendición de Breda, conocido coloquialmente como “Las Lanzas”, aunque allí lo que se ven no son lanzas, sino picas, las picas victoriosas de nuestros gloriosos tercios. (Velázquez probablemente conociera de primera mano el escenario de ese cuadro tras haber compartido viaje a Italia con su principal protagonista, Spinola, quien le pudo contar como fue la magna empresa de la toma de Breda)
Haciendo memoria, debemos saber que Spinola nació en Génova en 1569 en el seno de una de las familias poderosas de la ciudad, siempre en constante disputa con los Doria. El apellido Spinola parece ser que tiene su origen en la Edad Media, cuando sus antepasados se trajeron de Tierra Santa un trozo de la corona de espinas de Cristo, una espínula, como reliquia.
Su hermano Federico se inclinó en seguida por la carrera militar, mientras él se encargaba del manejo de las finanzas. Pero todo esto cambió súbitamente cuando, en 1602, Ambrosio decide pertrechar sus propias tropas para ponerlas a servicio de la corona española en Flandes. Y aquí comienza la transformación de un hombre de negocios en un militar de prestigio, aunque, en el fondo, su formación financiera siempre influyera sobre la castrense. Spinola se reveló como un gran organizador, un buen planificador y gestor, y un pragmático ejecutor; siempre procuró acometer los diferentes retos en el campo de batalla con la certeza de que podían ser factibles desde los puntos de vista económico y humano; no era amigo de aventuras, algo que agradaba a su tropa y redundaba en la fidelidad de los suyos.
A pesar de las muchas críticas recibidas desde España por no ser castellano, ni militar de formación, triunfó y se ganó la confianza de Felipe III. Fue su hombre fuerte en Flandes durante el gobierno del Archiduque Alberto e Isabel Clara Eugenia, hasta el punto de que llevó consigo las interesantes instrucciones secretas que en 1606 redactara el rey para que, en el caso de que fallecieron cualquiera de los dos miembros de la pareja de gobernadores sin descendencia, Flandes volviera a ser una posesión patrimonial de la monarquía hispana, por lo civil o lo militar , algo que al final sucedió sin más contratiempos tras la muerte del Archiduque Alberto en 1621, aquejado durante muchos años (no podía ser de otra manera) de la inseparable podagra de los Austrias.
Con el ascenso al trono de Felipe IV a la muerte de su padre, Spinola siguió prestando sus valiosos servicios a la monarquía, pero dando un giro a su anterior posición respecto al rey; se convertirá en el gran valedor, defensor y protector de la gobernadora Isabel Clara Eugenia, que siguió ejerciendo el cargo a petición de su sobrino, Felipe IV, hasta su fallecimiento en 1633.
A pesar de su ingenio, su talento y sus campañas victoriosas —ejemplos hay unos cuantos, pero merecen la pena ser destacados la toma de Ostende o la de Breda—, a pesar de haber recibido los más altos honores de la corona como fueron el ser nombrado Caballero de la Orden de Santiago, recibir el Toisón de Oro, el marquesado de los Balbases, o la Capitanía general de los tercios y la Comandancia del Ejército en Flandes, Spinola se enfrentó a muchas dificultades tanto personales (empeñó su fortuna al servicio de la corona e hizo frente a las desgraciadas muertes de su hermano y esposa), como en el ejercicio de su liderazgo militar, siempre luchando contra la incomprensión de Madrid y la debilidad de la hacienda de la corona, y contra la permanente escasez de tropas y la falta de recursos para mantenerlas, con los motines siempre sobrevolando el aire bélico de los Países Bajos.
El final de su vida se vería rodeado por la ingratitud de una España gobernada por el Conde-Duque de Olivares quien no le tenía ninguna simpatía. Su postrero viaje a Madrid en busca de los recursos necesarios para luchar en Flandes le sumieron en la enfermedad y en el desánimo ante los nulos avances de su gestión. Incluso tuvo el valor de negarse a regresar al mando de sus tropas si no era con unas garantías mínimas de poder llevarlas a la victoria en el campo de batalla. Finalmente fue destinado a Italia donde se vio involucrado en otro de los errores políticos de Olivares a propósito de la sucesión en Mantua.
La puntilla final puede que se la diera su propio hijo. Viejo, cansado, deprimido y humillado, conoció que, en un acto para él impensable e imperdonable, su vástago había huido rompiendo cincha del campo de batalla del puente de Cariñán, junto al resto de tropas españolas. No extraña que en su propio lecho de muerte pudiera decir: “me han arrebatado la honra, la reputación y la salud”. Murió en Castelnuevo Scrivia en 1630.
Jose Ignacio Benaviedes nos presenta un libro muy interesante, escrito y documentado por un apasionado y experto en aquella época. Con el tiempo será objeto de una segunda lectura más reposada que esta primera (es muy complejo el análisis de un conflicto como el Flandes, tan largo en el tiempo, al que se le sumó la endiabladamente complicada Guerra de los Treinta años), He leído un buen libro de historia, política y diplomacia, y he disfrutado del acercamiento a la personalidad de uno de nuestros grandes olvidados, Ambrosio Spinola, un magnífico Capitán General de los Tercios de Flandes.
¡Santiago, cierra España!

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