Entrando
en la sala donde está colgado el Cristo crucificado de Velázquez en el Museo del Prado me embarga una intensa
sensación de soledad…
Velázquez nos muestra un “Christus
Patiens”, no tiene todas las características de esta típica representación,
puesto que nos lo presenta con la cabeza caída, vacío de voluntad, recién
muerto, con las cinco llagas a la vista, pero no es un Cristo desprendido,
arqueado, sino uno más humano, veraz y natural, en el que sigue las
indicaciones teóricas de su suegro Pacheco que aboga por la representación del Cristo
con cuatro clavos que él cree más próximo a la expresión exacta de lo que fue
la crucifixión.
Velázquez
representa un Cristo silente y calmo con halo de santidad, de extraordinaria
perfección corporal, anatómicamente dibujado con una maestría envidiable,
huyendo tanto de modelos estilizados, como de figuras fuertes y musculadas, de
una serenidad y belleza conmovedora, exenta de todo dramatismo y sufrimiento;
un Cristo que desprende humanidad y nobleza, que denota paz y quietud tras
haber padecido el horrible calvario.
Velázquez
dio toda la importancia en la composición al cuerpo del Señor cuya sombra proyecta
con suma destreza, levemente, sobre el fondo verde oscuro del lienzo. También
podemos apreciar que Los tablones con los que está construida la cruz están
trabajados, pulidos y esmeradamente pintados, incluso los nudos de la madera y
que la cruz está clavada en un montículo, algo que se descubrió en la última
restauración del lienzo.
El
pintor sevillano no dio mucha importancia a la sangre, sólo perceptible en
cantidad en las zonas de manos y pies y en la madera cercana a los clavos; en
menor medida aparece en la herida del constado, para estar minuciosamente
representada con pequeñas gotas en su frente, y con finos hilillos y
salpicaduras en su rostro y cuerpo.
La
luz ilumina desde la derecha el cuerpo del crucificado, un cuerpo limpio,
surcado por algunos rasguños, cuerpo semiblanquecino, pálido, grisáceo en
algunas zonas, céreo en otras, acentuando las luces y sombras de este modo
sobre un cuerpo en el que empieza a anunciarse el “rigor mortis”.
Llegados
a este punto hay algunas cosas que os quiero destacar y que me llaman un poco
más la atención observando la pintura con algo más de detenimiento:
–La
ejecución magistral de la corona de espinas con las gotitas de sangre que
surcan la frente del crucificado y resbalan por el lado izquierdo del rostro
derramándose sobre su cuerpo.
–La
serenidad imperturbable de su rostro acentuado por esos ojos cerrados, y la fina
delicadeza del tratamiento de la cabellera que se desprende ocultándonos el
otro lado de la cara.
–La
falta de tensión en los brazos y en el cuerpo al descansar los pies sobre el
supedáneo, y la sensación de ligero movimiento conseguido por el hecho de que Velázquez
retrasa un poco la posición de la pierna derecha haciendo recaer el peso del
cuerpo sobre la cadera de ese lado.
–El
incremento de la luminosidad y el volumen con algunas pinceladas de blanco de
plomo en algunas zonas del paño de pureza (perizoma) y con minucioso detalle en
las uñas.
Una vez desbrozada la esencia del cuadro
vuelvo a la sensación de soledad que despierta en mí la obra y el contexto. Quizá
sea eso lo que han querido conseguir los responsables de la pinacoteca
colocando el Cristo entre otras dos pinturas de motivo religioso del mismo
autor, pero muy diferentes en todo, me refiero a “la Coronación
de la Virgen” y al “San
Antonio abad y San Pablo primer ermitaño.
Me
explico…
Observemos
la majestuosa Coronación de la Virgen. Se trata de una típica escena mariana,
gloriosa, llena de reconocimiento a la figura de la Virgen María, representada pensativa,
llevándose la mano al pecho, con la mirada baja y las mejillas arreboladas,
llena de dulzura y timidez, de respeto hacia la divina presencia de la Santísima
Trinidad, rodeada de ángeles y querubines, formando una abigarrada y colorida
composición en forma de corazón.
Miremos
ahora al lado opuesto. El cuadro del San Antoni Abad y San Pablo primer
ermitaño presenta multitud de figuras puesto que aparecen cinco escenas de la
vida de San Antonio; el santo aparece encontrándose con el sátiro y el
centauro, llamando a la puerta del ermitaño, conversando con él y esperando la
llegada del cuervo con su sustento diario, y observando a los leones cavar la tumba
de San Pablo ermitaño ya muerto. Velázquez pinta un cuadro de gran variedad
cromática, dando una importancia capital al paisaje y a los celajes del fondo,
algo que recuerda mucho a la obra de Patinir, por ejemplo en el “Paisaje
con San Jerónimo” del Museo del Prado o en el “San
Jerónimo en el desierto” del Museo del Louvre.
Y
concluyo volviendo la vista al frente, al Crucificado de Velázquez. Percibo la soledad
del cuerpo de Cristo lleno de luz, una soledad turbadora y estremecedora
acentuada de forma sublime por contraposición a los grandes lienzos que lo
flanquean de compleja composición y variedad cromática, ofreciéndonos una
imagen del Salvador que llama a la emoción y la devoción; a la fe y la
religiosidad. Bueno…eso me parece a mí.
Muy grande velázquez
ResponderEliminarEs fácil estar de acuerdo con eso. Saludos
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