Plaza Mayor de Colmenar de Oreja, Pósito, Ayuntamiento e Iglesia de Santa María la Mayor
Cómo
ya escribí una vez, para mí, viajar por las Españas, es una forma de combatir
nostalgias, de luchar contra la anodina monotonía, de aligerarme de la pesada
cotidianidad, o de “aliviar la pesadumbre de vivir” (esta frase sublime y
emotiva se la tomo prestada con mi máxima admiración y respeto a D. Miguel
Delibes, se refería con ella a la sensación que le provocaba la sola presencia
de su mujer, en su novela “Señora de rojo sobre fondo gris”)
Y hemos vuelto a viajar. Esta vez no ha
salido todo como quisiéramos porque sufrimos lo que yo llamo un “gastro-pack”,
nada relacionado con la ingesta de comida, más bien sobre su evacuación por
cuantos orificios corporales encuentra salida, digerida o no, pero dejemos la
escatología para recogernos y disfrutar en lo posible en torno a lo vivido “externamente”.
El viaje nos llevó a tierras madrileños,
concretamente al sur-este de esa comunidad.
Comenzamos por un interesante pueblo,
desconocido para nosotros, pero con un encanto especial y tesoros nada
despreciables, Colmenar de Oreja. Este pueblo es famoso, entre otras cosas,
por haber proporcionado con sus canteras la piedra blanca necesaria para la construcción
de edificios tan emblemáticos como el Palacio Real de Madrid o el de Aranjuez.
Nosotros empezamos nuestro periplo
madrugando como siempre. A las 5.00 estábamos en pie con el objetivo de llegar
sobre las 10.30, tras desayunar en Honrubia ya de camino como es menester, a la
hora de la apertura de la oficina de turismo y de la gran joya, no muy conocida,
que es el Museo Municipal de arte Ulpiano Checa. Allí se puede admirar
una interesante exposición privada y permanente de la obra de este autor local
que vivió de 1860-1916. Sorprendente su pintura donde abunda la narración, el
movimiento y el buen manejo de las aglomeraciones de personas y animales. Resaltar
que su obra influyó en películas como Ben-hur, ¿Quo vadis?, o los últimos días
de Pompeya. Artista polifacético puesto que también fue escultor y cartelista.
Desde luego un auténtico maestro pintando equinos, una verdadera sorpresa y un
placer haber visitado el museo.
Luego enlazamos con la visita guiada a
la localidad. Tuvimos la suerte de unirnos a un grupo y disfrutamos mucho. Fuimos
a su hermosa Plaza Mayor, una plaza típica castellana porticada, dónde
destacan el edificio del Pósito, el del Ayuntamiento y, en un
costado, la silueta pétrea imponente y blanquecina de la Iglesia-fortaleza de Santa María
la Mayor. Lo más curioso de la Plaza es que está asentada sobre un sistema
de arcos y puentes, que conforman un túnel con bóveda de cañón bajo el cual circula
el arroyo que surcaba lo que antes era el barranco que separaba el pueblo en
dos, la villa y los arrabales; algo realmente monumental por la magnitud de la
obra. Y pudimos pasear por el túnel bajo la plaza desembocando en el otro
extremo en el Arco del Puente del Zacatín que da paso a los jardines y la
huerta del mismo nombre, regados aún por las aguas del arroyo.
Nuestro periplo por la villa continuó en
la Iglesia. El exterior, como he dicho, tiene aspecto de Iglesia-fortaleza. Su
interior es de estructura gótica y de planta de cruz latina con muchos añadidos,
como suele ser habitual en los templos españoles. Presenta influencias
herrerianas en sus inacabadas portadas y en su monumental torre. Destacar, en
cuanto a su decoración, los dos murales situados a ambos lados del altar mayor
en el presbiterio, obra del pintor local Ulpiano Checa, la Anunciación y la Presentación.
Precioso es el momento en el que, al mediodía, el sol incide sobre la figura
del Arcángel San Gabriel en el mural de la Anunciación dándole una apariencia etérea
y celestial, un efecto muy estudiado y conseguido por el autor.
Finalizamos nuestro paseo guiado por la
villa visitando el Teatro Municipal Diéguez con capacidad para 555 personas,
coqueta construcción lúdica edificada en lo que fue en el S. XVI parte del Hospital
de la Caridad. Y al lado, degustamos tres vinos en una de las bodegas locales,
Bodegas Pedro García. Hicimos acopio de algunas botellas de blanco, fue el que
más nos sorprendió.
Tras comer en uno de los restaurantes
del pueblo seguimos nuestro paseo particular, ya sin guía, y nos acercamos a la
Ermita del Santísimo Cristo del Humilladero que es el patrón de la ciudad, edificio
de gran porte que consta de dos capillas adosadas, una del S. XVI y otra posterior,
barroca del XVII. Y finalizamos nuestra visita a la localidad viendo los
exteriores del Convento de la Encarnación (estaba cerrado), tras regresar de la
Ermita caminando y disfrutando de las hermosas vistas del pueblo con la silueta
majestuosa de la Iglesia de Santa María la Mayor al fondo, del rumor del agua vertiéndose
en el lavadero de los jardines del Zacatín y del frescor del túnel bajo la
plaza.
Y
nos pusimos en camino hacia la cercana Villa de Chinchón, nos esperaba nuestro merecido
descanso en el antiguo Convento de los Agustinos, actual flamante Parador Nacional
de Chinchón, pero esa…ya es otra historia.