CLAUSTRO E IGLESIA DE SAN JUAN DE LOS REYES
Para
mí, volver a Toledo siempre tiene ese punto nostálgico y doloroso, ese
sentimiento amargo de pérdida y a la vez de recuerdo por el ansiado reencuentro
con el viejo amigo lejano y nunca olvidado, lugar donde me surgen de manera
implacable las dudas sobre las malas decisiones, el tiempo malogrado, y la vida
desaprovechada y vacua, un enfrentamiento cara a cara con el miedo al vacío que
me provoca la anodina y vulgar vida cotidiana.
Llenar
una vida es complicado, errando decisiones, mucho más. En estos
años he pasado del “qué pintaba yo en Toledo”, al “qué pintaba yo en Barcelona”, y al actual “qué pinto yo en Benidorm”. Conclusión, a lo mejor es que no pinto
nada en ningún sitio, que soy alguien fuera de lugar y tiempo. Hace ya
21 años que dejé la capital manchega y cada vez lamento más aquella decisión. Y lo siento
así porque allí me parece que lleno mi tiempo y mi vida de… algo. Cierto es que
voy a pasar unos días de vacaciones y que no vivo la cotidianidad de la vida
normal, familia, trabajo, gimnasio, libros…etc. Y así lo siento porque vuelvo a
visitar a viejos, algunos muy viejos, amigos, el Museo de los Tapices de la
Catedral del colegio de Infantes, la Imponente Catedral Primada de Santa María,
el Museo del Greco, la Sinagoga del Tránsito, la ermita de la Virgen del Valle,
el Taller del Moro, La Iglesia de San Román-Museo de los Concilios, el gótico
isabelino de San Juan de los Reyes… Hay tantas cosas que ver que puedo elegir
tiempos y espacios, lugares a visitar en un viaje y cosas que pueden esperar
para el siguiente. Esta vez he dejado de visitar muchas más cosas de las que he
visto, al menos por dentro, no he entrado en Santa María la Blanca, en el Museo
de Santa Cruz, no he tomado café en la Biblioteca del Alcázar ni he saboreado
sus preciosas vistas de la ciudad, no he visitado la Mezquita del Cristo de la
luz, ni la Iglesia del Salvador, ni Santo Tomé con el entierro del Señor de
Orgaz del Greco, ni Santo Domingo el Antiguo con sus Grecos, ni he entrado en
San Ildefonso ni subido a sus torres para disfrutar de otras vistas preciosas
de la ciudad. Tampoco he dedicado tiempo a las ruinas que va poniendo en valor
el Consorcio de Toledo, ese Toledo romano de la termas y árabe de los baños que
va reapareciendo, ni he paseado por las callejuelas de mi antiguo barrio de
reparto postal tantas veces pateado, ese paseo que suelo hacer por la
Antequeruela y las Covachuelas.
A
pesar de todo, he paseado mucho, todo lo que he podido. He circunvalado Toledo
por fuera y por dentro del Tajo disfrutando de sus vistas. Incluso dediqué una
mañana a visitar Guadamur con su sorprendente Castillo que se va recuperando
poco a poco y su centro de interpretación sobre el Tesoro de Guarrazar. Y en
estos paseos, esquivando turistas con prisas con los que no soy capaz de
identificarme, entre tiendas de souvenirs, entre la preciosa artesanía
damasquinada y la típica cuchillería toledana, intento no perder detalles sobre
paisajes y vistas, sobre casonas, escudos, puertas, portales, patios y rincones,
algunos nuevos para mí (aún recuerdo aquella mañana de junio de 2017 cuando en compañía
de mi madre y Jésu, me dio por doblar la esquina del edificio de la Seguridad
Social, algo que no había hecho nunca y tropezamos con el Palacio de Benacazón
que tiene una fachada espectacular)
Y
así llegó la última tarde… me enteré de que El arzobispado de Toledo había
organizado un ciclo de conferencias para conmemorar el V centenario de la
muerte del Cardenal Cisneros (1436-1517). La primera de las conferencias era
esa misma tarde, el día 11 de octubre, y sería impartida por el Doctor en
Historia de la Universidad Autónoma de Madrid y Profesor titular de Historia
Moderna de la Universidad de Castilla la Mancha, José Carlos Vizuete, con el título
“Cisneros, reformas y buen gobierno” Y fui… porque me interesa la historia, el
tema en particular, y porque el escenario era inmejorable y el más adecuado
para acoger las explicaciones sobre tan insigne franciscano, la Iglesia de San
Juan de los Reyes. La conferencia fue interesantísima, y muy amena, fue un
breve e intenso repaso a la labor reformadora del Cardenal ante las autoridades
eclesiásticas del Arzobispado de Toledo que encabezaba el propio Arzobispo, Mons.
Braulio Rodríguez Plaza (quién clausuró el evento), el Sr. Provicario General y
coordinador del área pastoral de Fe y Cultura, Mons. Francisco César García
Magán (quién introdujo el ciclo de conferencias), D. Juan Díaz-Bernardo,
sacerdote toledano y delegado diocesano de los medios de comunicación social
(quien introdujo al experto conferenciante), y el Guardian Franciscano de S.
Juan de los Reyes, anfitrión de la velada y que nos obsequió con un hermoso e
inolvidable regalo; nos abrió las puertas del Claustro para que pudiéramos
contemplarlo con luz artificial bajo una agradable noche toledana. Además, el
Guardian invitó a darnos una explicación sobre el edificio a una de las
organizadoras del ciclo de conferencias y próxima conferenciante también, Pilar
Gordillo, historiadora del arte, guía oficial de turismo de Toledo y colaboradora
del área pastoral de Fe y Cultura del arzobispado. En escasos diez minutos nos ilustró
con esmero y pasión sobre el templo, el claustro y su significado.
Tras
aquella intensa más de hora y media en San Juan de los Reyes salí satisfecho y
a la vez triste, el viaje tocaba a su fin. Bajo la oscuridad de la Puerta del
Cambrón pensé en los personajes de mi novela que hice pasear conmigo por allí,
que esperan como yo que el texto vea definitivamente la luz tras tanto tiempo
de espera. Saqué mi cámara en el Paseo de Recaredo para hacer las últimas fotografías…Puertas
del Cambrón, de Alfonso VI o vieja de Bisagra y Puerta Nueva de Bisagra.
Por
último, cabizbajo, me despedí con respeto del Hospital Tavera, íntimo y viejo camarada porque aquí comenzaba mi jornada de reparto postal cuando vivía y
trabajaba en Toledo, cuyos patios renacentistas visitaba diariamente sin
prestarles el interés debido.
De regreso en casa, leyendo un artículo
esta mañana de mi admirado Arturo Pérez-Reverte tropecé con una frase que la
hago mía, “nox atra cava circumvolat
umbra” (la noche negra nos rodea con su envolvente sombra) verso número 360
de la Eneida de Virgilio, que relata el momento en el que Eneas y sus
compañeros se dirigen sin esperanza de salvación hacía el centro de la ciudad
de Troya en llamas para morir peleando.
Aquí
estoy… resuelto a caminar por una oscura existencia envuelto de nuevo por la pesada sombra de la vida cotidiana.